Quedate 7- Lina Perozo Altamar

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Copyright © 2021 Lily Perozo y Lina Perozo Altamar Todos los derechos reservados. Diseño de portada por: Tania Gialluca Primera Edición: marzo de 2021. ASIN: B08XNBXSWJ No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o medio, sin permiso previo de la titular del copyright. La infracción de las condiciones descritas puede constituir un delito contra la propiedad intelectual. Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

Contenido Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43

Capítulo 44 Capítulo 45 Capítulo 46 Capítulo 47 Capítulo 48 Capítulo 49 Capítulo 50 Capítulo 51 Capítulo 52 Capítulo 53 Capítulo 54 Capítulo 55 Capítulo 56 No dejes de leer la continuación de esta historia en

¡Feliz cumpleaños Omar! Gracias por creer en nosotras siempre, por animarnos a ir detrás de nuestros sueños, por haber sido y ser el motor que

nos impulsa a ser mejores cada día. Siempre estarás con nosotras en nuestras almas y corazones, eres el mejor hermano del mundo, gracias por todo. ¡Besos y abrazos al cielo! A nuestras hermanas de la casa rosada, quienes fueron las primeras en leer esta historia, gracias por animarnos a publicarla, este es un sueño de todas que hoy se hace realidad. Con cariño. Lily y Lina Perozo Altamar

A Dios por estar presente en nuestras vidas y enseñarnos que nada en esta vida es imposible, si se lucha para alcanzarlo. A nuestra familia que siempre nos apoya desde la distancia, que creen en lo que hacemos y se siente orgullosos, los queremos muchísimo. A mi hermana Lily y a mi amiga Hisel por ayudarme con las correcciones, sin ustedes no habría sido posible publicar este día, mil gracias por su apoyo y ayuda. A mi querida amiga Tania, gracias por brindarnos tu talento a esta bella portada, una vez más. A las chicas que leyeron cada capítulo en el grupo de

Hermanas Perozo, gracias por ser nuestras lectoras betas y por vivir esta historia desde su proceso, por ser las primeras en emocionarse y compartirme sus impresiones, gracias bellas. A las chicas del equipo de preventa, que como siempre hacen una labor extraordinaria: Andrea, Dayana, Danitza, Sandris, Evelin, Fátima, Lizeth, Fernanda, Gri y Jessica, muchas gracias por todo. A Astrid, Marisol y Macarena por crear esta cuenta regresiva tan hermosa, gracias por compartir sus talentos con esta historia, nos hicieron sentir halagadas y felices. Y, por último, para nuestras queridas lectoras, quienes una vez más se dejan cautivar por nuestras historias, esperamos que “Quédate” las conquiste y las haga vivir muchas emociones, se les quiere con el corazón. Lily y Lina Perozo Altamar

Quiero agradecer especialmente a las nueve lectoras que donaron para hacer posible que, ciento sesenta chicas, puedan tener este volumen. También a Cecelia Pérez de Divinas Lectoras, a Bitácora de entrenamiento, a Coffe and Book, a Navegando en mi Kindle y a todas las chicas que nos han apoyado uniéndose a esta iniciativa. Mil gracias de corazón, las queremos muchísimo y que la vida le múltiple en bendiciones todas sus buenas acciones. Lily y Lina Perozo

Capítulo 1 La familia Danchester se había instalado en el salón desde que Brandon les hizo una llamada para avisarles que estaban a punto de salir del hotel; como era de esperarse los nervios se dispararon en todos. Amelia apenas pudo estar sentada unos minutos, sentía que el reloj no avanzaba y comenzó a caminar de un lado al otro, para ver si de esa manera el tiempo corría más rápido. Dominique tampoco sabía cómo haría para actuar de manera casual frente a su hermano, aunque en su corta vida se le enseñó a controlar su comportamiento, esa situación era extraordinaria. Frotaba sus manos y apretaba sus labios para intentar dominar a sus emociones, mientras veía a su madrastra mucho más nerviosa que ella. Benjen lucía, aparentemente, calmado, pero no lo estaba y su mirada brillosa por las lágrimas contenidas lo delataba; sin embargo, se estaba esforzando por parecerlo. De pronto escucharon el motor de un auto que se acercaba; padre e hija se pusieron de pie de inmediato. —¡Llegaron! —exclamó Amelia, deteniéndose, luego miró a su esposo y comenzó a temblar, al sentir que su cuerpo se paralizaba. —Amy… mírame —pronunció él, caminando hacia ella al ver que estaba a punto de entrar en pánico—. Respira despacio… despacio. Sí, así está bien —Le sonrió al ver que se relajaba—. Recuerda lo que te dijo el doctor Rutherford, debes estar calmada. Ella afirmó moviendo varias veces su cabeza y una lágrima rodó por su mejilla, se la limpió rápidamente y sonrió, asegurándole con la mirada que estaría bien. Benjen la abrazó con fuerza, conteniendo sus ganas de llorar, debía mostrarse como el pilar de su esposa y su hija en ese instante, tal como le había recomendado el psiquiatra, se volvió para mirar a Dominique, quien también estaba estática mirando la puerta, le ofreció su mano y ella corrió hasta él. —Papi… ¿crees que recuerde todo si nos ve? —preguntó, porque ella seguía pensando que él la había reconocido cuando la salvó. —Sería un maravilloso milagro, mi pequeña —respondió Benjen, dedicándole una sonrisa y le acarició la mejilla. —Roguemos entonces para que ese milagro suceda —pidió Amelia, mirando a su esposo a los ojos. Benjen asintió, sonriéndole. Se acercaron a la puerta, iban agarrados de las manos como la familia unida en la que se habían convertido durante esos últimos meses. Sentían que sus corazones palpitaban tan deprisa, que incluso su imaginación les hacía creer que podían escuchar sus latidos retumbar contra las paredes del salón, sus cuerpos temblaban y sus respiraciones estaban algo agitadas cuando se detuvieron y Carol les abrió la puerta, dejando que, la luz brillante de ese día de finales de invierno, entrara a raudales en el gran salón. Amelia cerró los ojos un instante, recordando la última vez que vio a su hijo hacía cuatro años, cuando lo despidió en la puerta de su casa mientras él subía a su auto. Esa última mirada que le dedicó, su sonrisa y su semblante algo contrariado, cuánto diera por retroceder el tiempo y no dejarlo marcharse nunca, apretó sus labios para no sollozar, al recordar las palabras que se dijeron en aquella ocasión.

«Prométeme que te cuidarás y que regresarás temprano» «Se lo prometo, madre… Nos vemos más tarde» Su hijo había tardado cuatro años en regresar, pero lo había hecho, estaba allí y ella podía sentirlo a pesar de que no lo veía, por alguna razón, él no había bajado del auto todavía, y Amelia comenzó a temer que tal vez le estuviese pasando algo, pues Clive les advirtió de los episodios que estaba teniendo con relación a sus recuerdos. Quiso correr hasta él y abrazarlo para hacerlo sentir seguro, darle todos esos besos que se habían quedado suspendidos dentro de su ser, entregarle ese amor de madre que era incondicional e inagotable, aferrarse a él con tanta fuerza que ni siquiera Dios pudiera separarlos de nuevo. Lo vio bajar al fin y un gran suspiro de alivio escapó de su pecho; sin embargo, la ansiedad y la desesperación se intensificaron porque solo consiguió mirar su perfil unos segundos, ya que él se volvió para ayudar a Victoria a salir del auto. Amelia se adelantó como llevada por una fuerza mayor y al fin podía ver una vez más el rostro de su hijo. —¡Bienvenidos! —expresó Benjen con un tono más grave, debido a la fuerte marea de sentimientos que lo azotaban al ver a su hijo. Al igual que Amelia, también quería llegar hasta él para abrazarlo y agradecerle a Dios por haberlo regresado con ellos. No obstante, tuvo que luchar contra ese deseo e intentar actuar de manera normal, pues si él se dejaba llevar por sus emociones, sabía que Amelia y Dominique también lo harían, eso lo complicaría todo. —Muchas gracias a ustedes por la invitación —dijo Brandon acercándose junto a su novia a la escalinata, donde los esperaban los esposos y la hija mayor de Benjen Danchester. —Encantada de verlos nuevamente, señor y señora Danchester. Tienen una casa maravillosa. —Fransheska los saludó con una gran sonrisa, mientras les extendía la mano. —Sea bienvenida, señorita Di Carlo —mencionó Benjen con una sonrisa, siendo más dueño de la situación. —Muchas gracias, querida, también me hace feliz que estés aquí… Y creo que por fin conoceremos a tu hermano —comentó Amelia, intentando disimular su interés, pero le era muy difícil. —Sí, así es… por fin podrán conocerlo —respondió y se volvió para mirarlo con una sonrisa, pero el gesto se congeló al ver el semblante perturbado de su hermano; de inmediato pensó que estaba teniendo uno de esos extraños episodios de los que poco le hablaba. Fabrizio parecía estar sembrado en ese lugar, ni siquiera podía dar un paso para acercarse a esas personas, aunque todo dentro de él clamaba por hacerlo, algo más poderoso y que no podía controlar lo hacía mantenerse lejos. Su respiración comenzaba a agitarse y el temblor en su cuerpo se hacía cada vez más intenso, haciéndole difícil su deseo de ocultarlo, sintió cómo Victoria le acariciaba la mano. —¿Amor? ¿Seguro estás bien? —inquirió con preocupación. —Creo que… el viaje me descompensó un poco —murmuró algo que esperaba fuese suficiente para que le creyese—. Pero no te angusties, ya se me pasará —añadió al ver que se alarmaba. —Entonces será mejor que entremos y así te sientas. —No… no, espera un momento, el aire fresco me hará bien —rogó, sosteniéndola del brazo para evitar que se alejara. Dominique estaba luchando por controlar sus emociones, pero recordar lo que Terrence había hecho por ella, hizo que le fuese imposible permanecer inmóvil y comenzó a caminar hacia él. En ese instante sus miradas se encontraron y fue como si pudieran reconocerse sin necesidad de

palabras, él le sonrió y eso la llenó de confianza por lo que corrió y lo abrazó, rodeándole con los brazos la cintura. —Gracias —esbozó Dominique y su sonrisa se hizo más amplia. —¿Gracias por qué? —preguntó, sintiéndose algo abrumado por ese gesto, pero también le rodeó los hombros con los brazos. Estaba sorprendido y también animado porque ese abrazo hizo que todo el miedo, la ansiedad y el peso que lo estaba agobiando poco a poco lo abandonasen, fue como si algo en ella lo calmara. Sus músculos que estaban en tensión comenzaron a relajarse y una reconfortante calidez iba colmándolo; dejó ver una sonrisa cuando ella levantó la mirada y vio sus hermosos ojos grises brillantes de emoción. —Por… por lo que hiciste por mí… lo que hizo por mí, señor… Di Carlo —rectificó, porque no podía tratarlo con la misma confianza que a su hermano, pero lo era. Estaba segura de que era Terrence, el color de sus ojos era imposible de olvidar y su formar de mirar era igual a como la recordaba—. Usted me salvó la vida —expresó con emoción y un par de lágrimas se deslizaron por sus sienes. —No debes agradecerme… —Se encorvó para estar a su altura y en un gesto que nació de manera espontánea, le acarició la mejilla—. Simplemente sentí la necesidad de ayudarte, algo dentro de mí gritaba que debía hacerlo —confesó por primera vez lo que realmente lo había llevado actuar como lo hizo. Dominique asintió al tiempo que sonreía y lo abrazó de nuevo en un gesto de agradecimiento, pero también llevada por la emoción de saber que Terrence estaba vivo. Lo había extrañado mucho, al igual que a Ayrton y a Noah, era muy triste perder a todos sus hermanos en tan poco tiempo, aunque Dios le había dado a Evans y Madeleine, daría lo que fuera por tener también a sus otros dos hermanos con ella, que regresaran, así como lo había hecho Terrence. Fransheska no esperaba que su hermano fuese recibido con tanta efusividad, pero al escuchar las palabras de la niña, comprendió lo que la había llevado a actuar así, ella veía a Fabrizio como su salvador. Sabía cómo se sentía ver a su hermano de esa manera, pues también fue su salvador varias veces y era consciente del infinito agradecimiento que se despertaba en el corazón, ante un gesto como el de Fabrizio. Brandon y Victoria miraron la escena conmovidos, pero lograron disimular sus reacciones y más al ver que Fabrizio recibía el gesto con agrado; hasta había cierta ternura en la forma cómo trataba a la pequeña. Amelia aún no lograba conseguir su voz y aprovechó la confusión para limpiar esa lágrima que había rodado por su mejilla, respiró profundamente y tragó para pasar el cúmulo de emociones que le cerraban la garganta, agarró la mano que su esposo le ofrecía para brindarle apoyo y caminó hasta donde los jóvenes se encontraban. —Bienvenido… —Su voz trémula los sacó de esa burbuja donde estaban, y tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no emular la misma actitud de Dominique y darle un abrazo. Se moría de ganas por hacerlo, pero ya lo veía algo perturbado. —Es un placer, señora Danchester. —Se irguió al tiempo que era embargado una vez más por los nervios—. Fabrizio Di Carlo. —Le extendió la mano, mirándola a los ojos. —El placer es mío, señor Di Carlo —contestó con una sonrisa que iluminaba sus ojos cristalizados por las lágrimas. No hubo necesidad de decir nada más porque cuando sus manos se encontraron en el saludo, sintieron una maravillosa sensación de calidez que corrió por sus venas y se concentró en sus pechos, haciendo que las sonrisas afloraran de la manera más natural. Amelia tuvo la misma

sensación de cuando lo vio la primera vez, cuando la partera le puso en los brazos a ese pequeño que desde antes de nacer ya amaba, justo en ese momento sentía que estaba siendo madre de nuevo. «Nunca la olvidé y… durante mucho tiempo guardé la esperanza de que llegara a buscarme» Fabrizio escuchó en pensamientos esas palabras y pudo reconocer su voz, era él quien las decía, el trance solo duró unos segundos, pero lo perturbó mucho. Su mirada se encontró con la azul de la bella dama frente a él y pudo notar que tenía un brillo especial, sus ojos estaban húmedos como si estuviese conteniendo las lágrimas. Sin embargo, no vio en ellos tristeza sino una gran alegría, y la sonrisa que dejaba ver se lo confirmaba, era tan hermosa como un ángel o una princesa de algún lugar lejano; de pronto se percató de que sus manos aún estaban unidas, así que reaccionó enseguida y la soltó con delicadeza. —¡Señor Danchester, Amelia, que alegría verlos de nuevo! — esbozó Victoria para atraer su atención, ambos estaban tan absortos en Fabrizio, que harían que él terminara sospechando. —Bienvenidos —expresó Benjen, enfocándose en ella para poder controlar sus emociones, porque entre más veía a su hijo, más conmocionado se sentía. —También es grato para nosotros verte hija —La saludó Amelia. —Señor Di Carlo, encantado de conocerlo al fin —mencionó Benjen captando la atención de su hijo, que parecía haber quedado algo conmovido por el encuentro con Amelia. —Es un placer, señor Danchester —dijo ofreciéndole su mano. Sin embargo, solo en ese momento descubrió que algo en él le resultaba bastante familiar, y la sensación que le provocó su tacto fue extraña, pues por una parte deseaba soltarle la mano. Y, por otro lado, también quería prolongar ese momento porque el toque cálido del duque le daba cierto sentido de seguridad, era una sensación muy parecida a la que percibía cuando estaba cerca de su padre. —También quisiera agradecerle lo que hizo por mi hermosa Dominique, nunca tendré cómo pagarle que le salvara la vida, arriesgando la suya. Fue usted muy valiente —expresó mirándolo a los ojos, y se aventuró a posar su otra mano sobre las que ya estaban unidas, para darle un apretón más sincero y agradecido. —Ni usted ni su hija están en deuda conmigo, solo hice lo que me dictó mi conciencia… Además, gracias a usted pude regresar a mi familia, así que estamos a mano —respondió con algo de seriedad. —Bueno, como vimos, el señor Di Carlo ya conoce a mi hija, pero se las presento de manera oficial —comentó Benjen sonriéndole. —Mucho gusto, Dominique Danchester Clydesdale. —Encantada, señorita Danchester, Fransheska Di Carlo — contestó, sintiendo de inmediato una gran empatía hacia ella. —Fabrizio Di Carlo —se presentó ofreciéndole la mano—. Es un placer verla de nuevo y saber que está bien —agregó con una sonrisa y ese cambio de humor desconcertó a los presentes. —Me alegra mucho conocerla, señorita Danchester —mencionó Brandon, ofreciéndole su mano con una sonrisa. —Es un placer, señor Anderson —respondió con el mismo gesto. —También estoy feliz de conocerte, pero… ¿Te parece si te llamo Dominique? —preguntó Victoria mirándola y notó que ella dudaba un poco—. Cuando tenía tu edad, me sentía extraña al escuchar a las personas todo el tiempo decirme señorita Anderson. —A mí me pasaba igual —indicó Fransheska para brindarle más confianza a la niña—. Me

sentía como de veinte años. —Yo… —Dominique miró a su padre, sabía que ella debía seguir cierto protocolo al ser una condesa. Lo vio asentir otorgándole su aprobación y eso la hizo sonreír—. Claro, me encantaría —dijo mirando a la linda novia de su hermano. —Perfecto, entonces a partir de este momento seremos Victoria, Fransheska, Brandon… y Fabrizio —anunció mirándolos a cada uno y los iba nombrando a medida que asentían. —Y nosotros también dejaremos de lado el trato de apellidos, desde ahora seremos Amelia y Benjen —indicó ella, pero al ver que ellos no se veían tan convencidos, agregó algo más—. Está bien, señor y señora, pero nada de llamarnos por los apellidos, nos trataremos como amigos. —Apoyo la idea de mi esposa —comentó Benjen sonriendo, después les hizo un ademán—. Por favor, pasen adelante y siéntanse como en su casa —añadió enfocando la mirada en su hijo. Fabrizio una vez más se quedaba prendado de la imagen de Amelia, apenas podía ocultar la admiración que despertó la mujer en su interior; era como si esa aura tan encantadora que poseía y que les dedicaba a todos, para él fuese mucho más especial. Se volvió hacia Victoria para aligerar esa sensación que llenaba su pecho y no lograba definir; su novia le dedicó una sonrisa y se acercó hasta él dándole un suave beso. Entraron al gran salón con techo abovedado, que tenía como atractivo principal una enorme lámpara de cristal, a Fransheska le pareció una verdadera obra de arte. Las paredes estaban pintadas de un suave tono crema que junto al piso de mármol Tasos, le aportaban mucha claridad al espacio. Sin embargo, lo que más resaltaba en el salón eran los dos balaustres de estilo corintio en mármol verde, que adornaban la parte superior y que seguían la línea de la escalera doble que llevaba al segundo piso. Fabrizio de inmediato se sintió atraído por ese tono, tal vez porque les recordaba a los ojos de su novia, debía admitir que los Danchester tenían buen gusto, la decoración y la arquitectura eran muy elegantes. —El viaje hasta aquí es bastante largo, así que, si desean estirar un poco las piernas, podemos dar un paseo para que conozcan parte de la propiedad, hoy el día no está tan frío así que podemos disfrutar del jardín que es realmente hermoso —sugirió Amelia con una sonrisa, intentando mantener un comportamiento casual. —Yo estaría encantada de verlo, señora Danchester… quiero decir, señora Amelia — respondió Fransheska con entusiasmo, ya que eran los lugares que más le atraían cuando visitaba una casa. —También me gustaría dar un paseo —comentó Victoria y se acercó a su novio—. ¿Qué dices, amor? Seguro te hará bien respirar algo de aire fresco y caminar —susurró, mirándolo a los ojos. —Sí, es probable que me venga bien —admitió y le sonrió. Él se sentía un tanto extraño al ver que el ama de llaves lo miraba con mucha insistencia, como si lo conociese de otra parte y esperaba que él le dijera algo. Solo pudo asentir con su cabeza a modo de saludo, pues la mirada de esa mujer le provocaba esa misma sensación que tuvo cuando conoció a los familiares de Victoria. —Bien, vayamos al jardín. —Benjen también notó la mirada de Carol y le hizo una señal con disimulo, aunque no podía culpar a la mujer, porque él mismo se sentía abrumando por todo eso. —Mi casa me encantaba, pero no era lo suficientemente grande para albergarnos a todos, así que Benjen le pidió a Octavio que buscara una más grande. Vimos varias, pero al llegar hasta aquí quedé enamorada del jardín, que es realmente hermoso y extenso, la casa es acogedora y de inmediato me imaginé a toda mi familia aquí reunida —relató Amelia, dedicándole una mirada a su hijo y sujetó la mano de su esposo, otorgándole una sonrisa que no necesitaba de palabras para

expresar lo que sentía en ese momento. Fabrizio estaba algo distraído contemplado el lugar, pero en cuanto escuchó el nombre que mencionó la duquesa, un recuerdo llegó hasta él y de inmediato enfocó su mirada en ella. Había pasado semanas intentando averiguar quién era ese hombre llamado «Octavio» que en algún momento estuvo relacionado con él, pero nunca logró hallarlo; negó con la cabeza para alejar la tonta idea de que pudiera tratarse de quien acababan de nombrar, pues eso no tenía sentido; además, existían seguramente miles de personas llamadas igual en el mundo. —Cuando decidimos venir a América lo hicimos buscando tranquilidad y libertad, queríamos sentirnos como personas comunes, sin tener que andar cuidando cada aspecto de nuestras vidas como nos vemos obligados hacer en Europa. Al principio, la prensa nos agobió un poco, pero después de enviarles un comunicado nos dieron ese espacio que le pedíamos —expresó Benjen, su mirada se paseaba por los presentes, sin evitar posarla en su hijo con frecuencia. Después de un rato maravillándose con las bellas construcciones que adornaban el jardín, decidieron regresa a la casa para que sus invitados pudieran descansar antes del almuerzo. Carol les indicó a dos empleadas que los llevaran a las habitaciones que habían preparado, y se despidieron por el momento; las miradas de los Danchester y del ama de llaves, siguieron a Terrence hasta que desapareció en el pasillo. —No me quedan dudas, es él… es nuestro hijo —susurró Amelia emocionada, aunque una sombra de tristeza cubrió su mirada, pues esperaba que ese encuentro lo hiciera recordar. —Sí, es él… lo supe en cuanto lo vi. —Benjen también sonrió. —Pero no nos reconoce —comentó Dominique con desgano. —Ya lo hará, solo debemos hacer lo que el doctor Rutherford nos dijo, no estén tristes mis amores —expresó Benjen y las rodeó con sus brazos para cobijarlas, besándoles las frentes con ternura. Amelia y Dominique asintieron y suspiraron para contener las ganas de llorar, sabían que debían darle tiempo y estaban dispuestas hacerlo. Solo esperaban que ese proceso no tardara mucho, porque estaban ansiosas por abrazarlo y tratarlo de manera más cercana, demostrarle todo ese amor que nunca había dejado de sentir por él. Estaban en la hora pico, y Fabrizio iba de un lugar a otro en la cocina de Camponeschi para sacar los pedidos, muchas veces debía trabajar con tres platos al mismo tiempo para poder seguir el ritmo al chef, que gracias a su experiencia preparaba todo con una rapidez y una precisión sorprendente mientras dejaba al aire alguna anécdota que lograba arrancarles carcajadas a todos. —Chef, al salón privado. —Se escuchó la voz entrando a la cocina, Dimitri movió el brazo en un gesto de fastidio. —Por qué demonios no pueden comer y ya, no son mi madre para decirme si lo hice bien o mal ¡Por Dios, llevo veinte años en esto!… Fabrizio encárgate tú —acotó, moviéndose con rapidez a otro plato—. Solo asiente y explica lo que lleva el plato… Es lo que todos desean saber para ir por allí presumiendo. —Como usted ordene, chef —dijo con una gran sonrisa. Se quitó el delantal y se aseguró de que el uniforme estuviese impecable, lavó sus manos y las secó, para luego salir con paso seguro al área de las mesas. Antes de llegar al salón privado, fue abordado por varios clientes quienes lo felicitaban por su labor y él solo agradecía, asintiendo y mostrando media sonrisa. Leonard lo esperaba junto a la mampara que dividía los espacios privados del resto del restaurante, vio que en la mesa estaban dos hombres y una mujer, a uno podía verle el perfil

mientras que el otro se encontraba de espalda, ella le dedicó una sonrisa al verlo llegar. Fabrizio caminó con las manos cruzadas en su espalda, bordeando la mesa para quedar frente a todos, al percatarse de quien era el segundo hombre, su boca inmediatamente se secó porque no podía creer a quien estaban viendo. Trató de mantener el autocontrol y que una sonrisa más amplia de lo normal no se instalara en su rostro, realizó la reverencia correspondiente, sin desviar la mirada de uno de los hombres que más ha admirado en su vida, ya que estaba seguro de que a quien tenía frente a sus ojos, era Casimiro Aín. —Buenas noches —saludó Casimiro en francés, con una sonrisa. —Buenas noches, dama, caballeros —pronunció y le dio gracias a su voz que sonó normal, pues el acento del hombre era inconfundible y le quitó todas las dudas, era uno de sus grandes ídolos. —Déjeme felicitarlo, chef —indicó mirándolo y le extrañó que fuese tan joven—. La cena estaba exquisita. —Gracias, señor Aín. La hemos preparado especialmente para usted y sus acompañantes — mintió, pues no sabía que se trataba de él, pero quería hacerlo sentir especial. —Es usted un excelente chef, y tenga por seguro que regresaré aquí después del Campeonato Mundial de Danzas Modernas. —¿Estará en un campeonato? —preguntó Fabrizio sin poder evitarlo, sintiéndose deseoso de asistir, aunque sabía que sería difícil. —Sí, chef… ¿No me diga que no está enterado Campeonato Mundial de Danzas Modernas? — inquirió con esa alegría que lo caracterizaba, notando el interés del hombre. —La verdad es que no, señor… no he tenido el tiempo suficiente para informarme acerca del mundo del espectáculo, seguro lo ganará, ya que usted es un gran exponente del baile, no he visto a otro hacerlo de mejor manera —respondió sin poder disimular su admiración. —Espero que el jurado piense lo mismo —acotó riendo—. Aunque será difícil porque estarán presentes otros más reconocidos y con más trayectoria, pero estoy aquí para disfrutar de lo que más amo que es bailar y el premio solo sería ganancia. —Pues, seguro que sorprenderá a muchos. —Gracias, Chef… —calló esperando que él le dijera su apellido, al tiempo que se acomodaba en la silla. —Di Carlo… Fabrizio Di Carlo —respondió sonriendo. —Está muy enterado acerca del mundo del tango, chef Di Carlo. ¿Le gusta el baile? —Sacó un cigarrillo de su lujoso estuche de plata y su asistente le ofreció fuego enseguida. —Mi hermana adora bailar, y yo siempre la acompañaba, pero debo admitir que eso fue durante la adolescencia. Tengo más de seis años sin darme mucho por enterado —expresó algo apenado. —Creo que ya no quedan entradas, pero por suerte a nosotros nos dieron unas de cortesía para los amigos, solo que los míos están muy lejos. —Le hizo una seña a su asistente y él se sacó del bolsillo dos boletos para entregárselos—. Así que, si no tiene otro compromiso, me gustaría contar con su presencia el próximo sábado —dijo al tiempo que le hacía entrega de las dos elegantes invitaciones. Fabrizio no podía creerlo, uno de sus mayores sueños podía hacerse realidad, asistir a un Campeonato Mundial de Danzas Modernas, era maravilloso, pero sobre todo ver bailar a su más grande ídolo. Sus ojos se paseaban por los boletos color ocre con letras bordadas en color dorado, las cuales mostraban pase especial, mesas exclusivas, sin duda alguna, eran los lugares de mayor privilegio dentro del campeonato para los espectadores, justo detrás de jurado.

—Gracias, señor Aín… por supuesto que estaré presente. —Entonces no le quito más tiempo, sé que tiene otros clientes que atender y seguro estarán esperando por sus excelentes platos, espero poder regresar y que sea para celebrar… ya que llevo más de diez años tras el título —comentó con tono esperanzado. —Estoy seguro de que esta vez lo obtendrá… de nuevo, muchas gracias —acotó haciendo una reverencia. Casimiro extendió la mano para darle un cálido apretón, al que Fabrizio correspondió con entusiasmo, se despidió amablemente de la señorita y también del asistente del bailarín. Se dirigió nuevamente a la cocina sin aún creer que llevaba consigo dos entradas, pero al ver a Dimitri, supo que lo más idóneo era entregárselas a él. Se las extendió, pero Dimitri apenas si les echó un vistazo y luego se las regresó, alegando que no le gustaba el baile y que prefería el polo, que, si lograba encontrar entradas para el campeonato mundial, las recibiría encantado y que, si el próximo cliente en el privado era Gastón Laulhé, que se diese media vuelta y llamara al chef.

Capítulo 2 Los Danchester se reunieron una vez más con sus invitados para compartir el almuerzo, Amelia le había pedido a Lorenza que hiciera los platillos favoritos de Terrence, deseaba que su hijo tuviese todo aquello de lo que disfrutó cuando vivió en su verdadero hogar. Se sentaron a la mesa, ocupando Benjen y ella las cabeceras, Dominique cerca de ellos y ambas parejas quedaron una al lado de la otra; de esa manera comenzaron a disfrutar del festín italiano que les había preparado la cocinera. —Espero que les guste la comida, Lorenza se esmeró al enterarse que eran italianos, ella es de Sicilia y heredó las habilidades de su abuela para la cocina —comentó Amelia con una gran sonrisa, al ver que la mirada de su hijo se iluminaba cuando le sirvieron. —Muchas gracias por el detalle, señora Amelia —dijo Fransheska. —Nuestra cocinera es escocesa, así que no podemos rivalizar —bromeó Brandon, mirando la exquisita lasaña. —Ahora que lo mencionas, cuñado, tengo que confesar que disfruto mucho de la comida de Joanna, pero ya extrañaba un plato de buena pasta. Por favor, felicite a la señora Lorenza de mi parte, señora Amelia —pronunció Fabrizio, siendo completamente sincero. —Con gusto lo haré —respondió sonriéndole con emoción. —Yo tendré que pedirle la receta de esta lasaña a la señora Lorenza, así podré prepararla para ti cuando se te antoje —indicó Victoria al ver a su novio tan fascinado con la comida. —Creo que tendré que hacer lo mismo —acotó Brandon y su comentario provocó las risas de todos. Minutos después terminaban la comida y Amelia sugirió pasar al salón de té para disfrutar del delicioso tiramisú, mientras charlaban. Los temas de conversación fueron los que se tratan habitualmente en ese tipo de reuniones, aunque se enfocaron más en la política, ya que era un tema que suscitaba muchas opiniones. Tanto en hombres como en mujeres, ya que ellas podían hablar con mayor libertad, sobre todo después de que, en mil novecientos veinte, se aprobara la décimo quinta enmienda que les permitía votar, muchas también se habían animado para emprender carreras dentro de la política. La economía también fue uno de los temas relevantes, porque a pesar de que la gran guerra había terminado hacía cuatro años, los países que formaron parte del conflicto seguían padeciendo los estragos. Muchas empresas no habían conseguido recuperarse de ese periodo de inestabilidad, y todo indicaba que el mundo sufriría una gran recesión; lo que, por supuesto preocupaba mucho a Brandon, porque al ser banquero le tocaría la labor que más odiaba: recurrir al embargo de muchas propiedades. —Al parecer, estos no son temas de su interés, Fabrizio, disculpe si lo estamos aburriendo — comentó Benjen al notar su silencio. —No debe disculparse, señor… Benjen. —Le costaba un poco llamarlo por su nombre—. Ciertamente no son temas que me interesen mucho; sin embargo, estoy al tanto de todos ellos porque el conocimiento es poder —añadió de manera casual. —Opino lo mismo, entre más enterado estemos de lo que nos rodea, más fácil lo

comprenderemos y mejores decisiones tomaremos, eso fue algo que me enseñaron mi administrador Robert y mi tío Stephen —comentó Brandon sonriéndole a Victoria. —Es la mentalidad de un estratega, supongo que usted lo aprendió durante la guerra, estudiar el terreno y evaluar las ventajas o desventajas frente al enemigo —pronunció Benjen en tono casual, deseaba ver las reacciones que tendría su hijo ante la mención de algo que no había vivido, pero que Luciano Di Carlo le hizo creer que sí. —La verdad es que lo aprendí de mi padre —respondió mirándolo a los ojos—. La guerra no me dejó nada; por el contrario, me quitó mucho —agregó y desvió su mirada, tensándose. —Es algo de lo que no nos gusta hablar —dijo Fransheska. —Tiene toda la razón, mejor cambiemos de tema —sugirió Amelia con una sonrisa, mientras le dedicaba una mirada a su esposo, haciéndole ver que comprendía lo que quiso hacer, pero que era mejor ir despacio como les había recomendado, Clive—. Supongo que, viviendo en Italia, habrán ido a muchas óperas —comentó de manera casual, buscando otro modo de acercar a Terrence a su pasado, pero sin que se sintiera presionado. —Sí, por supuesto, en nuestra familia nos encanta el teatro… yo adoro bailar y antes de viajar estuve dándole clases a un grupo de niñas en Florencia —respondió Fransheska con algo de nostalgia. —Puedo dar fe de que mi prometida tiene mucho talento para la danza —mencionó Brandon mirándola, extendió su mano para pedirle la suya y darle un beso—. Y casualmente, fue en la última presentación del señor Enrico Caruso en Venecia, donde nos encontramos con sus padres y ellos nos invitaron al día siguiente a su casa para un almuerzo. —¡Qué hermosa casualidad! Conseguirse en uno de los lugares más románticos de Europa y precisamente en una ópera —comentó Amelia mirando a Victoria, quien le desvió la mirada y se sonrojó—. Enrico fue un gran amigo y compañero, es una pena que lo hayamos perdido siendo tan joven —expresó con algo de tristeza. —Nosotros pudimos hablar con él esa noche luego de su presentación en La Fenice — mencionó Victoria con nostalgia. —Lamentablemente, no pude verlo después de que dejara Nueva York, cuando recibí un telegrama de su esposa viajé a Nápoles en cuanto pude, pero al llegar ya había muerto — pronunció y su mirada se cristalizó, al imaginar cuán feliz hubiera sido su amigo al enterarse que Terrence no había muerto en aquel accidente de auto. —Yo estuve en su sepelio —habló Fabrizio sorprendiéndolos, incluso a su hermana, vio que todos lo miraban como a la espera de que dijera algo más—. Estaba cerrando un negocio en Nápoles y leí la noticia en la prensa, admiraba mucho al tenor y al enterarme que la ceremonia sería pública, quise ir a despedirlo… La escuché cantarle ‘O sole mio —dijo mirándola con una admiración que lo desbordaba. —Era su canción favorita… siempre llegaba cantándola y nos alegra el día a todos —expresó con una gran sonrisa. Benjen comenzó a tararear la melodía para animar a su esposa a cantarla, algo le decía que esa estrategia que ni siquiera habían planeado, podía dar algún buen resultado porque era evidente que la pasión por el canto, todavía latía dentro de Terrence y probablemente si la escuchaba cantar, tendría algún recuerdo de su época en el teatro. Amelia lo miró y comprendió lo que pedía, así que le sonrió y agarró la copa de agua que tenía cerca, le dio un trago y se aclaró la garganta, mientras era consciente de las miradas expectantes de sus invitados. —Che bella cosa na jurnata ‘e sole… N’aria serena doppo na tempesta… Pe’ ll’aria fresca pare gia’ na festa. Che bella cosa na jurnata ‘e sole… Ma n’atu sole… Cchiu’ bello, oi ne’… ‘O

sole mio sta ‘nfronte a te… ‘O sole, ‘o sole mio. Sta ‘nfronte a te… Sta ‘nfronte a te. La poderosa voz de Amelia se escuchó en el salón, pues a pesar de tener mucho tiempo sin subir a un escenario, su talento permanecía intacto y hacía vibrar los corazones de los presentes. Sobre todo, el de Fabrizio, quien una vez más se vio tentando a acompañarla, pero ese miedo escénico que se apoderaba de él, se lo impedía. —Quanno fa notte e ‘o sole se ne scenne, me vene quase ‘na malincunia… Sotto ‘a fenesta toia restarria. Quanno fa notte e ‘o sole se ne scenne… Ma n’atu sole. Cchiu’ bello, oi ne’… ‘O sole mio, sta ‘nfronte a te… ‘O sole, ‘o sole mio…[1] El canto cesó dejando detrás una estela mágica que permaneció unos segundos, hasta que un vigoroso aplauso se dejó escuchar en el salón. Amelia les dedicó una encantadora sonrisa para agradecerle por la ovación que le hacían, aunque en especial a su hijo, quien le dedicaba esa misma mirada que le dio la primera vez que la escuchó cantar, sin poder evitarlo, las lágrimas cristalizaron sus ojos, tuvo que suspirar para contenerse y no ponerse de pie para abrazarlo. —¡Extraordinario! —mencionó Fransheska con emoción—. Ya la había escuchado cantar en la radio, pero hacerlo en vivo es un verdadero privilegio, señora Amelia. —Muchas gracias, querida…, aunque tengo mucho tiempo sin practicar, ahora solo canto para dormir a mis bebés. —O para mí —comentó Benjen, agarrándole la mano para darle un beso cargado de amor y admiración. —Su talento sigue siendo igual de maravilloso —expresó Victoria, sintiendo mucha melancolía del tiempo cuando la vio actuar junto a Terrence, los dos sobre el escenario eran extraordinarios. —Concuerdo con mi prima, el tiempo lejos de los escenarios no ha hecho mella en su voz — pronunció Brandon. —Gracias por sus comentarios, la verdad es que el canto es una pasión para mí, y espero contar con la dicha de tener este don que Dios me dio para siempre —respondió sonriendo y miró a su hijo, quien parecía estar sumido en sus pensamientos todavía. —Si los ángeles tuvieran voz, de seguro que sería igual a la suya… Esa mezcla de calidez, pasión, dulzura y fuerza que desborda es tal, que puedo asegurar que no existe un corazón que no se sienta conmovido al escucharla —expresó Fabrizio sin cohibirse en sus halagos, porque todos nacían de su corazón—. Es usted maravillosa, señora Amelia. —¡Por Dios, querido! Harás que me sonroje como una chiquilla —exteriorizó entre risas, con la mirada brillante y las mejillas arreboladas por el orgullo que sentía al escucharlo. —Y hará que yo me ponga celoso, Fabrizio —bromeó Benjen mirándolo, sin poder esconder su felicidad al ver la admiración que él mostraba por su madre—. Si no fuese porque sé que está enamorado de Victoria, diría que es uno de esos hombres que viven embelesados con mi esposa —añadió, dedicándole un guiño a Amelia. Esta vez fue el turno de Fabrizio para sonrojarse y sentirse como un chiquillo enamorado, bajó el rostro apenado al notar en las miradas de los demás que al parecer había sido demasiado efusivo en sus comentarios. Sintió a su novia acercarse y darle un beso en la mejilla, dedicándole después una sonrisa divertida y una mirada brillante, a la que él respondió con algo de timidez y entrelazó sus dedos para darle un beso en la mano. —Benjen, qué malvado eres —Le reprochó Amelia, aunque en el fondo estaba feliz de que tratara a Terrence con tanta confianza, así era como quería verlos compartir siempre—. Señor Fabrizio no le haga caso a mi esposo, no lo dice en serio…, aunque lo de mis muchos admiradores sí es cierto; sin embargo, él sabe que mi alma y mi corazón son solo suyos —añadió mirándolo a

los ojos y se acercó para darle un suave beso en los labios, quería que su hijo viera cuán felices eran ahora. Para Fransheska ese fue un gesto muy romántico, le encantaba ver la complicidad de pareja que tenían los duques; por su parte, Brandon y Victoria también estaban felices al verlos tan enamorados. Desde que los conocieron fueron conscientes de que el amor entre ellos siempre estuvo presente, a pesar de todas las circunstancias que los separaron. Fabrizio tuvo sentimientos encontrados, por un lado, le gustaba ver a la cantante irradiar felicidad, pero por el otro, había algo en el duque que no terminaba de agradarle, era como si él no la mereciera. A decir verdad, ni siquiera sabía por qué pensaba eso ya que no conocía su historia, pero sentía que ella era demasiado encantadora para él; de pronto cayó en la cuenta de lo absurdo de los pensamientos, así que negó con la cabeza para alejar ese sentimiento tan parecido a los celos. —Buenas tardes, sus excelencias, damas, caballeros —saludaron dos mujeres entrando al salón, que traían un par de carriolas blancas. —Mis bebés —pronunció Amelia con emoción y se puso de pie. —Se despertaron hace un rato, ya les dimos sus biberones, pero reclamaban la atención de sus padres —comentó Emily sonriendo. —Apuesto a que Evans es el más exigente —dijo Benjen con una gran sonrisa, mientras se ponía de pie. —Ya conoce a su hijo, su excelencia, es todo un Danchester —comentó Mary mientras lo ayudaba a sacarlo de la carriola. —Sí, aunque también tiene mucho Gavazzeni —dijo riendo al ver cómo su esposa se acercaba y le daba un beso en la mejilla a su hijo. —Entonces, tiene a quien salir —comentó Dominique, quien también se había puesto de pie para ver a sus hermanos. —Les presentamos a los nuevos miembros de la familia —anunció Amelia y se acercó hasta sus invitados con la pequeña en brazos. —Ellos son Evans y Madeleine Danchester Gavazzeni —Los presentó Benjen con gran orgullo y emoción. —¡Qué preciosos son! —expresó Victoria poniéndose de pie para verlos mejor—. Parecen un par de querubines —Les sonrió. —Son bellísimos… —Fransheska también se levantó. —Evans me recuerda mucho a Terry cuando nació —comentó Amelia y desvió la mirada a su hijo mayor, quien se veía algo tenso, sonrió al imaginar que a lo mejor estaba celoso—. ¿Quieres cargarlo? —Por supuesto —respondió Victoria y lo tomó en brazos. —¿Fransheska, deseas cargar a esta bella niña? —preguntó Benjen, notando el embeleso con que la miraba. —Me encantaría —dijo extendió sus brazos para recibirla. —Sus hijos son muy hermosos —comentó Brandon y se quedó prendado de la imagen de su novia cargando a la pequeñita—. Tú también te ves muy hermosa con ella en brazos. —Creo que alguien va a querer ser padre muy pronto —dijo Amelia sonriendo, pues esa mirada de Brandon lo delataba. Él sonrió al verse descubierto, antes de Fransheska no se había imaginado con hijos, pensaba que en un futuro los tendrían, pero ahora con ella quería que ese futuro fuese inmediato. Se acercó para darle un beso en la mejilla y la ayudó a ocupar su silla de nuevo, también vio a su prima que

tenía a Evans en sus brazos y lo miraba como si fuese un milagro, aunque también con algo de nostalgia. —Vicky también se ve muy bien con un bebé en brazos, ¿no te parece, Fabrizio? —preguntó, notando que su cuñado se había quedado en silencio, pero miraba a los niños con mucha curiosidad. —Sí… se ve bellísima —respondió sonriendo, desvió la mirada a los esposos y notó que lo veían con mucho interés—. Felicitaciones por sus hijos, son hermosos —comentó siendo sincero con respecto a los niños, como había dicho Victoria, parecían unos querubines. Sin embargo, dentro de él volvía a surgir esa sensación que no lograba explicarse porque desde donde la analizara, era completamente absurda. Era como si sintiera una mezcla de envidia por todo lo que ellos poseían, y también un resentimiento que no sabía de dónde le nacía, tal como le había dicho su novia, eran personas amables y se habían mostrado especialmente gentiles con él. —Muchas gracias, Fabrizio… —expresó Amelia mirándolo con emoción, debido a que esos pequeñines eran sus hermanos—. La verdad, fue una gran sorpresa enterarme que estaba embarazada porque no me lo esperaba. Las mujeres con el tiempo dejamos de ser fértiles y pensé que a mi edad no sería tan fácil concebir. Incluso, recuerdo una ocasión cuando le entregué a Terrence un anillo que me había heredado mi madre, él dijo que debía guardarlo en caso de que tuviese una niña, pero le respondí que eso era una locura —comentó de manera casual, aunque estaba atenta a las reacciones de su hijo. Victoria supo de inmediato a qué anillo se refería Amelia, era el que le había dado Terrence de compromiso y que ella le había regresado cuando terminaron. Recordar eso hizo que un sollozo se le atravesara en la garganta, pero apretó muy fuerte sus labios para evitar que escapara y que Fabrizio la escuchara; con disimulo limpió la lágrima que rodó por su mejilla y miró a su suegra para pedirle que no dijera nada más, o acabaría allí llorando delante de todos. Fabrizio se tensó al escuchar el comentario de la duquesa, no tenía que ser adivino para saber que hablaba del anillo que su hijo le dio a Victoria cuando le pidió matrimonio. Y como si hiciera falta algo que se lo confirmara, miró de soslayo a su novia y pudo ver que intentaba encubrir su tristeza, seguramente recordó el momento en el que su difunto prometido le entregó ese anillo. Suspiró con disimulo para aligerar la incomodidad que le provocó enterarse de eso, sabía que terminaría arrepintiéndose de haber ido a esa casa. Sobre todo, porque acababa de darse cuenta de que lo que le dijo Lambert era cierto; al parecer, Terrence Danchester era perfecto en todo, un cantante talentoso, buen amigo e hijo, y también un novio muy dedicado. —Bueno, sus palabras fueron proféticas —señaló Brandon con una sonrisa y miró a su cuñado, que se veía algo tenso. —Ese anillo debe ser para Madeleine, sé que… Terry estaría feliz de que ella lo tuviera — expresó Victoria, olvidando por un instante que su actual novio estaba presente. —Estoy de acuerdo con ello —dijo Fabrizio y todos enfocaron sus miradas en él—. Dele ese anillo a su hija, señora Amelia, porque Victoria tendrá el que le daré cuando nos comprometamos —sentenció mirándola a los ojos con una actitud algo altanera. Luego extendió su mano para tomar la de Victoria y entrelazar sus dedos, dejando claro que ella ahora era su novia y que podía rehacer su vida, no tenía por qué quedarse sola para honrar la memoria de Terrence Danchester; por muy bueno que haya sido. Su mirada se cruzó con la de su hermana y vio que ella le sonreía apoyándolo; sin embargo, el silencio que se hizo en el salón tras su declaración, comenzó a tornarse incómodo y lo llevó a cuestionarse si su comentario y su actitud habían sido muy inmaduras.

—Estoy seguro que le dará uno digno de ella, Fabrizio —comentó Benjen para romper el pesado silencio, mientras miraba a su hijo con una sonrisa, descubriendo que esa esencia rebelde aún habitaba en él. Amelia también se dio cuenta de ello y tuvo que luchar contra su deseo de regañarlo como hacía antes, cuando se mostraba tan rebelde y orgulloso. Sin embargo, también se sintió feliz al ver que su hijo seguía siendo el mismo chico, aunque él no recordara su pasado por ese bloqueo que sufría, su personalidad no había cambiado. —Sí, le dará un anillo hermoso, pero lo más importante será que a ella le encantará — mencionó Amelia con una gran sonrisa y miró a Victoria, quien parecía estar debatiéndose una vez más entre esos dos amores de los que le habló cuando se vieron en el hotel. —Hemos tenido una tarde muy agradable, les parece si subimos a descansar un rato y nos vemos para la cena —sugirió Benjen. —Me parece bien —acordó Brandon con una sonrisa, mientras se ponía de pie, sabía que era lo mejor por el momento. —Sí, yo también deseo descansar un poco. —Fransheska se levantó ayudada por su prometido y se acercó a la carriola para dejar a la bebé que ya se había dormido—. Espero jugar contigo más tarde, Madeleine —dijo dándole un beso en la frente y la vio sonrió en medio del sueño. Victoria también se puso de pie, llevando a Evans en brazos y se acercó despacio hacia el coche, antes de acostarlo lo apretó contra su pecho con ternura y respiró su dulce aroma. Su corazón se llenó de añoranza de aquel fin de semana en el que estuvo junto a Terrence y soñaron con tener un hijo, suspiró y al alzar la mirada, vio que su novio la observaba, tuvo que rehuirle la mirada para que no adivinara lo que pasaba por su cabeza en ese instante. —Siéntanse como en casa, pueden pasear por el jardín si gustan, así aprovechan el sol que hoy brilla con fuerza y no hace tanto frío —comentó Amelia, al percibir la tensión entre Victoria y su hijo; sabía que ellos necesitaban de un momento a solas. —Muchas gracias, Amelia —respondió Victoria, comprendiendo que su sugerencia era para que hablara con Fabrizio. Se acercó a su novio y fueron los primeros en salir del salón, él quiso subir las escaleras para ir a encerrarse en la habitación, pero ella lo impidió y caminó hasta el armario donde habían dejado sus abrigos, los sacó y sonriéndole se lo extendió. Lo vio suspirar y recibirlo, se lo puso sin decir una palabra, la miró y ella le sujetó la mano para llevarlo al pasillo que daba hacia el jardín; estuvieron caminando un rato en silencio, mirándose de soslayo de vez en cuando. —¿Estás molesto? —Victoria se animó a preguntarle. —No, ¿por qué debería estarlo? —respondió con la mirada al frente. —¿Seguro? —cuestionó una vez más, porque realmente lo parecía. —Sí… —dijo y pudo ver que ella no le creía—. No estoy molesto, Vicky… solo me sentí un poco incómodo. —Te juro que ellos no lo hicieron a propósito —esbozó y se detuvo delante de él para mirarlo —. No querían hacerte sentir mal. —Lo sé… no te preocupes, todo está bien. —Le acarició la mejilla y le dio un breve beso en los labios—. Y yo te lo daré todo… el anillo y también un bebé —agregó, dejando ver media sonrisa. —¿Un bebé? —inquirió ella parpadeando de manera nerviosa. —Sí, te daré un bebé… o tal vez dos, no… mejor que sean tres. Y también tres niñas — explicó con una sonrisa radiante. —¿Quieres tener seis hijos? —preguntó mucho más nerviosa.

—¡Sí! Quiero tener muchos hijos contigo —contestó con emoción, pero la vio asustarse—. ¿No te gusta la idea? —Sí, claro que me gusta, pero seré yo quien los tenga. —Yo estaré a tu lado en cada uno de sus nacimientos, y podrás apretar mi mano, tirar de mi cabello o incluso golpearme cuando tengas las contracciones —habló con sinceridad, mientras la miraba. —He visto muchos partos, te aseguro que después del tercero, no vas a querer estar cerca de mí —pronunció sonriendo. —¿Acaso tengo cara de cobarde? —cuestionó elevando una ceja. —No la tienes, mi amor…, pero ya veremos cuánto te dura la valentía. —Su sonrisa se volvió una carcajada y le acarició el rostro, se puso de puntilla para besarlo—. Lo quiero todo contigo. Fabrizio se sintió feliz ante esa declaración y le envolvió la cintura con los brazos para elevarla un poco, acercándola a su cuerpo hasta que sus pechos se aprisionaron, la escuchó entregarle un gemido excitante y su mirada se oscureció. Bajó el rostro y la besó con intensidad, sin importarle que estuviera en la casa de sus ex suegros; después de todo, fue idea de ellos invitarlos y si lo que deseaban eran hacerle creer a Victoria que nadie lograría reemplazar a Terrence, se equivocaban, porque él le daría todo lo que ella merecía y más. Amelia y Benjen miraban a la pareja desde detrás de las cortinas de su habitación, parecía como si el tiempo no hubiera pasado para ellos, seguían tan enamorados como años atrás, aún sin saber el pasado que los unía. Victoria parecía tener la certeza de que su novio no era Terrence. Se había dejado convencer por la fachada creada por los Di Carlo, para reemplazar a su verdadero hijo; incluso, podían casi asegurar que Fransheska también creía que él era su hermano, la complicidad que había entre ambos lo dejaba claro. —Todo esto parece un sueño, mi amor —expresó Amelia, acariciando los brazos de su esposo —. Terry está con nosotros, vivo… ¡Vivo!… ¡Dios mío! Tanto tiempo sufriendo en vano, creyéndolo perdido —sollozó, recordando esos días oscuros. —Cada minuto que pasamos con él es como un milagro, Amelia… es nuestro hijo y aunque ahora esté un poco cambiado, sigue siendo ese chico que retaba a todo el mundo con su actitud, luce más centrado; es verdad, pero aún tiene ese lado rebelde y puedo sentir que cada vez se acerca más a nosotros —esbozó con emoción y le besó el cuello. —Yo también lo siento, es como si en el fondo supiera que estamos unidos por la sangre…, a pesar de que sigue teniendo sus reservas, la manera en la que nos mira a veces, me hace sentir como si de un momento a otro pudiera reconocernos. —Está tan encantado contigo que, si no fuese mi hijo, te juro que moriría de los celos cada vez que se te queda mirando, es como si viese en ti a un sueño —comentó volviéndola para mirarla a los ojos y sonrió sintiéndose algo tonto. —A ti también te ve de manera distinta, has logrado ir derrumbando esa barrera que había entre ustedes. Eso me hace tan feliz, Benjen, porque siempre quise que se trataran como padre e hijo —suspiró con nostalgia—. Deseo tanto poder abrazarlo y decirle que somos sus padres, que lo amamos y siempre estaremos a su lado. —Tenía la mirada brillante por las lágrimas. —Ya llegará el momento, Amelia, y algo me dice que será antes de lo que pensamos. Nuestro hijo nunca se ha dejado vencer y estoy seguro de que luchará hasta recuperar su pasado y encontrarse consigo mismo, lo que también implica encontrarnos a nosotros. —Lo sé… pero es tan difícil esperar… Ya quiero verlo haciendo realidad todos sus sueños, casado con Victoria y formando una familia junto a ella, eso sería tan maravilloso —pronunció

con emoción, mirando a su esposo—. Creo que sería la abuela más feliz de este mundo cuando vea a nuestro hijo con un bebé suyo en brazos, y que sea precisamente de la única mujer que ha amado en su vida. Es increíble como el destino mueve sus fichas. —Así como lo hizo con nosotros —acotó sonriendo. Ella asintió mostrándose de acuerdo y lo besó con un entusiasmo al que Benjen respondió pegándola a su cuerpo, para poder disfrutar de ella mucho más, pues la felicidad que sentían también los animaba a amarse. Cuando se separaron, su hijo y Victoria ya no estaban por ninguna parte, así que pensaron que a lo mejor habían regresado a la casa, ellos aprovecharon para descansar, ya que la noche anterior apenas habían dormido; aun le quedaban un par de días para disfrutar de la compañía de su hijo y debían hacerlo al máximo.

Capítulo 3 Segundo día en casa de los esposos Danchester y todo transcurría de manera normal, tanto los anfitriones como los invitados se levantaron temprano para disfrutar del desayuno en uno de los salones de la casa, que tenía una hermosa vista al jardín y sus paredes de cristal que lo hacían lucir como un invernadero, que estaba lleno de plantas exóticas. Charlaban animadamente mientras degustaban el menú que en esta ocasión era muy inglés, ya que la cocinera que había viajado junto a los duques desde Inglaterra, también conocía a Terrence desde niño y quiso hacer algo especial para él. Todos esos detalles podían parecer superficiales, pero iban minando las barreras que contenían sus recuerdos, porque cada bocado que probaba lo hacía sentir como si hubiese viajado a ese pasado que seguía desconociendo, pero que ya no sentía tan lejano. Era como si pudiera recordar exactamente el sabor que tenían los tomates fritos, las salchichas Nürnberger, las alubias y el bacón; pensó que seguramente fue lo que desayunó durante años, cuando estudió en Inglaterra. La incomodidad que vivieron la tarde anterior había desaparecido, gracias a que Fabrizio la noche anterior antes de la cena, se acercó a los esposos para pedirles disculpas por su comportamiento, pero ellos le restaron importancia al asunto y las asperezas quedaron limadas. Victoria fue testigo de ese breve encuentro y se sintió muy feliz al ver que su novio había recapacitado, no quería que se llevara mal con los padres de Terrence porque los apreciaba mucho, y deseaba que él llegara a conocerlos bien. —Benjen, me prestaría un teléfono para hacer una llamada a Chicago, por favor —pidió Brandon mirándolo a los ojos, una vez que terminaron el desayuno. Tenía otras intenciones que no podía ventilar delante de los hermanos Di Carlo. —Por supuesto, acompáñame al estudio —respondió poniéndose de pie. Benjen también fue consciente de que detrás de esa petición había algo más, los dos sabían que tenían una charla pendiente. —Saluda a tu tía de mi parte —dijo Fransheska con una sonrisa. —Claro, regresamos en un momento. —Brandon le dio un beso a su novia y se alejó en compañía del duque. —Espero que no le incomode quedarse rodeado solamente por mujeres, Fabrizio —comentó Amelia al verlo distraído una vez más. —En lo absoluto, señora, todas ustedes son excelente compañía. —Aunque no eres el único caballero, aquí también está Evans —comentó Fransheska sonriendo. —No creo que pueda contar con él, está profundamente dormido —acotó Dominique con una sonrisa traviesa, al tiempo que miraba a su hermanito en el moisés. Las damas sonrieron ante el comentario y se condolieron del pobre, ellas intentaron hacerlo participar en su conversación, pero a los pocos minutos se desviaron a un tema más femenino. Fabrizio no estaba interesado en escuchar sobre los vestidos, los cortes de cabello o los sombreros de moda; sin embargo, permaneció allí para no hacerles un desaire y solo dejó que su mente volara en busca de algún recuerdo.

En ese instante se dio cuenta de un detalle que había pasado por alto, ya llevaba dos días en esa casa y no había visto una sola fotografía de Terrence Danchester. En el salón había varios portarretratos con imágenes de la familia completa, también de los tres hermanos y de los esposos, pero no había una sola del difunto prometido de Victoria. Eso le resultaba realmente extraño porque todo el mundo tenía retratos de sus familiares fallecidos, ya que de esa manera los mantenían en sus recuerdos. Aunque si lo pensaba bien, tampoco había visto fotografías de los otros hijos del duque que habían perecido en el accidente que él presenció, tal vez a él lo entristecía verlos y por eso no las tenía en la casa, pero seguía siendo algo singular. —Hablando de eso, no les he entregado unos presentes que compré para ustedes en Inglaterra —comentó Amelia, mirando a las chicas. —¿Para nosotras? —inquirió Victoria parpadeando. —Qué vergüenza con usted, nosotras no le trajimos nada —Fransheska se mostró apenada. —No era necesario —acotó sonriéndoles, luego miró a su hijo, se le acababa de ocurrir una idea—. ¿Le importaría si lo dejamos solo un momento, Fabrizio? —preguntó sacándolo de sus cavilaciones. —No…tranquila, no tengo ningún problema —se mostró algo desorientado, porque no sabía qué habían estado hablando. —Perfecto, vengan conmigo por favor, tú también Dominique —dijo, porque su idea era dejarlo a solas con sus hermanos. Amelia se puso de pie con un entusiasmo que la desbordaba y que envolvió también a Fransheska y a Victoria, aunque las dos se sintiesen algo desconcertadas por ese arranque tan repentino, igual la siguieron. Fabrizio las vio salir del salón y luego miró a su alrededor, sintiéndose algo extraño por estar allí, pero de inmediato se dio cuenta de que no estaba solo, todos se habían marchado dejándolo con los gemelos. Por suerte, ellos dormían profundamente; de pronto, algo en su pecho le gritó que se acercara a ellos, pero al mismo tiempo un temor que no lograba comprender se lo impedía. Hasta ese momento no los había visto de cerca, solo en brazos de su familia, de las niñeras o en los de su hermana y de Victoria, pero él se había mantenido alejado. Después de dudarlo cerca de un minuto, por fin se armó de valor para acercarse a los moisés donde dormían Evans y Madeleine, sus latidos se desbocaron cuando su mirada se fijó en ellos. De inmediato un sentimiento que no pudo explicar se apoderó de su pecho y sin siquiera notarlo, llevó su mano hasta la mejilla de la pequeña para rozar la suave piel, lo que provocó que una maravillosa sensación de calidez lo envolviera y una sonrisa aflorara. La niña se movió un poco ante la caricia que él le brindaba, así que retiró la mano para no despertarla, pero fue justamente esa retirada lo que hizo que abriera los ojos y clavara su mirada en él. Fabrizio miró a su alrededor e intentó alejarse para que no lo sorprendieran, pero en ese momento, ella hizo un puchero y luego rompió a llorar. Él se sobresaltó y volvió a mirar a todos lados, a la espera de que alguna de las niñeras apareciera, pero ninguna lo hizo y ella seguía llorando. Vio que su hermano comenzaba a moverse, así que actuó según le dictaba su sentido común y la cargó con mucho cuidado, la acomodó lo mejor que pudo y comenzó a mecerla. —No llores pequeñita… no quise despertarte… soy un bruto —susurró para calmarla, mientras la arrullaba contra su pecho. Ese gesto fue como un acto de magia, porque la niña se calló de inmediato, posando sus enormes y maravillosos ojos celestes en él; que le sonrió y pudo detallar mejor el tono de sus iris.

Eran una mezcla de los ojos de sus padres, no eran grises como los del inglés, pero tampoco tenían ese azul intenso de la cantante, aunque parecía poseer más parecido con su madre, apenas tenía unas pocas hebras rubias en su cabecita, las pestañas eran enormes y sus mejillas mostraban un ligero tono rosa, parecía una preciosa muñeca de porcelana. —Ahora entiendo porque mi hermana quedó tan encantada contigo, seguramente ya se imaginó teniendo una chiquita como tú. Fabrizio dejó ver una amplia sonrisa mientras mecía a la niña y después posó su mirada en el caballerito que dormía tranquilamente, descubriendo que él sí parecía ser el vivo retrato de Danchester. Hasta tenía el mismo semblante aristocrático que el hombre poseía y su cabello era oscuro como el del duque, aunque no podía verle los ojos porque los tenía cerrados, estaba seguro de que debían ser claros. Lo más curioso de todo eso era que, él al igual que la pequeña que lo miraba como hechizada y le sonreía, él también parecía llenarle el corazón de felicidad y le hacían sentir una extraña sensación de familiaridad. Amelia no había mentido acerca de los presentes que les había comprado, por lo que no tuvo que fingir, se acercó a su armario y sacó dos elegantes cajas blancas, atadas con cintas moradas; al abrirlas, mostró unos hermosos juegos de sombreros y guantes que había comprado en Piccadilly. Ambas se emocionaron ante ese gesto que verdaderamente no se esperaban, tomaron las delicadas piezas y las admiraron con emoción, eran realmente hermosas. —El negro es para Victoria, porque resaltará con su cabello dorado, y este blanco te quedará hermoso a ti, Fransheska, porque destacará tu lindo tono castaño y el gris de tus ojos —mencionó Amelia, haciéndole entrega de cada uno de los sombreros estilo Charleston. —Están hermosos, señora Amelia, muchas gracias —mencionó Victoria y se lo probó llevada por el entusiasmo. —Son preciosos en verdad, muchas gracias —dijo Fransheska, siguiendo el ejemplo de su amiga. —Les quedan hermosos, y no tienen nada que agradecer, lo hice con mucho cariño —comentó sonriéndoles—. También compré unos elegantes sombreros borsalinos para los caballeros, espero que les gusten. —Agarró las dos cajas para llevárselos. Fransheska y Victoria fueron primero a las habitaciones para guardar los presentes; por su parte, Dominique también entró a la suya para buscar otro detalle que deseaba darle a su hermano. Era algo que había pertenecido a Terrence y que ella aún conservaba, pues era un secreto entre los dos, ya que si su mamá se hubiese enterado que la tenía, se la habría quitado para destruirla como siempre lo sentenció. Amelia regresó al salón llevando las cajas y al atravesar el umbral se detuvo de golpe, en cuanto vio la imagen frente a ella que la conmovió hasta las lágrimas. Terrence tenía en brazos a Madeleine y la mecía suavemente mientras dirigía su mirada al moisés donde estaba Evans y le sonreía, ella sintió cómo todo su cuerpo temblaba por tener que contenerse y no correr hasta los tres para abrazarlos con fuerza. Fingir que no lo adoraba era demasiado difícil, la vida le estaba poniendo la prueba más grande al tener que ocultarle sus sentimientos y hacer como si no lo conociese; no poder llamarlo hijo y llenarlo de todo el amor que llevaba en el corazón, era frustrante. Cuánto daría por tenerla la libertad de amarlo, pero sabía que no podía hacerlo, si deseaba recuperarlo debía tener paciencia. Se limpió las lágrimas que la habían desbordado, respiró profundamente y guardó esa imagen en su memoria, como uno de sus más preciados tesoros. —Al parecer mi hija lo ha conquistado —comentó con una sonrisa ancha que iluminaba sus hermosos ojos azules.

—Señora Amelia… y-y-yo la escuché llorar, y quise ir por alguien, pero… —tartamudeó, al intentar explicarse. Fabrizio dirigió su mirada hacia la dueña de la casa que estaba a un par de metros de ellos, de inmediato el nerviosismo se apoderó de él, por lo que no supo cómo reaccionar y mantuvo a la pequeña en los brazos, en lugar de dejarla en la canastilla. Sin embargo, la hermosa sonrisa de la cantante hizo que poco a poco se relajara, al parecer no le había molestado que él se tomara el atrevimiento de cargar a la niña. —Muchas gracias por haberla atendido, no pensé que fuesen a despertar tan pronto —indicó, dejando las cajas sobre la mesa, pero en lugar de tomar a Madeleine, miró hacia el moisés donde estaba Evans y vio que él también había despertado, así que se acercó para cargarlo. —No tiene nada que agradecer, señora Amelia —contestó, sintiéndose algo extraño, pero no quiso ponerla en su canastilla porque le gustaba la sensación que le brindaba tenerla así—. Ella es igual a usted —añadió con una sonrisa, mirando a la pequeña en sus brazos. —Eso dicen todos…, pero también tiene rasgos de su padre, así como Evans posee un poco de ambos. La verdad es que aún están muy pequeños para saber con quién tienen más parecido — expresó con una gran sonrisa—. Se le ve muy bien de padre, cualquiera que ve como la sostiene, juraría que ya lo es —agregó mirándolo con esa ternura que le provocaba verlo así y que no podía ni quería disimular. —Debo confesar que es la primera vez que tengo a un bebé entre mis brazos, y estoy un poco nervioso por eso, es tan pequeña —acotó sin apartar su mirada de la niña que parecía estar muy cómoda. —Pues lo hace usted muy bien, solo tiene que ver lo tranquila está. Juraría que Madeleine se siente totalmente a gusto en sus brazos, a pesar que de los dos, ella es la más inquieta, es como si la hubiese hechizado —expuso acercándose para verla y sonrió ampliamente cuando descubrió que su mirada estaba anclada en él. Dominique y Fransheska se quedaron admirando el piano y compartiendo algunos comentarios sobre sus melodías favoritas, mientras que Victoria regresó hasta la terraza. Al llegar y ver la escena entre Fabrizio y Amelia, sus latidos se desbocaron de felicidad y se permitió soñar con que algún día, ella tendría el privilegio de verlo así, con un hijo de ambos en los brazos y sonriendo de la misma manera, suspiró y luego caminó hacia ellos. —¡Hija! Qué bueno que llegas, de seguro estos glotones empezarán a llorar de un momento a otro por sus biberones. Podrías tenerme un momento a Evans, mientras busco a sus niñeras, por favor —pidió con una hermosa sonrisa al tiempo que se acercaba a ella. —Por supuesto, señora Amelia, estaré encantada —pronunció, tomando al pequeño en brazos. —Espero que no sea molestia para usted tener unos minutos más a Madeleine —dijo mirándolo con esa ternura que le dedicaba. —En lo absoluto señora Amelia… puede ir tranquila —indicó Fabrizio, devolviéndole el mismo gesto, era imposible no hacerlo ante tanta calidez por parte de ella. —Muchas gracias, regreso en unos minutos… y ustedes pórtense bien —esbozó acariciando sus sonrojadas mejillas, mostrando una hermosa sonrisa que iluminaba sus bellos ojos azules. Salió del lugar con ese andar elegante que la caracterizaba, pero en cuanto se vio fuera del alcance de la mirada de Terrence y Victoria, casi corrió hasta el despacho donde estaban Brandon y Benjen charlando. Necesitaba que su esposo también viese a sus tres hijos juntos, como habían soñado desde que se enteraron que Terrence estaba vivo, seguramente él se emocionaría tanto como ella. Los hombres hablaban sobre los viajes de Terrence a Nueva York y sus consultas con el doctor

Rutherford, tras conocer esa información, Brandon casi tuvo la certeza de que su cuñado era en realidad, Terrence, aunque todavía quedaban muchas incógnitas por responder. También le comentó al duque que para la fecha en la que supuestamente había muerto su hijo, su suegro había estado en la ciudad y se había reunido con él para obtener un cuantioso préstamo en efectivo. Benjen estaba al tanto de ese viaje de Luciano Di Carlo, pero nunca supo lo que había estado haciendo, así que contar con la información de Brandon era muy importante para esclarecer cómo fue que Terrence acabó en manos del italiano y ocupando el lugar de su hijo. Le explicó al magnate todo lo que le había dicho Clive Rutherford; y que, por eso, ni su esposa ni él habían mencionado nada del parecido, ya que eso podía afectar el proceso que estaba llevando. —También quisiera pedirle algo más. —Benjen usó un tono pausado. Lo vio asentir así que continuó—: Quisiera que no le dijeras nada a Victoria sobre esto… —Eso es injusto, Benjen… mi prima debería estar al tanto de la verdad, ella merece saber que Terrence está vivo —expresó sin ocultar su rechazo a la idea de engañarla. —Victoria seguramente actuara de manera impulsiva y terminara perjudicando los avances que ha conseguido mi hijo hasta ahora. Tenemos que intentar mantener este secreto hasta que Terrence logré superar su bloqueo y recuperar sus recuerdos —enfatizó en ello para convencer a Brandon de lo importante que era seguir las indicaciones. —No me será fácil tener que llevar a cuestas este secreto, ella ya ha pasado por mucho y no merece más tormento —dijo y se puso de pie para mirar por la ventana, necesitaba pensar en su tío e imaginar lo que él haría en ese caso, aunque eso ya lo sabía. —Nosotros también hemos pasado por mucho, pero aquí estamos, teniendo que fingir que nuestro hijo es un desconocido. Brandon dudó en cumplir con esa petición, porque sentía que era engañar a su prima, pero sabía que, si los padres de Terrence estaban haciendo semejante sacrificio, era porque realmente era necesario. También fue consciente de que Fransheska debía estar al tanto de las visitas de su hermano al consultorio de Clive Rutherford, pero no le había dicho nada; en realidad, ella nunca le había mencionado algo con respecto a la enfermedad de su hermano, suponía que su familia tenía el acuerdo de no hacerlo, tal vez por petición de Luciano. —Adelante —ordenó Benjen al escuchar que llamaban a la puerta. —Perdonen que los interrumpa, pero debes ver esto, amor —indicó Amelia con una gran sonrisa y su mirada cristalizada por las lágrimas. —¿Qué sucede, Amy? —preguntó mientras se levantaba. —Algo maravilloso, pero debes verlo tú mismo —contestó, extendiéndole la mano para que la acompañara. Él caminó con ella hacia la terraza, mientras que Brandon que también había sido asaltado por la curiosidad, los siguió con cautela al tiempo que su corazón latía muy rápido, porque ahora era consciente de la verdadera identidad de su «cuñado». Al llegar, los dos caballeros quedaron gratamente sorprendidos al ver a Terrence y a Victoria consintiendo a Evans y a Madeleine, se mostraban completamente relajados y por un instante pensaron en que, de haber seguido juntos, seguramente a esas alturas ya serían padres. Ella mecía al niño con suavidad mientras acariciaba con ternura una mejilla de la pequeña, sin percatarse de la presencia de los demás que se habían detenido en un lugar donde no pudiesen ser vistos, para así contemplarlos con libertad. Terrence dejó a Madeleine en su canastilla, al parecer se había dormido de nuevo, después se volvió para mirar al niño en brazos de Victoria, también comenzó a consentirlo y lo miraba como si fuese un regalo maravilloso, solo pasó un minuto hasta que ella lo puso en sus brazos y él lo elevó como si lo hiciera volar y al ver que el bebé reía

emocionado, ellos también lo acompañaron. —Parece que se están divirtiendo —mencionó Benjen caminando del brazo de su esposa, estaba sonriente y su mirada brillaba. Fabrizio puso al bebé en una posición más cómoda de inmediato, se sintió apenado ante la situación, por lo que no miró al hombre y solo se limitó a mantener sus ojos en Evans. Aunque lo que quería hacer realmente era seguir jugando; Victoria le acarició la mejilla al notar la tensión que se había posado en él y le dedicó una sonrisa, por haber sido pescados en la travesura. —Sus hijos son realmente encantadores, Madeleine es una muñequita y Evans es muy travieso y coqueto —respondió Victoria. —La niña se quedó dormida de nuevo… al parecer no tenía tanta hambre. —Le entregó el bebé con mucho cuidado a su madre. —Espero no haberlo incomodado… Como dice, no deben tener hambre, aún me cuesta llevarles el ritmo… Ser madre después de más de veintiséis años no es nada fácil y menos de gemelos, aunque Terrence nunca me dio mucho trabajo. La verdad era que no le daba tiempo, pues vivía pegada a él, si lo escuchaba llorar corría a verlo y consentirlo —expresó, recibiendo al pequeño mientras miraba a su hijo mayor con infinita ternura, queriendo decirle que hablaba de él. —¿Qué edad tenía su hijo? —preguntó con un tono sereno. —Veinticuatro… Tuviese veinticuatro años, recién cumplidos el veintiocho de enero, puede parecerle extraño, pero no puedo pensar en él como alguien que se ha ido. Intenté durante mucho tiempo resignarme a su partida; sin embargo, me fue imposible y es algo que agradezco, porque hoy más que nunca siento que Terry está aquí junto a mí… como lo estuvo siempre, a pesar de los años y la distancia, mi hijo siempre estará en mi alma y mi corazón, así deseo que sea para toda la vida —respondió con sus ojos fijos en los de él y en cada palabra se podía sentir el amor del que hablaba. Fabrizio se sintió conmovido por ese sentimiento que ella mostraba, un deseo enorme de abrazarla se apoderó de él, tal vez para consolarla, aunque sabía que nada podía llenar el vacío que dejaba la muerte de un hijo. Su madre se lo había dicho muchas veces, así que solo se contuvo y asintió dedicándole una sonrisa que poco a poco se fue desvaneciendo, ella acostó a Evans quien también se había dormido y fijó su mirada en los bebés para que Terrence no notara que estaba a punto de llorar. Fransheska y Dominique regresaron y se excusaron por ausentarse, pero se habían entretenido compartiendo algunas piezas en el piano, la italiana estaba asombrada ante la destreza de la niña que apenas con doce años era excelente. Dominique le confesó que su sueño era poder dar un concierto ante un gran público, Fransheska también le contó sobre sus deseos de bailar con una gran compañía de ballet y participar en alguna de sus obras favoritas; no obstante, ambas suspiraron porque sabían que sus anhelos solo se quedarían en sueños. —Les entregué unos presentes que les trajimos a las chicas, y ahora es el turno de ustedes, caballeros —anunció Amelia y les extendió las cajas, sorprendiéndolos—. Pensé que el gris le quedaría muy bien, Brandon, y el negro para Fabrizio, ya que es su color favorito —esbozó de manera espontánea y vio que casi todos se tensaban ante su comentario, por lo que rectificó—. Lo imaginé porque vi que sus trajes son de ese tono, además les queda bien a sus ojos. —Gracias, Amelia, no se hubiese molestado —dijo Brandon. —Es un hermoso sombrero, muchas gracias, señora Amelia —mencionó Fabrizio, sintiéndose abrumado por ese gesto. —Yo también quisiera entregarle algo —esbozó Dominique con timidez y le extendió un pequeño estuche negro.

—Muchas gracias, Dominique —pronunció y la sensación de desconcierto aumentó en él. Respiró hondo para después abrir el presente—. Una armónica… es muy hermosa, nunca he tenido una, pero le prometo que aprenderé a tocarla. —Estoy segura de que lo hará muy bien… como lo hacía mi hermano —dijo sonriendo con timidez. Victoria tembló en cuando vio el regalo y escuchó las palabras de Dominique, de inmediato recordó que en algún momento Terrence le había mencionado que antes tocaba la armónica. Sin embargo, dejó de hacerlo porque solo había aprendido melodías tristes, ya que fue durante la época en la que estuvo lejos de su madre. —Gracias —murmuró Fabrizio y una vez más tenía esa sensación de familiaridad, ahora con ese objeto al que le daba vueltas en sus manos—. ¿Le pertenecía a él? —inquirió mirándola y notó que dudaba. —Sí… yo se la guardaba… era nuestro secreto y cuando se marchó de Europa no pude entregársela —respondió con sinceridad, su edad le hacía difícil mentir, pero procuró no revelar mucho. —Te prometo cuidarla bien —pronunció mirándola a los ojos y le dedicó una cálida sonrisa, que era completamente sincera. Sintió que la mano de su novia le acariciaba la pierna, en un gesto de agradecimiento por mostrarse comprensivo con la pequeña y no rechazar su regalo. Él guardó la armónica nuevamente en el estuche, intentando que su mano no mostrara ese leve temblor que lo recorría, y que era provocado por todas esas emociones empezaban a trastocarlo porque no podía darles una explicación. —¿Qué les parece si jugamos a las cartas? —preguntó Benjen para retomar el control; pensaba que de un momento a otro la situación se le podía salir de las manos, ya que los sentimientos de todos estaban a flor de piel, incluidos los de su hijo, podía verlo afectado. Todos asintieron aprobando la sugerencia y Amelia se ofreció para buscar las cartas, aunque sabía que podía llamar a alguien del servicio, pero ella necesitaba dejar ese lugar, aunque fuese un momento para poder desahogarse. Suspiró para drenar la tensión en su pecho y cuando estuvo fuera de la vista de todos, se permitió llorar con libertad, buscando refugio y fortaleza en Carol, mientras sentía que no podía seguir callando, deseaba abrazar a Terrence y decirle cuanto lo había extrañado, necesitaba que él supiera que ellos eran su verdadera familia.

Capítulo 4 Los hermanos Cornwall llegaron con sus esposas y sus hijos a la mansión Anderson, para la respectiva visita que le hacían a la matrona dos domingos al mes, y disfrutar del almuerzo familiar que ella organizaba para todos. Margot, más que su tía había sido como una madre para ellos desde que quedaron huérfanos, así que siempre procuraban estar pendiente de hacerle compañía; sobre todo, cuando Brandon y Victoria no estaban en la ciudad. —Buenos días, Dinora —saludó Christian entrando a la casa. —Buenos días, señores, señoras… —respondió con una sonrisa y luego miró a los pequeños —. Señorito Henry, ¡qué grande está!, cada día se parece más a usted, señor Christian —comentó detallándolo. —Eso dicen todos —respondió con orgullo, llevando a su hija en brazos—. Y mi hermosa Alicia, cada vez se parece más a Patricia —agregó mirando los ojos cafés de su pequeña. —Aquí el único en desventaja soy yo —indicó Sean y apretó los labios fingiendo molestia—. Mi querida esposa no se anima a darme un niño que se parezca a mí, como ya tiene a Keisy que es igual a ella. —No te quejes, que nuestra hija también se parece muchísimo a ti, sacó tu carácter y tu espíritu competitivo —alegó Annette mirándolos. —¿Y qué esperabas? ¡Es una Cornwall! —expresó con una gran sonrisa, mientras miraba a su hija que llevaba en brazos. —¡Soy una Colwall! —exclamó Keisy, aun no aprendía a pronunciar bien su apellido, pero lo hacía con mucho orgullo—. Papi, pelo mi abuelo también me dice que soy una Pakel —aclaró posándole una mano en la mejilla para que la viera a los ojos. —¿Lo ven? Estoy en desventaja, necesitamos a otro hombre Cornwall en esta familia — exigió, sonriéndole a su hija, quien asintió mostrando una sonrisa traviesa, pues también quería un hermanito. —Estoy de acuerdo —pronunció Margot con una gran sonrisa, a los pies de la escalera desde donde había escuchado a su sobrino. —Por eso es mi tía favorita —mencionó Sean y caminó para darle un abrazo, mientras le dedicaba una sonrisa encantadora. —Zalamero —esbozó ella sonriéndole y lo abrazó. —¡Tía, qué alegría verla! —Christian se acercó para abrazarla. —También me alegra verte, cariño —dijo con una gran sonrisa, dándole un par de besos en las mejillas. Luego besó a los bebés que consideraba como sus nietos y a las damas, que eran como sus nueras, pues para ella, Christian y Sean eran sus hijos, aunque no hubieran nacido de su vientre y sin restarle mérito a Alicia, quien los había traído al mundo, pero ella los había criado. Caminó junto a ellos hasta el salón y se sentaron para esperar que le anunciaran que la comida estaba por servirse, entretanto les compartiría lo que le había contado Brandon en su llamada del día anterior, y que la había dejado muy pensativa. —¿Cómo le va al tío y a Vicky en Nueva York con los Di Carlo? —preguntó Sean,

entregándole su hija a Angela, la niña estaba desesperada por ir a la sala de juegos junto a su primo Henry. —No sabía que estaban de viaje y… ¿Se fueron sin chaperona? —inquirió Patricia parpadeando, luego de que Angela dejara el salón. —Esos dos siempre hacen los que les place, apenas tuvieron la consideración de informarme de su viaje la noche antes de salir, así que no pude opinar siquiera. —Odiaba admitir que sus sobrinos ya no seguían sus órdenes, pero era imposible ocultarlo. —Bueno, ya Brandon es un hombre adulto tía y Victoria también, no tiene que preocuparse por ellos —comentó Christian para que no se molestara por algo sin relevancia. —Mi hermano tiene razón, no se preocupe, estoy seguro de que el tío cuidará de la reputación de Victoria —añadió Sean, mientras un hombre de la familia acompañara a su prima, todo estaría bien. —Sí, no hay nada qué temer —convino Annette, aunque no estaba tan segura de ello, porque ya una vez su amiga se había dejado llevar por la pasión; solo que corrió con la suerte de que nadie se enterara. —Esperemos —murmuró Margot, quien pensaba lo mismo que Annette, pero negó con la cabeza para alejar esa idea y se enfocó en aquello que deseaba contarles—. Sin embargo, no es eso lo que me tiene preocupada desde ayer, sino otra cosa. —¿Otra cosa? ¿Acaso sucedió algo? —cuestionó Sean irguiéndose. —Mis sobrinos y los hermanos Di Carlo, fueron invitados a pasar el fin de semana con los duques de Oxford en Westbury. —¿Cómo? —inquirió Sean completamente asombrado. —¿Qué? —cuestionó Christian igual que su hermano. —¡Ay Dios mío! —expresó Patricia y la angustia la embargó. —Pobre Victoria. —Se lamentó Annette, negando con la cabeza. —No se alarmen tanto; al parecer, todo sigue igual, los esposos Danchester tampoco hicieron algún comentario con respecto al parecido entre Fabrizio Di Carlo y Terrence Danchester — explicó Margot para ahuyentar la preocupación que vio en ellos. —¿Cómo es eso posible? —Sean frunció el ceño y la miró con desconcierto, porque no entendía nada. —No lo sé, tu tío no me dio muchos detalles, solo dijo que el secreto de Victoria se mantenía a salvo y que al regresar me contaría más, pero yo presiento que algo está pasando —respondió e hizo una pausa para evaluar lo que iba a decir—. Creo que hay algo más tras la decisión de los duques de viajar al país, de esa invitación…; sobre todo, presiento que existe algo detrás de su silencio. —Tiene usted razón, no concibo cómo Amelia Danchester no va a mencionar nada con respecto al parecido entre ambos; es decir, yo como madre hubiese actuado de otra manera, lo hubiese interpelado a él —dijo Patricia, poniéndose en el lugar de la duquesa. —Patty está en lo cierto, ¿cómo puede ella fingir que ese joven y su hijo no son idénticos? — cuestionó Annette confundida. —El duque de Oxford es un hombre inteligente y cauteloso, si ha decidido no decir nada es porque tiene sus razones —señaló Margot. —Pues, supongo que deben ser muy poderosas, para que hubiese incluso controlado a su esposa —concluyó Sean, mientras intentaba organizar sus ideas para hallar una explicación coherente. —¿Será que la idea de que ella haya tenido gemelos, resultará siendo cierta? —inquirió

Christian, mirando a los demás. —Si es así, ¿por qué no decirle a Fabrizio Di Carlo toda la verdad? —Le cuestionó Patricia a su esposo. —Tal vez desean ganarse su confianza primero. Digo, no es fácil llegar de buenas a primeras y cambiarle la vida a alguien de esa manera, decirle que sus padres no son sus verdaderos padres. —Sí, puede que tengas razón… —dijo Sean y se tornó pensativo unos segundos—. Y seguramente no comentaron nada de su parecido para que no comenzara a hacerles preguntas, porque eso les complicaría la situación y no les daría tiempo de abonar el terreno. Todo es una estrategia muy bien preparada —pronunció, dando por hecho su teoría, como el buen abogado que era siempre buscaba un motivo. —Tiene sentido lo que dices, hermano…, pero en ese caso, entonces Victoria estaría teniendo una relación con el hermano gemelo de Terrence. —esbozó Christian con preocupación. —¡Dios mío! —expresó Patricia. —Si todo esto resulta ser cierto… la pobre Vicky se sentirá muy confundida —comentó Annette, que la conocía muy bien. Los demás asintieron mostrándose de acuerdo con ella, sabía que Victoria rechazaba de tajo esa idea, y no podían culparla por ello, no era fácil tener una relación con el hermano de su difunto prometido. Solo esperaban que eso no le fuese a provocar más sufrimiento, porque ella merecía ser feliz. En la mansión Danchester, los presentes reían al escuchar algunas anécdotas divertidas por parte de sus anfitriones; Benjen había traído a colación un tema que tenía preparado con anticipación, esperando que lo llevase al resultado que deseaba. Era consciente de que no conocía tanto a su hijo como debería hacerlo un buen padre, pero estaba dispuesto a cambiar eso, deseaban que los dos tuviesen una relación más cercana, a lo mejor podía aprovechar la ventaja de ser un desconocido para él y comenzar desde cero, sin rencores. El primer paso fue buscar algo que pudiera acercarlos y recordó que a su hijo le gustaban mucho los caballos, a él también y tenía muy buenos ejemplares; lamentablemente estaban en Inglaterra. Teniendo eso en cuenta, escribió un telegrama a su entrenador para que enviara a seis ejemplares, incluyendo a Emperador, el hijo de Anuket, la yegua que había sido de Terrence; le hubiese gustado traerla a ella, pero ya estaba muy vieja para realizar un viaje tan largo. Mientras buscaba otra cosa que tuviera en común con su hijo, recordó su afición por la esgrima; sabía que Terrence era muy bueno y siempre ganaba los torneos que hacían en Brighton. Él también se defendía en ese deporte, así que, sin pensarlo mucho fue hasta una tienda donde vendieran todo lo relacionado y compró dos pares de cada cosa, impulsado también por Amelia, quien iba construyendo una historia para justificarse y que su hijo no sospechara. Esa mañana antes de bajar a desayunar, le comentó a su esposa la idea de mencionar lo de la esgrima y de manera casual llegar al punto en el que retaría a su hijo a participar en un duelo. Sabía que Terrence jamás se resistiría a un desafío, así que eso jugaría a su favor para conseguir lo que deseaba, que compartieran como padre e hijo. —La verdad es, que la esgrima requiere de mucha técnica, no es solo dar un par de pasos e intentar tocar al oponente… Y yo siempre fui malo para ello, a pesar de que tuve excelentes profesores que se esmeraron en enseñarme, simplemente no aprendí; caso contrario, de mi sobrino Sean, a quien se le da bastante bien y siempre quedaba en los primeros lugares de Brighton — comentó Brandon, sonriendo. —Yo solía practicarlo, pero hace mucho que lo dejé a un lado, ahora solo me enfoco en el

trabajo, y los ratos libres los dedicó a cabalgar, ya que es una actividad que de verdad me gusta mucho —mencionó Fabrizio, mostrándose más participativo. —Entre la esgrima y la cabalgata, siempre he preferido la segunda pues me relaja mucho. No existe nada como un largo paseo para olvidar las ocupaciones que debemos enfrentar a diario, pero como de momento no tengo mis caballos aquí, pasé por una tienda y quise comprar un par de equipos de esgrima, a la espera de un buen contrincante —confesó Benjen, mirando a su hijo. —Fabrizio es muy bueno, señor Benjen… Él podría ser ese oponente que necesita, al menos en esta oportunidad —sugirió Fransheska con una sonrisa, mirándolos a ambos. —Hermana, no creo que sea apropiado, además tengo mucho tiempo sin practicar. —Comenzó a sentirse nervioso. —Los dos estamos fuera de práctica y no creo que eso sea un problema, Fabrizio… a menos que piense que un anciano como yo le pueda ganar —pronunció, dejando claro su reto. —¡Benjen, por Dios! ¿Cómo que un anciano? Tan solo tienes cuarenta y cinco años… —acotó Amelia, sonriente—. Pero no debe sentirse intimidado, Fabrizio, mi esposo es mucho mejor con la oratoria que con el florete —agregó divertida. —Anímate Fabrizio, me gustaría mucho verte —mencionó Victoria con entusiasmo, recordando aquella ocasión cuando luchó con Terrence, y que estuvo a punto de confesar, pero se contuvo. —¡Vamos cuñado! Y si eres bueno podemos apostar contra Sean y sacarle las próximas vacaciones —bromeó Brandon, mirándolo. —Está bien… —esbozó, sabía que no ganaría nada con negarse. Las damas aplaudieron para celebrar la decisión y Amelia de inmediato llamó a una de las empleadas para que buscara los trajes de esgrima, que su esposo tenía guardado en uno de los armarios. Un minuto después le hacían entrega a Fabrizio de toda la indumentaria, él se mostró algo dudoso de recibirla, todavía no se sentía seguro de llevar a cabo ese combate, pero la sonrisa de Victoria y de su hermana terminaron por convencerlo y subió a cambiarse. Después de unos minutos los caballeros estaban listo, lucían muy apuestos con sus respectivos trajes, desbordaban gallardía y elegancia. Amelia se acercó a su esposo para darle un beso de buena suerte, aunque en el fondo esperaba que su hijo ganara; Victoria también hizo lo propio y se acercó a Fabrizio, también lo besó y lo abrazó muy fuerte, porque lo notaba nervioso. —Estoy segura que ganarás —Lo alentó, sonriéndole. —No se debe subestimar al contrincante —respondió y en ese momento percibió que su voz estaba temblorosa. —Bien, eso me lo dirás cuando sea yo la que te reté a un combate de esgrima —esbozó, mirándolo con picardía. —Para que me hagas trampa como a Danchester —dijo elevando una ceja mientras la miraba fijamente. —Yo no le hice trampa… tuvimos un empate. —Se defendió. —Sí, claro… ya veremos si esta vez tienes tanta suerte —Le insinuó, mirándola con intensidad—. Y te advierto que yo te pediré más que un beso si te gano. —Sonrió con malicia al verla estremecerse de deseo. Victoria separó los labios para responderle, pero su voz había desaparecido y lo único que deseaba en ese momento era colgarse de ese grueso cuello y comérsele la boca a besos, pues le encantaba cada vez que se ponía en ese plan seductor. Sin embargo, sus deseos se vieron frustrados, cuando su novio solo le dio un toque de labios, y se alejó para iniciar su combate con el duque de Oxford.

Brandon fungiría como juez porque, aparte de los competidores, era quien mejor conocía las reglas; dio la orden para que comenzaran y de inmediato lo hicieron. Ambos eran muy prudentes al hacer algún movimiento, pero Fabrizio decidió arriesgarse y obtuvo el primer toque, lo que provocó que una sonrisa se dibujara en sus labios. Una vez más Brandon daba la señal para continuar, así pasó un minuto hasta que Benjen consiguió su toque para ponerse a la par de su hijo. Sin embargo, Fabrizio se sintió confiado una vez más y salió a atacar, pero Benjen logró esquivarlo y por poco consiguió hacerle tuche, aunque eso no hizo que el joven tomara distancia; por el contrario, sus ataques fueron más frontales y logró un doble toque que dejó al duque fuera de juego, y a él le dio el triunfo. Los presentes aplaudieron con efusividad sus actuaciones porque estuvieron muy bien en su desempeño, parecían dos profesionales mientras desbordaban elegancia y una técnica impecable. Amelia y Victoria les sirvieron bebidas para refrescarse, Benjen se mostraba sonriente a pesar de haber perdido y le dio unas palmadas en el hombro a su hijo para congratularlo. Victoria le dio un abrazo a su novio para felicitarlo, después extendió la mano al duque para reconocer su actuación, él la recibió con una sonrisa y caminó para abrazar a su esposa, quien estaba tan sonriente como él. Recibieron las felicitaciones de Brandon, Fransheska y Dominique, luego caminaron hasta la mesa y se sentaron para descansar y disfrutar de sus bebidas. Él tiempo se fue pasando y cuando menos lo esperaban, les anunciaban que el almuerzo ya estaba listo, así que decidieron subir a cambiarse porque esos trajes no eran los más cómodos para sentarse a la mesa, subían las escaleras cuando Fabrizio sintió la necesidad de expresarle sus felicitaciones. —Fue usted un excelente rival, señor, casi me hace confiar con eso de sus años, creo que debí escuchar las palabras de su esposa —comentó Fabrizio mientras lo miraba y por primera vez le sonreía. —No crea que los años pasan en vano… si hubiese tenido unos diez años menos, le aseguro que no obtiene ese doble toque tan rápido —señaló Benjen, para no mostrarse tan derrotado. —Supongo que pude haber dicho lo mismo ayer cuando perdí en el ajedrez. Si hubiese tenido diez años más, nunca hubiese logrado darle jaque mate a mi rey de manera tan fácil. —Lo de ayer no tuvo que ver con la edad, lo que me hizo a ganar fue que usted se distrajo. Tenía todo a su favor para lograr un triunfo, pero lo perdió por una mirada de Amelia —expuso con una sonrisa y lo vio sonrojarse como un chiquillo—. No puedo culparlo, después de tantos años no logro entender el poder que esos ojos tienen… Solo sé que cada vez que estoy frente a ella, le agradezco a la vida por esta nueva oportunidad que me dio, por permitir que nuestro amor pudiese superar todos los obstáculos. —Me alegro mucho por ustedes, se ve que son muy felices —expresó con sinceridad, esos días allí había conseguido que hiciera a un lado los prejuicios y que comenzara a estimarlos. —Sí, lo somos —respondió Benjen mirándolo y pensó que lo serían mucho más cuando él recuperase su pasado—. Créeme, hijo, no existe nada más importante en la vida que eso que te pueden ofrecer quienes te aman realmente, los que siempre te han llevado en su corazón. No encontrarás nada más hermoso que esa luz que reflejan los ojos de la mujer que amas, cuando te dicen lo importante que eres para ella y que siente lo mismo por ti —pronunció con la voz calmada, pero llena de una calidez casi palpable. Fabrizio asintió mirándolo, él le sonreía y en sus ojos estaba la misma mirada que le dedicara su esposa, esa ternura y esos deseos de hacerlo sentir importante, una mirada que no había podido apreciar nunca en sus padres. Ni siquiera en su madre aun cuando se desvivía por consentirlo en algunas ocasiones. Además, esa extraña sensación que le provocó escucharlo decirle «hijo» era

como si detrás de esa simple manera de llamarlo hubiese mucho más, como si esa palabra viniendo de él fuese completa y verdadera. Existen momentos que por más que se desean que perduren para siempre, resultan imposibles, justo eso sintió la familia Danchester cuando llegó el día de despedir a Terrence. Se levantaron temprano para tener la oportunidad de compartir el desayuno con sus invitados, ya que el tren hacia Chicago salía a la una de la tarde. Amelia dedicó cada segundo para admirar a su hijo y apenas probó bocado, deseaba poder guardar en su memoria cada detalle de él para que eso le ayudara a resistir hasta que Terrence pudiera volver a ser quien era. Brandon los invitó a pasar unos días en Barrington y los esposos aceptaron encantados, pues eso significaba un nuevo encuentro con su hijo y era lo que más deseaban; sobre todo, porque habían comenzado a ganarse su confianza y su aprecio. Benjen se encargó de averiguar todo lo que podía sobre la nueva sede de los laboratorios en Chicago, mostrándose interesado en visitarlos y, si era posible, formar parte de la organización, porque quería estar más cerca de su hijo. Aunque les había dicho que habían viajado hasta América con la intención de pasar más tiempo en familia, alegó que estar sin hacer nada le aburría porque estaba acostumbrado a una actividad constante. Fabrizio le dio la información necesaria, pero su hermana que estaba ansiosa por hacer de esa sucursal un éxito, se esmeró en cada detalle, animándolo para que en su próxima visita a Chicago pasase por los laboratorios y conocer más de cerca el funcionamiento. —Estaría encantado de visitarlos, señorita Fransheska —comentó Benjen con una sonrisa, admirado con el entusiasmo que desbordaba. —Mis padres estarán de regreso en tres meses, pero sé que contamos con su aprobación para que usted forme parte de la sociedad —aseguró mirándolo y desvió la vista a su hermano—. ¿No es así, Fabrizio? —preguntó para que él lo confirmara. —Por supuesto, mi padre lo estima mucho, señor. Benjen se esforzó por sonreír; no sabía en qué términos quedarían cuando todo se descubriera, ya que lo que había hecho Luciano Di Carlo era un delito y lo justo sería que rindiera cuenta a las autoridades. Miró a Fransheska y sintió pena por ella, al parecer no era consciente de que quien estaba a su lado no era su hermano, pensó en el dolor que sentiría al saber que el verdadero Fabrizio había muerto; su padre no debió engañarla de esa manera tan cruel. El tiempo una vez más se les pasó volando, cuando menos lo esperaban, se acercó Carol para informarles que sus equipajes ya estaban listos. De inmediato los corazones de Amelia, Benjen y Dominique sintieron el peso de la despedida, la duquesa tuvo que llevarse una servilleta a los labios para ocultar el sollozo que escapó de sus labios y bajó el rostro para que no vieran su mirada cristalizada. Los Anderson y los Di Carlo subieron a las recámaras para terminar de arreglarse, mientras los esposos se quedaban en el desayunador e intentaban asimilar que debían despedirse de Terrence. Una vez más se obligaron a esconder sus verdaderos sentimientos cuando los vieron bajar las escaleras, ya listos para marcharse, Amelia fue la primera en acercarse a Victoria, mostrando una sonrisa. —Muchas gracias por haber venido, hija, no te imaginas cuánto nos alegró tenerlos aquí — mencionó dándole un abrazo. —Gracias a ustedes por la invitación, la pasamos muy bien… y gracias también por comprender y ayudarme con todo esto —expresó mirándola a los ojos para que viera que era sincera. —No tienes nada que agradecer, solo cuida mucho de él… Y por favor no permitas que nadie

interfiera en su relación, la vida pocas veces nos presenta la oportunidad de amar de nuevo, Victoria —Le aconsejó, refiriéndose a Margot, aunque suponía que los había tratado bien. —Le prometo que intentaré hacer las cosas mejor, esta vez. —Señora Amelia. —Fransheska se acercó para despedirse—. Fue un verdadero placer haber compartido con usted y su familia, pasamos unos días maravillosos… espero que acepten la invitación de Brandon y puedan ir a visitarnos pronto —expresó sonriendo. —Gracias a ustedes por haber aceptado venir, fue grandioso también para nosotros contar con su presencia. Y en cuanto nos sea posible viajaremos hasta Chicago —respondió dándole un abrazo con verdadero aprecio, no tenía cómo pagarle ese amor que le profesaba a Terrence, se podía notar cuanto lo admiraba y lo quería. Benjen se acercó también hasta las damas para agradecerles su presencia y se despidió de ellas de manera más formal que su esposa. En esos días llegó a sentir gran empatía por Fransheska, quien parecía irradiar una alegría y una luz que había impregnado a Terrence; él se veía más confiado y sospechaba que era gracias a la familia que le habían brindado los Di Carlo, eso debía reconocerlo. —Señor Benjen, muchas gracias por recibirnos en su casa —dijo Fabrizio acercándose hasta el duque para despedirlo. —No tiene nada que agradecer, fue un placer tenerlo en nuestra casa, es usted el caballero que imaginé y no sabe lo mucho que me agrada saber que Victoria está en sus manos. Ella es una mujer especial y estoy seguro de que está consciente de eso, así que, sabrá valorarlo, por favor recuerde lo que le dije, no hay nada más importante que estar rodeado de las personas que nos aman y siempre han estado allí, aunque no sea de manera física o no siempre lo dejen ver, lo que realmente importa es saber que a pesar de lo que pueda suceder puede contar con ellos para lo que sea, no olvide eso nunca —expresó luchando por controlar todas las emociones que lo embargaban. —Gracias por todo. Le prometo seguir cada uno de sus consejos, y hacer de Victoria la mujer más feliz del mundo, así como lo hubiese hecho su hijo —mencionó con tono solemne estrechando su mano. —Estoy absolutamente seguro de ello —esbozó con la voz más grave, por la emoción que esas palabras provocaron en él. Tuvo que luchar contra sus deseos de abrazarlo y se conformó solo con apretarle ligeramente el hombro, al tiempo que le sonreía. —Fabrizio —Lo llamó Dominique acercándose—. Muchas gracias por haber compartido con nosotros durante estos días, me hizo muy feliz tenerlo aquí y espero que podamos vernos pronto — expuso con una gran sonrisa, pero sus ojos tenían el brillo de las lágrimas. —Yo soy quien debe estar agradecido por tu compañía, estos días fueron geniales, Dominique, y ten por seguro que buscaré la manera de repetirlos, a mí también me alegró mucho verte de nuevo —respondió dándole un abrazo que la pequeña recibió con emoción. —Señor Fabrizio. —Amelia caminó hasta él, reuniendo todo el valor dentro de ella, para no aferrarse a él e impedirle que se fuera, no quería que la dejara; sin embargo, le había prometido a su esposo y a Clive, que haría todo lo necesario por el bienestar de su hijo. —Señora Amelia, muchas gracias por sus atenciones. En verdad me siento muy complacido y feliz de conocerla, he admirado su trabajo desde hace tiempo y ahora la admiro como persona también —expresó él, porque algo en su interior le exigía que le dijera todo eso. —No se imagina cuán dichosa me hace eso —pronunció con voz trémula—. Para mí fue maravilloso haber contado con su presencia, la verdad es que le agradezco haberse tomado estos días para compartirlos con nosotros. Hacía mucho tiempo que no la pasábamos tan bien, y una vez

más le ratifico la invitación a esta casa, dijo que viajaba seguido a la ciudad, así que puede venir cuando desee y nosotros estaremos felices de recibirlo —esbozó mirándolo a los ojos. —Muchas gracias… También están invitados a pasar unos días en Chicago cuando deseen, sería un placer tenerlos de visita —expresó con una gran sonrisa; de pronto sintió deseos de abrazarla y se acercó mostrando su intención, pero logró contenerse y se alejó. —Gracias por la invitación, te prometo que iré. —Amelia vio el gesto que él había hecho y ya no pudo aguantar más las ganas de abrazarlo, así que sin pensarlo mucho se acercó y lo envolvió con sus brazos—. Cuídate mucho, por favor, hijo —expresó estrechándolo con fuerza, mientras luchaba con las lágrimas en su interior. Se separaron y después de mirarse a los ojos unos segundos tuvieron que alejarse, la familia Danchester se reunió frente a la fachada y los vieron subir al auto, se despidieron con sonrisas y ademanes, a los que ellos respondieron de la misma manera. Siguieron el auto con la mirada hasta que lo perdieron de vista, dejando un enorme vacío en sus corazones, Amelia y Dominique al fin dejaron correr las lágrimas que habían contenido, mientras Benjen respiraba profundamente y las abrazaba con fuerza, siendo el apoyo que necesitaban en ese momento.

Capítulo 5 Entre la universidad y el trabajo, a Fabrizio se le habían pasado los días volando, cuando quiso darse cuenta ya era miércoles y todavía no sabía lo que se pondrían Marion y él para asistir al campeonato mundial de danza. Buscó parte el dinero que había ahorrado, esperando encontrar algo adecuado, por suerte su compañera de trabajo se ofreció ayudarle, lo había visto algo distraído y él terminó confesándole que deseaba comprarle algo hermoso a su mujer, para asistir a la velada que sería en uno de los mejores teatros de París. Aprovecharon esa mañana que él no tendría clases y que ella tenía libre en el restaurante para ir en busca de la ropa que usarían; se encontraron en el centro de Beauvais y de allí caminaron un par de manzanas. Belén lo llevó a un lugar donde había ropa realmente hermosa y no era tan costosa como las que había visto en las vitrinas la noche anterior; al parecer, ella era cliente del lugar porque la saludaron en cuanto entró y dos chicas se acercaron para ayudarla. —¿Cómo es tu esposa? —preguntó Belén para tener una idea de qué escoger, mientras miraba unos vestidos negros. —Es hermosa… la mujer más hermosa del mundo —respondió de manera espontánea, pensando que cualquier cosa que se pusiera le quedaría bien porque ella lo haría lucir perfecto. —Se nota que estás enamorado, Fabrizio —dijo sonriendo—, pero no me refería a eso, sino a su contextura física, si es alta o baja, delgada o con curvas… necesito tener una idea. —Bien…, ella es un poco más baja que tú, es delgada, pero su figura es esbelta, su cabellera es larga y dorada, a pesar de no ser muy alta tiene piernas largas. —La detalló y recordó que llevaba una fotografía en su billetera, así que la sacó y se la mostró—. Son mi esposa y mi hijo. —Tienes una hermosa familia —respondió mirando la fotografía con una sonrisa—. Perfecto, ya sé lo que se le verá bien —dijo con entusiasmo y caminó hasta otro de los percheros. Después de varios minutos escogió cinco modelos, dos en negro, uno en gris, uno en blanco y otro en rojo, descartó el rojo al ver que su amigo fruncía el ceño. También el gris porque Marion era una chica joven, vio el blanco y le pareció muy virginal. —Creo que el color negro le quedaría hermoso a su tono de piel, además, es el que se usa en todas las veladas elegantes. Tenemos estos dos y ambos me gustan, pero tú decides. —Los sostuvo en sus manos para que él los viera bien, aunque ya ella tenía su favorito. Fabrizio los observó con mucho cuidado, pues quería escoger el mejor para su esposa, le gustaba mucho el negro con canutillos y lentejuelas, solo que el largo apenas estaba por debajo de la rodilla y aún seguía haciendo frío; además, no quería que otros hombres tuvieran el privilegio de ver las hermosas piernas de su mujer, así que lo descartó y se quedó con el otro. Era un elegante vestido negro con la falda llena de flequillos que le daban mucho movimiento, la parte de arriba estaba toda cubierta de encaje negro, eso no le agradaba mucho, pero al menos el escote era más sutil que el otro. —Me quedó con este —mencionó con una sonrisa. —También me gustaba más este; sobre todo, porque tiene un escote precioso en la espalda — expresó con una mirada traviesa y lo volvió para mostrárselo, se carcajeó al ver que palidecía—. No se te ocurra arrepentirte, este vestido es bellísimo y estoy segura de que a Marion le quedará

perfecto. —Lo alejó de su alcance para que no fuese a ponerlo en el pechero, pues veía que eran sus intenciones. Belén eligió los zapatos y una pequeña cartera que hicieran juego, sabía que debían comprar un abrigo, pero ninguno de los que estaban allí le gustaban y pensó que con el presupuesto de Fabrizio, era difícil que encontrara uno acorde; de inmediato decidió que le prestaría uno, ella tenía varios que podían servirle. Salieron de la tienda y cruzaron la calle, para ir a la zona donde estaban las tiendas de caballeros, él no quería gastar mucho en su ropa y hasta pensó en alquilar o prestar algo, pero Belén le aseguró que conseguirían uno a buen precio. —¿Ves? Te dije que lo encontraríamos, este es perfecto —dijo admirándolo, de verdad lucía muy guapo, el negro le sentaba bien. —Sí, me gusta mucho y puedo costearlo. —Sonrió contemplándose en el espejo de cuerpo entero—. Lo llevaré. —Excelente elección. —Ella asintió emocionada. —Tengo que comprar algo de maquillaje también, ella no usa, pero sé que lo ideal es que se ponga un poco esa noche. —No te preocupes por eso, yo me encargaré de maquillarla, no es práctico que compres un montón de cosas para que las use solo una noche. Dame tu dirección y el sábado pasaré temprano por tu casa. Fabrizio le sonrió con agradecimiento porque la verdad era que tenía poco dinero, y esa noche seguro tendrían que quedarse a dormir en París, solo esperaba que las propinas del viernes fuesen tan generosas como siempre, porque quería darle a su esposa una velada realmente especial, Marion se lo merecía. Eran las tres de la tarde cuando Marion abrió la puerta de su habitación y algo sobre la cama llamó su atención, dejó su bolso encima del tocador mientras su mirada desconcertada se posaba en la prenda tendida en su lecho. Con cuidado estiró una de sus manos y lo acarició, sintiendo la suavidad de la tela que la hizo sonreír, se animó y lo agarró, extendiéndolo frente a su mirada. Fabrizio tenía unos quince minutos en el baño esperando ese momento, escuchó la puerta de la habitación abrirse y se puso de pie, salió del baño, quedándose parado bajo el umbral, descansando su cuerpo sobre el hombro mientras admiraba a su esposa, que al parecer aún no creía lo que veía. Una sonrisa se dibujó al darse cuenta de que ella ni siquiera se percató de su presencia, estaba completamente hechizada por el vestido. —¿Te gusta? —preguntó él al fin, con una maravillosa sonrisa. Marion se sorprendió al escuchar su voz y desvió la mirada del hermoso vestido, a su esposo quien le sonreía, pero una vez más la posó en la prenda sin entender lo que todo eso significaba. —Está hermoso… pero no entiendo —dijo viéndolo acercarse y tuvo que levantar la cabeza para poder mirarlo a la cara. —Es para el sábado. —respondió quitándole la prenda y dejándola caer suavemente sobre la cama, al tiempo que con uno de sus brazos cerraba la cintura de ella y la acercaba a su cuerpo. —¿Para el sábado? —cuestionó parpadeando y comenzó a negar porque no quería que él gastara en esas cosas—. Fabri… amor… Él la detuvo con una sonrisa enigmática, dejando huérfana la cintura de su esposa la agarró de una mano y la llevó hasta el tocador, se sentó en el banco y la puso a ella sobre sus piernas, luego estiró su mano para abrir el cajón y sacó las dos entradas. —Me las han regalado —anunció con la mirada brillante. —¿Te las han regalado? —inquirió mirándolo con desconcierto. —Sí, me las regaló el mismo Casimiro Aín.

—Fabri deja de mentirme —pidió soltando una carcajada—. Eso es imposible, ¿Cómo es que Casimiro Aín te va a regalar unas entradas para el campeonato de danzas modernas? —No te estoy mintiendo —expuso alegre—. Aunque si te soy sincero, ni yo me lo creo aun, fue el viernes a cenar y lo atendí… claro, las regaló para el chef, pero a Dimitri no le gusta el baile. —No puede ser —acotó incrédula, admirándolas—. Casimiro Aín… —susurró más para ella —. Fabri, pero cómo iremos a París. —No te preocupes por nada de eso, mi vida, yo me encargaré de todo, tú solo asegúrate de conseguir que alguien te cubra el domingo, porque pienso tenerte solo para mí todo el fin de semana, nos iremos el sábado y regresaremos el domingo por la tarde. Ella rodeó eufóricamente con sus brazos el cuello de su esposo y comenzó a llenarle el rostro de besos sonoros, esa lluvia de besos se precipitó sobre los labios de Fabrizio. Marion sonreía con picardía al ver que él apenas lograba responder a sus besos, había sido tan buen maestro que ahora ella lo superaba. —Pero… espera un momento… La ropa no te la han regalado —mencionó ella dejando los besos y lo observó fijamente. —Sin preguntas, usted solo dedíquese a disfrutar de lo que viviremos, señora Di Carlo — exigió y la besó con efusividad. —Amor… es que no me lo creo, desde ya estoy nerviosa… nunca he asistido a un evento así, mejor dicho, nunca he ido ni siquiera a una fiesta, me gusta el tango desde pequeña, pero mi papá siempre decía que era un baile para personas desvergonzadas. —Fabrizio soltó una carcajada—. ¡Fabri no te burles!… La verdad es que también me lo parecía, cuando iba a clases de medicina podía ver a algunas parejas bailándolo en las plazas… y me asombraba ver como se pegaban sus cuerpos —dijo con sus ojos muy abiertos. —Es solo un baile, no tiene nada de indecente, mi amor. —Puede que así sea, pero ya sabes que mi familia era muy estricta y moralista, ellos me criaron así —justificó su comentario. —Sí, de eso no me quedan dudas con Manuelle… —comentó riendo, pues su cuñado casi parecía un sacerdote de lo moralista que era—. Descansa, yo tengo que irme ya… nos vemos esta noche. —Te acompaño hasta la puerta —mencionó dándole varios besos. Luego caminó con él agarrados de la mano, feliz de recibir todos esos hermosos detalles de parte de su esposo y agradecida con Dios por haberle regresado al hombre del que se enamoró. Lo despidió en la puerta junto a Joshua, quien se quedaba un poco triste cada vez que su papá se iba, porque no lo veía tanto como antes, pero él le prometió que todo eso era para llevarlo a Madagascar y eso lo hacía feliz. A su regreso a Chicago, Brandon fue sometido a un interrogatorio por parte de su tía, quien deseaba conocer el motivo por el que los Danchester no habían mencionado nada del parecido entre Fabrizio y Terrence. Obviamente, no compartió con ella lo que habló con Benjen porque eso la llevaría a la conclusión que habían llegado todos: que Luciano había secuestrado a Terrence para hacerlo pasar por su hijo. Aunque de momento, él deseaba otorgarle el beneficio de la duda a su suegro y pensar que, a lo mejor, sus acciones fueron producto de la confusión por el parecido; y que se llevó a Terrence creyendo que era realmente Fabrizio, que por algún motivo había ido a parar América. Sin embargo, a su tía solo le dijo que los duques también se habían sorprendido, pero que no

quisieron ser indiscretos y decidieron callar. Por su parte, se propuso averiguar un poco más, trataría de que Fransheska le revelara algún dato importante, sabía que actuar así era deshonesto, pero no podía solo ir y plantearle el tema. Esa tarde lo había invitado a cabalgar en los terrenos de su propiedad, tal vez sería buen momento para indagar. Sin embargo, en cuanto llegó, lo primero que ella hizo fue darle muchos besos, haciendo que se olvidara de su objetivo, luego lo llevó a los establos, para que conociera a los maravillosos ejemplares que Fabrizio había comprado. —Ella es mi hermosa chica, Selene, es una lipizana de dos años, Fabrizio no descansó hasta tenerla, en cuanto la vio supo que era especial. —Se acercó con una sonrisa y le acarició la crin, la yegua movió la cabeza como si la saludara y fijó la mirada en ella. —Es muy hermosa —comentó Brandon animándose a darle un par de caricias en el cuello, al ver que parecía muy mansa. —Sí, además es una maravillosa inversión porque las crías que tengan valdrán muchísimo. Claro que dudo que las vendamos porque su valor sentimental será mucho mayor —indicó con naturalidad demostrando su pasión y conocimiento de esos animales mientras caminaba hasta la próxima cuadra. Allí se encontraba un extraordinario frisón negro como una noche sin luna, con un pelaje tan brillante que parecía relucir bajos los rayos del sol que entraban por la ventanilla de su cuadra. Su porte tenía cierto aire arrogante y de inmediato posó su mirada en el extraño que entraba al lugar, y su cuerpo lleno de poderosos músculos se tensó. —Déjame adivinar, este es el caballo de Fabrizio —dijo Brandon contemplando al extraordinario espécimen. —Son iguales, ¿no es cierto? —preguntó ella riendo—. Mi hermano tiene una debilidad por los caballos así, es casi idéntico a Ónix y le advertí que eso podía generar problemas. Ya que, si decidía traer a su caballo de Italia, al llegar y encontrarse con Argus, comenzarían una fuerte contienda a causa de los celos —explicó mirando al hermoso y arrogante caballo que se había hecho el alfa del establo. —Eso puede tenerlo por seguro, pasa cada vez que traemos a los caballos de Barrington y deben interactuar con los que están aquí. —Sí, aunque él me dijo que no traería a Ónix, tiene la esperanza de regresar pronto a Italia — mencionó y se tornó melancólica, porque en el fondo ella también deseaba hacerlo, pero sabía que no podía. —No creo que quiera irse y dejar a Victoria aquí —señaló frunciendo el ceño, pues esa información no la conocía. —No, por supuesto que no, supongo que… no sé, esperará hasta que estén casados —aclaró para que él no lo juzgara mal. —En ese caso, tu hermano se quedará aquí por mucho tiempo, porque nosotros nos casaremos antes —aseguró con una sonrisa. —Tienes razón, además, él prometió que me llevaría al altar junto a mí padre, así que se quedará aquí —dijo con entusiasmo. Caminaron a la siguiente cuadra donde estaba un hermoso lipizano rojizo, con una crin negra larga y abundante, parecía ser el más joven de todo, pero su cuerpo también era robusto. Ella se acercó al caballo que estaba acostado, pero en cuanto fue consciente de su presencia y la de Brandon, irguió la cabeza y levantó las orejas con curiosidad. —Este maravilloso señor se llama Vulcano, tiene mucha fuerza y una velocidad increíble, pero cuando llega a tomarte confianza es aún más manso que su novia Selene —acotó con una gran

sonrisa mientras acariciaba la espesa crin del caballo. —Supongo que la yegua de esa cuadra es para Argus… —Calíope, es bellísima ¿verdad?… No en vano mi hermano se encaprichó con ella, parece sacada de un cuento de hadas, aunque Selene también es hermosa, Fabrizio me ofreció las dos, porque sabe que me encantan… —Se quedó en silencio observando al animal—. ¿Sabes una cosa? Creo que cuando tengamos a nuestros hijos, lo primero que haré será inculcarles este amor por los caballos porque son animales maravillosos —agregó con una sonrisa que iluminaba su mirada. —Eso me encantaría, a mí también me gustan muchos los animales, recuerdo que de pequeño me gustaba pasar todo el día en el bosque de Barrington; pero luego de la muerte de mis padres, las cosas cambiaron mucho y tuve que olvidarme de eso para comenzar a tener obligaciones. —Entonces hoy tendrás eso que tanto extrañas, nos pasaremos la tarde cabalgando y disfrutando de la naturaleza —expresó mirándolo a los ojos y le rodeó el cuello con los brazos para besarlo. Brandon estaba hechizado por ella y la amaba cada día más, era consciente que ninguna otra lo haría tan feliz como Fransheska, ni lo llenaría cada instante de esa manera. Mucho menos se mostraría dispuesta a seguirlo, ser su apoyo y su compañía en cada loco sueño que se le pasara por la cabeza; estaba seguro de que no podía existir alguien tan especial como ella, por eso la adoraba. Escucharon unos pasos que se acercaban, seguramente el mozo que se encargaba de atender las cuadras, así que tuvieron que separarse, aunque algo renuentes. —Buenas tardes, señor… señorita —Los saludó y caminó hasta los animales para darles agua y revisar que estuviesen bien. —Buenas tardes, Sebastián, puede por favor prepara a Vulcano y a Selene, iremos a dar un paseo —pidió Fransheska con una sonrisa. —Por supuesto, señorita… si desea puedo sacarlos ahora para que caliente un poco —sugirió porque sabía que a ella le gustaba galopar. —Me parece perfecto, muchas gracias, Sebastián —expresó ella dedicándole otra sonrisa. Lo vio salir del establo llevando a ambos animales—. Espero que la fuerte contextura de Vulcano no te intimide, aunque si deseas puedes montar a Selene, su temperamento es mucho más dócil y también posee gran agilidad —añadió en tono serio, pero una sonrisa bailaba en sus ojos al ver cómo él fruncía el ceño. —Para su información, señorita, yo también soy muy bueno con los caballos —indicó levantando el mentón con dignidad. —Perfecto, pues me estás dando la excusa que esperaba para retarte a una carrera —dijo de manera casual, acomodándose el cabello. —¿Una carrera? —preguntó interesado—. Supongo que eso contará con su debida apuesta, ¿no es así? —cuestionó sonriendo. —¡Por supuesto! En otro caso no tendría atractivo… podemos apostar complacer al otro en cualquiera cosa que se nos ocurra, como, por ejemplo, un viaje —señaló ella con entusiasmo. —¿Un viaje? —preguntó él desconcertado, pensó en algo más. —Sí, un viaje… como los que hicimos en Europa, me encantaría viajar de nuevo contigo… también con Fabrizio y Victoria. Sería maravilloso poder ir a alguna playa, quiero un poco de sol que me quite el frío —respondió y su mirada se ancló en la azul de su novio. —Suena interesante, aunque yo podría enumerar cientos de cosas mucho más placenteras entre nosotros y que también te quitarían el frío —esbozó y llevó las manos a su cintura para acercarla a él.

—Mi amor, estamos en un establo —susurró mientras su cuerpo se estremecía por los besos que él dejaba caer en su cuello y las caricias que le daba a su espalda. Al tiempo que ella también lo acariciaba y se pegaba a su cuerpo como atraída por algo más fuerte que su voluntad. —Lo siento… es que tú haces que me olvidé de todo, pero volviendo a la apuesta, si tú ganas realizaríamos ese viaje… ahora, si yo gano ¿qué obtendría como premio? —preguntó viéndola. —Lo que desees, puedes pedir lo que desees y yo te lo daré —contestó Fransheska sin vacilar. —Te daré un consejo… pensando en tu bienestar y en mi cordura —indicó con la mirada oscura y la voz más grave de lo habitual—. No repitas esas palabras mientras solo seas mi novia… no me des esa libertad porque no imaginas todo el esfuerzo que estoy haciendo en este momento, para no tomar tus labios y besarte hasta que no puedas pensar en nada más que no sea en mí… no deberías tentarme de esa manera porque puede resultar muy peligroso —admitió mirándola con tal intensidad que pudo percibir cómo ella contenía la respiración. —¿En verdad serías muy peligroso? —inquirió mientras le rodeaba el cuello con sus brazos y su mirada viajaba a los labios de su novio con la clara intención de tentarlo. —Sumamente peligroso… casi letal dirá yo, como un león cegado ante una exquisita presa — respondió con tono divertido, para intentar disipar el deseo que ella le despertaba. —Eso suena muy interesante… lástima que no pueda tenerte miedo. Es que… más que como a un león, te veo como a un manso gatito al que puedo dominar con suaves caricias y dulces besos —susurró rozando sus labios en los de él. —En parte, puede que eso sea cierto, señorita Di Carlo, pero todo eso también puede despertar una necesidad salvaje en mí, que solo puede ser calmada de una manera —pronunció con voz sugerente, mientras la tomaba de la cintura y la elevaba hasta apoyarla de espaldas a una de las paredes, luego se apoderó de su cuello para besarlo. Ella dejó libre un jadeo mitad sorpresa mitad placer y se aferró a los fuertes hombros de su prometido, mientras que sus piernas se cerraban en su cintura para tener una posición más cómoda y comenzó un concierto de suspiros, al tiempo que le acariciaba con suavidad la nuca y el cabello. Brandon llevó una mano hasta su mejilla y con un movimiento rápido se apoderó de sus labios, en un beso cargado de deseo, ese mismo que ella había despertado y que ahora lo desbordaba. Deslizó su mano hasta una de las torneadas piernas y la acarició con posesión, provocando que los suspiros cambiaran por jadeos que se ahogaban en su boca. —Brandon —expresó con la respiración agitada, mirándolo con el mismo anhelo que él la veía. —Mi princesa… mi amor… mi dueña —murmuró, dándole suaves toques de labios, aunque sus caricias ganaban intensidad. Sus miradas parecían fundirse y el aire entre los dos vibraba, sus bocas se buscaron de nuevo, desesperadas y ansiosas, deseando calmar esa necesidad que los estaba torturando y que apenas lograban contener dentro de sus cuerpos. Ella se movió para acomodarse mejor y él supo que esa posición no era para nada cómoda, así que con rapidez la separó de la pared y la volvió, buscando un mejor soporte. Al hacer ese movimiento, tropezó con algo y fueron a parar a un montón de heno que se encontraba en una esquina del lugar, lo que le hizo soltar un improperio y quedarse sin aire; pues fue quien recibió el golpe. Ella rompió en una carcajada y él no pudo más que acompañarla, mientras el cabello castaño y brillante caída como un velo sobre ellos que seguían unidos en un abrazo, sus miradas brillaban llenas de felicidad y el deseo resurgió en ese instante con mucha más fuerza. Brandon la puso de espaldas, recostándose a su lado mientras la besaba en los labios con

lentitud y pasión al mismo tiempo, adueñándose de cada espacio de la boca de su novia. Su lengua rozaba la de ella en una danza sensual, excitante, bebiendo de ella y ofreciéndole placer en cada caricia, sus respiraciones eran agitadas y el calor de sus cuerpos cada vez más intenso, así como el temblor que los recorría cada vez que sus manos rozaban algún lugar sensible. Él no pudo resistir la tentación y llevó una mano hasta la pierna de su novia para acariciarla, con suavidad comenzó a deslizarla hasta llegar a su muslo y ejerció un poco más de presión. Ella se aproximó más a su cuerpo y enredó los dedos en su cabello, al tiempo que la pierna que Brandon acariciaba se anclaba a su cadera. —Mi amor… me tienes completamente encantado… ¡Dios, eres tan perfecta, Fransheska!… Tan perfecta —expresó, dejando que su aliento caliente se estrellara contra la sensible piel de su garganta. Fransheska solo actuaba por instinto y se dejaba llevar por eso que su cuerpo le pedía, desaparecer la distancia entre ambos y entregarse a él en cada beso y caricia, sin cavilar nada más. Justo como le había dicho, en ese momento no existía otro pensamiento en su cabeza que no fuese él y todo lo que le estaba haciendo sentir, bajó sus manos hasta la espalda y pudo sentir la firmeza de cada músculo. —Tú también me tienes hechizada… —susurró, deseando decirle mucho más, expresarle sus deseos con libertad, pero algo en su interior la seguía cohibiendo porque sus pensamientos la escandalizaban. Brandon rozó levemente el derrière con la palma de su mano, sin hacer mucha presión para no asustarla ante un toque tan osado, el deseo en ambos era cada vez más fuerte y la necesidad de saciarlo crecía amenazando con convertirse en una avalancha. Sin saber cómo ni por qué se comportaba de esa manera, Fransheska metió las manos bajo la camisa de su novio y deslizó sus dedos por la espalda desnuda. Él jadeó en su boca y la mano que antes se complacía con acariciarle la cintura, se movió hasta el seno y lo rozó con suavidad, apenas fue un sutil toque, pero que ella lo sintió como una descarga eléctrica que la hizo estremecer. Brandon se detuvo, pero al ver que ella no lo rechazaba, siguió masajeándolo mientras su boca viajaba a su cuello, una vez más, dedicándose por completo a la maravillosa piel nívea que lo deleitaba y lo sumergía en un mar de sensaciones placenteras. —Brandon… amor… Brandon ¡Dios mío! —susurró Fransheska, intentando retomar su cordura—. Amor… Brandon ¡Oh, mi vida! Brandon… espera… espera —suplicó con la voz ronca y entrecortada, pues no lograba coordinar nada, solo podía sentir. —Fran… no me detengas… por favor, amor… me estoy muriendo por tenerte, puedo perder la razón… —esbozo él con voz tan suave como una caricia, mientras seguía besando su cuello y acariciándola con más intensidad, pero sin llegar a ser rudo para no incomodarla. —Quisiera no hacerlo, pero no podemos dejarnos llevar, no aquí, Brandon —dijo mientras le acariciaba el cabello en un gesto tierno, que disipara la pasión que le nublaba la mente—. Creo que será mejor que intentes controlar a ese león que llevas dentro —señaló, pretendiendo por todos los medios distraerlo y le sonrió cuando él la miró. —No soporto esta tortura… es tan difícil tener que renunciar al placer de besarte y acariciarte —confesó con absoluta sinceridad, ya no podía callarse todo eso—. Lo que siento por ti es tan intenso… que apenas puedo controlarme, y sé que te prometí que esperaríamos, pero a veces siento que falta una eternidad para poder tenerte —añadió, tentando de escaparse con ella y hacerla su mujer. Fransheska tembló ante esa confesión y quiso decirle que ella también lo deseaba con cada

espacio de su cuerpo, pero sabía que una declaración así solo alentaría el anhelo que los dos sentían de dejarse llevar por la pasión. Sin embargo, fue consciente de que ese no era un lugar indicado y que su hermano podía aparecer en cualquier momento, y no quería que su primera vez fuese así, quería vivirlo de manera especial y atesorarla para toda la vida. Él suspiró con resignación al ver que ella se había puesto nerviosa, le prometió que no la presionaría y no lo haría, porque ella no merecía otra cosa. Subió para darle un beso, apenas contacto de labios mientras le acariciaba las mejillas, entendió que no estaba bien continuar y que ella tenía razón, deslizó la mano que tenía cautivo el seno de su novia y la llevó hasta su cintura, alejándose de la tentación. —Eres el hombre más extraordinario que he conocido en mi vida y ya llegará el día que tanto anhelamos —pronunció acariciándole la frente con los labios, luego lo miró y sonrió coqueta—. Creo que de ahora en adelante lo pensaré mejor antes de tentar ese lado salvaje que posees. —Su mirada brillaba de picardía. —Te dije que era extremadamente peligroso —susurró, atrapando su voluptuoso labio inferior con los dientes y lo mordió con suavidad. Ella gimió y a él se le oscureció la mirada, así que lo soltó. —Creo que mi hermano es mucho más peligroso; sobre todo si llega y nos encuentra en esta situación… es capaz de regresar al siglo XVII y retarte a un duelo —señaló divertida y él dejó ver una sonrisa que iluminó sus ojos azules, que eran claros nuevamente. —En ese caso… lo mejor será mantener mis manos lejos de usted, señorita Di Carlo, porque soy un pésimo tirador. Ella soltó una carcajada y lo besó con renovado entusiasmo, pero al ver que una vez más se dejaban llevar, dejaron el beso en suaves toques y se pusieron de pie. Acomodaron su ropa y revisaron que sus cabellos no estuviesen llenos de hebras de heno, después entre risas y miradas cómplices se acercaron a donde sus monturas ya los esperaban.

Capítulo 6 Marion fue sacada de sus sueños con suaves besos que caían sobre su frente, mejillas y mentón, al tiempo que tiernas caricias recorrían sus brazos. Ella se pegó más al tibio cuerpo a su lado que la llenaba de una reconfortante y maravillosa sensación de calidez, reforzando su deseo de quedarse así para disfrutar por más tiempo de todo eso. —Despierta, dormilona —susurró Fabrizio en su oído. —Estoy despierta…. Pero quiero que me sigas besando —habló aun con los ojos cerrados y mostrando una dócil sonrisa, dejó caer un beso en el pecho de su esposo, quien la encarceló en un abrazo y ella subió una de sus piernas, dejándola descansar en la cadera masculina. —Mi amor, me encantaría prologar este momento, pero tenemos un compromiso pendiente y debemos preparar la cena, vestirnos… —La vio levantar sus párpados y regalarle una mirada de ese par de ojos verdes que lo maravillaban, sonrió y le dio un beso en la punta de su pequeña y respingada nariz—. Por cierto, no te he dicho que vendrá una amiga a ayudarte. —¿Una amiga? —preguntó sorprendida y parpadeando. —Sí, una compañera de trabajo, fue quien me ayudó a elegir el vestido porque no tenía idea de que comprar… También insistió para ser quien te ayudara con el maquillaje, supongo que debí consultarte antes —respondió acariciándole la mejilla con la punta de sus dedos. —Está bien… Creo que me será de gran ayuda porque nunca me he maquillado sola y no sé cómo hacerlo. El día de nuestra boda lo hizo la estilista que trajo la señora Pétain desde París. —Si me lo preguntas, diría que no hace falta que lo hagas. Te ves realmente hermosa al natural y no necesitas nada para enloquecerme. Ella se puso de pie y Fabrizio también lo hizo, antes de salir la abrazó por la espalda para darle un beso en la nuca, la sintió estremecer y eso lo hizo sonreír, imaginando cómo acabaría esa velada especial. Tendrían que quedarse a dormir en París porque la presentación acabaría muy tarde para que pudieran regresar a Amiens, así que había reservado en el hotel donde pasaron su luna de miel, aunque no en una suite porque era más costosa, pero sería una hermosa habitación. Después de varios minutos la cena quedó lista, pero no la servirían porque aún era temprano, de eso se encargaría su hermano; Marion se fue para ducharse y estar lista para cuando la compañera de su esposo llegara. Fabrizio no necesitaba tanto arreglo así que se quedó sentado en la alfombra jugando con Joshua y hablando con Manuelle, quien estaba feliz porque después de tanto tiempo, por fin tendrían una salida de pareja como correspondía a un matrimonio. Escucharon un par de golpes en la puerta y Fabrizio se levantó para abrir, sabía que era su amiga que llegaba puntual. Manuelle vio a una hermosa dama de cabellos tan marrón como el chocolate y bonitos ojos oscuros, que mostraba una sonrisa deslumbrante. —Buenas tardes, Fabrizio —Lo saludó al verlo. —Buenas tardes, Belén, gracias por haber venido. —Le hizo un ademán para que siguiera adelante. —¡Belén! —expresó Joshua entusiasmado y caminó hacia ella. —Mi pequeño, ¿cómo has estado? —Belén lo conocía porque Fabrizio lo había llevado un par de veces al restaurante. Le entregó el neceser a su compañero y luego cargó al niño dándole un

par de besos en esas mejillas regordetas que tanto le gustaban. —Buenas tardes. —Manuelle la saludó, detallándola con la mirada. —Belén, te presento a mi cuñado. —Fabrizio lo señaló. —Mucho gusto, señorita, Manuelle Laroche. —Un placer señor Laroche, Belén Buttón —respondió sonriendo. —Joshua ven —pidió Manuelle extendiendo los brazos para que dejara a la dama, él inmediatamente se lanzó a su tío. —Belén… tienes que dejar a mi mami hermosa. —Por supuesto… aunque sé que no tengo que hacer mucho, porque ya ella lo es —respondió sonriéndole y le guiñó un ojo, le encantaba ver cómo Joshua repetía ese gesto. —Ven conmigo, Belén… Marion está en la habitación esperando. —Con su permiso —dijo mirando a Manuelle. —Bien pueda —respondió él y la vio alejarse. —¿Verdad que es bonita, tío? —preguntó Joshua en un susurro. —Sí, es una dama hermosa —respondió en tono casual. —Pero no puedes mirarla mucho —dijo apoyándole una mano en la mejilla para hacer que volviera el rostro—. Solo debes tener ojos para la señorita Roger, eso dice mami —acotó y soltó una carcajada. —Joshua… Joshua. —Manuelle negó con la cabeza y sin esconder su sonrisa al ver la picardía de su sobrino, cada día aprendía más. Fabrizio llamó a la puerta y recibió el permiso para pasar, Marion estaba sentada frente al tocador desenredándose las hebras doradas, envuelta en una bata de baño, se puso de pie y caminó para presentarse con la compañera de trabajo de su esposo. —Amor… te presento a Belén —dijo al tiempo que con un gesto de su mano presentaba a ambas—. Belén… mi esposa. —Ellas se saludaron con agrado, Fabrizio dejó el neceser sobre el tocador y le sonrió a Marion, quien se notaba algo nerviosa—. Bueno entonces yo las dejo para que puedan empezar. —Fabrizio… tú también deberías ir arreglándote —acotó Marion. —Sí, lo haré en la habitación de Joshua. Se acercó a Marion y le dio un tierno beso en los labios, su esposa se sonrojó por la presencia de Belén, pero la sonrisa que él le dedicó hizo que se relajara. Lo vio salir y suspiró, dispuesta a poner de su parte para quedar espléndida y que él se sintiera orgulloso de llevarla colgada de su brazo, esa noche. —Bien ¿te parece si empezamos? —preguntó Belén sonriéndole. —Claro —respondió y se sentó una vez más frente al tocador. Belén comenzó a sacar cosas de su bolso y fue aplicando algunas cremas en el largo cabello dorado que era muy hermoso, lo dividió hacia un lado y tomó un mechón envolviéndolo en una pinza. Lo armó a la altura de la nunca y lo sostuvo con un ganchillo dejando las ondas sumamente marcadas, así fue haciendo con el resto del cabello, dando la impresión de que se lo había cortado, y en un poco más de cuarenta minutos tenía un peinado Flapper estilo Zelda Fitzgerald. —Si te cortaras el cabello a la altura del cuello, sería mucho más fácil, además que está a la moda —dijo Belén, fijándolo un poco más. —No… no podría hacerlo, siempre lo he llevado así, me gusta largo, además a Fabrizio le daría un ataque —expuso sonriendo. —Entiendo, es de los que le gusta agarrarse de los cabellos en aquellos momentos —esbozó Belén con picardía y soltó una risita.

—Eh… bueno… —Marion trató de decir algo, pero la timidez no la dejó, no estaba preparada para hablar de temas íntimos con la compañera de trabajo de su esposo. —No te preocupes… —dijo entendiendo que apenas se conocían y no había tanta confianza—. Ahora vamos con el maquillaje —indicó y caminó para buscar su neceser—. No te vuelvas, todavía no puedes verte… Sé que vas a quedar impresionante, el color de tu cabello y piel son fabulosos —dijo y comenzó a aplicar más cremas. Marion sentía su cuerpo algo entumecido por estar tanto tiempo en la misma posición, el cuello ya le dolía un poco y la ansiedad en su interior cada vez era mayor. Nunca pensó que arreglarse para una fiesta se llevase tanto tiempo, ni siquiera el día de su boda demoró tanto; de pronto sintió algo tibio al borde de las pestañas. —¿Qué es eso? —preguntó queriendo abrir los ojos. —Pegamento para las pestañas postizas… es que las tuyas son rubias y no darían el efecto, necesito un negro que impacte…. Marion se mantuvo en silencio pues no tenía mucho que decir, solo sentía cómo Belén iba poniendo más y más cosas en su rostro, se tensó un poco cuando llegó el turno de los labios y la chica tuvo que pedirle que se relajara. Ella respiró hondo y asintió; estaba muy nerviosa porque no sabía si le gustaría, no estaba acostumbrada a maquillarse, pero una vez más pensó en la impresión que causaría en Fabrizio y eso la alentó a quedarse quieta y dejarse arreglar. —¡Listo! —expresó Belén con emoción y retrocedió dos pasos para admirar su obra—. A ver, abre los ojos. —Marion hizo lo que le pedía y fijó su mirada en ella—. Impactante… que ojazos tienes mujer, tu esposo quedará hechizado cuando te vea. Marion mostró una sonrisa nerviosa, estaba ansiosa por verse al espejo, pero la mirada que le dedicó Belén, le advirtió que no podía hacerlo todavía, suspiró para armarse de paciencia. Se puso de pie y caminó hasta la cama para tomar su vestido, lo agarró con cuidado y se disponía a ir al baño, cuando la compañera de Fabrizio la detuvo. —Te ayudaré a ponértelo —Se ofreció Belén con una sonrisa. —Gracias —murmuró Marion y bajó el rostro, algo cohibida, mientras deshacía el nudo de la bata que enseguida cayó a sus pies. —Tienes una figura muy hermosa… espero quedar igual después de que tenga a mi primer hijo —mencionó Belén con una sonrisa para alejar la pena que veía en ella. —Muchas personas no creen que sea la madre de Joshua, dicen que tengo el cuerpo de una señorita —comentó sonriendo. —Ciertamente así es, eres joven y hermosa, debes lucirte de vez en cuando —Le aconsejó y terminó de ponerle el vestido. La suave tela se deslizó por las estilizadas curvas de Marion, tomando su forma perfecta, Belén la admiró por unos segundos para luego rodearla. Se paró detrás de ella y vio algo que no armonizaba para nada, el sujetador arruinaba por completo el escote del vestido, así que lo desabrochó con su ágil movimiento. —No va para nada con el vestido, así que no los necesitamos —respondió al ver que ella la miraba desconcertada. —Pero… no es muy cómodo —alegó, luego de quitárselo. —No te preocupes, te doy media hora para que olvides que no lo llevas puesto… —aseguró contemplando la hermosa espalda desnuda, pues el escote terminaba justo donde iniciaba la curva de su derrière, haciéndola lucir muy seductora—. Ahora si puedes volverte. Marion se volvió y se sorprendió al ver a la mujer reflejada en el espejo, definitivamente era otra; lucía tan sensual que parecía una de esas actrices que salían en los diarios. Por mucho que se

mirara, no podía ver a la enfermera por ningún lado, solo conseguía ver a esa mujer glamurosa con los ojos maquillados en negro y la boca roja. Le costaba creer que fuese ella, se llevó la mano con cuidado a su cabello que lucía tan distinto, como si verdaderamente lo hubiese cortado, dejando libre el cuello que se veía mucho más largo. El vestido le daba la sensación de verse desnuda ya que se pegaba por completo a su cuerpo y el color negro destellaba cuando se movía, vio a Belén acercarse con sus zapatos y le agradeció con una sonrisa. —Es increíble… la del espejo es otra mujer. —Su voz vibraba mientras abría los ojos un poco más y se acercaba al espejo—. Es decir, me siento como yo, pero no me veo como yo — aclaró porque no sabía si se había dado a entender. Belén soltó una carcajada. —Eres tú y no solo te ves espectacular por la ropa, el peinado y el maquillaje, sino por quién eres —expresó con una gran sonrisa y sacó de su cartera uno pendientes pequeños y un brazalete que brillaban intensamente, se acercó a Marion y se los ofreció. —Belén… gracias, pero no es necesario… creo que… —Nada de negarte, siempre es necesaria alguna prenda —comentó agarrándole la muñeca para ponerla la pulsera—. Esta noche estarán con personas muy importantes, lo mejor de la sociedad parisina se reúne en ese tipo de eventos y no faltara la que desee atraer la atención de tu esposo, así que tú debes verte mejor que cualquiera. Las joyas eran un regalo que le había dado su actual compañero, un hombre con mucho dinero y que se desvivía por entregarle obsequios, que la amaba tanto como ella a él, pero que por sus costumbres les era imposible casarse, ya que él era egipcio. Solo debía desposarse con una mujer de su misma etnia porque su familia no aceptaría jamás a una extrajera y mucho menos de baja cuna, pero eso a ellos no les importaba y aunque fuese a escondidas, vivían su amor. —¿Has ido a un Campeonato Mundial de Danzas Modernas? —preguntó Marion al ver con cuanta propiedad hablaba. —Sí, he ido a dos, por eso te lo digo…, pero no debes preocuparte porque estás más que acorde para la ocasión. —Estoy muy nerviosa, no tengo idea de cómo debo comportarme —susurró bajando el rostro por la vergüenza. —Marion. —Le apoyó un dedo en la barbilla para hacer que la mirara a los ojos—. Solo sé tú misma y disfruta de la velada. Marion le agradeció con una sonrisa que alcanzó a iluminar sus ojos verdes, que lucían mucho más gracias al maquillaje oscuro, luego respiró profundo para calmarse y se disponía a salir, pero Belén la detuvo con una seña. La vio sacar de su bolso un elegante frasco de perfume y esparció un ligero rocío sobre su cuerpo, lo que le provocó algo de cosquillas, y que suspirara, pues olía delicioso. —Ahora sí, estás lista para tener una velada inolvidable junto a tu esposo, que estoy segura también estará muy apuesto. —Gracias, Belén… de verdad muchas gracias —dijo y se aventuró a tomarle las manos en un gesto de agradecimiento. —No tienes que agradecerme, para mí es un placer ayudarte… me encanta todo esto. Ahora vamos que de seguro ya Fabrizio debe estar listo y les queda un largo viaje a París —ordenó con entusiasmo. En ese momento escucharon que llamaban a la puerta, Belén fue mucho más rápida y caminó para abrirla, sabía que debía ser su amigo. Efectivamente era él, lo vio y le sorprendió lo apuesto que también lucía; era consciente de su atractivo, pero vestido así parecía otro hombre, le sonrió

guiñándole un ojo y luego se hizo a un lado para que viera a su esposa, mientras estudiaba su reacción. Fabrizio y Marion se quedaron como suspendidos en el tiempo cuando sus miradas se encontraron, apenas podían reconocerse llevando esas prendas tan elegantes. Fabrizio apenas conseguía distinguir a su esposa, debajo de esa ninfa sensual que impactaba con esa mirada verde enmarcada en negro y esos labios rojos que lo incitaban a besarlos, ella lucía bellísima. Para Marion, el hombre que estaba parado en el umbral era un adonis, su vestimenta toda de negro y el cabello engominado, le daban un aspecto mucho más varonil ya que sus rasgos se veían mucho más fuertes. Su mandíbula parecía haber sido tallada y el color de sus ojos resaltaba aún más gracias al fijador en su cabello, que lo había oscurecido hasta un negro ébano. —Espero que no piensen quedarse así toda la noche, tienen un tren que tomar hacia París — indicó Belén rompiendo la burbuja en la que se encontraban—. ¡Vamos, vamos! Tendrán toda la noche para admirarse… Eso sí, al menos disfruten de la presentación de Aín. —Dame un momento, mujer… que estoy tratando de descubrir dónde está mi dulce esposa — comentó Fabrizio con una sonrisa. —¿No te gusta? —inquirió Marion parpadeando nerviosa. —¿Gustarme? Pienso que luces espléndida… como una verdadera diosa, y te juro que si no fuese porque tenemos un compromiso, me quedaría aquí contemplándote toda la noche. —Cuando veas su espalda vas a querer hacer algo más que contemplarla —murmuró Belén con picardía y Marion se sonrojó como una chiquilla—. Pero será mejor que se den prisa. —Tienes razón, nosotros te llevamos en el mismo taxi, te dejamos primero y después vamos a la estación —Le hizo saber Fabrizio. —No te preocupes por ello, mi hermana y su esposo quedaron en pasar por mí —dijo mientras guardaba sus cosas. Los tres salieron de la habitación y vieron a Manuelle que le preguntaba el abecedario a Joshua, pero el niño al verlos dejó de lado la lección y se puso de pie para correr hacia su madre. —¡Mami!… Te ves… —Se quedó en silencio mientras buscaba una palabra que la describiera, porque se veía distinta, pero de buena manera—. Te ves… muy hermosa —concluyó sonriéndole. —Muchas gracias, mi corazón —quiso cargarlo, pero sospechaba que su vestido podía romperse porque era muy ajustado. —Tu mami quedó hecha una diosa, Joshua —comentó Belén sonriéndole al pequeño, lo vio asentir mientras sonreía mordiéndose el labio y sus ojos brillaban tanto como los del padre. —Sí, mami es una diosa —repitió, aunque no sabía muy bien lo que eso significaba, pero suponía que debía ser algo muy lindo. Escucharon llegar un auto y eran los familiares de Belén, antes de salir agarró del perchero el abrigo de piel que había llevado y se lo ofreció a Marion, dedicándole una mirada que le advertía que no podía negarse. Se dieron un abrazo mientras la rubia le agradecía una vez más por todo, Belén también abrazó a Joshua y le ofreció su mano a Manuelle, luego salió en compañía de Fabrizio, quien le agradeció varias veces mientras caminaban hacia el auto. —Ya te dije que no tienes nada que agradecerme, lo hice con gusto, ahora disfruta de la velada, nos vemos el lunes —dijo dándole un abrazo y después subió al auto. —Lo haré, descansa y nos vemos el lunes —mencionó y se quedó allí hasta que vio el auto cruzar en la esquina. Manuelle apenas reconocería a su hermana, en la mujer que daba una vuelta frente a él para que la admirara; lucía completamente distinta y no podía decir que se viera mal, porque la verdad

era que estaba muy hermosa, pero esa ropa, el peinado y la pintura, la habían cambiado y ver el exagerado escote en su espalda fue la gota que colmó el vaso. —Fabrizio… como te atreves a comprarle un vestido así a la niña… ¿Acaso estás loco? Qué no ves que los hombres le dejarán la baba en la espalda —expuso con marcada molestia. —Papito… es la moda —intervino Marion para tranquilizarlo. —¿Moda? —inquirió haciendo un esfuerzo para hallar la sencillez de su hermana, en esa mujer que destilaba erotismo—. Qué moda, ni qué moda… si apenas te reconozco, te ves mucho mayor… estás realmente hermosa, pero muy mujer… demasiado mujer… mira nada más el maquillaje —se quejaba moviendo sus manos. —Cuñado, por si no te has dado cuenta, hace tiempo que tu hermana es una mujer, una muy deslumbrante. Y mejor no te digo lo que pasa en este instante por mi cabeza, porque empezarás a regañarme y acaba de llegar el taxi —acotó Fabrizio cubriendo con el abrigo la espalda desnuda de su esposa. —Fabrizio. —Le advirtió Manuelle. —Tío, mi papi tiene razón, no los regañes —dijo Joshua. —Sí, papito, no seas cascarrabias —comentó Marion, que cada vez ganaba más seguridad, se acercó y le dio un beso en la mejilla. Luego miró a su hijo, que estaba sentado en las piernas de su hermano y la veía con algo de tristeza—. No nos extrañes mucho mi amor, mañana estaremos de regreso y te traeré un regalo. —Que sean dulces —pidió con una sonrisa y extendió sus brazos para abrazarla y darle un beso—. Te quiero mucho, mami. —Yo te quiero hasta el cielo. —También lo abrazó y besó. —Pórtate bien, campeón, hazle caso a tu tío y duerme temprano. —Sí, papi… lo haré —contestó repitiendo los mismos gestos que le entregara a su madre y después se recostó en el pecho de su tío. Fabrizio y Marion también se despidieron de su cuñado, luego de eso salieron y caminaron de prisa hasta el taxi que ya los esperaba, él se adelantó y abrió la puerta del automóvil con un gesto galante. Ya en el interior del coche, no podían dejar de admirarse y él se percató de los pendientes que ella llevaba, seguidamente se fijó en el brazalete y agarró el brazo de su esposa para detallar mejor la joya, reconoció de inmediato que eran diamantes reales. —Belén me las prestó, bueno casi me obligó a llevarlas, ¿son hermosas verdad? —inquirió sonriendo y le mostró los pendientes. —Sí, son realmente hermoso… —contestó y frunció el ceño con gesto contrariado—. Creo que los comentarios malsanos sobre ella, son ciertos —añadió con un dejo de tristeza en la voz. —Es una chica excepcional… no veo por qué alguien tendría que hablar cosas malas de ella —susurró Marion. —Tampoco me gusta escuchar cuando hablan mal de ella, yo creo que se puede justificar cualquier cosa por amor…. —¿Por amor? —inquirió Marion desconcertada. —Sí… se dice que es amante de Salah Zaren. —¿El embajador de Egipto en el país? —cuestionó Marion deteniendo a su esposo, quien asintió. —Sí, él viaja desde París cada quince días para pasar el fin de semana con ella en un departamento que le regaló, en la mejor zona de Beauvais. Los otros empleados dicen que la conoció en el restaurante y quedó prendado, igualmente le pasó a ella; yo solo los vi una vez y se notaba cierta atracción entre ambos, pero él no puede casarse con ella por sus tradiciones —

comentó con pesar, era difícil sufrir por amor. —Es una pena, espero que algún día reúnan la valentía para luchar por su amor y puedan estar juntos siempre —mencionó Marion, entendiendo algunas cosas en ese momento, como el hecho de que hubiera asistido dos veces al campeonato de danzas, o que supiera tanto de moda y de lo que debía llevar a ese tipo de eventos, seguramente salía de vez en cuando con el embajador a galas. Fabrizio asintió queriendo lo mismo que su esposa, le agarró la mano y le dio un beso para calmar así el deseo que tenía de devorar sus labios, pues sabía que no podía porque arruinaría el labial. Después de un momento llegaron a la estación de trenes, él había conseguido unos boletos en primera clase, gracias a que esa hora el tráfico de pasajeros era bastante bajo y ponían ofertas. Arribaron a la hermosa ciudad luz, cuando ya la noche cubría cada rincón de la misma, bajaron del tren y caminaron de prisa hasta la zona de taxis, dejando detrás las miradas deslumbras de decenas de personas que se volvían al verlos pasar. El auto de alquiler los llevó hasta el hotel, allí dejarían sus pertenencias y se refrescarían un poco, para luego ir hasta el teatro donde sería el campeonato de danzas. La lujosa e imponente fachada del teatro Marigny, se mostraba ante ellos con su majestuosa arquitectura barroca en forma de pentágono. Su nombre estaba iluminado por fuertes luces blancas y en el frente una alfombra roja se extendía a más de veinte metros, mientras que a cada lado se apostaban varios hombres con trajes de seguridad de gala. Marion no pudo evitar sentirse nerviosa ante tal despliegue de distinción, pero intentó seguir el consejo de Belén y actuar como ella misma. Vio que uno de los hombres se acercó y abrió la puerta del auto, seguidamente Fabrizio bajaba y luego le tendía la mano para ayudarla, ella se acomodó el abrigo antes de hacerlo, tomó la mano de su esposo y él la guio llevándola de su brazo. Ella caminó despacio y con la cabeza en alto, viendo como lo hacían las parejas que iban delante de ellos, al entrar al recinto se acercó un botones y pidió permiso para quitarle su abrigo, lo que casi la hizo entrar en pánico, pero Fabrizio le sonrió llenándola de seguridad y ella asintió dándole permiso al hombre. No pudo evitar sentirse algo avergonzada cuando sintió el frío que se adueñó de su espalda, y le recordó que la tenía desnuda, eso hizo que sus mejillas se sonrojaron un poco, dándole un toque de belleza extra a su rostro que ya se asemejaba al de una muñeca de porcelana. Fabrizio acarició suavemente la mano que ella tenía aferrada a su brazo para que supiera que no había nada de qué preocuparse, luego le sonrió y caminaron al interior del gran vestíbulo.

Capítulo 7 Marion admiraba todo con ojos maravillados, el lujo que reinaba en el gran vestíbulo que era único, y en cierto modo la abrumaba porque nunca soñó con estar en un lugar así; mucho menos relacionarse con todas esas personas, que podía adivinar debían ser muy importantes. Miró a su esposo quien se notaba muy cómodo en ese entorno, y descubrió que Fabrizio estaba acostumbrando a todo eso, era el mundo donde vivía antes de conocerla y que sabía, muchas veces extrañaba. —Estoy tan feliz, mi amor, gracias por estar aquí conmigo. —Él se acercó y le dio un beso en la mejilla. Lo dijo porque había notado que su esposa dejaba caer los hombros y se encogía, como si todo eso fuese demasiado para ella—. ¿Te gusta? —preguntó sonriendo. —Sí, todo es realmente hermoso y las damas son tan elegantes. —Pero ninguna puede compararse contigo, esta noche no hay quien rivalice con tu belleza — pronunció mirándola a los ojos para llenarla de confianza, ella le sonrió y él le dio un toque de labios. Llegaron a las sillas que tenían asignadas y estaban justo tres filas después del jurado, Fabrizio ayudó a Marion a sentarle y luego ocupó su lugar. El camarero se acercó y les ofreció champaña, pero Fabrizio negó con la cabeza y le pidió un vaso con agua, ya que hacía un par de horas había tomado su medicación y no podía ingerir alcohol. Una pareja ocupó los asientos junto a ellos y él vio que los miraban con disimulo, tal vez notando que no pertenecían a su círculo de amistades. Fabrizio les sonrió con amabilidad y se presentó para romper el hielo, también lo hizo con Marion quien se notaba algo tensa, pero después de eso el ambiente se aligeró, sus acompañantes resultaron ser personas muy amables y expertos en tango, por lo que rápidamente tuvieron un tema de conversación. Después de unos minutos las luces bajaron y el sonido del bandoneón inundó el lugar, haciendo que una lluvia de aplausos se dejara escuchar en todo el recinto. Fabrizio admiraba maravillado a los músicos, cuando de pronto una cortina se dejó caer revelando al más grande exponente del tango. —¡Es Carlos Gardel! —expresó Fabrizio con emoción, reconociéndolo de inmediato y se irguió en la silla para admirarlo. Los aplausos se hicieron tan efusivos que opacaban la voz del cantante, quien con su carismática sonrisa intentaba hacerse escuchar en medio de esa algarabía. Fabrizio apenas podía creer que estuviese frente al grandioso Carlos Gardel, inevitablemente pensó en lo feliz que sería su hermana si estuviera allí y pudiera ver tan de cerca a su amor platónico, de seguro terminaría desmayándose. En un acto reflejo estiró la mano buscando la de Fransheska, mientras su mirada se perdía en el despliegue de talento que les ofrecía el argentino, pero solo se encontró con la de su esposa, quien estaba maravillada. Le dio un suave apretón y ella se volvió para mirarlo con sus ojos brillando de emoción, alejando de él la tristeza por no poder compartir ese momento con Fransheska. Gardel los deleitó con cuatro temas y dos de ellos no los conocía, eso lo hizo consciente de

que se había perdido mucho de ese mundo del baile y la música, que tanto le gusta, pero estaba seguro que después de eso lo retomaría, le enseñaría a Marion a bailar tan bien como lo hacía su hermana, quizá también le enseñaría algo a Joshua, ya que su hijo también había heredado la pasión por la danza. Presentaron al jurado entre los que estaban el presidente de Francia, el embajador de Italia, y también Ernest Hemingway, la revelación literaria del momento. Después de regresar de la guerra se había instalado en París y se dedicó a escribir, plasmando sus experiencias en su más reciente obra, que se había convertido en el suceso del momento. Seguidamente presentaron a los participantes, cuando fue el turno de Casimiro Aín, Fabrizio se incorporó un poco para no perder detalle de su puesta en escena, sin lugar a duda el hombre le apasionaba el tango, en cada movimiento dejaba el alma. —Por Dios, es increíble, Fabrizio —expresó Marion siguiendo el veloz movimiento que hacían las piernas femeninas—. Esas mujeres realmente saben bailar… yo no podía hacer eso ni en sueños. —Son años de práctica y mucha pasión, pero yo sí creo que podrías hacerlo, mi hermana nunca tuvo una maestra que le enseñara, lo aprendió porque por sus venas corría la pasión por el baile y pasaba horas practicando hasta que lo conseguía —esbozó sonriendo. —¿Tu hermana baila así? —preguntó parpadeando con asombro. —Bueno, no así… pero lo hace muy bien. Yo la acompañaba. —Que alivio, porque es un baile un tanto indecente, mi padre tenía razón. Mira nada más como se dejan recorrer el cuerpo por hombres que nos son sus esposos, es algo desvergonzado, aunque si soy sincera, quisiera tener esa destreza —susurró sonrojada. Fabrizio no pudo contener una carcajada y ella se volvió para mirarlo, quedándose embelesada con el rostro de su esposo, sus pupilas bailaban perdiéndose en los ojos topacio, mientras sonreía. Él se acercó y le rozó los labios de manera provocativa, dándose el gusto de morder suavemente esa boca carmesí que lo volvía loco, mientras su mano le acariciaba el cuello. Se imaginó bailando junto a ella, deslizando las manos por su precioso cuerpo que esa noche lucía más tentador que nunca; su cuerpo comenzó a reaccionar a esos pensamientos y tuvo que alejarse para mantener la cordura. Los vítores y aplausos lo trajeron de regreso a la realidad, le dio un toque de labios a su esposa y le dedicó una sonrisa seductora que le hacía muchas promesas placenteras. Justo se le acababa de ocurrir una idea fantástica, solo esperaba contar con suerte cuando llegaran al hotel y poder llevarla a cabo. Las parejas siguieron demostrando su destreza, haciendo realmente difícil el trabajo de los jueces, pues muchos habían bailado genial; sin embargo, Fabrizio seguía confiado en que el ganador sería su favorito, se puso de pie como el resto de la audiencia cuando comenzaron a nombrar a los finalistas. —Y el primer lugar y ganador del Campeonato mundial de danzas modernas… es… —El presentador se detuvo por segundos para aumentar la expectativa, sonrió y lo anunció—: ¡Casimiro Aín! En ese momento el argentino dio un paso al frente y su compañera Jazmín se colgó de él, compartiendo en un fuerte abrazo la felicidad que sentían. Aín no podía dejar de sonreír, sorprendido de haber conseguido uno de sus mayores sueños. Carlos Gardel se acercó y le dio un efusivo abrazo, pues eran grandes amigos. Fabrizio aplaudía eufóricamente junto con los demás asistentes al evento, sabía que se lo merecía, porque era un gran exponente del baile. El evento llegó al final dejando a muchos emocionados, entre ellos a los jóvenes esposos Di

Carlo. Fabrizio y Marion suspiraron con algo de nostalgia, porque tuvieron que salir del teatro antes que los demás, debían darse prisa para conseguir un taxi que los llevara al hotel. —Olvidé el abrigo —dijo ella al sentir el frío de la madrugada, que recorrió su espalda desnuda y la hizo estremecer. —No te preocupes, iré por el —mencionó Fabrizio. —Deja que vaya yo y tú busca el taxi —sugirió y caminó de prisa. Marion entró nuevamente al teatro y se acercó al salón donde dejaban los abrigos, el joven se disculpó por no habérselo entregado, pero ella le dijo que perdiera cuidado. Después salió y se lo puso sobre sus hombros, vio a Fabrizio esperándola junto al taxi y caminó hacia él, estaba tan embelesada con su esposo que tropezó con otro hombre y su cartera fue a dar al suelo. —Disculpe señor —esbozó apenada al tiempo que se agachaba para recogerla, pero el hombre lo hizo en el mismo instante. —No… no, discúlpeme usted a mí… venía distraído —indicó él mientras se ponía a su altura, para recoger sus pertenencias. Ella percibió un marcado acento italiano en su voz, por lo que elevó el rostro para verlo, él la miraba fijamente y le dedicaba una atrayente sonrisa que podría cautivar a cualquier mujer. Marion parpadeó rápidamente para alejar ese pensamiento y desvió la mirada hacia su mano que estaba capturada por ese hombre, quien con el pulgar frotaba suavemente su muñeca y eso la hizo tensarse. —¡Por Dios! Es la mujer más hermosa que mis ojos han visto…. es usted un ángel dorado — expuso sin dejar de lado su sonrisa de conquistador, perdiéndose en esos hermosos ojos verdes que la chica tenía y pusieron a su corazón a latir enloquecido. —Disculpe… debo irme —dijo acomodándose el abrigo. —Espera… espera diosa dorada —pidió reteniéndola por el codo y el movimiento hizo rodar el abrigo—. ¿Puedo saber tu nombre? —Lo siento, señor, pero estoy casada —respondió categóricamente y haló su brazo para intentar liberarse del agarre. —¿Casada? —cuestionó con evidente desilusión. Desvió la mirada al brazo que mantenía agarrado y bajó percatándose de la alianza en su dedo anular—. ¡Soy el hombre con la peor de las suertes!… he encontrado a la mujer más extraordinaria del mundo y está casada. ¡Oh rayos! He perdió la oportunidad de tener al amor de mi vida… a la madre de mis hijos —expresó con su tono más lastimero. La actitud del caballero le provocó algo de gracia, pero no dejó que la sonrisa aflorara en sus labios; sin embargo, lo miró con compasión. Él suspiró y la soltó al fin, ella se volvió de inmediato y pudo ver a Fabrizio que se acercaba con paso amenazante; por lo que rápidamente caminó hasta él para interceptarlo y evitar una discusión. —¿Quién ese hombre? —preguntó Fabrizio furioso. —No lo sé, Fabri. —respondió apoyándole las manos en el pecho para hacerlo retroceder—. No lo conozco… Fabri, Fabrizio… mírame por favor —pidió luchando con el temperamento de su esposo que insistía en caminar hasta donde estaba el desconocido, que hablaba con otra pareja—. Solo me ayudó a recoger mi bolso, eso fue todo. Fabrizio resopló con furia, negándose a dejar eso así, porque ese hombre le había puesto las manos encima a su mujer, así que lo enseñaría a respetar a las damas. Sin embargo, Marion lo empujó haciéndolo retroceder y caminar al taxi que los esperaba, estaba por subir cuando ese hombre se volvió y pudo verle la cara. Ángelo no podía creer su mala suerte, por lo que a pesar de estar conversando con otras

personas se volvió para admirar una vez más al ángel sensual que lo había cautivado. Su mirada se ancló en ella, llevaba el abrigo colgado a un lado por lo que pudo apreciar el escote en toda su magnitud que lo dejó sin aliento, pero su corazón se desbocó mucho más cuando reconoció al esposo de la diosa dorada. —¿Fabrizio Di Carlo? —cuestionó con sorpresa y desconcierto, porque se suponía que su amigo estaba en América. Fabrizio quería matarlo por tener la osadía de atreverse a mirar a su esposa una vez más, pero toda esa rabia cambió por completo, cuando logró reconocer al hombre que lo miraba como si fuese un fantasma. Sus latidos se desbocaron y un desfile de recuerdos junto a su mejor amigo, se apoderaron de su cabeza, provocando que su mirada se cristalizara y que un sollozo se atascara en su pecho. —Ángelo Lombardi…. Ángelo. —Una sonrisa se adueñó de su rostro al ver después de tantos años a su hermano. —Fabrizio, vámonos por favor —pidió Marion con el nerviosismo vibrando en su voz y jalándolo por la mano. En ese momento Fabrizio fue consiente de la realidad y de que Ángelo también lo reconoció porque se acercaba a él, las raíces del miedo se apoderaron de su cuerpo y velozmente entró. El auto se puso en marcha mientras él seguía con la mirada fija en su amigo, sentía mucha nostalgia y dolor; sin embargo, era imposible que sus labios no sonrieran, porque también estaba feliz de verlo. Fabrizio se perdió en sus recuerdos, mientras el auto se paseaba por las calles de París, todavía no podía creer que hubiese visto a su mejor amigo, después de tantos años. Por su parte, Marion se sentía preocupada por la actitud taciturna de su esposo, suponía que él estaba molesto por lo sucedido y supo que debía decir algo. —Fabri… lo siento —susurró buscando su mirada, él se volvió y le mostró media sonrisa, al tiempo que le acariciaba la mejilla. —No tienes porque, mi amor —respondió con sinceridad. —Pero estás molesto y siento que es por mi culpa… Te juro que no fue mi intención, el bolso se me escapó de las manos. —Él la calló posando el pulgar sobre sus labios mientras la miraba con intensidad. —No tienes que justificarte, Marion, sé que no lo hiciste adrede… Mi amor, yo confió en ti — susurró acunándole el rostro para mirarla a los ojos y que supiera que decía la verdad—. Y no estoy molesto; por el contrario, me siento feliz de que estés conmigo, disfrutando de esta velada que fue tan maravillosa, pero que aún no termina, porque tengo pensando algo más. —Vio como la mirada de su esposa se llenaba de expectativas, oscureciendo de deseo como la suya. —¿En qué? —preguntó con la curiosidad bailando en sus pupilas. —Ya lo verás —respondió con una sonrisa enigmática. El auto se detuvo frente al hotel, él le pagó al chofer agradeciéndole y luego bajaron; al entrar, Fabrizio le pidió a Marion que lo esperara en los sillones del vestíbulo, mientras él iba por sus llaves a recepción. Estando allí le hizo una petición al caballero que lo atendía, quien con una sonrisa le informó que en su habitación disponía de lo que requería. —Vamos, mi amor. —La llamó ofreciéndole su mano con una sonrisa, caminaron hasta los elevadores y subieron a su habitación. Fabrizio paseó la mirada por la recámara en busca de lo que había pedido, pudo verlo en un rincón de la habitación y su sonrisa se hizo más ancha. Caminó hasta las cortinas y las abrió para dejar que los rayos de la luna fuesen los que iluminasen el lugar, luego caminó hasta la puerta y

apagó las lámparas, dejando todo a media luz. —Estás muy misterioso —pronunció Marion siguiéndolo con la mirada, lucía tan seductor y apuesto, que cada vez lo deseaba más. Lo vio volverse de espalda a ella y abrir un armario, pero como estaba tan oscuro no alcanzaba a ver lo que estaba haciendo; de pronto, los acordes de un bandoneón inundaban la habitación. Fabrizio se volvió con una sonrisa arrebatadora, que amenazaba con desestabilizar su cordura y se acercó a ella lentamente, como el león que estudia al animal que espera convertir en su presa. —¿Quieres ser desvergonzada con tu esposo? —preguntó con tono sugerente mientras le ofrecía su mano y le sonreía. —No sé bailar tango, Fabri… —respondió con desgano. —Puedo enseñarte —susurró dando un par de pasos hacia ella. Marion le dedicó una de sus mejores sonrisas y recibió su mano, él la sujetó con firmeza para atraerla a su cuerpo, ella jadeó ante el choque electrizante de sus figuras. Fabrizio pasó el brazo derecho por el torso de su esposa y lo ancló en su espalda, mientras su mirada estaba fija en el hermoso perfil de Marion, luego alzó su otra mano a la altura del hombro de ella y le sonrió al ver que lo miraba dudosa. —Dame la mano así —Le indicó para que la tomara y él la cerró en un cálido apretón—. Ahora pon tu otra mano sobre mi hombro… has presión —dijo acercándose más a ella y sus cuerpos desprendían esa energía única, que poseían los amantes se morían por ser uno—. Bien, flexiona un poco las rodillas y sigue mis pasos. —Fabri… No sé… —esbozó al sentirse torpe, luego de tropezar. —Relájate, mi amor… mírame a los ojos. —Se pasó la lengua por los labios para humedecerlos en un gesto espontáneo, escuchó a su esposa gemir y eso lo hizo sonreír—. Y deja que te guie… es fácil, solo respira pausadamente… vamos de nuevo. Sí, así… sígueme. —Dio un paso hacia atrás y ella hacia adelante, luego a la llevó a la derecha y adelante—. Ahora yo voy por delante y tú me sigues. —No puedo, Fabrizio, es muy complicado —susurró frustrada. —Lo estás haciendo muy bien… no te detengas, vamos otra vez. —No me puedo relajar porque me pides que respire pausadamente y que te mire a los ojos… que te siga y rozas tu cuerpo con el mío… y… es que me pones extremadamente nerviosa —habló con voz temblorosa, él le mostró una sonrisa y se acercó a su oído. —¿Quieres que te diga un secreto? —susurró con voz tan profunda y ella suspiró para tratar de tranquilizarse y que las piernas dejaran de temblarle, y asintió—. Tú también me pones nervioso y me siento muy tentado de llevarte a esa cama y hacerte el amor. —Le dio un beso en el cuello y ella se estremeció una vez más—. Pero antes quiero que nuestros cuerpos se seduzcan a través del tango. Sígueme una vez más… te diré lo que debes hacer y lo haré muy lentamente. —Su voz denoto más sensualidad mientras le acariciaba la espalda. Marion sentía que en el centro de su vientre ardía en un incendio que se propagaba por todo su ser, mientras se preguntaba si no se daba cuenta de que era imposible concentrarse con él mirándola de esa manera. Sin embargo, puso todo de su parte y lo intentó, poco a poco la música fue entrando en su cuerpo hasta relajarlo y casi sin notarlo, comenzó a seguir los pasos de su esposo. —Ves que si puedes —expuso con una gran sonrisa—. Ahora vamos para que hagas el ocho… déjame que te guíe, no me voy a mover solo te incitaré con mis manos… Hazlo despegando solo un pie del suelo, excelente… esto si lo haces muy bien, mi amor.

—Es que fue lo que más me llamó la atención de los movimientos que hacían las bailarinas — confesó sonriendo con satisfacción. —Ahora sí necesito que seas desvergonzada, quiero que me toques —susurró con una sonrisa cargada de erotismo. Él posó su mano al final del escote, creando caricias circulares con su pulgar, al tiempo que sus otros dedos se extendían sobre la curva del sensual derrière de su esposa y lo apretaban con posesión. Ella jadeó sorprendida y buscó su mirada, él tenía las pupilas dilatas por la excitación y le pedía que no se detuviera, guio la mano de ella hasta su pecho y sonrió cuando Marion le entregó una caricia osada. La mano sobre su derrière bajó lentamente para tomar su pierna y elevarla hasta dejarla a la altura de su cadera y la hizo descender un poco, luego bajó mansamente y le rozó los labios. —¿Crees que el amor es un brujo? —preguntó mirándola, con la voz ronca por las emociones que estaban emergiendo en él. —Claro, mira cómo me tienes… me has hechizado con tus ojos, desde la primera vez que te vi. Definitivamente eres un brujo —confesó al tiempo que él guiaba sus manos sobre sus caderas. —Y yo aun no me canso de darle gracias a Dios y a la vida por haberte puesto en mi camino, te amo —susurró acercándose a su oído para darle un beso húmedo y pausado, deleitándose con su aroma. Marion se deshacía en suspiros con cada beso que hacía que las piernas le temblaran, necesitaba que calmara la sed que sentía y buscó sus labios, saboreándolos con su lengua y encontrando en ellos ese elixir que la elevaba, desapareciendo todo lo demás. Marion sentía el cadencioso movimiento de la pierna de Fabrizio en medio de las suyas, ejerciendo una suave presión que iba acrecentando su deseo. Esa cercanía también la hacía sentir la poderosa excitación de su marido que se estrellaba contra su vientre, mientras respiraban el mismo aliento y sus bocas no dejaban de rozarse. Fabrizio bajó la mirada al escote de su esposa y sus senos apenas se contenían por el influjo de su agitada respiración, en ese momento el deseo se presentó como una descarga eléctrica que recorrió su espina dorsal; de inmediato su instinto le exigió que los tomara, los apretara y saboreara porque eran suyos, así como todo en ella. Los roces del vientre de Marion lo estaban enloqueciendo, su sexo palpitante que ya mojaba su ropa interior y se erguía altivamente. Buscó sus labios otra vez e hizo del beso un tango, sus lenguas se movían con cadencia y se alejaban una vez más para volver a entrar y provocar escalofríos que iban desde sus bocas hasta lo más profundo de sus sexos, mientras el bandoneón seguía amenizando la íntima velada. Fabrizio dibujó un camino con sus labios por las mejillas, la mandíbula, el cuello y se detuvo en la clavícula, mientras ella temblaba entres sus brazos y le regalaba gemidos. Con cuidado retiró de la senda de sus besos, el tiro del vestido bajándolo lentamente con manos trémulas y su boca conquistó el hombro donde le dio un suave mordisco, para después aliviar el dolor con caricias de su lengua y dóciles succiones. Bajó ambos tiros y dejó caer la parte superior el vestido, que se sostuvo de las sensuales caderas de su esposa. Fabrizio se alejó para contemplarla y ella parecía arder de deseo, provocando que su corazón enloqueciera. —Fabri… No puedo… sostenme —expresó ella sabiendo que las piernas no la soportarían por mucho tiempo. Él la elevó buscando el primer lugar que le diera soporte, la sentó sobre el tocador, se hizo espacio en medio de sus piernas y una vez más arremetía contra la boca de su esposa, mientras que una de sus manos se hacía espacio entre la tela del vestido. Llegó al lugar que deseaba y ella se arqueó al sentir los dedos de Fabrizio, rozar su humedad por encima del encaje de su ropa

interior. Él gimió al sentir la fina tela mojada y las palpitaciones que su esposa le regalaba, mostrándole con eso que ansiaba mucho más, así que llevó ambas manos debajo del vestido para liberarla de la prenda que estorbaba. Marion se apoyó con sus manos sobre la madera pulida y se elevó para que pudiese sacar por completo la prenda; Fabrizio vio que Marion también intentaba quitarse el vestido, la ayudó y al fin la tuvo sin nada de por medio que le impidiera disfrutarla, se acercó a ella para besarla y mordisquear sus labios hinchados. —Deseo beberte —susurró mirándola a los ojos. La vio boquear comprendiendo a lo que se refería y le regaló una sonrisa seductora, sin dejar de mirarla bajó lentamente hasta quedar de cuclillas, luego se sumergió en el mar que ella poseía en medio de sus piernas. Se fue haciendo espacio suavemente con sus dedos y su lengua, saboreando esa mezcla entre miel y sal que ella le ofrecía, con su lengua fue dibujando círculos arriba y abajo, en ocasiones rápido y otras lento, mientras veía como el deseo crecía dentro de ella. Marion comenzó a mostrar un espasmo tras otro, y él se abrió paso con sus dedos por ese camino caliente, mojado y palpitante de placer, que ya muchas veces había recorrido. Siguió acariciando el brote rosa con su lengua, mientras sus dedos se deslizaban donde ella aguardaba todo su fuego, sabía que estaba por llegar al punto más alto porque su cuerpo tiritaba, él se puso de pie sin dejar de estimularla y calló el grito que brotó de sus labios, haciéndola estremecer. Ella trató de recuperarse de esa maravillosa explosión, en medio de jadeos que se robaban el poco aire que tenía, sabía que deseaba más, así que empezó a quitar rápidamente las prendas de su esposo, él la ayudó y al fin dejó al descubierto la masculinidad que se mostraba en su punto más alto, palpitante y caliente. Marion la tomó en sus manos frotándolo de arriba abajo, pasando el pulgar por el punto más vulnerable de toda la anatomía de Fabrizio que le regala roncos jadeos contra su boca. Él estaba desesperado por estar dentro de ella, a esas alturas ya era una marioneta de la lujuria, pero se dio cuenta de que estando sentada en el tocador se le haría difícil. En menos de lo que se libera un suspiro, ella bajó de un brinco y se volvió de espaldas a él, apoyando sus antebrazos sobre la madera, brindándole el alcance perfecto y sacando un poco su cuerpo para que la tomara por las caderas. Sin perder tiempo guio su virilidad para ahogarse entre los suaves y mojados pliegues de su esposa, enseguida sintió como ella conquistaba cada centímetro de su longitud y comenzó a mover sus caderas. Él empujó en contragolpe y liberó esos gemidos que vibraban en su garganta, que eran provocados por la sensación que le brindaba el interior de Marion que lo succionaba con fuerza. Ella sospechaba que se desmayaría de un momento a otro, pues la fuerza con las que se chocaban sus caderas y lo profundo que llegaba Fabrizio, la estaba llevando rápidamente a otro orgasmo, pero aún no terminaba de recuperarse del anterior. —Fabri —trató de hablar, pero los jadeos cortaban sus palabras. Necesitaba decirle que la sostuviera, porque se estaba resbalando. —Quieres más… te gusta que me mueva así, mi amor. —Su voz era apenas reconocible, pues el placer la volvió más grave—. Mírame… mira a través del espejo, mira y siente como hago mío tu cuerpo —ordenó maravillado ante esa imagen que lo excitaba mucho. Ella levantó la cara y con una mano se quitó el cabello que creaban una cortina sobre sus ojos, jadeó con fuerza ante esa primera impresión y por un segundo su pudor intentó hacerse presente, pues esa imagen era sumamente pecaminosa. Sin embargo, el placer que la misma le provocó fue

tan poderoso, que no pudo luchar contra su deseo y se quedó allí, admirando como su esposo la llevaba al éxtasis con cada estocada que lo hundía en su interior. —¡Sí, me gusta que te muevas así!… No te detengas… quiero más… quiero más, Fabrizio, así… así —suplicó cruzando su mirada con la de él y se entregaron sonrisas cómplices. Él se aferró con su mano a la cadera de su esposa y la otra la deslizó una vez más entre sus piernas, para dejar a su dedo medio juguetear con el botón rosa que sobresalía de entre sus pliegues. Sus movimientos no menguaron un solo segundos, a pesar de que a veces soltaba la cadera y extendía su mano para alcanzar sus senos que se bamboleaban al ritmo de sus bravías embestidas. Los cuerpos parecían caballos desbocados y no supieron cuánto tiempo hacía que el bandoneón dejó de sonar, ya solo se escuchaban sus jadeos y gemidos roncos, acompañados por la melodía de sus cuerpos acoplándose, e intermitentemente el del tocador cuando se estrellaba en la pared. Sus imágenes tambaleantes en el espejo, los lanzaron al cielo, regresándolos segundos después, jadeantes y sudados por el cansancio, con las piernas debilitadas y sonrisas de satisfacción adornando sus labios e iluminando sus miradas. Marion se dejó caer descansando medio cuerpo sobre el tocador y él lo hizo encima de ella, impregnándose de sus sudores y de sus esencias que los derraban. Ambos seguían vibrando, por lo que él le regala unos últimos impulsos y ella gemía mostrándole que disfrutaba de sentirlo aún erguido en su interior. Una vez recuperados, él la cargó y cuidando de no tropezar caminó hasta el baño, donde solo tomaron una rápida ducha que se les quitara el sudor de la piel; por esa noche, sus ansias habían sido calmadas.

Capítulo 8 Desde su regreso de Nueva York, hacía una semana, Fabrizio no había logrado sacar de su cabeza los días pasados en casa de los Danchester. En ocasiones se descubrían sonriendo cuando hasta él llegaban los recuerdos de Dominique o de la señora Amelia, pero lo que más lo sorprendía era que también comenzaba a sentir cierta empatía por Benjen Danchester. Esa familia era completamente distinta a lo que imaginó, debía reconocer al menos para sí mismo, que antes de compartir con ellos estaba renuente a conocerlos, no le interesaba en lo absoluto. Tal vez su rechazo se debía a saber que eran los familiares del ex prometido de Victoria, y temía que su intención fuese aprovechar la ocasión para resaltar las cualidades del otro y acabaran menospreciándolo a él. Sin embargo, fue todo lo contrario, se mostraron muy amables e incluso llegó a sentir un apego sincero por parte de las damas, aunque el duque no fue del todo distante, también lo trató de manera especial. Negó con la cabeza al caer en cuenta de que estaba divagando en sus pensamientos de nuevo, debía enfocarse en lo que era importante para él. Por ejemplo, en ese sueño que tuvo en Nueva York y seguía rondando su cabeza, no podía explicarse cómo era capaz de tener esos episodios que no había vivido junto a su novia, pero que existieron y fueron parte de su pasado con Danchester. Intentó concentrarse una vez más en su diario, debía escribir cada detalle de ese sueño para poder analizarlo junto a Clive; resaltó el hecho de que su novia lucía más joven y que en ningún momento lo llamó por su nombre, pero tampoco mencionó el de Danchester. De pronto, un suave toque en la puerta atrajo su atención, elevó el rostro dejando una frase a medio terminar y cerró su libreta. Sabía que era Fransheska y no quería que por casualidad se enterase de lo que estaba escribiendo, ya que lo plasmado allí parecía una locura. —Adelante, Fran —ordenó mientras abría el cajón de su mesa de noche y guardaba el diario. Le sonrió al verla entrar. —¡Fabrizio, estoy tan feliz!… Acabo de hablar con la modista que diseñara mi vestido de novia —expresó emocionada. —¿El vestido de novia… ya? —preguntó desconcertado. —¡Por supuesto, hermanito! ¿Para cuándo crees que lo dejaría? —inquirió divertida y se sentó junto a él—. Quedamos en vernos la próxima semana para tomar las medidas y trabajar en el diseño, deseo que sea el vestido de novia más hermoso que se haya creado en el mundo, como el de las princesas de los cuentos de hadas… que tenga una cola de varios metros y que el corsé esté bordado en pedrería… —Nos vas a llevar a la ruina, hermanita —pronunció fingiéndose angustiado, pero su mirada brillaba de diversión. —¡No seas exagerando! Soy tu única hermana y merezco tener la boda de mis sueños, además estoy segura que mamá estará completamente de acuerdo conmigo —dijo haciendo un puchero y cruzando los brazos, en una actitud muy infantil. —Solo estoy bromeando, tonta. —Sonrió y le dio un abrazo muy fuerte—. Vas a ser la novia

más hermosa del mundo y tendrás todo lo que deseas, estoy seguro que ese día será muy especial, todos haremos que así sea, Fransheska —agregó mirándola y regalándose una hermosa sonrisa, a la que ella respondió de igual manera. —Es lo que más deseo, que ese día sea maravilloso y estemos todos felices, y si quisieras podrías casarte con Victoria el mismo día ¡Sería extraordinario! ¡Una boda doble! —esbozó entusiasmada. —Sí… lo sería, pero tengo cosas que hacer antes, hermanita. Deseo recuperar mi pasado y poder ofrecerme sin secretos a la mujer con la que compartiré mi vida… el matrimonio implica todo eso, que entre los esposos no existan secretos, que puedan compartirlo todo y tener confianza absoluta —mencionó con seriedad. —Comprendo —murmuró y le acarició la mano—. Espero que logres conseguirlo para esa fecha, pero sabes que ella te ama, Fabrizio, estoy segura que entenderá si le cuentas todo y te aceptará aun si no logras recuperar tus recuerdos. Si tan solo… —Vio que él negaba con la cabeza —. Está bien… sé que no deseas contarle nada, pero en caso que no puedas… no desistirás de casarte con ella ¿verdad? —cuestionó mirándolo a los ojos y también se había tornado seria. —Conseguiré recuperar mi pasado, Fran, los avances son cada vez más concretos. Y créeme, no existe nada en este mundo que me haga desistir de casarme con Victoria, pero deseo hacer las cosas bien, ella se merece toda la verdad —dijo convencido de que lo lograría. —Hablando de eso, creo que mi cita con la modista coincide con tu próximo viaje a Nueva York —dijo para cambiar de tema, porque le entristecía que él se atormentara—. Intenté agendar para otra fecha, pero Vionnet viajará a Francia, al parecer se encarga de escoger personalmente cada material con el que hace sus vestidos. Tampoco conseguí adelantarla porque su agenda ya está llena, así que eso complica todo, pues pensaba ir contigo —dijo con pesar. —No te preocupes, puedo ir solo… tú me has ayudado mucho y has dejado de lado tus cosas por mí. Hasta a tu prometido debe sentirse abandonado, si sigues viajando con tanta frecuencia, Brandon puede desistir del matrimonio —bromeó y se ganó un golpe en el hombro. —Eso no pasará… si al menos se le ocurre la idea de romper el compromiso, lo dejo calvo y me quedo con este maravilloso anillo, así que él saldría perdiendo —expresó levantando la barbilla. —¡Por Dios, que hermana tan violenta tengo! —expresó con una sonrisa maliciosa y ella le sacó la lengua—. Más que perder el anillo estaría cometiendo el peor error de su vida, porque no creo que exista en el mundo una mujer que lo adore tanto como tú… Eso sin mencionar que probablemente no existiría una reconciliación, no cuando tiene a Carlos Gardel y a decena de pretendientes más, pisándole los talones —señaló con absoluta seguridad, con toda la intención de resaltarla para hacerle saber que era una mujer muy valiosa y que cualquier hombre estaría feliz de tenerla a su lado. —Últimamente estás exagerando mucho, hermanito, tampoco han sido decenas de pretendientes, pero te aseguro que no cambiaría a Brandon por ninguno. Aunque fuesen miles de pretendientes, mi corazón es completamente de él y así deseo que sea siempre —aseguró con una hermosa sonrisa que iluminó su mirada. Él la abrazó y le ofreció una igual, estaba feliz por ella y por su amigo, ellos merecían ser felices después de todo lo que habían pasado por culpa de aquel miserable, que esperaba se pudriese en una cárcel. Fransheska salió unos minutos después porque tenía otras cosas que atender, él intentó retomar lo que estaba haciendo antes de que ella llegara, pero se sentía cansado de tanto pensar así que decidió tomar una siesta, solo esperaba no ser asaltado por un sueño confuso.

El silencio que reinaba en el salón de la mansión Lerman, era interrumpido de vez en cuando por el sonido que hacía John cuando pasaba una hoja del diario que tenía en las manos. Deborah también se hallaba en el mismo lugar, pero apenas le prestaba atención a su esposo, estaba concentrada en una revista de sociales que parecía estar muy entretenida, ya que de vez en cuando la hacía sonreír. De pronto escucharon el sonido del timbre y levantaron sus miradas, sorprendidos pues ninguno de los dos tenía previsto recibir visitas ese día. Vieron pasar a su ama de llaves para abrir la puerta y atender a quien llamaba, John siguió leyendo su periódico, mientras Deborah dejaba de lado la revista y deslizaba las manos por su falda, para alisar la suave arruga que se le había hecho por estar sentada. —Buenas tardes, padre, madre —dijo Daniel entrando al salón. Había viajado desde Charleston para ultimar unos detalles de la nueva sede, pero también para anunciarle a sus padres que planeaba comprometerse y deseaba contar con su presencia. Luego de la crisis que atravesó junto a Vanessa, comprendió que no podía seguir dilatando esa situación, se casarían y acabarían con las habladurías. —¡Hijo, qué alegría verte! —expresó John emocionado y se puso de pie para recibirlo—. ¿Cuándo llegaste? —preguntó abrazándolo. —También me alegra verlo, padre, llegué esta mañana. —¿Llegaste esta mañana y hasta ahora vienes a vernos? —Le reprochó Deborah, sin siquiera saludarlo. —Estuve ocupado, madre; por cierto, también me alegra verla. —Lo siento, cariño —rectificó y se acercó para abrazarlo—, pero es que esperaba que fuéramos a quienes primero quisieras ver al llegar a la ciudad. ¿Cuánto tiempo te quedarás? — preguntó mirándolo. —Una semana —respondió tomando asiento. —¿Cómo están las cosas en Charleston? —inquirió John. —Todo marcha muy bien, padre. En quince días inauguraremos la nueva sede, es por eso que he venido a verlos, me gustaría contar con su presencia ese día —pidió y su voz vibró a causa de los nervios. —Por supuesto, estaremos allí dándote nuestro apoyo. —John se mostró dispuesto de inmediato, pero vio que su mujer no lo hacía, por lo que le agarró la mano—. Tu madre y yo te acompañaremos. —Por supuesto —pronunció Deborah, sin mucho entusiasmo. —Antes quisiera hablarles de algo —anunció y vio que sus padres lo miraban expectantes. Respiró hondo para reunir el valor y continuar, debía hacerlo por Vanessa—. Desde hace un tiempo tengo una relación con alguien, es una mujer extraordinaria, hermosa e inteligente, quise traerla en las fiestas de Navidad para que la conocieran, pero se le presentó una emergencia familiar y no pudo acompañarme, aunque eso no importa porque la conocerán cuando vayan a Charleston, también a sus padres ya que los he invitado para que estén ese día porque quiero pedir su mano en matrimonio y me gustaría que ustedes me apoyaran —pronunció mientras lo miraba a los ojos, para demostrarles que estaba seguro de la decisión que había tomado. —Hijo… felicitaciones, eso es maravilloso —expresó John y se puso de pie para darle un abrazo, feliz de que hubiese logrado superar el sentimiento que tuvo por Victoria y que ella nunca correspondió. —¿Quién es la joven? ¿De casualidad la conocemos o a su familia? —preguntó Deborah

tensándose porque había escuchado algunos rumores, solo esperaba que no fuesen ciertos. —Su nombre es Vanessa Avellaneda, era mi asistente, pero será nombrada como la jefe del departamento de contabilidad de la nueva sede —respondió sin rodeos, porque ellos se iban a enterar de todo. —¿Tú asistente? —inquirió Deborah parpadeando y palideció al ver que sus temores se hacían realidad—. ¿Acaso has perdido la razón, Daniel? —Se puso de pie con una actitud airada. —Deborah, cálmate —pronunció John, la noticia también lo había tomado por sorpresa, pero no haría un drama. —¿Cómo me pides que me calme? —cuestionó asombrada. —Nunca he estado más lúcido en mi vida, madre… —Daniel intentó hablar, pero ella comenzó a negar con la cabeza. —No, por supuesto que no… no tienes idea de lo que haces. Por el amor de Dios, hijo… Tú eres uno de los solteros más codiciados de Chicago, tienes a decenas de señoritas de las mejores familias para escoger una esposa, ¿cómo vas a comprometerte con tu asistente? —cuestionó mirándolo con una mezcla de asombro y reproche. —Lo haré porque estoy enamorado de Vanessa y deseo formar una familia junto a ella. No me interesa hacerlo con nadie más —expresó sin titubear, ya se esperaba una reacción así por parte de su madre. —Deborah siéntate —Le ordenó John al ver que estaba llevando todo eso a los extremos. Él tampoco estaba muy convencido de los planes de su hijo porque sabía que podía aspirar a más, pero antes de emitir algún juicio, debían escucharlo—. Vamos a calmarnos y a conversar como personas civilizadas, háblanos más de tu novia, debe ser alguien muy capaz para que Brandon le haya ofrecido ese cargo. —¡Qué capaz va a ser esa mujer, John! Solo es una arribista, no quiero ni imaginar de lo que se habrá válido para que estés dispuesto a pedirle matrimonio, seguramente te embaucó con actos de lo que una dama decente no debe hablar —expresó Deborah, sin limitarse porque no daría su brazo a torcer, ella no aceptaría a una mugrosa extranjera, ya había escuchado que era mexicana. —Madre, no le permito que ofenda a Vanessa, ella es mi mujer y merece respeto —exigió Daniel poniéndose de pie—. La verdad no me sorprende su reacción, pero sepa que nada de lo que diga o haga me hará cambiar de parecer. Voy a casarme con Vanessa así usted no esté de acuerdo. Me da lo mismo si debo renunciar a mi patrimonio; después de todo, me he labrado un camino solo y no necesito del dinero de esta familia —mencionó con determinación. —¿Estás dispuesto a renunciar a tu familia por una mujer que no vale la pena? —inquirió mirándolo perpleja, sin poder creer que fuese su hijo quien le hablara de esa manera. —¿Mi familia?… ¡¿Cuál familia, madre?! ¿La que apenas es consciente de que existo? Porque usted nunca estuvo pendiente de nosotros, solo le importaban las malditas apariencias —expresó mirándola encolerizado, luego se volvió hacia su padre—. Y usted, siempre estaba de viaje, nunca tenía tiempo para nosotros ni se preocupa por lo que nos pasaba, solo fue un excelente proveedor, pero como padre no ha sido el mejor —pronunció sin un ápice de arrepentimiento, ya estaba cansado de callar lo que sentía. —Daniel… yo… yo sé que te he fallado, pero créeme, hijo, mi intención jamás fue hacerte sentir no me importabas… —¡Ay por Dios! ¡John!… Esto es patético —expresó Deborah con molestia y un gesto de fastidio, no podía creer que su esposo se dejara manipular por el berrinche de su hijo. —Te agradecería que guardaras silencio —dijo John mirándola con seriedad, no necesitaba alzar la voz para hacerse respetar. Luego miró a su hijo que seguía en una actitud defensiva—. Sé

que tienes mucho para reprocharme, pero siempre intenté hacer lo mejor para todos y pensé que eso era lo que hacía, ya veo que no —dijo y vio que su hijo comenzaba a bajar la guardia. Se acercó y le apoyó una mano en el hombro, mientras buscaba sus ojos—. Déjame enmendar eso y brindarte mi apoyo, si es tu decisión casarte con esa joven, cuenta conmigo, estaré a tu lado ese día —aseguró mirándolo directamente a los ojos, para que no tuviera dudas de sus palabras. Desde que supo lo que era estar enamorado realmente, su visión de la vida cambió porque el amor le exigía ser cada día un mejor hombre, le había llevado mucho tiempo darse cuenta de sus errores, pero tenía la esperanza de que no fuese demasiado tarde para repararlos. Su relación con Deborah estaba perdida, pero esperaba tener oportunidad para recuperar la que tenía con sus hijos; después de todo, sería los únicos que tendría porque la mujer que amaba no podía darle uno, ya que a pesar de que Inés era viuda, él seguía estando casado. Deborah miraba a su marido con asombro porque no podía dar crédito a lo que estaba escuchando, cada vez desconocía más a John y eso sinceramente la alarmaba. Él ya no se mostraba como el hombre con el que se casó, había perdido ese carácter imponente que la conquistó y por lo visto, su sensatez también se había extraviado, pero ella no caería en el chantaje de su hijo, no daría su brazo a torcer. —No cuentes conmigo, no seré testigo de tu desgracia y tampoco me quedaré impasible viendo cómo lanzas tu vida a un barranco —dijo mirando a Daniel a los ojos, dejándole claras sus intenciones para ver si así recapacitaba—. Y una cosa más… ¡Jamás se te ocurra traer a esa mujer a esta casa! Porque yo misma la sacaré de aquí como lo que es: una arribista —declaró y les dio la espalda para marcharse. —¡Deborah! ¡Ya basta! —gritó John saliéndose de sus cabales. La vio sobresaltarse, luego adoptó una postura rígida—. Míranos… ¡Que nos mires! —exigió gritando una vez más y ella acató tu orden. —Padre… —murmuró Daniel y lo miró pidiéndole que se calmara, no era su intención crear un conflicto entre ellos. —Está bien, hijo —esbozó más calmado, apretándole el hombro para aliviar su tensión—. Deborah, deja la intransigencia… Daniel está enamorado y desea hacer su vida junto a la mujer que ha escogido… Nuestro deber como sus padres es apoyarlo y eso haremos —añadió en un tono más conciliador, mirándola a los ojos. —Como mi esposo, te debo respeto y obediencia —respondió dedicándole una mirada tan glacial como su tono y su postura—. Ahora si me permites, subiré a descansar porque todo esto me ha provocado una fuerte jaqueca —agregó y sin esperar una respuesta, se alejó con un andar rígido que evidenciaba su molestia. —¡Santo cielo!… Deborah… —John dio un par de pasos e intentó retenerla, pero Daniel lo sostuvo del brazo. —Deje que se vaya padre, es lo mejor —pidió con un tono que revelaba la gran decepción que le había provocado su madre, aunque no podía decir que no se esperaba una reacción como esa. —Hijo… lamento mucho la actitud de tu madre, pero ya la conoces, siempre pensando en las apariencias, las posiciones y todo eso. Sin embargo, no es una mala mujer solo que se preocupa de más, debes comprenderla, eres su hijo y desea lo mejor para ti. —John abogó por su mujer, no quería que ellos se enemistaran. —No se preocupe, si mi madre no quiere brindarme su apoyo y darse la oportunidad de conocer a Vanessa, no la obligaré… ya sospechaba que no accedería tan fácil a conocer a mi futura esposa, pero eso no cambia en nada mis planes, porque lo mejor para mí es Vanessa, se lo

puedo asegurar… ella es mucho más de lo que he deseado en esta vida, es extraordinaria, amable, inteligente, cariñosa… —¡Vaya! Me alegra tanto escucharte así de entusiasmado —dijo sonriendo y se acercó para darle un fuerte abrazo—. Me hace feliz que encontraras a esta gran mujer y que te haga tan dichoso, tal vez antes no les daba tanta importancia a los sentimientos, pero ahora sé que lo son y que el amor será lo que más vas a atesorar con el tiempo. —Ya la amo, Vanessa es el mayor tesoro que tengo y cuidaré de ella, así como lo hace de mí… somos tan afines y nos complementamos tan bien, que tengo la plena seguridad de que mi vida junto a ella será maravillosa y quiero empezarla ya —expresó con una emoción que lo desbordaba y hacía brilla su mirada. La conversación siguió por varios minutos y John le prometió que viajaría hasta Charleston para conocer a Vanessa y sus padres, que no se preocupara que su madre también estaría allí brindándole su apoyo. Daniel se mostró renuente a la idea porque no quería exponer a Vanessa a algún desprecio, pero al final no le quedo más que confiar en su padre y la promesa de que todo estaría bien. Cinco días después de la conversación con su hermana, Fabrizio entraba al consultorio de Clive para su cita mensual, llevaba en sus manos un portafolios con un álbum de fotografías y su diario. Caminó hasta su psiquiatra y lo saludó con un apretón de mano; luego, sin perder tiempo se quitó el abrigo y caminó para sentarse en el diván. —Te he traído lo que me pediste, en este álbum encontrarás varias fotografías donde aparezco antes y luego de la guerra, también junto a mi familia —mencionó extendiéndolo y Clive lo recibió. —Perfecto, muchas gracias, Fabrizio —comentó mirándolas. —Quería preguntarte, ¿qué esperas descubrir en ellas? —indagó con interés, porque él se había pasado horas observándolas y no había descubierto nada en concreto, solo diferencias que le atribuía al pasar de los años y la madurez que ahora poseía. —Bueno, a lo mejor no has escuchado hablar de esto, ya que poco se ha investigado, pero nuestro cuerpo tiene la capacidad de expresar otro tipo de lenguaje; además del oral o el de señas. —¿Qué tipo de lenguaje? —Se incorporó un poco para mirarlo. —Según escribió Charles Darwin, en su obra «La expresión de las emociones en el hombre y en los animales», podemos descubrir ciertos rasgos de la personalidad de un individuo, solo con observarlo detenidamente o con ver sus fotografías —respondió ajustándose los anteojos, mientras las miraba sin poder hallar una diferencia sustancial, porque el joven lucía igual, solo mostraba los cambios propios del crecimiento—. Tienes algún problema en que me las quede, prometo regresarlas luego de haberlas estudiado mejor. —Tranquilo, puedes tenerlas el tiempo que necesite. —Se relajó una vez más en el diván, enfocando su mirada en los relieves del cielo raso. —Y bien, ¿cómo te ha ido? ¿Has tenido algún avancen, algo que desees contarme? —inquirió usando un tono de voz relajado. Sin embargo, lo que en realidad pretendía era que le contase de su encuentro con los esposos Danchester, ya había hablado con ellos hacía una semana y apenas podían contener su felicidad. Ambos daban por sentado que su paciente era Terrence, pero ahora necesitaba que él le dijera cómo se había sentido en su presencia. —La verdad es que las cosas se han calmado un poco, he tenido algunos sueños confusos como de costumbre, pero en general me siento menos ansioso y los dolores de cabeza se han

esfumado. —Me alegra mucho escuchar eso —respondió anotando en su libreta, al parecer había entrado a un ciclo pasivo. —Aunque hay algo que me intriga, sigo experimentando episodios donde me veo compartiendo momentos con Victoria, pero que no son de nuestro pasado en común, sino de… — Se detuvo y respiró hondo, mientras buscaba la manera de plantearle a Clive lo que le sucedía, al final optó por ser sincero—. De su pasado con su exnovio. —No comprendo —indicó Clive, aunque sí lo hacía, pero requería que fuese él quien comenzara a asociar esos episodios con su propio pasado, debían abrir un poco más esa puerta. —Tiempo después de comenzar nuestra relación, ella me habló de él, me contó su historia y todo lo que vivieron; en su momento me dolió enterarme de algunas cosas y me atormentaba la idea de que siguiera enamorada de él —Le explicó volviendo el rostro para mirarlo, lo vio asentir mostrándose comprensivo, así que siguió—; Sin embargo, logramos superar esa situación y fortalecer nuestra relación, pero no lo sé, sigo teniendo algunas dudas y es como si sintiese que debo competir con su recuerdo todo el tiempo, aunque él murió hace cuatro años, así que es absurdo que esté rivalizando con alguien que ya no existe… La cuestión es que he comenzado a soñar con los momentos que ellos vivieron y me veo ocupando su lugar, puedo recrearlo todo en mi cabeza y soy yo quien está allí con ella —exponer todo eso en voz alta lo perturbó, porque realmente sonaba como una locura. —Eso es algo bastante curioso. Si bien es cierto que nuestra mente tiene el poder para imaginar lo que queramos, siempre se necesitan ciertos estímulos para que ese proceso se dé, es más fácil que imagines una playa si escuchas la palabra «playa» —esbozó ese ejercicio que era práctico y nunca fallaba—. Pero si por ejemplo te dijera bosque, la imagen en su cabeza cambiaría de inmediato, ¿no es así? —Sí, entiendo tu punto; sin embargo, eso no explica por qué soñé con un episodio que vivió Victoria junto a exnovio, ¿Por qué me vi corriendo desesperado en una estación de trenes, buscándola y por qué la vi hablarme como si yo fuese él, aunque no me llamó por su nombre? — cuestionó sintiendo que todo eso iba a acabar por enloquecerlo. Clive se quedó sin palabras porque nunca había presenciado a alguien hablar con tanta seguridad de sí mismo, como si fuese otra persona. Le resultaba impresionante ver lo convencido que estaba su paciente de que él no era Terrence Danchester, tanto que ni siquiera se planteaba la posibilidad de que su verdadero pasado fueran esos sueños; respiró hondo e intentó llevar la conversación por otro rumbo. —La naturaleza del ser humano es intentar llenar los espacios vacíos, ya lo hiciste con la información que te dio tu familia, ahora es probable que lo estés haciendo con la que te dio tu novia… —Pero eso no tiene sentido, yo tengo un pasado en común con mi familia, pero no lo tengo con Victoria —argumentó desconcertado, no entendía a dónde quería llegar Clive. —Eso lo sabe tu parte consciente, pero tu subconsciente seguirá intentándolo porque tu mente es como un rompecabezas, por lo que seguirá probando pieza tras pieza hasta hallar la correcta. Y aunado a eso está tu deseo de ser más relevante para Victoria, de lo que lo fue su exnovio; sin embargo, siento que hay algo más que pudo desencadenar ese episodio, ¿acaso ella te habló de él antes de que tuvieras ese sueño? —Sí… estuvimos conversando un poco y ella mencionó una anécdota que tuvieron, pero… — No sabía si hablarle de su visita a la casa de los padres de Danchester, no quería que Clive pensara que solo estaba siendo paranoico, aunque necesitaba respuestas.

—¿Pero? —inquirió presintiendo que ya estaba donde quería. —Sucedió algo más, esa noche me enteré que los padres de él nos habían invitado a pasar el fin de semana en su casa. —Entiendo, supongo que eso te predispuso —dijo y lo vio asentir con un movimiento forzado —. ¿Quieres hablarme de ello? ¿Cómo fue la experiencia? —preguntó para animarlo a ser más comunicativo. —Extraña… —confesó y soltó un suspiro pesado—. No lo sé, yo creía que esas personas no me agradarían, incluso pensé en negarme a aceptar esa invitación, pero no lo hice para complacer a mi novia y también porque… una parte de mí necesitaba saber más de Terrence, cómo lucía, cómo era la relación con su familia, quería saber más. —¿Por qué? —cuestionó Clive, consciente de que estaban en un punto muy importante y era su oportunidad para llevarlo más lejos. —No lo sé… ¡Demonios no lo sé! —exclamó ofuscado y se incorporó hasta quedar sentado. Sentía que estaba al borde de un precipicio y que si daba un paso más acabaría cayendo. —Está bien… intenta calmarte —mencionó y se puso de pie para servirle un vaso con agua. Sabía que lo había presionado y que eso podía ser contraproducente, así que decidió dejarlo en ese punto. —Gracias. —No pudo ocultar el temblor en su mano cuando recibió el vaso, le dio un gran sorbo y se lo devolvió rápidamente, luego suspiró—. Te parece si terminamos por hoy —pidió sin mirarlo. —Por supuesto, ve y descansa —Le aconsejó observándolo. —Eso haré, hasta mañana, Clive —dijo sin mirarlo a los ojos. —Hasta mañana —respondió dejando que se marchara. Fabrizio agarró su abrigo y salió del estudio, apenas le dedicó una breve despedida a la madre de su psiquiatra; una vez más se sentía en medio de un torbellino de emociones contradictorias. Comenzó a caminar esperando que eso le ayudara a despejar su mente, no entendía por qué siempre lo afectaba tanto hablar de Terrence Danchester.

Capítulo 9 Clive pensó que su paciente no se presentaría a su cita de esa tarde, dado que el día anterior lo vio salir de allí muy perturbado; sin embargo, llegó tan puntual como siempre y totalmente relajado, como si el episodio que vivió el día antes no lo hubiese afectado en lo absoluto. De inmediato llegó a la conclusión de que Terrence estaba usando una vez más ese mecanismo de autodefensa que había creado para huir de su pasado, estaba seguro de que su subconsciente intentaba reforzar el bloqueo que lo mantenía en ese lugar «seguro» donde no era consciente de la infancia que tuvo ni del abandono por parte de su novia. —Buenas tardes, Clive —Lo saludó con un apretón de manos. —Buenas tardes, Fabrizio, ¿cómo te siente? —Le preguntó mirándolo fijamente, para que no pudiera engañarlo. —Bien, después que salí de aquí caminé durante un rato, llegué al hotel y también pasé un buen rato en la ducha, creo que eso me relajó porque luego de tomarme las pastillas que me recetaste, dormí toda la noche —contestó mientras se tendía en el diván. —Es bueno saber que pudiste descansar… Bien, ¿de qué deseas que hablemos hoy? — preguntó dándole la libertad para escoger el tema, así no llegarían a la misma situación del día anterior. —No lo sé, doctor Rutherford —comentó mostrándose de buen humor—. Dime ¿qué quieres saber de mi vida o de mi supuesto pasado? —añadió con ironía, pues ya no estaba seguro de nada. Clive notó la amargura en la voz de Terrence, y comprendió que su paciente comenzaba a ser consciente de que no todo lo que le habían dicho era verdad. Su actitud era la de alguien que empezaba a descubrir que estaba siendo engañado; no obstante, evitó centrarse en ese tema para no alterarlo, por lo que decidió enfocarse en Victoria y la relación que llevaban, debían comenzar a tratar ese sentimiento de abandono que lo había marcado desde que era un niño. —¿Qué te parece si me hablas de tu novia? ¿Cómo es tu relación con ella? —preguntó, pero sin relevar demasiado interés, para que él no sintiera que estaba siendo muy invasivo. —Mi relación con Victoria —esbozó con tono melancólico y luego soltó un suspiro lento y pesado. Se quedó en silencio mientras buscaba en su mente las palabras correctas que lograran definirla, porque a veces no comprendía la verdadera naturaleza de su relación, suponía que eran como las otras parejas, se amaban y se deseaban. Sin embargo, a veces tenía la extraña sensación de estar luchando con el recuerdo de Terrence todo el tiempo, o lo que era peor, intentando descubrir qué era lo que su novia le escondía, porque sabía que lo hacía; sin embargo, no mencionaría eso porque no quería parecer un paranoico frente a Clive. —Podemos empezar por el día en que se conocieron. ¿Cómo reaccionó ella? ¿Qué fue lo primero que hizo y te dijo? —preguntó para llevarlo por un sendero que lo hiciera relacionar a Victoria Anderson con su pasado, solo esperaba que fuese de una manera segura. —Se desmayo. —Su psiquiatra lo miró sorprendido—, aunque después actuó con normalidad, su primo y ella dijeron que no era nada serio, un simple devaneo provocado por el largo viaje que había hecho desde Escocia —contestó sin darle importancia a ese episodio, la verdad no vio nada

raro en su momento. —¿No te parece un tanto extraño? —inquirió y al ver el desconcierto en su mirada, se apresuró a explicar—: Quiero decir; una mujer no se desmaya así nada más, sin que exista una causa poderosa. ¿Acaso lucía cansada o enferma? —preguntó mirándolo, anotando la reacción de Victoria mientras pensaba en la manera de hacer que ella fuese a verlo, necesitaba saber si estaba al tanto de la verdad. —No se veía enferma; en realidad lucía hermosa, la mujer más bella que había visto en mi vida, y que por alguna razón no dejaba de mirarme, pero no era solo mirarme… era como si… El recuerdo de aquel día llegó con claridad hasta él, las sonrisas que ella le dedicó y el brillo de sus ojos cuando le habló directamente, aunque él no le había dirigido la palabra: o su mirada que en ocasiones parecían suplicarle, como si esperara que él le dijera algo. La misma actitud que habían mostrado sus familiares, y que también le parecía haber visto en la familia Danchester, aunque de estos últimos no podía asegurarlo, pero todos parecían haber esperado algo más de él. —Ella me miraba como buscando algo en mí, como si me conociera y al mismo tiempo era como si esperara que yo la reconociera. Cuando nos despedimos y me miró por última vez ese día, me dedicó una sonrisa maravillosa que me desconcertó, y su mirada parecía decir tantas cosas; sin embargo, yo no percibí todo eso en el momento, simplemente pensé que… qué sé yo, que le había gustado, pero todo cambió en nuestros siguientes encuentros —dijo recordando que después ella le rehuía todo el tiempo. —¿A qué te refieres? —preguntó irguiéndose en su sillón, sin poder disimular su interés. —En un principio pensé que algo estaba mal con ella porque sus actitudes eran desconcertantes; algunas veces era amable conmigo, pero en otras era esquiva, me miraba como si me tuviese miedo —dijo frunciendo el ceño al recordar aquellos episodios—. Su actitud era tan extraña que me exasperaba y no sabía cómo actuar, porque una parte de mí me exigía que me mantuviera lejos para evitar sus desplantes, pero la otra me hacía desear estar cerca de ella. Así fue como me vi siguiéndola a todos lados, hasta convencí a mi hermana para que viajáramos a París y poder ir tras ella, incluso terminé con Antonella porque deseaba ser un hombre libre para cortejarla… era como si la necesitara, eso no me había pasado antes, al menos no que recordara. —Supongo que esa necesidad surgía porque ya estabas enamorado de ella —comentó Clive haciendo anotaciones en su libreta. —Apenas la conocía, así que no puedo decir que estuviese enamorado, pero sentía que algo me unía a ella y cada vez que la tocaba esa sensación se hacía más poderosa… La primera vez que nos besamos, todo fue tan intenso que aún me asombra, la manera en la que ella me respondió fue tan… entregada; por lo general, las mujeres se muestran dudosas en el primer beso, pero eso no pasó con Victoria, ella lo hizo como si… —calló intentando recordar cada detalle. —¿Cómo si hubiese besado antes? —inquirió, pero no recibió una respuesta—. Bueno algunas mujeres son más osadas que otras, además, ya Victoria había tenido una relación y supongo que no era su primer beso —añadió para darle algo de lógica a sus pensamientos. —No me refiero a eso, sino a su manera de besarme a mí… fue como si ya lo hubiese hecho antes y supiera exactamente cómo actuar. Yo sentí lo mismo, para mí también fue así… como si hubiésemos estado separados y al darnos ese beso nuestros cuerpos recordaran lo que sentían al estar juntos… fue como un reencuentro —intentó explicarle lo mejor que pudo, pero al escucharse decir todo eso, se sintió más confundido—. Ya no sé ni lo qué digo, debe pensar que he perdido la razón —concluyó cerrando los ojos. —En lo absoluto, ya le he dicho que la mente es un espacio lleno de laberintos y que muchos no han sido explorados aún. Además, estás hablando de algo que está en el terreno del amor, lo

que lo hace más complicado —comentó con una sonrisa para relajarlo, evitando que comenzara a objetar lo que pensaba o decía. —Sí, ya lo dicen los poetas: El amor y la locura son dos males muy parecidos —Suspiró relajándose y sonrió al recordar a su novia. —Todas las relaciones a su inicio son algo complicadas, pero cuéntame cómo ha evolucionado la de ustedes, ¿Victoria sigue comportándose de manera contradictoria o ahora actúa normal? —preguntó porque necesitaba saber más sobre eso. —Ahora todo es distinto; sin embargo, siento que hay momentos en los que se muestra temerosa, no sé por qué ni a que le teme, pero ese sentimiento es casi palpable en ella… —dijo y vio que Clive le pedía con la mirada que continuara—: Por ejemplo, siempre que menciono que debo viajar a esta ciudad, ella se tensa y se empeña en acompañarme o busca la manera de que tenga todo a mi alcance, para que no ande deambulando por las calles. Comprendo que tal vez le preocupa que pueda pasarme algo, porque no conozco la ciudad, pero a veces siento que existe algo más, es como si Victoria temiera que pudiera descubrir algo aquí —esbozó sin cuestionarse si lo que decía era absurdo, seguiría el consejo de Clive y expondría todo lo que pensaba. —Según me contaste, tu novia atravesó un episodio traumático, así que tal vez tenga miedo de perderte también, es algo común en las personas que hemos perdido a seres queridos de manera repentina, nos cuesta dejar atrás ese sentimiento de zozobra —dijo pues él mismo seguía luchando con ello—. Recuerda que su anterior prometido falleció precisamente en esta ciudad, es probable que sea eso lo que le provoqué tanto miedo cada vez que tú vienes aquí —alegó para no acercarlo demasiado a lo que sospechaba, era el verdadero motivo del temor que sentía Victoria. —A lo mejor tienes razón y ese sea el motivo de su miedo cada vez que vengo a Nueva York; sin embargo, eso no explica por qué cuando nos conocimos actuaba como lo hacía… a veces siento como si… No es algo absurdo, olvídalo —dijo negando con la cabeza. —Por qué no me lo dices y dejas que sea yo quien decida si es absurdo o no; recuerda en lo que quedamos, puedes sentirte en confianza y expresar todas tus ideas, no estoy aquí para juzgarte sino para ayudarte a esclarecer tus pensamientos y hacer que recuperes tu pasado —comentó Clive con un tono pausado. —No lo sé… es que… a veces siento como si ella viera en mí a alguien más. Desde que iniciamos nuestra relación me mostró una devoción de la que no me consideraba merecedor porque apenas nos conocíamos, pero ella me trataba como si hubiésemos estado juntos toda la vida… —esbozó con tono melancólico y la mirada puesta en el techo—. Victoria se siente culpable por la muerte de su exnovio, dice que su decisión de dejarlo, hizo que él se dedicara a la bebida y abandonara todos sus sueños —añadió y suspiró pesadamente. —Y tú piensas que ella te trata de esa manera porque necesita calmar a su conciencia, crees que esa devoción que te muestra es porque en el fondo busca compensar a su exnovio por el daño que le hizo. —Clive sabía que estaba entrando a un terreno escabroso, porque, aunque su paciente no supiera que hablaban de él, ese miedo seguía allí latente y apostaba a que había sido el detonante de su bloqueo. Fabrizio separó sus labios para responderle, pero en ese momento lo distrajo el sonido de unos tacones en el pasillo, se volvió para mirar a Clive, quien también se mostró desconcertado. Se suponía que estaban solos en la casa porque Sussanah había salido a visitar a una amiga que estaba enferma, así que dudaba que fuese ella quien ya había regresado; además, le resultó extraño ver que su psiquiatra se tensaba. —Espera un momento por favor —pidió Clive con voz trémula y se puso de pie rápidamente, sospechando quien era la persona que había llegado, pues solo ella, su madre y él tenían llaves de

la casa. —Claro, no te preocupes —dijo y no pudo evitar seguirlo con la mirada, comprando que tenía razón, se había puesto nervioso. Clive abrió la puerta justo en el momento que Allison se disponía a llamar, por lo que casi recibe un golpe en la cara; sin embargo, eso no lo asustó porque su verdadero temor estaba en que ella viese a su paciente. La vio sonreírle y quiso devolverse el gesto, pero estaba demasiado tenso para hacerlo, dio un par de paso hacia afuera para evitar que ella entrara al consultorio, sabía que no lo haría sin antes saber que estaba solo, pero era mejor prevenir. —Hola amor, disculpa, pensé que no tenías pacientes, como no vi ningún auto estacionado afuera —dijo ella al ver que le impedía el paso al consultorio, era la primera vez que se mostraba tan tenso. —Tranquila, no sabía que vendrías —comentó intentando ordenar sus pensamientos, pues el miedo no lo dejaba actuar bien. —La doctora me recomendó caminar dos veces al día, así que salir a pasear un rato, estaba cerca y quise venir para regresar juntos a la casa —respondió escondiendo tras una sonrisa su desconcierto, Clive estaba pálido y podía jurar que también temblaba. —Dame cinco minutos para terminar con la sesión, mientras puedes subir a mi antigua habitación y descansar un rato —sugirió con una sonrisa para disimular la angustia que sentía. —Querido, tu antigua habitación me trae muchos recuerdos, si me quedó allí es probable que cuando entres te esté esperando desnuda —susurró con una sonrisa pícara y le acarició el pecho, pero negó con la cabeza porque de seguro su suegra se escandalizaría si llegaba y los encontraba haciendo el amor—. Será mejor que llame a un taxi que me lleve a la casa, y así puedes atender tranquilo a tu paciente. —No tiene que hacer eso, señora Rutherford, creo que por hoy podemos dar por terminada nuestra sesión, ¿te parece Clive? —anunció Fabrizio que había alcanzado a escuchar las últimas palabras de la dama, se puso de pie y caminó hacia el perchero para buscar su abrigo. Clive vio como Allison palidecía y abrió sus ojos con asombro, quiso tomarla de la mano y sacarla de allí para que no viera a Terrence, pero el pánico le impidió moverse un solo centímetro. Fabrizio se acercó a la puerta para presentarse con la esposa de su psiquiatra, Clive estaba parado en medio de los dos, pero su mirada alcanzó a encontrarse con la marrón de la hermosa dama; sin embargo, la sonrisa que llevaba en los labios se congeló al ver que ella lucía pálida y conmocionada, casi como si estuviera a punto de desmayarse. Su actitud lo hizo detenerse y mirarla con gesto contrariado, por qué no entendía esa mirada aterrada que ella le dedicaba, como si estuviese viendo a un fantasma, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Allison vio aparecer al dueño de esa voz que la había turbado y sintió que su cabeza comenzaba a dar vueltas, provocándole una horrible sensación de vértigo que amenazó con llevarla a un rincón muy oscuro. Movió la cabeza de un lado al otro para alejar esa emoción de ella, luchando contra el frío y el estremecimiento que se apoderó de su cuerpo y que puso a temblar tanto sus rodillas, que tuvo que sostenerse de su esposo, quien le dedicaba una mirada mezcla de culpa y miedo. —Heldentenor —susurró Allison con la voz vibrándole por el llanto, casi sin poder creer que quien estaba frente a ella fuese real. —Allison, te presento al señor Fabrizio Di Carlo —mencionó Clive y buscó sus ojos para tranquilizarla, la vio negar con la cabeza mientras una lágrima rodaba por su mejilla. —Es un placer, señora Rutherford —comentó Fabrizio ofreciéndole la mano, intentando actuar

de manera casual, a pesar de que era evidente que a la esposa de Clive le sucedía algo grave. —Yo… estoy encantada… de conocerlo. Allison apenas podía hablar, las emociones que sentía eran tan poderosas que le habían robado la voz, solo conseguía mirar al hombre frente a ella que no era otro que Terrence, pero no comprendía por qué la miraba de esa manera, como si no la conociera. Recibió su mano y supo de inmediato que era él, jamás olvidaría esa calidez y fuerza que tenía el toque de su mejor amigo, un sollozo le quebró la voz y más lágrimas se hicieron presentes, quiso acercarse para abrazarlo y cuando dio un par de pasos, sintió que algo en su vientre se desprendía y una abundante humedad salía de ella empapando su ropa interior. —¿Se siente bien? —preguntó Fabrizio con preocupación al ver que ella se quedaba paralizada y su mirada se llenaba de pánico. —Ally… mi amor, ¿te sientes bien? —inquirió Clive notando lo mismo que su paciente. La agarró de la mano apreciando que temblaba y que su piel estaba helada. —¡Oh, por Dios!… —exclamó ella llevándose una mano a la parte baja de su vientre y sus latidos se desbocaron al sentir que un rastro de humedad comenzaba a bajar por sus piernas—. ¡Clive… siento que se desprendió algo! ¡El bebé! ¡Clive, el bebé! —gritó presa de la angustia y comenzó a sollozar con más fuerza, aferrándose a su mano. —Tranquila… respira mi amor… respira… —esbozó él luchando por no caer en el pánico, aunque todo su cuerpo se volvió una masa trémula, porque su peor miedo lo atacaba de nuevo—. Te llevaré a la habitación para que te recuestes y llamaré a la doctora —dijo haciendo el intento de cargarla, pero ella se tensó y negó con la cabeza. —No… no me muevas, no puedo moverme de aquí —pronunció con el temor vibrando en su voz, porque no quería que le ocurriera lo mismo de antes, no soportaría perder a otro bebé. —Ally debes recostarte, estar parada te hace mal… por favor, déjame llevarme al menos al diván —suplicó luchando por permanecer calmado, pero ver el miedo en ella no le ayudaba. —Su esposo tiene razón, debe recostarse… si no quiere que la cargue, entonces apóyese en nosotros y camine despacio —sugirió Fabrizio, también se sentía nervioso ante esa situación. —Yo… no quiero perderlo… no de nuevo —respondió mirando a su amigo, esperando que él comprendía su temor. —No lo hará —Le aseguró Fabrizio ofreciéndole su mano y ella se sostuvo de él, como si fuese su tabla de salvación. —Solo intenta estar tranquila, mi amor… llamaré a la doctora —dijo Clive dándole un beso en la frente luego de dejarla en el sillón. —Creo que será mejor llevarla a un hospital —comentó Fabrizio notando que ella había dejado un rastro de humedad en el suelo. Clive palideció al seguir la mirada de su paciente y ver a lo que se refería, pero trató de disimular para no asustar a Allison, sabía que los nervios podían afectarla y también a su hijo. Colgó el teléfono y caminó de nuevo hasta donde su esposa reposaba, con la respiración agitada y las manos en el vientre, mientras seguía llorando, aunque era evidente que luchaba por permanecer calmada. —Mi amor, debemos ir al hospital, allí tienen todo el equipo para atender esta emergencia y tu doctora contará con enfermeras que te ayuden —explicó mirándola a los ojos, secándole las lágrimas. Allison asintió, tenía mucho miedo, pero se estaba obligando a ser valiente por su bebé, por lo menos le aliviaba no tener ningún tipo de dolor, solo sentía el líquido que brotaba de entre sus piernas y que cada vez era más abundante. De pronto recordó algo que le había dicho su doctora,

que sucedería cuando estuviera a punto de comenzar la labor de parto, tal vez era eso lo que le estaba pasando y debía calmarse para no asustar a su hijo, tendría que ir al baño para cerciorarse, pero prefería ir al hospital porque le aterraba la idea de que fue algo más. La preocupación por su bebé había hecho que la presencia de ese hombre idéntico a Terrence, pasara a un segundo plano, aunque debía admitir que mirarlo la perturbaba un poco porque él realmente actuaba como si no fuese su amigo sino como un completo extraño. —Está bien, vayamos al hospital —respondió sujetándose de su esposo para ponerse de pie, sus rodillas se doblaron por la debilidad y tuvo que abrazarse a Clive para no caer. —Tranquila… creo que es mejor si te cargo, te prometo que iré con cuidado —dijo mirándola a los ojos para generarle confianza. —Creo que puedo caminar, mi amor, no me duele es solo una sensación extraña e incómoda, pero no es dolorosa… si me cargas te empaparé todo, mejor ayúdame a caminar —pidió y vio que el paciente de su esposo se acercaba también a ella. —Sujétese de mi brazo también, así tendrá más estabilidad. —Gracias —respondió dubitativa, pero terminó accediendo. —Gracias, Fabrizio —acotó Clive, casi se había olvidado de él. De inmediato comprendió que fue la impresión de verlo lo que provocó que Allison se pusiera mal, pero no podía culparlo por ello, el único responsable era él por no haberle contado a su esposa lo que estaba sucediendo, tal como le sugirió Amelia que hiciera, la última vez que se vieron. Caminaron despacio por el pasillo y al llegar a la puerta, Clive se alejó para tomar el abrigo de ella y ponérselo, también agarró el suyo y las llaves del auto, sus manos temblaban tanto que las dejó caer, pero con rapidez las recogió del piso. —Dámelas, yo los llevaré —ordenó Fabrizio para tomar la situación en sus manos, al ver lo nervioso que estaba su psiquiatra. —No es necesario que te molestes, Fabrizio, puedo conducir —respondió queriendo mostrarse seguro, pero la verdad era que estaba aterrado de pasar por lo mismo de antes. —No es ninguna molestia, Clive… será mejor que tú vayas en la parte de atrás con tu esposa —pronunció extendiéndole la mano para que le entregara las llaves y el doctor no tardó en hacerlo —. Iré encendiendo el auto, bajen con cuidado —Le recomendó y se alejó. —¿Cómo es posible? —Fue lo único que alcanzó a preguntar Allison, mientras bajaba las escaleras de la mano de su esposo. —Te explico después, Ally, ahora solo enfócate en estar tranquila por favor, debes cuidar de ti y de nuestro hijo —rogó mirándola a los ojos, la vio asentir y le dio un suave beso en los labios. Subieron al auto con la ayuda de Fabrizio, después caminó y ocupó rápidamente el puesto del piloto, miró por el retrovisor a la pareja dedicándole una sonrisa a la mujer para tranquilizarla, luego se puso en marcha. Por suerte no consiguieron mucho tráfico y en menos de quince minutos estaban frente al hospital donde ella llevaba su control, Clive le dio un beso y bajó para buscar una silla de ruedas, dejándola a solas con su paciente mientras rogaba que no se alterara de nuevo. —No se preocupe, señora Rutherford, usted y el bebé estarán bien —indicó Fabrizio volviéndose para mirarla y sonrió para reconfortarla. —Muchas gracias —respondió ella entregándole una sonrisa y le ofreció su mano para agradecerle con ese gesto por su ayuda. Él la recibió y le acarició los nudillos con ternura, se sintió un tanto desconcertado pues su tacto le resultó familiar, pero lo justificó diciéndose en pensamientos que todo eso se debía a que le recordaba a Fransheska, la esposa de Clive parecía ser solo un poco mayor que su hermana. Sin embargo, había algo más y era la manera en cómo ella lo miraba le provocaba algunas emociones

que lo contrariaban, pues no eran del tipo que debería dedicar a alguien a quien apenas conoce. —Ya estoy aquí… le avisé a la recepcionista para que buscaran a la doctora Smith —anunció Clive y se tensó al verlos tomados de las manos, pero hizo a un lado su preocupación y la ayudó a salir. —Llevaré tu auto hasta el estacionamiento —mencionó Fabrizio encendiéndolo de nuevo, mientras veía que un camillero los ayudaba. —Gracias, Fabrizio —respondió mirándolo a los ojos. —¿Se quedará con nosotros? —Le preguntó Allison de manera apremiante, no pudo evitarlo porque era una petición de su corazón. —Por supuesto, dejo el auto y enseguida estoy con ustedes —dijo como si fuese lo más natural del mundo, que él los acompañara. —Gracias —esbozó ella sonriendo y llorando al mismo tiempo. Clive giró la silla y se digirió a urgencias con ella, quien ya se notaba más tranquila y eso lo llenaba de alivio, enseguida fue recibida por una enfermera que comenzó hacerle unas preguntas de rutina. Luego la llevaron a una habitación donde ya la esperaba la doctora, por consideración a Clive, le permitió que se quedara mientras le hacía algunos chequeos para descubrir qué era lo que sucedía. —Allison, no ha pasado nada grave, lo que sentiste fue la ruptura de la fuente y lo que sale es el líquido amniótico. ¿Recuerdas que te hablé de ello? —preguntó y la vio asentir—. Es algo normal que indicaba que el trabajo de parto ha comenzado. —Pero… aun no tengo el tiempo, me falta —comentó Allison parpadeando con nerviosismo y su mano se aferró a la de su esposo. —Tienes treinta y ocho semanas, tu bebé está listo para nacer de manera segura. No debes preocuparte, son pocas las primerizas que alcanzan las cuarenta semanas, lo que debes hacer ahora es relajarte porque seguramente dentro de poco comenzarás a sentir las primeras contracciones. Te dejaré con una enfermera —indicó sonriéndole y dándole un suave apretón en la mano para tranquilizarla. —Doctora Smith, me gustaría comentarle algo —mencionó Clive deteniéndola antes de que saliera de la habitación. —Claro, dígame —dijo mirándolo a los ojos. —Mi esposa acaba de recibir una impresión muy fuerte, ¿cree que eso haya tenido que ver? — Le preguntó para salir de dudas. —Tal vez pudo influenciar un poco si se alteró, pero no lo creo porque ya Allison estaba en sus últimas semanas, además, tendría que haber sido algo realmente grave —explicó notando que el hombre se veía perturbado y culpable. —Bueno, ella vio a alguien que… no veía hacía mucho tiempo, no se esperaba encontrarlo, pero si dice que no tuvo que ver con que su parto se adelantara, entonces le creo —Soltó un suspiro y sonrió—. No se imagina lo aliviado que me siento, muchas gracias, doctora Smith. —De nada, será mejor que se llene de paciencia y que les avise a sus familiares porque esto se llevará su tiempo. Ahora si me disculpa, tengo que ir atender a otra paciente, con su permiso. —Claro, gracias de nuevo —mencionó y la vio salir. Luego se acercó a Allison, quien regresaba del baño, ya con una bata de hospital. —Clive… ¿Sabes que tu paciente se parece mucho a Terrence? —inquirió, porque había estado pensando en ello y quizá su esposo no lo sabía, ya que ella no tenía fotos de su mejor amigo en su casa. —Lo sé… pero no debería hablar de eso, Ally.

—Pero yo soy tu esposa —alegó ella buscando su mirada. —Ni siquiera a mi esposa. Cuando me recibí de psiquiatra, juré confidencialidad a mis pacientes y ya he roto ese juramento. —¿Lo has roto? ¿Quién más lo sabe? —preguntó con urgencia, pero vio que él se quedaba en silencio—. ¡Clive! —exigió desesperada. —Sus padres… los esposos Danchester —esbozó y la vio palidecer mientras comenzaba a llorar—. Por favor, Ally, debes calmarte por tu bien y el del bebé —rogó acariciándole el cabello. —Quiero verlo… quiero ver a Terrence —pidió mirándolo. —Él no sabe quién es realmente… tiene un trastorno llamado «fuga disociativa» que bloquea sus recuerdos… es algo complejo de explicar. Allison iba a pedirle que intentará exponer de una manera sencilla lo que había sucedido con su amigo, pero en ese momento sintió la primera contracción que la puso alerta de inmediato y sus nervios se dispararon. Clive al ser testigo de eso, no quiso ahondar en el tema de su paciente porque sabía que eso podía alterarla, así que escapó con la excusa de ir a decirle a él que todo estaba bien y ya después vería como lidiaba con la situación que se le venía encima.

Capítulo 10 Clive llegó hasta la sala de espera donde estaba Fabrizio, lo vio sentado con junto al ventanal, con la mirada perdida en el jardín interno del hospital, tenía el ceño ligeramente fruncido como si algo lo preocupara o desconcertara y su postura reflejaba tensión. Se acercó casi arrastrando sus pasos porque toda la adrenalina que había experimentado momentos atrás, se había disipado dejándole un enorme cansancio, parpadeó para aligerar esa sensación de pesadez pues sabía que la labor de parto de Allison apenas empezaba. —Muchas gracias por la ayuda, Fabrizio —mencionó captando su atención y se sentó en la silla frente a él. —No tiene nada que agradecer, cualquier hubiera hecho lo mismo estando en mi lugar, ¿cómo está su esposa? —inquirió mirándolo. —Afortunadamente está bien, solo rompió fuente y ya comenzó la labor de parto… nuestro miedo se debía a que ella apenas tiene treinta y ocho semanas, pero la doctora dijo que no habría complicaciones, que pocas primerizas alcanzan las cuarenta semanas —explicó quitándose los anteojos para masajearse los párpados. —Eso quiere decir que dentro de pocas horas se convertirán en padres —acotó con una gran sonrisa, se sentía feliz por los dos. —Sí… pensé que estaba preparado para esto, pero todo sucedió tan rápido que aún no me lo creo, estaba confiado en que tendríamos un poco más de tiempo —comentó sonriendo, estaba emocionado. —Al parecer su hijo tiene mucha prisa. —Fabrizio se carcajeó y su psiquiatra lo acompañó mientras afirmaba con la cabeza. —Sí, eso parece… tengo que ir a llamar a mi madre para avisarle y también a la casa de mi suegro, para que su ama de llaves lo llamé al hotel en Philadelphia, viajó pensando al igual que todos, que el bebé no llegaría todavía —comentó Clive poniéndose de pie—. Supongo que usted desea ir hasta su hotel para descansar. —La verdad es que no tengo mucho que hacer en el hotel, y me gustaría acompañarlo, si le parece bien… Además, le prometí a su esposa que me quedaría —pronunció con cautela, porque no sabía si se estaba extralimitando, ya que era consciente de que la relación de paciente – psiquiatra jamás debía pasar a un plano personal. —Claro… creo que me vendría bien un poco de compañía, porque supongo que pasarán algunas horas antes de que nazca mi hijo —respondió mirándolo a los ojos; no podía negar que le sorprendía cómo había actuado al ver a Allison tan nerviosa, suponía que ese cariño que le tenía a su esposa, seguía latente dentro de él y por eso se comportaba así—. Te lo agradezco, Fabrizio y mientras podemos hablar, no como paciente – doctor, sino como amigos ¿te parece? —inquirió para aprovechar esa oportunidad y acercarse más a él, le hablaría de Allison e intentaría descubrir algún indicio nuevo. —Me parece bien, iré con usted a la cabina telefónica para llamar al hotel y ver si tengo algún mensaje de Chicago —dijo levantándose, imaginaba que tendría un montón de Victoria, pues ella era la que más insistía en comunicarse con él cada vez que estaba en Nueva York.

Clive llamó a su madre que, al encontrar la casa sola y el rastro de humedad, comenzó a sospechar que algo había sucedido; además que al llamar a casa de su nuera le dijeron que no estaba allí, eso casi le confirmó que habían ido al hospital. Le aseguró que estaría tan pronto le fuera posible, pero que primero debía pasar por su casa para buscar el bolso del bebé y también algo de ropa para Allison Fabrizio solicitó una llamada nacional y habló con su novia un par de minutos, también aprovechó para hablar con su hermana, que había sido invitada por la matrona para cenar en la mansión. A ninguna les mencionó el lugar donde estaba ni mucho menos lo que hacía, suponía que ellas no lo comprenderían; a decir verdad, ni siquiera él entendía por qué precisaba quedarse en ese lugar a la espera del nacimiento del hijo de Clive y Allison Rutherford. Sussanah llegó y se sintió sorprendida al ver allí al paciente de su hijo, pero Clive le explicó lo había sucedido y ella concluyó que a lo mejor la impresión de verlo, había hecho que el parto de Allison se adelantara. Pasó a la habitación de su nuera y estuvieron charlando un rato, ella no estaba bajo ningún juramento que la obligara a callar, así que le explicó parte de lo que estaba sucediendo, incluso de que los duques estaban al tanto y también asistían a terapia con Clive. Allison estaba tan perpleja que apenas si lograba asimilar toda esa historia, era realmente increíble y aún en medio de las contracciones que cada vez eran más fuertes, lloró de felicidad al saber que su amigo no había muerto en aquel accidente de autos. Cuando su esposo fue a verla, lo abrazó muy fuerte y le agradeció por la ayuda que le estaba brindando a Terrence, para traerlo de vuelta con ellos. —Él sigue afuera, pero como no es familiar no lo dejan pasar. —Qué pena, me hubiese gustado verlo —esbozó con tristeza. —¿Estás segura que darás a luz? Te noto muy relajada —bromeó Clive para aligerar sus nervios que sí lo estaban torturando. —Las contracciones no son tan fuertes todavía, la doctora dice que será un trabajo lento, pero que nuestro hijo estaba bien… Clive… ¿Crees que él recuerde quién es realmente? —preguntó mirándolo. —Ha tenido grandes avances y su pronóstico es alentador, pero cuando se trata de este tipo de trastornos, es complicado asegurar algo. Por eso es tan importante seguir al pie de la letra cada indicación, evitar presionarlo o intentar convencerlo de quien es realmente, porque se cerrará y tendrá un retroceso enorme —explicó viéndola a los ojos. Allison asintió comprendiendo a lo que se refería y de pronto otra contracción la atacó, se sostuvo con fuerza de la mano de su esposo y después que pasó, se dejó caer en la camilla mientras respiraba como le había indicado la doctora, para que el dolor fuese menguando y no la debilitara tanto. Debía guardar energías para cuando le tocara traer a su hijo al mundo, con la ayuda de Clive se puso de pie y comenzó a caminar dentro de la habitación, necesitaba que su bebé se encajara. Así fueron pasando las horas y antes de la medianoche Allison fue llevada a la sala de parto, Clive tuvo que dejarla sola porque por normas del hospital no podía estar en ese lugar, así que le tocó quedarse junto a Fabrizio en la sala de espera, mientras su madre acompañaba a Allison. Exactamente cincuenta minutos después, Sussanah llegaba para darle la mejor noticia que pudiera recibir, su hijo había nacido, era un hermoso varón y tanto él como su esposa estaban perfectos. —¡Felicitaciones, Clive! —expresó Fabrizio dándole un abrazo. —Muchas gracias… ¡Dios, soy padre! —exclamó lleno de júbilo mientras recibía el abrazo de su paciente. Olvidándose de que debía mantener una distancia profesional; en ese instante él era un amigo. Miró a su madre quien se secaba las lágrimas de emoción—. ¿Cuándo puedo

verlos? —preguntó con una mezcla de nervios y entusiasmo. —La doctora me envió a buscarte porque tu esposa también está loca por verte, quiere que conozcas a tu hijo —respondió sonriéndole. —¡Por supuesto! Yo también estoy loco por conocerlo —dijo con premura y caminó hacia la puerta. —Ese término no se escucha bien viniendo de un psiquiatra —bromeó Fabrizio y Clive sonrió —. Ahora que sé que todo está bien, regresaré al hotel, dale mis felicitaciones a tu esposa y si me lo permites vendré mañana para conocer al nuevo miembro de la familia. —Serás bienvenido, gracias de nuevo por haberme acompañado, descanse y nos vemos mañana —mencionó para despedirlo y le dio otro abrazo llevado por su efusividad. Luego de eso salió en compañía de su madre, quien casi tuvo que correr para seguirle el paso porque él parecía querer volar. Al entrar a la habitación vio a su mujer recostada con los ojos cerrados, lucía agotada y algo pálida, se acercó y le dio un beso en la frente. —Clive —susurró abriendo los ojos, aún estaba débil. —Mi amor, ¿cómo te sientes? —preguntó acariciándole el cabello que tenía pegado en la frente y le dio un par de besos en los labios. —Cansada, pero feliz… nuestro bebé es hermoso, apenas me dejaron verlo unos segundos porque debían revisar que todo estuviera bien, pero es tan hermoso, parece un ángel —respondió con la voz vibrándole por las emociones que la colmaban en ese momento. —Un ángel como su hermosa madre —respondió él dándole suaves besos en los labios y le acariciaba las mejillas con los pulgares. —Con permiso, he traído a su bebé —anunció la enfermera entrando a la habitación, se acercó a Allison y con cuidado le entregó al niño, que estaba envuelto en delicadas mantas blancas. —Muchas gracias, enfermera ¿cómo está mi hijo? —preguntó Clive con tono preocupado, aunque aparentemente se veía bien. —El pediatra le hizo varias pruebas y dijo que estaba perfecto. Bueno, los dejo para que estén unos minutos con él, pero recuerda que debes descansar Allison —indicó mirándola embelesada con su niño. —Muchas gracias, Lucy, lo haré —respondió y una vez más posó la mirada en su hijo que dormía profundamente. —Tienes razón, es un hermoso angelito —comentó Clive con la voz quebrada por las lágrimas, que no tardaron en derramarse. —Así se llamaba mi primer bebé… no supe si era niño o niña y mi madrina le puso Ángel — susurró ella mientras un llanto silencioso y calmado la desbordaba—. Tú te llamarás Michael, ¿te gusta? —Le preguntó a Clive y lo vio asentir con una gran sonrisa. —Me gusta mucho, Michael Rutherford Foster —expuso con orgullo y le acarició la mejilla —. Gracias por hacerme tan feliz, Ally, por darme este maravilloso tesoro que te prometo lo amaré tanto como a ti, mi reina… a los dos voy a adorarlos con mi alma. —Mi amor… también te prometo que los amaré con toda el alma y no solo a ti y a Michael, sino a todos los hijos que tengamos. Solo espera que olvide todo lo que sufrí para traer a este pequeñín al mundo y encargaremos a una niña —expresó con la mirada brillante por las lágrimas y la emoción que le daba la idea de tener una hija. —Tendremos todos los que desees, mi reina, todos —aseguró dándole toques de labios, entusiasmado ante esa idea. Se quedaron admirando al bebé unos minutos más, hasta que llegó Sussanah y reclamó su derecho de abuela para cargarlo un rato, luego lo puso en la canastilla para que pudiera descansar.

Clive decidió quedarse acompañando a Allison, dormiría en el sillón para estar al pendiente por si Michael despertaba o si su esposa necesitaba ayuda para alimentarlo o ir al baño; Sussanah se despidió y prometió regresar temprano para traerle un cambio de ropa y sus artículos personales. Fabrizio salió del hotel a eso de las dos de la tarde, quiso darles tiempo a Clive y su esposa para que descansara porque debían estar agotados, también para que disfrutaran de su hijo. Su psiquiatra le había contado que su esposa era una talentosa soprano, pero que se había tomado un tiempo lejos de los teatros para dedicarse a cuidar de su embarazo; ya que antes había tenido una pérdida. Él comprendió en ese momento las palabras que ella le dijera y lo asustada que se veía cuando iban en el auto, afortunadamente todo había salido bien para los dos. Antes de ir al hospital, le pidió a Harry que se detuviera en una floristería y compró un hermoso arreglo de rosas amarillas, también alcanzó a ver un juguete que le llamó mucho la atención y lo llevó para entregárselo al bebé. Teniendo eso en las manos pensó que tal vez estaba exagerando un poco, pues él apenas conocía a la chica y Clive solo era su psiquiatra, así que dudó en aparecerse con los presentes, pero al final se decidió por llevarlos. El auto se estacionó frente a la fachada del hospital y pudo ver algunos fotógrafos cerca de la entrada con credenciales que les colgaban del cuello, al parecer eran periodistas. —Será mejor que sigas de largo y me dejes en la puerta trasera del hospital, Harry… entraré por allí y luego buscaré el área de maternidad —ordenó sin siquiera saber por qué les rehuía a esas personas, pero sintió la necesidad de alejarse de ellos. —Como usted diga, Fabrizio —respondió, echándole un vistazo por el retrovisor, sorprendiéndose por esa petición. El auto giró en la esquina y recorrió unos trescientos metros, luego se detuvo en la fachada posterior del hospital presbiteriano de Nueva York, que estaba libre de periodistas. Fabrizio se despidió de Harry y bajó, se acomodó el traje y llevando en sus manos los obsequios, se dirigió hacia el módulo de recepción y se acercó a una de las enfermeras. —Buenas tardes, señorita, vengo a visitar a la señora Allison Rutherford —anunció mirando a la mujer a los ojos. —¿Es usted familiar? —preguntó, aunque no tenía imagen de periodista, era mejor cerciorarse y evitar un regaño de su superiora. —El señor es amigo de la familia, se quedó ayer junto al esposo de la cantante, hasta que nació el bebé —dijo Lucy, reconociéndolo. —Comprendo, puede darme su nombre y apellido, caballero —indicó Íngrid sacando el libro de visitas para anotarlo. —Fabrizio Di Carlo —respondió y le sonrió a la otra enfermera. —Bien, señor Di Carlo, la señora Rutherford está en la habitación trescientos siete, del tercer piso. Debe subir las escaleras, porque el elevador es solo para el uso de pacientes y personal — dijo mirándolo. —Muchas gracias —respondió y se alejó consciente de que las dos mujeres lo seguían con la mirada. Fabrizio llegó al tercer piso y se encontró con un largo pasillo de relucientes paredes blancas, a cada lado había una puerta que mostraba en una placa dorada el número de la habitación. Los nervios lo invadieron cuando se vio frente a la que tenía el trescientos siete, respiró profundo para aligerar esa sensación de hormigueo que lo recorría y miró los detalles que llevaba en las manos,

una vez más pensó que había sido un gesto exagerado presentarse allí con todo eso, pero ya no podía deshacerse de ellos, así que suspiró y llamó a la puerta. —Buenas tardes, señor Di Carlo —Lo saludó Sussanah con una gran sonrisa, en cuanto le abrió la puerta. —Buenas tardes, señora Rutherford… quise pasar a saludarlos y a traerle unos presentes a su nuera y su nieto —comentó luchando para que su voz dejara de vibrar a causa de los nervios. —Qué lindo detalle de su parte, pase por favor —dijo y le hizo un ademán para que siguiera a la habitación. Al entrar se sintió mucho más tonto porque él solo había llevado un ramo de rosas, y se vio en medio de decenas de arreglos que hacían lucir la habitación como si fuese un invernadero, había flores de varias especies, globos, cajas de bombones y también varios peluches. Quiso girar sobre sus talones y huir de ese lugar, pero la mirada y la sonrisa brillante de Allison Rutherford lo dejó sin escapatoria. —Señor Di Carlo, ¡qué bueno verlo! Siga por favor —pidió haciéndole un ademán para que se acercara. —Buenas tardes, Fabrizio —dijo Clive poniéndose de pie. —Buenas tardes, Clive —respondió y le estrechó la mano, sonriéndole—. Felicitaciones, señora Rutherford… le he traído un presente. —Ya no tenía caso echarse para atrás, así que se lo entregó. —Muchas gracias, las rosas amarillas son mis favoritas —expresó con una gran sonrisa porque ya antes se habían regalado las mismas. Le extendió la mano y las recibió llevándoselas al rostro para deleitarse con el dulce aroma—. Me encantan, Sussanah, puedes ponerlas en un jarrón por favor —pidió a su suegra dándole las flores. —También le traje un juguete a su bebé —mencionó extendiéndole un hermoso caballito de madera—. Sé que aún está pequeño para jugar con esto, pero espero que le guste cuando crezca. —Estoy segura que le encantará —respondió ella con una gran sonrisa y sus ojos se humedecieron por la emoción, quería tanto poder abrazarlo y decirle que lo había extrañado muchísimo. —Es un lindo juguete, muchas gracias, Fabrizio —contestó Clive, viendo que era su subconsciente lo que lo llevó a tener esos detalles con Allison y con su hijo, en el fondo él seguía apreciándola. —Amor, puedes traerme a Michael, vamos a presentarlo con el señor Di Carlo —pidió Allison, mirando a su bebé que descansaba en la canastilla junto a su cama, se había quedado dormido hacía un rato. —Por supuesto —expresó Clive con orgullo y se puso de pie para tomarlo. Su madre lo ayudó porque aún le faltaba práctica. —Ven aquí mi angelito, ven para que conozcan a un buen amigo que nos acompañó y estuvo presente en tu nacimiento —susurró recibiendo al hermoso niño envuelto en mantas celestes. Allison le sonrió a su amigo y él le respondió con el mismo gesto, entregándole esa sonrisa que ella tan bien conocía y más de una vez la animó cuando las cosas se ponían difíciles. Le indicó con la mirada que se acercara y con gran emoción le presentó a su hijo, a ese que había llegado para llenar el vacío que le dejó aquel que perdió. Fabrizio posó su mirada en el lindo bebé que dormía en los brazos de la esposa de su psiquiatra, tenía la piel sonrojada, apenas unas hebras doradas en la cabecita y unas largas pestañas que descansaban sobre sus regordetas mejillas. Ciertamente no parecía un bebé prematuro, se veía muy rozagante y grande, seguramente heredaría la estatura de Clive, a primera

vista era idéntico a su psiquiatra, pero suponía que cuando creciera un poco más, también mostraría rasgos de la bella soprano. —Es un placer, señor Di Carlo, me llamó Michael Rutherford Foster —esbozó Allison imitando una voz de bebé y movió la pequeñita mano de su hijo, para hacer que Terrence se acercara. —Encantado, Michael, mi nombre es Fabrizio Di Carlo y estoy feliz de conocerte —mencionó siguiendo el juego de la chica y con cuidado le ofreció su dedo, sorprendiéndose al ver que lo sujetaba con fuerza. —Creo que le agrada, señor Di Carlo —indicó ella con una sonrisa franca y la mirada brillante por las lágrimas. —Tiene bastante fuerza —comentó Fabrizio riendo. —La heredó de su padre —dijo Clive y todos rieron—. Ya sé que no lo parece, pero siempre llevaba a mi equipo a los primeros lugares en las regatas de Oxford, era el capitán —acotó sonriendo. —Doy fe de ello, siempre estaba allí alentándolos —dijo Sussanah. —Sé que eres muy fuerte, mi amor… y estoy segura que nuestro hijo también será un excelente capitán de fragata —indicó Allison y alzó el rostro para darle un suave beso—. Y con el caballo que le han regalado, seguramente también será un gran jinete. Fabrizio asintió sonriendo y le dio una suave caricia al bebé en sus deditos que sean aferrados a él, brindándole una cálida y agradable sensación, mientras lo miraba sintiendo cierta conexión; alzó la mirada y pudo ver que todos los observaban con interés, lo que le resultó un tanto extraño. Estaba por alejarse cuando escuchó que llamaban a la puerta y vio a Sussanah acercarse para abrirla, la sorpresa que lo invadió al ver quienes llegaban, hizo que no pudiera moverse de allí y una vez más quedaba embelesado por la imagen de Amelia Danchester. —Buenas tardes —saludó Benjen con una gran sonrisa, mientras su esposa se había quedado muda ante la imagen de su hijo. —Buenas tardes, sus excelencias, pasen por favor —Los invitó Sussanah, que por sus costumbres no podía dejar de tratarlos de manera formal. De inmediato se volvió para ver la reacción del muchacho. Los nervios invadieron a Fabrizio al verse descubierto por los esposos Danchester, no esperaba encontrarse con ellos, rápidamente se alejó como si pudiese huir de ese lugar, pero al tropezar con el sillón supo que no tenía escapatoria. Su cuerpo se tensó cuando su mirada se topó con la de Benjen y enseguida se puso a la defensiva, porque sabía que ellos podían terminar descubriendo cuál era su relación con Clive y tal vez se lo dirían a Victoria. —Buenas tardes —esbozó Amelia obligándose a reaccionar y caminó hasta su ahijada—. ¡Cariño, felicitaciones! —expresó con emoción y le dio un beso en la frente—. Felicidades para usted también, Clive —agregó y luchó por mantener su mirada en los padres, luego la bajó al bebé —. Déjame conocer a tu hermoso príncipe. —Muchas gracias, madrina —respondió Allison con una gran sonrisa y le acercó al niño para que lo cargara. —Allison, Clive reciban mis felicitaciones por el nacimiento de su hijo —mencionó Benjen sonriéndoles, luego miró al bebé en brazos de su esposa—. Luce muy bien para haber nacido dos semanas antes. —Sí, por fortuna todo está bien con él, pero nos dio un buen susto. —Ellos son así, cuando se sienten listos para nacer lo hacen así nosotros no estemos preparados —comentó Amelia sonriendo y por fin se permitió mirar a su hijo—. Fabrizio, qué

casualidad encontrarlo aquí, ¿cómo ha estado? —preguntó dedicándole una sonrisa cálida. —Muy bien, señora Amelia —dijo acercándose para estrecharle la mano al duque—. Señor Danchester. ¿Cómo han estado? —Bien gracias a Dios, ocupados con nuestros hijos que cada vez están más grandes y se vuelven más curiosos e independientes, han empezado a gatear y quiere andar por todos lados — comentó ella. —Hasta a mí me ha tocado gatear para perseguirlos cuando se meten debajo de las mesas — esbozó Benjen sonriendo, y vio que su hijo fruncía el ceño, seguramente no lo imaginaba haciendo eso. —Me alegra mucho, saber que han estado bien. Yo solo pasé a saludar y felicitar a Clive y a su esposa por el nacimiento de su hijo, pero ya tengo que irme —respondió Fabrizio, necesitaba salir de allí antes de que comenzara hacer preguntas. —Quédese un poco más y hábleme de Victoria y de su hermana, ¿cómo están ellas? —inquirió Amelia caminando hacia él y lo agarró del brazo para hacerlo sentar, ella ocupó el espacio junto a él mientras arrullaba al bebé que se removió anunciando que despertaría. —¿Conoce a Victoria Anderson? —Allison miró a su amigo con asombro, pues hasta el momento no le habían dicho que tuviera una relación con su exnovia. Eso era realmente increíble. —Sí, somos novios —respondió imaginado que ella también había conocido a Terrence, dado que era la ahijada de Amelia, incluso tal vez hasta había trabajado junto al ex prometido de Victoria. —¡Qué noticia tan maravillosa! —expresó Allison y sintió que su esposo le apretaba ligeramente el hombro para que controlara su entusiasmo—. Lo digo… porque Victoria es una gran chica. —No me imaginaba que usted también fuese paciente de Clive —indicó Benjen, notando que Terrence estaba tenso como el mármol. —No lo soy —respondió tajante, aunque no pudo mantenerle la mirada, por lo que buscó a su psiquiatra—. Somos amigos, nos conocimos en Londres —añadió y le pidió que confirmara lo que acababa de decir, aunque fuese una mentira. —Así es, coincidimos en varios eventos y nos hicimos amigos. —Sí, habíamos perdido contacto, pero me enteré por el periódico que estaba aquí en Nueva York y lo busqué —añadió para ser más convincente, ya que veía que los esposos lo miraban con suspicacia. Un pesado silencio siguió a su declaración, al parecer no creían que lo que decía era verdad, así que comprendió que lo mejor sería dejar ese lugar. No podía permitir que ellos llegaran a la verdad porque de seguro no tardarían en hacerle saber a Victoria que estaba viendo a un psiquiatra en Nueva York, su novia comenzaría hacerle preguntas y él aún no estaba listo para darle las respuestas que le pediría. —Bueno, ha llegado la hora de irme, tengo algunos asuntos que atender antes de tomar el tren hacia Chicago, mañana temprano. —Se puso de pie sin cruzar su mirada con los esposos Danchester, caminó hasta Clive y le ofreció su mano—. Una vez más felicitaciones por tu hijo, también para usted, señora Rutherford y para Sussanah por la llegada de su nieto —comentó tratando con más familiaridad a la madre de su psiquiatra, a ver si así convencía a los duques. —Muchas gracias, pero por favor llámame Allison —pidió con una sonrisa mientras lo miraba deseando que se quedara un poco más. —Por supuesto, y yo seré solo Fabrizio para ti —dijo sonriente. —Muchas gracias por acompañarnos, Fabrizio —mencionó Clive, mientras analizaba su

comportamiento detenidamente. —Fue un placer, señor Benjen, señora Amelia, me dio mucho gusto verlos de nuevo, saluden a su hija de mi parte —indicó apenas mirando a los duques, pues sentía que ellos lo intimidaban. —Así lo haremos, salude usted también a todos en Chicago de nuestra parte —pronunció Amelia, mirándolo con el mismo anhelo que su ahijada, pero una vez más tuvo que guardarlo dentro de su pecho. —Hasta pronto, Fabrizio —esbozó Benjen, teniendo que tragarse su deseo de llamarlo hijo, a pesar de que pocas veces lo hizo en el pasado, ahora se moría por hacerlo. —Que tengan una buena tarde —mencionó para despedirse y caminó hacia la puerta, percibiendo sobre él todas las miradas. —Fabrizio, me esperas un minuto por favor y te acompaño a la salida —pidió Clive consciente de que no podía dejarlo ir así. Además, que no se verían sino dentro de tres semanas nuevamente. —Por supuesto —respondió, suponía que él quería preguntarle por qué les había mentido a los Danchester—. Te espero afuera —dijo y salió cerrando la puerta detrás de él. —Amor… ayúdalo a que vuelva a ser nuestro Terry, por favor —pidió Allison mirando a su esposo a los ojos—. Sería tan feliz si pudiera ser el padrino de Michael —añadió con lágrimas y una sonrisa. —Haré todo lo que esté en mis manos para que eso sea posible… antes de que nuestro hijo cumpla la mayoría de edad —bromeó y su esposa lo miró con asombro, pero también sonrió y asintió. Ella le ofreció sus labios para darle un beso y él se acercó entregándole apenas un toque, luego miró a los esposos que lucían desilusionados por ver que su hijo seguía igual, aferrado a la personalidad de Fabrizio Di Carlo. Les pidió con la mirada que tuvieran paciencia y luego salió de la habitación, para tener una pequeña charla con su paciente y tratar de que se marchara sintiéndose tranquilo.

Capítulo 11 Fabrizio regresó a Chicago y quiso dedicarle tiempo a su novia, así que les hizo una invitación a ella y a Brandon a pasar una tarde en su casa, la llevaría a pasear a caballo para recordar aquellos días en Italia. Los primos Anderson llegaron antes del mediodía, para disfrutar de un exquisito almuerzo que preparó Fransheska con la ayuda de la cocinera, había estado practicando algunas recetas escocesas, más para complacer a Margot Anderson que a su prometido. —Bienvenidos —esbozó Fransheska con una gran sonrisa y se acercó a su novio para darle un beso, tenían tres días sin verse. —Gracias, mi amor —susurró él, envolviéndole la cintura con los brazos para sentirla más cerca de su cuerpo. —Hola Vicky —mencionó Fabrizio sonriéndole, recordar su charla con Clive hizo que la mirara con otros ojos, lo expuesto por su psiquiatra cambió su percepción y ahora podía comprenderla mejor. —Te extrañé tanto —expresó ella, abrazándolo con fuerza. —Yo también te extrañé mucho —dijo mirándola a los ojos y la besó con ternura, acariciándole el cabello, que ese día lo llevaba suelto. —Hola cuñado, que bueno tenerte de regreso —Lo saludó Brandon mirándolo, para saber si algo había cambiado en él. —A mí también me alegra estar de vuelta —contestó sonriendo. —¿Cómo está todo por Nueva York? —preguntó, siendo más incisivo, ahora que sabía el verdadero motivo de sus viajes, deseaba probar a ver si se abría con ellos y les contaba de sus visitas al psiquiatra. —Como siempre, ya me lo habían advertido, que a Charles Pfizer le gusta llevar sus negocios en persona, así que voy a tener que estar viajando con frecuencia —respondió, queriendo sonar convincente. —¿Tendrás que volver? —inquirió Victoria parpadeando. —Sí, pero no será por ahora… sino dentro de tres semanas. —Bueno, ¿qué les parece si nos olvidamos de todos los compromisos laborales y nos dedicamos a disfrutar de esta tarde? —sugirió Fransheska, notando que su cuñada no recibió bien la noticia. —Sí, creo que es lo mejor, ya no hablemos de negocios —añadió Brandon, viendo lo mismo que su novia. —Hice el Scotch broth, espero que me haya quedado bien. Pasaron al comedor para no perder tiempo y disfrutar cada minuto de aquella tarde, una de las empleadas sirvió la tradicional sopa escocesa, y Fransheska contuvo la respiración cuando todos tomaron el primer bocado. Al parecer, les había gustado porque bebieron un poco más antes de dar su veredicto, Brandon le sonrió aprobando su esfuerzo, su hermano y Victoria también mostraron el mismo gesto y ella se sintió feliz, porque deseaba demostrarle a la familia de su novio que, aunque no era escocesa, podía seguir sus tradiciones. —Está delicioso, mi amor —mencionó Brandon, sonriéndole. —Seguí todos los pasos de la receta que me dio Joanna.

—La verdad es que te quedó exquisito, Fran —elogió Victoria. —Estoy de acuerdo, está muy rico —dijo Fabrizio, sonriendo. —Muchas gracias por sus comentarios, es la primera vez que lo intento y me emociona saber que me salió a la primera. —Lo hiciste mejor que yo, aún no puedo hacerlo sin la ayuda de Joanna y llevo años preparándolo. La tía siempre encuentra algo mal, pero mi papá nunca lo criticó y era su opinión la que realmente me importaba —comentó Victoria, para que no fuese a sentirse mal si la matrona llegaba a criticar su comida alguna vez. Fransheska asintió y sonrió en agradecimiento, pues comprendía lo que Victoria quería advertirle, justamente, por ese motivo quiso preparar la receta para que la probara primero su novio. Ya después se la presentaría a la matrona y así evitaría que su opinión la desanimara, porque era fácil de adivinar que la mujer era muy crítica, ya en algunas ocasiones había mencionado algo con respecto a su costumbre de llevar el cabello suelto, pero la seguiría ignorando, porque a ella le gustaba lucirlo así y sabía que a su novio también le encantaba. —Por cierto, esta mañana leí en la prensa una nota donde hablaban de los esposos Danchester —comentó, atrayendo la atención de los demás, y se percató que su hermano se tensaba, lo que la extrañó un poco, pero a pesar de eso continuó—: Hablaban del nacimiento de un bebé, al parecer, era de la ahijada de Amelia que también es soprano. —¿Allison ya dio a luz? —preguntó Victoria sorprendida, sabía que se había casado con un psiquiatra inglés y que estaba embarazada, pero no pensó que su bebé nacería tan pronto. —Sí, ese era el nombre de la chica, Allison Rutherford… —se interrumpió, al darse cuenta de que el apellido era el mismo del doctor que veía a su hermano en Nueva York, miró a Fabrizio para que él se lo confirmara, pero tenía la vista puesta en la servilleta. —Debemos enviarles un presente para felicitarla por la llegada de su hijo, ¿no te parece, Victoria? —sugirió Brandon, esperaba que eso le ayudara a limar las asperezas que habían quedado entre su prima y la cantante, luego de que Victoria se enterara de los planes de Terrence. —Por supuesto —murmuró ella y de pronto miró a su novio, que parecía haberse perdido en sus pensamientos—. Tal vez hasta pueda viajar la próxima vez con Fabrizio y visitarla — mencionó, pero se arrepintió de inmediato porque no quería que Allison lo viera. —Por mí estaría bien, aunque no sé si a tu tía le agrade la idea de que viajemos solos a Nueva York —argumentó, para ver si la hacía desistir, porque sabía que presentarse en la casa de los Rutherford junto a ella, podía dejarlo al descubierto. —Podría viajar con Angela, pero antes tendría que ver si alguien puede cubrirme en el hospital —alegó, pensando que esa sería la excusa que le daría cuando se acercara la fecha de su próximo viaje. Brandon vio cómo su prima se tensaba porque había hablado sin pensar y ya no podía recoger sus palabras sin levantar las sospechas de su novio. Además, que un encuentro entre Allison y él sería como una bomba de tiempo, ella tal vez no sería tan prudente como lo habían sido todos hasta el momento; aunque pensándolo bien, tal vez estaba al tanto de todo, porque según le dijo Benjen, era el esposo de la ahijada de Amelia, quien estaba tratando a Terrence. —Hablando de viajes, la próxima semana será la inauguración de la nueva sede en Charleston, nosotros viajaremos para estar presentes y nos gustaría saber si pueden acompañarnos —comentó Brandon para sacar a Victoria de esa situación tan difícil en la que se había metido. —Yo estaría encantada —respondió Fransheska, consciente de la tensión que se había adueñado de su hermano. —¿Cuándo estaríamos viajando? —preguntó Fabrizio, queriendo saber si contaría con tiempo,

antes de comprometerse. —El miércoles en la mañana, la fiesta de inauguración es el jueves al mediodía, luego tendremos una cena familiar donde Daniel anunciará su compromiso con Vanessa Avellaneda, estaríamos de regreso el sábado por la tarde. —El lunes tengo que atender un par de asuntos, que pueden que me ocupen el martes también, pero si todo queda resuelto en esos dos días, cuenta conmigo —respondió y vio que su hermana le sonreía. Él no era tan estricto como Margot Anderson, y sin problemas dejaría a Fransheska hacer sola ese viaje, pero sabía que sería mejor si la acompañaba para evitar algún comentario mal sano en contra de su hermana. Además, deseaba que Victoria viera que también le dedicaba tiempo a ella, no quería que se sintiera abandonada y que usara eso como excusa para acompañarlo a Nueva York, porque de momento era mejor que ella se mantuviera lejos e ignorante de lo que él hacía. Brandon asintió complacido, luego de eso continuaron con la comida dedicándose a hablar de los caballos que montarían esa tarde, también de los ejemplares que dejaron en Italia y que tanto extrañaban. Vanessa caminaba de un lugar a otro de su pequeño apartamento, para intentar drenar los nervios que sentía al ser consciente de que dentro de poco conocería a la familia de su futuro esposo. Sonrió cuando esa palabra resonó en su cabeza, se escuchaba tan bien: «su esposo», suspiró con ensoñación y se miró una vez más en el espejo del salón, comprobando que su peinado luciese perfecto. —Te ves hermosa, mi amor —respondió él, mientras se ajustaba las mancuernillas. Se acercó y le rodeó la cintura con los brazos, dándole un beso en el cuello—. No tienes que estar tan nerviosa, vas a conquistarlos a todos —aseguró, mirándola a través del espejo. Vanessa sonrió y afirmó con su cabeza, al tiempo que se apoyaba en él y soltaba un suspiró lánguido, alejando de su cuerpo la tensión que la torturaba. Daniel era tan especial que, aunque un huracán se formase en torno a ella, sabía que él nunca dejaría que se derrumbase; y se había encargado de hacer que confiara plenamente en ese amor que le brindaba, prometiéndole que sin importar lo que hiciese su madre, sus sentimientos por ella no cambiarían. —Te prometo que pondré todo de mi parte para que así sea. Bien, ahora vamos o llegaremos tarde —dijo y caminó para tomar su bolso. —Y la nueva jefe del departamento de contabilidad, no puede llegar tarde el día de su nombramiento —expresó con orgullo. —No me recuerdes eso, que no sé qué me tiene más nerviosa, si recibir el cargo o conocer a tu familia —confesó mientras él la ayudaba a ponerse el abrigo, luego le apoyó las manos sobre los hombros y la volvió para mirarla a los ojos. —Todo saldrá bien, mi amor, solo relájate —pidió con una gran sonrisa y le dio un suave toque de labios. —Gracias por llenarme de confianza —susurró. Vanessa le devolvió la muestra de afecto, luego recibió el brazo que él le ofrecía y salieron del apartamento, confiados en que ese día todo saldría perfecto, porque habían trabajado mucho para que así fuera. Sobre todo, Daniel, quien le tenía una gran sorpresa a Vanessa, había invitado a sus suegros para que estuvieran presentes, quería pedirles su mano y formalizar su compromiso; los había conocido la tarde anterior cuando fue por ellos a la estación y los llevó al hotel. El señor Avellaneda resultó ser bastante serio, un hombre de pocas palabras, pero muy directo cuando decía algo; su actitud lo hizo sentir intimidado en un par de ocasiones, pero confía en que

le había dado una buena impresión al padre de su futura esposa. Su suegra fue todo lo contrario, una mujer muy cálida y conversadora, durante la hora que compartió con ellos, se enteró de un montón de anécdotas de la niñez de Vanessa, incluso, le trajo varios presentes y eso le emocionó, porque desde ese instante lo hizo sentir parte de la su familia. Se estaban quedando en el mismo hotel que su familia por lo que pudo presentarlos con Elisa y con su padre, ya que su madre no bajó de la habitación, alegando que el viaje le había provocado un fuerte dolor de cabeza. En ese momento deseó que no la hubiese obligado a ir, pero ya era tarde, no podía hacer más que rogar a que todo saliera bien y confiar en la palabra de su tío, quien le aseguró que, como patriarca de los Anderson, no dejaría que su madre le hiciera un desplante a Vanessa ni a sus suegros. El ambiente era festivo y vibrante en la terraza del elegante edificio que se había adquirido para la nueva sucursal del banco Anderson, en la ciudad de Charleston; a la inauguración se invitaron varios personajes influyentes de la creciente localidad y también a la prensa. Cuando Daniel y Vanessa llegaron, fueron abordados por George. El gerente les pidió que pasaran por las mesas para saludar a algunos invitados que podían ser potenciales clientes, así como a otros inversionistas que debían tener contentos. —Amor, tengo que atender algo, regreso enseguida —susurró Daniel luego de mirar su reloj, sabía que sus suegros no tardaban en llegar y debía recibirlos en la entrada, aunque ellos tenían invitaciones. —¿A dónde vas? ¿Acaso ya llegaron tus padres? —preguntó con nerviosismo, mientras echaba un vistazo a la entrada. —No, todavía no, llegarán junto a los Anderson, no te preocupes, solo tardaré un par de minutos —dijo con una gran sonrisa, luego le dio un suave roce de labios y se alejó. Decidió bajar por el elevador para no tardar mucho, llegó al vestíbulo justo en el instante que los padres de Vanessa bajaban del auto que había enviado para que los buscaran. Salió y caminó hacia ellos, saludándolos con más confianza que el día anterior, después de eso los guio hasta la terraza y su corazón latía tan rápido que casi le parecía escuchar su eco retumbar en las paredes del ascensor. —He regresado —anunció a Vanesa, quien estaba de espalda a él. —Amor… ¡Ay por Dios! —exclamó al volverse y ver a sus padres, quienes la miraban sonrientes. —¡Mi chiquita! ¡Qué alegría verte! —expresó Hortensia, con su mirada brillante por la felicidad y las lágrimas. —¡Mami! —Ella abrazó a su madre con fuerza, sintiendo cómo la garganta se le inundaba de llanto. Miró a su padre y también le extendió el brazo para que se acercara—. Papi, que sorpresa… pero… ¿Cómo llegaron? ¿Cuándo? ¿Por qué no me dijeron nada? —preguntó todo eso en español, porque ellos apenas hablaban inglés, a pesar de que se habían esforzado por aprenderlo cuando conocieron a Peter. —Respira, mi hijita —pidió Vicente, sonriendo como pocas veces lo hacía, en ese momento estaba muy feliz. —Llegamos ayer en la tarde, tu novio nos invitó y, como quería darte la sorpresa, nos pidió que no te dijéramos nada —respondió Hortensia. —Daniel… —susurró Vanessa y lo buscó con la mirada, que ya no pudo contener sus lágrimas —. Mi amor, muchas gracias por este gesto… ¡Ay, estoy tan feliz! ¡Es que no puedo creerlo! — dijo besando a sus padres de nuevo, mientras los miraba con ternura. —Sabía que te haría feliz tenerlos presentes en este día que es tan especial para nosotros —

comentó él, sonriéndole. —Te amo tanto —pronunció, dejando a sus padres, para poder abrazarlo y le dio un discreto beso en los labios—. Gracias por hacerme tan dichosa —añadió, mirándolo a los ojos. —Prometí dedicarme a ello todos los días de mi vida —esbozó, tomándole la mano para darle un beso. No quería incomodar a su suegro, sabían lo celoso que eran los padres con sus hijas. Ellos se dedicaron a conversar para conocer un poco más a Daniel, quien intentó llevar una charla en español con la ayuda de Vanessa, por supuesto sus suegros valoraron mucho eso gesto, pues les demostraba que realmente quería integrarse a la familia. Minutos después, los Anderson hicieron acto de presencia, fueron recibidos con expresiones de admiración por parte de los invitados, que quedaron eclipsados al ver la elegancia y la distinción que los caracterizaba. Los caballeros iban vestidos de manera formal, tal como ameritaba la ocasión, mientras que las damas derrochaban belleza y glamur, encantando a todos los hombres a su paso; lo mismo hicieron los citadinos, que, con sus figuras gallardas e imponentes, provocaron más de un suspiro entre las invitadas. Daniel vio que detrás de ellos venían sus primos y luego su hermana junto a Frank, pero no vio a sus padres; eso lo tensó de inmediato porque ya sus suegros sabían que ellos estaban allí, así que si no asistían lo tomarían como un desprecio. —Bienvenido, señor Anderson, es un placer tenerlo aquí —Lo saludó George con una amplia sonrisa. —Muchas gracias, señor Whitman, permítame presentarle a mi prometida —dijo haciendo un ademán hacia ella. —Encantada, Fransheska Di Carlo —mencionó, extendiéndole la mano con una sonrisa cordial. —Es un placer, señorita Di Carlo —dijo con el mismo gesto y le estrechó la mano—. George Whitman, es usted mucho más hermosa en persona —acotó con una actitud respetuosa. —Muchas gracias, señor Whitman —respondió sonriente. George recibió a toda la comitiva que había llegado y los llevó hasta las mesas que habían dispuesto para ellos, deseaba que tuvieran la mejor impresión y que de esa manera siguieran confiando en el potencial que tenía como profesional. Los presentó con el alcalde de la ciudad y algunos empresarios que habían expresado su deseo de guardar sus patrimonios en las arcas de los Anderson. —Tío Brandon, bienvenido —expresó Daniel, acercándose. —Hola Daniel, que bueno verte de nuevo —respondió y no pudo evitar posar su mirada en la hermosa dama que lo acompañaba. —Fransheska, bienvenida, que hermosa luce esta tarde. —Gracias, Daniel. —Le sonrió con cariño. —Permítanme presentarles a mi novia —dijo tomando de la mano a Vanessa y le sonrió para llenarla de confianza. —Encantada de conocerlo, Vanessa Avellaneda —Se presentó con su nombre de soltera y les extendió la mano con una sonrisa. —Es un placer, señorita Avellaneda, Brandon Anderson. —Mucho gusto, señorita Avellaneda, Fransheska Di Carlo. —Deseaba conocerlos en las fiestas de Navidad, pero tuve que atender un asunto familiar y no pude viajar con Daniel. —Eso nos dijo, pero no se preocupe, ya tendremos ocasión para pasar las fiestas juntos — mencionó Brandon, porque estaba al tanto de lo que haría su sobrino ese día. Lo había anunciado en su última reunión, cuando se vieron en Chicago hacía dos semanas—. Y déjeme felicitarla por

su nuevo cargo —añadió con una sonrisa. —Debo agradecerle que haya confiado en mí para un puesto de tal responsabilidad, le aseguro que pondré todo de mi parte para desempeñarlo con diligencia y honestidad, no tendrá quejas — dijo mirándolo a los ojos para que supiera que era sincera. —Estoy seguro de que tiene la capacidad para desempeñar ese cargo, mi sobrino y el señor Whitman así lo declararon en nuestras reuniones y yo confío en sus criterios —Le sonrió para que se relajara. —Gracias, señor Anderson —dijo mirándolo con agradecimiento. Luego de eso vino la presentación de sus padres, quienes fueron acogidos por Brandon y Fransheska con la misma amabilidad. Daniel vio que Vanessa se tensaba por la presencia de Victoria, así que decidió presentarlas para alejar de su futura esposa, todas las dudas. —Victoria, Fabrizio —Los saludó con una sonrisa, le extendió la mano al joven, que cada vez le recordaba más a Terrence. —Daniel —respondió dándole un firme apretón. —Daniel, que alegría verte —comentó ella, abrazándolo. —También me alegra mucho que estés aquí —dijo alejándose al percibir que Fabrizio también se había tensado—. Permíteme presentarte a la mujer que ha conquistado mi corazón —expresó con emoción y se volvió para mirar a su novia que estaba detrás de él. Vanessa apenas se recuperaba de la impresión que le provocó Victoria, le pareció tan hermosa como un ángel y de pronto se sintió intimidada por su belleza. Sin embargo, al ver la sonrisa que le dedicaba su novio, movió la cabeza ligeramente para aclarar sus pensamientos y recibir su mano, mostrándose segura. —Mucho gusto, señorita Anderson, Vanessa Avellaneda —esbozó ofreciéndole su mano, pero no sonreía. Los nervios hacían estragos en ella y la hacían estar a la defensiva, ahora entendía porque Daniel se había enamorado de ella, era realmente hermosa. —Es un placer, Vanessa, por favor llámame Victoria. Daniel me habló tanto de ti que siento que ya te conozco —mencionó con una amplia sonrisa, pues podía ver su turbación por la manera en la que Daniel la saludó, así que deseaba hacerla sentir confiada. —Yo… muchas gracias, Victoria —esbozó un tanto desconcertada. —No tienes nada que agradecer, todos estamos felices de que seas parte de nuestra familia — acotó sonriéndole. —Me alegra saber que están a favor de mi relación con Daniel —respondió mirándolo y apretándole la mano en un gesto cariñoso. Las presentaciones continuaron hasta que los esposos Wells se acercaron, Frank se había entretenido con unos conocidos y Elisa tuvo prácticamente que arrastrarlo hasta donde estaba su hermano, pues era a él a quien habían ido a ver. Ese tipo de actitudes de su esposo cada vez la molestaban más y estaba segura de que no tardaría mucho en reclamárselo; además, que su humor no era del todo bueno desde que discutió con Jules y se separaron, necesitaba sacar de su pecho la rabia que sentía y Frank le estaba dando muchos motivos para hacerlo. —Buenas tardes, cuñado —Lo saludó con una sonrisa. —Buenas tardes, Frank —respondió estrechando su mano, pero la soltó a la brevedad para ir hasta su hermana y la amarró en un abrazo que buscaba recompensarlos por todo el tiempo alejados—. Estás bellísima, hermanita —dijo mirándola a los ojos mientras le posaba una mano en la mejilla y sonreía. —Y tú luces tan apuesto como siempre. —Verlo le provocó desahogarse con él, pero no lo haría porque su hermano no merecía que lo agobiara con sus problemas y menos en un día tan

especial. —Muchas gracias por haber venido, no sabes cuánto aprecio que me apoyes, ya que, por lo visto, mis padres no lo harán… —Sí, ellos lo harán, solo que mamá hizo un drama a última hora, pero no te preocupes que ya papá logró arreglar esa situación. No deben tardar, así que relájate —dijo acariciándole el pecho con cariño y le sonrió—. No te imaginas lo orgullosa que estoy de ti… desde que llegamos he escuchado a todos hablar de tu maravillosa labor y del éxito que has cosechado. —Lo que realmente importa hoy es que tú estás aquí y podemos compartir mi felicidad, no solo por lo profesional sino también en lo personal. Ahora, déjame presentarte a la otra mujer más importante en mi vida. —La agarró de la mano y caminó hacia el grupo, Vanessa se había acercado a sus padres para que no se sintieran solos. —¡Por favor, ya quiero conocerla! Aunque me dé algo de celos tener que compartirte con ella —confesó con media sonrisa. —Tendrás que acostumbrarte, porque hoy pienso pedirle matrimonio —susurró y sonrió al verla hacer un puchero—. Deseo compartir mi vida con ella y dejarles claros a todos que la amo sinceramente… Hace unas semanas tuvimos una discusión por algunos comentarios y deseo terminar con todo eso de raíz. —Es lo mejor que puedes hacer, las dudas a veces hacen tanto daño que terminan dañando una relación para siempre —habló desde su experiencia, no creía que lo de Jules y ella tuviera remedio. Notó que su hermano le dedicaba una mirada inquisitiva, así que negó con la cabeza y sonrió—. Vamos, preséntame con mi cuñada —indicó, adoptando una vez más esa actitud segura y fuerte que usaba para esconder su dolor. Fingir era algo que se le daba muy bien. Daniel se adelantó haciéndole una seña a su novia, de inmediato todas las miradas se fijaron en Elisa y una tensión se apoderó de sus familiares. Temían que le hiciese un desaire a la novia de su hermano; sin embargo, se sorprendieron al ver que Elisa mostraba una sonrisa que parecía sincera mientras veía a la chica acercarse a ellos. —Vanessa, amor, quisiera presentarte a la dueña de la otra mitad de mi corazón —mencionó Daniel con una sonrisa que iluminaba sus hermoso ojos ámbar, al tiempo que le ofrecía la mano a su novia. —Mucho gusto, señora Wells… Vanessa Avellaneda —pronunció, extendiendo la mano con nerviosismo, pero manteniéndole la mirada. —Encantada de conocerte Vanessa, y por favor, deja lo de señora Wells a un lado, llámeme solo Elisa, somos cuñadas —contestó, ignorando la mano y se acercó para darle un abrazo. Deseaba hacerle sentir que realmente la apreciaba, la verdad era que le debía mucho porque ella había liberado a Daniel del amor que le profesaba a Victoria, lo había hecho un hombre feliz, seguro de sí mismo y dispuesto a luchar por su amor. En ese momento sintió un gran dolor en su pecho al recordar que hasta esa posibilidad le habían quitado a ella; además, el sucio destino hizo que a su mente llegase la primera imagen que tenía de Daniel y de Jules, cuando su hermano le dio un abrazo igual de efusivo al francés. —Daniel me ha hablado tanto de ti que ya siento como si fuésemos amigas —agregó y su sonrisa se hizo más amplia. Debía disimular que por dentro llevaba una gran pena que la agobiaba. —Muchas gracias Elisa… yo también tenía muchos deseos de conocerte, Daniel se desvive hablándome siempre de la maravillosa hermana que tiene —contestó, gratamente sorprendida de la calidez que le entregó, ya que muchas personas decían que era una arpía. —No le creas todo, Daniel es un exagerado por naturaleza… Ahora, en lo que no exageró fue

en decir que se había enamorado de una mujer hermosa, saliste con suerte, hermanito —indicó volviéndose para mirarlo mientras le sonreía con picardía. —Te lo dije —comentó sonriendo y le dio un beso a Vanessa en la mejilla, que se había pintado de un hermoso sonrojo. Los demás rieron contagiados por la felicidad y complicidad que mostraban los hermanos; aun no lograban salir de la sorpresa que era ver a Elisa tan cariñosa y espontánea con su cuñada. Fue realmente un alivio para aquellos que la conocían desde que era una niña, porque juraba que a lo mejor terminaba haciéndole un desplante a Vanessa por su origen humilde; pero fue todo lo contrario, al parecer, eso de que estaba cambiada sí era cierto, el amor y la familia habían logrado estabilizar a Elisa y ahora actuaba como una mujer madura. Los padres de Vanessa también se acercaron para saludar a Elisa y a su esposo, luego se enfrascaron en una charla amena donde todos participaban; gracias a ello, crearon un ambiente agradable. Sin embargo, esa sensación de alivio les duró poco, porque todos se tensaron en cuanto fueron conscientes de la llegada de los esposos Lerman, y por el semblante de Deborah, supieron de inmediato que la verdadera prueba de fuego de Vanessa estaba por comenzar.

Capítulo 12 Deborah caminaba del brazo de su marido con un andar rígido, fugazmente les dedicaba miradas a las personas que le sonreían al reconocerla, la ira que llevaba dentro la estaba calcinando y a duras penas podía disimularla. Tan solo minutos antes había tenido una fuerte discusión con John, porque seguía negándose a ver cómo Daniel arruinaba su vida para siempre; al parecer, solo a ella le importaba que su hijo estuviese a punto de lanzar su futuro por un barranco. Se sentía traicionada por todos, incluso por Elisa, a quien jamás creyó capaz de aceptar que su hermano tuviera una relación con una arribista, ahora resultaba que lo apoyaba incondicionalmente. Sabía que solo actuaba así en represalia por la presión que le había hecho para que terminara su amorío con ese miserable mujeriego francés; ninguno comprendía que todo lo que hacía era por su bien. —Te agradecería que cambiaras de actitud o terminarás provocando que cumpla la amenaza que hice —murmuró John al ver que se acercaban al grupo donde estaba su hijo. —¿Qué deseas querido, que sonría así? —cuestionó esbozando una sonrisa que a todas luces era fingida—. Lo único que obtendrás de mí será esto, y deja de amenazarme con irte de la casa porque sabes que no puedes hacerlo, matarías a tu madre del disgusto —respondió con altanería, porque después del impacto que le generaron las palabras de su esposo, analizó bien la situación y supo que solo hablaba por hablar. —No te conviene ponerme a prueba, solo eso te digo; ahora apoya y respeta las decisiones de tu hijo, compórtate como lo haría una buena madre, como de seguro lo haría la mía si llegó a irme de la casa —pronunció, dejándole en claro, que su madre no se moriría si él decidía acabar con esa farsa que tenía por matrimonio, era consciente que desde hacía tiempo las cosas entre ellos no iban bien. Deborah no pudo evitar tensarse y puso en una balanza qué sería más vergonzoso para ella, si aceptar que su hijo se casara con una arribista, algo que era muy habitual entre las familias de buen nombre, porque nunca faltaba el hijo que se dejaba engatusar; o terminar siendo abandonada por su marido. Lo segundo no era muy común porque los matrimonios debían ser para siempre, una separación sería mucho más escandalosa; no le fue difícil decidir, que fuese Daniel el sacrificado. Vanessa vio acercarse a los padres de Daniel y todo su cuerpo comenzó a temblar, la boca se le secó y el aire a su alrededor se hizo tan pesado, que le estaba costando respirar. Sintió que su novio le envolvía la mano llenándola de seguridad y calidez; sin embargo, la mirada que le dedicó Deborah Lerman, le provocó una desagradable sensación, como si un agujero se hubiese formado en su estómago. —Buenas tardes, disculpen la demora. Tuve que atender una llamada de último momento y eso nos retrasó —dijo John sonriéndoles, y su mirada se posó en la hermosa dama junto a su hijo. —No te preocupes, cuñado. —Brandon al ser el anfitrión fue quien habló primero—. Lo importante es que están aquí, Deborah, bienvenida —saludó a su hermana, siendo consciente de que el retraso no se debía a una llamada sino ella, eso era evidente.

—Está bien, padre, gracias por acompañarnos este día. Permítame presentarle a mi novia — pronunció Daniel e hizo un ademán. —Encantada, Vanessa Avellaneda —expresó con la voz vibrándole a causa de los nervios, y le extendió la mano. —Es un placer conocerla al fin, señorita Avellaneda, John Lerman, mi hijo me ha hablado maravillas de usted —acotó con una sonrisa sincera y estrechó su mano con un gesto cariñoso—. Le presento a mi esposa y madre de Daniel —añadió mirando a su mujer, que seguía mostrándose seria, pero por lo menos ya no tenía ese semblante hostil. —Mucho gusto, Deborah Lerman —pronunció, con un tono parco que iba acorde con su semblante pétreo. Rozó su mano por mero protocolo. —Encantada de conocerla, señora Lerman, Vanessa Avellaneda —contestó, obligándose a estar erguida y no dejarse intimidar por la actitud hosca de la madre de Daniel—. Les presento a mis padres. Vicente y Hortensia se acercaron a los esposos para presentarse, lo hicieron en inglés para que la arrogante americana viera que eran personas cultas, ya que los había mirado con tal menosprecio que hizo que se molestaran. Sin embargo, el marido tenía una actitud más amable y se mostró más cercano, incluso pronunció algunas palabras en español y les habló de un viaje que había hecho a México, admitiendo que había quedado encantado con su gente, gastronomía y paisajes. Elisa tuvo que hacerle algunas señas a su madre para que dejara de mirar a Vanessa como lo hacía, porque era consciente de que la estaba incomodando. En respuesta, Deborah decidió ignorar a la trepadora y a su familia, no dejaría que ni su marido ni sus hijos se le impusieran, si Daniel quería arruinar su vida casándose con esa mujer y emparentando con esas personas era su problema, ella había hecho todo cuando pudo para ser una buena madre, pero tristemente Elisa y él habían decidido ser malos hijos, así que allá ellos, que asumirán las consecuencias. Minutos después, Brandon subió al escenario que habían instalado al fondo de la terraza, para dar el discurso de inauguración de la nueva sede de los Bancos Anderson. Lo acompañaban Daniel, George Whitman y también Karl Ludlow quien sería el gerente de la segunda sucursal; el resto del personal que trabajaría en ese edificio esperaba cerca de la tarima, pues ese día recibirían de manera oficial sus cargos. Durante diez minutos habló de la visión y misión que tenía el emporio que encabezaba y que solo buscaba el beneficio de todos, también mencionó los esfuerzos que hacía todo el personal de los bancos y los expertos que los asesoraban, para superar junto a sus clientes, las adversidades que estaban atravesando y que posiblemente recrudecieran en los próximos años. Sus palabras fueron realistas y esperanzadoras al mismo tiempo, ser franco, directo y optimista era las cualidades que hacían que las personas confiaran en él, porque sabían que no era un vendedor de humo sino alguien honesto. —La jefa del departamento de contabilidad, la señora Vanessa Smith, quien, con gran esfuerzo y dedicación, reunió todos los requisitos para obtener este cargo… ¡Felicitaciones! —pronunció con una gran sonrisa, entregándole su gafete y su credencial—. Sé que lo harás muy bien, Vanessa —añadió en voz baja, estrechándole la mano y posó junto a ella para los fotógrafos. —Muchas gracias por confiar en mí, señor… Brandon —expuso sonriente y una vez más miró a las cámaras. —Felicitaciones, mi amor, nadie se merecía ese puesto más que tú… aunque voy a extrañarte mucho —susurró Daniel abrazándola y dejándose llevar por la emoción, le dio un beso en los labios.

—Muchas gracias, cariño, también te extrañaré mucho, pero lo compensaremos cuando regresemos cada noche a casa y estemos juntos —respondió con una sonrisa, animándose a besarlo también. De inmediato las cámaras dirigieron sus luces hacia ellos para fotografiarlos, captando lo que al parecer era una primicia, pues hasta el momento la prensa no estaba enterada de la relación entre uno de los solteros más codiciados del país y su asistente; ahora colega, ya que ocupaba el mismo cargo que él. Deborah fue consciente de la reacción de los periodistas y de inmediato se tensó, sabía que no tardaría en correrse la voz de que su hijo andaba con esa mujer, ya se imaginaba las burlas a las que se vería expuesta en su círculo de amigas. Un par de horas después, la fiesta de apertura de la nueva sede llegaba a su fin; sin embargo, la celebración continuaba para Daniel y Vanessa. Él había reservado un salón privado en el mejor restaurante de Charleston, quería aprovechar que su familia estaba toda reunida para que fuesen testigos de su compromiso, pero a pesar de tener la certeza de que su novia diría que sí, no podía evitar sentirse nervioso. —A ver, primito, aquí entre nosotros, ¿qué tanto te tiemblan las rodillas? ¿Crees que puedas inclinarte para ofrecerle el anillo o terminarás tendido en el suelo? —preguntó Sean en tono burlón. —¡No seas idiota! —expresó en voz baja, queriendo golpearlo, porque sus bromas lo ponían más nervioso—. Estoy perfectamente bien, y no tengo que arrodillarme, eso es anticuado. —Sean, no atormentes a nuestro primo, arrodillarse no es necesario, ni tú ni yo lo hicimos — Le recordó, poniéndose de parte de Daniel. —¿Ves? No tengo que ponerme de rodillas como si fuese un tonto príncipe de cuentos de hadas —alegó y se irguió para parecer seguro. —Yo lo hice cuando le pedí a Fransheska que se casara conmigo —comentó Brandon, sonriendo algo apenado. —¿En serio? —preguntaron los sobrinos al mismo tiempo. —Con razón mi hermana dice que eres su «príncipe» —acotó Fabrizio, que hasta el momento se había mantenido fuera de la charla. Todos rieron ante el comentario, incluso Brandon admitió que tal vez había sido muy caballeresco y fantasioso eso de ponerse de rodillas para pedirle matrimonio a su novia, pero qué podía decir, Fransheska había hecho de él un romántico. Se acercó a su sobrino y le dio un abrazo para llenarlo de confianza, sabía que Daniel daría uno de los mejores pasos de su vida al casarse con Vanessa, solo le bastó compartir con ella esas horas para saber que era una buena mujer. —Hazlo como te dicte tu corazón —dijo mirándolo a los ojos. Daniel asintió y respiró hondo para armarse de valor, se tocó el bolsillo de su chaqueta para comprobar que el anillo estuviese allí, luego se encaminó junto a sus primos, su tío y Fabrizio, hacia el salón, donde ya los esperaban Vanessa, sus suegros y el resto de la familia. Al llegar se acercó de inmediato a ella, porque no quería que el valor que sentía en ese instante se esfumara, le extendió la mano mientras le regalaba una sonrisa que iluminaba sus ojos ámbar, se llevó su mano a los labios dándole un beso lleno de ternura sin dejar de mirarla a los ojos. —¿Dónde estabas? —preguntó en voz baja, él había estado demasiado misterioso ese día y eso la tenía muy nerviosa. —Escuchando algunos consejos —susurró y sonrió al ver que ella lo miraba con desconcierto. Agarró una cucharilla y tocó una copa para atraer la atención de todos los presentes. —Daniel… —Vanessa comenzó a temblar al ser consciente de que eran el centro de todas las miradas.

—Damas y caballeros, necesito de su atención, por favor —pidió dándole gracias a su voz por sonar nítida y fuerte—. Los he invitado esta noche porque quiero compartir con ustedes la felicidad que me embarga y porque quiero que sean testigo de este gran paso que daré. —No puedo ver esto —murmuró Deborah e intentó levantarse. —No irás a ningún lado —siseó John, sujetándola del brazo para impedir que se marchara y arruinara ese momento. —Quiero hablarles de la maravillosa mujer que me ha robado el corazón —continuó y se volvió para mirar a Vanessa a los ojos—. Ella ha sido mi apoyo y mi cómplice en todo momento, me sostuvo en pie cuando las cosas se ponían difíciles y siempre me mantuvo centrado en mis objetivos —expresó, perdiéndose en sus ojos que lucían como si estuviesen cargados de estrellas que brillaban para él—. Y por eso es que hoy en presencia de mi familia y mis suegros, quiero pedirte que seas mi esposa… que aceptes casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz de este mundo —expresó con una sonrisa radiante mientras le extendía un hermoso anillo con un diamante solitario, que resaltaba en una elegante banda de oro, de la firma Tiffany. Los nervios le jugaron en contra a Vanessa, robándole la voz y le brotaron un par de lágrimas; mientras todo su cuerpo temblaba. Presentía que su corazón saldría disparado de un momento a otro de su pecho, solo llevó la mano hasta su mejilla y la acarició con suavidad, esperando que sus ojos le dijeran lo que sentía. Daniel sonrió porque a pesar de que ella no había mencionado una sola palabra, su mirada estaba repleta de tanto amor, ternura y devoción que su corazón se hinchó de felicidad y seguridad. Le agarró la mano y luego de que ella asintiera, puso el anillo en su dedo anular sin dejar de mirarla a los ojos, que eran los que en silencio daban el sí y decían que su amor sería para siempre. —Te amo, Daniel —susurró al fin—. Acepto ser tu esposa y la madre de los cinco hijos que te prometí —añadió con una sonrisa que iluminaba sus hermosos ojos oscuros y se abrazó a él con fuerza. Los presentes celebraron el compromiso con aplausos y vítores, pero para ellos no existía nada más que el latir desbocado de sus corazones, la calidez que emanaba de sus cuerpos, el brillo de sus miradas y esas sonrisas que se dibujada en sus labios. La primera en felicitarlos fue Elisa que soltó algunas lágrimas al escuchar la hermosa declaración de amor de su hermano, que dejó claro cuanto amaba a Vanessa y cuán importante era para él. Siguieron Hortensia y Vicente, quienes con solo un par de días conociendo a Daniel, habían comprobado que el amor que sentía por su hija era sincero y también que Vanessa sería su prioridad, eso los hacía sentir tranquilos y felices. Luego fue el turno de los padres de él, como era de esperarse, John se mostró muy contento y lo abrazó con fuerza, deseándole lo mejor; sin embargo, Deborah solo lo miró con una mezcla de decepción y molestia, sin decirle una sola palabra, aunque estaba a punto de llorar al ver cómo lanzaba su futuro por la borda, pero era su decisión. Luego fue el turno de Brandon, se acercó y le dio un gran abrazo deseándole todo lo mejor, estaba seguro de que lo conseguiría porque Daniel se había ganado a pulso el lugar donde estaba y a la mujer que tenía a su lado. Solo le bastaba verlos para saber que el amor en ambos era verdadero y maravilloso; si de él dependía ayudar a que se fortaleciera y perdurara en el tiempo lo haría, de eso estaba seguro. Los demás también se acercaron hasta cada uno y les entregaron sus mejores deseos, las chicas quisieron integrar a Vanessa de inmediato a la familia y le dijeron que estaban a su orden si necesitaba ayuda con los detalles de la boda. Ella se los agradeció, pero ya su cuñada y su madre

se habían ofrecido para prepararla, no obstante, aceptó la invitación para viajar a Chicago junto a Daniel y compartir un poco más con ellas. Después de una hora, los presentes se adueñaron de la pequeña pista de baile que tenía el salón, todos celebraban en medio de risas; sin embargo, Elisa no conseguía estar del todo feliz, porque una tormenta hacía estragos en su interior. Ver la felicidad de los prometidos solo provocaba que sus heridas doliesen aún más, y fue consciente de que no podía seguir haciéndose la fuerte, así que se puso de pie para ir al baño, necesitaba estar sola, pero antes de alejarse Sean la detuvo. —¿Elisa quieres bailar? —preguntó, ofreciéndole su mano. —Tal vez luego, ahora voy al tocador —respondió y su voz se escuchó ronca por las lágrimas que inundaban su garganta, bajó la mirada y lo esquivó, alejándose rápidamente. —Claro. —Sean no pudo evitar seguirla con la mirada. Elisa entró al baño y dio gracias a Dios que estaba solo, se encerró en uno de los cubículos y se sentó en el retrete, dejando salir por fin ese dolor que la estaba ahogando. Se llevó las manos a la boca para ahogar los sollozos que salían desgarrándole la garganta, al sentirse más atrapada que nunca en su vida desgraciada, estaba furiosa porque no había tenido el valor que tuvo Daniel para renunciar a todo y ser libre. —¿Por qué yo no pude? ¿Por qué me dejé vencer tan fácil? Solo acepté y callé, me resigné a ser la muñeca de Frank… y tal vez no me doliese tanto si tú no hubieses aparecido en mi vida… pero lo hiciste, llegaste y ahora no sé qué voy a hacer… ¿Por qué tuviste que llegar a mi vida, iluminarme y hacerme feliz, para luego dejarme a oscuras de la noche a la mañana y sin avisar? — cuestionó llorando. Todo su cuerpo temblaba y el vacío en su pecho apenas la dejaba respirar, se llevaba las manos al rostro y lo cubría para sofocar el llanto, pero era imposible, ya que los sollozos eran cada vez más fuertes y menos controlables. En ese momento, un golpe a la puerta del cubículo la hizo ponerse alerta, por lo que, con manos temblorosas, empezó a secarse las lágrimas al tiempo que rogaba que no fuese su madre, porque lo último que soportaría en ese momento era un reproche. —Elisa, ¿estás bien? ¿Sucede algo? —preguntó Sean, la siguió, sospechando que se encontraba mal y al ver que no había nadie en el servicio de damas, se arriesgó a entrar para hablar con ella. —Sí… sí… —respondió nerviosamente, tratando de aclarar su voz. —¿Segura? No me iré hasta que no salgas y pueda comprobar que es así —dijo de manera tranquila, pero al mismo tiempo determinante. —Ya te dije que estoy bien —esbozó ella, buscando algo dentro de su cartera, pero no sabía qué era en realidad lo que necesitaba. —Ese «bien» no me convence, Elisa —acotó firmemente. Ella se armó de valor y se puso de pie, abrió la puerta, exponiendo esa imagen de la Elisa altiva de la adolescencia. Se irguió tan alta como era, con la nariz respingada, aunque roja por el llanto, una ceja en alto y con la voz dura pero trémula a la misma vez. —¿Por qué te involucras en mi vida? ¿Puedes dejar de hacerlo? ¿Por qué lo haces? —Le cuestionó de manera altanera. —Me involucro porque eres mi prima y me preocupa lo que te pase —respondió seriamente, mirándola a los ojos—. Porque creo que no eres feliz… no en este momento; por el contrario, te veo demasiado triste y porque ya no eres la misma chiquilla caprichosa —agregó, estudiando con cuidado la reacción de Elisa, le dedicó una mirada cargada de ternura al verla tan frágil.

—Porque ya no soy una maldita… vamos, Sean, no tienes que disfrazar lo que pensabas que era —Le dijo mientras seguía mostrando esa mala actuación de arrogancia y seguridad. —Exactamente —respondió él, con una sonrisa de medio lado y no molestándose como ella lo esperaba—. Ya no eres así, ahora hay cosas que te lastiman y se te nota a millas —expuso sin perder su actitud, viendo cómo las murallas que la rodeaban se iban cayendo. —Y quiero serlo… —pronunció ella, sin poder más y una lágrima rodó por su mejilla, pero rápidamente la retiró con la palma de su mano—. Quiero ser nuevamente una desgraciada sin corazón… pero resulta que lo tengo, Sean. —Soltó una carcajada que intentó ocultar su dolor—. ¡Tengo un maldito corazón! ¿Puedes creerlo? —preguntó asombrada y molesta. Él solo levantó una ceja en respuesta evidente, y ella continuó—: Uno que es tan estúpido, es sumamente estúpido… porque se mete en todo y comparándolo contigo, es igual de entrometido que tú, cuando su único deber es bombear la sangre, nada más —espetó, sin poder controlar la ira que la consumía. —Todos tenemos un corazón, Elisa, y su única función no es bombear la sangre… Es más poderoso que cualquier fuerza sobre la tierra, sin nuestros corazones los sentimientos más hermosos no existirían, y no importa lo que hagamos, siempre nos ganará la partida, así que es mejor que dejes de luchar —puntualizó, mirándola. —No me digas eso —susurró y las lágrimas una vez más la desbordaban, haciendo que su cuerpo se convulsionara. —Te lo digo porque es así… mírate nada más, estás tratando de hacerte la fuerte, pero no puedes luchar contra lo que tu corazón siente y es mejor que lo dejes salir… hazlo, llora — expresó mientras veía cómo se desmoronaba. Sin pedir permiso la abrazó y parecía que tuviese entre sus brazos a su hija Keisy, llorando después de alguna caída, cuando se aferraba a su abrazo buscando consuelo; en el caso de Elisa, sabía que no debía decir nada solo dejarla desahogarse, pero no pudo aguantar por mucho tiempo—. ¿Es Frank? —preguntó, acariciándole la espalda. —No… no es Frank, él es un buen hombre —respondió y respiró profundo para intentar calmase—. Solo estoy llorando de felicidad… estoy feliz por Daniel —dijo excusando su comportamiento, pero no dejaba de llora y menos se soltaba del abrazo de su primo. —Sí… también de felicidad se llora —acotó, intentado no sonar sarcástico, pero no le creía en lo absoluto. La guio hasta el banco junto a la puerta y la hizo sentarse, luego se sentó y le acunó el rostro, deslizando sus pulgares para secarle las lágrimas, pero ella seguía con la mirada baja y avergonzada. Elisa no estaba acostumbrada a ese tipo de demostraciones, con el único que se desahogaba era con Jules y él sencillamente la había desplazado, intentaba todos los días odiarlo, pero se le hacía imposible, así como sacarlo de su cabeza un solo instante, ni siquiera en sueños la dejaba. —Deja de mirarme así… ¡Basta, Sean! —exclamó, retirándose bruscamente del toque—. No quiero causar lástima, estoy bien… ya déjame. —Se puso de pie, dándole la espalda. —Por favor, Elisa, deja ya de lado tanta estupidez… ¿Por qué tratas de seguir las rencillas de adolescentes? —cuestionó molestándose y también se levantó—. Somos adultos ahora. —¡No quiero que me hables ni me mires con lástima! Es más, largarte si quieres… nadie pidió tus estúpidos consejos —expresó, sumamente molesta, pero estaba llorando—. ¡Vete, Sean! —Le gritó dándole la espalda—. Yo no necesito de nadie, lo que tú y todos hagan me da igual —esbozó llena de rabia y dolor. —¿Te da igual? ¡Te da igual, maldita sea! Claro… Porque eso es lo que hace Frank, y crees que todos descuidamos de la misma manera a nuestras esposas, te da igual porque Frank solo te tiene como una muñeca de porcelana, nada más… y te das cuenta, pero no haces nada para

cambiarlo, no le exiges que te dé más atención, llevamos horas aquí y él no ha hecho más que hablar de negocios, ni siquiera te ha invitado a bailar —pronunció con rabia e impotencia al ver la actitud tan pasiva de su prima, sabía que ella no era así. —Él me ama… —Lo detuvo Elisa encarándolo. —Y no digo que no lo haga, solo que es egoísta, porque te quiere a su lado, pero no comparte contigo… eres tú la que tiene que compartir con él, eres tú la que tiene que acompañarlo a reuniones sociales, pero cuántas veces te ha acompañado a una reunión con tus amigas o con tu familia y te ha dejado sentada sola, mientras él se ocupaba en cualquier cosa menos en ti — cuestionó y vio que ella se tornaba seria, así que suspiró drenando su rabia—. Él debería valorarte y darte el lugar que como su esposa mereces, agradecer la suerte de tener a una mujer tan hermosa y elegante como su esposa. —¡Hermosa y elegante! —exclamó, pensando que de qué le valía todo eso, si para Jules ya no era nada, si él la había cambiado por otra. Soltó una carcajada llena de amargura y Sean la miró desconcertado, pero segundos después comenzó a reír también, malinterpretando su actitud. Ella quería llorar una vez más, pero reunió el valor para no hacerlo; después de todo, su primo tenía razón, ella estaba muy por encima de la mujer con la que andaba Jules, y podía jurar que él regresaría arrastrándose a sus pies, ese pensamiento la llenó de seguridad y lo mostró cuando comenzó a reír con ganas. —Claro, eres hermosa y elegante… ¿Acaso no eres mi prima? —comentó y comenzó a reír junto a ella. Annette tenía varios minutos buscando a su esposo y se sorprendió cuando vio la escena entre Sean y Elisa, quienes venían caminando y reían de manera cómplice. Los demás también se sintieron algo sorprendidos al verlos interactuar de esa manera; era bien sabido que Sean y Elisa apenas se soportaban, pero algo debió haber pasado entre ellos, para que estuvieran así y hasta compartieran una pieza de baile mientras seguían riendo. La fiesta se extendió hasta entrada la noche y por primera vez en muchos años, se podía decir que la familia compartía realmente, dejaron las rencillas y las asperezas a un lado para poder disfrutar de la velada. Aunque la relación entre Elisa y las demás damas, a excepción de su cuñada y Fransheska, no varió mucho, al menos no se miraban con rabia, desprecio o resentimiento, simplemente se limitaron a compartir y pasar un momento agradable.

Capítulo 13 Días después, Fabrizio y Victoria estaban sentados en uno de los sillones colgantes en la terraza que daba al jardín trasero de la mansión Anderson; admiraban el espectáculo que les ofrecía el final de ese día mientras las luces doradas y naranja del atardecer los envolvían, brindándoles una agradable sensación de calidez. Fabrizio se había tomado la tarde libre para poder disfrutar de un momento a solas junto a su novia, sabía que la tenía algo abandonada por sus constantes ocupaciones con los laboratorios y viajes a Nueva York. Estar junto a Victoria le hacía bien porque ella le daba equilibrio a su vida, era su remanso de paz cuando las dudas lo atormentaban. Era tan perfecta como el sueño de una cálida noche de primavera y hermosa como el cielo después de la primera nevada; por eso en ocasiones se odiaba por ser tan egoísta y hacerla a un lado, por encerrarse en sí mismo, aunque lo hacía para no lastimarla. Si tan solo pudiese tener esa verdad que tanto necesitaba, si una mañana despertase y sus recuerdos estuvieran llenando ese vacío que lo había agobiado por cuatro años. Estaba seguro de que lo primero que haría sería contarle toda su verdad, le abriría por completo su corazón y le pediría que se casara con él, solo esperaba que Victoria lo amase lo suficiente para perdonarlo por haberle mentido. —¿Quieres dar un paseo? —Le preguntó, moviendo su rostro para poder mirarla a los ojos y rozar sus labios. —¿A dónde? —respondió con otra interrogante, porque le extrañó esa propuesta, sentía que allí estaban bien. —A un lugar donde pueda besarte como deseo —susurró y deslizó su mano en una sutil caricia por el níveo cuello que lo tentaba. Ella asintió temblando de deseo y anticipación, le dio un beso en los labios y recibió la mano que él le ofrecía, se pusieron de pie y entraron de nuevo a la casa. Atravesaron el salón con rapidez, mirando a todos lados para comprobar que la matrona no los vigilaba, llevaban sus abrigos por lo que, sin perder tiempo, salieron de la casa y subieron al auto como un par de adolescentes en plena fuga. —¿Lista para tener una aventura, conmigo, señorita Anderson? —preguntó con una sonrisa que desbordaba picardía. —Por supuesto, amor mío —respondió, sonriendo. Fabrizio puso el auto en marcha y salieron de la propiedad, perdiéndose por la carretera que iba más allá de la mansión de los Anderson, alejándose de la ciudad con destino al lago. El crepúsculo estaba en su punto final cuando llegaron al hermoso mirador del lago Michigan, las aguas del mismo se mecían al compás de la suave brisa que también movía sus cabellos. Se dejaron envolver por los sonidos de la naturaleza que despedían otro día, el viento parecía susurrar en las copas de los árboles mientras las olas del lago se estrellaban constantes en las piedras del muro que contenía la inmensa masa de agua, y acompañaban el canto de los pájaros que volaban buscando un refugio para pasar la noche. Él se volvió para verla y ella parecía ausente, con la mirada perdida en las montañas, llevó una mano hasta su mejilla y la acarició con

ternura, ella se volvió a mirarlo y sonrió, tomándole la mano para besarla. —Me encanta este lugar —pronunció Victoria, aunque no admiraba el paisaje sino a él, estaba sumergida en sus ojos zafiros. —Puede ser nuestro desde hoy —susurró, envolviendo con sus manos el delgado cuello de su novia y la atrajo hacia él. Muy despacio comenzó a acariciar los labios de Victoria con su lengua, impregnándolos de su humedad mientras sus dedos creaban sutiles toques en sus mejillas y su nuca. Su cuerpo la necesitaba aún más cerca y acortó la distancia entre ambos, al tiempo que su boca le insistía para que lo dejara tomar la de ella por completo. Ella se dejó envolver por esa maravillosa sensación que le brindaba, sus manos viajaron hasta el pecho de Fabrizio, percibiendo cómo el latir de su corazón comenzaba a ganar fuerza al igual que el suyo. Las manos de él se deslizaron hasta su espalda, acariciándola con suavidad y pasión al mismo tiempo, mientras su lengua se deleitaba tomando y recibiendo lo que ella le ofrecía, animándola a entregarle más y así sentirla completamente suya, sin dudas, ni fantasmas. Victoria se sentía caer en un vórtice de pasión cada vez que él se adueñaba de su ser de esa manera, pero necesitaba mucho más, su cuerpo clamaba por vivir una vez más la intensidad de una entrega absoluta. Sin embargo, siempre que estaba así con Fabrizio, el recuerdo de Terrence se hacía presente y una parte de ella se resistía a dejarse llevar, su mente comenzaba a divagar justo como en ese momento. —¿Qué sucede? —preguntó él, al notarla ausente. —Nada… no es nada, todo está bien, sigue besándome —respondió mientras le acariciaba el pecho y buscaba sus labios. —¿Estás segura? De repente sentí que te alejabas… y… —calló cuando en su cabeza estalló una idea que lo hizo tensarse. —Estoy bien, mi amor, solo me distraje un momento. —Creo que será mejor que volvamos —dijo separándose de ella, mientras una dolorosa presión se apoderaba de su pecho. —¿Por qué? Apenas hemos llegado —preguntó sujetándolo de brazo, él la miró levantando una ceja en ese gesto tan característico de su personalidad. Ella se ruborizó y bajó la mirada apenada—. Lo siento Fabrizio, yo… amor, lo siento en verdad, prometo dejar de pensar y… —No quiero que dejes de pensar, solo que pienses en mí —expuso con tono de reproche y luego soltó un suspiro pesado—. Victoria… yo sé que ya viviste todo esto junto a alguien más, soy consciente de que… ya tuviste intimidad con tu exnovio y tal vez esos recuerdos regresen a ti cuando los dos estamos juntos, pero necesito que me asegures que en tu cabeza solo estoy yo, porque si no es así… es mejor que… —Solo estás tú —susurró, apoyando los dedos en sus labios para callarlo porque la llenó de terror lo que estuvo a punto de decir—. En mi cabeza solo estás tú —repitió, aunque era una mentira, pero necesitaba hacerle creer a él y a ella misma, que era cierto. La verdad era que seguía amando y deseando a Terrence, sabía que él era un imposible al que se mantenía aferrada, pero debía soltarlo si deseaba ser feliz al lado de Fabrizio, aunque significase dejar ir a una parte de su alma y de su corazón. No podía seguir en la misma situación, amando a dos personas al mismo tiempo y poniendo en riesgo lo que tenía con su novio, porque si llegaba a perderlo su vida sería como antes y no quería sentirse así de nuevo. —Fabrizio, mírame —rogó acunándole el rostro para verlo a los ojos—. Mi amor, sé que a veces tienes muchas dudas, pero te aseguro que te amo… en verdad te amo, por favor créeme. — Victoria se puso de rodillas sobre el asiento y comenzó a besarlo.

Fabrizio le envolvió la cintura con las manos y la elevó un poco para poder rodar al puesto del copiloto, luego la puso sobre sus piernas y la pegó a su pecho al tiempo que se apoderaba de su boca con premura. Ahogó el jadeo que ella liberó cuando enredó sus dedos en el delicado peinado que llevaba y comenzó a soltarle el cabello, mientras su otra mano le apretaba la cadera con un toque posesivo y sugerente, que iba calentando las sangre en sus venas. —Quiero que solo pienses en mis caricias —susurró a medida que bajaba la mano y se adueñaba de su seno—. En mis besos… —dijo rozando con sus labios la trémula piel de su cuello —. En todo eso que te hago sentir y en lo que tú me haces sentir. Su voz era tan sedosa como una caricia y mientras decía todo eso su boca se paseaba por su cuello, su mentón, sus mejillas, dibujando con sus labios todo su rostro. Ella cerró sus ojos y se entregó a sus caricias, sintiendo cómo sus ansias iban creciendo dentro de su cuerpo, poderosas e incontrolables clamaban por ser liberadas. —Prometo pensar solo en ti… sentirte solo a ti —esbozó dejando libres gemidos ante cada toque que él le daba, mientras enredaba los dedos en su hermoso cabello castaño que adoraba sentir. —Eso precisamente es lo que deseo, Victoria… que solo sea yo quien esté en tu cabeza, que tu cuerpo solo desee sentirme a mí, solo eso mi vida… dame solo eso y te juro que nadie te hará más feliz ni te dará más placer del que voy a entregarte —pronunció con la voz ronca por las deliciosas sensaciones que lo atravesaban con fuerza, y por la necesidad de sentir que ella era suya. El calor en su interior cada vez se hacía más intenso, así como el deseo que comenzaba a desbordarlos, sus manos ya no se conformaban con acariciar sus cuerpos por encima de sus ropas, desean sentir sus pieles desnudas. Así fue como una de las manos de Fabrizio se coló por debajo del vestido de Victoria, deleitándose primero con las delicadas medias que cubrían sus piernas, para luego llegar hasta sus muslos que estaban libres de prendas y pudo disfrutar de la sedosidad de su piel. Ella jadeó cuando sintió que él acariciaba su piel, acercándose lentamente a su intimidad que no dejaba de palpitar, y que a cada momento se hacía más húmeda y caliente. Se sujetó con fuerza de sus hombros y un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza, cuando él la rozó por encima de su ropa interior, provocando que su vientre convulsionara ligeramente y que sus músculos se tensaran reclamando esa parte de él que deseaba con locura. —Fabrizio… mi amor —susurró con la voz ronca y sus párpados cerrados temblaban, así como lo hacía todo su cuerpo. Él sintió que su mundo se iluminaba por completo al escucharla decir su nombre, demostrándole que no había nadie más en su cabeza y que era consciente de que era él quien le entregaba ese placer que estaba viviendo. Bajó a su cuello dejando caer besos cálidos y húmedos, mientras su mano libre comenzó a deshojar muy despacio los botones de su blusa, alcanzó a abrir varios y quedó hipnotizado por el sensual compás que marcaban los hermosos senos de su novia. —Te deseo tanto…, pero tanto, no tienes idea de cuanto, y es que ni yo mismo puedo decirlo, porque lo que siento por ti sobrepasa todo, amor mío… todo —murmuró, llevando una mano a su espalda, para hacerla arquearse y así poder disfrutar de sus senos. —Yo siento lo mismo… es demasiado poderoso y no puedo contenerlo… todo lo que deseo es sentirlo, hazme sentirlo —suplicó, dispuesta a ir detrás de lo que deseaba y dejarse llevar por lo que sentía. Sus manos comenzaron a acariciar con intensidad el pecho de su novio y guiadas por su instinto bajaron por su torso hasta llegar a su abdomen. Sus dedos temblorosos se toparon con el

cinturón y por un momento quiso quitárselo y comenzar a desnudarlo, pero su conciencia acudió en su auxilio, evitando que lo hiciera; sin embargo, no le impidió que subiera y deshojara algunos botones de su chaleco, luego siguió con los de su camisa y la abrió para deleitarse con la calidez de su piel cubierta por los suaves vellos que la cubrían, quiso mucho más y también le besó el cuello, dejando que su lengua probara el sabor de su piel y fue recompensada por un excitante gemido de él. Fabrizio sabía que estaba a punto de romper la promesa que se habían hecho de esperar hasta estar casados para hacer el amor, pero esas ansias locas que lo embargaban lo dominaban por completo, haciéndole imposible detenerse. Vio tanto placer reflejado en el rostro de Victoria que, silenció a su conciencia y dejó que fuese su corazón quien lo guiara; trazó con sus labios una línea a lo largo del nacimiento de los senos de su novia, solo la delicada tela de su brasier se interponía entre él y ese placer absoluto que sería tenerlos. Se separó lentamente de ella y buscó sus labios atrapándolos en un beso voraz y cargado de deseo, su lengua comenzó a rozar la de ella invitándola a seguirlo, seduciéndola hasta hacer que todo lo demás desapareciese. La mano que vagaba debajo de su falda, se acercó una vez más a ese rincón que él se moría por conquistar, sus dedos temblaron al sentir el calor que brotaba de ella y su instinto le pedía que cediera ante su deseo de sentir su humedad. —¿Quieres que siga, Victoria?… —preguntó con sus labios rozando los temblorosos de ella —. Dime si deseas que siga —rogó mirándola a los ojos, mientras sus dedos rozaban la delicada prenda. Victoria lo miró con una mezcla de deseo y miedo, temblando al ser consciente de lo que sucedería si ella le decía que sí, que deseaba que siguiera. Separó sus labios para responderle, pero antes de que pudiera hacerlo, las luces de un auto que pasó a toda velocidad, rompieron la burbuja donde estaban y los regresó a la realidad. Se abrazaron jadeando como si hubiesen estado mucho tiempo debajo del agua, quizá porque habían estado sumergidos en ese mar de placer que los hacía olvidarse todo. Sus miradas oscuras y brillantes se encontraron y se quedaron ancladas por largo rato, intentando calmar esa tempestad que se había desatado dentro de ellos. Ella dejó ver una sonrisa hermosa y tímida mientras le acariciaba el cabello, brindándole más que una muestra de pasión, un gesto cargado de ternura; así comenzaron a entregarse suaves besos que poco a poco fueron trayendo a sus consciencias de regreso, creando un remanso para la pasión. Él la abrazó con fuerza y le acarició la espalda; al tiempo que la besaba e intentaba acomodarle el cabello que había desordenado. Estuvieron así unos minutos más hasta que él sugirió volver porque ya la noche había caído hacía rato, y no quería terminar recibiendo una reprimenda por parte de la matrona. Los murmullos de los alumnos se detuvieron al escuchar el sonido de la puerta al abrirse y ver que el tutor Marcel Prévet entraba al aula, de inmediato caminó a su escritorio dándole los buenos días al grupo. Mathieu cerró el libro que estudiaba junto a Fabrizio, aprovechaban cada momento libre, ya que se les estaban haciendo complicado memorizarlo cada código y no podían solo interpretarlos, porque su profesor de ley mercantil deseaba escuchar cada código letra por letra. —Tendremos que seguir otro día —murmuró con desgano. —Tranquilo, después de esta clase tengo dos horas libres, podemos seguir estudiando en la plaza central —dijo Fabrizio, al ver el semblante atormentado de su compañero y sonrió para animarlo. —Bien, comencemos, vayan a la página treinta y siete de su libro de Derecho Laboral — indicó Marcel y comenzó a dibujar un mapa conceptual en el pizarrón—. El Derecho Laboral es el

conjunto de principios y normas jurídicas que regulan las relaciones entre empleador, trabajador, las asociaciones sindicales y el Estado. El Derecho del trabajo se encarga de normar la actividad humana lícita y prestada por un trabajador en relación de dependencia a un empleador a cambio de una contraprestación —explicó señalando en la pizarra y luego miró a sus alumnos—. ¿Quién puede hablar sobre el inicio de las primeras leyes laborales? Fabrizio tenía cierto conocimiento, siendo esto aun algo propiamente nuevo dentro del derecho, pero espero a que alguien más interviniera en clases, para no ser siempre él mismo en responder. Sin embargo, al ver que nadie se animaba y que el tutor los miraba con reproche por no haberse preparado, decidió alzar la mano para responder, aunque se ganara el resentimiento de sus compañeros. —Disculpe, doctor Prévet —pronunció para atraer su atención. —Adelante Di Carlo… al parecer es el único que se prepara para las clases —mencionó, dirigiéndole una mirada de verdadera molestia al resto del salón. —Las leyes han estado en la tentativa desde mediados del pasado siglo, pero no fue hasta 1919 que se ratifica, adquiriendo acta con el Tratado de Versalles, luego de poner fin a la gran guerra, naciendo de esto el Derecho del Trabajo como una rama autónoma con reglas, instituciones y técnicas propias. —Muy bien Di Carlo… ahora, según el artículo cinco de la ET la relación laboral se da cuando ocurren cuatro circunstancias ¿Cuáles son? —preguntó Marcel y Mathieu levantó la mano. —Doctor Prévet, las cuatro circunstancias son, «voluntariedad» la que atribuye que queda a elección libre por parte de las dos partes del contrato. «Retribución» que es la compensación económica. «Ajenidad» en los frutos, en los riesgos y en los medios y «Dependencia» que es estar bajo el ámbito de la organización y dirección de otra persona —respondió mostrando al final una amplia sonrisa. —Muy bien, Signoret —expresó y se volvió una vez más para escribir otras anotaciones en el pizarrón. Así continuó explicando cada artículo, poniendo algunos ejemplos de la vida cotidiana para que todos los alumnos participaran por igual; y no que siempre fuesen Di Carlo y Signoret quienes intervinieran. Su idea de una clase era que hubiera participación, sabía que el derecho estaba directamente relacionado con la palabra y si ellos no hacían uso de la misma, nunca serían unos buenos abogados. —Conversemos ahora acerca de los tratados internacionales — expuso y miró las anotaciones que había hecho en su código—. Di Carlo puede leer para el resto de la clase los tres acuerdos que aparecen en la página cuarenta y cuatro, por favor —ordenó, tomando asiento al borde de la mesa y agudizando su atención en lo que leería. —Por supuesto, doctor Prévet —respondió Fabrizio y se puso de pie, se aclaró la garganta y tomó aire antes de comenzar—. El primero es la organización internacional del trabajo. Seguidamente de los acuerdos bilaterales y multilaterales, cuyo objetivo es generalmente equipar las condiciones de trabajo entre dos o más países, especialmente, para evitar migraciones masivas entre países vecinos. —Disculpe, doctor Prévet, ¿puedo hacer una acotación acerca de lo que acaba de leer Di Carlo? —preguntó Oliver Roux, acomodándose en la silla mientras apenas lograba esconder su sonrisa sarcástica. —Haga su aporte, señor Roux —indicó, mirándolo con interés. —El último tratado muy poco se lleva a cabo… De nada sirven esos convenios porque cada vez estamos más plagados de italianos.

Sabía que el único extranjero, y además italiano en la clase era Di Carlo, quien de inmediato clavó su mirada en él, al tiempo que apretaba fuertemente la mandíbula, evidentemente, intentaba controlar las ganas que tenía de golpearlo. Sin embargo, eso poco le importaba porque no perdería la oportunidad de desquitarse, ya que él siempre los dejaba en ridículo al creerse más inteligente que todos en el salón. —Es que parecen multiplicarse y restan oportunidades de trabajo a los franceses que de verdad lo necesitamos, solo vienen a instalar y camuflar sus mafias aquí —expuso entre seria y burlonamente, sin apartar la vista de Fabrizio, quien tampoco la desviaba de él. —Roux deje de lado las sátiras e intervenga profesionalmente —Le exigió Marcel mirándolo con seriedad. Roux solo levantó las manos a la altura de su pecho alegando inocencia y sonrió—. Di Carlo…. Di Carlo… siéntense por favor —intervino llamando su atención, lo vio sentarse sin dejar de mirar a Roux—. Bien, continuemos con la clase. —Fabrizio no le hagas caso, es un idiota —susurró Mathieu. —Está bien. —Él se obligó a volver la mirada al frente y tratar de aplacar las erupciones que el volcán de ira estaba causando en su interior, respiró hondo e intentó prestar atención a la clase. El altercado quedó de lado y el profesor prosiguió con la clase, dando prioridad a los principios generales del Derecho Laboral, una vez más les pidió intervenir. No obstante, cada vez que Fabrizio quería acotar algo, le hacía un gesto para que les diera la oportunidad a sus compañeros y así no se ganara el resentimiento de los demás, pues suponía que eso era lo que había llevado a Roux, a atacarlo. —¿Alguien puede decir con sus propias palabras y dando como ejemplo a alguna empresa que lleve a cabalidad el principio protector? —Los Laboratorios Di Carlo… —respondió claro y fuerte Oliver solo por seguir su juego en contra de Fabrizio, bien sabía que él no era de esos Di Carlo, pero le caía como anillo al dedo. —No caigas en su juego Fabrizio… ignóralo —susurró Mathieu al ver la tensión que se posó sobre los hombros de su compañero. Fabrizio solo tensó una vez más la mandíbula y no se volvió ni siquiera a mirarlo, pensaba destrozar a su familia sin siquiera saberlo y eso era mucho peor, que cualquier ofensa que le hiciera a él. —Sin duda alguna es el principio más importante del Derecho laboral, es donde se protege una de las partes del contrato, bien, en los laboratorios Di Carlo cabe destacar que su propietario es italiano y en todas y cada una de las sucursales que están favoreciéndose en Francia, los altos mandos son italianos, solo los puestos de menor rango son ocupados por franceses, a pesar de estar haciéndose cada vez más ricos con nuestro dinero también nos humillan… Fabrizio estaba a punto de explotar, ¿cómo se atrevía a escupir esa sarta de mentiras acerca de su padre? Era un desgraciado, además, nada de eso tenía que ver con el principio. Ni siquiera sabía lo que había hecho para ganarse su resentimiento y que desprestigiara con sus sucias palabras su apellido; el profesor se puso de pie e intentó detener a Roux, pero el infeliz hizo caso omiso y continuó hablando. —Y no solo les basta con explotar y robar a los franceses, también lo hacen en Italia… la esposa del propietario de dichos laboratorios, crea fundaciones ficticias y va de congregación en congregación dándose golpes de pecho, mientras llenan aún más sus bolsillos. —Soltó una carcajada llena de burla—. ¿Díganme si eso no es el principio protector? —inquirió con sarcasmo. Fabrizio no pudo seguir controlándose y rápidamente se puso de pie, haciendo que Oliver detuviera sus comentarios sarcásticos, podría soportar que hablara en contra de él, incluso de

cómo se manejaban los asuntos de los laboratorios, pero que inmiscuyera a su madre fue la gota que derramó el vaso. Los actos reflejos del tutor fueron demasiado lentos, cuando quiso hacer algo ya Fabrizio subía los peldaños con largas y seguras zancadas hacia el último puesto y sin siquiera percatarse de que todas las miradas del salón se posaban sobre Roux y él. Llegó hasta su asiento y de un solo movimiento lo agarró por las solapas del abrigo y lo estrelló contra la pared con tal fuerza que el sonido hizo estremecer los cristales. —No vuelvas a hablar en contra de… —Estuvo a punto de decir de «mi madre» pero a pesar de estar sumamente molesto no pudo. —¿En contra de los Di Carlo? —cuestionó Oliver con ironía—. Estoy en todo mi derecho de hacerlo… ni que fueses familia de ellos, no eres más que un muerto de hambre que está aquí gracias a las limosnas que le da el gobierno francés, mientras que esos italianos no son más que unos ladrones de cuello blanco y unos… —Sus palabras fueron cortadas por el poderoso golpe que Fabrizio dejó caer sobre su mandíbula, haciéndolo trastabillarse. Fabrizio sentía que por sus venas corría la misma ira descontrolada que experimentó cuando se encontraba frente a frente con los alemanes en tierra de nadie. Todo a su alrededor se tiñó de rojo y no podía ver ni escuchar nada más que esa voz que le exigía que acabara con Roux. Lo sujetó una vez más y le rodeó el cuello con las manos, presionándolo con tanta fuerza que incluso lo elevó un par de centímetros del suelo. —¡Sí!… Sí, vivo de las limosnas del gobierno francés, pero me las he ganado y las merezco más que tu francés malnacido… ¡Yo estuve a punto de dar mi vida muchas veces en el campo de batalla! ¡¿Y dónde estabas tú?! ¡¿Dónde?! —Fabrizio estaba rojo a causa de la ira, pero no más que Roux a quien seguía cerrándole el cuello. Apenas era consciente de la voz del tutor o la de sus compañeros que intentaban persuadirlo para que se calmara; estaba completamente enceguecido por la impotencia y rabia. Roux intentó quietarse la mano del cuello y buscar un poco de oxígeno, fue en ese momento cuando divisó al tutor junto a él y ese instinto asesino comenzó a disiparse. —Di Carlo, suéltelo… ¡Suéltelo inmediatamente! —demandó Marcel y al fin consiguió que Fabrizio le obedeciera, soltó a Roux, quien desesperadamente comenzó a buscar oxígeno y al mismo tiempo tosía. —¡Es… un maldito loco!… ¡Estuvo… a punto de matarme! —espetó Oliver llevándose las manos al cuello y un par de lágrimas brotaron de sus ojos, ante el esfuerzo de no poder respirar bien aún. —Que sea la primera y la última vez que una situación como esta se da durante mi clase —Les advirtió Marcel, mirándolos con reproche, pero veían que los dos seguían a la defensiva—. Discúlpense de inmediato, los dos —exigió para que limaran sus asperezas. —No volverá a ocurrir… doctor Prévet… —murmuró Oliver, acomodándose la chaqueta que había quedado arrugada. —Di Carlo… espero su disculpa. —Le hizo saber Marcel, pero Fabrizio solo mantenía su mirada cargada de odio en Roux—. Di Carlo…. o se disculpa o se sale inmediatamente de mi clase —dijo determinante. Fabrizio levantó la mirada y la posó en el profesor quien exigía la salvedad, pero él no consideraba que fuese justo, ya que había sido Roux quien lo atacó primero. En ese momento su mirada se cruzó con la de su compañero y percibió media sonrisa en Roux, que una vez más provocaba su furia, pero no caería en su juego, así que se dio media vuelta y con paso seguro se dirigió a su mesa.

—Fabrizio… no… no te vayas, discúlpate —Le dijo Mathieu. Fabrizio negó con la cabeza y agarró sus libros, luego caminó sin darles importancia a las miradas de sus compañeros; salió cerrando la puerta con un azote que hizo que los vidrios de las ventanas vibraran. El tutor se quedó pasmado ante el orgullo inexorable del joven, que prefiero abandonar la clase antes de ofrecer una disculpa, su actitud gritaba, convicción, arrogancia; sobre todo, que no se rebajaría ante alguien que le faltó el respeto.

Capítulo 14 Victoria una vez más debía vivir la difícil situación de despedir al amor de su vida en una estación de trenes, había pedido la cuenta de todas las veces que tuvo que hacerlo junto a Terrence, y ahora debía enfrentarse a lo mismo con Fabrizio. Pensar en ello la hizo sollozar y se abrazó más fuerte a su novio, él le acarició la espalda con ternura para consolarla, movió el rostro para mirarla a los ojos y entregarle una sonrisa que logró alejar la pena de ella, al menos un instante. —No llores mi amor, te prometo que volveré pronto —susurró, mirándola a los ojos, mientras le rozaba los labios. La tristeza le había secuestrado la voz, así que todo lo que pudo hacer fue afirmar con su cabeza y se puso de puntillas para entregarse a ese beso que él iniciaba; ni siquiera les importó estar rodeados de un mar de personas. Separó sus labios para darle paso a la lengua de su novio, que suavemente se coló dentro y provocó que un gemido subiera por su garganta, haciéndolos vibrar al tiempo que el toque de sus manos se volvía más intenso. De pronto el sonido del silbato que anunciaba la salida del tren retumbó en los andenes y la burbuja donde se encontraban se reventó. Ella suspiró resignándose una vez más a dejarlo ir, él levantó sus párpados y nuevamente una visión se apoderaba de su cabeza, sus latidos se desbocaron al ver a Victoria luciendo más joven y su rostro estaba teñido de la misma tristeza. «Prometo amarte siempre y esperarte hasta que llegue el día en el que ya no tengamos que separarnos», Fabrizio escuchó esas palabras dentro de su cabeza con tal claridad que lo hicieron estremecer, mientras miraba con una mezcla de miedo y desconcierto a su novia. Inmediatamente negó con la cabeza para alejar esa imagen y una vez más Victoria volvía a ser la chica que conocía, el pecho se le llenó de alivio y soltó de golpe todo el aire que estuvo conteniendo en ese lapsus que duró solo segundos. —Fabrizio… ¿Te sientes bien, amor? —preguntó ella alarmada al ver que había palidecido y la miraba como si fuese alguien más. —Repite lo que acabas de decir —pidió mirándola a los ojos. —Te pregunté sí te sentías bien. —Lo vio con desconcierto. —No…, eso no, repite lo de que… que me esperarías hasta que… —calló al ver que su novia lo miraba como si hubiese enloquecido. —Mi amor, mírame… ¿Qué sucede? —inquirió, acunándole el rostro para evitar que le esquivara la mirada. Podía ver en sus ojos que una tormenta lo azotaba y no lograba explicarse lo que ocurría, por qué de un momento a otro cambió de actitud—. Háblame, Fabrizio. —Nada…, no es nada —respondió intentando sonreír y escuchó una vez más el silbato—. Ya tengo que subir al tren, estaré de regreso el lunes, cuídate mucho, Vicky… te amo. —Se acercó y le dio un breve toque de labios, para luego alejarse de prisa, pero antes de subir, sintió que ella lo sujetaba del brazo para detenerlo. —Prometo amarte siempre y esperarte hasta que llegue el día en el que ya no tengamos que separarnos —murmuró ella, mirándolo a los ojos y temblando. Sin saber siquiera qué la llevó a repetir aquella promesa que le hiciera a Terrence, pero fue lo que llegó a su cabeza.

Fabrizio también se estremeció al escucharla y con un movimiento ágil le rodeó la cintura para pegarla a su cuerpo, luego se adueñó de sus labios con premura e intensidad. Victoria elevó sus brazos y se colgó de su cuello para casi devorar su boca, mientras su corazón iba tan de prisa que los latidos comenzaron a resultarle dolorosos. —Yo también prometo amarte y regresar a ti siempre —susurró contra los labios trémulos y enrojecidos de su novia, quien le regalaba su hermosa mirada verde, iluminada por la emoción y las lágrimas. El tren comenzó a andar y él tuvo que correr para poder abordarlo, se sujetó con fuerza de las barandas, pero en lugar de entrar al vagón, se quedó en la puerta mirando a su hermosa novia que permanecía en los andenes y le sonreía de esa manera que le alegraba el alma. Por un momento tuvo el deseo de bajar y quedarse con ella; sin embargo, la ambición de recuperar su pasado y ser un hombre completo para poder entregarse a Victoria, primó por encima de todo. Annette, Fransheska y Patricia sabían que Victoria se deprimía cada vez que Fabrizio viajaba a Nueva York, así que se les ocurrió una idea para distraerla. Le sugirieron ir hasta Barrington para pasar el fin de semana allí y disfrutar de las fiestas de San Patricio, que en esa localidad se celebraban de manera especial porque contaba con una gran población de migrantes irlandeses. Sin embargo, un día antes de salir rumbo a la casa de campo de los Anderson, Victoria recibió una llamada de Annette donde le contaba que Keisy había amanecido resfriada y que no podía acompañarlas, prefería quedarse en la ciudad, por si tenía alguna complicación. Luego fue Patricia quien llamó para decirle que su abuela también había amanecido algo indispuesta y que iba a quedarse a cuidarla. —Supongo que tendremos que cancelar nuestros planes —dijo luego de contarle a su cuñada sobre las dos llamadas que recibiera. —No tenemos por qué hacerlo, podemos ir nosotras —sugirió de inmediato con una sonrisa entusiasta—. Es que estando sola en casa me aburro mucho y ya me había hecho a la idea de disfrutar de un fin de semanas distinto, además, Brandon dijo que se nos uniría. —Tienes razón, vayamos nosotras y así pasamos a visitar a mis tías, que hace mucho que no las veo —respondió animada. —¡Perfecto! —expresó Fransheska con emoción y la abrazó. Estuvieron toda la tarde haciendo planes de cómo pasarían el fin de semana, mientras tomaban el té con Margot, quien les habló de las hermosas festividades a las que también asistía todo el personal de la casa, pues era tradición darles ese día libre. Ella no viajaría en esa ocasión porque ya había adquirido un compromiso con su sobrina Deborah, quien le pidió que la acompañara a visitar la arquidiócesis que también tenía varias actividades previstas para ese fin de semana. Fransheska se quedó a cenar y aunque su novio le había sugerido que también se quedara a dormir para que no estuviera sola en su casa, ella tuvo que negarse porque le había quedado claro que a la matrona no le agradaría esa idea. Incluso, tuvieron que guardar el secreto de que él también iría a Barrington el sábado después del mediodía, para que la mujer no les fuese arruinar los planes, prohibiéndole ir a él, ya que al no contar con la presencia de Fabrizio o sus padres, ellos no deberían dormir bajo el mismo techo. Al día siguiente, Victoria pasó muy temprano por la casa que habían rentado los Di Carlo, para buscar a Fransheska y salir hacia Barrington, Nicholas sería el encargado de llevarlas, pero las dejaría allí y regresaría a Chicago porque Margot también necesitaría de sus servicios, ya que Rick estaba de vacaciones. El auto se detuvo ante la inmensa fachada que parecía irradiar luz y calidez, sus muros de piedra y sus grandes ventanales blancos la hacían lucir hermosa y segura;

fueron recibidas por Theodore, quien les dedicó una gran sonrisa. —Buenos días, sean bienvenidas, señoritas —mencionó sonriendo y les hizo una seña a dos empleados para que tomara el equipaje. —Buenos días, Theodore ¿cómo está? —Lo saludó Victoria. —Muy bien gracias, señorita Victoria, señorita Fransheska es grato verlas de nuevo. Me dijo la señora Margot que se quedarán el fin de semana para disfrutar de las fiestas. —Sí, veníamos con Annette y Patricia, solo que tuvieron unos contratiempos a últimos momentos, pero nosotras decidimos seguir con los planes —explicó con una sonrisa, le encantaba estar allí. —Es una pena, pero no se preocupen, estoy seguro de que igualmente disfrutarán de las fiestas —expuso sonriente. —Imagino que todos están muy emocionados también por disfrutar de las fiestas —comentó Fransheska, había escuchado hablar de la celebración, pero nunca había asistido a una. —Así es, señorita, algunos empleados salieron hoy temprano hacia el pueblo, ya que participan en los desfiles, pero otros nos quedaremos para atenderlas en cualquier cosa que se les ofrezca. —No, nada de eso Theodore, es una tradición que tengan este fin de semana libre —indicó Victoria mirándolo—. No se preocupe por nada, pueden irse tranquilos a disfrutar de las fiestas, nosotras nos ocuparemos de todo —añadió con una sonrisa que iluminaba sus hermosos ojos verdes y le infundía confianza al hombre. —Victoria tiene razón, vayan y disfruten de las fiestas. Nosotras descansaremos hoy y mañana cuando llegué Brandon, iremos al pueblo para ver la procesión —indicó Fransheska para convencerlo. —Muchas gracias a las dos, les avisaré a los empleados para que dejen todo listo y no les falte nada. Por favor pasen al comedor, la señora Milton les preparó un delicioso desayuno. —Las invitó con una sonrisa, haciéndoles un ademán. —Gracias a usted, Theodore —respondieron las dos y caminaron al desayunador que tenía una hermosa vista al jardín. Fransheska y Victoria disfrutaron del pan recién horneado, el tocino crocante y los huevos revueltos que les sirvieron, también del delicioso jugo de las grosellas que cultivaban en el huerto de la casa. Luego decidieron caminar un rato por el jardín para estirar las piernas, el rosal ya comenzaba a llenarse de los hermosos botones que en algunos días darían paso a espléndidas rosas de todos los colores. Regresaron a la casa para almorzar y despedirse de los empleados que no volverían hasta el domingo por la noche, las mucamas les explicaron cómo tender sus camas, aunque ellas ya lo sabían porque en el internado era obligación de cada alumna hacer la suya. La señora Milton les dejó estofado, papas sazonadas para hornear, pan y su famosa tarta de manzana que a todos encantaba, también les entregó la llave de la alacena por si deseaban preparar alguna otra cosa. Al quedar solas, Victoria pensó en ir hasta la casa de sus tías para darles una sorpresa, pero necesitaban un auto porque el trayecto era bastante largo. Tenían caballos que podían usar; sin embargo, les tomaría al menos una hora llegar y no le importaría cabalgar, pero su periodo había llegado causándole muchas molestias y decidió que mejor esperarían al día siguiente, cuando Brandon pudiera llevarla. —¿Te parece si tomamos una siesta? —preguntó a su cuñada. —Claro, creo que nos vendría de maravilla. Subieron a sus habitaciones y se cambiaron para estar más cómodas, acordando despertar en

un par de horas para preparar la cena. Fabrizio iba camino a su terapia con Clive, esa sería su segunda sesión de la semana, la tarde anterior se centraron en hablar de sus padres y algunos detalles lo dejaron bastante inquieto. Hasta ayer confiaba plenamente en Luciano, pero algunas cosas que le hizo recordar su psiquiatra lo habían llenado de dudas, esas primeras conversaciones con su padre, donde apenas lo veía a los ojos, las veces que despertó y lo consiguió llorando o cuando se lo quedaba mirando con asombro, como si no pudiese creer que fuese real. También le habló sobre esas actitudes que tenía a veces su madre y lo desconcertaban, cuando hablaba de Fabrizio como si fuese otra persona y no él; caso contrario de su hermana, que siempre le hacía sentir que fue quien vivió junto a ella cada episodio que le relataba. De todos, solo ella le parecía completamente sincera, le hablaba mirándolo a los ojos y nunca se quedaba con frases a medio terminar, o cambiaba de tema como solían hacer sus padres. Salió con anticipación para llegar puntual a su cita, ya que estaban haciendo unas reparaciones en la vía y había algo de tráfico; sin embargo, le exasperaba tener que esperar, por lo que se vio tentando a bajar del auto y terminar el trayecto caminando. Miró por la ventanilla para ubicarse y ver qué dirección tomar, lo primero que atrajo su atención fue la imponente y elegante fachada de la casa de la ópera; de inmediato, algo dentro de su pecho se estremeció y lo hizo retroceder. —¿Se siente bien, Fabrizio? —preguntó Harry con preocupación al ver a través del retrovisor, que de pronto se había puesto pálido. —Sí… sí… —respondió con voz temblorosa y sus manos se empaparon de sudor, por lo que las secó en su pantalón—. Está todo bien, solo me dio un mareo por estar dentro del auto tanto tiempo. —Son los vapores, también suele pasarme, saque la cabeza por la ventanilla y respire, aunque no sé si eso le ayude porque hay demasiado polvo afuera —comentó, mirándolo. —No se preocupe, ya me está pasando. —Sacó un pañuelo de su bolsillo para secarse la frente, respiró hondo y sus latidos comenzaron a calmarse; de pronto, una duda asaltó su mente con tanta contundencia que no pudo evitar esbozarla—. Harry… ¿Usted por casualidad conoció a Terrence Danchester? —Le preguntó, aventurándose a mirar una vez más el edifico a su derecha. —Recuerdo que asistió en varias ocasiones a las fiestas que hacían en el hotel cuando estrenaban las obras, pero nunca tuve la oportunidad de conocerlo en persona. Mi esposa y mi hija asistieron al estreno de «El trovador» la primera obra donde actuó el muchacho y quedaron encantadas con él, los críticos también lo alabaron, decían que había heredado el talento de su madre… es una pena que haya muerto tan joven, de seguro habría sido un gran tenor —comentó con tristeza. —¿Recuerda cómo murió? —inquirió con la mirada perdida, pero escuchaba atentamente cada una de sus palabras. —Fue un suceso muy lamentable e inesperado, lo que reseñó la prensa fue que su auto colisionó contra un poste de alumbrado público y se incendió en el acto. Se dijo que el pobre había quedado tan mal, que sus padres decidieron no velarlo, en cuanto les entregaron el cuerpo lo llevarlo al cementerio de Green-wood y lo sepultaron. —¿Y se supieron las causas del accidente? —cuestionó frunciendo el ceño, le parecía extraño que el auto colisionara así nada más. —Bueno, según el informe de la policía que trascendió a los medios, al parecer, el muchacho conducía bajo los efectos del alcohol porque se encontró una botella dentro del auto, y se dice que había estado en un bar de la avenida Madison, poco antes del choque; sin embargo, no hubo

pruebas concluyentes; después de eso corrió mucha información en los medios, aunque sus padres no dieron declaraciones y pidieron que se respetara su privacidad —contestó, observando con extrañeza el semblante contrariado del italiano, pero fijó una vez más la mirada en la calle, al ver que los autos avanzaban. Fabrizio se quedó en silencio mientras reflexionaba sobre la información que le había dado Harry y que le provocó una extraña opresión en el pecho, incluso podía percibir cómo su garganta parecía haberse cerrado y le estaba complicando respirar. Minutos después, se encontró frente a la casa de su psiquiatra, pero permaneció unos segundos mirando la fachada antes de decidirse a bajar del auto; de pronto una sensación de miedo apoderó de él, pero luchó por alejarla, cerró los ojos y negó con la cabeza. —¿Paso por usted? —inquirió Harry para cumplir con el protocolo, aunque ya conocía la respuesta que le daría. —Tranquilo, tomaré un taxi —respondió y se armó de valor para empujar la manilla y abrir la puerta. Bajó del coche y se irguió tan alto como era, mientras se estiraba la chaqueta, luego subió la escalinata con andar decidido, llamó a la puerta y esperó a que Sussanah le abriese, la saludó con una sonrisa como siempre y se dejó guiar por ella hacia el despacho de Clive. Enterarse de la manera en la que había muerto Terrence lo había trastocado un poco, pero también lo llenó de rabia porque Victoria había pasado años culpándose por algo que no era su responsabilidad. —Buenas tardes, Fabrizio —Lo saludó, ofreciéndole la mano. —Buenas tardes, Clive —respondió al saludo y luego caminó hacia el diván, para comenzar con la sesión. —¿Te encuentras bien? —inquirió, mirándolo con detenimiento. —Sí, ¿por qué lo pregunta? —contestó con una interrogante. —No lo sé, te noto algo tenso… como si estuvieses molesto. —Tal vez sea porque así me siento. —Necesitaba desahogarse y qué mejor que con su psiquiatra. —¿Deseas contarme el motivo de tu molestia? —Se cruzó de piernas y agarró su libreta para comenzar hacer anotaciones. —Acabo de enterarme cómo murió Terrence Danchester. —¿Y por qué tendría eso que molestarte? —cuestionó escribiendo rápidamente su respuesta y subrayó la palabra «muerte» —Porque mi novia ha pasado años sintiéndose responsable por la muerte de ese hombre, cuando el único culpable fue él… Todo lo que escuché por parte de quienes lo conocieron fue lo maravilloso que era, lo buen novio, lo buen amigo, lo buen hijo… lo buen cantante, pero nadie se había atrevido a decirme lo que realmente pasó. —¿Y qué fue lo que pasó? —inquirió, pensando que a lo mejor lo había recordado y por eso mostraba esa actitud tan hosca. —Que había estado bebiendo en un bar y chocó su auto contra un poste de alumbrado público, por estar ebrio. No tuvo nada que ver con Victoria —espetó, dejando en evidencia la rabia que lo invadía. —¿Eso es lo que crees? —cuestionó Clive y siguió anotando. —Por supuesto, ella no puso el trago en su mano ni le dijo que condujera su auto estando ebrio. Él debió subir a un taxi para regresar a su casa, pero en lugar de eso, prefirió conducir consciente de que podía ocasionar un accidente, como de hecho lo hizo… todo lo que sucedió fue su culpa por irresponsable —argumentó, mirándolo.

—Creo que no estás al tanto de que Terrence estaba intentando superar la depresión que le causó su ruptura con Victoria. —Eso fue solo su excusa… —alegó con desprecio. —¿Lo fue? Si no recuerdo mal, tú decidiste enlistarte en la guerra para olvidar el desamor que te causó Antonella —Le cuestionó. —Yo apenas era un muchacho y mi situación fue mucho más difícil, estaba siendo presionado por mi padre y no contaba con el apoyo de mi madre o mi hermana, ellas solo acataban lo que él decía. —¿Y no crees que Terrence pudo sentirse de la misma manera? —¡Claro que no! Ya era un hombre adulto y tenía el poder para decidir sobre su vida, no tenía por qué actuar como lo hizo y hacer sentir culpable a Victoria, que solo era una chica, que había perdido a su padre hacía menos de un año… él debió ser más consciente, pero lo único que hizo fue pensar en su maldito dolor —expresó, temblando de rabia, aunque no sabía por qué lo lastimaba decir eso. —¿Por qué sientes tanto resentimiento hacia él? —preguntó Clive, descubriendo cómo iban aflorando todos esos sentimientos. —¡Porque no era perfecto como lo quieren hacer ver! —exclamó poniéndose de pie y comenzó a caminar—. Porque no lo era; por el contrario, no fue más que un cobarde que se refugió en la bebida. —Fabrizio… intenta calmarte, recuéstate, por favor —pidió Clive, haciéndole un ademán hacia el sillón, pero lo vio negar. —Si en verdad hubiese amado a Victoria, tendría que haber luchado por ella… tendría que haberse aferrado con todas sus fuerzas y haberle rogado que se quedara con él —expresó con el llanto haciéndole girones la garganta—. Pero no hizo nada de eso, solo buscó ahogarse en el alcohol y revolcarse en su miseria para hacerla sentir culpable, él fue un cobarde… fue un maldito cobarde. El llanto que tenía atascado en su garganta consiguió rebasarlo y lo dejó correr en libertad, mientras esa mezcla de dolor, impotencia y rabia que hacía estragos en su interior estaba a punto de quebrarlo. Se sentó una vez más en el diván y cerró los ojos mientras negaba con la cabeza, apretó sus manos en dos puños y un sollozo explotó en sus labios, haciendo que se llevara las manos al rostro, para esconder su dolor al tiempo que sentía que su corazón se quebraba. —Respira… trata de respirar despacio —pronunció Clive, al ver que los sollozos apenas lo dejaban tomar aire y su cuerpo se estremecía—. Cálmate… todo está bien, está bien. —No…, no lo está —esbozó Fabrizio negando y un sollozo le rompió la voz, intentó secarse las lágrimas, pero no dejaban de brotar y supo que debía dejarlas salir o lo ahogarían—. No sé por qué me siento así… ni por qué me duele tanto que él actuara así. —Tal vez porque te sientes identificado con él —respondió Clive. —¿Identificado? —cuestionó Fabrizio desconcertado y lo miró con sus ojos colmados en llanto—. ¿A qué te refiere? ¿Por qué tendría yo que sentirme identificado con Terrence Danchester? Clive se quedó en silencio unos segundos mientras analizaba todo el panorama y realmente se vio tentado a decirle «Tal vez porque Terrence Danchester y tú son la misma persona». Sin embargo, prefirió esperar porque en ese momento él estaba muy alterado y hacer una revelación como esa podía terminar perjudicándolo, suspiró y se alejó para buscar un vaso con agua, mientras se daba tiempo para dar con una respuesta que consiguiera calmarlo. —Los dos sufrieron por desamor —contestó, ofreciéndole el vaso—. Él intentó ahogar sus

penas en la bebida y tú decidiste lanzarte a una muerte casi segura al enlistarte en la guerra, los dos sentían que no eran nada si no tenían a su lado a las mujeres que amaban y, desde que las perdieron, lo único que anhelaban era morir. —¿Cómo puede estar tan seguro de que él se sentía así? —inquirió luego de beber casi toda el agua, se sentía más tranquilo, pero igual de confundido que minutos atrás—. ¿Acaso lo conoció? ¿Era su paciente? —Digamos que sí —Le dio una respuesta ambigua, porque si era cierto que no lo conoció antes, ahora sí lo hacía. —Él fue amigo de su esposa, ¿no es así? —preguntó, mirándolo a los ojos, porque su respuesta anterior no fue del todo precisa. —Sí, fue amigo de Allison… —Le dio la espalda para poner el vaso sobre la mesa auxiliar, tomó aire y se volvió—. Y ella también se sintió culpable durante un tiempo por el destino de Terrence… así como Victoria o sus padres, porque de alguna u otra forma, todos sienten que debieron comportarse de manera distinta con él —comentó mirándolo a los ojos, para que supiera que le decía la verdad. —¿Y es que acaso él nunca cometió errores? ¿No hizo cosas que estuvieron mal y que lastimaron a todas esas personas? — No podía creer que alguien fuese tan perfecto. —Sí, por supuesto que lo hizo, todos los seres humanos cometemos errores y estoy seguro de que Terrence no estuvo libre de ello; sin embargo, desde niño fue víctima de las decisiones de los demás. Primero, su padre pensó que hacía lo mejor al llevárselo a Londres porque no le faltaría nada y tendría una buena educación. Segundo, cuando su madre renunció a él creyendo que hacía lo mejor y que el duque cumpliría con su palabra de ser un buen padre… —¿Cómo sabe todo eso? —Fabrizio parpadeó confundido. —Porque los esposos Danchester son mis pacientes, lo que me recuerda que no debería estar hablando de esto contigo, pero si deseo que tengas una visión completa del hombre al que estás juzgando y, así puedas aclarar tus dudas, entonces me permitiré la licencia de hacerlo —respondió con tranquilidad, porque todo eso lo había planeado desde que comenzó a tratar a los duques, le daría toda la información que había obtenido de ellos para así romper el bloqueo. —En ese caso, lo escucho —mencionó, porque sentía que Terrence se había convertido en un misterio que necesitaba resolver. —Ellos se sienten culpables de la infancia y adolescencia que llevó su hijo, de los riesgos que corrió por querer llamar la atención de Benjen, de la soledad que vivió al creer que su madre lo había abandonado, ya que su madrastra devolvía las cartas que ella le enviaba. Todo eso fue creando un gran resentimiento en Terrence, fue haciendo de él una persona huraña, desconfiada y hasta cierto punto insegura; por eso cuando Victoria decide abandonarlo, él piensa que lo hace porque no es lo suficientemente bueno para ella… —Pero eso no fue lo que sucedió, Victoria me contó el motivo y está claro que ella lo hizo porque pensó que era lo mejor. —¡Exacto! Una vez más, Terrence era víctima de la decisión de alguien más. En esta ocasión, dos personas le ocultaron la verdad, Victoria y Allison se pusieron de acuerdo para no decirle nada de un encuentro que tuvieron. —Hizo de su conocimiento aquella charla. —Lo engañaron —concluyó, frunciendo el ceño. —Digamos que actuaron en consecuencia de lo que suponían era lo mejor para él —alegó, porque la idea no era que él terminara aumentado su resentimiento en contra de ellas, sino que comprendiera que no tuvieron malas intenciones y así lograra superar su rencor. —Pero no tenían derecho de hacerlo, no debieron ocultarle la verdad —expuso molestándose

porque eso era un engaño, aunque recapacitó, él no era quien, para juzgarlas, ya que también se había convertido en un experto mintiendo. —Allison habló con él la tarde antes de que tuviera el accidente y le reveló todo; sin embargo, la culpa la persiguió por mucho tiempo, porque pensaba que de haberle dicho todo desde el principio, él no habría sufrido tanto. —No pudo evitar defender a su esposa. —Entonces… si él se enteró de la verdad, ¿por qué no buscó a Victoria? —inquirió, mirándolo con desconcierto. —Eso es algo que a lo mejor nunca sepamos, ya que solo Terrence sabe la respuesta — respondió con su mirada fija en la de él, mientras internamente deseaba que fuese él mismo quien se la diera. —Por orgullo… se sentía lastimado y traicionado —esbozó con certeza y su mirada se tornó oscura, porque en su interior sabía que así era como se sentía Terrence al enterarse de toda la verdad. —Sí, es lo más probable —concordó Clive, asintiendo. De inmediato supo que esa sería su reacción cuando se enterase de que una vez más, alguien había decidido por él y lo había engañado, pero todo parecía indicar que esta vez no había sido creyendo que era lo mejor para él, sino con otros intereses. Y todo apuntaba a que ese alguien era Luciano Di Carlo, sabía que el choque sería demasiado fuerte para Terrence, solo esperaba que eso no fuera a terminar creando una neurosis en él y de ser así, que estuviese en sus manos ayudarlo.

Capítulo 15 Victoria se despertó sobresaltada por el sonido del timbre que retumbaba con insistencia, fue sorprendida por un leve mareo que la hizo tambalearse. Por suerte, no se había puesto su ropa de dormir, sino que llevaba un sencillo vestido de lino azul, que resultaba adecuado para recibir a quien tocaba con tanta premura; cuando salió al pasillo casi chocó con Fransheska que también se veía perturbada. —¿Quién puede ser? —preguntó Fransheska parpadeando y su voz reflejaba la ronquera del sueño, pero también algo de miedo. —No tengo idea, pero lo que lo trajo hasta aquí debe ser urgente, por la manera como está llamando —contestó, frunciendo el ceño. Bajaron las escaleras con paso apresurado y al mismo tiempo siendo muy precavidas, Victoria se asombró cuando la vio agarrar un pesado florero de cristal y adoptar una posición de ataque a un lado de la puerta. Sonrió con nerviosismo y se asomó con mucho cuidado, por el cristal tallado que adornaba el centro de la puerta, abrió mucho sus ojos al descubrir quién era él que llamaba con tanta insistencia. —¡Es Tom! —exclamó, soltando el aire que estaba conteniendo. —¿Tom? —preguntó sin comprender mientras dejaba a un lado el florero, ya que al parecer era un conocido de Victoria. —Es un vecino de mis tías, somos amigos desde niños, a lo mejor alguien le dijo que estábamos aquí y vino a saludarnos —respondió al tiempo que giraba las llaves para abrir—. ¡Tom qué sorpresa! ¿Cómo has estado? —Lo saludó y caminó para darle un abrazo. —Bien, Vicky, llamé a Chicago y me dijeron que estabas aquí —mencionó él, recibiendo el abrazo y después la miró a los ojos. —¿Por qué llamaste a Chicago? ¿Qué sucede? —inquirió y de inmediato sus latidos se aceleraron porque él se veía angustiado. —Es tu tía Julia, está en cama desde hace dos días… —Vio que ella se disponía a protestar, por lo que se apresuró a continuar—: Apenas me enteré esta mañana cuando pasé a visitarlas y tu tía Olivia me comentó que el médico había ido a verlas. —¿Por qué no me dijeron nada? —cuestionó molesta y temerosa. —Sabes cómo es ella, se empeñaba en decir que no era nada, solo un simple resfriado, pero resultó ser una bronquitis… —¡Oh, por Dios! —expresó y sus ojos se llenaron de llanto. —Tranquila, el doctor dijo que, aunque es de cuidado, no hay que preocuparse, solo debe guardar reposo y tomar el tratamiento al pie de la letra para evitar empeorar —explicó para calmarla. —Gracias por venir para avisarme Tom, debo ir enseguida a verla y cuidar de ella — pronunció volviéndose con rapidez y tropezó con su cuñada—. Fransheska… creo que tendremos que cambiar de planes una vez más —añadió, mostrándose apenada con ella. —Tranquila, no te preocupes, primero está tu tía. —Muchas gracias… qué cabeza la mía, olvidé presentarlos… Tom, ella es mi cuñada y la

novia de Brandon —dijo señalándola. —Es un placer, Fransheska Di Carlo. —Le ofreció su mano. —Encantado, señorita, Thomas Ormond —respondió con una sonrisa amable, dándole un apretón con delicadeza, pues su mano parecía la de una muñeca—. Mi esposa y mi hijo vinieron conmigo, me gustaría llevarlas a las dos, pero iríamos un poco apretados. —Por mí no se preocupen, yo puedo esperar aquí —esbozó Fransheska con una sonrisa amable. —Fran, en el directorio junto al teléfono está el número de mis tías, por si necesitas comunicarte conmigo; de todas maneras, yo te llamaré más tarde para saber cómo estás e intentaré regresar mañana temprano. —No te preocupes Vicky, todo estará bien, dales un abrazo a tus tías de mi parte y espero que la señorita Julia mejore pronto —respondió sonriéndole para tranquilizarla, porque la veía algo alterada. —Lo haré con gusto, estamos en contacto —dijo y la abrazó. Victoria subió rápidamente a la camioneta, saludó a la esposa y al hijo de su amigo, luego se volvió para mirar a su cuñada y se despidió de ella con un ademán. Fransheska los vio alejarse y la preocupación que sentía se intensificó cuando se vio sola en esa enorme casa, sin saber en qué podía ocuparse, entró y comenzó a caminar por el salón; hasta que decidió ir a la biblioteca para buscar un libro que la ayudara a distraerse y que así el tiempo se le pasara más rápido. Después de dos horas la brisa golpeaba con fuerza las ventanas haciendo vibrar los cristales, y el cielo tenía un gris tétrico que era una clara señal de que se aproximaba una tormenta. A lo lejos se podían ver algunos rayos que atravesaban las nubes e iluminaban el paisaje, para después retumbar en la tierra con todo su poder y hacer que ella se estremeciera de manera involuntaria. Caminaba de un lugar a otro en la biblioteca, presa del miedo mientras pensaba que no fue buena idea quedarse allí sola; de pronto, otro trueno cayó tan cerca de la casa, que la hizo sobresaltarse y gritar, quiso salir corriendo, pero sabía que no tenía lugar a donde ir; en ese instante, el sonido del motor de un auto atrajo su atención. Caminó hasta el gran ventanal y sus ojos se llenaron de sorpresa cuando vio quién acababa de llegar, la felicidad y un alivio enorme la embargaron. Enseguida salió corriendo del estudio hacia la puerta principal, la abrió antes de que llamara y se lanzó sobre él, rodeándole el cuello con los brazos, al fin pudo respirar con tranquilidad. —¡Has llegado como caído del cielo! —exclamó ella, mirándolo a los ojos, con una gran sonrisa. —Gracias por el recibimiento… —pronunció entre divertido y desconcertado—. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás tan asustada? —preguntó viendo su palidez y lo frías que estaban sus manos. —Porque viene una tormenta, sabes que le tengo pavor a los truenos… y estoy sola porque Victoria tuvo que ir a casa de sus tías, ya que Julia está enferma, el doctor dijo que era bronquitis. —¿Y los empleados? —inquirió, mirando a su alrededor. —Ya se fueron a las fiestas de San Patricio, aunque algunos quisieron quedarse, Victoria y yo les insistimos para que siguieran con sus planes —respondió y lo vio asentir—. ¿Qué haces tú aquí? Pensé que no vendrías hasta mañana —dijo cayendo en la cuenta de ello. —Robert se ofreció a dirigir la reunión y aprovechando que la tía ya se había ido a casa de mi hermana, decidí venir a acompañarlas. Por un momento pensé que no me daría tiempo de llegar por la tormenta, estuve a punto de quedarme en uno de los hoteles del camino. —Gracias a Dios decidiste continuar… de solo pensar en que me hubiese tocado pasar la

noche aquí sola y con esa tormenta que se avecina, me lleno de miedo —expresó con alivio. —Tranquila, ahora estoy aquí para protegerte de los truenos —dijo sonriéndole, uno retumbó cerca de la casa y ella se estremeció, por lo que él apretó más el abrazo y le acarició la espalda con ternura mientras le daba un beso en la mejilla—. Entremos y encendamos las chimeneas porque de seguro hará frío esta noche. Minutos después se encontraban en la cocina y Fransheska estaba maravillada al enterarse de que Brandon sabía cocinar, y que además lo hacía muy bien. Él revisó lo que tenía en la alacena y preparó unos ricos espaguetis con albóndigas, era algo sencillo, pero modestia aparte le quedaban muy ricos, porque el secreto estaba en las especias que le ponía a la carne y la salsa de tomates. Fransheska no quiso quedarse atrás, así que también buscó todo lo necesario para preparar un tiramisú, que de todas las recetas de postres que sabía, ese era la que más deliciosa le quedaba, así que se fue a la segura para impresionar a su novio. Ambos se dedicaban miradas llenas de complicidad mientras iban de un lado a otro en la cocina, dándose besos cuando se pasaban los ingredientes o cuando él la ayudaba para alcanzar los utensilios, demostrando que eran el equipo perfecto. Dejaron todo casi listo y subieron a sus habitaciones para cambiarse, ella escogió un hermoso vestido largo de terciopelo azul oscuro con ribetes de encaje, se dejó el cabello suelto y se puso un maquillaje tenue. Él optó por un cómodo conjunto de pantalón, camisa de lino y un suéter porque estaba haciendo algo de frío, se miró al espejo mientras se ponía perfume en el cuello y sus latidos se aceleraron porque fue consciente de que Fransheska y él pasarían la noche solos; pero negó para alejar ese pensamiento de su cabeza. Bajó a la cocina y se concentró en terminar con la preparación de la pasta, luego puso la mesa y cuando vio aparecer a Fransheska luciendo tan hermosa, el deseo lo atravesó con tal contundencia que se acercó para besarla. Ella respondió con el mismo entusiasmo colgándose de su cuello, pero después de un momento se separaron porque eran conscientes de que debían mantener la tentación a raya. —La comida está deliciosa, creo que terminaré pidiéndote que cocines para mí muy seguido —agregó sonriéndole. —Lo haría con el mayor de los gustos y más si recibo una recompensa a cambio —comento, perdiéndose en la mirada gris de ella. —¡Por supuesto que la tendrás! —aseguró y su sonrisa se hizo más amplia—. Es mi turno para consentirte. —Se puso de pie y le dio un suave beso en los labios, después caminó en dirección a la cocina. Él la vio alejarse con esa cadencia y sensualidad que desbordaba al caminar, inocente del poder que tenía sobre él, ese que lo desarmaba y lo enloquecía. Un minuto después la vio regresar con una bandeja que puso sobre la mesa, le hizo espacio y con una sonrisa, procedió a servir el postre que con esmero había preparado esa tarde. —Este tiramisú es una exquisitez —expresó él, con una sonrisa. —Me alegra que te guste, es una receta de mi abuela. —Tu abuela fue una excelente maestra, esto está divino. Luego de comer pasaron al salón y se sentaron en el sofá frente a la chimenea que desprendía hermosas luces doradas y naranjas, al tiempo que llenaba de calidez el lugar. Ella se acomodó en su pecho y él la rodeó con sus brazos, se quedaron en silencio brindándose tiernas caricias, mientras la tormenta comenzaba a menguar, aunque a momentos las luces de los relámpagos iluminaban la estancia y segundos después el trueno retumbaba, pero ella apenas lo percibía. —Tengo una idea para terminar una maravillosa velada como esta —susurró Fransheska,

dándole un beso en la mejilla y se puso de pie, él tenía los ojos cerrados y ella pensó que debía estar cansado por el viaje y tanto trabajo—. Pero si estás muy agotado la dejamos para mañana — agregó, mirándolo a los ojos cuando los abrió para verla. —Solo un poco, pero haré lo que desees —respondió y ella le regaló una de esas hermosas sonrisas que lo hechizaban. —Perfecto, quiero bailar contigo —expresó con entusiasmo. Caminó hasta el gramófono y puso una melodía suave, luego regresó y le extendió la mano para que la acompañara. Él recibió la mano y se puso de pie acercándola a su cuerpo, comenzaron a moverse al compás de la música y sus miradas se fundían al tiempo que sus manos se complacían, recorriendo sus espaldas con roces que los hacían estremecer. Los besos fueron avivando ese deseo que los embargaba siempre que estaban así, mientras sus cuerpos se llenaban del calor que hacía que las sensaciones fuesen extraordinarias, sus respiraciones se volvieron más agitadas y esa necesidad de ceder ante la tentación cada vez se hacía más contundente. Después de un par de piezas se separaron con las miradas brillantes y sus corazones latiendo con fuerza, estaban sometidos por ese deseo que los estaba consumiendo de a poco. Brandon comenzó a repartir besos cálidos y tiernos en su rostro, para aplacar su anhelo y crear un ambiente más seguro, sabía que no podía dejarse llevar. Fransheska comprendió que él se cohibía porque deseaba cumplir con la promesa que le había hecho de esperar, aunque eso significase luchar contra las ansias que los azotaban, ese gesto hizo que lo amase aún más. Subieron primero hasta la habitación de ella y él encendió la chimenea para alejar el frío que se adueñaba del lugar; ella le dedicó una sonrisa y lo acompañó hasta la puerta para despedirlo. —Buenas noches, mi príncipe —susurró Fransheska y le dio un beso suave y lento que consolara a sus cuerpos. —Buenas noches, princesa… descansa —pronunció él, mirándola a los ojos y dándole otro beso. Brandon entró a su recámara y lo primero que hizo fue tomar una ducha que duró algunos minutos, necesitaba liberar la tensión que lo invadía y calmar su excitación. Se puso un pijama de seda azul y se metió a la cama, pero no hacía más que dar vueltas; el calor de su cuerpo que menguó hacía solo instantes, estaba de regreso con más fuerza y su corazón latía pesadamente, su deseo era tanto que su cuerpo dolía ante la necesidad de tener a Fransheska a su lado. De repente, la luz de un relámpago alumbró la habitación y segundos después el estruendo hizo retumbar la casa, haciéndolo sobresaltarse. Se levantó con rapidez y caminó hasta la ventana, pero antes de que pudiera abrir las cortinas, unos golpes en la puerta lo hizo regresar, giró la manilla y abrió rápidamente. —Brandon… ese trueno fue espantoso, casi me mata del susto, creo que cayó cerca de la casa —pronunció Fransheska, temblando. —Tranquila amor, no fue nada —mencionó abrazándola—. Sí, creo que cayó cerca del ala izquierda de la casa. Tal vez debería bajar para ver si causó algún daño. —¡No, por favor! No lo hagas, mejor quédate conmigo —rogó, abrazándolo y hundió su rostro en el cálido pecho de su novio. —Está bien, me quedaré contigo —dijo acariciándole el cabello. —Me estoy comportando como una niña, ¿verdad? —preguntó con las mejillas sonrojadas cuando alzó el rostro y vio que él sonreía. Brandon negó con la cabeza y le dio un suave beso en los labios, acariciándole las mejillas con los pulgares; ella posó las manos sobre su pecho y suspiró llena de felicidad, al ver ese amor

que le profesaba, le rodeó la cintura con sus brazos y se puso de puntillas para ofrecerle sus labios. Él no pudo resistir la tentación y se adueñó de ellos con un beso cargado de la pasión que llevaba dentro y que casi se desbordó al ser consciente del delicado camisón que cubría la figura de Fransheska. —Yo le temo a los espacios cerrados y eso no me hace infantil, ¿o sí? —inquirió Brandon, mirándola a los ojos una vez que se separaron. Ella negó con la cabeza y le acarició la mejilla. —¿Me puedo quedar aquí? —preguntó, pero al ver que una sombra atravesaba los ojos azules se apresuró a continuar—: Prometo no molestarte, ni siquiera te darás cuenta de que estoy en este lugar… pero me aterra regresar a esa habitación y quedarme allí sola. —Fran… tú no me molestarías nunca, aunque dudo que pueda olvidar tu presencia aquí… — Se detuvo, sintiendo cómo su corazón se disparaba ante la sola idea de tenerla tan cerca. —Brandon… —esbozó con las mejillas sonrojadas. —Claro que puedes, princesa —respondió, sintiéndose estúpido ante los nervios que lo invadían, era absurdo pensar que no podía controlar sus ansias—. Puedes dormir aquí y yo lo haré en el sofá —mencionó al tiempo que tomaba unas mantas y una almohada. Fransheska asintió y se mordió el labio porque por culpa del miedo no se había percatado de lo comprometedora que era la situación, pero estando frente a la enorme cama de Brandon, un mareo se apoderó de ella y las piernas le temblaron. Tal vez él supo lo que pensaba y le dedicó una sonrisa para infundirle confianza, luego le acarició la mejilla con ternura, le dio un suave beso y se alejó. Lo vio acostarse, se notaba tan relajado que le parecía absurdo que viese esa situación con otros ojos, eran personas adultas y racionales. Se dijo que no había motivo para sentirse nerviosos; así que se quitó el salto de cama y se metió bajo las cobijas, intentando relajarse. Brandon tuvo ganas de salir para ver si el diluvio que caía afuera lograba aplacar el calor que sentía, pero ciertamente lo dudaba; respiró profundo e intentó relajarse. Sin embargo, sus sentidos parecían estar en su contra, escuchaba cada roce de las cobijas que se producía en su cama, era consciente hasta de la respiración de Fransheska; desde ya podía jurar que esa noche no lograría conciliar el sueño. —Brandon, ¿seguro estás cómodo? —inquirió incorporándose—. Esta cama es muy amplia, creo que hay suficiente espacio para cuatro personas —agregó inocente de lo que esas palabras implicaban. —Estoy perfectamente, no te preocupes Fran —contestó con la voz mucho más ronca. No sabía si ella era demasiado inocente o si le estaba haciendo una invitación, pero lo estaba enloqueciendo. Los minutos pasaban y no lograban conciliar el sueño, ella se removía entre las sábanas, presa de una inquietud que no entendía, lo buscó con la mirada y vio que parecía una estatua, sabía que estaba vivo por el movimiento de su pecho al respirar. Brandon estaba luchando por permanecer inmóvil, pero por dentro cientos de emociones lo arrastraban a la más insoportable de las necesidades; de pronto, escuchó con claridad cómo ella suspiraba y lanzaba las cobijas a un lado, para segundos después percibir su cercanía. —No puedo dormir… tu cama parece tener algo en mi contra — susurró apenada, porque no quería parecer una caprichosa. —Tal vez desee que estemos juntos en ella —pronunció con un tono íntimo y profundo, se puso de pie y la miró a los ojos. Fransheska tragó en seco y sus labios temblaron, posó la mirada en los de Brandon que lucían provocativos y maravillosos; su respiración se aceleró cuando él bajó muy despacio y rozó

apenas los suyos, ese simple toque hizo que su corazón diese un vuelco. Brandon le acunó el rostro y comenzó a besarla muy despacio, mientras sus latidos eran tan fuertes, como jamás creyó que fuese posible y su boca se deleitó entregándole besos lentos y sensuales, provocando que el deseo en ambos creciera como una avalancha. Ella apoyó sus manos en el poderoso pecho de su novio y pudo sentir el latido de su corazón que estaban tan desbocado como el suyo; una ráfaga de calor subió desde la punta de sus pies y fue encendiendo cada espacio de su cuerpo. Llevó las manos a su nuca y notó que ese mismo calor también comenzaba apoderarse de él, jadeó cuando la pegó a su cuerpo, haciéndola consciente de lo intenso de su deseo. —Fransheska —susurró su nombre como una caricia, mientras con sus labios hacían un camino desde su cuello hasta su hombro. —Brandon, mi amor… siento… siento que me estoy quemando, es como si un fuego se esparciese por todo mi cuerpo… es tan intenso —esbozó, hundiendo sus dedos en la espesa cabellera dorada. —Es un fuego sagrado, amor… que hace arder tu cuerpo y tu corazón, yo siento lo mismo. Fran, mírame. —Se separó para verla y ella le dedicó una mirada brillante, hermosa y cálida—. No puedo soportar más este deseo… siento que voy a enloquecer si no te tengo, por favor, déjame amarte y llenarte de placer… pues te juro que moriré si no lo hago —confesó, mirándola con intensidad a los ojos. Ella se estremeció ante esas palabras sin saber qué responderle, de inmediato una mezcla de miedo y excitación se apoderó de su ser, recordó las veces que en la soledad de su habitación se había imaginado ese momento. Lo anhelaba y de eso no le quedaban dudas, quería vivir junto a él todas esas emociones de las que le había hablado Edith, saber si era cierto que hacer el amor era como rozar el cielo con los dedos. —Mi amor… sé que prometí darte tiempo, pero yo… —Ella posó los dedos sobre sus labios, callándolo. —Hazme el amor, Brandon… quiero ser tuya… —susurró con la mirada brillante y llena de convicción—. Quiero entregarte mi vida, mi alma… y mi cuerpo, estoy lista para vivir todo eso contigo —añadió, reforzando sus palabras mientras todo su cuerpo temblaba. —Mi amor, te prometo que nada hará que me separe de ti, desde hoy y para siempre prometo ser solo tuyo, porque te amo de una forma en la que jamás me creí capaz, tú hiciste nacer en mí el sentimiento más hermoso y fuerte que un hombre pueda tener —expresó con emoción. Brandon la abrazó con fuerza, sonriéndole y mirándola a los ojos, le dio un beso tan lento que la hizo suspirar, eso terminó por alejar todos sus miedos y prejuicios. Desde ese momento se dejó llevar por sus ansias y se entregó a lo que él le brindaba; las caricias de su novio recorrían su cuerpo, invitándola a rendirse ante la magia y la seducción que él derrochaba. —Yo también te deseo… te deseo con locura —confesó ella con los ojos cerrados, gimiendo al sentir cómo él enredaba los dedos en su cabello y le llenaba el cuello de esos besos que la estremecían. —La noche será corta para amarnos —susurró él, siendo consciente de lo poderosa de su excitación y que no iba a conformarse con tenerla solo esa noche, necesitaría toda una vida. —Entonces, no perdamos tiempo —dijo mostrándose osada y con manos temblorosas comenzó a desabotonar la camisa de su pijama. Ella suspiró deleitándose con la calidez y la firmeza de los músculos que adornaban el pecho de su novio, recorriendo con sus dedos y su mirada la hermosa piel que apenas estaba cubierta por unos pocos vellos. Estaba tan embelesada que ni siquiera notó que él la miraba sonriente, ella se

pasó la lengua por los labios porque la tentación de besarlo era demasiada, deslizó sus dedos por los suaves relieves que dividían su abdomen y tembló al llegar a la cintura de su pantalón. —Haz lo que quieras, Fransheska… yo soy tuyo. —Brandon la animó al ver en su mirada que ella quería hacer algo, pero no se atrevía tal vez porque pensaba que era indecoroso. —Yo… quiero besar tu pecho —susurró con el rostro pintado de carmín, con una mezcla de vergüenza y excitación. —Bésame… quiero sentir tus labios —pidió, acercándose a ella. Fransheska percibió el aroma intenso y masculino que brotaba de su piel, así como el intenso calor que la hizo humedecer una vez más sus labios, lo miró a los ojos y se ahogó en la profundidad de su mirada, antes de dejar caer un par de besos en uno de los pectorales. Brandon gimió y todo su cuerpo tembló al sentir el delicado roce de sus labios, a pesar de haber recibido besos más osados que esos, era como si fuese la primera vez que lo besaban porque con ella todo era distinto, Fransheska hacía que cada beso y caricia fuesen especiales, únicos. Él no quiso quedarse atrás, también deseaba besarla de la misma forma, así que lentamente fue deslizando los tirantes del camisón, no sin antes admirar esa prenda que era tan hermosa y delicada, tan suave y pura como ella. La sintió temblar cuando sus manos comenzaron a recorrer su espalda desnuda, le dio un par de besos en el hombro y pudo percibir cómo inspiraba profundamente para relajarse, luego dejó escapar un suspiro cuando la tela quedó hecha un nido a sus pies. —Déjame verte… deseo verte, amor —susurró con sensualidad. La ilusión creció aún más dentro de ella y rompió con fuerza en su vientre, arrancándole nuevos temblores y gemidos, se separó un poco de él y la mirada de Brandon comenzó a recorrer su figura; era tan intensa que hizo que su piel se prendiese en llamas, era como si pudiese tocarla solo con verla. Para él era imposible desprender las pupilas de su figura, era perfecta y maravillosa, le encantaba la forma redonda de sus senos, coronados por dos hermosos botones de rosas que parecían estar despiertos a la espera de los primeros rayos del sol. Su cintura era tan diminuta que quiso envolverla con sus manos, y su vientre plano lo tentó a deslizar sus labios para sentir cómo temblaría. —Eres lo más extraordinario que mis ojos han visto, Fransheska… eres tan bella que temo que esto sea un sueño y que de un momento a otro desaparezcas… ¡Oh, mi hermosa princesa, mi dueña! Quiero besar cada espacio de tu cuerpo y quedarme en ti para siempre —expresó con la voz vibrándole. Fransheska se abrazó a él con fuerza y ese primer roce de sus pieles desnudas fue electrizante, miles de luces estallaron a su alrededor y sus cuerpos se estremecieron. Brandon le besó las mejillas con ternura, después bajó a su barbilla y con sus labios dibujó la línea de su mentón, subiendo y bajando por su cuello, sus labios, sus orejas, provocando que ella llenara la habitación de gemidos. Ella deseaba besarlo y entregarle el mismo placer que le ofrecía, pero estaba tan rendida a él que todo lo que podía hacer era dejarse besar, mientras sus manos se deleitaban con cada músculo fuerte y estilizado de su espalda, subiendo por sus brazos y hombros. Brandon deslizó sus manos por su espalda hasta apoderarse de su derrière y lo apretó con poderío, haciendo que un jadeo estallara en sus labios. Sintió que todo su mundo se estremecía junto con ella, las manos de Brandon hicieron que el fuego en su interior se hiciera voraz y una ansiedad incontrolable se apoderó de su intimidad; al tiempo que su vientre fue presa de deliciosos espasmos. Él sintió cómo el calor de su piel aumentaba y sus pezones se hacían más duros contra su pecho, no pudo seguir conteniendo sus

ganas de tocarlos y llevó su mano hasta la suave curva, rozándolo apenas y después extendió la palma de la mano para abarcarlo por completo, quedando perfectamente acoplados. Fransheska se aferró a sus cabellos y liberó gemidos excitantes que se ahogaban en sus bocas, necesitaba sentirlo más cerca, así que se colgó de su cuello. Él la sujetó por la cintura para elevarla y ella lo envolvió con sus piernas, haciéndole sentir el calor húmedo que impregnaba su intimidad y que se podía apreciar a través del encaje de su ropa interior. —Brandon, mi amor, te necesito… esto es demasiado, voy a perder la cordura —susurró contra sus labios mientras lo veía a los ojos. —No intentes contener tus sensaciones, solo disfruta y déjame llenarte de placer, apenas estamos comenzando —dijo con una sonrisa traviesa y le mordió la boca con suavidad. La vio parpadear de manera nerviosa y rozó con su lengua el labio que había mordido, luego le acarició la espalda para llenarla de confianza—. ¿Intentamos dominar a mi cama? —Le preguntó en su susurro cargado de sensualidad. —Estoy segura de que puedes hacerlo… pues yo estoy completamente rendida a ti —confesó, sonrojándose mucho más y le acarició la nuca, sintiéndose poderosa al ver que también tenía poder sobre él. Brandon le dedicó una sonrisa maravillosa y caminó llevándola entre sus brazos, sin desviar un solo instante sus miradas, la posó suavemente sobre la cama. La imagen de Fransheska sobre la delicada sábana de algodón blanco, provocó en él tantas emociones que sus latidos se desbocaron, había soñado infinidad de veces con el momento en el que consumarían su amor y ya no podía seguir esperando.

Capítulo 16 Fransheska estaba absolutamente hechizada por Brandon, sonreía mientras admiraba cómo las luces de la chimenea creaban hermosos destellos sobre su atlética figura, haciendo que una luz emanara de su piel y lo hiciera lucir como si estuviese hecho de oro. Lo vio erguirse cuán alto era, regalándole esa sonrisa franca que la hacía suspirar y sin dejar de mirarla un solo instante, comenzó a mover ligeramente sus manos; ella supo que estaba despojándose del pantalón de su pijama, de inmediato su cuerpo fue presa de una gran ansiedad que la hizo tensarse; y no tuvo el valor para bajar su mirada y verlo desnudo. Sus miradas siguieron ancladas mientras él se acercaba despacio, ella sintió el peso de su cuerpo en la cama y unos nervios incontrolables la invadieron. De pronto, su mente se vio asaltada por un cúmulo de pensamientos que la hicieron consciente de lo que pasaría, su garganta se cerró y sus ojos se llenaron de lágrimas; a pesar de que lo amaba y lo deseaba, no podía evitar sentir algo de miedo también. Él pudo notar cierta tensión en ella y le dedicó una maravillosa sonrisa para infundirle confianza, mientras acariciaba su rostro y lo llenaba de besos que eran tan delicados como el rocío de la mañana. —Fran, no tienes nada que temer… Te amo con toda mi alma y te juro que esto no hará que lo que siento por ti cambie; por el contrario, esta entrega reforzará nuestro amor y no pienso esperar tanto para casarnos, en cuanto tus padres pongan un pie en América, nosotros lo hacemos en una iglesia, te lo prometo, princesa —expresó con todo el amor y la ternura que ella le inspiraba. —Yo confío en ti y no necesito que asegures algo que sé harás, Brandon… es solo… — Respiró profundamente para pasar las lágrimas que estaban a un pestañeo de desbordarlas—. Son tantas emociones que no sé cómo explicarlas y me siento algo abrumada, pero estoy segura de que quiero continuar… anhelo amarte y ser tuya —explicó mirándolo a los ojos para demostrarle que era sincera. —Confieso que también me siento así, solo tienes que sentir cómo estoy temblando, Fransheska… puede que esta no sea la primera vez que tengo relaciones, pero lo es contigo y eso hace que sea único —dijo y su voz vibraba demostrándole que estaba nervioso. —Entonces, hazme el amor y vivamos esta noche como si fuese la primera para los dos — pidió, para que él olvidara a todas aquellas que estuvieron antes de ella—. Enséñame a complacerte y deja que, desde hoy, yo sea la única que esté en tu cabeza, quiero ser tu primera vez también —pronunció con una mezcla de timidez y convicción. Él le entregó una sonrisa que iluminó su mirada mientras afirmaba con su cabeza, también suspiró con alivio porque esa certeza en ella era todo lo que necesitaba para hacerle amor. Comenzó a besarla muy despacio y sus manos viajaron hasta la última prenda que la cubría, la sintió tensarse cuando deslizó los dedos por la cinta que la sostenía, así que esperó un poco mientras seguía besándola. —Sigue… quítamela —susurró ella con un suspiro. Brandon la obedeció y sus latidos se aceleraron, al sentir cómo ella temblaba ligeramente mientras la delicada prenda de encaje y algodón se deslizaba por sus piernas y en un último movimiento diestro y sutil la abandonó. Él deseaba con todas sus fuerzas verla, pero prefirió no

cortar el contacto visual porque quería que se sintiese cómoda y confiada; la acercó más a su cuerpo en un abrazo y se apoderó de sus labios, al tiempo que le acariciaba la espalda. Fransheska sintió la necesidad de acortar la distancia y se acercó, sintiendo de inmediato una presión tibia, poderosa y palpitante contra su vientre, que la hizo jadear y estremecerse. Ese calor que hacía minutos amenazaba con incinerarla, regresó con más fuerza y provocó que una ola de humedad brotara de su interior, haciéndola gemir, Brandon ahogó ese sonido con sus besos y la atrajo más hacia él para que se acostumbrara a esa cercanía. —Brandon… ¡Oh, Brandon!… Te amo mi vida… mi cielo… te amo y te deseo —susurró, besándolo y sentía cómo a cada segundo la presión sobre su vientre era más potente, también como sus pieles ganaban calor y una delgada capa de sudor comenzaba a cubrirlos. —Tú eres mi universo, Fransheska, te amo y eres todo lo que deseo tener en la vida, ¡Dios, eres maravillosa! —exclamó, deleitándose con su dulce aroma a flores y ese ligero temblor que la recorría—. Me vuelves loco… me vuelves loco, amor mío —susurró, besándola. Ella no lo había visto desnudo y sentirlo tan excitado despertaba su curiosidad, así como un ligero temor, ya que Edith y otras de sus amigas que estaban casadas, le había comentado que la primera vez podía resultar algo incómoda, incluso ser dolorosa si el hombre estaba muy dotado, y sospechaba que Brandon era de ese tipo de hombres, así que necesitaba saberlo, pero no sabía cómo. —Brandon… yo… yo quiero… —esbozó y sus labios temblaron. —Dime lo que quieres… haré lo que desees, todo lo que desees, amor —mencionó, mirándola a los ojos mientras le acariciaba el rostro. —Yo… —Ella suspiró y sus mejillas se sonrojaron ferozmente, sus manos temblaron y esquivó la mirada de su novio. Él, al ver que ella se cohibía la besó con dulzura y buscó sus ojos para llenarla de confianza, sonriéndole—. Yo… quiero… no, no es eso. —Estaba tan nerviosa que no lograba hilar la idea—. ¿Puedo tocarte? —preguntó al fin y el color carmín que cubrió su rostro fue tan intenso como hermoso. —¿Tocarme? —La miró desconcertado, pero al ver su sonrojo comprendió a lo que se refería y sonrió asintiendo—. Tú puedes hacer lo que desees, Fran, yo soy completamente tuyo — pronunció con su voz más profunda y su mirada brillaba de emoción. La vio tan apenada y cohibida, que fue él quien agarró su mano y la guio hasta su miembro, sin dejar de mirarla y podía ver que ella se debatía entre los nervios y el deseo. Al fin lo rozó y jadeó sorprendida; él la instó a envolverlo en su pequeña y delicada mano, lo que provocó que se desataran sensaciones maravillosas en su interior, una vez más sentía que con ella todo era distinto, esa timidez y el brillo que iluminó sus ojos grises lo hacían sentir el hombre más especial sobre la tierra. —Es suave, pero está tan caliente y se siente… no sé cómo explicarlo —esbozó ella, parpadeando con nerviosismo. —¿Te gusta tocarla? —preguntó, llevando la mano de ella a lo largo de su longitud, para que pudiera sentir cuando erecto estaba. —Sí… sí, me gusta —respondió, sonriendo con timidez. —Qué bueno escucharlo, porque será parte de ti —dijo rozando sus labios con los de ella y sonrió al verla parpadear. Fransheska tragó en seco porque no sabía si conseguiría albergarlo todo en su interior, pero intentó sonreír y siguió tocándolo para comprobar si ciertamente era un hombre dotado. No tenía nada con qué compararlo, así que no sabía si era normal, aunque no lo parecía; por el contrario, le resultaba inmenso, se estremeció y buscó su mirada mientras la suya reflejaba cierta angustia.

—¿Me va a doler mucho? —preguntó con voz trémula. —Voy a hacer todo lo posible para que eso no pase… —Fue sincero con ella, porque esa era la base de una relación, la vio parpadear con nerviosismo—. No te preocupes Fran, te prometo que voy a cuidar de ti y que lo vas a disfrutar —contestó con voz llena de amor—. ¿Puedo tocarte yo ahora? —inquirió deseoso de sentir su humedad y su calor. Ella abrió los ojos con sorpresa y no supo qué decir, pero él insistió con un beso profundo y lento que hizo que todas sus murallas cayesen, ella se acercó llevada por su instinto y él tomó eso como un sí. Muy despacio comenzó a bajar la mano por su vientre que temblaba como las alas de las mariposas al viento, ella gimió ante el primer roce de sus dedos que se detuvieron justo sobre su monte de venus, provocando que se llenase de expectativas y excitación. Hasta ese momento, él tampoco había visto más allá de su cintura, pero se resistió al deseo de hacerlo, imitó su actitud y sin dejar de mirarla comenzó acariciar los sedosos y escasos vellos que cubrían su intimidad. La vio contener el aliento cuando sus dedos bajaron un poco más, rozando apenas los labios íntimos que estaban impregnados de una cálida humedad, que lo hizo gemir y de inmediato un poderoso deseo se apoderó de su pecho. Fransheska sintió cómo su vientre se convulsionaba con fuerza y un exquisito calor la envolvió, trayendo consigo una nueva ola de humedad que bañó su intimidad, dejó caer los párpados cuando sus dedos siguieron el camino hacia su centro. Tembló en el momento en que Brandon deslizó con suavidad uno de sus dedos en su lugar más íntimo; se arqueó gimiendo de placer y se aferró a sus hombros para soportar las emociones que la atravesaban, él la besó con ardor sin dejar de mover el dedo en su interior, entregándole esos cadenciosos masajes que la estaban elevando y aceleraban todo en su interior. —¡Amor! ¡Oh, mi amor! —exclamó, porque sus roces hicieron que se humedeciera mucho más, y apretó sus piernas. —Relájate y solo siénteme, Fran, ¡Dios, eres tan hermosa! —murmuró perdiéndose en esa sublime imagen que le entregaba. Ella se aferró a la cabellera dorada, mientras hundía su cabeza en la almohada y cerraba los ojos, percibiendo ese delicioso temblor que se apoderaba de cuerpo, su corazón y su alma. Brandon llevó una mano hasta su rodilla y la acarició con suavidad, al tiempo que su otra mano seguía donde ella lo mantenía cautivo; bajó un poco más y sus labios buscaron sus senos coronados por los pezones rosa. Fransheska creyó perder la cordura cuando los labios de Brandon se cerraron sobre uno de sus pezones y comenzó a succionarlo con suavidad, mientras su mano seguía creando sensaciones que la hacían navegar en un mar de placer. Cada beso y cada caricia de Brandon era tan intensa que ya no sentía sus piernas, ni sus brazos; en realidad, su cuerpo ya no le pertenecía, ahora era de él. Y para acrecentar aún más las sensaciones, distinguió el toque húmedo de su lengua que bajó entre sus senos y llegó a su vientre tembloroso. Empezó a crear un camino de besos que iba descendiendo y antes de que pudiera adivinar sus intenciones, sintió que le separaba las piernas con sus anchos hombros, abrió los ojos sorprendida, justo para verlo perderse donde su mano hasta hacía un momento pretendía robarle la cordura. —Brandon… —esbozó con la voz agitada—. ¿Qué haces? —cuestionó parpadeando, sin saber lo que pretendía. —Prometí que disfrutarías de esta experiencia, relájate mi amor y deja que te llene de placer —susurró sonriéndole y besó su pubis. Brandon le dio rienda suelta a su instinto que esa noche deseaba recorrer cada espacio del cuerpo de la mujer que amaba, embriagarse con su aroma y deleitarse con su suavidad. Quería

entregarle toda la pasión que llevaba meses dentro de él y que ya no podía contener, pero sus deseos no eran solo para su satisfacción, más que eso, anhelaba la de ella, que esa noche fuese eterna para Fransheska. Sus ansias lo llevaron a beber de esa flor que con cada temblor le regalaba gotas de su miel salada; adoró perderse en su olor y su sabor virgen. Se deleitó rozando con su lengua esos suaves labios que eran tan exquisitos como los de su boca, y casi enloqueció al sentir cómo se contraía entorno al dedo que hundió en ella para dilatarla. Elevó un poco el rostro para verla y su visión le confirmó que estaba a las puertas del éxtasis, ella se aferraba con fuerza de la sábana y mantenía los párpados cerrados, mientras de sus labios ligeramente separados, brotaban excitantes gemidos. En ese instante supo que no existía nada más hermoso, que el rostro de la mujer que amaba a punto de alcanzar la más extraordinaria sensación de plenitud; de inmediato, su pecho se hinchó de orgullo al saber que era él quien le estaba haciendo vivir todo eso por primera vez. Fransheska sentía que el alma se le iba con cada beso que Brandon le daba; sus piernas temblorosas, sus senos que subían y bajaban agitadamente, el sonrojo de su piel y sus gemidos, eran la prueba del extraordinario placer que la embargaba mientras la pesada y ágil lengua de su novio, se movía con una sensual lentitud por su intimidad y sus manos se aferraban a ella con posesión. —Brandon… —Logró esbozar entre jadeos—. Amor… no puedo más… no puedo más, siento que voy a estallar… por favor… Brandon —suplicó, sintiendo que ese pálpito en medio de sus piernas se hacía más intenso y comenzaba a viajar por todo su cuerpo. —Deja que tu cuerpo se libere… mi amor… déjalo volar. Su voz estaba cargada de sensualidad y poder, porque justo en ese momento se sentía el hombre más poderoso sobre la tierra, al tenerla completamente rendida a él. Fue consciente de que ella estaba muy cerca de liberarse y que él también necesitaba lo mismo, así que deslizó su lengua un poco más dentro de ella, su pulgar encontró aquel botón de rosa que él sabía la enloquecería, y comenzó a masajearlo. —¡Oh, Dios mío! —exclamó Fransheska en un grito ahogado. Un temblor la atravesó con fuerza y enseguida llevó su mano para tirar de la cabellera de Brandon, en un desesperado intento por evitar lo inevitable, mientras sollozaba y gemía. Nunca imaginó que hacer el amor pudiese ser tan intenso, tan maravilloso y sublime, pero lo más asombroso de todo, era que él todavía no la tomaba como se suponía que lo haría, y ya sentía que no podía más. El cuerpo de Fransheska se tensaba y temblaba a momentos, haciéndole saber que estaba muy cerca de la cima a donde deseaba llevarla. Su intimidad cada vez estaba más empapada por la humedad que brotaba de ella y por su saliva que le bañaba los labios, haciendo que sus besos emitiesen un sonido que cada vez los excitaba más, mientras que ese pequeño brote entre sus pliegues vibraba ante cada roce de su lengua o succión de sus labios. —¡Brandon! —suplicó con la voz ronca por el placer. Se arqueó al tiempo que sus caderas parecían haber cobrado vida propia porque se elevaron buscando eso que él le ofrecía, abrió sus ojos y ancló su mirada en él. Quedó alucinada ante la imagen que su novio le mostraba, pero al sentir que los roces de su lengua se hacían más intensos y rápidos, apretó sus párpados y se mordió el labio inferior mientras nuevas oleadas de placer. —Fransheska, déjate caer amor… Estoy esperando para recibirte —expresó, deleitándose con la gloriosa visión de su cuerpo tembloroso y envuelto en ese vapor de deseo, placer y lujuria. Al fin las palabras de su novio y todas las emociones que la embargaban la desbordaron,

sintió cómo si fuese arrastrada por una avalancha tan poderosa como sublime. Su cuerpo convulsionó varias veces y el nombre de él salió de su garganta como un grito desgarrador, pero no era dolor lo que sentía, sino el más puro, contundente y extraordinario de los placeres. El corazón de Brandon se llenó de júbilo cuando ella alcanzó el clímax y gritó su nombre, entendió en ese momento que ya no solo se trataba de calmar una necesidad y llenarse de placer. Ya no solo entregaría el cuerpo sino también el alma; y deseaba hacerlo, darse a ella por completo y recibir todo lo que él podía ofrecerle, que presentía sería mucho más de lo que imaginó, muestra de ello fue ese gesto de rendirse y proclamarlo como su conquistador. Fransheska estaba aún en esa bruma mágica que la envolvía, cuando sintió a Brandon dibujar un camino de besos sobre su vientre que temblaba ligeramente. Suspiró con ensoñación y hundió sus dedos en la cabellera dorada que estaba húmeda por el sudor, luego bajó a sus hombros y empezó acariciarlos con suavidad, mientras él seguía besándola hasta que llegó de nuevo a sus senos. Comenzó con dóciles toques de sus labios, pero luego la calidez de su boca se apoderó muy despacio de sus pezones y su lengua los rodeó antes de succionarlos con fuerza. Ella se arqueó para ofrecérselos al tiempo que de sus labios se liberaba un torrente de gemidos, las manos de él se deslizaban por sus piernas, sus caderas y sus costados, haciendo que, en su cuerpo ya saciado, se despertase de nuevo a la necesidad de sentirlo. —Mi amor … siento tantas emociones y mi cuerpo está embargado de tantas sensaciones… que no sé… no puedo explicarlas, pero son maravillosas —susurró, mirándolo a los ojos. Él sonrió y atrapó sus labios en un beso lento y sensual que la hizo suspirar—. Me hiciste perder la cabeza… no sabía dónde estaba ni cómo me llamaba, mi mente estaba colmada solo de eso que provocabas en mí… lo único de lo que podía ser consciente era de ti —agregó mientras rozaba su fuerte espalda con la punta de los dedos, buscó sus labios para dejar caer en ellos una lluvia de besos, apenas toques. —Yo también lo he hecho, mi amor, no podía detenerme porque todo en mí clamaba por hacerte volar, por amarte —susurró contra los labios rojos y ligeramente hinchados por tantos besos compartidos; y aún faltaban muchos—. Tengo tanto para darte, Fransheska… y no puedo esperar más. ¿Te gustaría perder la cabeza de nuevo, junto a mí? —preguntó, mirándola a los ojos con intensidad y una sonrisa enigmática. —Sí, quiero que perdamos la cabeza, juntos —respondió con una sonrisa radiante y se movió debajo de él para incitarlo. Brandon se apoderó de sus labios con un beso repleto de pasión mientras se deslizaba sobre ella y empujaba sus caderas para hacerla consciente de su necesidad. Él comenzó a rozar su intimidad, intentando no dejarse llevar por su urgencia y ese deseo que les pedía a gritos fundirse en ella, sabía que debía ser cuidadoso Fransheska sintió la presión de la poderosa erección que buscaba entrar y cedió a lo que él pedía, separó sus piernas para recibirlo y su instinto hizo que le envolviera las caderas, mientras sus labios se fundían en un beso intenso y embriagador. Gimió de placer cuando su novio empezó a entrar muy despacio y todo su cuerpo pareció calmarse al sentirlo, pero al mismo tiempo vibraba, nunca había tenido una sensación tan poderosa y maravillosa a la vez. —Brandon, te amo… mi vida… mi cielo… —susurró, acariciándole la espalda, los hombros, los brazos—. Quiero ser tuya, tu mujer… llévame al cielo, mi amor… hazme volar, llévame entre tus brazos a ese paraíso que veo en tu mirada —esbozó, buscando sus labios para dejar caer en ellos besos cálidos y sensuales. —Hacerte mi mujer será el mayor de los placeres, Fransheska —respondió en un susurro

íntimo y excitante. Brandon se estremeció cuando la humedad y la calidez que anidaba dentro de ella lo impregnó, arrancándole un gemido gutural que ahogó en su cuello. Estaba muy estrecha y ejercía tanta presión entorno a él, que apenas conseguía moverse, suspiró recordándose que debía ir despacio, pero ella se arqueó elevando sus caderas en un movimiento espontáneo y se aferró a sus hombros. Percibir su necesidad lo animó a deslizarse un poco más y no tardó en sentir la delgada barrera que resguardaba su virtud; se detuvo un momento para admirarla. Sabía que Fransheska no perdería su candor y su inocencia, pero sí era consciente de que a partir de ese momento sus encantos sensuales serían más poderosos; si antes con un beso y una mirada lo volvía loco de deseo, no podía ni imaginar el poder que tendría sobre él después de esa noche. —Fransheska… mírame, amor —pidió en un susurro ronco. Ella lo complació y su mirada se fundió en la azul de su novio que lucía hermosa, oscura y brillante; de inmediato comprendió la petición que él le hacía y asintió con una sonrisa. Él repitió el mismo gesto para corroborar que ella sin palabras lo había comprendido, hizo su sonrisa más amplia y asintió de nuevo, rozando también sus labios para hacerle saber que estaba lista para convertirse en su mujer. Ella suspiró e intentó relajarse para entregarle su cuerpo por completo, como tanto lo había soñado; mientras sus miradas se anclaban una vez más la una en la otra. Brandon acarició con suavidad sus caderas y las sostuvo, al tiempo que empujaba para terminar de entrar y conquistar ese lugar soñado, se quedó inmóvil al escuchar que ella jadeaba y le clavaba las uñas en la espalda, sus cuerpos se tensaron y él comenzó a besarla suavemente en los labios. —Tranquila, respira mi amor —pronunció angustiado al ver que ella había cerrado los ojos —. Por favor, mírame —suplicó con la garganta inundada en lágrimas, temiendo haberla lastimado y le acarició las mejillas para consolarla—. Lo siento, cariño, te prometo que pasará rápido… solo intenta relajarte —añadió, besándole el rostro. —Estoy bien… solo sentí como un leve desgarro —respondió ella, acariciando con suavidad su mejilla para que no se atormentara. —Te amo, te amo… te amo tanto, Fransheska, te prometo ir más despacio. —La preocupación lo seguía embargando. —Se que me amas igual como yo te amo a ti, por eso no te mentiría, y te digo que no me hiciste daño, Brandon… me han dolido más las torceduras en las prácticas de ballet —esbozó, mirándolo a los ojos y sonrió con diversión para que él se relajara. Lo consiguió y eso la hizo feliz porque no quería que nada empañara su entrega—. No te prives del placer por pensar que puedes lastimarme, pues me estarías limitando a mí también y esta noche deseo recibir toda tu pasión —pronunció con absoluta convicción mientras le acariciaba la nuca. —Jamás te privaría de algo —dijo mirándola a los ojos. —Perfecto, porque ahora tiene mi permiso para dejar salir a ese león que lleva dentro, señor Anderson… enséñeme que tan salvaje puede ser… estoy dispuesta a dejarme devorar por completo —confesó, haciendo a un lado su pudor, para expresar libremente sus deseos. Brandon mostró una sonrisa radiante que se desbordaba de picardía, luego aceptó gustoso su invitación y se fundió en ella en un beso cargado de amor, pasión y deseo, al tiempo que retomaba sus movimientos de manera suave pero constante, provocando que ella vibrara ante cada uno de sus empujes. Se fue deslizando cada vez más profundo y podía sentir cómo ella se contraía en torno a él con más intensidad, apenas permitiéndole moverse y arrancándole gemidos que ahogaba en su cuello cubierto de sudor, cedió ante su deseo de probar su piel y deslizó la lengua por su

garganta un par de veces. Fransheska sentía algo de presión en su interior, aunque el dolor había pasado, seguía pareciéndole que la hombría de su novio era demasiado grande para que pudiera albergarla por completo, por eso no podía evitar gemir como si estuviese sufriendo. Sin embargo, el placer que le estaba dando era tan sublime y potente que no quería detenerse por nada del mundo, comenzó a besarle el cuello y separó sus labios para dibujar círculos con su lengua, probando su sabor que era maravilloso y le hizo olvidar un poco la molestia. Él gimió con fuerza y sus movimientos se hicieron más enérgicos, quiso recompensarla y bajó para tomar sus pezones con la boca, al tiempo que sus manos se anclaban en las caderas femeninas. Ella las elevó comprendiendo lo que él deseaba, dándole la oportunidad de que pudiera llegar más profundo, pero a pesar de lo que ella le había dicho, no quiso liberar toda su pasión, al menos no lo haría esa noche porque era su primera vez. —Brandon, no te detengas… —rogó al notar que él bajaba el ritmo de sus penetraciones—. Voy a enloquecer si lo haces… hazme volar de nuevo… llévame contigo —esbozó de manera entrecortada mientras sus manos bajaron un poco más y se aferraron a sus glúteos, al tiempo que enredaba sus piernas en las de él. —Siénteme Fran… todo esto es por ti, soy tuyo… ¡Oh, mi amor! Te he deseado tanto… —Sus palabras lo animaron a no guardarse nada, así que se apoyó en sus brazos extendidos para acomodarse mejor y entrar en ella con poderío—. Tómame, princesa… tómame todo —murmuró, intensificando sus embestidas mientras la miraba a los ojos y sentía que su cuerpo se fundía en ella Fransheska se colgó de su cuello y se apoderó de sus labios en un beso desesperado, al tiempo que acoplaba sus movimientos a los de él, sintiendo que algo salvaje se había despertado dentro de ella y que la hacía pedir más y más. Él cada vez la embestía con mayor ímpetu, enloqueciéndola y haciendo que se sintiese como en medio de una tormenta que amenazaba con arrastrarlo todo a su paso. —¡Oh, Dios mío!… ¡Brandon!… ¡Sí, sí, sí!… —exclamó sintiendo las convulsiones que nacían en su intimidad y empezaban a recorrerla. La locura se apoderó de ambos y sus cuerpos empezaron a moverse en perfecta sincronía, resbalando por el sudor que cubría sus pieles, que parecía hacerlas arder y resplandecer bajo las luces de la chimenea. Que chocaban con fuerza creando esa melodía sublime que se esparcía por la habitación y se adueñaba de sus sentidos. Fransheska subió las manos aferrándose su espalda para atraerlo a su cuerpo, ese movimiento hizo que Brandon llegara más profundo, lo que provocó que ella llevara su boca hasta su hombro y se prendiera de este con suavidad y urgencia. Él no podía resistir más y así como el deseo crecía, también lo hacía su necesidad por liberarse y entregarse por completo a ella, salió un poco y después entró de nuevo hasta el fondo, repitió el movimiento un par de veces y percibió que ella comenzaba a convulsionar presa de un poderoso orgasmo. Sintió cómo el suave interior de Fransheska se cerraba entorno a su falo, haciéndolo gemir con fuerza porque ya no podía seguir aguantando, necesitaba liberarse y no tenía la fuerza de voluntad para hacerlo fuera de ella, así que decidió dejar todo en manos del destino y la besó con intensidad. Se derramó con fuertes espasmos en medio de esas poderosas palpitaciones que ella le regalaba, y sollozó al ser consciente de que no solo le estaba entregando su cuerpo sino también su alma y su corazón. Gritos ahogados, gemidos profundos y excitantes jadeos inundaron el lugar, sus bocas se buscaron y sellaron esa entrega. Conscientes de que, si esa noche él ponía un hijo en

su vientre, serían las personas más felices sobre la tierra y no permitirían que nadie los juzgase, porque lo estaban concibiendo con el amor más grande y puro que existía.

Capítulo 17 Lentamente sus respiraciones fueron menguando mientras sus cuerpos laxos se negaban a separarse, ella lo podía sentir vibrando en su interior y él también percibía esas contracciones que seguía entregándole, eso hacía que sutiles gemidos siguieran llenando la habitación. Afuera la lluvia había perdido intensidad y solo una suave llovizna bañaba los cristales, aunque de vez en cuando algún relámpago atravesaba el cielo iluminando también la habitación. Sus miradas emocionadas seguían ancladas la una a la otra, sus manos se dedicaban suaves caricias y sus labios se rozaban con besos llenos de ternura para poder expresar lo que sentían, porque no existían manera de ponerlo en palabras. De pronto, Fransheska liberó un sollozo y enseguida su mirada colmada por las lágrimas se desbordó, haciendo que pesadas bajaran por sus sienes y se perdieran en su cabellera, ella cerró los párpados. —Fran… mi amor, ¿por qué lloras? —preguntó, preocupado, al sentir que se estremecía en sus brazos, y le acarició la mejilla. —Es que este sentimiento que llena mi pecho es tan grande y maravilloso que siento que apenas puedo contenerlo —contestó, mirándolo a los ojos, lo liberó mediante más llanto—. Nunca había sido tan feliz, no de esta manera… me siento plena y viva, tú me haces inmensamente feliz, Brandon —agregó con una maravillosa sonrisa. Sus palabras hicieron que las emociones en él, también se desbordaran, sus ojos se humedecieron y el aire se atascó en su pecho, mientras su corazón latía lleno de emoción. Tenía la certeza de que estaba enamorado, pero en ese momento amó mucho más a la mujer a la que acababa de entregarse, la amaba con cada espacio de su ser. —Gracias, mi amor, gracias por amarme de esta manera, por todo lo que me has dado… No tengo palabras para expresar lo que siento en este momento. Hoy por primera vez hice el amor y ha sido extraordinario, esto es hacer el amor porque mi alma y mi corazón lo gritan… ¿Por qué tuve que esperar tanto para saberlo?… —Porque tenías que esperar a encontrarme… porque yo te estaba esperando y ya nunca nadie podrá separarnos —expresó con felicidad, entregándole la más hermosa de sus sonrisas. —Te amo tanto… tanto, Fransheska… —pronunció, acunándole el rostro y la besó con infinita ternura. Estuvieron así un par de minutos, hasta que él fue consciente de que debía liberarla del peso de su cuerpo, rodó quedando de espaldas sobre la cama, luego pasó un brazo sobre los hombros de su novia para abrazarla y la recostó en su pecho. Ella suspiró con ensoñación y se dedicó a entregarle suaves caricias, mientras sentía cómo él besaba su cabello y le rozaba la espalda con la punta de sus dedos; lo que poco a poco comenzó a llevarla a un agradable estado de letargo, pero de pronto lo escuchó reír y alzó el rostro para verlo. —¿Qué te divierte tanto? —preguntó, sonriendo con curiosidad. —Que hemos cumplido con la tradición —respondió y vio que ella lo miraba desconcertada, así que le explicó—: Desde que mi familia llegó América y mi abuelo compró esta casa, todos los matrimonios Anderson se han consumado aquí… —¿En serio? —inquirió incorporándose, parpadeó asombrada y feliz—. Es decir, que esta es

como nuestra noche de bodas. —Sí, así es… —reafirmó con su cabeza. —¡Qué maravillosa casualidad! —expresó con una gran sonrisa y apoyó sus brazos sobre el poderoso pecho de su novio para mirarlo mejor—. Aunque debiste decirme que este lugar tenía un significado tan solemne y que nuestra entrega era casi oficial. —Bueno, si deseas podemos repetirla —propuso, acariciándole la espalda hasta bajar y rozar su perfecto derrier. Ella se sonrojó y sonrió con timidez mientras asentía, mostrándole una mirada repleta de convicción que no dejaba lugar a dudas que deseaba lo mismo. Se acercó ofreciéndole sus labios y Brandon los tomó en un beso que despertó una vez más a sus ansias de entregarse a él; esperaba que la pusiera bajo su cuerpo, pero la sorprendió haciendo lo contrario, la sujetó de la cintura y la puso encima. Brandon le dedicó una sonrisa al ver su desconcierto, pero no dijo nada porque deseaba que fuesen sus cuerpos los que se expresaran. Bajó sus manos en una caricia lenta por las hermosas piernas de su novia y las separó, dejándolas a cada lado de su cuerpo, luego subió sus manos una vez más apoyándolas en cada glúteo y sin dejar de mirarla comenzó a masajearlos con suavidad, mientras se rozaba contra ella para que su erección ganara mucha más rigidez. —Brandon. —Una vez más estaba temblando con intensidad. —Me encanta el olor que brota de tu piel cuando te excitas, es embriagante… me vuelve loco —confesó contra la piel de su cuello. Fransheska no respondió porque su voz había desaparecido y una vez más no podía hacer nada más que sentir, suspiró cuando él comenzó a besarla y se estremeció con fuerza al sentir cómo rozaba su hombría contra su intimidad, como si intentara entrar en ella, pero al final no lo hacía y eso empezaba a desesperarla. Lo buscó bajando sus caderas porque ya no podía soportar más esa sensación de vacío, lo necesitaba llenándola y que la hiciera alcanzar el cielo. Brandon deseaba prolongar más ese encuentro, tomarse su tiempo para hacerla disfrutar del placer, dedicarse por completo a ella, porque había aprendido de las mujeres con las que había estado, que un buen preámbulo era lo que volvía a un hombre un excelente amante. Le ofrecía su lengua y jugueteaba con la de ella para tentarla, le acariciaba con una mano el derrier y con la otra sostenía su miembro, dejando que solo su glande fuese el que entrara en ella y así ir dilatándola. —Mi amor… te necesito… por favor… necesito sentirte —suplicó, mirándolo, la ansiedad iba a quebrarla. —Me estás sintiendo… ahora me estás sintiendo —respondió, deslizando la mano abierta por su espalda hasta anclarla en su nuca. —Sí… pero… —Fransheska se detuvo sonrojándose ferozmente, porque no estaba bien que una dama se mostrase tan urgida. —¿Me quieres dentro de ti? —preguntó él, animándola a que no se cohibiera en pedir lo que deseaba, estaba allí para complacerla. —Sí —aseguró con los labios temblorosos y las mejillas ardiendo. Brandon sonrió sintiéndose satisfecho con su respuesta, deslizó una vez más la mano por toda su espalda y con un movimiento de su pelvis la instó a que se elevara un poco, luego le sostuvo el trasero y muy despacio comenzó a entrar ella. Fransheska se estremeció y gimió junto a él cuando lo tuvo en su interior, le dio unos segundos para que se acostumbraba a la posición, mientras la miraba a los ojos; después comenzó a moverse, lo hizo lento para no lastimarla. Ella se aferraba a sus brazos para soportar las sensaciones que se iban desencadenando en su ser, al tiempo que hundía su rostro en el cuello de Brandon y lo escuchaba gemir de esa manera

que la hacía humedecerse. Él enredó los dedos en su cabello y la hizo mover el rostro para besarla con intensidad, mientras aumentaba el ritmo de sus penetraciones, haciendo que los senos de ella danzaran sobre su pecho, rozándolo con un movimiento enérgico que lo invitó a deleitarse con sus pezones y sin perder tiempo lo hizo. Brandon le envolvió la cintura con los brazos para sostenerla allí mientras dejaba que sus caderas se desbocaran, aunque la escuchaba gemir y en algunos momentos sollozar, podía identificar que no era de dolor, sino por el goce que le entregaba, y que él también experimentaba. Sus cuerpos se conocían mucho más y sabían cómo complacerse, por eso no tardaron en ser arrastrados a un vórtice de placer que liberó en una nueva explosión, que los hizo temblar y gritar hasta acabar una vez más rendidos. Las luces casi extintas de la chimenea creaban sutiles sombras en la figura de Fransheska, su cabello largo y sedoso se derramaba sobre la almohada, dejando libre su perfil para que él pudiese admirarlo. Era tan hermosa que aún seguía creyendo que no existía en el mundo un hombre más afortunado; había valido la pena escuchar a su corazón que le pidió esperar, que no se dejase llevar por el deseo de tener una compañía y casarse para complacer a su tía, había sido recompensado con una mujer extraordinaria, hermosa y sensual. Su mirada fue atraída por las luces de un relámpago que iluminó la noche. Miró hacia el reloj sobre la chimenea que marcaba las cuatro de la madrugada, suspiró al ser consciente de que debía marcharse, aunque no soportaba la idea de separarse de ella, tenía que hacerlo para cuidar de su reputación. Le dio un beso en la mejilla y otro en la espalda, ella sonrió y se removió, pero no se despertó; se puso de pie con cuidado y recogió el pijama del piso, lo dobló y lo metió en el armario, hizo lo mismo con la ropa que había usado para la cena. Después buscó la ropa con la que había llegado la noche anterior y comenzó a vestirse; se había aseado luego de que hicieran el amor por segunda vez, pero no se duchó por completo porque deseaba seguir conservando el olor de ella, que se había quedado impregnado en su piel. Terminó de ponerse la ropa y luego se acercó a la cama, se apoyó con cuidado y comenzó a darle suaves besos en los hombros y la espalda, sin atreverse a posar las manos en su cuerpo porque sabía que tocarla le haría perder la cabeza. Ella se removió y gimió hundiendo el rostro en la almohada, parecía una gatita mimada que deseaba seguir durmiendo y con gusto dejaría que lo hiciera, pero no podía irse así sin más, debía explicarle porque lo hacía. —Amor… Fran, despierta, princesa —susurró entre besos. Ella gimió y se movió perezosamente, provocando suaves olas que hicieron que las sábanas se pegaran a su figura, se volvió sin abrir los ojos, mostrando una hermosa sonrisa y le tendió los brazos. —Siempre me han dicho que los príncipes despiertan a las princesas con un beso en los labios —pronunció con tono soñador. Brandon negó con la cabeza mientras sonreía; Fransheska le fascinaba porque era maravillosa y le hacía vivir un mundo mágico; bajó despacio y comenzó a rozar sus labios, apenas toques, no debía excederse. Sin embargo, ella no se limitó y le rodeó la nuca con sus manos atrayéndolo para hacer el beso más profundo. Sus dedos jugaban con las hebras doradas al tiempo que sus labios se paseaban por los de él, el movimiento hizo que la sábana se deslizara y uno de sus senos quedó a la vista. Brandon cedió ante la tentación de acariciarlo, pero de inmediato se detuvo porque fue consciente de a dónde los llevaría ese juego, así que muy despacio se separó de ella. —Amor, tengo que irme… —pronunció con la voz ronca.

—¿Irte? ¿Irte a dónde Brandon? ¿Qué hora es? —preguntó con desconcierto y se incorporó un poco. —Van a ser la cinco de la mañana, pero no me puedo quedar… si llegan los empleados y ven que dormí aquí… —Él se detuvo y ella comprendió de inmediato a lo que se refería. —Entiendo, pero… ¿A dónde iras? Tú mismo dijiste que era peligroso conducir en estas condiciones —señaló mientras se envolvía con la sábana para levantarse. —Ya la tormenta pasó y cerca de aquí hay un lugar que conozco bien. No te preocupes por mí, en cuanto amanezca regresaré y le diré a todos que pasé la noche en un hotel de la carretera — contestó y tomó su rostro entre las manos—. Lo que pasó entre nosotros fue tan maravilloso que aun creo que estoy soñando, Fransheska, y jamás me arrepentiré de cómo se dieron las cosas… —Yo tampoco me arrepiento ni lo haré nunca. Entregarme a ti fue lo más hermoso que he vivido y no voy avergonzarme de ello —dijo con convicción, siguiendo sus pupilas. —Lo sé, mi amor, sé que no tiene nada de malo ni de indecoroso, pero hay personas que no piensan de la misma manera que nosotros. La primera en ser juzgada serás tú y no lo puedo permitir, te amo demasiado y no dejaré que nadie mancille tu imagen ni lo que hemos vivido, eres lo más importante que tengo en la vida y te defenderé contra quien sea, pero prefiero ahorrarte un penoso momento y los comentarios malintencionados de algunas personas. —Gracias por amarme y cuidarme de esta manera, por eso te amo tanto. —Le ofreció sus labios para que la besara—. Haremos exactamente lo que digas, este será nuestro secreto, nuestro maravilloso secreto —añadió, mirándolo a los ojos y lo besó. —Igual reitero lo que dije anoche, en cuanto tus padres pongan un pie en América, nos casamos… no pienso esperar tanto para poder tenerte a mi lado todas las noches, para amarte con total libertad y gritarle al mundo que la más hermosa de las princesas es mi mujer —sentenció con su mirada anclada a la de ella. —También me encantaría todo eso, mi amor, pero… —¿No quieres casarte conmigo tan pronto como podamos? —inquirió con la voz enronquecida y mirándola con desconcierto. —¡Por supuesto que sí! —expresó de inmediato—. Es solo que… mi vestido de novia aún no está listo, tampoco hemos escogido las invitaciones y no me decido por el sabor de relleno que tendrá nuestro pastel de bodas… Además, Edith me mataría si no es mi madrina y mis padres sospecharían la razón. —Está bien… en ese caso, esperaremos —accedió, mostrando una sonrisa de alivio y le apretó la nariz por haberlo asustado. —Te amo —susurró, acercándose para besarlo con ternura. Brandon respondió al beso con entusiasmo, pero era consciente de que no podía rendirse ante sus deseos, así que le dio un par de toques de labios y caminó para recoger su ropa que había quedado regada. Se la entregó y luego se volvió para fingir que buscaba algo, lo hizo porque sabía que verla desnuda haría esa despedida más difícil; cuando estuvo vestida la cargó y llevó a su habitación. —Me gustaría acompañarte hasta el auto. —Es mejor que te quedes aquí e intentes descansar… apenas has dormido un par de horas — mencionó, acariciándole el cabello, y se acomodó a un lado para hacerla dormir. —He dormido un par de horas por su culpa, señor Anderson —lo acusó con una hermosa sonrisa cargada de sensualidad, acariciándole el pecho. Él le agarró la mano y le dio un beso cargado de ternura. —Intenta dormir amor. —Esa cercanía alentaba su deseo.

—Está bien, pero promete que te quedaras conmigo hasta que me duerma —pidió, subiendo sus labios para que la besara. —Tengo toda la intención de hacerlo. —La apoyó en su pecho y la rodeó con su brazo—. Duerme princesa… y sueña conmigo —susurró, cuando ella cerró los ojos. Después de unos minutos, ella dormía profundamente, él se movió con cuidado para salir de la cama, se puso en pie sin dejar de mirarla, como temeroso de que fuese a desaparecer o deseando guardar esa imagen para toda su vida, la arropó y le dio un suave beso. —Te amo, princesa —musitó, mirándola con devoción. Ella sonrió cómo si pudiera sentir el amor que le brindaba y se hundió entre las cobijas, Brandon también sonrió y luego caminó hasta la chimenea, puso más leños para mantener con calor el lugar. Después dio unos pasos hasta la puerta y desde allí se volvió para mirarla una vez más; su corazón comenzó a latir con fuerza y ese deseo de amarrarse a ella para siempre se hizo más contundente. Su corazón se encogió y su garganta se inundó de lágrimas, aunque sabía que la vería otra vez en un par de horas, le dolía dejarla así fuese un minuto. Respiró profundamente, cerró los ojos y salió luchando contra esas ambiciones de volver; caminó de prisa hasta su habitación y, después de unos minutos, la dejó como si nadie hubiese estado allí, incluso cambió las sábanas, luego salió a la pequeña casa de campo de su difunta hermana Alicia, que no quedaba muy lejos de allí, ese lugar fue su refugio cuando años atrás huyó de todo. Un par de toques en la puerta la sacaron del profundo sueño en que estaba, se removió en las sábanas mientras sonreía, luego abrió los ojos parpadeando varias veces para ajustarlos a la luz. Sentía un cosquilleo maravilloso que la recorría por completo, sus músculos estaban relajados, su piel emanaba una sublime calidez y aún podía apreciar el aroma de Brandon. De pronto, su corazón comenzó a latir con fuerza al ser colmada por todas las emociones que los recuerdos despertaban; sin embargo, otro par de toques en la puerta las sacaron de su ensoñación. Rápidamente se llevó las manos al cabello para ordenarlo un poco, también se cubrió con la manta casi hasta la barbilla y tragó para pasar los nervios que la invadieron. —Adelante —ordenó y luego se aclaró la garganta, porque su voz había sonado demasiado ronca. —Buenos días, Fran —mencionó Victoria, entrando. —Buenos días, Vicky… no pensé que regresarías tan temprano —La saludó, intentando no parecer nerviosa. —¿Temprano? Son más de las diez de la mañana —respondió con una sonrisa y caminó hasta la ventana para correr las cortinas. —¡Más de las diez! —exclamó sorprendida y se levantó de golpe, provocándose un mareo—. Es tardísimo Vicky… ¿Por qué no me levantaste antes? —preguntó, luego de recuperarse y corrió al baño. —Porque acabo de llegar de casa de mis tías… Vine para ver cómo habías pasado la noche. —Sonrió al verla tan alarmada. —¿Cómo dejaste a la señorita Julia? —inquirió, eludiendo el tema de cómo había pasado la noche. Aunque estaba en el baño y su cuñada no podía verla, no se aminaba siquiera a inventarle una mentira, porque últimamente se le daban fatal y suponía que la descubriría enseguida. Le extrañó que Brandon no hubiese llegado aún, según le dijo, estaría de regreso en un par de horas, aunque tal vez prefirió no hacerlo para evitar que algún empleado pudiese notar algo extraño; eso la puso

más nerviosa y tensa, pues lo necesitaba allí para que la llenara de seguridad. —Está mucho mejor, afortunadamente la fiebre cedió y también los ataques de tos; sin embargo, me gustaría pasar la tarde con ella. —Me alegra mucho —respondió con una sonrisa. —Bien, te dejó para que termines de arreglarte —dijo y salió. Fransheska tenía decenas de ideas revoloteando en su cabeza, mientras se vestía y unos nervios incontrolables la hacían temblar. Hacía unas horas, le parecía muy fácil salir y mirar a todos a la cara, se decía que ninguno tenía por qué saber lo que había ocurrido, pero ya no estaba tan segura. Le aterraba imaginar que todo el mundo lo notara en cuanto la vieran, seguramente, algo en ella había cambiado; por lo menos le daba gracias a Dios que ni Fabrizio ni sus padres estaban allí, porque no sabría lo que haría. Terminó poniéndose un ligero vestido en tono verde, y se sujetó el cabello con una delicada cinta del mismo color, dejando que cayera sobre uno de sus hombros. Después se miró en el espejo para asegurarse que ella se veía igual que siempre, pero los nervios que seguían en cada rincón de su ser le gritaban lo contrario. Cerró los ojos y respiró profundo para armarse de valor, no podía quedarse allí para siempre; no obstante, mientras bajabas las escaleras posó la mirada en sus manos, sentía que sus piernas temblaban demasiado y su corazón latía lentamente. —Buenos días, princesa —pronunció Brandon, con una sonrisa. Ella levantó la mirada y de inmediato se ancló en la celeste de su novio, él lucía tan apuesto que le robó todos los suspiros, le sonrió con efusividad y bajó los últimos escalones casi corriendo. Lo abrazó con fuerza y él la amarró a su cuerpo, mientras le acariciaba la espalda y le susurraba al oído palabras cargadas de amor y ternura. Después de un momento pasaron al comedor, donde ya los esperaba Victoria, él se había encargado de hacer la comida en vista de que los empleados seguían de asueto. Regresó temprano tal y como le prometió, pero no la despertó porque sabía que necesitaba descansar; así que se dedicó preparar el almuerzo y cuando llegó Victoria intentó mostrarse casual. Luego de la comida subieron a su auto y fueron hasta la casa de las hermanas Hoffman, pasaron la tarde compartiendo con las amables damas. Ellas eran más suspicaces que Victoria, y sí notaron que algo había cambiado entre Brandon y Fransheska desde la última vez que las visitaron, se les veía más compenetrados; sin embargo, no dijeron nada para no incomodarlos y actuaron de manera normal. Esa noche se quedaron a dormir por sugerencia de Julia, no le parecía correcto que siendo prometidos durmieran bajo el mismo techo sin la supervisión de una dama mayor. Aceptaron, aunque con algo de desilusión, ya se imaginaban durmiendo juntos de nuevo, pero sabía que las mujeres tenían razón, debían guardar el decoro. El agua corría por el cuerpo de Fiorella mientras pensaba varias cosas a la vez, sin enfocarse en nada concreto porque no era algo de relevancia, cerró la llave y estiró el brazo para tomar una bata de baño, luego se paró frente al espejo, agarró un cepillo y empezó a desenredarse el cabello. Fue sacada de sus pensamientos al escuchar la puerta de la habitación, asomó medio cuerpo y vio a su esposo aflojándose la corbata, se acercó hasta él sonriente y le dio un beso en los labios. —¿Cómo te fue mi amor? ¿Pudiste dejar todo listo? —preguntó ella, mirando a los ojos topacio y acariciándole el rostro. —Sí, todo está listo. He dejado el cronograma organizado y me reuní con los empleados que

no pudieron asistir a la reunión, a los demás les llamé por teléfono y les dejé mis indicaciones — respondió tranquilamente, mientras acariciaba el cuello de su esposa—. Ya es menos lo que falta…. — Dejó libre un suspiro—. Aunque si por mí fuera, creo que retrasaría un poco más las cosas. —¿Retrasarlas? ¿Por qué deseas eso? —Se mostró sorprendida. —Es que, no lo sé… Aun no puedo creer que mi niña vaya a casarse. Me cuesta mucho hacerme a la idea de que ahora tendrá su propia familia y que no estará con nosotros —expresó con congoja. —También me pone triste saber que estará muy lejos, aunque siempre podemos visitarla y a nuestros nietos, claro eso implica tres meses fuera de Italia, pero bien vale la pena. —Le sonrió para alejar la melancolía de su esposo—. Fransheska merece hacer su vida junto al hombre que ama, además, estoy segura de que Brandon viajará con ella muy seguido, no creo que nos aleje de nuestra niña. —Tienes razón… Es solo que pensar en todo eso me hace sentir viejo —acotó tristemente y suspiró lastimoso. —Ya no estés triste, mi viejito hermoso. —Ella se acercó y le dejó caer una lluvia de besos en el rostro. —Viejito… No, no me digas así todavía, esperemos hasta que llegué nuestro primer nieto — añadió, sonriendo con picardía y le dio un beso en los labios—. Siguiendo con el tema, aún no puedo creer que Fransheska se case primero que Fabrizio, no entiendo por qué ni siquiera se ha comprometido con Victoria, aunque en parte lo entiendo, no es fácil hacerlo sin conocer… —Sin conocer su pasado —completó ella la frase que él no pudo. Fiorella vio que su esposo se tensaba y sabía perfectamente porqué. Si ese joven recuperaba la memoria, seguramente los abandonaría. —Sí, sin conocer su pasado —murmuró, por el miedo que le provocaba eso; por una parte, lo deseaba para así liberarse, pero por otra lo atemorizaba saber que cuando él se enterara de toda la verdad, probablemente también terminaría odiándolo como lo hizo Fabrizio. —La verdad, no comprendo por qué eso lo detiene, todo lo que importa es que Victoria lo ama. —Llevó sus manos a las mejillas de su esposo y lo acercó un poco más a su rostro mientras acariciaba con sus pulgares los pómulos—. A veces podemos llegar a hacer cosas que consideramos equivocadas, pero si las hacemos por quienes amamos, entonces la otra persona entenderá, perdonará y jamás juzgará… Por eso no creo que Victoria se atreva a reclamarle nada a Fabrizio, si él le dice la verdad, ella entenderá —esbozó, mirándolo a los ojos, tratando de que su esposo entendiera que eso haría ella si él le contaba esa verdad que llevaba años escondiéndole. —Supongo que tienes razón, pero es su decisión y debemos respetarla. Ya llegará el momento en que reúna el valor para decirle toda la verdad. —No solo se refería a su hijo sino a él también. Se alejó sin mirarla a los ojos—. Voy a ducharme, esta noche quisiera salir a comer afuera, hace mucho que no lo hacemos —añadió, cambiando drásticamente de actitud y le dio la espalda. —Claro —murmuró ella, sintiéndose frustrada al ver que una vez más su esposo le rehuía. Se puso de pie y caminó al armario para buscar un vestido formal, pero no podía alejar esa sensación de rabia y tristeza que le provocaba el silencio de Luciano, necesitaba que le dijera la verdad—. Imagino que irás a Doullens a dejar todo listo también —cuestionó, conociendo de ante mano la respuesta. —Sí, sabes que no puedo faltar —respondió algo desconcertado por la pregunta de su esposa y sus palabras fueron ahogadas por las lágrimas que inundaban su garganta—. Tengo que decirles el tiempo que me ausentaré y que será por el matrimonio de Fransheska.

«Es su campanita quien se casa y sé que entenderá» —¿Me llevarás contigo esta vez? —preguntó Fiorella, al otro lado de la puerta y su esposo se quedó en silencio—. ¿Luciano? Ella escuchó la regadera y supuso que no la había escuchado, pensó que era lo mejor porque sabía que no hacía nada insistiéndole, no tenía caso porque jamás la llevaría a ese lugar y ella no estaba segura de querer ir. El solo hecho de imaginar lo que él hacía cada vez que viajaba a ese lugar, le rompía el alma y ella tampoco había reunido el valor para enfrentar la verdad, no quería despedirse de su hijo aún. Luciano aprovechó el sonido que hacía la regadera para ahogar sus sollozos, pues la culpa una vez más hacía estragos en él y esta vez no era solo por lo que le había hecho a su hijo, sino también a ese joven al que tenía ocupando su lugar. Definitivamente, no había aprendido la lección, volvió a cometer el mismo error de decidir por alguien más, a imponer su voluntad y actuar para su conveniencia, sin importarle a quién dañaba con sus acciones, de nuevo su palabra fue ley y su mano fue la que cambió el destino de otros.

Capítulo 18 Enzo miraba con impaciencia, la lentitud con la que avanzaba el segundero del reloj colgado en la pared de la enfermería, que solo estaba iluminado por los rayos de la luna que se filtraba a través del tragaluz en el techo, a unos tres metros por encima de él. Intentaba mantener a raya su ansiedad porque sabía que era vital que estuviese concentrado si deseaba que todo saliera como lo había planeado, no podía darse el lujo de fallar ya que era su vida la que estaba en juego. Vio el reflejo de la luz de una linterna en el pasillo y supo que era el guardia que había llegado para hacer su ronda, rápidamente se quitó la aguja del suero que le habían puesto y bajó de la camilla de un salto, ni siquiera le prestó atención a la delgada línea de sangre que le bajó por el antebrazo. Se paró a un lado de la puerta y esperó a que el hombre iluminase la habitación; sentía que el corazón se le había acelerado, pero su pulso era firme y tenía la mente despejada, estaba listo para actuar. La puerta se abrió despacio y él sosegó su respiración para no delatar su presencia, mientras seguía con la mirada al guardia que entró para acercarse a la camilla, lo vio llevarse la mano al pecho para agarrar su silbato y alertar a los demás. Sin embargo, antes de que pudiera sonarlo, Enzo le dio un fuerte golpe en la nuca que lo dejó aturdido, luego le rodeó el cuello con los brazos, ejerciendo presión y tuvo que luchar con él un rato, pero al final consiguió desmayarlo y lo recostó con cuidado porque no podía hacer mucho ruido. Velozmente le quitó el uniforme al carcelero y se lo puso, luego vistió al guardia con su ropa y con mucho esfuerzo lo subió a la camilla, le buscó la vena y le puso la aguja con el suero, luego lo volvió de espaldas para que cualquiera que pasara y lo viera, pensara que era él. Revisó la carga de la pistola comprobando con satisfacción que estaba completa, la guardó en el estuche, recogió la linterna y se puso la boina, miró una vez más al pobre infeliz en la camilla y salió. La mayoría de los pasillos a esa hora estaban desolados y a oscuras, así que le fue fácil desplazarse por los mismos y llegar hasta la caseta que estaba en el ala norte de la prisión. Allí lo esperaba uno de los guardias que había contactado a través de Calvino, el otro estaría afuera en un auto y lo llevaría hasta Livorno. La idea de dejar a un guardia en su lugar en la enfermería, le daría tiempo para que pudiera llegar hasta el puerto de Livorno y de allí tomar un barco hasta Barcelona. No podía ir Francia porque allá también tenía una orden de aprensión y no contaba con muchos conocidos que pudieran ayudarlo; había pasado más de un mes planeando su fuga y debía seguir cada paso a la perfección. —Martoglio —mencionó el guardia al verlo entrar a la garita. —Ya estoy listo —respondió, quitándose la boina. —Déjatela puesta, no sea que salga alguien y te reconozca —dijo y miró hacia atrás, para comprobar que nadie rondaba por los pasillos del edificio—. ¿Cómo quedó Vitali? —preguntó por su compañero. —Está bien, solo le hice una llave para desmayarlo—respondió para tranquilizarlo porque podía ver que estaba nervioso y lo miraba con desconfianza. En realidad, él también estaba alerta por si eso era una trampa, aunque Calvino le había asegurado que eran de fiar.

—Bien… ¿estás seguro de querer seguir con todo esto? —inquirió, porque sabía que todos corrían mucho riesgo. —Completamente, así que no perdamos más tiempo —respondió y salió del lugar para caminar con él hacía la muralla. Llegaron hasta el lugar donde las luces de las torres no alcanzaban a iluminar el muro que rodeaba la prisión, por lo que él podía escalarla sin ningún problema; sin embargo, necesitaba de la presencia del guardia para que vigilara y pudiera alertarlo por si alguien se acercaba. Gennaro silbó un par de veces y, desde el exterior lanzaron una soga que traía atada una piedra, por lo que tuvieron que echarse hacia atrás para esquivarla, se acercó a Enzo y le ofreció una pequeña bolsa. —No, no quiero nada de eso ahora, debo estar lúcido —respondió, rechazándola y le dio la espalda para agarrar la cuerda. —No es cocaína, idiota —espetó Gennaro, sosteniéndolo por el brazo para detenerlo, pero lo soltó al sentir que se había tensado—. Es cal, te ayudará para que puedas escalar mejor y no termines con las manos destrozadas. —Gracias —murmuró con el ceño fruncido y abrió la pequeña bolsa, se volcó el contenido en las manos y se las restregó. —Ya sé que prefieres el opio, por eso Fabrello te tiene una hermosa y exquisita pipa para que la disfrutes durante tu viaje, en agradecimiento a lo generoso que fuiste con nosotros. Enzo lo miró con resentimiento porque sabía que se refería a la exorbitante cantidad de dinero que les había dado, pero no dijo nada porque no tenía sentido quejarse; después de todo, su libertad no tenía precio. Asintió y comenzó a escalar el muro que lo separaba de su libertad y de su tan ansiado reencuentro con Fransheska Di Carlo. Fabrizio estaba tendido en la alfombra del salón de su casa, mientras leía un libro teórico sobre Derecho Mercantil; por suerte, el altercado que tuvo con Roux no le causó graves consecuencias. Al día siguiente pasó por la oficina del doctor Prévet y le pidió disculpas, pero le dejó claro que no se las daría a su compañero porque no las merecía, que lo había insultado con alevosía. Su profesor se mostró comprensivo y terminó dándole la razón, pues no era la primera vez que Roux actuaba de esa manera con sus compañeros. Además, lo tranquilizó al informarle que, por tener antecedentes de conflictos similares, cualquier queja que Roux interpusiera en su contra sería desechada por el consejo de profesores. Él se sintió aliviado al escuchar todo eso, porque temía que ese altercado lo hiciera perder la beca, se había esforzado demasiado para mantenerla, sus calificaciones eran sobresalientes porque dedicaba todo el tiempo que tenía libre a estudiar. Ahora podía hacerlo sin sentir que descuidaba a su hijo, porque Joshua pasaba mucho tiempo jugando con los nietos del señor Vicent, que llegaron de Marsella para pasar las vacaciones con sus abuelos; de pronto la puerta se abrió y su hijo entró al salón, luego tiró la hoja de madera con fuerza innecesaria. —Joshua… no tires la puerta. —No recibió ninguna respuesta de parte de su hijo; solo pasó de largo hacia su habitación. Fabrizio se sintió desconcertado ante su actitud, así que dejó a un lado el libro y se apoyó sobre el codo mientras seguía con la mirada a su hijo quien caminaba con paso rápido, perdiéndose por el pasillo. —Joshua… Joshua —Lo llamó, pero solo escuchó cómo la puerta de la habitación se cerraba de un portazo. De inmediato supo que algo le había pasado, rápidamente se puso de pie y caminó hacia la habitación, abrió la puerta con cuidado y lo vio sentando al borde de su pequeña cama, cabizbajo.

Joshua al percatarse de su presencia se subió a la cama y se cubrió por completo con las sábanas, alarmando mucho más a Fabrizio con ese comportamiento. —¿Joshua, sucede algo? —Le preguntó, sentándose al borde de la cama—. ¿Hijo estás bien? —inquirió de nuevo, posando una mano sobre la espalda de su hijo y comenzó a frotarla, sintiendo cómo su cuerpecito temblaba por los sollozos que apenas pudo escuchar. —Nada… no pasa nada, papi. —Se escuchó su voz llorosa. —¿Cómo que nada?… Si estás llorando… ¿Te han hecho algo? —No estoy llorando, papi —expuso y la voz se le quebró. —Déjame verte… ¿Por qué te escondes? —Haló lentamente las sábanas, pero su hijo en un movimiento rápido se las quitó y se sentó, dejando al descubierto la rostro sonrojado y bañado en lágrimas, que hizo que el corazón se le encogiera de dolor—. Somos amigos, ¿sí o no? —preguntó Fabrizio, para que hablara con él. —Sí… lo somos —respondió, bajando la mirada. —Bueno… entonces, ¿por qué no me cuentas lo que sucede? Solo así puedo ayudarte… entre los amigos se cuentan los problemas y buscan soluciones —continuó, llevando la mano al rostro de su pequeño para limpiarle las lágrimas que rodaban por sus mejillas. —Es que Ronald… —Empezó a contar dejando libre un suspiro cargado de sentimiento y se limpió con el dorso de la mano las otras lagrimas—. Me ha dicho que nunca seré un gran médico… y tiene razón. —Soltó un sollozo y empezó a llorar nuevamente. —Ronald no sabe nada, Joshua… tú vas hacer un gran médico… porque es tu sueño —acotó, tomándolo por la cintura para sentarlo en sus piernas y lo abrazó con fuerza, sintiendo que el corazón se le empequeñecía al ver a su hijo sufrir de esa manera. —Sí, papi… es mi sueño… poder curarte y ponerle piernas a mi tío… pero ni siquiera sé leer —dijo llorando con frustración. —Joshua… mi pequeño… mírame… —mencionó, apoyando sus dedos en el mentón de su hijo para que lo mirara a los ojos—. Es cierto, aún no sabes leer, pero es poco lo que te falta, ya casi lo logras, las cosas son poco a poco… y nunca, escúchame bien, nunca dejes que alguien te diga que no puedes hacer algo, así sea tu propio padre quien lo diga. —Tragó grueso para pasar sus lágrimas, al recordar todas las veces en las que su padre le dijo que no sería un abogado. —Pero… papi… —Joshua lo miró desconcertado. —Debes creer en tu sueño y luchar por alcanzarlo —esbozó, irguiéndose y mirándolo a los ojos—. Qué mejor ejemplo que tu padre, mi sueño era ser abogado… siempre soñé con serlo y a pesar de todos obstáculos a los que he tenido que enfrentarme y de que me dijeran que solo perdía mi tiempo, cuando estudiaba algunas leyes, aquí me ves, luchando por hacerlo realidad. Y te juro que no voy a descansar hasta ser un gran abogado… así como tú serás un gran médico, y te prometo que el día que te recibas estaré ahí a tu lado te daré un gran abrazo, sintiéndome el padre más orgulloso del mundo y te recordaré esta conversación… —Joshua sonrió a través de las lágrimas—. Así me gusta, que sonrías siempre, y que tengas presente que eres un luchador y que vas a poder lograr cualquier cosa que te propongas —pronunció aquellas palabras que le hubiese gustado que su padre le dijera. —Papi… —susurró, viéndolo con infinita admiración. —¿Qué? —inquirió mientras seguía abrazándolo. —Eres el mejor papá del mundo… no me dejes nunca… nunca —pidió, aferrando con sus brazos al cuello de Fabrizio. —No lo voy hacer… —respondió, tragando en seco para pasar las lágrimas que inundaron su garganta—. Ahora mi doctor de cabecera, voy a hacerte reír un rato —anunció y comenzó hacerle

cosquillas. —¡Papi, no…! —dijo explotando en carcajadas—. ¡Papi… papi! Me voy hacer pipí en la cama… papi… —rogó, halándole los cabellos para retirarlo un poco de su estómago. Fabrizio se carcajeaba haciéndole cosquillas, hasta que Joshua rodó sobre su cuerpo y como pudo salió corriendo al baño, se escondió detrás de la cortina de la ducha mientras su padre lo seguía, pero al pisar la alfombra resbaló y cayó sentando en el piso. Joshua al escuchar el golpe abrió la cortina mostrando medio rostro, empezó a reír junto a Fabrizio que lo miraba desde el suelo y las carcajadas de ambos resonaron en la pequeña habitación. Había pasado casi un mes de la visita de su hijo; desde entonces, los días se hacían cada vez más lentos y desesperantes; Amelia, en ocasiones deseaba tomar un tren y viajar a Chicago para poder verlo de nuevo, aunque fuese desde lejos, y asegurarse de que estaba bien. Había pasado tanto tiempo lejos de Terrence que no soportaba esa nueva separación, menos después de haberlo creído perdido; sabía que debía tener paciencia y evitar que él sufriese un choque tan fuerte, al enterarse de que la vida que había llevado por más de cuatro años era una mentira. Sin embargo, pedirle calma después de todo lo que había pasado, era demasiado, por eso siempre terminaba molestándose y frustrándose ante la insistencia de Benjen para esperar, cuando ella sencillamente ya no podía más. En esos momentos se alejaba de él para no terminar discutiendo y diciendo cosas que lo pudiesen herir, justo era lo que acababa de pasar y por eso había huido hacia la terraza; escuchó unos pasos acercarse y supo que era su esposo. —Amelia, mi amor… —pronunció, con cautela. —Benjen, lamento mi actitud, pero debes comprender que no puedo quedarme de brazos cruzados esperando hasta que Terry se recupere y vuelva con nosotros… Sé que te dije que pondría de mi parte y te ayudaría en todo lo que fuese necesario, pero esto es demasiado difícil… en estos momentos lo único que deseo es salir corriendo y abrazar a mi hijo —expresó, mirándolo. —Mi vida, sé cómo te sientes; créeme, estoy igual, a mí también me cuesta mucho tener que esperar sin poder hacer nada… pero debemos confiar en Clive y hacer lo que nos pide, ya nos dijo que nuestro hijo ha tenido muchos avances, solo es cuestión de tiempo. —¡Tiempo! ¡Ese es el problema! Qué nadie puede decirnos con certeza cuánto tiempo pasará para que Terry esté de nuevo con nosotros, y mientras tanto qué… ¿Qué se siga perdiendo ver crecer a sus hermanos, que siga entregándole su cariño a esas personas mientras a nosotros nos trata como a unos desconocidos? —Tal vez ellos se merecen ese cariño… más de lo que lo puedo merecerlo yo —admitió con vergüenza y bajó el rostro. La tarde anterior Clive le había hablado sobre el resentimiento que su hijo seguía guardando dentro de él, que quizá era uno de los motivos que habían contribuido a que se amoldara tan fácilmente a su nueva realidad y que había reforzado el bloqueo. Le explicó que, a lo mejor, no solo el hecho de haber sido abandonado por Victoria sino también por ellos, era lo que lo había llevado a olvidar todo su pasado y asumir que realmente era Fabrizio Di Carlo. —Ya no sigas recriminándote por lo que pasó, todos cometidos errores, pero podemos enmendarlos, es por eso que te pido que nos acerquemos a Terry… Viajemos a Chicago y busquemos la manera de estar a su lado o al menos cerca, pero donde podamos verlo, por favor —rogó y sus lágrimas bañaban su rostro—. Benjen, ya pasamos demasiado tiempo lejos de nuestro hijo, no es justo que tengamos que seguir así. —Sus ojos reflejaban el dolor y la angustia. —Está bien, mi amor, pero necesito ponerme de acuerdo con Brandon, primero y que no

parezca tan sospechoso nuestro viaje a Chicago, no podemos perder lo que hemos conseguido hasta ahora por pecar de impulsivos. —Perfecto, ¿cuándo nos iríamos? —Se mostró esperanzada. —Creo que lo más adecuado sería en una semana. —Una semana es mucho tiempo. —Se alejó de él, sintiéndose frustrada, espero que le dijera que viajarían al día siguiente. —Pues, no haremos nada si vamos a Chicago antes, porque nuestro hijo debe estar llegando a Nueva York en un par de días para sus citas con Clive… —alegó molesto por la intransigencia de su mujer, sabía que ella estaba desesperada, pero debía comprender que él solo buscaba hacer lo mejor para su hijo—. Podemos esperar ese tiempo e intentar encontrarlo por casualidad con la ayuda del detective, pero es necesario esperar un poco más, recuerda que es la estabilidad emocional de Terrence lo que está en juego y eso debe ser nuestra prioridad —expresó con seriedad, ella asintió sollozando y él la abrazó con fuerza para consolarla, dándole un beso en la frente. Se quedaron unidos en ese abrazo por varios minutos, buscando la manera de calmar esa angustia que llevaban dentro del pecho, mientras se recordaban que debían estar felices porque su hijo estaba vivo, que ya eso era un milagro, así que solo debían tener un poco más de paciencia. Al fin quedaron de acuerdo en esperar y rogar a Dios para que la evolución de su Terrence fuese más rápida de lo que había sido hasta el momento, porque durante el tiempo compartido y ese breve encuentro en el hospital, no les mostró muchos avances; en realidad, los seguía viendo como a unos extraños. Luciano estaba en su oficina revisando la programación de los cargamentos, que se enviarían dentro y fuera de Italia en los próximos meses; deseaba que todo marchara bien durante el tiempo que estaría en América por la boda de su hija. Dejaría encargado a un hombre capaz y de su entera confianza, pero no estaba de más que coordinase cada detalle antes de irse; de repente escuchó un par de golpes en la puerta y miró el reloj que marcaba casi las once de la mañana, pensó que de seguro era su secretaria que le preguntaría si le pedía almuerzo. —Adelante, Carlota —Le ordenó y cerró la carpeta que acababa de firmar, se quitó los anteojos y se frotó los párpados. —Disculpe que lo interrumpa, señor Di Carlo, pero el señor Raoul Contini está afuera y me dice que desea verlo, que es algo urgente. —Hazlo pasar, por favor, Carlota —dijo poniéndose de nuevo los anteojos, y una molesta presión se apoderó de su pecho. —Por supuesto —esbozó y salió de la oficina. —Buenos días, señor Di Carlo. —Buenos días, señor Contini, por favor tome asiento y dígame que lo trae por aquí —Le indicó el sillón, pero se quedó de pie. —Lo que vengo a decirle no es nada bueno… —calló mientras buscaba la mejor manera de dar esa noticia. Respiró hondo y se decidió a continuar al ver la impaciencia en la mirada del doctor—. Enzo Martoglio se escapó de la prisión esta mañana. —¡¿Cómo dice?! —preguntó alarmándose y se levantó de su sillón. —Al parecer, fue esta madrugada, según me dijeron atacó a un guardia de seguridad y escapó por el muro que daba a la parte trasera de la prisión, donde la vigilancia era más vulnerable — explicó mientras lo veía caminar hacia el perchero y agarrar su chaqueta. —¡Ese maldito no se da por vencido! —espetó furioso, agarrando las llaves de su auto. Debía

ir a su casa y asegurarse de que Fiorella estuviese bien, aunque allá estaban dos guardaespaldas, él prefería estar a su lado—. Pero no entiendo cómo consiguió herir a un guardia y escapar, ¿acaso no estaba recluido en una celda de máxima seguridad? —inquirió, abriendo la puerta y vio que su secretaria los veía angustiada—. Carlota, por favor, llama a casa y dile a Fiorella que no salga y que no atienda ninguna llamada, que voy en camino. —Por supuesto, señor —respondió, agarrando el aparato. —Señor Contini, explíqueme cómo Enzo Martoglio pudo escapar de la prisión más segura de la región —exigió con un tono molesto. —Se encontraba en la enfermería, según me contó mi contacto en la prisión, Martoglio había sido llevado allí luego de presentar vómitos y escalofríos, supuestamente se intoxicó con algo que comió y requirió que se quedara la noche en el área de salud del penal —respondió, siguiéndolo, porque él también necesitaba protección. —Estoy seguro de que ese infeliz no estaba enfermo realmente, lo más probable es que haya fingido todo para poder escapar, es muy astuto —pronunció y una horrible impotencia lo invadió. —También lo creo; sin embargo, el doctor que lo atendió es un hombre honesto y dijo que sí había tenido síntomas de intoxicación, pero que probablemente fingió la gravedad de sus malestares, para que él le autorizara pasar la noche en la enfermería, que en esos casos es difícil determinar cuando algo es leve o realmente peligroso, porque se guían por las reacciones de los pacientes —comentó, aunque sabía que ninguna explicación lograría que no se sintiera molesto con todos en ese momento. —Ese hombre debió tener algún tipo de ayuda del personal de la prisión, no creo que haya logrado escapar actuando solo —aseguró. —Las autoridades están investigando, si tuvo algún cómplice del personal de la cárcel, tenga por seguro que lo encontrarán —dijo para tranquilizarlo mientras caminaban al estacionamiento —. De momento, lo mejor será ponerlos a usted y a su mujer bajo protección, también avisarles a sus hijos en América… —¡No! —exclamó deteniéndose, para mirarlo—. No le diremos nada de esto a mis hijos, sería angustiarlos y ya ellos pasaron por mucho. Sé que será inevitable que Fiorella se entere, pero si podemos evitar que lo hagan Fransheska y Fabrizio, lo haremos. —Como usted desee, doctor Di Carlo; sin embargo, creo que sería prudente que le avisara entonces al señor Anderson, para que él tome las medidas necesarias… no quisiera alarmarlo, pero es probable que Enzo Martoglio busque la manera de viajar América. —Lo sé —murmuró, frunciendo el ceño y una sensación de opresión se apoderó de su pecho —. Nosotros teníamos pensado viajar en quince días, pero tendremos que adelantar el viaje. —Esperemos que para entonces ya hayan capturado a Martoglio y ustedes puedan viajar tranquilos. —Sí, esperemos. —Aunque no estaba muy convencido de que algo así fuese a pasar, ese hombre tenía sus mañas y no se dejaría atrapar tan fácilmente—. En la casa solo están Lucas y Marcos, creo que sería prudente reforzar la seguridad con un par de hombres más. —No se preocupe, los he traído conmigo. —Señaló hacia el auto que empezó a seguirlos al salir del edificio. Luciano asintió y condujo tan de prisa como le era permitido para llegar hasta su casa, necesitaba estar junto a su esposa y cuidar de ella, aunque sus latidos se aceleraban todavía más, cuando pensaba en cómo le daría esa noticia. Durante cada segundo que duró el recorrido, el miedo y la impotencia iban haciendo estragos en él, al ser consciente de que una vez más estaba atado de manos.

—Luciano, al fin llegas… me tenías con el alma en vilo —mencionó Fiorella cuando lo vio entrar y un escalofrío la recorrió al ver que llegaba en compañía de Raoul Contini y dos guardaespaldas, enseguida sus latidos se hicieron pesados—. ¿Qué sucedió? ¿Por qué Carlota llamó para pedirme que no saliera de la casa? —Enzo Martoglio escapó esta madrugada de la cárcel —dijo sin rodeos, porque sabía que no había manera suavizar una noticia así. —¡¿Cómo que escapó?! —preguntó con voz temblorosa, parpadeó con asombro y su mirada se cristalizó por el llanto—. ¡¿Cómo lo dejaron escapar?! ¡Ese hombre es peligroso! Luciano le explicó brevemente los detalles que le había dado Contini durante el trayecto desde Florencia. —¡Ay Dios mío!… debemos ir con Fran, debemos viajar de inmediato América para protegerla, Luciano. —Se llevó las manos al pecho al pensar en el peligro que una vez más corría su pequeña. —Lo haremos… por supuesto que lo haremos, pero intenta calmarte. —Se acercó a ella al ver que comenzaba a palidecer y su cuerpo se había convertido en una masa trémula, la sostuvo por los hombros y buscó su mirada—. Mi amor, no debes temer por nuestra hija, ella está lejos del alcance de ese miserable…; sin embargo, ahora mismo le enviaré un telegrama a Brandon para ponerlo al tanto de la situación, y le pediré que no le diga nada a nuestros hijos para no atormentarlos. Fiorella asintió confiando en él, pero no pudo contener el llanto que la desbordó mientras todo su cuerpo se estremecía, se aferró a su esposo y elevó una oración al cielo, pidiéndole a Dios que cuidara a su princesa. También le pidió a su Fabrizio que desde el cielo cuidara de su Campanita, y al mismo tiempo rogaba para que su hijo que estaba junto a ella en América, no permitiera que nadie le hiciera daño.

Capítulo 19 Las luces de la tarde entraban por las puertas de cristal que daban al balcón de la habitación y la suave brisa de la primavera, traía el dulce aroma de los botones de rosa que comenzaban a colmar el rosal de la mansión Anderson, mientras las risas cantarinas de las esposas Cornwall, Fransheska y Victoria, llenaban de alegría la recámara de la heredera. Todas estaban sobre la cama como si fuesen unas jovencitas, mientras veían los bocetos que le había entregado la famosa diseñadora Madeleine Vionnet, para que escogieran los vestidos que usarían en la boda; en vista de que todas las amigas de Fransheska se habían quedado en Italia, les había pedido a ellas que fueran su cortejo. Edith le había dicho que viajaría en cuanto terminara su semestre dentro de unas semanas, lo que verdaderamente la llenaba de alivio porque sentía que no le alcanzaría el tiempo para todo lo que debía hacer. También estaban ansiosa por la llegada de su madre, las necesitaba allí para que le ayudaran con los preparativos, aunque debía reconocer que Annette le había sido de muchísima utilidad, porque era una experta en la organización de fiestas y tenía a muchos conocidos, pero deseaba que su madre y su mejor amiga, fueran parte de todo. —Creo que este es precioso —mencionó Annette, mirando un elegante vestido gris perla con unos detalles de pedrería en color zafiro. —También me gusta, es discreto y no es blanco, por lo que no opacará a Fransheska — comentó Patricia, admirándolo. —Sé que la señora Vionnet sugirió un tono más fuerte para que hiciera resaltar el blanco, pero estos rojos me parecen exagerados para la ocasión, son bellísimos, pero tal vez para otro tipo de veladas —dijo Fransheska, mirando los bocetos. —Tienes razón, son exagerados para una boda —Annette los miraba con atención—. Aunque me encantaría pedir este porque en verdad es bellísimo, pero lo usaría en una ocasión como mi cumpleaños —añadió, recibiendo el boceto y sonriendo al imaginar lo que diría su esposo cuando la viera con un vestido así. —Definitivamente tendrías que usarlo para tu cumpleaños o para las fiestas de fin de año, porque te apareces con ese vestido en la boda, y la tía sufre un infarto —intervino Victoria, sonriendo con picardía. Las carcajadas no se hicieron esperar ante el comentario de Victoria, siguieron viendo vestidos y encontraron uno que pareció ser el indicado porque todas exclamaron al verlo y sus miradas se iluminaron. Era elegante y muy hermoso; una columna elaborada en un delicado bordado, tenía un escote cubierto con una transparencia que lo hacía lucir muy discreto, con detalles en pedrería y una cinta a la altura de la cintura, que acababa en una estilizada cola, confeccionada en seda. —Creo que me he enamorado —susurró Fransheska mientras lo admiraba y pensó que ese color le quedaría perfecto a su vestido de novia, que era blanco con detalles dorados, porque le había dicho a Vionnet que ese día quería lucir como una princesa. —¡Es perfecto! —exclamó Annette embelesada. —Sí, también me gusta mucho —concordó Patricia sonriendo.

—Ese tono dorado, definitivamente, está en boga, así que dará ese toque actual que nos había sugerido la diseñadora, me encanta. —Entonces está decidido, escogemos este. —Fransheska estaba entusiasmada y todas asintieron igual de felices. Guardaron los demás en la carpeta y ella puso ese encima, para mostrárselo a la diseñadora cuando se vieran para q tomarles las medidas. Estaba sedienta, así que decidió bajar a la cocina para tomar un vaso de agua, ya se desenvolvía en la mansión como si fuese su casa, porque todos le habían insistido en que se tomase esa libertad, en vista que dentro de poco sería la señora de la misma. Llegó hasta la cocina y pidió lo que deseaba, Gregoria y Lucy también quisieron prepararle un refrigerio para Annette, Patricia y Victoria; sabían que disfrutaban mucho de los dulces y justo acababan de hacer galletas. Fransheska escuchó el motor de un auto y supo de inmediato que era el de Brandon, así que les pidió a las empleadas que les dijeran a sus amigas que subiría en un momento, su corazón se aceleró al sentir la poderosa presencia de su novio, se le ocurrió darle una sorpresa y se escondió tras la puerta que daba a la alacena. —Tomaré un vaso de agua y enseguida te entregó los documentos, Robert —anunció antes de entrar a la cocina. —Señor Brandon, estaba por llamar a la oficina para saber si todavía seguías allí —mencionó Dinora luciendo preocupada. —¿Sucede algo? —preguntó sin preámbulos al ver su semblante. —Hace una hora llegó este telegrama de parte de su suegro, es con carácter de urgente — contestó, entregándole el sobre. —Gracias, Dinora ¿qué habrá ocurrido? —indagó abriéndolo y extendió la hoja, comenzó a leer y a medida que lo hacía, la rabia se apoderaba de él—. ¡Esto no puede ser posible! — exclamó Brandon, mientras su mirada se paseaba por las líneas escritas en el papel. —¿Qué te dice? —cuestionó Robert, alarmado al ver su rostro sonrojado y que sus manos temblaban. —Léelo tú mismo, porque tengo tanta impotencia y rabia que no quiero ni decirlo en voz alta —respondió, sintiendo la ira apoderarse de su pecho y encender todo su cuerpo, hasta comenzó a transpirar. Por un instante tuvo un abrumador impulso de tener a ese hombre frente a él y acabarlo con sus manos, pero inspiró profundamente e intentó calmarse, ya que su suegro le había pedido que no le dijera nada a sus hijos, no deseaba que Fransheska y Fabrizio se atormentaran al saber que ese hombre andaba suelto. Tragó para pasar el sabor amargo de la bilis mientras pensaba en la manera de ocultarle todo eso a su novia y a su cuñado. Fransheska pudo percibir la tensión en la voz de Dinora, así que prefirió no interrumpir y dejar que le comunicara a su novio lo que debía decirle. Incluso, pensó en retirarse y saludarlo en otro momento, pero no pudo hacerlo cuando escuchó que se trataba de un telegrama enviado por su padre; después, la reacción de Brandon hizo que el corazón se encogiera para luego lanzarse en una carrera frenética, haciendo que su respiración se tornara afanosa y su cuerpo temblara. —¿Cómo pudo pasar esto? —inquirió Robert, frunciendo el ceño. —No lo sé, Robert… no lo sé, pero estoy seguro de que no lo hizo solo… ¡Alguien tuvo que ayudar al maldito de Enzo Martoglio a escapar de la prisión! —gritó, estrellando su puño contra la encimera. Las palabras de Brandon impactaron a Fransheska con tanta fuerza, que fue como recibir una vez más aquella bofetada que le diera Martoglio cuando intentó llevársela por segunda vez. Su

cuerpo fue presa de una sensación de vértigo tan poderosa que todo a su alrededor se puso negro, sin darse cuenta soltó el vaso que tenía en sus manos y se estrelló contra el piso, convirtiéndose en añicos, el estruendo retumbó en toda la cocina, captando enseguida la atención de los hombres que se volvieron para ver lo que había pasado. —¡Fransheska! —expresó Brandon, al verla salir de detrás de la puerta que daba a la alacena, no se había percatado de su presencia. —Lo… lo siento… yo… solo quería saludarte… —Fransheska se obligó a escapar del trance e intentó justificar su presencia allí mientras se doblaba para recoger los cristales rotos y sus manos temblaban. —Amor… no sabía que estaba aquí… —Su voz se quebró por la culpa que lo embargó, ella era quien menos debía enterarse de lo que había sucedido—. Deja eso, no te preocupes. — Caminó hasta ella y la sujetó de los hombros para ponerla de pie. —No se preocupe, señorita Fransheska, una de las empleadas se encargará de recoger esos vidrios —mencionó Robert y agarró un paño para que se secase las manos, luego le sirvió otro vaso de agua. —Muchas gracias, señor Robert. —Recibió el vaso que le ofrecía, solo tomó un sorbo y cuando lo dejó sobre la mesa fue consciente de cuánto temblaban sus manos, así que inhaló despacio e intentó controlarse, para no preocupar a su novio—. Estoy bien —dijo viendo la preocupación con la que Brandon la miraba. —Por supuesto, estarás bien… —Se obligó a sonreír y le acarició la mejilla, su piel se había tornado pálida y estaba muy fría. —¿De dónde envió mi padre el telegrama? —inquirió, mientras una presión se adueñaba de su pecho, sus ojos se llenaban de lágrimas y por mucho que lo intentaba no podía controlar el temblor de su cuerpo. —Desde Florencia. —Decidió sincero—, pero no hay nada por lo que preocuparse, amor… Luciano me aseguró que ya ha reforzado la seguridad y que ellos estaban bien… —¡Oh, Dios mío! Mis padres están en Florencia… ellos están… —La invadió una dolorosa desesperación y dejó escapar un sollozo. —Fran, no tienes que angustiarte, todo estará bien —aseguró, abrazándola, pudo sentir que todo su cuerpo cada vez se hacía más convulso ante los sollozos—. Mi amor, debes calmarte, créeme por favor, a tus padres no les pasará nada; mira, el telegrama dice que estaban por viajar a Francia… es probable que ya estén allá y fuera de peligro. Además, las autoridades y personal que hemos dispuesto Luciano y yo, ya están buscando a ese miserable, te juro que no descansarán hasta encontrarlo, así que no tienes nada que temer. —¡Ese hombre es un demente y no le importa nada!… ¡Dios, pensé que todo había terminado! ¿Por qué debemos seguir siendo atormentados por Enzo Martoglio? —reclamó entre sollozos y hundió su rostro en el pecho de su novio, buscando algo de consuelo. Brandon la envolvió con sus brazos para reconfortarla, mientras su corazón se desgarraba al escucharla llorar de esa manera, se sentía tan impotente al no poder brindarle la absoluta certeza de que todo estaría bien, porque así le costara admitirlo, una vez más estaba a merced de ese maldito desquiciado. Ella comenzó a calmarse, recordándose que debía ser fuerte y que no podía ceder ante el pánico, no dejaría que la sombra de Enzo Martoglio la dominara, muy despacio se separó de su novio y buscó su mirada. —No podemos decirle a Fabrizio… —expresó con determinación y su voz sonaba más serena, pero al mismo tiempo angustiada—. Se volverá loco si sabe que ese hombre anda suelto y que

nuestros padres corren peligro, lo mejor será no decirle nada hasta que lo atrapen —explicó, mirando a su novio a los ojos. —Tu padre me pidió que no les dijera nada, podemos mantener a Fabrizio ignorante de esto para no atormentarlo —dijo para tranquilizarla y le acarició la espalda. —Tienes razón, todo estará bien… mis padres estarán aquí pronto… —expresó, queriendo convencerse de que así sería y suspiró para liberar esa sensación de opresión que se había adueñado de su pecho—. Bueno, será mejor que regrese con las chicas, deben estar esperándome. —Se dio la vuelta para marcharse, pero enseguida supo mientras sus padres estuvieran en peligro, no tendría cabeza para seguir haciendo planes para su boda—. No, creo que es mejor dejar eso para mañana, volveré a la casa porque seguramente Fabrizio llamará en algunas horas y no quiero que sospeche nada —dijo sin ver a su novio, para esconderle lo nerviosa y asustada que estaba. —¿Por qué no te quedas aquí? —sugirió Brandon y la vio negar con una sonrisa, obviamente deseaba parecer fuerte delante de él. —No es necesario, estoy bien… —calló al ver que él la miraba con escepticismo—. Brandon, te aseguro que estoy bien, mi amor. Solo quiero que todo parezca normal para que mi hermano no sospeche. —Bien, si es lo que deseas, entonces te llevaré —dijo, aunque la preocupación no lo abandonaba, sabía que ella solo estaba simulando. —Gracias —respondió con una sonrisa—. Fue grato verlo, Robert, hasta pronto —Se despidió, ofreciéndole la mano. —Igualmente, Fransheska. —Le estrechó con suavidad la mano y la miró a los ojos—. Esté tranquila, que su familia y usted estarán seguros. —Muchas gracias —su voz se quebró, pero una vez más sonreía, luego de eso salió junto a su novio de la cocina. Brandon no deseaba que se marchara porque podía ver que estaba muy alterada, aunque intentase esconderlo, pero tampoco quería contradecirla o angustiarla más, así que se limitó hacer lo que le pedía, caminaron hasta el auto. Comenzaron el trayecto en completo silencio, la distancia que separaba ambas casas no era mucha, así que Brandon trató de ir lo más despacio posible para estar junto a ella por más tiempo, negándose a dejarla sola en ese momento. Fransheska estaba poniendo todo su esfuerzo en mostrarse serena, pero la angustia, el miedo y el dolor eran sentimientos contra los que no era fácil luchar. Cerró los ojos y de inmediato su mente fue invadida por el recuerdo del día en el que estuvo a punto de morir a manos de Enzo Martoglio; todo regresó como si ese episodio no hubiese sido meses atrás, sino como si estuviese pasando en ese preciso momento y la barrera que contenía sus emociones se hizo pedazos, liberando todo su dolor en un torrente de sollozos. —Fransheska… —susurró Brandon viendo cómo se derrumbaba y rápidamente orilló el auto —. Mi vida, no llores así por favor. Se volvió acercándose a ella para abrazarla con fuerza, luchando por contenerla al sentir cómo su cuerpo se convulsionaba por los sollozos, Fransheska se aferró a él, pero no había manera que pudiese dejar de llorar. La pesadilla que vivió meses atrás amenazaba con adueñarse de su vida una vez más y la llenaba de terror, porque sabía que ese hombre había escapado con una sola intención, ir detrás de ella. —Fran, mírame, por favor… —rogó, sosteniéndole el rostro, pero ella mantenía sus párpados cerrados—. Princesa, te prometo que todo va a estar bien, no sigas llorando de esa manera… no soporto verte sufrir así, te juro que me consume la rabia y la impotencia. —No puedo dejar de llorar… no puedo, Brandon… no puedo con tanto peso ni con esta

angustia —pronunció entre sollozos, se separó de Brandon y se llevó las manos al rostro para secarse las lágrimas, pero más seguían brotando—. No hice nada… yo no hice nada ¡¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí?! ¿Por qué a mi familia? ¿Acaso no fue suficiente con el infierno que vivimos cuando Fabrizio estuvo en la guerra? ¡Dios mío, no es justo! —exclamó frustrada, llena de rabia y dolor mientras se ahogaba con el llanto; sentía la necesidad de escapar así que abrió la puerta del auto para salir y alejarse. Brandon también salió y caminó detrás de ella, deseaba tener las palabras para consolarla, tener el poder para darle la seguridad que necesitaba, pero sabía que no podía hacer nada para evitarle ese sufrimiento, por eso la impotencia hacía estragos en él. Aunque estaba a su lado, segura y alejada de la mano de ese hombre, sus padres seguían en Italia y podían ser víctimas de las represalias que pudiese tomar ese miserable; así que una parte de ella se encontraba indefensa, a merced de ese loco y era evidente que se sentía culpable por toda esa situación. Fransheska gritó con tanta fuerza que el sonido retumbó en el lugar; haciendo que Brandon se estremeciera al escucharla, rápidamente se acercó, al ver que se doblaba y se envolvía con los brazos para darse fuerza. Era como si todo el dolor que había pasado años atrás su familia a causa de lo ocurrido con su hermano, y esa situación a la que se tenían que enfrentar de nuevo, la golpearan con fuerza. —No voy a dejar que nadie te haga daño… mi amor —sentenció Brandon, abrazándola por la espalda con fuerza para evitar que se derrumbara—. Yo estoy aquí contigo y te juro que haré hasta lo imposible por acabar con todo esto, no te tortures más… no existe manera ni posibilidad que ese hombre logre dañarte a ti o alguno de los tuyos, te juro que los voy a proteger. —La volvió para mirarla a los ojos y acunó su rostro bañado en lágrimas—. Te lo juro, Fransheska. Ella se amarró a él en un abrazo, dejando que el dolor la drenara a través del llanto, necesitaba liberarlo o la angustia terminaría consumiéndola. Estuvieron unos minutos abrazados en silencio, ella aún seguía llorando, pero lo peor había pasado, al menos, ya no sentía que la presión en su pecho era tan fuerte y su cuerpo casi no temblaba. Una suave brisa que recorrió el lugar los envolvió y ese aire fresco le ayudó a respirar mejor, llevándose también parte de la angustia. Él vio que ella estaba más tranquila, así que, rodeándole los hombros, caminó junto a ella para subir al auto, condujo un poco más, pero al llegar a la intercepción giró y retomó la vía hacia su casa. —¿Por qué volvemos? —preguntó con la voz ronca por el llanto. —Te quedarás esta noche en mi casa… —respondió y al ver que ella se disponía a protestar se apresuró a continuar—: Necesito tenerte cerca y saber que estarás bien, por favor, te ruego que no me contradigas en esto, princesa… ya llamaremos a Fabrizio y le daremos cualquier excusa, pero por hoy lo mejor será que te quedes con nosotros —indicó, dejando claro que no recibiría una negativa. —Está bien —susurró y recibió la mano que él le ofrecía. Brandon entrelazó sus dedos y se llevó la mano a los labios para darle un beso. Al regresar, no entraron a la casa, él pensó que era mejor llevarla al invernadero para que pudiera tranquilizarse, allí estuvieron un largo rato y eso consiguió que las emociones de Fransheska se sosegaran. Al entrar a la casa se encontraron con Victoria, ella se veía bastante preocupada y no tardaron en comprender que seguramente ya estaba al tanto de lo que había sucedido. Cuando bajó para despedir a sus amigas se topó con Robert y él la puso al tanto de todo; enseguida la preocupación la embargó y no pudo disimular delante de sus amigas, así que terminó por contarle a grandes rasgos lo que sucedía. Como era de esperarse, ellas se mostraron

conmocionadas y le pidieron que le diera un abrazo a Fransheska, lo hizo en cuanto la vio y con ese gesto le aseguró que todo estaría bien. Fabrizio regresó de su consulta con Clive, que afortunadamente no lo había dejado tan perturbado como veces anteriores; por el contrario, sentía una especie de paz luego de que le confesara algunos de sus miedos. Fue como si expresarlos en voz alta le permitiera liberarse, ya que muchas veces se sentía sometido por ellos, hasta el punto en el que contempló la idea de suicidio; todo eso lo confesó en medio de un llanto amargo, que fue drenando su dolor. Su psiquiatra lo dejó desahogarse en absoluta libertad, sin juzgarlo; por el contrario, lo animó que dejara salir todo eso que lo atormentaba y le dijo que llorar estaba bien. Eso lo sorprendió, pues era el primer hombre al que le escuchaba decir que no era un signo de debilidad, sino que era bueno hacerlo de vez en cuando, porque luego de cada episodio como ese, le aseguraba que saldría renovado y fortalecido. Y justo así se sentía mientras caminaba por las veredas del Central Park, sus músculos que siempre parecían estar en tensión ahora los percibía relajados y eso lo hacía sentirse liviano, incluso tenía la impresión de que respiraba con más facilidad. También lo embargaba una especie de agotamiento, era como si haber soltado tantas cosas hubiesen significado un gran esfuerzo, y hasta podía decir que al drenar a través del llanto sus emociones lo hubiese vaciado. —Buenas tardes, señor Di Carlo —Lo saludó Arthur cuando lo vio acercarse a la recepción y de inmediato buscó sus llaves. —Buenas tardes, Arthur, ¿tengo algún mensaje? —Sí, el señor Anderson pidió que lo llamara en cuanto llegase. —Bien, muchas gracias. —Recibió las llaves y la nota. Después de eso caminó hacia los elevadores, miró un par de veces a su alrededor porque tenía la sensación de que estaba siendo observado. Entró a su habitación y se quitó la chaqueta, dejándola en el perchero, luego se soltó los botones de las mangas y las enrolló hasta la altura de sus antebrazos, también abrió varios de su cuello. Se sentó al borde de la cama y tomó el teléfono para llamar a su cuñado, escuchó el primer repique y de pronto un peso se alojó en su estómago, como si una parte de él presintiese que algo andaba mal. —Buenas noches, Dinora —saludó al ama de llaves—. Brandon me dejó un mensaje, que necesitaba comunicarse conmigo. —Sí, señor Di Carlo, enseguida lo comunico con él. —Gracias, Dinora. —Mientras esperaba se frotó la frente un par de veces con preocupación, porque percibió que el tono de la mujer era algo tenso. Al fin escuchó la voz de su cuñado que lo saludaba—. Buenas noches, Brandon. ¿Cómo está todo por allá? —Bien, pero te pedí que me llamaras para decirte que Fransheska se quedará en mi casa hasta que regreses de Nueva York. —¿Sucedió algo? —inquirió, poniéndose alerta de inmediato. Él se quedó callado y eso solo aumentó su ansiedad—. Brandon, por favor. —Tus padres no querían que ni Fransheska ni tú se enterarán, pero tal vez lo mejor es que estén al tanto de todo. —Respiró profundo para armarse de valor y luego soltó el aire de golpe—. Enzo Martoglio escapó de la prisión de Florencia, hace un par de días… —¡¿Cómo sucedió algo así?! —preguntó, elevando la voz ante la conmoción que esa noticia le provocó, una intensa furia se apoderó de él y por un momento se arrepintió de no haber acabado con ese miserable cuando pudo—. ¿Acaso ese malnacido no estaba en una celda de máxima

seguridad? —inquirió, poniéndose de pie. —Luciano envió un telegrama y allí no me explica mucho, solo que escapó, al parecer, se fingió enfermo para quedarse en enfermería. —¿Dónde están ellos? ¿Siguen en Italia? —preguntó con voz trémula, temiendo que pudiera estar en peligro. —Tu padre me dijo que adelantaron su viaje y que estarían saliendo para París en dos días, supongo que por el tiempo que tardó en llegar el telegrama, ya deben estar allá… Le solicité a Robert que enviara un telegrama a Gerard contándole la situación y pidiéndole que le brindara protección mientras estuviesen allá. —No me agrada que hubieses molestado a Lambert con este asunto —dijo frunciendo el ceño, porque no quería deberle favores. —Sé que ustedes dos tienen sus diferencias, pero creo que en este momento lo primordial es mantener a salvo a tus padres, y Gerard tiene los medios para hacerlo —pronunció con seriedad. —Está bien —murmuró y soltó un suspiro, resignándose—. ¿Cómo está mi hermana? — preguntó, enfocándose en lo importante. —Tranquila, obviamente la noticia la impresionó mucho, aunque trató de disimularlo no pudo hacerlo por mucho tiempo; cuando íbamos camino a tu casa se derrumbó y tuvo una crisis, es evidente que lo que ese malnacido le hizo sigue afectándola, por eso quise que se quedara aquí con nosotros, se sentirá mejor estando acompañada. —Sí, sé de lo que hablas, ella siempre intenta hacerse la fuerte, pero en el fondo sigue aterrorizada por culpa de ese enfermo —pronunció sintiendo una arrebatadora y calcinante furia invadirlo de pies a cabeza; sin embargo, negó con la cabeza, ya que estando tan lejos no tenía caso que se atormentara, eso solo lo llenaría de frustración—. Te agradezco mucho que estés cuidando de mi hermana, Brandon —añadió en un tono de voz más calmado. —No tienes nada que agradecer, sabes que amo a tu hermana y haré hasta lo imposible por cuidar de ella, lo que más deseo es que Fransheska se sienta a salvo y sea completamente feliz. —Llamaré a recepción para que me reserven un boleto en el próximo tren a Chicago, dile a Fran que la adoro y que todo estará bien. —Así lo haré, que tengas buen viaje y nos vemos pronto. —Gracias, por favor hazle saber a Victoria que también la tengo presente y que nos veremos pronto. Abrazos, cuñado —dijo y luego de eso colgó, pero de inmediato marcó a la recepción. El gerente del hotel atendió su pedido expresamente y le informó que el tren de ese día hacia Chicago ya había salido, pero le presentó la opción de viajar con escalas, tardaría un poco más porque el tren hacía parada en Washington, luego debía hacer un transbordo en Pittsburgh, una parada más en Cleveland y finalmente llegaba a Chicago. Era esa opción o esperar dos días en Nueva York, hasta que saliera el próximo tren directo, para él que ya tenía sus boletos comprados, era en el que regresaría; optó por hacer el trayecto con escaladas porque era consciente que permanecer allí sería insoportable.

Capítulo 20 Joshua se había dormido, luego de haber pasado casi una hora haciendo preguntas, su curiosidad cada día aumentaba más; Fabrizio se levantó de la pequeña cama con mucho cuidado para que no despertara y luego lo cubrió con la cobija. Le acarició los cabellos y le dio un tierno beso en la frente, se dirigió a la puerta y antes de salir apagó la luz, dejando la habitación iluminada por la lámpara de la mesa de noche. Entró a su habitación y vio a Marion acomodando la ropa que había lavado por la mañana, ella al verlo le dedicó una sonrisa y él le devolvió el gesto, acercándose para ayudarla, tomó una de las pilas de camisetas y las llevó al armario para guardarlas en los cajones. —Hoy tardó un poco más en dormirse —mencionó sonriente, admirando a su esposo que se acercaba por más prendas. —Nos pusimos a conversar y se nos hizo tarde —respondió, mostrando una amplia sonrisa y siguió con su labor, se mantuvieron conversando hasta que terminaron y él tomó la cesta—. La dejaré en su lugar —dijo y salió de la habitación dejando la puerta abierta. Caminó al cuarto de lavado y la dejó allí, luego se dirigió a la cocina para cerrar con seguro la puerta que daba al jardín, miró a través del panel de cristal en medio de la hoja de madera y su vista fue atraída por el hermoso espectáculo que le ofrecía el cielo colmado de estrellas que rodeaban a la hermosa luna llena. Estaba ensimismado en esa imagen, cuando de pronto sintió un leve dolor el estómago y en un acto reflejo se llevó la mano allí donde la punzada era más molesta. Ya era la segunda vez que le sucedía, el primer día pensó que se había sacado el aire al lanzarse a la cama mientras jugaba con Joshua, pero después pensó que se debía a que algunas veces se había tomado los medicamento a deshora. Suspiró siendo consciente de que eso era su culpa y que debía llevar un control más riguroso, pero muchas veces los olvidaba por estar en clases o metido de cabeza en algún platillo; sin embargo, tenía que poner más cuidado al horario de sus remedios. De pronto sintió unos brazos que le cerraron la cintura, luego un cuerpo tibio y pequeño se adhería a su espalda, él empezó a acariciar suavemente los brazos que lo amarraban. Marion dejó caer varios besos en su espalda y él sonrió, mirando por encima de su hombro. —¿Tienes sueño? —preguntó Fabrizio, acariciándole los brazos. —La verdad es que no, descansé bastante en la siesta de esta tarde —respondió sin dejar de besar la espalda de su esposo. —Me encantaría invitarte a una ópera o a una obra de teatro, pero como el sueldo de un simple asistente de chef no da para tanto, tendré que convidarte algo más simple —acotó, tomando una de sus manos para darle un suave beso. —¿Qué será? —inquirió con curiosidad, levantó el rostro y sus miradas brillantes se cruzaron. —¿Qué te parece mirar las estrellas? —sugirió con algo de timidez, al tiempo que entrelazaba sus dedos. —Me encantaría, es mejor que cualquier obra de teatro u opera —contestó sonriente—. Además, solo seremos tú y yo —agregó con entusiasmo, al tiempo que desenlazaba una de sus

manos para pasar el pestillo y girar la perilla. Fabrizio abrió la puerta y la sujetó de la mano, halándola a su lado, ella solo se dejó guiar y él la llevó al claro a mitad del pequeño jardín que les ofrecía una alfombra de césped, tomaron asiento uno al lado del otro, admirando el infinito manto negro decorado por incontables diamantes que brillaban como nunca. Se veían sumamente cerca y daban la impresión de que podían tocarlas con solo estirar una de sus manos; sin embargo, el verdadero protagonismo lo tenía la luna brillando con intensidad, llegando incluso a opacar a las estrellas. Se mantuvieron en silencio con las miradas puestas en el firmamento, que tantos recuerdos le traía; un cielo igual de hermoso que ese, fue el testigo de su primera entrega. Fabrizio se tendió sobre el prado con uno de sus brazos bajo su cabeza, mientras que con sus dedos acariciaba quedamente los de Marion donde aún mantenían el agarre y ella terminó por acostarse al lado de su esposo. —¿Alguna vez has visto algo más hermoso? —preguntó ella, sin desviar la mirada del cielo que la tenía hechizada. —Nunca en mi vida… es lo más hermoso que mis ojos han podido apreciar —respondió, admirando el perfil de su esposa bañado por la luz plata de la noche, que la hacía lucir como a una ninfa. Marion volvió el rostro y se lo encontró admirándola, él estaba de medio lado apoyado sobre su codo y le sonreía. Fabrizio liberó la mano del agarre y la llevó al rostro de Marion para acariciarlo, deslizando su dedo por el perfecto tabique. —Lo más hermoso —susurró, deslizando un dedo por sus labios, dibujándolos con delicadeza —. Y más suave. —movió los dedos nuevamente por la mejilla y bajó hasta el cuello, continuando con el arte de sus caricias y esa intensa mirada que le dedicaba. —Me haces tan feliz, Fabrizio —expresó, poniéndose de lado. Llevó la mano a su hombro haciendo que él quedara nuevamente acostado y posó parte de su cuerpo encima del tibio de su esposo, entrelazó sus manos sobre el pecho de Fabrizio y descansó su barbilla sobre estas, mientras sus pupilas bailaban embelesadas con su esposo. Sentía que su amor por él crecía a segundos y que Fabrizio era más hermoso que el cielo; sus ojos reflejaban brillo de las estrellas. Fabrizio también se deleitaba con el rostro de Marion mientras se preguntaba por qué ella ha sido tan buena con él, aún no se creía merecedor de ese amor tan infinito que ella le prodigaba, pero lucharía cada día por ser digno de ese sentimiento. Con ella nunca había sentido zozobras porque era paz, tranquilidad, aunque también era pasión, descontrol, fuerza; Marion sencillamente era el amor, el verdadero. Llevó uno de sus brazos y le cerró la cintura para atraerla hasta ponerla encima de él, abrió sus piernas y las flexionó a ambos lados dejándolas como barreras que resguardaban el cuerpo de su esposa. Sus brazos también se cerraron en su espalda, acercó sus labios para besarle la frente, luego la punta de la nariz y por último la boca. —Fabri… nunca me dejes de amar —pidió con la voz vibrándole y mirándolo a los ojos—. No me dejes por otra. —Amor… jamás lo haré… solo amo a dos mujeres más en esta vida, esas son mi madre y hermana… la próxima mujer que amaré será nuestra hija y llevará por nombre Luna… Siempre ha sido nuestra mayor cómplice; además, sé que nuestra hija será tan hermosa como ella —Le hizo saber desviando al cielo—. Quiero que nuestra Luna tenga tus ojos… tu cabello… tu sonrisa… que sea igual a su madre. —Entonces será hermosa —acotó con una gran sonrisa.

—Me has salido vanidosa… pero no hay que negarlo, tú eres la mujer más hermosa que he visto y, muestra de ello, es que me hechizaste —susurro, depositándole un beso en la mejilla para luego sonreír. —Amor… Fabri. —Tragó en seco, no era fácil lo que pensaba decirle—. ¿Por qué no haces algo más por esas dos mujeres que también amas?… ¿Por qué no las buscas y así les das la dicha de saber que hay alguien que las ama con todo su ser, y que no es completamente feliz porque las extraña a cada segundo? —inquirió mirándolo. —Yo quisiera…ver a Campanita y a mamá… aunque tengo miedo de que me rechacen y no me perdonen tantos años de ausencia, de engaños… no sé cómo reaccionarán si me presento ante ellas. —Se pondrán felices, te aseguro que lo harán… y nuestro hijo va a conquistarlas también, dale la oportunidad a Joshua de que conozca a su tía y a sus abuelos —rogó, esperando convencerlo. Sabía que ese era un tema difícil para él, pero lo ayudaría a afrontarlo. —Sé que mi hijo lo merece y por él estoy dispuesto a dar ese paso, por él y por Fransheska… Yo no te había dicho nada, pero me gustaría estar con mi hermana el día de su boda… fue algo que le prometí y he estado reuniendo para que podamos viajar y acompañarla ese día. —¡Fabri, eso es maravilloso! —Se incorporó un poco mientras lo miraba a los ojos con emoción. —Lo es, aunque existe un inconveniente, su boda será en América y los boletos salen bastante costosos, pero sé que, si sigo trabajando como hasta ahora, voy a conseguir el dinero para comprarlos… al menos los nuestros, pero no creo que pueda cubrir también el de Manuelle — confesó un poco apenado, por no poder llevarse a su cuñado, pero era demasiado dinero. —No te preocupes, él lo comprenderá… va a ser difícil separarnos por un tiempo, pero estoy segura de que mi hermano se pondrá feliz y te apoyará… y a lo mejor, si economizamos en algunos gastos, podemos cubrir todos los boletos, o yo podría pedir un préstamo en el hospital, hace mucho que no solicito dinero de mi fondo. —Valoro mucho tu intención, pero deja que sea yo quien costee el viaje, por favor, Marion, ya tú has hecho demasiado por mí… me has dado todo cuanto has podido y más, así que quiero ser quien lo haga esta vez… —pidió, mirándola a los ojos. —Está bien, dejaré que seas tú —aceptó solo para complacerlo y que no se desanimara. Cómo decía Manuelle y el doctor en París, debía dejar que él siguiera ganando independencia; eso lo ayudaría a mejorar y no caería en depresiones—. No te imaginas lo feliz que me hace que te hayas decidido a buscar a tu familia, ellos merecen saber que estás vivo y que no has dejado de amarlos un solo instante. —Ni uno solo, Marion, yo los he amado siempre… y en quien más he pensado todos estos años es en mi padre, porque la última vez que lo vi no quedamos en muy buenos términos, yo estaba tan resentido… herido, y él se sentía tan molesto y decepcionado, que no sé si quiera verme de nuevo —murmuró, bajando la mirada. —¿Qué te hace pensar que eso será así? —cuestionó triste, al ver cómo las dudas asaltaban una vez más a su esposo. —Solo lo sé —Un par de lágrimas se estrellaron en sus manos. —¡Exacto! No lo sabes porque eso no pasará, después de escuchar todo lo que me contaste, estoy segura de que tu familia te adora y que estarán felices de tenerte junto a ellos—mencionó, pero vio que eso no lo convencía así que intentó con algo más—. ¿A ver, recuerdas lo último que te dijo? —preguntó, buscando su mirada. —Como si fuese en este instante… —esbozó, alzando el rostro y la miró a los ojos, respiró

profundo y continuó—: Me dijo. «¡Fabrizio Alfonso! Ya basta… basta». Él estaba furioso como pocas veces lo había visto, dejó los papeles de mi ingreso a Cambridge sobre el escritorio de mi habitación en el colegio. —¿No te dijo nada más? —preguntó ella y le acarició el hombro al ver que tragaba para pasar las lágrimas. —Sí, me dijo… «Ahí está la solicitud, la llenas… Deseo con todo mi corazón que salgas de esto porque eres mi hijo y te quiero, solo Dios sabe cuánto y, solo él sabe, que lo que hago es por tu bien. Vendré a buscarte, no hay necesidad de que viajes solo hasta París». Luego se acercó y me dio un beso en la frente, pero yo estaba tan molesto que ni siquiera lo miré. —Fabrizio dejó correr las lágrimas en medio de sollozos cargados de dolor—. En ese momento no le dije nada… y ahora tengo tantas cosas que deseo decirle, quiero que sepa que lo siento… que siento tanto todo lo que le dije ese día, que nada de eso era en serio, que él era el mejor padre del mundo. —Puedes hacerlo Fabrizio… —dijo, pero lo vio negar—. Claro que sí, solo debes preséntate allá y decirle todo lo que llevas guardado en tu corazón. Mi amor, estoy segura de que él te comprenderá porque te ama. —No lo sé, Marion… no sé si todavía me ame —expresó uno de sus mayores miedos y su llanto se hizo más amargo. —No creo que alguien pueda dejar de amarte porque tú eres un ser tan especial, Fabrizio… Así que dudo que tu padre lo haya hecho, sé que él aún te ama —pronunció con convicción al tiempo que limpiaba las lágrimas—. Sí… sí, eres lindo tanto por fuera como por dentro. —Pero sabes que existe alguien más ocupando mi lugar, él está ahí con ellos, seguramente es él a quien aman ahora —expresó, ahogándose en un sollozo y se llevó las manos al rostro para cubrirlo. —¿Y vas a dejarlo ahí? ¿Dejarás que siga robándote el amor de tus padres? —cuestionó y él no respondió, así que fue más drástica—. Odio el pensamiento de los militares… pero ahora debes pensar como uno… así que es él o eres tú, no hay más… —Y si cuando llegué allá, ellos me rechazan —cuestionó mientras la inseguridad jugaba con sus emociones y el pesimismo era su aliado. Todos los días se mostraba decidido, pero en el fondo de su corazón seguía aterrándolo la idea de ver a su familia—. Tienen motivos para hacerlo; después de todo, yo he tratado de hacer mi vida lejos de ellos. Tal vez cuando les cuente que llevó una vida normal, terminen odiándome por no haberlos buscando antes. —Llevas una vida normal, recientemente, pero estuviste más de tres años de tu vida lidiando con las secuelas psicológicas que te dejó la guerra… Además, tu estado físico te lo impedía, fueron casi cinco meses postrado en una cama… Solo ahora es que estás logrando salir de ese hueco. —Le acunó el rostro para verlo a los ojos—. Mi amor, nadie puede criticar tus progresos porque no conocen los esfuerzos que has hecho, ni nadie puede hablar de tus victorias si no saben de tus fracasos —añadió, para que no se siguiera juzgando. —Tengo miedo… mucho miedo… —murmuró, mirando a Marion a los ojos, buscando la fuerza necesaria, para dar uno de los pasos más importantes de su vida—. Yo quiero verlos, pero tengo miedo. —¡Oye, miedo!… Deja a mi esposo tranquilo que se ha llenado de valor y te va a dar una patada por el trasero. —Ella sonrió sacudiéndolo por los hombros para que el miedo lo abandonase—. Es mejor que lo dejes, porque cuando se propone algo lo cumple. —Creo que lograste espantarlo —dijo sonriendo, aunque su mirada seguía luciendo triste—. Gracias por apoyarme y llenarme de valor. —No tienes nada que agradecerme, lo prometí el día de nuestra boda, ¿lo recuerdas?

«Prometo forjar de amor tu sonrisa y en mi pecho sepultaré tu llanto» —repitió las palabras que le dijera en aquella ocasión, y acarició con suavidad la argolla en el dedo de su esposo. —Te amo tanto, Marion, te adoro con toda mi alma —susurró, emocionado y llenó de besos el rostro de su mujer. Los labios de Marion sellaron su boca y sus brazos le rodearon el cuello, sintió los senos presionados fuertemente contra su pecho y de inmediato le cerró la diminuta cintura con sus brazos, adhiriéndola más a él. Se puso de pie y ella lo envolvió con sus piernas, así se encaminaron hacia la casa, sin dejar de besarse, llegaron a la habitación y cerraron la puerta para amarse con la misma devoción y pasión de siempre. El tren proveniente de Cleveland arribó a Chicago casi a las tres de la tarde, había sido un viaje agotador y muy complicado, casi perdió la conexión en Pittsburg, ya que tardaron en entregarle su valija. Incluso estuvo a punto de dejarla abandonada, pero por suerte, alguien le avisó que aún faltaba una hora para salir, así que se relajó y aprovechó para hacer una llamada a casa de los Anderson y decirle a su hermana que ya estaba en camino. En cuanto bajó del tren caminó al área de equipaje, recibió su maleta y fue a la fila de autos de alquiler, como no sabía la hora exacta de su llegada, no quiso que alguno de los choferes de los Anderson pasara a por él. Subió y le dio la dirección, el hombre lo miró con algo de desconfianza, tal vez por su aspecto algo desaliñado, pero al final terminó poniendo en marcha el automóvil. —Buenas tardes, señor Fabrizio —Lo recibió y de inmediato le hizo una seña a uno de los empleados para que tomara su equipaje. —Buenas tardes, Dinora —Intentó sonreír—. Gracias, Jerry —dijo entregándole la valija y paseó su mirada por el salón en busca de Fransheska—. ¿Dónde está mi hermana? —Está en su jardín, con el señor Brandon —comentó con algo de tristeza, ya todos estaban al tanto de lo que sucedía. —Gracias Dinora —dijo y se alejó para buscarla. Fransheska estaba sentada en la banca frente a la fuente de Amor y Psique, siendo arrullada por el sonido del agua y las suaves caricias que su novio le daba en la espalda. De pronto el sonido de unos pasos acercándose la sacaron de ese estado de sopor, volvió el rostro y su mirada se encontró con la de su hermano, se puso de pie y corrió hacia él para abrazarlo. Fabrizio la amarró entre sus brazos mientras hacía acopio de todas sus fuerzas para no dejar correr sus lágrimas, en el momento que ella rompió a llorar, la sentía tan pequeña y frágil que por un instante tuvo miedo de que su hermana se hiciera pedazos como un hada de cristal. Le acariciaba la espalda con ternura al tiempo que le besaba la frente, intentando darle consuelo y que supiera que iba a estar bien; después de un momento, movió el rostro para poder mirarla a los ojos. —Tranquila… tranquila, ya estoy aquí —susurró, acariciándole las mejillas para limpiar sus lágrimas. —Nuestros padres… —un sollozo le rompió la voz. —No debes preocuparte, Fran, ellos estarán bien, según me contó Brandon, en un par de días saldrán a Francia, allá estarán a salvo y sabes que padre es un hombre precavido, no va a arriesgar la seguridad de nuestra madre —aseguró, mirando en sus cristalinos ojos grises. —Lo sé y eso me alivia, pero no aleja del todo la angustia que siento en el pecho, ese hombre anda suelto y, mientras lo esté, ninguno de nosotros estará a salvo… viste lo que sucedió en París… Tengo tanto miedo, Fabri. —Había pasado la noche pensando que, si ese hombre viajaba hasta América, incluso Brandon y Victoria estarían en peligro, porque ese desquiciado era capaz

de atentar contra ellos. —Aquí no te pasará nada Fran, ni a ninguno de nosotros… Créeme que esta vez no te hará daño, confía en nosotros —mencionó con convicción, aunque en el fondo temía lo mismo que ella. Desvió la mirada y vio que su cuñado se acercaba a ellos. —Hola Fabrizio —Lo saludó, cada vez le costaba más llamarlo por ese nombre y no por el verdadero, aunque en ese momento él se comportaba como si realmente fuese el hermano de Fransheska y no tenía cómo agradecerle por cuidar de ella—. ¿Cómo estuvo el viaje? —Ajetreado, pero lo importante es que pude llegar. —¿Dejaste todo bien por allá? —preguntó Fransheska, sintiéndose algo culpable por haber hecho que regresara. —Sí, llamé para avisar que se me había presentado una emergencia —respondió escuetamente, porque estaban en presencia de su cuñado. —Pasemos a la casa para que descanses un rato, te ves agotado —sugirió Brandon, notando el intercambio de miradas entre ellos, que le confirmó que su novia estaba al tanto de las citas al psiquiatra. Aunque todavía no podía asegurar si ella sabía que no era su hermano. —Creo que será mejor que volvamos a la nuestra, no quisiera causar molestias —dijo Fabrizio, porque sabía que a la matrona no le gustaba mucho que Brandon y Fransheska durmieran bajo el mismo techo. —Ustedes nunca causan molestias —dijo mirándolo a los ojos, sonriendo al ver que seguía siendo el mismo de antes, aunque ya no era un jovencito sino todo un hombre e incluso más alto que él, se acercó y le apretó el hombro—. Quédate aquí, al menos por hoy, mi prima no tarda en llegar y sé que se pondrá feliz cuando sepas que estás de regreso. —También me gustaría quedarme —susurró Fransheska y le dedicó esa mirada que hacía imposible que le negaran algo. —Está bien, nos quedaremos —mencionó, sonriéndole. Fransheska lo abrazó con fuerza y le dio un par de besos en la mejilla, agradeciéndole que fuese tan comprensivo y que aceptara, porque se sentía mejor estando cerca de su novio. Luego de eso caminaron hacia la casa, ya Dinora había dispuesto una habitación para Fabrizio por orden de la matrona, que se mostró comprensiva al enterarse de la situación que habían vivido los jóvenes. —Me alegra verlo, Fabrizio —saludó al novio de su sobrina. —Igualmente, señora Margot, gracias por haber permitido que mi hermana se quedase aquí en mi ausencia. —No tiene nada que agradecer, Fransheska es casi parte de la familia y usted también, siempre serán bienvenidos—dijo, notando el semblante desencajado del joven—. Imagino que debe estar agotado por el viaje, por favor suba y descanse, lo llamaremos para la cena —añadió en ese tono autoritario que era característico en ella. —Eso haré, muchas gracias. —Bien, ustedes vengan conmigo a tomar el té, así me hacen un poco de compañía —pidió a mirando a Brandon y a su novia. —Estaría encantada, señora Margot. —Fransheska se acercó con una sonrisa y le ofreció su brazo para ayudarla a caminar. —Enseguida las alcanzo. —Brandon aprovechó que quedó solo con su cuñado para hablarle de Martoglio. Su reunión fue breve porque ya Brandon había tomado varias acciones para poner a salvo a sus suegros, a Fransheska y también a su familia. Si Enzo Martoglio creía que los iba a tomar desprevenidos una vez más, estaba equivocado porque ahora estarían listos para defenderse y no

descansarían hasta verlo en prisión de nuevo.

Capítulo 21 Fiorella y Luciano llegaron a París cuando la bruma de la mañana aún envolvía la ciudad, iban acompañados por dos escoltas que habían aceptado viajar con ellos hasta América, para cuidarlos durante el viaje. Contini les hizo esa recomendación en caso de que, por casualidad, Enzo Martoglio con una identidad falsa viajara en el mismo barco, lo que era muy probable, pues todos sabían que el objetivo de ese enfermo era Fransheska y que no dudaría en ir detrás de ella. Durante el viaje coincidieron con los esposos Lombardi, a quienes no veían desde hacía más de un año, ellos le comentaron que a su regreso de América habían estado atendiendo unos negocios en Milán y por eso no habían vuelto a Florencia. Sin embargo, estaban deseando ir pronto, porque extrañaban su casa; la plática les ayudó para distraerse y relajarse; desde que conocieron la noticia de la fuga de Martoglio, se habían sumido en la angustia y el miedo. Al bajar del tren fueron recibidos por una comitiva enviada por Gerard, quien ya estaba al tanto de lo sucedido y le prometió a Brandon que cuidaría de sus suegros, ellos se alojarían en la mansión Lambert, ya que era más seguro que hospedarse en un hotel. Además, era conveniente que estuviesen cerca del ministro, porque esa tarde tendrían una llamada telefónica con sus hijos. —Recuerden nuestra cena de esta noche —mencionó Lorenzo, estrechando la mano de su amigo para despedirlo. —Sí, por favor, no falten… así saludan a los chicos que hacen mucho que no los ven —añadió Margarita con una sonrisa. —Estaremos encantados de verlos —comentó Fiorella, sonriendo, pero no de manera tan efusiva como su amiga. —Por supuesto, les confirmaremos una hora antes —respondió Luciano, aunque sabía que ni su esposa ni él estaban de ánimos para socializar, tal vez les vendría bien esa velada para liberar tensión. Se despidieron con besos y abrazos para luego tomar cada uno su camino, al llegar a la mansión fueron, recibidos por Gerard, quien los puso al tanto de las acciones tomadas por las autoridades, ya que habían sido informadas de la fuga de Martoglio. Como era de esperarse, se activó un operativo en las fronteras, estaciones de trenes y los puertos, para dar con su captura. Gerard los dejó luego del desayuno porque debía atender algunos asuntos en su oficina, pero les dijo que estaría de regreso al mediodía para almorzar junto a ellos y luego volverían a su oficina para recibir la llamada que le harían desde Chicago. Ellos intentaron descansar, pero la ansiedad no les dejó hacerlo bien, apenas lograron dormir un par de horas y fue un sueño bastante intranquilo en ambos; sobre todo, en Luciano, quien seguía lamentando no poder ir a despedirse de su hijo y contarle que se ausentaría por varios meses, porque iría a la boda de su Campanita, quien al fin había encontrado a su príncipe azul. Incluso había pensado en pedirle a Gerard que fuese su cómplice para poder ausentarse al menos un día, sabía que podía hacer el viaje de ida y regreso en unas doce horas. Sin embargo, eso significaría mentirle nuevamente a su esposa y tener que involucrar a alguien más en su engañado; lo que probablemente, lo pondría en aprietos porque dudaba que el ministro fuese a ayudarlo sin hacer preguntas.

—Buenas tardes, Luciano, Fiorella —Los saludó entrando al salón. —Buenas tardes, Gerard —mencionaron los esposos al unísono, poniéndose de pie para recibirlo. —¿Lograron descansar? —preguntó, aunque al ver sus rostros desencajados, supo que no lo habían hecho. —Sí, un poco —respondió Fiorella con una sonrisa. —¿Cómo le fue? —inquirió Luciano en un tono cortes, que intentó esconder la urgente necesidad de noticias que tenía. —Bien, con mucho trabajo como siempre. —Lamentamos tanto poner más carga sobre sus hombros —dijo Fiorella algo apenada, mirándolo a los ojos. —No se preocupe, lo que hago por ustedes no presenta ninguna carga, son mis amigos y voy apoyarlos en lo que me sea posible. Justo quería comentarles que recibí un reporte de las autoridades francesas, según ellos, no han visto a ningún hombre con las características de Martoglio en territorio francés, ni en puertos ni en las estaciones. Creo que el hombre tomó otra ruta para salir de Italia, en caso de que lo haya hecho, ya que también es probable que siga oculto en su país y decidiera esperar a que las cosas se calmen para poder moverse con más libertad. —Tiene razón… el hombre ha demostrado ser muy inteligente, a lo mejor sigue en Italia; después de todo, allá conoce a más personas que podrían ayudarlo. —Luciano estuvo de acuerdo con Gerard. —Me gustaría ser tan optimista como ustedes, caballeros, pero yo presiento que ese hombre escapó con la intención de viajar a América, de alguna manera se enteró del compromiso de nuestra hija y planeó todo para ir tras ella, está obsesionado con Fransheska, él realmente cree que ella le pertenece —mencionó Fiorella con congoja, porque eso le había dicho su hija cuando le habló del ataque donde casi la mataba. —Tranquila, mi amor —susurró Luciano, acariciándole la espalda—. Nuestra hija estará bien. —Su esposo tiene razón, Fiorella, no debe preocuparse, Fransheska estará bien cuidada, Brandon y su hijo se encargarán de que nada malo le suceda —esbozó, para darle esperanzas a la dama. Ella afirmó moviendo varias veces su cabeza, intentando alejar ese pesimismo que se había posado sobre ella desde que se enteró de la fuga de aquel miserable… Justo en ese momento se acercó el ama de llaves para decirles que la comida ya estaba servida y ellos se pusieron de pie solo para cumplir con el protocolo, porque desde hacía tres días, apenas tenían apetito. Una hora después, estaban en el despacho de Gerard, esperando la llamada de sus hijos y mientras lo hacían se obligaban a serenarse para no preocuparlos. Al fin, el sonido del teléfono retumbó en todo el lugar, Fiorella tuvo que esforzarse en permanecer sentada, ya que su único deseo era lanzarse sobre el aparato para tomarlo; le pareció una eternidad hasta que Gerard lo agarró y se lo llevó al oído. —Buenas tardes —mencionó con tono calmado y miró a los esposos, quienes se mostraban muy ansiosos. —Buenas tardes, Gerard, que gusto saludarte, aunque no sea en las mejores circunstancias, ¿cómo has estado amigo? —Lo saludó Brandon, que estaba en la cabina con Fransheska. —Todo bien, amigo, me alegra mucho saludarte. —Quiero agradecerte una vez más por la ayuda que nos estás brindando. —respondió Brandon, le apenaba molestarlo tanto, pero en Francia solo confiaba en él. —No te preocupes, sabes que lo hago con gusto. Supongo que no cuentas con mucho tiempo,

así que te comunico con tu suegro. —Gracias —respondió y le hizo una seña a Fabrizio quien esperaba fuera de la cabina, para que se acercara—. Hola Luciano, mi saludo será breve porque no tenemos mucho tiempo, solo quiero asegurarte que Fiorella y tú pueden estar tranquilos, sus hijos están a salvo aquí. —Brandon… en verdad, no tengo cómo agradecerte… —Tranquilo, no tienes por qué hacerlo, somos familia y te hice una promesa. Ahora te paso con Fabrizio —dijo y abrió la puerta de la cabina para salir y que su cuñado pudiera pasar, ya que solo podían estar dos personas en esa cápsula insonorizada. —¿Cómo está, padre? —preguntó Fabrizio, viendo cómo las pupilas de su hermana se movían con nerviosismo. —Estamos bien, hijo, no deben preocuparse, en un par de días salimos para Londres… ¿Cómo se encuentran tú y tu hermana? —Nosotros estamos bien… La verdad es que yo estoy furioso por lo que sucedió, debí suponer que una celda no detendría a ese infeliz, lo único que nos mantendría a salvo, definitivamente, sería que estuviese muerto, debí haber acabado con él cuando tuve la oportunidad —pronunció, dejando que el rencor impregnara cada una de sus palabras, así como lo hacía con su semblante. —No hables de esa manera, por favor, Fabrizio —pidió Fransheska, apretándole la mano, no quería siquiera imaginar que su hermano se manchara las manos de la sangre de ese miserable. —No digas eso, Fabrizio… tú no eres un asesino —Le reprochó Luciano con seriedad para que desechara esa idea. —Lo soy… pasé dos años en la guerra y estuve varias veces en el frente. Seguramente arrebaté las vidas de muchos hombres que lo merecían menos de lo que se lo merece ese malnacido —espetó, apretando el auricular mientras el odio hacía estragos en su interior. —Fabri —susurró Fransheska mirándolo a los ojos, porque no le gustaba imaginarlo quitando vidas, él era un ser tan noble y con un corazón tan puro; sabía que todo lo que hizo fue para sobrevivir y regresar con ellos, pero igual le dolía. —Lo siento, Fran —murmuró lleno de vergüenza y le dio un beso en la frente—. Ven habla con nuestros padres —dijo para animarla, ella agarró el auricular, llevándoselo al oído. —Hola papá —esbozó temblorosa, pero respiró profundo para que él no notara que estaba triste ni nerviosa. —Hola princesa, ¿cómo estás? —preguntó, cambiando su tono por uno más relajado para que ella estuviese tranquila. —Estoy bien… pero los extraño mucho y ya quiero verlos. —No pudo evitar sollozar al decir esas palabras. —Nosotros también queremos verte y a tu hermano, te voy a pasar a tu madre que está desesperada por hablar contigo —anunció y acto seguido le entregó el auricular a su esposa. —Mi pequeña… ya dentro de poco estaremos juntos y podré ayudarte con todos los preparativos de la boda —dijo con entusiasmo y la escuchó sollozar—. No, no llores princesa, no tienes por qué hacerlo —añadió, esforzándose por no liberar su llanto. —Tengo miedo, mamá… temo que ese hombre llegue y lo arruine todo, que le haga algo a Brandon o alguno de nosotros —confesó, llorando amargamente, a su madre no podía esconderle lo que sentía. —No digas eso, Fransheska, ya verás que nada malo pasará, tendrás la boda de tus sueños y una vida maravillosa junto a Brandon… Y ese hombre volverá a la prisión muy pronto, las autoridades están a su caza y no pasará mucho tiempo para que lo atrapen —pronunció Fiorella

con seguridad para convencerla de que todo estaría bien. —Cuéntale sobre el vestido de novia, dile lo hermoso que es —sugirió Fabrizio, pues sabía que ese tema siempre la ponía feliz. Fransheska sonrió asintiendo y comenzó hablar del diseño de su vestido y todo lo que tendría, también del pastel de bodas, de los vestidos del cortejo y de los diseños de las invitaciones que la tenían indecisa, por lo que estaba esperando que llegara para que le ayudara a escogerlo, así como otros detalles. Fabrizio, Brandon y Luciano se sintieron felices y aliviados al saber que, por un momento, la sombra que se cernía sobre ellos se alejaba y que la felicidad que embargaba a madre e hija, también los envolvía a ellos, haciéndolos sonreír. Después de unos minutos tuvieron que despedirse, Luciano les prometió que les enviaría un telegrama en cuanto estuviese en Londres para abordar el barco que los llevaría a América, también le dijo que llevaría a los guardaespaldas con ellos, eso sin duda lo dejó más tranquilos. Al mismo tiempo les pidió que estuvieran atentos, a su hijo que cuidara mucho de su hermana porque tal vez Enzo tendría contactos en América y estos podían comenzar a seguirlos para luego darle un reporte; todo eso, se lo había comentado Contini y él se lo trasmitía a su hijo solo para que estuviese en guardia. —Recuerda que nos prometiste no hacer nada imprudente —dijo Fiorella con un nudo que le apretaba la garganta. —Lo recuerdo, madre, y no se preocupe, que no lo haré —respondió Fabrizio, viendo que ya no les quedaba tiempo. —Cuídate mucho, mi pequeño, te quiero —pronunció y se llevó una mano a los labios para acallar sus sollozos. —Yo también la quiero madre —esbozó, obligándose a no llorar. —Hijo —Lo llamó Luciano, ya Fiorella le había entregado el teléfono para que se despidiera —. Por favor, hazle caso a tu madre, no hagas nada impulsivo, acude siempre a las autoridades, cuídate y cuida también de tu hermana —mencionó con un nudo en la garganta. —Se lo prometo, no la dejaré sola un instante —aseguró y vio que los segundos corrían—. Ustedes también cuídense mucho, los quiero y nos veremos pronto —rogaba internamente que así fuera. La comunicación finalizó y tanto en París como en Chicago, los hombres Di Carlo tuvieron que abrazar a las mujeres de la familia para darles consuelo, siendo sus pilares en esa tempestad que se aproximaba. —Esta noche tendré una cena de trabajo, no podré acompañarlos, pero el personal de la casa queda a su disposición —comentó Gerard, mientras caminaba con ellos hacia la salida del edificio. —Nosotros hemos recibido la invitación para cenar de unos amigos de años, así que no se preocupe, lo haremos con ellos —respondió Luciano, para no seguir robándole más tiempo. —Bien, estamos en contacto, cuídense. La familia Lombardi había reservado una mesa para seis en el lujoso restaurante La Tour d’Argent, que estaba en la boca de todos los parisinos, pues era uno de los mejores y más antiguos de la ciudad. Sus amigos les habían confirmado que acudirían a la cita, por lo que tanto Ángelo como Alexandra estaban muy emocionados, ya que hacía casi dos años que no los veían, aunque los desilusionó un poco saber que sus hijos no vendrían con ellos porque estaban en América. —Buenas noches, queridos —comentó Fiorella en cuanto el anfitrión los dejó en la mesa que ocupaban sus amigos.

—Buenas noches, que alegría verlos —expresó Luciano sonriendo. —Mamá Fiore, papá Luciano —pronunció Ángelo con esa alegría y confianza que lo caracterizaba, se puso de pie para abrazarlos. —Señora Fiorella, señor Luciano —Los saludó Alexandra, quien nunca había llegado a ser tan desenvuelta como su hermano. —¡Qué bueno que pudieron venir! —indicó Lorenzo y se levantó para recibirlos con un abrazo. —Hacía tanto que no compartíamos una velada, que pena que los chicos estén en América, me hubiese encantado verlos —comentó Margarita luego de abrazar a sus amigos. —Por cierto, me extrañó mucho cuando mi madre me dijo que Fabrizio y Fransheska estaban en América —dijo Ángelo, recordando al hombre que había visto en el Campeonato de danza moderna. —Viajaron por invitación de los Anderson —respondió Luciano. —Fransheska se va a casar con Brandon Anderson, el próximo verano y la boda será en Chicago —añadió Fiorella, sonriendo. —Esa noticia me rompió el corazón —esbozó Ángelo, llevándose la mano al pecho y puso cara de tragedia. —¡Eres un mentiroso! —expresó Fiorella riendo, conocía las ilusiones que su hija sentía, pero él siempre se mostró indiferente. —Lo digo en serio, mamá Fiore… si no hubiera sido por el pacto que hice con Fabrizio en que prometimos que las hermanas eran intocables, yo de seguro habría sido su yerno —acotó con sinceridad. —Ese tonto pacto —murmuró Alexandra, pues gracias a eso y a Antonella Sanguinetti, ella había perdido la oportunidad de tener una relación con Fabrizio, ahora ya era tarde, se había comprometido. —Es una pena, pero dudo que ahora tengas oportunidad, mi hija está muy enamorada de su futuro esposo y él la adora, hasta le regaló una réplica de nuestro jardín en Florencia, solo para que no extrañase su casa —comentó Fiorella, orgullosa de su yerno. —Con que el americano es todo un romántico, bueno, no me queda más que desearles lo mejor —dijo sonriendo, para disimular su pena. —¿Y Fabrizio también se comprometió? —inquirió Alexandra. —Fabrizio está casado —respondió Ángelo, mirándola. —¿Casado? —cuestionó Fiorella divertida y desconcertada—. No, él todavía no se compromete, aunque tiene una relación formal con Victoria Anderson —agregó, mirando a Ángelo con una sonrisa. —No puede ser… yo lo vi hace un mes, estaba en el Campeonato de Danza Moderna, me tropecé con una dama que aseguró ser su esposa, incluso llevaba una argolla en su dedo… —¿Cómo dices? —preguntó Luciano, sintiendo que el corazón se le desbocaba y podía jurar que su rostro se puso del color del mantel. —Así como lo oye, papá Luciano… bueno, la verdad es que me pareció algo extraño porque no me esperaba que él se hubiese casado así tan pronto, pero como en la última carta que recibí me dijo que había terminado con Antonella y que ahora estaba con otra mujer, pensé que tal vez sería ella —explicó, viendo que el padre de su amigo parecía estar a punto de desmayarse. —Eso no puede ser posible —susurró con voz temblorosa, porque él era consciente de que existía un hombre igual a su hijo, pero estaba en América, y si había uno en Francia, ese podía ser Fabrizio.

Sin embargo, la alegría le duró poco porque era consciente de que el cuerpo de su hijo estaba en aquel cementerio a las afueras de Doullens, donde lo visitaba cada vez que podía. Había seguido su rastro al regresar a Europa, a pesar de que ya había llevado al joven que encontró en América a su casa y asegurarle a su familia que era su hijo. A pesar de eso, no desistió y prosiguió con su búsqueda, guardando la esperanza de que los militares a cargo de dar con su paradero se hubiesen equivocado y que Fabrizio estuviese vivo en algún hospital. Durante tres meses estuvo investigando, pero lo único que consiguió fue que el coronel Dawson le confirmara el deceso de su hijo y que lo llevara hasta su tumba en el cementerio comunal de Aveluy, donde la lápida con el nombre de Richard Macbeth, terminó por destrozar su corazón, porque ya no le quedaban dudas, Fabrizio había muerto. —Afortunadamente, nuestro hijo se separó de esa mujer, y ahora está con Victoria, una chica encantadora que lo ama profundamente y que lo hace muy feliz —acotó Fiorella, ante el silencio que siguió a la revelación de Ángelo, se volvió para mirar a su marido que se notaba algo alterado, estaba pálido y su respiración parecía agitada—. ¿Mi amor, estás bien? —inquirió, mirándolo con preocupación. —Sí… sí, estoy bien, mi vida —respondió, obligándose a verla, pero luego desvió su mirada hacia el amigo de su hijo, porque su corazón le exigía conocer un poco más sobre el hombre que había visto en aquella velada, necesitaba saber cómo se comportó o si hablaron—. ¿Ángelo estás seguro de que el hombre que viste se parecía a mi hijo? —preguntó con tono apremiante, sin lograr disimular su interés, aunque era consciente que eso podía despertar sospechas en Fiorella. —Yo… —dudó antes de responder, porque Luciano se veía realmente perturbado—. La verdad es que lo vi desde lejos, pero llegamos a intercambiar miradas y él pareció reconocerme; sin embargo, no se acercó a saludarme… Debido a ello pasé varios días extrañado por ese comportamiento tan poco habitual en él; es decir, Fabrizio y yo somos como hermanos —alegó, frunciendo el ceño. —¡Qué extraño! —expresó Margarita, porque sabía que Fabrizio era muy amoroso, aunque la guerra lo había cambiado un poco. —Sí, pero ahora que ustedes me dicen que Fabrizio está en América, me queda claro que debió tratarse de otro hombre y yo me confundí; después de todo, había tomado mucha champaña esa noche y estaba feliz por el triunfo de Casimiro Aín. —Le dedicó una sonrisa a modo de disculpa, a los padres de su amigo. —Eso lo explica todo —acotó Alexandra, el alma se la había caído al piso al escuchar que su gran amor se había casado. —Sí, seguramente fue eso —murmuró Luciano, bajando el rostro. Sin embargo, su corazón le gritaba lo contrario y le exigía que saliera de allí para que buscara a ese joven que a lo mejor era su hijo, que no se rindiera aún. No obstante, los años de búsqueda infructuosa lo habían llenado de frustración y casi lo llevaban a la ruina, ya no podía seguir aferrado a ese imposible, debía dejarlo ir de una vez por todas y asumir que ya no lo vería nunca más. Al menos le quedaba el consuelo de poder mirar al joven que vivía con ellos e imaginar que era Fabrizio, que se había convertido en un buen hombre, que era feliz y que tenía a su lado a una hermosa y extraordinaria mujer que lo amaba. Se frotó la frente mientras apretaba los labios para no dejar salir ese sollozo que lo estaba ahogando, no podía derrumbarse porque sentía la mirada de Fiorella sobre él. —¿En serio te sientes bien? —inquirió ella, apoyándole una mano en la espalda, y temblaba porque el relato de Ángelo también la había conmocionado, al imaginarse que ese joven pudiera

ser su hijo, pero descartó la idea, sabía que, si Fabrizio estuviese vivo, hubiera regresado a su casa—. Luciano, mírame —rogó, ladeando su rostro para verlo. Él lo hizo y lo que vio en sus ojos fue esa misma mirada que le dio la certeza de que su hijo se había marchado hacía mucho, la misma que tenía el día que llegó a la casa con ese joven. Suspiró para liberar la presión de su pecho y asintió, luego se acercó, entregándole un beso resignado; después de eso se obligaron a actuar normal y hacerles ver a sus acompañantes que disfrutaban de la velada.

Capítulo 22 Habían pasado más de dos semanas desde que se enteraran de la fuga de Enzo Martoglio, en ese tiempo tanto Brandon como Fabrizio habían tomado medidas para resguardar la seguridad de todos. Como era de esperarse, la presencia de guardaespaldas en la mansión Anderson generó muchas preguntas, por lo que Brandon tuvo que convocar a una reunión familiar para ponerlos al tanto de todo. Las reacciones fueron de asombro, rabia y hasta miedo; en un principio, pero después de que todos se calmaron se mostraron solidarios con los hermanos Di Carlo y les ofrecieron su apoyo. Sean, por su parte, se ofreció hablar con algunos amigos que trabajaban para el gobierno, para ver si podían mover algunos hilos y reforzar los controles de migración en el puerto de Nueva York. También pensó en alertar a las autoridades en la estación de trenes, solo necesitaba que alguno de los hermanos se ofreciera para hacer un retrato hablado del hombre. Fabrizio fue quien lo hizo; no quería que su hermana tuviese que recordar la cara de ese desgraciado, así fue como acordaron ir con un experto para que lo dibujara, luego repartirían copias a los guardaespaldas y a las autoridades. Margot pidió que todo eso se hiciera de manera muy discreta para que la prensa no se enterara de lo que sucedía, no quería que su apellido se viera involucrado en un asunto tan penoso. Aunque lamentaba mucho lo sucedido a los jóvenes, para ella, lo más importante era cuidar del buen nombre de la familia, ese era su deber y estaba dispuesta a cumplirlo, así eso significase tener confrontaciones con su sobrino. Ellos comprendieron la petición de la matrona y le aseguraron que nada de eso transcendería a la prensa; que serían muy cuidadosos de a quién le comentaban el asunto. Al mismo tiempo, convinieron que seguirían con sus vidas en absoluta normalidad y que la presencia de los escoltas no interferiría de ninguna manera con sus rutinas. Después de todo, no serían los primeros en contratar hombres para que los resguardaran, debido al aumento de la inseguridad y las mafias en Chicago, muchas familias habían optado por ello. Incluso la familia Wells, no iba a ningún lado sin acompañantes, así que no resultaría extraño que ellos también los tuvieran. —Buenas tardes, señor Fabrizio, bienvenido. —Buenas tardes, Patricia —saludó al ama de llaves que había contratado Fransheska para que le ayudara a llevar las riendas de la casa—. ¿Cómo ha estado todo por aquí? ¿Y mi hermana? — preguntó, entregándole su maletín para que lo llevara al despacho. —Todo ha estado como siempre, y la señorita está en su habitación. —¿Tampoco salió hoy? —inquirió, frunciendo el ceño. —No, señor, pasó todo el día en la casa —respondió con pesar, había notado cierto cambio en la chica desde hacía un par de semanas, se le veía taciturna y hasta temerosa. —Está bien, muchas gracias, Patricia —comentó con tono ausente. —¿Se le ofrece algo más? —preguntó, notando su preocupación. —No, no se preocupe, nos vemos después. Caminó hacia las escaleras, llegó al pasillo y en lugar de dirigirse a su habitación, fue hacia la

de su hermana, necesitaba hablar seriamente con ella, no podía permitir que Fransheska se enclaustrara, por culpa del malnacido de Enzo Martoglio. Se detuvo frente a la puerta y elevó su mano para dar una secuencia de toques, esa que sabía ella identificaría de inmediato como suyos; así fue, porque no tardó mucho en darle la orden para que pasara. —Hola Fran, ¿cómo estuvo tu día? —preguntó, aunque ya sospechaba lo que le diría. Se acercó y le dio un abrazo. —Muy bien, estuve ocupada con algunas cosas de la boda que me faltan por organizar, no pensé que casarse se llevara tanto trabajo. —Lucía una amplia sonrisa para esconder sus mentiras. Desde hacía semanas no había conseguido concentrarse en su agenda, sentía que esa amenaza que pendía sobre ella, la tenía envuelta en una nube oscura—. Por cierto, le voy a pedir el favor a tu secretaria que me envíe los datos para hacer la relación de ventas, porque no creo que me dé tiempo de pasar por los laboratorios. —¿Por qué no vas y los buscas, así sales de la casa? —cuestionó, mirándola detenidamente y notó cómo se tensaba. —Me gustaría hacerlo, pero no tengo tiempo… ya te dije, debo atender tantas cosas — respondió, dándole la espalda. —¿Por qué tienes miedo de salir de la casa? — Caminó para pararse frente a ella y mirarla a los ojos. —Yo… yo no tengo miedo, es solo que estoy muy ocupada —dijo y bajó el rostro para esconder su mirada que la delataba. —Fransheska, mírame —pidió y le subió el mentón con el índice para poder verla, sus ojos reflejaban el terror al que el maldito de Martoglio la tenía sometida—. Debes confiar en nosotros, por favor. Fran… te prometo que ese hombre no te va a poner un dedo encima —pronunció con absoluta convicción. —Fabri… no puedo evitar sentir miedo, créeme… nadie más que yo quisiera liberarme de esta horrible sensación que me tortura, pero cada vez que recuerdo lo que sucedió… —Su voz fue cortada por un sollozo y las lágrimas no tardaron en derramarse. —Sé que es difícil, pero no puedes permitir que ese miserable controle tu vida, debes hacerle frente a este miedo y vencerlo, sé que tú puedes hacerlo porque eres una chica muy valiente — mencionó, secándole las lágrimas con sus pulgares mientras la miraba a los ojos. —Lo era… era muy valiente, pero ahora no puedo escuchar un ruido fuerte porque enseguida me asusto, incluso si hay mucho silencio en la casa comienzo a temblar y me invade el pánico — confesó sollozando, se sentía furiosa por comportarse de esa manera. —Comprendo y créeme, quisiera tener la manera de liberarte de todo ese temor, pero lo único que puedo hacer es asegurarte que voy a estar contigo cuidándote y que no dejaré que ese miserable se te acerque nunca más —aseguró, acunándole el rostro, la vio asentir y luego la envolvió con sus brazos para reconfortarla. —Gracias, Fabri —susurró, con el rostro hundido en su pecho, sintiendo esa calidez que le brindaba y alejaba sus temores. —No tienes nada que agradecerme, haría lo fuera por ti, así que mañana me acompañarás a la oficina y retomaremos todo lo de la exposición. —Se movió para mirarla a los ojos y le dedicó una sonrisa entusiasta—. Conseguiremos muchos clientes nuevos y le daremos la sorpresa a nuestros padres cuando lleguen, estarán felices… y también debes retomar los preparativos de tu boda, no puedes permitir que ese hombre vuelva a trastocar tu vida, Campanita… te prohíbo que te dejes caer por alguien que no vale ni siquiera el aire que respira — La abrazó, meciéndola como a una niña.

Ella se aferró a él e intentó sonreír, aún le era difícil hacer lo que Fabrizio le pedía; sin embargo, lo intentaría, volvería a dedicarle tiempo a sus cosas y olvidarse de todo eso que la atormentaba, igual no ganaba nada con ello; por el contrario, perdía muchísimo. No quería que todo eso afectara su relación con Brandon, porque sería horrible perder al hombre que amaba por culpa de alguien que casi le destrozó la vida. Fabrizio se sintió satisfecho de lo que había conseguido, sabía que poco a poco su hermana volvería a ser la misma, aunque había estado evaluando la idea de hablar con Clive sobre lo sucedido. Tal vez él le daba algún consejo más profesional que lo ayudase o incluso se ofrecía a tratar a su hermana para ayudarla a superar el trauma que le había ocasionado Enzo Martoglio. Se quedaron conversando por varios minutos, hasta que a él se le ocurrió la idea de salir a pasear con sus caballos, ya que incluso a eso había renunciado su hermana, pero él se lo devolvería. Después de estar durante veintiún días encerrado en ese apestoso carguero, por fin llegaba al puerto de Nueva York, miró la icónica estatua que les daba la bienvenida y respiró hondo para llenarse de ese aroma a libertad. Cerró los ojos imaginando a su amada Fransheska y sonrió. Cada vez estaba más cerca de volver a verla, en esta oportunidad no cometería ningún error, había pasado meses ideando cada detalle de su plan en el que no existía margen de error. —¡Hey, italiano! —Lo llamó Ignacio, uno de los hombres de la tripulación. Lo vio volverse con esa mirada oscura que había mantenido a todos a raya—. El primer oficial pidió verte, que vayas a su camarote. —Dile que voy en un momento —respondió Enzo en español. El hombre se marchó y él se volvió una vez más para mirar la silueta de la ciudad, que cada vez estaba más cerca, se permitió cerrar los ojos y soltó un suspiro, recordando su travesía. Luego de que el policía que lo ayudó a escapar lo dejara en Livorno, tomó un barco que lo llevó hasta Barcelona, allí estuvo cinco días mientras gestionaba un pasaporte falso. Sabía que no podía sacarse una identificación como español porque su acento lo delataría; así que optó por mantener su nacionalidad, pero se cambió el nombre y creó un pasado. Ahora se llamaba Dante Biglia, nacido en Milán, hijo único de un matrimonio de comerciantes, de quienes había heredado una considerable fortuna, viudo y sin hijos. Su plan era subir a un barco de pasajeros, pero debió cambiarlo a último momento, porque al llegar al puerto vio que había muchos policías. Además, estando en la fila para comprar su boleto, alcanzó a ver que dentro de la taquilla había varios carteles de hombres que eran buscados por las autoridades; su instinto le dijo que uno de esos debía ser el suyo, así que se alejó y caminó hacia la zona de cargas. La frustración y la rabia se apoderaron de él, haciéndolo sentir atrapado una vez más, se metió a uno de los bares de mala muerte que quedaban cerca del puerto y que habitualmente eran frecuentados por los tripulantes de los barcos. Pidió una botella de whisky y comenzó a beber, mientras intentaba hallar la manera de subir a un barco sin ser capturado; de pronto, llegó hasta él la conversación de los hombres que estaban junto a su mesa. Tres de ellos le exigían a otro el pago de una deuda por juegos bastante considerable; de lo contrario, lo matarían y también a su mujer. Enzo desvió su mirada a los hombres y descubrió que aquel al que amenazaban era un primer oficial. De inmediato, le surgió una idea, se bebió el licor en su vaso de un trago y se puso de pie para acercarse a la mesa. Solo le llevó veinte minutos adquirir la deuda del oficial, les pagó a los maleantes y de esa manera consiguió su boleto hacia América, solo que no sería en primera clase sino en un carguero.

—¿Para qué quería verme? —preguntó a quemarropa cuando entró al camarote, que era mucho mejor que la pocilga donde dormía él. —Usted ni siquiera saluda, amigo Biglia —comentó Héctor, poniéndose de pie, caminó hasta la mesa junto a la ventanilla y sirvió dos tragos, luego le extendió uno al italiano. —No estoy para rodeos, dígame de una vez por qué pidió verme. — No le inspiraba la mínima confianza por lo que no le aceptó el trago. —Lo mandé a llamar para hacerle un favor —calló para aumentar la expectativa de su polizonte y vació de un trago uno de los vasos. —¿Un favor? —cuestionó Enzo, poniéndose alerta de inmediato. —Sí… verá, anoche antes de terminar mi guardia recibí un mensaje de un oficial de otro barco, decía que estaban haciendo inspecciones a los pasajeros de todas las embarcaciones y que eso estaba retrasando todo el proceso de desembarco, por lo que nos recomendaba subir la velocidad para llegar antes que El RMS Olympic, o estaríamos varados en la entrada del Hudson hasta el mediodía. —Hemos llegado antes —alegó Enzo, pero antes de continuar se dio cuenta del motivo de esas inspecciones. Seguramente el maldito de Brandon Anderson o el otro malnacido de Fabrizio Di Carlo, habían movido sus influencias para que las autoridades lo buscaran en cada barco que llegase. Sabía que ellos estarían enterados de su fuga y que no se quedarían de brazos cruzados; sin embargo, no se los pondría fácil, debía conseguir la forma de bajar de ese barco sin ser apresado. —Suponía que tendría esa reacción —mencionó Héctor, al ver que comenzaba a caminar dentro del camarote, como un animal enjaulado. —Bien, imagino que si me mandó a llamar es porque tiene un plan, dígame… ¿Cuánto me costará ese favor? —inquirió yendo directo al grano. La mirada del oficial no le dejaba lugar a dudas de que le cobraría por ayudarlo a bajar del barco. —Por eso me gusta tratar con hombres de negocios. —Sonrió sardónico y rellenó los dos vasos de ron, nuevamente le extendió uno al italiano y esta vez lo recibió sin dudarlo, dándole un gran trago. Héctor comenzó hablarle de su plan; por supuesto, una vez que vio al italiano convencido le dijo el precio que tendría ese favor, pensó que estaba siendo generoso, pero el semblante de su improvisado tripulante y la llave que le hizo en el cuello, le hicieron saber que había sido muy codicioso. Al final acordaron una cantidad menos generosa, pero igual de importante y que le serviría para probar suerte en las casas de juegos clandestina que había en Nueva York. Enzo abandonó el camarote del oficial hecho una furia, miró una vez más hacia la ciudad y eso reforzó su deseo de continuar, estaba muy cerca de Fransheska como para dejarse derrotar en ese momento. Entró a su camarote y levantó el colchón, luego quitó la tabla que había soltado para esconder su dinero, el pasaporte y una pistola, ni siquiera se preocupó por la maleta con su ropa, ya compraría más en cuanto no corriera riesgos. Se puso una chaqueta para que no se notara el arma que llevaba en su cintura, se miró en el espejo roto que estaba en el baño durante un minuto, soltó un suspiro pesado al tiempo que cerraba los ojos y se obligaba a concentrarse. —Todo saldrá bien… solo debes estar atento a cada movimiento. Luego de decir esas palabras, abrió los ojos y su mirada reflejaba absoluta convicción, esbozó esa sonrisa torcida que era característica en él y salió del camarote para reunirse en con el primer oficial en el depósito del barco. El plan era que se metiera en una de las cajas donde se transportaban los suministros que usaba la tripulación durante el viaje, esas quedaban vacías y no

eran inspeccionadas por aduanas, solo iban directamente a una bodega en el puerto. —Estoy listo —anunció cuando vio al hombre. —Veo que dejó su equipaje —dijo mirándolo de pies a cabeza y quitó la tapa de madera—. Mejor, así tendrá más espacio —añadió con algo de sorna, al mostrarle el interior de la caja. Enzo frunció el ceño y prefirió guardar silencio porque si hablaba iba a terminar golpeando a ese infeliz, soltó el aire apresado en su pecho y entró en la caja, comprobando que apenas tenía espacio para moverse. Se puso alerta cuando vio que Héctor agarraba una pata de cabra, intentó levantarse para defenderse, pero el hombre adivinando sus intenciones negó con la cabeza y se la tendió. —Es para que abras la caja, idiota… tendré que clavar la tapa o se abrirá y te dejará al descubierto —señaló con molestia. —Me asfixiaré si hace eso —dijo mirándolo con desconfianza. —Claro que no, la caja tiene unos agujeros por donde le entrará aire. Ahora será mejor que nos demos prisa o nos descubrirán… y deje de mirarme de esa manera, no voy a traicionarlo — espetó, al ver que seguía sosteniendo la tapa de la caja. —¿Cómo sé que no lo hará? —inquirió con recelo, no confiaba en un apostador, porque era capaz de vender hasta a su madre. —Tenemos un trato y sé que si lo rompo me quedaré sin un centavo, además, si la policía me da alguna recompensa, de seguro será una miseria, así que prefiero ir a la segura con usted, amigo Biglia. —Será mejor que cumpla con su palabra, González, o le aseguro que se arrepentirá — pronunció, dejando clara su amenaza. Después le permitió que rodara la tapa y comenzara a clavarla, al tiempo que se decía que el hombre haría lo que le había prometido, porque no sabía quién era realmente ni el dinero que le daría, no era nada comparado con lo que obtendría de Brandon Anderson. Victoria fue saliendo lentamente del profundo sueño donde la sumieron los medicamentos que había tomado esa tarde; había llegado del trabajo sintiéndose algo mal, se tomó la temperatura y vio que tenía fiebre, de inmediato supo que había pescado un resfriado. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había dormido, pero ya todo estaba en penumbras; paseó la mirada por su habitación y descubrió que las cortinas que daban al balcón estaban abiertas, vio la majestuosidad de la luna en lo alto y eso le indicó que debía ser más de medianoche. Había dormido muchas horas, pero en lugar de estar descansada, su cuerpo seguía sintiéndose agotado y apenas podía mantener los párpados abiertos. Los dejó caer y hasta su cabeza llegaron los sueños que había tenido y que fueron protagonizados por Terrence, de los momentos en el colegio, en Escocia, e incluso ese fin de semana que pasaron en su casa; de pronto, sintió una pena apoderarse de su pecho porque fue consciente de que comenzaba a dejarlo en el pasado. —¿Desde cuándo no piensas en él? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que leíste sus cartas o viste su fotografía? —Se preguntó en voz alta, mientras se llevaba una mano a la frente y la frotaba, ya no tenía fiebre, pero su mente estaba muy nublada por los recuerdos de su rebelde, suspiró para no sollozar. Había pasado todo ese tiempo tratando de esconderle a Fabrizio su parecido con Terrence, intentando no hacer comparaciones, y eso había acabado por alejarlo. Ahora en lugar de recordarlo como alguien maravilloso que llenó su vida de momentos extraordinarios, lo veía como una amenaza a la estabilidad de su relación; todo lo que se relacionaba con Terrence le causaba temor, su familia, sus recuerdos.

—Estás siendo demasiado injusta, no solo con Fabrizio al ocultarle todo esto sino también con Terry… Para conservar la estabilidad que tienes ahora, lo has relegado al rincón más oscuro de tu mente para que tu novio no pueda descubrirlo… Tal vez es absurdo pensar así, pero es lo que estás haciendo, Victoria… y no es justo. —Cerró los ojos y dejó salir un suspiro de lo más profundo de su pecho. Era consciente de que mentirle a su novio iba a terminar lastimándolo, pero el miedo a perderlo le impedía contarle la verdad, aunque sabía que tarde o temprano debía tomar la decisión de decirle todo y rogar para que él entendiese. Intentaría hacerle ver que sus sentimientos eran verdaderos y eran inspirados por él; no podía seguir posponiendo esa confesión porque entre más tardase, menos oportunidad tendría de que Fabrizio la comprendiera. —Debes decirle la verdad…, debes hacerlo, Victoria, sabes que es lo correcto y, que es lo que Terrence hubiese querido, que continuaras con tu vida, pero siendo sincera —esbozó con convicción. Hizo a un lado las sábanas y se puso de pie muy despacio, aún los medicamentos la tenían aletargada, caminó hasta el baño para darse una ducha y quitarse el sudor que había dejado la fiebre. No se quedó por mucho tiempo bajo el agua para no empeorar su resfriado, salió y fue hasta el armario para escoger un camisón, agarró uno cómodo y sencillo, de algodón con encaje en la parte de arriba y cintas de raso. Se vistió y cuando estaba por cerrar las puertas del armario, su mirada se topó con el cofre donde guardaba las cartas y las fotografías de Terrence. Esas cosas que durante mucho tiempo fueron su más preciado tesoro, ahora estaban escondidas y relegadas al olvido, justo como lo estaba su primer gran amor. Lo tomó y lo acarició mientras un par de lágrimas resbalaban por sus mejillas, luego regresó hasta la cama llevándolo consigo y se metió bajo las cobijas. La fiebre había bajado, pero aún no había desaparecido, por lo que el aire de la noche le provocó un escalofrío, suspiró y sonrió cuando abrió el cofre y lo primero que vio fue una fotografía de los dos, que se habían tomado durante su verano en Escocia. —Ha pasado tanto tiempo, Terry… —susurró, acariciando el rostro sonriente del rebelde que la enamoró—. A veces me pregunto si lucirías como Fabrizio a esta edad o si habrías cambiando… Sí, seguramente serías igual, un elegante caballero, apuesto y famoso… Estarías haciendo lo que más te gustaba, siendo aclamado en cada una de tus obras, y al regresar a casa, le contarías a nuestros hijos sobre tus aventuras en cada gira. —Sus ojos se colmaron de lágrimas al pronunciar esas últimas palabras, que le estrujaron el corazón—. Siempre soñé con lo que sería nuestra vida juntos, tú saliendo al teatro todas las mañanas, mientras yo me encargaba de la casa, me imaginaba organizando y preparándote deliciosas comidas, atendiendo a nuestros hijos… no puedo evitar sentirme desolada al saber que nada de eso será posible, que no lo tendré contigo… Sollozó y más lágrimas brotaron de sus ojos, rápidamente se pasó la mano por la cara para secarlas porque no quería mojar la fotografía ni las cartas. Sacó todas las fotografías del cofre y lo puso sobre la mesa de noche; pasó un par más del festival en el colegio donde salían junto a sus primos y las chicas, una de su cumpleaños número dieciséis, otra de cuando fue a verlo presentar su primera obra en Nueva York; así, poco a poco fue pasando cada una de esas imágenes que le traían tantos recuerdos de ese tiempo en el que fue completamente feliz. —Teníamos tantos planes… y a veces me invade esa sensación de que mi vida se quedó estancada junto a ti en aquel cementerio, a pesar de que amo a Fabrizio, porque en verdad lo amo, sé que con él no será lo mismo… No sé cómo explicarlo, Terry, es como si la vida que siempre soñé solo fuese posible contigo.

Victoria se cubrió la boca con la mano para acallar su llanto, no quería que alguien la escuchase y menos que descubriesen que estaba llorando por Terrence una vez más, se suponía que ya había superado su pérdida. Respiró hondo para calmarse, debía alejar la pena y aferrarse solo a los momentos hermosos que vivió con Terrence, aunque en el fondo sabía que eso era muy complicado, porque en pecho siempre se mezclaban la alegría y el dolor cuando pensaba en él, era algo inevitable. —A veces tengo miedo de no amarlo verdaderamente, de darme cuenta que es a ti a quien sigo amando y que Fabrizio es solo un refugio, me da tanto miedo, Terry. —Respiró profundamente, cerrando los ojos y después los abrió enfocándose en los de su exnovio que parecían mirarla—. No debería hablarte de esto… pero tú eres el único a quien puedo decirle que… que tengo miedo, que cada vez que el amor que siento comienza a desbordarnos, algo en mi interior se revela… y mi mente me grita que pare… Y hasta he llegado a sentirme aliviada cuando veo que la fecha de nuestra boda no se concreta, porque no sé cómo actuaré cuando deba entregarme a él… ¡Dios, nunca pensé que sería a ti a quien le contaría esto! No te molestes conmigo, por favor, no lo hago para torturarte… solo quiero entender lo que me pasa, porque a pesar de que amo a Fabrizio, tengo que confesar que mi amor por él no ha alcanzado al que sentí… al que siento por ti, sé que no está bien y que no es honesto, pero te juro que todos los días lucho y me muero de terror al imaginar que cuando llegue ese momento, termine llamándolo por tu nombre… No se lo merece porque él me ha dado muchísimo…. pero yo aún no logro entregarle todo de mí —confesó, sintiendo que las lágrimas inundaban su garganta, inhaló en un esfuerzo por calmarse y no dejar que el dolor la invadiera de nuevo. Se llevó al pecho una fotografía donde aparecía solo, con esa mirada intensa que todavía aceleraba sus latidos, una tan parecida a la que a veces le dedicaba Fabrizio y que provocaba el mismo efecto en ella. Apoyó una mano en su cabeza al sentir que comenzaba a dolerle, y no era para menos, todo eso era una locura, no se podía amar a dos personas a la vez, era algo inmoral y deshonesto. —Hay una parte de mí que aún te pertenece y eso me está torturando… me lastima, pues sigo sintiendo que estoy atrapada en el pasado, en tu recuerdo… sé que nunca podré olvidarte, pero no es justo que me condene a vivir a medias y llena de dudas… ni tampoco que condene a Fabrizio a compartir mi amor contigo, a recibir eso que tú dejas, que, a decir verdad, es muy poco… ¿Por qué siempre fuiste así de posesivo? ¿Por qué no dejas que otro hombre tenga todo de mí? Ya no estás aquí… así que, ¿por qué debo seguir amándote, Terrence? ¿Por qué? —cuestionó molesta y dolida, sin contener su llanto. Se dejó arrastrar por esa avalancha de emociones y terminó por tenderse en la cama, mientras apretaba fuertemente la fotografía contra su pecho y sollozaba. La vista se le nublaba por las lágrimas y sentía que la garganta se le desgarraba, una vez más, ese dolor estaba haciéndola girones, una vez más se estaba odiando por haber actuado como lo hizo, por no luchar por su amor como le había prometido y por no confiar en él. —¡Debiste hacerlo! ¡Debiste decirle toda la verdad! —expresó, negando con la cabeza y su nariz congestionada se puso peor, haciéndole muy doloroso tomar aire—. Debes hacerlo ahora, tienes que decirle la verdad a Fabrizio, ya basta de mentiras, Victoria, tú no eres así… no eres una mentirosa —dijo con determinación y se incorporó hasta quedar sentada, dispuesta a guardar todo en el cofre y esconderlo en el armario. Sin embargo, cuando quitó la tapa para guardar las fotografías, vio el paquete de cartas y su corazón cedió ante su deseo por leerlas, cerró los ojos y soltó un suspiró cargado de resignación. Dejó las fotografías a su lado para luego tomar las cartas, pero solo sacó las dos primeras, porque

no era tan masoquista como para leer aquellas que siguieron a su separación, solo quería algo que le diera un poco de alegría. Las palabras de Terrence la hicieron sentir más que dichosa, despertaron en ella ese deseo de sentirse mujer, de revivir todo aquello que descubrió cuando tuvieron ese fin de semana para amarse con libertad. Sin ser siquiera consciente de ello, comenzó acariciar sus senos suavemente, su respiración se hizo cada vez más pesada, su cuerpo iba poniéndose más caliente y no era por la fiebre sino de deseo. Sin saber qué la impulsó, metió sus manos debajo de las mantas y se levantó el camisón para comenzar a tocarse, justo como le había pedido Fabrizio que lo hiciera, solo que la imagen que recreaba en su cabeza era del Terrence que recordaba, aquel que la hizo mujer y fue gracias a él que consiguió liberarse. Su cuerpo se estremeció con fuerza al ser arrasada por el orgasmo y tuvo que hundir su rostro en la almohada para ahogar el grito de momentáneo placer; después de eso, no supo de ella, quedó tan relajada que acabó por dormirse, rodeada de las cartas y las fotografías de su rebelde.

Capítulo 23 Fabrizio despertó de ese placentero sueño con la respiración agitada y una erección tan potente que incluso le resultaba dolorosa, porque no tenía a quien anhelaba a su lado para poder satisfacer su deseo, ella solo había estado en sus sueños. Suspiró sonriendo, al recordar lo que había soñado y dejándose llevar por sus instintos, comenzó a complacerse con la imagen de Victoria en su cabeza; no tardó mucho en liberarse porque su cuerpo estaba muy sensible y urgido por alcanzar ese orgasmo que se dio en medio de espasmos y roncos gemidos. Después de unos minutos fue consciente de que el sol ni siquiera había salido, se puso de pie para lavarse y luego regresó a la cama para ver si podía seguir durmiendo, pero le resultó imposible, la imagen de su novia se había apoderado de su cabeza robándole el sueño. Decidió levantarse y comenzar a vestirse para ir a la casa de los Anderson antes de dirigirse a su oficina, deseaba ver a Victoria porque Angela le había dicho que, al parecer, estaba resfriada. Caminó hasta el baño despojándose del pijama, se metió a la regadera sin perder tiempo y el agua caliente relajó sus músculos, aunque debía reconocer que ese sueño con Victoria y masturbarse después, habían conseguido que comenzara ese día con mucho ánimo. Cerró la llave y se pasó una toalla por el cuerpo para quitarse el exceso de agua, luego la envolvió en sus caderas y se paró frente al espejo mientras se secaba el cabello con otra toalla, después la lanzó a un lado y comenzó a preparar todo para afeitarse. Cubrió con espuma la mitad de su rostro y con cuidado fue perfilando su barba, casi terminaba cuando la cuchilla resbaló haciéndole un pequeño corte en el mentón que comenzó a sangrar. —¡Maldición! —exclamó ante el ardor que lo atacó. Agarró una toalla limpia y presionó sobre la herida, la retiró para ver qué tanto había sido, descubrió que apenas era una delgada línea de menos de un centímetro; sin embargo, no paraba de sangrar, mantuvo la presión por un minuto para detenerla y sus ojos se encontraron con su reflejo en el espejo. El azul cambiaba de tonos según el grado de luz que se reflejaba en sus iris, estaba concentrado en eso cuando de repente una imagen se apoderó de su cabeza. «Su mirada estaba anclada a la verde esmeralda de Victoria, mientras sentía la calidez de sus manos que le acunaban el rostro y lo ponían un poco nervioso, porque no estaba acostumbrado a que alguien tuviera ese tipo de gestos con él. Sin embargo, no se alejó porque le encantaba estar tan cerca de ella y sentir el toque de sus manos, aunque justo al tenerla así, se vio tentado de darle un beso, pero se contuvo porque si lo hacía perdería toda la confianza que se había ganado. —Yo solo…, solo intento ayudarte, sé que se nos hizo tarde por mi culpa; no debí ponerme a conversar con la mamá de los chicos; me lo advertiste. Él se sintió mal por cómo le había hablado, no era su intención hacerla sentir culpable; tampoco deseaba terminar de arruinar ese día que había sido tan especial. Pero, a veces, su temperamento era muy difícil de controlar. —Nada de esto fue tu culpa, solo sucedió; además, no es la primera vez que estoy en una pelea. Sé cómo recuperarme de los golpes, no debes preocuparte por mí.

—Pero lo hago porque me importas. Yo… quise decir que…, me entristece que te hayan lastimado por mi culpa. Él se quedó mudo al escucharla decir que le importaba, ¿a cuántas personas había escuchado decir eso? Solamente a ella, porque su padre nunca le decía que le importaba, sino que era su obligación; que él era una obligación, no algo que realmente le importase. —Está…, está bien… Gracias por preocuparte por mí, pecosa…, pero estaré bien. Ahora, dudo que el otro pueda decir lo mismo. —¡Tienes razón! ¿Dónde aprendiste a pelear así? —En las calles de Londres. A veces suelo salir por las noches a distraerme, y tuve que aprender a las malas, que algunas personas solo entienden con golpes; aprendí a defenderme. —¿Te escapas seguido? —Este lugar es muy aburrido. ¿Sabes algo? Deberías trabajar alentando a los boxeadores, eres muy buena para eso. Victoria sonrió con timidez, sonrojándose, pero su mirada destellaba de diversión; se acercó y lo abrazó con cuidado de no lastimarlo, pero con la intención de agradecerle por haber cuidado de ella y evitar que ese ladrón se llevase su muñeco; hubiera estado muy triste si algo así pasaba. —Gracias por salvarme y a… Brighton —¿Le pondrás el nombre del pueblo al conejo? —Sí, me parece un buen nombre para él… Además, me recordará siempre a mi primer paseo por Brighton y lo grandioso que la pasé junto a un mocoso engreído, llamado: Terrence Danchester.» Fabrizio regresó a la realidad como si hubiera sido lanzado por un cañón, y su cabeza zumbaba como si estuviese llena de miles de abejas, se sentía tan mareado que tuvo que sostenerse con fuerza del lavabo para no caer. Experimentaba una sensación parecida a la que se tiene cuando se recibe un golpe en el estómago y el oxígeno comenzó a faltarle, así que intentó calmarse o acabaría desmayándose. —¡Dios, ¿qué fue todo eso?! ¡¿Qué?! —preguntó sin dejar de temblar mientras buscaba aire para llenar su pecho—. ¿Por qué… por qué Victoria me llamó… así? —inquirió, sin tener el valor de poner en palabras sus pensamientos, estaba muy aturdido y confundido. Una vez más calmado pudo respirar mejor y caminó hasta su habitación, se vistió con lo primero que encontró en su armario y ni siquiera se preocupó por ponerse zapatos y peinarse el cabello. Salió de su recámara casi corriendo y bajó las escaleras con la misma prisa, por lo que casi tropezó con uno de los empleados, quien le dedicó una mirada atónita al ver su inusual comportamiento. —¿Está todo bien, señor? —preguntó al verlo tan agitado. —No se preocupe Rodolfo, todo está bien —respondió sin detenerse a mirarlo, entró al despacho y cerró la puerta. Caminó de prisa hasta el escritorio y buscó la libreta de direcciones y teléfonos que guardaba en el cajón, pudo ver cómo temblaban sus manos mientras pasaba las hojas buscando el número de su psiquiatra; eso también lo hizo consciente del temblor que le recorría todo el cuerpo. Una vez más inhaló profundamente para tranquilizarse, se sentó y descolgó el auricular; estaba por marcar al consultorio de Clive cuando su mirada se topó con el reloj colgado en la pared, al otro extremo del lugar, que marcaba las seis de la mañana. —¡Maldición!… Él no está allí… recuerda que vive con su esposa en otra casa —esbozó,

dejando caer el auricular y lanzando la libreta lejos. Se llevó las manos a la cabeza para sostenerla porque sentía que le pesaba demasiado, luego se echó hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio y respiró profundamente, después dejó salir el aire muy despacio, tal como le había indicado su psiquiatra. No se atrevía a cerrar los ojos porque no deseaba tener otra visión, le aterraba que eso ocurriese y que terminara perturbándolo aún más, sentía que estaba a punto de enloquecer. —Intenta calmarte… respira despacio y mantén la calma, debe existir una explicación para esto… una explicación… ¡Por un demonio! ¿Cómo piensas explicar que una vez más estés teniendo estos episodios junto a Victoria? ¿Cómo es posible que puedas ver todo como si hubieras sido tú quien lo vivió a su lado?… Sabes que no fue así, no estuviste allí, ella solo te lo contó… A menos que… —calló y su semblante se llenó de terror ante la sospecha que impactó su mente—. ¡No, no, no! ¡Eso es imposible! ¡Es una locura!… Es totalmente inverosímil, ni siquiera debes planteártelo… Yo no soy… no puedo ser… Empezó a negar con su cabeza y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras luchaba por bloquear ese episodio que acababa de vivir, pero le pareció escuchar la voz de Clive que le pedía que no lo hiciera, que dejara que el recuerdo llegara hasta él de nuevo, pues solo así conseguiría darle sentido a lo que estaba pasando. Intentó hacerlo, pero el miedo, los nervios y la ansiedad parecía mezclarse en su interior y lo estaba torturando, un par de lágrimas brotaron y la debilidad se adueñó de él, provocándole una sensación de desvanecimiento. «La naturaleza del ser humano es intentar llenar los espacios vacíos, ya lo hiciste con la información que te dio tu familia, ahora es probable que lo estés haciendo con la que te dio tu novia…» La voz de Clive resonó en sus pensamientos una vez más y le dio la explicación que estaba necesitando desesperadamente, de inmediato, su respiración comenzó a sosegarse y la angustia fue abandonándolo, hasta dejarlo en un remanso de tranquilidad que lo hizo sentir a salvo. Sin embargo, una poderosa necesidad de ver a Victoria se apoderó de él, así que sin perder tiempo se puso de pie y salió del estudio rumbo a su habitación para terminar de alistarse; sabía que era temprano, pero no podía seguir esperando, debía hablar con ella. Entró al baño para terminar de afeitarse, pero procuró no mirarse mucho en el espejo ni pensar en lo ocurrido; abrió el armario detrás del espejo donde guardaba los medicamentos y tomó un par de pastillas para controlar su ansiedad. Cuando estuvo listo salió de su habitación y en el pasillo se topó con Fransheska, ella le sonrió con efusividad, pero él apenas pudo curvar sus labios para responderle. —Buenos días, Fabri —Lo saludó, notándolo algo tenso. —Buenos días, Fran. —Se acercó para abrazarla—. ¿Qué haces despierta tan temprano? — preguntó mirándola. —Anoche me dormí temprano… estaba muy cansada del día tan ajetreado que tuve, pero estoy feliz porque la exposición será un éxito y nuestros padres estarán felices —comentó con una sonrisa. Haberse enfrascado en eso le había ayudado mucho a distraerse y a dejar de pensar en Enzo Martoglio, sabía que ese miserable no había sido capturado, pero como le dijo Fabrizio, no podía permitir que limitara su vida y la sometiera a vivir todo el tiempo bajo zozobra, debía ser valiente. Además, su novio se desvivía por hacerla feliz y hacerla sentir segura, sabía que mientras estuviera junto a Brandon y su familia, no le pasaría nada malo. —Estoy seguro de que así será —comentó él, deseando emular su entusiasmo, pero la inquietud por lo que estaba viviendo, no lo dejaba en paz, su mente seguía fugándose a esos

extraños recuerdos. —¿Te sientes bien? Te ves pálido y tu piel está fría… como si estuvieses enfermo —dijo al tocarle la mejilla. —Estoy bien, Fran… o a lo mejor, me dará un resfriado. Ya ves que Vicky también está así — mintió, desviándole la mirada. —Sí, tienes razón… la pobre se veía muy agotada ayer, y desde que subió a su habitación no bajó más —comentó con pesar. —Eso me dijo Angela cuando llamé anoche, por eso me levanté más temprano para pasar a verla antes de ir a la oficina. —¿No me acompañarás a desayunar? —cuestionó, parpadeando. —Es muy temprano y no tengo apetito… comeré algo en la oficina, cerca hay un restaurante italiano muy bueno. —En ese caso, tendré que hacerlo sola. Me hubiese gustado acompañarte, pero tengo cita a las ocho con una decoradora que me dará varias ideas para la exposición. Queremos crear un espacio que atraiga la atención de los clientes y hacer de esta sucursal un éxito —mencionó con una gran sonrisa. —Suenas como toda una empresaria, me alegra mucho que te sientas tan cómoda desempeñando este cargo. —La verdad es que sí, me siento bien y me ayuda mucho a distraerme, tenías razón cuando me dijiste que lo mejor era retomar mi rutina —respondió sonriendo y le dio un beso en la mejilla para despedirlo—. Por favor, dale mis saludos a Victoria y dile que iré esta tarde a visitarla — pidió, dándole un abrazo muy fuerte. —Lo haré… nos vemos en la oficina después del mediodía. Ella asintió con una sonrisa, pero dentro de su pecho sentía una opresión, era como un mal presentimiento; de pronto la embargó la necesidad de abrazar a su hermano y hacer que se quedara allí. Sin embargo, lo dejó marcharse y luchó contra esa sensación, no tenía nada que temer porque él le había prometido que todo estaría bien. El trayecto hasta la casa de los Anderson no duraba más de diez minutos, en cuanto los hombres de seguridad vieron el auto, abrieron el gran portal de hierro y lo saludaron. Él también era seguido por un auto con dos guardaespaldas, aunque en un principio se opuso a tener compañía a cada parte a donde iba, tuvo que ceder cuando su hermana y su novia le exigieron que llevara escoltas o entonces ellas tampoco lo harían. —¿Lo esperamos en el auto, señor Di Carlo? —preguntó Karl. —Tardaré algunos minutos, así que pueden bajar y saludar a sus compañeros… También podrían preguntarle cómo ha estado todo por aquí, si han visto algo extraño —sugirió mientras subía la escalinata de la mansión, acompañado de los dos hombres. —Por supuesto, con su permiso —respondieron al mismo tiempo. Lo dejaron para ir hacia la parte de atrás de la casa, donde estaba la puerta del servicio, seguramente, sus compañeros estarían tomando el desayuno, ya que aún era temprano. Fabrizio suspiró sintiéndose liberado, pues los dos hombres eran como su sombra, apenas le daban espacio cuando salía de la casa, siempre permanecían atentos a cada uno de sus movimientos, parecían que lo estuviesen vigilando a él y no atentos a cualquier aparición por parte de Martoglio, aunque dudaba que ese infeliz hubiese llegado al país, al menos, no todavía. —Buenos días, señor Fabrizio —lo saludó Dinora con una sonrisa. —Buenos días, Dinora… he venido un poco temprano, pero quería ver a Vicky, saber cómo sigue —mencionó, pasando al salón.

—La señorita aún sigue en su habitación, pero Angela estaba por subir para ver cómo amaneció. Si lo desea puede esperar en el salón y ella le informará que usted está aquí —comentó, mirándolo. —Por supuesto, muchas gracias, Dinora —Ocupó el sillón que el ama de llaves le indicó con la mano. —De nada, señor Fabrizio, si se le ofrece algo estaré en la cocina. —Tranquila, esperaré aquí —respondió y la vio alejarse. Un minuto después, se apareció Angela con una bandeja de desayuno, de inmediato supo que era para su novia. —Buenos días, Fabrizio —lo saludó, dedicándole una sonrisa. —Buenos días, Angela —dijo mostrando el mismo gesto. —Imagino que viene para ver a Victoria. —Su sonrisa se ensanchó. —Sí, he venido para verla antes de irme a la oficina. —Bien, subiré a llevarle el desayuno y le diré que está aquí. —Angela, espera por favor —pidió, porque se le había ocurrido una idea—. Quiero pedirte algo, y sé que tal vez no sea del todo correcto, pero… me ayudarías a ver a Victoria en este momento, realmente necesito verla ahora, incluso podría llevarle el desayuno —rogó, mirándola a los ojos, porque en verdad le urgía hacerlo. —Fabrizio… es exactamente como ha dicho; no es adecuado, sabe que si alguien se entera de esto nos meteremos en problemas. —Por favor… solo serán unos minutos, te prometo que no haré nada para que los demás se enteren, solo cinco minutos… por favor. —Está bien… —accedió, soltado un suspiró; realmente se le veía desesperado—. Que conste que lo hago porque sé que ella también estará feliz de verlo y porque confío en usted. —Las últimas palabras las acompañó con una señal de su dedo índice como advertencia. —Muchas gracias, Angela, te doy mi palabra de caballero, que no haré nada que traicione el voto de confianza que me brindas. Ella caminó junto a él mientras rogaba que la matrona no se apareciera por allí, al llegar al pasillo que llevaba a la habitación de Victoria, miró a todos lados cerciorándose de que no hubiese nadie, luego le hizo una señal al joven para que se acercara. Le entregó la bandeja del desayuno, dedicándole una mirada de advertencia, luego abrió la puerta con rapidez y de nuevo lo apuntó con el dedo. Él dejó ver una sonrisa deslumbrante para asegurarle que no tenía nada que temer; sin embargo, vio que ella dudaba, tal vez pensando en quedarse para acompañarlos. Al final, le pareció más prudente quedarse en el pasillo para cuidar si alguien aparecía; lo vio entrar y después cerró la puerta con cuidado, rogando que nadie los descubriera. Fabrizio se acercó a la pequeña mesa en el centro de la habitación y dejó la bandeja con el desayuno, luego se acercó a la cama y su mirada se llenó de la extraordinaria visión de Victoria dormida tranquilamente, envueltas entre mantas de algodón, satén y lino, en tonos pasteles y dorados. Dio un par de pasos sin apartar su mirada; sin embargo, una pequeña caja blanca con grabados dorados que estaba sobre una de las mesas de noche, atrajo su atención. Estaba abierta y eso despertó su curiosidad, pero al final optó por ignorarla, ya que no consideraba correcto siquiera que la mirara porque era parte de la privacidad de Victoria, y ya estaba invadiendo su espacio con solo estar aquí sin que ella pudiese notarlo. Se enfocó en su novia, que lucía tan hermosa que parecía un sueño, el más hermoso de los sueños, un ángel que iluminaba el lugar con su sola presencia. Su cabello esparcido sobre la almohada, su piel nívea y delicada, el ritmo acompasado de su

respiración, que era evidente en el ligero escote de su delicado camisón, sus labios tan maravillosos y esos ojos que aun tras la delicada piel de los párpados, lograban hechizarlo. Se aproximó un poco más y llevó una de sus manos hasta la mejilla acariciándola sutilmente, ella sonrió como si fuese consciente de su presencia y de inmediato una más efusiva floreció en los suyos. —Sí, aquí estoy mi amor, he venido a verte —susurró, acariciándola. No había pasado ni un minuto mirándola y ya podía sentir cómo todo el miedo y la angustia lo liberaban, se esfumaban a medida que él se perdía en la imagen de Victoria y la luz que se desprendía de ella. Se dejó llevar por la tentación y le dio un suave beso en la frente, pero eso no lo dejó satisfecho así que bajó lentamente para rozar sus labios. Se apoyó en la cama para tener un mayor equilibrio, así besarla mejor y despertarla como si fuese su príncipe de cuentos de hadas; sonrió ante esa idea y estaba por llevarla a cabo cuando sintió que su mano tocaba algo. Bajó la mirada y alcanzó a ver lo que parecían ser fotografías, aunque estaban volteadas, pero pensó que a lo mejor eran de los dos y la recogió para comprobarlo. También vio que junto a estas había una hoja, debía ser una de sus cartas porque estaba escrita con su letra; pudo reconocerla con apenas echarle un vistazo. Su sonrisa se hizo más amplia al imaginar a su novia mirando su fotografía y leyendo sus cartas antes de dormir; las retiró con cuidado para no despertarla, luego se irguió alejándose y giró el paquete de fotografías, exponiendo las imágenes. La fotografía los mostraba a Victoria y a él cerca de un acantilado, al fondo un gran lago de aguas oscuras, estaban rodeados por unas pequeñas flores lilas y amarillas. No recordaba haber estado en un lugar así ni haberse tomado esa fotografía junto a Victoria; pero el muchacho de la imagen era él, solo que lucía mucho más joven y ella también. Por un instante le costó trabajo discernir si eso se trataba de una visión o de la realidad; cerró los ojos y negó con la cabeza, obligándose a no entrar en pánico y evitar imaginar que sus visiones cada vez se hacían más reales. Seguramente todo había sido una jugarreta de su mente y cuando abriese los ojos, la fotografía sería alguna de aquellas tomadas en Cala Coticcio, en La Toscana, o tal vez en Barrington; sin embargo, cuando levantó sus párpados, seguía siendo exactamente la misma, de inmediato sus manos empezaron a temblar. Pensó que iba a desmayarse y tuvo que separar los labios para tomar aire, en un esfuerzo por respirar porque sentía que comenzaba a faltarle el oxígeno. Tragó saliva con dificultad y cerró los ojos de nuevo al percibir que todo le daba vueltas, su cuerpo se inclinó un poco hacia delante como si en verdad fuese a acabar tendido en la alfombra, pero tuvo la fortaleza suficiente para mantenerse en pie. —¿Qué significa esto? —preguntó cada vez más perturbado. Rápidamente pasó a la siguiente imagen y una vez más vio al mismo chico junto a Victoria, reconoció enseguida el lugar donde estaban, era el jardín de la mansión Anderson, pero lo habían decorado para una celebración. No se detuvo a analizarla, la pasó y los vio sobre una colina cubierta de nieve, estaba seguro de que era Barrington. Una idea se fue adueñando de su cabeza lentamente, volviéndose casi una imagen, aunque era algo difusa y distante, como si estuviese oculta detrás de un velo que le dificultaba distinguirla. Todo era demasiado confuso y lo único que alcanzaba a identificar en medio de esa marea de sensaciones, era el miedo que iba calando en su interior y se volvía más contundente. El temblor en su cuerpo lo obligó a buscar algo en que apoyarse y se dejó caer sentado en el sillón que estaba cerca de la cama; no conseguía apartar su mirada de la fotografía. Todo fue

mucho peor al pasar a la siguiente foto y ver que estaba junto a los hermanos Cornwall y sus esposas, en lo que parecía ser alguna fiesta estudiantil. Enseguida su mareo se hizo más intenso y tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse calmado, aunque dentro de su cabeza un torbellino giraba en descontrol, una vez más tragó saliva porque sentía el paladar seco y la lengua muy pesada. La sensación de haber sido engañado por todos se fue apoderando de él y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero ni siquiera podía dejarlas salir, estaba completamente congelado, como si se hubiese vuelto de piedra. Su corazón latía tan rápido que podía sentirlo golpeando contra sus costillas y le costaba un mundo respirar, necesitaba mitigar esa sensación de algún modo, así que cerró los ojos. Sin embargo, esas imágenes seguían proyectándose nítidas dentro de su cabeza, como si fuesen las secuencias de una película, pero de pronto lo asaltó algo más, hasta él llegó el recuerdo de la primera vez que se vieron y ella se desmayó en sus brazos en cuanto se le presentó. —Ahora lo entiendo… Clive tenía razón, nadie se desmayada sin ningún motivo, fue verme lo que te impresionó tanto que terminaste colapsando —murmuró, sintiendo una dolorosa opresión en el pecho—, pero ¿por qué no me dijiste nada, Victoria?… ¿Por qué me engañaste todo este tiempo? —cuestionó y su barbilla tembló anunciándole que no tardaría en derramar su llanto. Luchó contra la debilidad que pretendía adueñarse de su cuerpo y contra el pánico que lo envolvía, al ver que ese joven era idéntico a él y que incluso algunas actitudes les recordaban a las suyas. Buscó en su mente más indicios del comportamiento de Victoria desde que se conocieron y comenzó a comprender muchas cosas. «—Yo también estudié en Inglaterra… ¿Se encuentra usted bien? —preguntó con preocupación, al ver que ella había palidecido, temió que fuese a desmayarse. —Sí… sí… ¿Dónde estudió? —En La Trinidad de Juan Whitgift, era un internado de varones —respondió, sintiéndose algo desconcertado por esa pregunta. —Comprendo. —¿Qué comprende? —cuestionó, sintiéndose intrigado. —Su acento… tiene un acento británico muy marcado, mucho para ser italiano —respondió sumida en sus pensamientos—. ¿Ha viajado a América, señor Di Carlo? —preguntó, mirándolo a los ojos con evidente interés. —No —contestó secamente, y desvió la mirada.» Esa fue parte de la primera conversación que tuvieron, mientras bailaban en el palacio Ducal, en ese momento le pareció que sus preguntas se debían solo a curiosidad, pero ahora sabía que ella debió pensar que, de algún modo, él era su difunto prometido. «No, no estoy bien… esto duele… duele mucho y no quiero seguir así… Yo… necesito saber… tengo que saber» Le dijo entre sollozos la noche que fueron al club de Beauvais y estuvo a punto de preguntarle algo, pero llegó Brandon y lo impidió, durante el resto de la velada ellos actuaron de manera muy extraña. «—¿Por qué te pones así siempre que hablamos de él? —¿Así cómo?

—Nerviosa, tensa… temerosa… Han pasado cuatro años desde que él murió, pero sigues sufriendo por su pérdida, ni siquiera hablar de tus padres te afectó tanto. —Yo… Ya hemos hablado de esto. —No, no de esto, no del miedo que te da hablarme de él… cuando lo hacías con Fransheska no te ponías así, tampoco cuando estuvimos en Beauvais y hablaron de él; por el contrario, te mostrabas valiente y te expresabas con seguridad…, eso me hace sospechar que algo pasa conmigo, ¿por qué no me hablas de él?» Recordó esa confrontación que tuvo con Victoria cuando conoció al resto de su familia, esas miradas extrañas que le dedicaban todos, lo habían predispuesto y estaba lleno de dudas, por eso buscó respuestas en Victoria, pero no consiguió nada. Ahora las tenía, sabía por qué todos lo miraban de esa manera, porqué la matrona siempre lo veía como si esperara que en cualquier momento se pusiera de pie y anunciara que era el difunto prometido de Victoria, todos lo esperaban, incluso ella y por eso había aceptado ser su novia. Cerró sus párpados con fuerza, pero un par de gruesas lágrimas lograron escapar y rodaron por sus mejillas, mientras sentía que no podía soportar una verdad tan grande. El aire atascado en su pecho estaba ahogándolo y no pudo hacer más que dejarlo salir, reventando en un sollozo que se escuchó en toda la habitación y acompañó al imaginario sonido de su corazón haciéndose pedazos.

Capítulo 24 Victoria se removió entre las sábanas pues el sonido de ese sollozo cargado de dolor, la sacó del placido sueño donde estaba, aún con los ojos cerrados se estiró para desperezarse y soltó un gemido cargado de placer al sentir cómo sus músculos se contraían y luego se relajaba. Al fin abrió sus ojos a ese nuevo día, pero el choque brillante de la luz la hizo parpadear para que pudiera ajustar su vista a los rayos del sol que entraban en la habitación, vio a su alrededor y su mirada se topó con su novio, quien estaba sentado en el diván. —Fabrizio… ¿Estás aquí? —inquirió sorprendida y se incorporó. Él enfocó la mirada en ella y sus ojos lucían fríos, cristalizados por las lágrimas y cargados de rabia, dolor y decepción; una mezcla que amenazaba con hacer explosión. Respiró hondo en un inútil intento de escapar del intenso dolor que lo abrumaba, pero todo lo que consiguió fue sollozar de nuevo y que su rabia contra ella se intensificara, calcinándole el pecho. Victoria lo miró desconcertada y le extendió la mano, pidiéndole que se acercara, pero al ver que él no lo hacía, su corazón comenzó a latir rápida y dolorosamente, presintiendo algo muy malo. Vio las cosas que él tenía en sus manos y un jadeo mezcla de sorpresa y terror escapó de sus labios, hizo a un lado las cobijas mientras alcanzaba su salto de cama, se lo puso y luego se levantó. —Fabrizio, amor… —mencionó, dando un par de pasos. —No te acerques, Victoria… —Le advirtió con un tono de voz impávido y distante, mientras levantaba una mano para impedirle que diera un paso más. Junto a su voz también logró conseguir sus movimientos, se levantó bruscamente de la silla y se plantó de pie ante ella, rígido, con el pecho hinchado, los músculos en tensión y su mirada destellante de rabia—. Solo quiero que me digas algo… ¿Por qué? —No necesitó alzar la voz para que Victoria se estremeciese por completo y sus ojos se llenasen de lágrimas. —Yo… yo… Fabrizio, no es… yo puedo explicarlo todo… — Estaba demasiado nerviosa y no lograba organizar sus ideas. —¿Qué vas a explicarme? ¿Que todo este tiempo no has hecho nada más que buscarlo en mí? Pretendías decirme que habías recuperado la imagen del hombre que idolatras en este pobre estúpido —dijo señalándose el pecho y todo su cuerpo temblaba—. Tal vez esperabas que aplaudiera y me conformara con recibir las migajas que podías ofrecerme porque me parezco a él, y seguirías fingiendo que me querías cuando en realidad nunca habías dejado de amarlo a él — pronunció con toda la rabia que lo embargaba; en ese instante estaba tan dolido que ya nada le importaba. —¡No! ¡No, Fabrizio! ¡No es así, mi amor! Por favor déjame explicarte… déjame decirte toda la verdad… te lo contaré todo, lo prometo —suplicó desesperada al ver cómo él se llenaba de ira. —¿Qué me vas a decir, Victoria? ¡¿Qué me vas a decir, maldita sea?! ¡Ya deja de fingir! ¡Deja de jugar con este amor que te tengo! —gritó, sin poder contenerse más y las lágrimas lo rebasaron, tenía tanto dolor dentro de sí que estaba a punto de desmoronarse. Ella se sobresaltó y su pecho se encogió ante el dolor que le provocó esa explosión de ira que se desató en él; sabía que esa situación sería muy difícil, pero jamás pensó que Fabrizio llegaría a

mirarla de esa manera y a gritarle. Sollozó con fuerza, dejando correr su llanto y después comenzó a hipar por la falta de aire que le estaba haciendo muy difícil respirar, mientras sus pupilas se movían de un lado a otro con nerviosismo, se sentía acorralada. —No digas nada… no quiero escucharte —siseó mirándola con resentimiento y lanzó las fotografías sobre el diván. Después de eso salió con paso seguro, dejándola abandonada y destrozada, llena de sufrimiento, lo había perdido y sabía que todo era su culpa, lo había perdido otra vez. Se estremeció cuando la puerta se estrelló con tal fuerza que el sonido retumbó en la habitación y el pasillo; ella se quedó paralizada por un profundo terror. Un segundo después entró Angela y la miró con desconcierto, al ver que ella lloraba con desesperación, se acercó para saber lo que había pasado, pero cuando vio las fotografías sobre el diván, comprendió de inmediato las actitudes de ambos, sus ojos también se llenaron de lágrimas y un horrible sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella. —Vicky… lo siento tanto… yo no sabía —intentó justificarse. Victoria reaccionó al escuchar la voz de su amiga, luchó contra esa sensación de miedo que la había paralizado y le ordenó a sus piernas moverse, primero dio un paso, luego otro, hasta que por fin pudo lanzarse a correr para impedir que Fabrizio se marchara. El pasillo se le hacía interminable y cuando alcanzó las escaleras lo vio bajándolas, intentó llamarlo, pero el llanto le había robado la voz; sin embargo, luchó por recuperarla, debía detenerlo. —¡Fabrizio!… ¡Fabrizio, espera, por favor!… Mi amor, espera —suplicó bajando, pero sus piernas temblorosas casi la hicieron caer, la cabeza le palpitaba como si estuviese a punto de estallar. Fabrizio no se detuvo ante sus ruegos, necesitaba salir de ese lugar para poder liberar la presión que sentía dentro del pecho y amenazaba con desbordarlo. No podía contener sus lágrimas y le avergonzaba que lo vieran así, además, el nudo que se había formado en su garganta lo estaba asfixiando; por si fuera poco, lo atacaba ese maldito dolor de cabeza que justo en ese momento era insoportable, como no había sido nunca. —¡Fabrizio! ¡Necesito que me escuches, por favor! Amor… amor, tienes que escucharme — rogó Victoria. Él no se volvió ni siquiera a mirarla, aunque el sonido suplicante de su voz lo hizo estremecer; aun así, mantuvo ese andar enérgico en dirección a la puerta. Su mirada se topó con la desconcertada de Dinora, por lo que desvió la suya y bajó el rostro mostrándose avergonzado, le prometió a Angela que no la metería en problemas, pero estaba seguro que después de eso los tendría. —¿Se encuentra bien, señor? —preguntó Dinora, mirándolo con preocupación y vio a Victoria corriendo desesperada. —Lamento mucho todo esto, por favor, no reprenda a Angela, fue mi idea entrar a la habitación de Victoria. Dinora no supo qué decir, simplemente asintió con un movimiento rígido de su cabeza, mientras alcanzaba a mirar a la dama de compañía, que mostraba un semblante atormentado y corría detrás de la heredera. No era difícil adivinar que el señor Fabrizio había descubierto el secreto de la señorita Victoria, sus actitudes lo gritaban, suspiró sintiéndose mal por los dos, pues sabía que no sería fácil superar esa situación. —Por favor, mi amor… no te vayas… déjame hablar, necesito que me escuches, Fabrizio… dame un momento, solo un momento —suplicó, aferrándose al brazo de su novio para retenerlo. —No, no lo haré… se acabó, Victoria, esto se acabó —pronunció tajante y con la misma

contundencia se liberó de su agarre. Victoria se quedó petrificada cuando escuchó las únicas palabras que él le dirigió y lo vio salir sin siquiera volverse para mirarla, de inmediato un escalofrío viajó por todo su cuerpo y se alojó en su corazón. Se estremeció entera y dejó libre un jadeo ahogado, pues todo el aire de sus pulmones se le había escapado de golpe, como si las palabras de Fabrizio la hubiesen golpeado. Se mantuvo allí, sin poder apartar la mirada de la figura de su novio, lo vio subir al auto y ponerse en marcha, dejando tras de sí una inmensa e insoportable desolación. Se abrazó a sí misma con fuerza para evitar quebrarse, mientras las lágrimas seguían brotando abundantes y su cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente a causa de los sollozos que surgían de sus labios trémulos. —¿Victoria qué sucedió? —preguntó Brandon desconcertado por los gritos que escuchó, mientras bajaba las escaleras. —¡Brandon! —exclamó ella, llena de dolor y corrió para abrazarlo con fuerza, hundiendo su rostro en el pecho de su primo para hallar consuelo. Él de inmediato la rodeó con sus brazos. —¿Qué pasó, pequeña? ¿Por qué estás así? —inquirió, pero ella solo sollozaba—. Hábleme, por favor —pidió y un recuerdo lejano y sumamente doloroso llegó hasta él, como expuesto en un cuadro. —Fabrizio… descubrió lo de Terry y no me dejó explicarle nada… solo sacó sus propias conclusiones… —Victoria intentaba exponer lo sucedido, pero los sollozos apenas la dejaban hablar. —¿Cómo se enteró? —cuestionó él, parpadeando. —Por las fotografías que tengo de Terry… yo estaba durmiendo y él entró a mi habitación, había estado viéndolas durante la madrugada y me quedé dormida sin guardarlas… —¡Por Dios! —murmuró Brandon, imaginando lo que estaría pasando por la cabeza de su cuñado, y lo que eso significaría para su estado mental—. Vicky, intenta calmarte, por favor. —Me dijo que lo había engañado todo este tiempo, que solo estaba a su lado por su parecido con Terrence, que era a él a quien amaba y que lo que le entregaba eran las migajas de mi amor… Luego salió de la habitación y, cuando lo seguí para pedirle que me escuchara, solo me dijo que se acabó… y se marchó sin mirarme —susurró y rompió en llanto, temblando de pies a cabeza. —Tranquila, pequeña… tranquila —dijo acariciándole la espalda y le dio un beso en el cabello para consolarla. —Necesito verlo… tengo que explicarte todo… y demostrarle que lo que siento por él es real —dijo y se separó de su primo. —Vicky, espera… —La detuvo—. Sé que es difícil lo que te voy a pedir, pero debes darle tiempo para que las cosas se calmen, en estos momentos él debe estar muy confundido, molesto y dolido… si insistes, puedes terminar empeorando las cosas —explicó mirándola. —Pero no quiero perderlo, Brandon… no quiero perderlo —dijo en medio de sollozos que la hacían temblar. —No lo harás, pequeña… pero debes tener paciencia. Dale tiempo para que él asimile todo y cuando los dos estén más calmados, lo buscas para que puedan hablar, te aseguro que conseguirán la manera de solucionar este percance —mencionó, viéndola a los ojos para llenarla de seguridad y después la abrazó, dejándola que llorara y se desahogara. Abrazó muy fuerte a su prima mientras sentía cómo su frágil figura se estremecía entre sus brazos, provocándole la impresión de que estuviese a punto de romperse en pedazos. Luego la sentó en el sillón y la obligó a beber el té que le trajo Angela al verla tan mal.

Fabrizio salió de la propiedad de los Anderson como alma que lleva el diablo, ni siquiera esperó a los guardaespaldas porque, en ese momento, todo lo que deseaba era escapar del profundo dolor que estaba sintiendo. Aún no lograba comprender por qué Victoria había actuado como lo hizo, por qué lo engañó de esa manera tan cruel, sin importarle lo que él pudiera sentir. Le dolía imaginar que cada vez que de sus labios salía la palabra «Te amo» no era para él sino para Danchester, porque era a quien veía; por eso cuando le preguntaba si seguía amando a su difunto prometido, ella nunca lo negaba. Pisó el acelerador hasta el fondo en un inútil intento de descargar su rabia, y sintió que el volante temblaba entre sus puños, como si le advirtiera que iba demasiado rápido; sin embargo, no se inmutó ante esa leve vibración. —¡¿Por qué lo hiciste Victoria?! —gritó presa de la ira y sintiendo como su garganta se desgarraba—. ¡Fui un estúpido! ¡Por Dios, fui tan ciego! —expresó mientras golpeaba con fuerza el volante. El auto se movió irregularmente en el camino, obligándolo a hacer un gran esfuerzo para no salirse de la carretera cuando tomó una curva, su cuerpo se estremeció al ser consciente de que había estado a punto de estrellarse contra un gran árbol. Su sentido de supervivencia se hizo presente y lo hizo orillar el auto, porque estaba demasiado alterado para seguir conduciendo. —¿Por qué me hiciste esto, mi amor?… Si yo te adoro Victoria, yo te amo… te amo con todo mi ser, pero tú no lo haces… tú no me amas a mí sino a él —esbozó y rompió a llorar desconsoladamente, dejando caer su cabeza hacia delante para apoyarla sobre el volante. De pronto escuchó que un auto se acercaba, levantó la vista y vio a través del espejo retrovisor que era el de los guardaespaldas; resopló con fastidio porque eso era lo último que le faltaba, tener que soportar la presencia de esos hombres en ese instante. El auto se detuvo detrás del suyo y vio bajar a Karl, quien caminó hacia él con andar precavido. —¿Está bien, señor? —preguntó, observado el perfil endurecido. —Sí, solo deseo estar solo —respondió sin mirarlo. —Lo siento mucho, señor Di Carlo, pero sabe bien que nuestro trabajo es… —calló al ver la mirada que le dedicaba el italiano. —Sé cuál es su trabajo, pero en este momento necesito que me dejen solo… ¡Por un demonio! ¿Acaso es muy difícil de comprender? —cuestionó, descargando su rabia en el escolta. —En este lugar está muy expuesto, señor Di Carlo… —¡Está bien! ¡Está bien, maldición! Iremos hasta la casa —dijo para que lo dejara en paz, de inmediato pensó en Fransheska, no quería que ella lo viera así—. Saldré en mi caballo y me dejarán solo. —Por supuesto, como usted desee. —Karl cedió, comprendiendo que era lo mejor, pues lo veía muy alterado y por lo que alcanzó a ver, supo que había tenido una discusión con su novia. Fabrizio se puso en marcha para volver a su casa, por suerte, el auto que usaba su hermana ya no estaba, así que no tendría que toparse con ella y darle explicaciones; de momento, no deseaba hablar con nadie. Bajó de su auto y fue hasta las caballerizas; saludó con un movimiento rígido de su cabeza al mozo de cuadra, luego entró y buscó una montura para Argus, necesitaba alejarse y estar a solas para poder sacar de su pecho todo el dolor que sentía. Minutos después salía del establo a todo galope, aunque acostumbraba a calentar los músculos del animal con un trote ligero, en esa ocasión no se lo podía permitir porque las lágrimas ya comenzaban a rebasarlo y no quería que lo vieran. Se alejó de la propiedad hacia campo abierto, yendo en dirección contraria a la mansión de los Anderson; necesitaba alejarse de ese lugar donde había sido engañado por todos. La brisa golpeaba con fuerza su rostro mientras apuraba al caballo, llevándolo hasta sus

límites, exigiéndole todo lo que era capaz de dar, al tiempo que él luchaba contra esa horrible sensación que amenazaba con llevarlo a la locura. Lo que estaba sintiendo era peor que el dolor y la desesperación de saber que no tenía pasado, la angustia, la frustración o las pesadillas; incluso el dolor de cabeza era mucho peor, sentía que su cráneo estaba a punto de estallar. De pronto su vista comenzó a nublarse y no sabía si era por las lágrimas o por el dolor de cabeza, pero eso lo obligó a reducir el acelerado trote de Argus. Seguidamente empezó a embargarlo una gran debilidad y el aire a su alrededor se volvió tan pesado que le estaba costando respirar, se llevó una mano al pecho porque sentía cómo si le estuviesen arrancando los pulmones. El pánico se apoderó de su cerebro cuando su vista se oscureció por completo, impidiéndole mantener el equilibrio, por lo que terminó cayendo del caballo. Alcanzó a extender sus brazos para evitar que el impacto fuese tan fuerte, aunque su costado sufrió por la altura del animal, intentó tomar aire para aliviar el dolor que le provocó la caída y se puso de rodillas, llevándose las manos a la cabeza para sujetarla, ya que el dolor cada vez era más intenso. —Por favor, Dios mío… ayúdame… ayúdame… no me dejes morir, por favor —rogó, sintiendo que su cerebro se hinchaba y que su cráneo ya no podía contenerlo más. La idea de sufrir un derrame cerebral lo aterrorizó mientras las lágrimas salían a borbotones, al final todo se oscureció y él se dejó caer de cara al cielo, quedando inmóvil en medio de aquel paraje solitario. Un segundo después, su mente lo transportó a otro lugar, era consciente de que no se había desmayado y tampoco estaba durmiendo, pero eso que experimentaba era como un sueño. El paisaje ante sus ojos era distinto y él también lucía diferente, llevaba otra ropa y por su contextura tendría unos dieciséis años «Se movió despacio para ponerse de pie, mientras se retiraba con una mano el Fedora que le cubría el rostro; su intensa mirada azul se posó en la esbelta figura de la rubia que se había apoderado de sus pensamientos desde que la vio por primera vez. No pudo escapar del hechizo que lazaron sobre él, ese par de esmeraldas que tenía por ojos; y, que, justo en ese momento, volvían a atraparlo. Respondió, dedicándole una sonrisa ladeada. —Tendrá que disculparme por lo que voy a mencionar, señorita, pero si no se lo decía su dama de compañía, se lo decía yo. Llevo varios minutos intentando descansar, y me ha sido imposible; desde que llegó, no ha parado de hablar. ¿Acaso está practicando para algún campeonato?, ¿o se expresa de esa manera siempre? —Ella se quedó en silencio, solo mirándolo y eso le pareció un tanto divertido—. Creo que provoco un extraño efecto en usted, es la segunda vez que nos vemos y una vez más se queda muda. —Yo… no soy muda. —Eso ya me ha quedado claro. —Lamento haberlo despertado, pero no se supone que estos sillones sean para dormir, para eso están los camarotes. —Digamos que el mío no es lo bastante cómodo. No mentía, le había tocado comprar un boleto en tercera clase para poder regresar a Europa. Ya que, todos sus ahorros, los había invertido en el primero, con el que llegó a América, de donde no pensaba salir en mucho tiempo; porque se juró nunca más regresar a Londres. —Usted es el único hijo de un duque, que conozco, que prefiere un sillón para descansar, a la cama de un camarote de primera clase.

—¿Sabe quién soy? —¡Por supuesto! ¿Acaso ha pensado que soy una chica ignorante? Él estaba encontrando bastante divertido ese juego de palabras con la pequeña rubia, pero al hablar de su origen, todo rastro de diversión despareció de su semblante; se tensó de inmediato y quiso huir de allí. No le gustaba que le hablasen de su padre, ni del título que ostentaba o de algo que estuviese relacionado con ello; él no se sentía parte de la realeza, desde pequeño le dejaron claro que no era digno de serlo, así que, en respuesta a ese rechazo, había optado por revelarse. No le interesaba ser considerado: «el hijo de un duque». —Permítame contradecirla, señorita. Pero se equivoca; ahora, si me disculpa, tengo otros asuntos que atender. Su actitud cambió y le dio la espalda para alejarse, no quería tener nada que ver con una chica que solo lo buscaba porque era el hijo del ilustre duque de Oxford, Benjen Danchester» No entendía lo que le estaba sucediendo, pero todo se había vuelto tan absurdo últimamente que ya nada le importaba, tampoco deseaba seguir luchando por comprender, así que solo se dejó llevar por esa corriente que lo arrastró a través de miles de imágenes que se mezclaban en su cabeza. Comenzó a reconocer algunos rostros que ya no se le mostraban difusos, también escuchaba las voces con claridad y hasta veía las actitudes de esas personas con la nitidez de una película. Era como si dentro de su mente se hubiesen abierto las compuertas que mantenían bloqueados sus recuerdos, y ahora los dejaban fluir en un gran torrente. Lentamente iba llenando ese vacío que había en su mente desde hacía mucho, los episodios se presentaban desordenados, algunos se cortaban de repente y otros aún se notaban borrosos; pero estaba siendo consciente de que todo eso era mucho más de lo que había experimentado hasta el momento. Se mantuvo tendido en ese lugar, sin atreverse a mover un solo músculo por miedo a romper el hilo que lo mantenía sujeto a la realidad, tenía los ojos cerrados y seguía esforzándose por respirar. La sensación era parecida a estar flotando en medio de una gran masa de agua y eso provocaba cierta tensión en su cuerpo, al menos el dolor de cabeza iba disminuyendo a medida que se relajaba y sus latidos se sosegaban. «Se sentía incómodo quedándose junto a los hermanos Cornwall, aunque intentaba ignorarlos, como hacía con todas aquellas personas que lo habían menospreciado; pero, al mismo tiempo, quería encontrar la manera de demostrarles que no buscaba dañar a Victoria, que sus sentimientos por ella eran reales y honestos. Sin embargo, sabía que eso no era algo que pudiese demostrar de la noche a la mañana, se tomaría un tiempo hacer que ellos confiaran en él. Era consciente de que, por el momento, la tensión entre los tres no los dejaría avanzar; quería escapar de esas miradas cargadas de desconfianza, que lo quisiera o no, lo afectaban; así que se puso de pie. —¿A dónde vas, Terrence? —inquirió Christian. —Seguramente huye para no enfrentarse a nosotros, y así lo hará con el tío Stephen — comentó Sean. —No estoy huyendo, solo iba por ponche —respondió, mirando de forma retadora al chico —. No te creas capaz de intimidarme, Sean Cornwall, porque no estás ni cerca de hacerlo. —¿Pueden dejar de portarse como un par de chiquillos bravucones? —cuestionó Christian,

mirándolos con severidad—. Sean, estás a punto de cumplir diecisiete…; y si no estoy mal, ya tú los tienes, Terrence, así que deberían empezar a comportarse como los dos adultos que pronto serán. —No fui quien atacó. —Se defendió Terrence. —En eso tienes razón, y te recuerdo, hermano, que acordamos darle una oportunidad a Terrence y apoyar a Vicky en las decisiones que tome —mencionó Christian, mirando a Sean. —Solo quiero que tengas presente que te voy a estar observando, más te vale que no quieras pasarte de listo con Victoria, porque te va a pesar; nuestra prima es una dama y merece ser respetada. —Jamás haría algo para ofenderla, pues, a pesar de lo que creas de mí, soy un caballero y quiero que tengas eso presente, antes de insinuar alguna estupidez. Ahora, si me disculpas, Christian, iré por algo de tomar; estoy sediento. Les dio la espalda y caminó a la mesa donde estaban las bebidas.» Ese episodio con los hermanos Cornwall le confirmó lo que sospechó desde que los vio por primera vez, ellos ya se conocían y por eso lo miraban de la forma en la que lo hacían. Estaba seguro de que sus esposas también lo conocían desde esa época en el colegio, lo que quería decir que él no estudió en La Trinidad de Juan Whitgift como le habían dicho, sino en el Real Colegio de Brighton. De pronto sintió cerca la presencia de Argus que daba vueltas a su alrededor para captar su atención, así que abrió los ojos y extendió la mano tomando las riendas para apoyarse y ponerse de pie. Al hacerlo, sintió que sus piernas podían soportar el peso de su cuerpo, por lo que comenzó a caminar sin un rumbo específico, solo necesitaba moverse para ser consciente de que eso no era un sueño. —¿Cuántas veces me llamaron Terrence? —Se preguntó, desconcertado y temeroso—. Victoria, varias veces… también los hermanos Cornwall, además estaban las fotografías que ella tenía de ese joven que es idéntico a mí… y que se supone, es Terrence Danchester… Todas las piezas me llevan a él… y él me lleva a mí. —Se detuvo aterrado de esbozar esa verdad. Clive le había dicho que su memoria era como un rompecabezas, y que los lapsos que a veces tenía podían ser recuerdos, que debía ir armándolo. Él no lo creía de esa manera, sentía que todas las «piezas» estaban equivocadas, pero ahora comenzaban a tener sentido y de inmediato una idea empezó a concretarse y por más que lo deseaba ya no podía hacer nada para escapar de la verdad. —Yo soy… él… soy Terrence Danchester… soy hijo de los duques de Oxford… ellos son mis verdaderos padres… —Se llevó las manos al rostro, mientras su cuerpo se estremecía por los sollozos. De inmediato comprendió las miradas que ellos le dedicaban, sus palabras y sus atenciones, también porqué se sentía tan embelesado cada vez que miraba a la duquesa, ella era su madre, su verdadera madre. El corazón se le encogió de dolor al imaginar todo lo que debió sufrir al creerlo muerto; en ese instante, el terror invadió su cabeza y sintió una gran presión apoderarse de su pecho, fue como si todo el peso de su realidad le cayera encima aplastándolo y le arrancó un doloroso jadeo: todos creían que él había muerto hacía cuatro años. —¿Cómo se explica que esté vivo? ¿Qué sucedió realmente y por qué fui a parar tan lejos? ¿Por qué vivía la vida de alguien más? —cuestionó y todas sus alertas despertaron cuando el nombre de Luciano Di Carlo resonó en su cabeza. Percibió que un profundo agujero se formaba en su estómago ante la sospecha de que el responsable de todo eso había sido el hombre que ahora llamaba padre. Si embargo, el amor que

sentía por Luciano Di Carlo, le hacía difícil creer que él fuese capaz de algo tan malvado, como hacerlo pasar por muerto y alejarlo de su familia para que ocupara el lugar de su verdadero hijo. Era algo demasiado maquiavélico para venir de un hombre que en cuatro años solo le había brindado amor y apoyo incondicional, quería creer que en ese tiempo había llegado a conocerlo bien, pero justo en ese momento, no podía dar nada por sentado. La sospecha ya estaba sembrada en su cabeza y le provocó un enorme vacío en el pecho; sobre todo, al darse cuenta que todo lo que tenía como cierto, comenzaba a derrumbarse a medida que nuevas imágenes llegaban. Los recuerdos se presentaban en un gran despliegue, como si estuviese viendo una obra de teatro, y ese pasado que había construido durante cuatro años, ahora se desplomaba como un castillo de naipes, mientras el nombre de Terrence Danchester, cada vez cobraba más fuerza y contundencia en su vida. Más específicamente en su pasado, porque estaba seguro de que eso que estaba llegando hasta él a raudales, era su pasado; esa era la verdad que tantas veces suplicó descubrir, pero que ahora lo llenaba de miedo y desconcierto. Siempre pensó que sería completamente feliz el día que estuviese entre sus manos todos esos recuerdos perdidos, pero ya no estaba seguro de ello, y tenía tantas preguntas que no lograba siquiera organizarlas para esbozar una con claridad y coherencia; pero estaba seguro de una cosa, Luciano Di Carlo tenía las respuestas a todas.

Capítulo 25 Su panorama se mostraba cada vez más claro y definido, aunque todavía había demasiados vacíos en sus recuerdos, pero las dudas se iban disipando poco a poco y las certezas tomaban mayor fuerza. Algo que le resultaba insólito era que en todo ese tiempo nadie se hubiese acercado a él, para comentarle algo con respecto a su pasado o de su parecido con alguien, que se suponía fue famoso y había muerto en un accidente que todos los diarios reseñaron. Pensar que durante cuatro años había estado muerto para todos aquellos que lo conocieron, le provocaba escalofríos, era algo realmente macabro y no sabía cómo afrontarlo. Mucho menos, tenía idea de cómo haría para lidiar con todo lo que se le venía encima; ni siquiera conocía lo que a ciencia cierta había pasado, se estaba esforzando por recordar cómo acabó ocupando el lugar de Fabrizio Di Carlo, pero no conseguía descubrirlo, pues todo lo que recordaba era despertar en aquella habitación y ver a Luciano junto a su cama. Se tumbó sobre la hierba, porque tanto pensar comenzaba agotarlo, dejó caer sus párpados pesadamente y liberó un suspiro que salió de lo profundo de su pecho. Se quedó un rato así y su ansiedad fue disminuyendo, también el dolor de cabeza; sin embargo, seguía sintiendo una gran tristeza y a momentos volvía a llorar. —Tantas veces juré que no dejaría que nadie decidiera sobre mi vida…, que por ningún motivo permitiría que otros se me impusieran, creí que siempre haría valer mi voluntad… pero ahora veo que solo fui un tonto iluso, la vida se encargó de demostrarme de la manera más cruel que eso no sucedería, que acabaría siendo un títere. Su corazón comenzaba albergar un profundo rencor hacia todas las personas que lo habían engañado durante ese tiempo, aunque una parte de él deseaba darles el beneficio de la duda, no era sencillo cuando lo habían defraudado tanto. Necesitaba hallar las respuestas a las interrogantes que lo asaltaban, solo de esa manera lograría retomar su vida, ya no podía seguir siendo Fabrizio Di Carlo. —¿Por dónde puedes comenzar, Terry? —Se preguntó y sintió cómo el corazón le daba un vuelco al escuchar de sus labios su nombre, su verdadero nombre. Decirlo en voz alta le brindó cierto sentido de pertenencia y de seguridad, debía volver a ser él mismo, pero para eso, debía encontrar los recuerdos de ese accidente donde, supuestamente, había perdido la vida hacía más de cuatro años. Sin embargo, su mente seguía jugando con él y no le mostraba nada relacionado con ese día; por el contrario, parecía haber bloqueado toda posibilidad de llenar ese vacío. Eso lo dejaba en un punto muerto, porque el único que podía contarle lo que sucedió era Luciano, pero todavía tardaría algunos días en llegar. Al menos, esperaba que cuando lo confrontara no siguiese mintiéndole, no dejaría que lo hiciera porque él estaba claro de que fue a quien vio a su lado desde que esa pesadilla comenzara, fue él quien lo atendió durante todo el viaje y lo llevó a su casa. —¡Demonios, no puedo esperar tanto! Tiene que existir otra posibilidad, necesito recordar lo que pasó ese día… ¡Necesito eso!… ¡Solo eso, por favor! —pidió mirando al cielo, aunque nunca había sido muy devoto, en ese momento, esperaba un milagro.

No obstante, no sucedió nada, en lugar de los recuerdos de ese día llegaron otros vividos con la familia de Fabrizio Di Carlo, los primeros meses que estuvo junto a ellos. Recordó que, aunque se esmeraban por atenderlo, él no logró dejar de lado cierto recelo; en un principio, los veía como unos extraños y no como su familia. Ahora entendía las actitudes de Fiorella, las de Luciano, esa culpa que parecía cargar todo el tiempo y la tristeza de ambos, ahora todo era muy evidente. —¿Por qué me costó tanto verlo? —Se preguntó mientras se frotaba el rostro con ambas manos—. Tal vez porque tenía miedo de mi verdad… Clive dijo que sufría de un bloqueo causado por algún trauma emocional, que mi consciente huía de mis recuerdos porque estos habían sido dolorosos y traumáticos para mí… pero tuvo que ocurrir algo más, yo desperté con una gran herida en la cabeza… eso tuvo que haber influenciado también para que perdiera mi memoria. — Llegó a esa conclusión, porque era lo que le parecía más lógico. No podía seguir haciendo conjeturas e intentando recordar esos episodios de su pasado que seguían bloqueados, no sin la ayuda de su doctor, porque posiblemente podía acabar empeorando todo o perdiendo los avances que había conseguido. —El único que me puede ayudar es Clive… necesito hablar con él —esbozo, pero de pronto fue consciente de algo que lo hizo fruncir el ceño—. ¿Será adecuado contarle todo? Él es ahora el esposo de Allison y amigo de mis padres, tal vez desee contarle todo a ellos o a lo mejor ya estén al tanto; después de todo, me dijo que también asistían a terapia —añadió, mientras analizaba todas sus posibilidades—. No gano nada con seguir así, necesito confiar en alguien… necesito decirle esto a alguien. Se puso de pie y caminó hasta donde pastaba su caballo, con agilidad subió sobre Argus y retomó el camino hacia su casa, debía viajar a Nueva York esa misma noche para ver a Clive, quizá, él le podía ayudar a encontrar las respuestas que tanto necesitaba. Al verse cerca de la casa, la imagen de Fransheska vino a su cabeza y le provocó un gran dolor darse cuenta de que ellos no estaban unidos por la sangre, Fransheska y él no eran hermanos, suspiró para liberar la presión que amenazaba con liberarse por medio de lágrimas y apresuró el paso. Victoria se sentía tan desesperada ante la idea de perder para siempre a Fabrizio, que no podía parar de llorar y su cuerpo se había convertido en una masa trémula que apenas conseguía mantenerse en pie. Nunca imaginó que su novio se enteraría de esa manera de toda la verdad, y cada vez que pensaba en lo que él debía estar sintiendo, un gran dolor se adueñaba de su pecho y la culpa se posaba sobre ella. Estuvo a punto de salir corriendo para seguirlo después de hablar con Brandon, pero su primo le indicó que su aspecto no era el más adecuado. Ella ni siquiera recordaba que aún llevaba la ropa de dormir, subió a la habitación para cambiarse y Angela le explicó cómo se había dado la situación, admitió que había sido su error, que debió entrar junto al joven y revisar que todo estuviese bien. Nunca pensó que su buena acción de dejarlo entrar, fuese a acabar como lo hizo; por eso estaba dispuesta asumir las consecuencias y aceptaría la decisión que tomasen al respecto. Victoria se mostró muy comprensible y le aseguró que lo ocurrido no era su culpa, sino de ella por no haber sido sincera desde el principio. Se cambió rápidamente con la ayuda de Angela y luego bajó dispuesta a ir hasta la casa de su novio, debía hablar con él y explicarle todo, pero cuando llegó al salón, encontró a su tía hablando con Brandon, por su semblante serio, supo que su primo le había contado lo sucedido. Ella bajó la mirada mostrándose apenada, sabía que la matrona no perdería la oportunidad de decirle que todo era su culpa, porque ya le había advertido que fuese sincera con Fabrizio.

—Victoria —La llamó para que la mirara a los ojos. —Ya sé lo que va a decirme, tía, pero le pido, por favor, que en este momento no lo haga, ya me siento bastante mal para recibir sus reproches —comentó con la voz vibrándole por las lágrimas. —No iba a reprocharte nada; por el contrario, te diría que no deberías preocuparte y que estoy segura de que podrán superar esta situación —comentó con tranquilidad y casi sonrió ante la mirada sorprendida de su sobrina, le hizo un ademán para que se acercara y la abrazó. —Tengo tanto miedo de perderlo… no quiero hacerlo otra vez —confesó sin darse cuenta y sollozó, aferrándose a ella. —No lo harás —mencionó con seguridad, sin pasar por alto las últimas palabras de su sobrina, pero no le dijo nada, pues sería empeorar las cosas. Ella sabía bien que Victoria amaba a ese chico porque le recordaba a su difunto prometido, pero era casi imposible desligarlos, porque incluso en el carácter eran muy parecidos. —Necesito ir a verlo y hablar con él, debo explicarle todo… —De momento es mejor que esperes, él ahora mismo debe sentirse muy confundido y dolido, no querrá escucharte y, si insistes, puedes terminar empeorándolo todo —indicó, mirándola a los ojos. —Pero… yo no puedo quedarme aquí sin hacer nada —alegó y se apartó del abrazo para salir en busca de Fabrizio. —En situaciones como estas, hacer nada resulta lo mejor, hazme caso esta vez, Victoria, y ten un poco de paciencia. —Estoy de acuerdo con la tía, lo mejor que puedes hacer ahora es darle tiempo a Fabrizio para que se calme, después hablarás con él y le explicarás todo —mencionó Brandon, mirándola. Victoria asintió con su cabeza y se limpió las lágrimas que bajaban por sus mejillas, mientras respiraba profundo para armarse de paciencia y seguir sus consejos, aunque no sabía si lograría esperar mucho. Margot sabía que su sobrina no conseguiría dominar con facilidad su naturaleza inquieta si se quedaba allí encerrada, así que la invitó a dar un paseo por el jardín, tal vez eso le ayudaría a distraerse. Terrence entró a la casa y le pidió al ama de llaves que enviara a una de las empleadas a preparar su equipaje, hizo la acotación que organizara dos maletas porque se quedaría más de lo acostumbrado en Nueva York. Subió a su habitación y sin perder tiempo caminó hasta la ducha, debía buscarle una solución a todo lo que estaba viviendo, o terminaría enloqueciendo. Había pensado en no contarle todo, simplemente intentaría averiguar qué tanto sabía sobre su verdadera identidad, y también cuánto conocían sus padres sobre el proceso que estaba llevando a cabo. De momento, lo primordial era salir de esa casa antes de que apareciera Victoria, para intentar explicarle por qué le había mentido todo ese tiempo. También podía darse el caso de que fuese Fransheska quien se llegara y, seguramente, ella notaría que le pasaba algo en cuanto lo viese, porque había conseguido conocerlo muy bien. No quería mentirle, pero tampoco podía decirle toda la verdad, porque aún no la sabía y porque enterarse de que no era su hermano, la haría sufrir demasiado; así que, lo mejor era alejarse y evitar lastimarla. —Solo espero que cuando se entere de todo no termine odiándome, que no se llene de rabia al pensar que ocupé a propósito el lugar de su hermano … y que también fui parte de este engaño, porque a final de cuentas, he sido el más perjudicado —expresó en voz alta para sí mismo mientras se pasaba las manos por el cabello.

Soltó un suspiro pesado y trató de dejar su mente en blanco al menos un instante, mientras sentía el agua caliente deslizarse por su espalda, la que estaba tan tensa que parecía de granito. Después de algunos minutos, logró conseguir que esa zozobra que lo torturaba fuese disipándose, aunque no lo abandonó del todo, tampoco consiguió que sus pensamientos se ordenaran, todos seguían llegando como una avalancha y a momentos se confundían. Minutos después salió de la ducha y mientras se secaba el cabello, su mirada se topó con su reflejo y un temblor lo recorrió enteró, por primera vez se veía y se reconocía verdaderamente. Comenzó a detallar sus rasgos al tiempo que recordaba cómo se veía la última vez que se miró en un espejo, siendo Terrence Danchester; evidentemente, había cambiado en cuatro años, sus facciones se habían acentuado dándole un aspecto más adulto. —Ahora eres un hombre… y deberás tener el valor para afrontar todo esto, para recuperar tu vida —sentenció, mirándose a los ojos. Escuchó un par de golpes en la puerta, por lo que rápidamente se cubrió con una bata de baño—. ¿Sí? —preguntó sin abrir. —Su equipaje quedó listo señor Di Carlo, ¿desea que lo bajemos ahora o más tarde? — preguntó Lauren, ya que, por lo general, él viajaba por la noche y apenas era mediodía. —Pide a Gerónimo que las baje, por favor —respondió mientras sacaba algunos artículos de higiene personal para llevarlos. —Enseguida, ¿necesita algo más? —preguntó, mirando la puerta. —No, eso es todo, muchas gracias Lauren. —Con su permiso —dijo y después de eso salió de la recámara. Terrence abrió la puerta y caminó hasta la cama donde Lauren había dejado su bolso de mano, guardó allí su crema de afeitar, su hojilla y su perfume. Luego se acercó al armario y comenzó a buscar entre sus prendas algo cómodo que ponerse, intentaba concentrarse en esas tareas, pero siempre acababa divagando en sus pensamientos. Después de un momento entraba a su despacho, debía hacer algunas llamadas antes de irse, la primera fue a la estación de trenes para comprar su boleto. Optó por el tren que salía en tres horas, no deseaba estar allí cuando Fransheska regresase porque no sabía si podría mentirle y tampoco se sentía listo para contarle toda la verdad. —No quisiera dejarte sola, pero necesito ayuda —murmuró, viendo el portarretrato donde aparecía junto a ella, Luciano y Fiorella. Agarró su estilográfica y una hoja de papel para escribirle una nota, pensó muy bien el mensaje que le dejaría; no deseaba alarmarla y que pensase que su viaje tenía que ver con el desgraciado de Martoglio. Al final, se decidió por una breve explicación donde intentó mostrarse casual para no levantar sospechas; con medias verdades le dejó saber que iría a Nueva York por unos días, que estaría comunicándose con ella en cuanto le fuese posible y reiterándole que siempre estaría a su lado; porque justo eso haría, sin importar lo que sucediese, él cumpliría su promesa de estar con ella y cuidarla. Ese pensamiento también lo llevó a otro asunto que no debía descuidar, sabía que mientras la policía no atrapase a su agresor, ella estaría en peligro, ya Martoglio había dejado en claro de lo que era capaz y que sabía sus mañas para salirse con la suya. Miró el teléfono un par de minutos, sus latidos se aceleraban a medida que era consciente de a quién debía llamar para confiarle la seguridad de su hermana, el mismo que tiempo atrás, fuese su mejor amigo y que lo seguía siendo, solo que ahora también parecía ser parte de esa red de mentiras. —No pierdas más tiempo, debes darte prisa y salir de aquí antes de que Victoria se aparezca y tengas que hablar con ella sobre todo esto… ¿Cómo reaccionará cuando se entere de la verdad? —cuestionó, frotándose la frente, sintiendo las arrugas que la preocupación había formado en su

rostro, aunque solo tenía veinticuatro años. Esa pregunta comenzaba a torturarlo y también le provocaba un profundo miedo, porque ella le había asegurado tantas veces que estaba enamorada de Fabrizio Di Carlo, que sería bastante irónico si fuese él quien ahora no ocupara un lugar en su corazón. Suspiró pesadamente y movió su cabeza en un gesto de negación, haciendo a un lado ese pensamiento y se enfocó en lo que debía atender en ese instante, siguiendo los consejos de Clive, quien siempre le decía que debía enfocarse en una cosa a la vez; dejó de dudar, agarró el auricular y marcó el número de la oficina de Brandon. —Buenas tardes, Nancy —respondió al saludo de la secretaria de su cuñado—. Me gustaría hablar con Brandon, si es posible. —Por supuesto, deme un momento y enseguida lo comunico —respondió, su jefe había pedido que cualquier llamada que recibiera de su cuñado, se le comunicara de inmediato, así que fue lo que hizo. —Gracias, Nancy —respondió, mientras esperaba, sus latidos se hacían más lentos y dolorosos. —Fabrizio… ¿Está todo bien? —preguntó con preocupación. —Sí, tranquilo… te llamaba porque se me presentó algo y debo viajar a Nueva York —dijo sin entrar en detalles—. Y quería pedirte que cuidarás a mi hermana durante mi ausencia. —Sabes que ni siquiera tienes que pedirlo. —Lo sé… y no quisiera marcharme, pero me urge atender esto. —Entiendo —mencionó extrañado de que no le dijera nada sobre lo que había descubierto esa mañana—. Bien, no tienes que preocuparte, sabes que yo cuidaré de Fransheska. —Muchas gracias —pronunció y estaba por despedirse. —Fabrizio… —esbozó Brandon con cautela y el silencio al otro lado le indicó que podía continuar—. Victoria me contó lo que ocurrió esta mañana y… —No quiero hablar de eso ahora —espetó, al ser consciente de que él también lo había engañado. —Claro…, comprendo —murmuró, notando la molestia en su voz, por lo que cambió de tema —. Ve tranquilo, cuidaré a tu hermana con mi vida —aseguró, para que no se preocupara, sabía que el motivo de ese viaje tan repentino a Nueva York, era ir a verse con su psiquiatra. —Te lo agradezco, estaré en contacto —dijo y colgó, porque por un instante se vio tentado de contarle toda la verdad. Salió del despacho y sus pasos eran cada vez más pesados, como si su cuerpo estuviese cambiando de estar hecho de carne y hueso a ser de plomo. Vio al ama de llaves en el salón y supo que debía actuar de manera normal, porque su hermana de seguro interrogaría a la mujer cuando llegase y no lo encontrara allí. —Patricia, necesito que le entregue esta nota a mi hermana, por favor, si ella le hace alguna pregunta, usted solo dígale que yo estaba bien y no vio nada fuera de lo normal —pidió, mostrándose calmado. —Por supuesto, señor… no se preocupe, haré exactamente lo que me pide —indicó, mirándolo; aunque apenas lo conocía, no podía evitar sentirse preocupada por la situación que atravesaban los jóvenes, esa de la cual la habían puesto al tanto para estar prevenida—. ¿Saldrá a la estación en este momento? —cuestionó, porque aún era temprano. —Sí, he conseguido un boleto para las cuatro de la tarde. —Bien, entonces le avisaré a Karl que ya está listo. —Gracias —murmuró Terrence, no muy convencido de aceptar la compañía del

guardaespaldas, pero sabía que, si no lo llevaba, Fransheska se preocuparía. —Señor Di Carlo, salimos en cuanto diga —mencionó Karl, entrando al salón, con una pequeña valija en la mano. —El tren sale en dos horas, así que es mejor darnos prisa —ordenó Terrence, y una vez más vio al ama de llaves—. Cuide mucho a mi hermana, por favor, Patricia… —Pierda cuidado, señor Di Carlo, ella estará a salvo con nosotros. —Bien, estaré de regreso en cuanto me sea posible, cualquier cosa tiene los teléfonos del hotel —dijo y miró a su alrededor, sintiendo una horrible opresión en su pecho, que liberó al suspirar. —Le informaré si ocurre cualquier novedad, que tenga buen viaje —mencionó con una sonrisa, para aligerar su preocupación. Terrence afirmó y salió de la casa, sintiendo que estaba dejando atrás su vida como Fabrizio Di Carlo, pues en cuanto regresase de Nueva York, esperaba hacerlo con su identidad recuperada. Caminó hasta el auto donde ya lo esperaban sus dos guardaespaldas, subió en la parte de atrás y soltó un suspiro pesado, mirando una vez más la casa. El auto se puso en marcha; en un tramo del trayecto, su mirada se desvió a la gran mansión Anderson, que se mostraba en toda su magnitud sobre una de las colinas del valle. En ese momento, comenzó a mirarla de otro modo, ese lugar había adquirido otro significado, allí había vivido muchos momentos importantes junto a Victoria. Una lágrima rodó por su mejilla y la limpió con rapidez para que los escoltas no se dieran de cuenta, aunque suponía que algo sabían, ya que ellos habían sido testigos de la manera en la que salió de la casa de su novia. Se moría por verla, por abrazarla, besarla y contarle toda la verdad, pero antes debía aclarar sus dudas y descubrir cómo había ido a parar tan lejos de ella, siendo alguien más.

Capítulo 26 Solo habían pasado algunas horas, pero para Victoria parecía una eternidad, intentaba estar calmada como le habían aconsejado su tía y Brandon, pero no podía evitar torturarse con la idea de que perdería a Fabrizio. La desesperación crecía a cada segundo y aunque había soportado estoicamente la ansiedad, ya no podía más, sentía que cada segundo que dejaba pasar, la alejaba un poco más de su novio. —Necesito salir de aquí… no puedo seguir esperando, no soporto esto… Fabrizio me tiene que escuchar quiera o no —sentenció y salió de su habitación, dispuesta hasta ir a su casa y esperarlo. —¿Vas a salir? —pregunto Angela, con semblante preocupado. —Sí… sí, Angela, necesito ver a Fabrizio… necesito explicarle todo, si dejo pasar más tiempo, él puede malinterpretar todavía más las cosas y… eso no puede pasar —contestó con voz temblorosa. —Entiendo… ¿Deseas que te acompañe? —inquirió, mirándola a los ojos. Seguía sintiéndose culpable. —Te lo agradezco, Ángela, pero… no hace falta… yo… tengo que asumir las consecuencias y buscar la manera de solucionarlo. Por favor, no te sientas responsable, esto es mi culpa, todos me advirtieron y no les hice caso… hasta Elisa que me odia, me lo dijo… pero preferí seguir escondiéndole la verdad a Fabrizio, ahora debo afrontarlo y hacerle ver que… que yo lo amo y no quiero perderlo… no puedo perderlo —pronunció y de nuevo las lágrimas se hacían presentes. —No lo harás —mencionó Angela, para llenarla de confianza y le dio un abrazo—. Cuídate mucho y no insistas si lo ves reacio a escucharte, a veces cuando se está molesto se dicen cosas que pueden ser muy duras y terminan creando heridas profundas que son difíciles de sanar. Estoy de acuerdo con que lo mejor es esperar, pero… también comprendo que desees ir a buscarlo para aclarar todo… solo no vayas a cometer más errores, no intentes justificarte ante él… sabes que no aceptará que lo hagas, aunque Fabrizio sea un chico maravilloso y te ame con toda su alma… en este momento está herido y puede ser muy hiriente, sabes que tiene su carácter y también que no es fácil… solo no lo presiones —Le aconsejó con preocupación, al tiempo que sus ojos se llenaba de lágrimas también. —Gracias, Angela… te prometo que intentaré no ofuscarlo… si la tía pregunta por mí… dile que yo… —Ve tranquila, yo le explicaré la situación y estoy segura de que ella comprenderá —dijo mientras le daba otro abrazo muy fuerte. Victoria caminó con Angela hasta la cocina y le pidió a Nicholas que la llevara a casa de su novio; él había sido testigo de la discusión de esa mañana. Le daba pesar verla tan acongojada y se puso de pie para hacer lo que le pedía; sin embargo, como hombre, quiso darle un consejo cuando le abrió la puerta del auto. —Señorita Victoria… perdone que me entrometa, pero… ¿No será mejor esperar un poco? — inquirió un tanto apenado, pero no deseaba verla atravesar un mal momento—. A veces los hombres somos algo brutos y cuando estamos molestos no medimos nuestras acciones ni nuestras

palabras, tal vez sería mejor si usted le da tiempo al señor Di Carlo para que él se calme. —Sé que no será fácil lidiar con el carácter de Fabrizio, pero si sigo esperando, las cosas pueden empeorar, Nicholas… Necesito hablar con él y explicarle todo… no puedo seguir dándole largas a este asunto o terminaré volviéndome loca —expresó a punto de llorar. —Entiendo, señorita —dijo con su mirada puesta en los ojos esmeralda. —Agradezco tu preocupación, en verdad, pero tengo que hacer esto —recalcó, subiendo al asiento y un minuto después, se ponían en marcha, mientras ella estrujaba su falda para drenar los nervios. Eran casi las cuatro de la tarde, por lo que esperaba que ya Fabrizio hubiese regresado, aunque había llamado a su oficina y su secretaria le había dicho que no estaba. Tal vez se estaba negando, pero estaba muy equivocado si pensaba que se quedaría de brazos cruzados viendo cómo su relación se iba por un barranco, él la amaba y de eso no le quedaban dudas, así que no se rendiría hasta conseguir que la escuchase y la perdonase. —Hemos llegado, señorita —anunció el chofer, deteniendo el auto. —Gracias, Nicholas —esbozó con voz temblorosa. Él bajó y caminó para abrirle la puerta, cuando ella recibió su mano, estaba temblando, y eso lo llenó de pesar, pero no dijo nada para no empeorar su situación. Decidió quedarse allí, en caso de que ella tuviese que regresar por su cuenta, aunque su novio siempre la llevaba, tal vez en esta oportunidad no lo haría y hasta se negaría hablar con ella. Victoria miró la fachada y respiró hondo, procurando alejar de ella el miedo que la invadía e intensificaba el temblor que recorría todo su cuerpo. Soltó el aire muy despacio y armándose de valor acortó la distancia; llamó a la puerta y de inmediato la recibió la ama de llaves, quien con una sonrisa amable la hizo pasar, aunque intentaba ocultar su sorpresa por verla allí. —Buenas tardes, señorita Anderson —la saludó Patricia, al abrirle la puerta y no pudo evitar mirarla con extrañeza. —Buenas tardes, Patricia, vine para hablar con Fabrizio… ¿Está en casa? —preguntó, mostrándose casual, para no dejar ver su ansiedad. —El señor regresó al mediodía, pero acaba de salir a la estación de trenes —contestó y vio que la chica palidecía. —¿Cómo dice? —inquirió con asombro, parpadeando. —El señor Di Carlo dijo que se le había presentado algo y que debía viajar a Nueva York, pensé que lo haría al final de la tarde, pero consiguió un boleto para un tren más temprano y ni siquiera esperó a su hermana, solo le dejó una nota —Le explicó. —No puede ser… —sollozó, estaba a punto de derrumbarse, pero reunió todo su temple para no dejarse vencer, se limpió las lágrimas y se obligó a calmarse para poder actuar. —Por favor, tome asiento, señorita Anderson, le traeré un vaso con agua —mencionó, al verla cómo se descomponía. —No se preocupe, Patricia… estoy bien, iré a la estación de trenes a ver si me da tiempo de alcanzar a Fabrizio, gracias por todo. Sin esperar una respuesta por parte del ama de llaves, salió casi corriendo de la casa y le pidió a Nicholas que la llevara de prisa a la estación de trenes. Si corría con suerte podía conseguir hablar con Fabrizio antes de que abordara el tren, o incluso subiría y viajaría hasta Nueva York con él de ser necesario, pero no permitiría que se marchara sin que ella le hubiese dado una explicación. La amplia oficina era bañada por los últimos rayos de luz del día, que entraban por el ventanal

que daba al pequeño jardín de la parte trasera del edificio, justo había escogido ese lugar por las vistas. Sin embargo, solo se aventuró a abrir la ventana luego de un par de semanas luchando contra el miedo, que le provocaba saber que Enzo Martoglio seguía suelto y que, probablemente, ya estaría de camino América. Después de su conversación con Fabrizio, había decidido retomar su rutina y se avocó a preparar la exposición que darían para captar nuevos clientes. El trabajo se había convertido en su refugio y por momentos llegaba a olvidarse de la amenaza que pendía sobre su familia y ella misma, también conseguía hacerlo cuando estaba junto a Brandon, él era capaz de alejar todos sus miedos. Brandon había llegado a buscarla y desde la puerta, la veía completamente embelesado, su novia llevaba el cabello recogido en media cola y algunos mechones escapaban del peinado. Sus largas pestañas reflejaban sombras en sus sonrosadas mejillas, mientras sus labios suaves y llenos hacían movimientos apenas perceptibles, como si estuviese hablando con ella misma. Él dejó ver una sonrisa, al ser consciente de que podía pasar toda su vida mirándola y que jamás se cansaría de hacerlo, pues sabía que siempre encontraría en ella un detalle o un rasgo que lo mantuviese atado a la magia que desbordaba. De pronto, se le ocurrió una idea traviesa y quiso sacarla de ese estado de concentración en el que estaba, que ni siquiera la dejaba ser consciente de su presencia. —Sería tan amable de ayudarme —mencionó, modulando la voz para captar su atención, mientras mostraba una sonrisa. —¡Brandon! —exclamó emocionada al verlo allí, se puso en pie y caminó para abrazarlo—. Amor, qué sorpresa tan agradable —agregó, rodeándole el cuello con sus brazos y subiendo para darle un beso. Él la recibió cerrándole con los brazos la cintura, al tiempo que bajaba para dejarse embriagar por ese exquisito beso que ella le ofrecía, sus manos viajaron por su espalda, acariciándola con suavidad mientras sus labios se paseaban por los de ella y se llenaban de la calidez que su novia le entregaba. Cada roce los invitaba a una entrega más intensa y ellos cedieron a lo que sus corazones pedían, las manos de Fransheska se hundieron en la cabellera dorada, mientras las de Brandon imitaban el movimiento, acariciando ese suave manto castaño que amaba. —Te extrañaba tanto —susurró, rozando los labios de su novio, cuando la consciencia se hizo presente y le recordó que estaban en su oficina y que no podían dejarse llevar por el deseo. —Tan solo nos vimos ayer —comentó él, sonriendo y acarició sus mejillas arreboladas por la intensidad del beso. —Lo sé, pero es que te extraño cada minuto del día y si tomamos en cuenta cada uno, entonces son muchos —acotó, deslizando sus manos por el fuerte pecho que deseaba volver a sentir. —Entonces vamos a recuperar todo ese tiempo que estuvimos lejos, porque desde ahora yo seré tu guardián y no me separaré de ti un solo instante, porque está noche te quedarás a dormir en la mansión Anderson —anunció, sonriéndole con entusiasmo. —Espera… ¿A qué se debe eso? —preguntó, mirándolo a los ojos y tensándose, mientras el miedo hacía un hueco en su estómago. —¿Fabrizio no habló contigo? —se mostró desconcertado. —No, ¿qué tenía que decirme? —Fransheska se ponía cada vez más nerviosa, aunque la actitud de su novio era calmada. —Me llamó para decirme que se le había presentado algo y que debía viajar a Nueva York, que cuidara de ti.

—Él no me dijo nada esta mañana cuando nos vimos, aunque me extrañó que no viniera hoy a la oficina —comentó de manera distraída, pero en sus pensamientos analizaba el comportamiento de Fabrizio, para intentar comprender por qué se había ido sin decirle nada. —Él fue a la casa esta mañana y tuvo una discusión con Victoria. —¿Por qué discutieron? —inquirió, desconcertada. —Bueno, tu hermano se coló en la habitación de mi prima para despertarla, y descubrió que ella se había quedado dormida con la fotografía de Terrence a su lado. —No quiso entrar en detalles porque suponía que de momento era lo mejor, no tenía caso atormentarla con la verdad, ya bastante tenía con lo de Martoglio. —¡Oh, por Dios! —Se llevó la mano a los labios y se llenó de tristeza al imaginar lo que debió sentir su hermano. —Vicky intentó explicarle, pero él estaba muy dolido y molesto, solo se marchó dejándola desolada… —Suspiró, al recordar lo mal que estaba su prima—. Entiendo que en ese momento no iba a escuchar de razones, y supongo que eso también lo influenció para que decidiera viajar a Nueva York, a veces poner distancia y tomarse un tiempo es lo más conveniente —añadió, al ver la tristeza en su novia. —Sí, tal vez sea lo mejor por el momento —acotó ella, recordando que siempre que Fabrizio se sentía así, buscaba aislarse—, pero en cuanto me llame, intentaré convencerlo de que regrese y hable con Vicky, ellos se aman y sería una tontería si permiten que su relación se acabe por algo como esto —esbozó con actitud decidida. —Cuenta conmigo para hacer que esos dos vuelvan a estar juntos —Le sonrió con determinación. —Gracias, mi amor… —Le dio un suave beso y luego caminó hasta el escritorio para tomar su bolso—. Tendremos que pasar por la casa primero para preparar una maleta con lo que llevaré. —Por supuesto… y recuerda empacar tu camisón más sugerente. —¿Acaso piensa escabullirse en mi habitación, señor Anderson? —inquirió, parpadeando con una mezcla de asombro y excitación. —Si se me da la oportunidad… —respondió con una amplia sonrisa y ella le entregó el mismo gesto—, aunque sospecho que la tía te va a poner en la habitación junto a la suya —agregó con desgano. —Es lo más probable…, pero siempre podemos buscar la manera de escaparnos a otro lugar —sugirió, acariciándole el pecho y vio cómo la mirada de su novio se iluminaba. Él la envolvió entre sus brazos y la pegó a su cuerpo, apoderándose de sus labios con un beso ardoroso e intenso que hizo que Fransheska se estremeciera y le entregara un excitante gemido. La idea de tenderla sobre el sofá y hacerle el amor lo estaba tentando demasiado, pero tuvo que resistirse con todas sus fuerzas porque sabía que ese no era el lugar ni el momento, a fuera estaba su secretaria y los hombres de seguridad. —Estoy desesperado por hacerte mía —confesó con la voz ronca y vibrante, acariciándole el cuello—. Quiero tener tu cuerpo desnudo junto al mío y ser parte de ti. —La miró con intensidad. —Yo también deseo ser tuya, mi amor, pero… —Lo sé… lo sé, no podemos aquí —admitió, dejando escapar un suspiro pesado y le acarició las mejillas—. Será mejor que nos vayamos. Ella asintió regalándole una sonrisa y salió junto a él, le indicó a Leticia que ya se retiraba y que ella también podía hacerlo, que descansara, porque había sido un día con mucho trabajo y que se verían al día siguiente. Subió al auto de su novio y los guardaespaldas se dividieron en los otros dos coches para

escoltarlos a la mansión de los Di Carlo, un auto oscuro los siguió durante un trayecto del camino, pero al ver que uno de los que ocupaban los escoltas, comenzó a bajar la velocidad para acercarse y ver al chofer, este se desvió tomando otro camino. Enzo había tardado una semana en dar con la dirección de los laboratorios Di Carlo en Chicago, era una empresa relativamente nueva y pocas personas conocían su ubicación, pero al escuchar su acento italiano, presentarse como amigo de la familia y relatar una breve historia, dando ciertos datos sobre ellos, obtuvo lo que deseaba. Una vez con esa información, estudió toda la zona para conocer las principales vías de escape, luego se dedicó a detallar la edificación para dar con los puntos más vulnerables, por donde pudiera entrar sin ser descubierto por el personal de seguridad. Vio entrar a Fransheska acompañada por dos guardaespaldas y el malnacido de Fabrizio, quien en todo momento se mantuvo cerca de ella. Verla de nuevo después de tanto tiempo, hizo que su corazón se desbocara, y estuvo a punto de dejarse llevar por esa marea de sentimientos que lo embargó. Quiso bajar del auto y correr hacia ella, pero sabía que habría sido una locura y que hubiese terminado con dos balazos en el pecho antes de tocarla siquiera. Decidió esperar y evaluar mejor la situación, había comprado un revólver Smith and Wesson, y el auto que conducía era lo bastante rápido para escapar en caso de que se diera una persecución. Sin embargo, sabía que Fabrizio también debía estar armado y que esta vez no dudaría en abrir fuego contra él, lo que lo ponía en desventaja porque eran tres contra uno; y por muy bueno que fuese disparando, era probable que recibiera algún disparo antes de asesinar a los tres y poder llevarse a Fransheska. Solventó marcharse para prepararse mejor y regresar al día siguiente, pensó que no estaría de más comprar ese fusil Thompson que le había ofrecido el hombre que le vendió el revólver, aunque seguía considerándolo algo excesivo y que sin duda atraería la atención de la policía. Sin embargo, solo imaginar vaciarlo en el auto que conducía Fabrizio Di Carlo, lo tentaba demasiado, así que no descartaría la posibilidad de adquirirlo; incluso, fantaseaba con la idea de hacerle lo mismo al auto donde viajaba Brandon Anderson. Al final optó por esperar un poco más para comprar un arma de ese calibre, no podía arriesgarse a ser detenido y que se la encontraran, ya que solo por eso y por ser italiano, podía terminar pudriéndose en una cárcel americana, al hacerlo pasar por un miembro de la mafia. Esa noche apenas pudo conciliar el sueño, recordar el instante en que vio a Fransheska lo tenía ansioso, eufórico e inquieto, aunque solo fueron segundos, sintió que todo lo que había hecho hasta el momento comenzaba a rendir frutos y que pronto tendría lo que tanto anhelaba. A la mañana siguiente regresó temprano a la zona donde quedaban los laboratorios, pero ni ella ni su hermano aparecieron durante la mañana. Comenzaba a desesperarse, pero casi al mediodía la vio llegar en compañía de dos guardaespaldas, no había rastro de Fabrizio y eso lo hizo sonreír. Eso sin duda le facilitaba las cosas; se quedó atento y evaluó la posibilidad de entrar, matar a los dos hombres y llevársela, pero eso suponía tener como testigos a parte del personal de los laboratorios. Negó con la cabeza y concluyó que lo mejor era tenderles una emboscada en el trayecto hacia su casa, como ya había planeado; tenía experiencia en ese tipo de acciones, así que era menos probable que fallara, suspiró y se recostó en el asiento del auto, dispuesto a esperar. —¡Maldición! —exclamó, cuando horas después vio aparecer dos autos y supuso que sería Fabrizio. Sin embargo, su sorpresa fue grande cuando vio que quien baja de uno de los coches era

Brandon Anderson; de inmediato un intensó calor se adueñó de su pecho, sus ojos se entrecerraron y todos sus músculos se tensaron despertando en él un deseo asesino. Le entraron unas enormes ganas de gritar, quería llamarlo y decirle que había llegado para recuperar a su mujer y que se la llevaría con él. No obstante, todo lo que pudo hacer fue seguirlo con la mirada hasta que desapareció por la puerta principal, uno de los escoltas entró junto a él. Mientras que el otro se quedó afuera, echando un vistazo a todo el perímetro, aunque eso no le preocupó porque su auto estaba lo bastante lejos como para que resultara sospechoso. —¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea! —exclamó, golpeando el volante con las manos y se estremeció violentamente contra el asiento. La furia lo hizo apretar los dientes con fuerza y sin pensarlo llevó la mano hasta la culata del revólver que sobresalía de la cintura de su pantalón; mientras se veía tentado a bajar de allí y volarle la cabeza a ese malnacido que había alejado a Fransheska de él. Llevó su mano hasta la manija de la puerta, pero antes de abrirla recapacitó, inspiró profundamente y contuvo un momento la respiración, intentando apaciguar su furia, bajó la ventanilla y dejó salir el aire viciado de odio. —Tendrás que pensar en algo más… no puedes seguir con lo que habías planeado… ¡Por un demonio, debí comprar el fusil! —exclamó con frustración y su mirada se cristalizó porque estaba furioso consigo mismo—. Debiste haber previsto que algo así pasaría, que ellos no se iban a quedar de brazos cruzados y que harían todo lo posible por mantenerte alejado de ella… ¡Eres un imbécil, Enzo, un imbécil! Se reprochó, removiéndose inquieto en el asiento mientras la impotencia iba calando en su interior hasta apoderarse de sus huesos y sus entrañadas. Tenía que hacer algo y debía ser pronto, antes de que la policía lo atrapase; enseguida se replanteó su idea de trabajar solo, necesitaba apoyo para poder llevar a cabo sus planes. El problema era que nadie en esa ciudad se movía sin el permiso de «El zorro» alias que le daban al mafioso John Donato Torrio que comandaba al tipo de hombres que él necesitaba. Requería concretar una cita con él, pero sabía que no sería fácil porque el hombre era muy desconfiado; además, no contaba con mucho tiempo; se llevó las manos a la cabeza para estrujarse el cabello, como si con eso pudiera extraer una idea que lo ayudase, y dio resultado. —¡Alphonse! —exclamó con una sonrisa y la mirada brillante de la emoción—. ¡Claro, él puede ayudarme a obtener el permiso del viejo!… me dijo que cualquier cosa que necesitase lo buscara, así que lo haré, contrataré a mi propia cuadrilla y verás de lo que soy capaz, Brandon Anderson —expresó con tono triunfante, tamborileando con sus dedos en el volante; en ese instante, vio salir al banquero junto a Fransheska y subir a uno de los autos. La rabia fue reemplazada por una contundente sensación de alegría, porque ya no estaría en desventaja y podría recuperarla; a lo mejor también lograba acabar con las vidas de los miserables que habían intentado arrebatársela al traerla tan lejos. Se puso en marcha para seguirlos, pero manteniendo una distancia prudente para no ser descubierto; sin embargo, cuando estaban a punto de tomar la vía hacia las afueras de la ciudad, notó que uno de los autos con los guardaespaldas reducía la velocidad. Tuvo que actuar rápidamente y girar en una esquina para no quedar a su lado o lo reconocerían de inmediato, ya que solo llevaba un fedora que apenas alcanzaba a cubrirle media cara, y ellos debían tener retratos hablados de él. Soltó de golpe el aire que había estado conteniendo y decidió que por ese día era mejor alejarse, se ocuparía de buscar a Alphonse para que lo ayudara a conseguir algunos hombres.

Victoria estaba tendida en el diván de terciopelo floreado que estaban junto a las puertas de cristal que daban al balcón, su mirada cristalizada por las lágrimas se perdía en el extenso jardín. —Vicky… —La llamó Fransheska, tocándole el hombro para atraer su atención, pues su mente parecía estar muy lejos de allí. La miró y ella le regaló una sonrisa para animarla—. Disculpa que haya entrado así, pero llamé varias veces y como no me respondías, me preocupé. —Lo siento… yo estaba distraída —respondió limpiándose las lágrimas y se llevó un pañuelo para secar su nariz enrojecida. —Tranquila… —mencionó y le apretó con suavidad la mano para reconfortarla, le dolía verla tan desolada. —Tu hermano se fue. —Su voz se quebró al decir esas palabras. —Lo sé, y estoy muy molesta con él porque solo me dejó una nota. —Yo intenté alcanzarlo, pero no pude hacerlo, cuando llegué a la estación, el tren acababa de salir—expresó en medio de sollozos y se aferró al abrazo que le ofreció su cuñada. —No llores así, Vicky —pidió al sentirla temblar, parecía tan frágil que tenía miedo que se hiciera pedazos. —Tengo tanto miedo de perderlo —confesó hipando y cada vez se le hacía más difícil respirar. —No lo perderás —aseguró Fransheska y se movió para mirarla a los ojos—. No lo harás, Vicky… mi hermano te adora, él te ama demasiado como para permitir que su relación termine, no sé lo que pasó entre ustedes, pero estoy segura de que lo que sea, van a poder solucionarlo. —Le acarició la mejilla con ternura. —Gracias —susurró, deseando confiar en lo que Fransheska le decía, esperando que el amor de Fabrizio fuese lo suficientemente fuerte para que pudiera perdonarla por haberle mentido. —Creo que será un lindo atardecer, por qué no me acompañas a dar un paseo por el jardín, recibir un poco de aire fresco te hará bien. —Se puso de pie y le ofreció la mano para que no pudiera negarse. Victoria asintió, secándose una vez más la nariz y respiró profundo para descongestionarla, luego se puso se levantó, recibiendo la mano de su cuñada. Al pasar por el espejo vio que tenía la cara enrojecida y su cabello era un desastre, así que rápidamente entró al baño para arreglarse un poco, no quería que su tía la viese así porque de seguro terminaría reclamándole por su apariencia.

Capítulo 27 Se había acostumbrado a levantarse temprano, por eso antes de que salir el sol, ya él estaba despierto; rodó sobre su lado derecho y con cuidado apartó los cabellos dorados de su esposa, luego le dio un beso en la mejilla, se acercó al oído y apretó con sus labios el lóbulo de la oreja, quedándose así un segundo, mientras se inundaba con el olor a jazmines del cabello, después liberó el lóbulo. —Amor… amor. —Solo recibió por respuesta un gemido que anunciaba que no quería despertar—. Marión… despierta, recuerda que debemos ir a hacer las compras. —Fabri… déjame dormir unos minutos más, por favor… las compras pueden esperar — murmuró sin abrir los ojos. —Está bien… duerme unos minutos mientras me ducho —dijo dándole otro beso, se incorporó en la cama y se quitó las sábanas, para luego ir al baño. Estuvo un poco más de media hora en la ducha, se secó el cabello bien para que Marion no lo regañara, se envolvió las caderas con una toalla y regresó a la habitación. Desvió la mirada a su esposa que aún dormía; decidió dejarla descansar un poco más y comenzó a buscar su ropa, sacó de la gaveta su ropa interior y también una camiseta. Miró el reloj y vio que se les hacía tarde, él no tenía clases ese día, pero debía ir temprano al restaurante porque le había prometido a Belén que cubriría su turno que comenzaba al mediodía. También se había ofrecido a ayudarle a su esposa con las compras, porque no le gustaba que cargara con tantas bolsas pesadas; se puso un pantalón de tela de jean y se volvió para mirarla. —Marion, despierta, ya te dejé dormir por más de treinta minutos —dijo, pero ella solo se movió poniéndose boca abajo y cubriéndose de pies a cabeza con las sábanas—. Creo que me tocará utilizar otro método para despertarte —acotó sonriente y se lanzó a la cama. —¡Fabrizio! —exclamó ella, reteniendo la sábana que él halaba, mientras reía abiertamente. —Despierta, dormilona —mencionó, encerrándola con sus piernas y la volvió bocarriba, luego con su barba empezó a hacerle cosquillas por la cara y el cuello, lo que provocó que ella explotara en carcajadas. —Ya estoy despierta… ya me desperté —expresó, pero él seguía haciéndola reír, tomó una almohada y la estrelló contra la espalda de Fabrizio, pero él se mantuvo inmune al golpe, por lo que ella arremetió varias veces más—. Fabrizio ya… ya… por favor para —suplicó, porque sentía que se orinaría si él seguía. —Perfecto, mi método funcionó —dijo sonriendo y saltó de la cama para darle espacio y que ella se levantara. Marion deseaba vengarse, así que aprovechando que había quedado libre, se puso de pie sobre la cama, aún con almohada en mano, golpeó el rostro de su esposo. Fabrizio quedó estupefacto por unos segundos mientras procesaba esa reacción de su mujer, y al ver cómo se carcajeaba, el deseo de revancha también se apoderó de él y agarró una almohada para golpearla por las piernas. Ella no tardó en responderle y con la almohada le lanzó golpes al torso, Fabrizio también comenzó a lanzar almohadazos a diestra y siniestra, desatando una guerra que los llevó a caer

sobre la cama. Parecían niños de cinco años, jugando; a los pocos minutos, plumas volaban por toda la habitación, mientras las carcajadas se dejaban escuchar incluso en el pasillo. De repente la puerta se abrió y ellos se quedaron estáticos mientras veían a Joshua entrar, seguido de Manuelle, su hijo se quedó admirando las plumas que volaban por toda la habitación; luego comenzó a dar vueltas, al tiempo que reía embelesado, tratando de atrapar algunas. Marion bajó de la cama, dejando de lado su almohada y Fabrizio también soltó la suya que ya había quedado vacía, ambos trataban de parecer serios ante el semblante de reproche de Manuelle, pero ella no pudo aguantar más su risa y su cuerpo comenzó a estremecerse. —Pensé que el único niño en esta casa era Joshua, pero ahora veo que son tres… —expuso con la mirada clavada en su hermana y su cuñado, quienes estaban luchando por no carcajearse. —Yo quiero jugar también —expresó Joshua, tomando un montón de plumas y lanzándolas nuevamente al aire. Descendieron lentamente, permitiéndole atrapar unas cuantas, en sus manos, sonrió y corrió hacia su tío para lanzárselas y que se uniera al juego. Sus padres soltaron las risas que habían estado conteniendo y él también comenzó a reírse al ver la cara de sorpresa de su tío, quien comenzó a soplar las plumas que le cayeron en la boca. —Joshua Alfonzo Di Carlo Laroche… —Lo regañó, frunciendo el ceño, mientras veía a Marion y a Fabrizio darle la espalda para poder reírse a sus anchas, como si fuesen dos chiquillos. —Tío… vamos a buscar nuestras almohadas —dijo emocionado. —No, Joshua… —mencionó con tono serio, pero al ver la desilusión en el rostro de su sobrino, cambió de actitud—. No puedo quedarme sin almohadas porque no sé dormir sin ellas… mejor agarra el vacío y lo llenas de nuevo… anda, hazlo y me lo traes. Joshua sonrió, asintiendo con entusiasmo y acató la orden, rápidamente recogió las plumas y las metió en la almohada de su padre, que había quedado casi vacía. Cuando la tuvo llena hasta la mitad, se la llevó corriendo a su tío, que la recibió y la sostuvo en alto para luego vaciarla de nuevo sobre él, mientras daba vueltas y brincaba. —Bien, ya jugué… —dijo entregándole la funda vacía a su sobrino con una sonrisa, después se dio media vuelta en la silla para deslizarse por el pasillo—. Se les hará tarde… y tienes que ir al trabajo, Fabrizio. —No te preocupes, cuñado, aún estoy bien de tiempo, nos terminamos de alistar y preparamos el desayuno —comentó sonriendo. —De acuerdo… y recojan ese desorden también —mencionó con ese tono de autoridad paternal que usaba cuando su hermana y su cuñado actuaban como niños. Fabrizio y Marion compartieron una sonrisa cómplice, luego miraron a Joshua que se mostraba entusiasmado con la idea de seguir jugando; así que él lo cargó, pero lo sostuvo poco tiempo en sus brazos, con un movimiento enérgico lo lanzó a la cama, haciendo que su pequeño cuerpo rebotara en el colchón. Luego agarró a su esposa y también la lanzó, para finalmente tirarse en medio de los dos y seguir con el juego, algunos minutos más; sin embargo, en ese momento sintió un fuerte dolor apoderarse de su estómago, seguramente al caer mal, pero supo disimularlo para que Marion no hiciera un drama de eso y le quitara la oportunidad de divertiste junto a su hijo. —¡Papi, no te comas a mami! —mencionó Joshua, riendo, al ver cómo su padre le mordía el cuello a Marion. —¡Entonces te como a ti! —expresó y se movió rápidamente para atraparlo y comenzar a apretarle la barriga con los labios. —¡Mami… mami, ayuda! —pidió, riendo por las cosquillas.

—Suelte a mi hijo, malvado monstruo —mencionó ella, modulando su voz para darle un toque dramático. —Yo soy el que se los va a comer a los tres como no vengan a preparar el desayuno — advirtió Manuelle, desde la cocina. Fabrizio y Marion miraron a Joshua fingiendo terror ante esa amenaza, el niño también abrió mucho los ojos y apretó los dientes haciendo que sus regordetas mejillas temblaran, lo que provocó que sus padres soltaran carcajadas. Fabrizio le dio un suave mordisco en la barriguita, gruñendo como un monstruo y luego se puso de pie, ofreciéndole la mano a su esposa para que saliera de la cama. —Termina de vestirte y ve a preparar el desayuno, mientras me arreglo y luego recojo todo este desorden —dijo ella con una sonrisa, poniéndose de puntillas para darle un beso en los labios. —Está bien, no tardes —dijo y apenas Marion se dio la vuelta, le dio una nalgada para cobrarse los almohadazos. —¡Fabrizio! —exclamó ella, volviéndose a mirarlo, pero no pudo evitar derretirse ante esa sonrisa arrebatadoramente sensual de su marido; sin embargo, quiso dejar clara su amenaza—. Esta te la cobro. —Cuando gustes —respondió, encogiéndose ligeramente de hombros y le entregó un guiño. Ella negó con la cabeza y entró al baño. Él sonrió y caminó al armario para buscar una camisa, mientras Joshua se quedaba en la cama haciendo montones con las plumas; antes de ponerse la prenda, se llevó la mano al estómago donde el dolor apuntaló y dejó libre un suspiro para intentar que esa sensación menguara. Lo consiguió después de un minuto y de un par de respiraciones profundas, terminó por vestirse y con el cepillo sacó algunas plumas que habían quedado enredadas en su cabello. Luego, salió hacia la cocina y comenzó a preparar algo ligero, le sirvió a Joshua y a su cuñado, pero él no quiso comer, solo tomó un vaso con leche para apaciguar el ardor que empezó acompañar el dolor que, aunque no era tan fuerte, se mantuvo latente. Vio a su mujer salir de la habitación luciendo un hermoso vestido celeste y le dedicó una sonrisa, era tan hermosa que aun llevando algo tan sencillo, podía deslumbrarlo por completo; Marion comió de prisa y luego salieron tomados de las manos, como un par de adolescentes enamorados. Sus latidos se desbocaron en cuanto escuchó el silbato del tren que anunciaba su llegada a Nueva York, apenas había logrado dormir durante el viaje; sin embargo, se sentía completamente despierto, agotado, era cierto, pero también muy alerta. Suponía que ese estado se debía al montón de preguntas que no dejaban descansar a su cerebro; observó a través de la ventanilla la silueta de la ciudad, que se mostraba iluminada apenas por unos delgados rayos de sol, que intentaban atravesar la espesa capa de nubes. Al parecer, hubo una tormenta la noche anterior y aún quedaban vestigio; incluso, era muy probable que volviese a llover en el transcurso del día. Los nervios hacían estragos en él porque ahora a donde quiera que miraba le parecía que las personas podían reconocerlo, se tensaban si le sonreían y le dirigían la palabra. Hasta se vio huyendo de los otros pasajeros, cuando salió un par de veces de su compartimento para caminar y estirar las piernas; todo eso estaba despertando su ansiedad, por lo que tuvo que recurrir a las pastillas que le dio Clive, y en parte lo habían calmado, pero una vez más estaba inquieto. —Buenos días, señor Di Carlo —lo saludó Karl, saliendo del cubículo donde había pasado la noche—. ¿Pudo descansar? —Buenos días, Karl… sí, un poco —respondió sin mirarlo.

—Me alegra. — No estaba muy convencido. —Karl, me gustaría pedirte un favor —anunció Terrence, captando la atención del escolta, que asintió para que continuara—. Debo atender unos asuntos y necesito hacerlo a solas. —Comprendo, pero permítame recordarle que estoy aquí para velar por su seguridad, solo para eso, así que cualquier asunto que deba atender contará con mi absoluta discreción — comentó, mostrándose profesional mientras lo miraba a los ojos. Después de años trabajando como guardaespaldas había visto muchas cosas; como hombres respetables con hermosas familias, que visitaban a sus amantes en otras ciudades, fuesen mujeres o incluso hombres. Otros, que algunas veces acudían a prostíbulos donde compartían gustos bastante particulares, o algunos que solo buscaban alejarse de sus agobiantes familias y estar solos, pescando en algún lago. Su deber no era juzgarlos sino procurar que estuviesen a salvo, así que le daba lo mismo si ese viaje a Nueva York implicaba la visita por parte de su cliente a alguna amante, o si había viajado hasta allí para atender algún tipo de negocio turbio, nada de eso era de su incumbencia. —Está bien —murmuró Terrence, consciente de que no sería fácil deshacerse del guardaespaldas. No obstante, debía hallar la manera, pues no lo quería pisándole los talones cuando tuviese que enfrentar esa parte de su pasado que se encontraba en aquella ciudad. Suspiró pesadamente y volvió su mirada una vez más a la ventanilla, mientras su corazón se agitaba fuerte y dolorosamente, provocando que la ansiedad y la tensión sacudieran cada fibra de su cuerpo. Bajaron del tren y Karl se encargó del equipaje, luego caminaron hasta donde se aparcaban los autos de alquiler, guardaron las valijas y subieron. Terrence ocupó el asiento de atrás y el guardaespaldas decidió ir adelante; a él le pareció bien, eso le permitía concentrarse en sus pensamientos, sin ser muy consciente de la presencia del hombre. Su mirada recorrió las calles de Nueva York y una inmensa nostalgia lo invadió, porque ya no era una ciudad extraña que visitaba cada quince días. Ahora sabía que era el lugar donde nació, donde se sintió libre por primera vez y vio muchos de sus sueños hacerse realidad, aunque hubo uno en particular que no pudo concretar. Suspiró y dejó caer sus párpados que temblaron por tener que contener sus lágrimas, apretó con fuerza la mandíbula, tragando grueso y luego respiró profundamente para evitar derramarlas. Se sumió en un estado de letargo y no supo cuánto tiempo estuvo así, solo fue consciente de su realidad cuando escuchó el sonido que hacía la puerta al cerrarse, abrió los ojos y vio que ya estaban frente al hotel Palace, había optado por quedarse allí como siempre. —Buenos días, señor Di Carlo, me alegra tenerlo de nuevo con nosotros —lo saludó Arthur cuando lo vio llegar a la recepción, de inmediato le entregó las llaves de la suite que ocupaba siempre. —Buenos días, Arthur, muchas gracias. —Se mostró cordial y recibió la ficha de ingreso al hotel para firmarla; cometió el error de hacerlo con su verdadero nombre, su mano tembló al leerlo, pero rápidamente se recompuso y tachó la firma—. Lo siento, arruiné la ficha, podría darme otra, por favor, también necesito una habitación para mi guardaespaldas —dijo y arrugó el cartón tanto como pudo para que el recepcionista no pudiera leerla. —Por supuesto, señor —respondió, entregándole otro cartón y miró al hombre junto al italiano —. Me permite su identificación, caballero —pidió, enfocándose en el escolta. —Me gustaría saber si Harry está disponible —preguntó, porque había un lugar al que deseaba ir y probablemente el chofer lo conocía. —Lamento decirle que Harry tomó sus vacaciones hace un par de días, pero puedo poner a su

disposición a otro de los choferes que tenemos, todos son igual de eficientes que el señor Morris. —Está bien… —Estaba por aceptar, pero se interrumpió cuando otra idea se le ocurrió—. Mejor hagamos otra cosa, ayúdame a encontrar un auto de alquiler —pidió, mirándolo a los ojos. —Por supuesto, señor Di Carlo —respondió y de inmediato buscó una agenda donde tenía anotado el número de una empresa que prestaba el servicio que su huésped solicitaba—. ¿Tiene algún modelo de preferencia? —preguntó, mientras marcaba en el teléfono. —Nada en particular, solo que sea rápido, por favor —contestó, sonriendo por primera vez en dos días. —Encontraré uno de excelentes condiciones —dijo mostrando el mismo gesto—. El papeleo puede tardar un par de horas, así que, si desea salir antes, los choferes están a su disposición. —No se preocupe, puedo esperar, mientras tanto descasaré porque el viaje me dejó agotado. Muchas gracias por todo, Arthur. —Estamos para servirle, señor Di Carlo, si necesita algo más me avisa —mencionó con ese tono cordial que siempre usaba. —Nada de momento, hasta pronto —dijo y caminó hacia lo ascensores, siendo seguido por el escolta—. Karl, voy a descansar un rato, si desea también puede hacerlo o si gusta desayunar, siéntase en libertad de manejarse como prefiera. —Muchas gracias, señor Di Carlo, creo que pediré servicio a la habitación y también descansaré… en cuanto necesite salir me avisa y ya que no tiene chofer, yo fungiré como el suyo —mencionó, dejándole claro que no tenía sentido que anduviera solo por la ciudad. —Está bien, descanse —respondió y caminó hacia su habitación. Entró y no podía explicar la sensación que lo recorría, pero desde el instante que comenzó a dejarse envolver por el ambiente de la ciudad, algo dentro de él se había despertado. Algo que parecía haber estado dormido durante mucho tiempo, pero que era tan poderoso que no podía ignorarlo y que había conseguido que incluso, el pesar que lo embargaba, disminuyera, aunque todavía podía sentir la ansiedad y la angustia, pero ya no se sentía tan extraviado como minutos antes. Caminó hasta la mesa auxiliar donde había una jarra con agua, se sirvió un vaso y lo bebió casi completo, vio también las frutas frescas que dejaban para los huéspedes, de inmediato su estómago gruñó, exigiéndole alimento, así que agarró una manzana y la comió sin mucho afán. La falta de descanso le estaba pasando la cuenta y apenas conseguía mantener sus párpados abiertos, se despojó de su ropa para tomar un baño y descansar un par de horas. Minuto después, ya estaba vestido con su pijama, corrió las cortinas para dejar la habitación completamente en penumbras y después se metió bajo las gruesas cobijas, se removió en la suavidad del colchón y a los pocos minutos se quedó rendido. Llevaba casi dos días sin dormir bien; sin embargo, su sueño no fue del todo tranquilo como esperaba, sus recuerdos seguían adueñándose de su mente. Esta vez llegó ese sueño que había sido constante y que siempre supuso que era parte de su pasado, lo único que recordaba desde que despertó junto a Luciano Di Carlo; era ese momento en donde presenciaba una fuerte explosión, que por poco lo alcanzaba, y una vez más sentía la angustia y el miedo de verse en peligro. Despertó sobresaltado y aunque estaba realmente cansado, le fue imposible volver a dormir, porque lo invadía un pánico enorme al imaginar que, si cerraba los ojos, las imágenes se repitieran. —Fue un accidente… ¿Acaso fue ese el accidente donde se supone que fallecí? —Se preguntó, pero su mente seguía ocultándole ese momento; frustrado lanzó las cobijas a un lado y se levantó tan rápido le acarreó un severo mareo, que lo llevó a tumbarse de nuevo en la cama.

Cerró los ojos y suspiró, recordó que no había comido nada sustancioso en las últimas horas, y debía hacerlo o no tendría energías para afrontar todo lo que le esperaba. Llamó al servicio de habitación para pedir algo ligero, pues no tenía mucho apetito, también aprovecharía para llamar a Clive, ya que no lo había hecho antes de salir de Chicago, y no lo esperaba porque él había pospuesto sus citas por el asunto de Martoglio, para no dejar a Fransheska sola. —Buenos días, Clive —mencionó, luego de escuchar la voz de su psiquiatra al otro lado de la línea. —Buenos días, Fabrizio… Qué sorpresa escucharte, ¿cómo has estado? —preguntó con un tono amable. —La verdad… no sé cómo responder a esa pregunta. —¿Sucedió algo importante? —inquirió con curiosidad. —Sí… he viajado desde Chicago y me gustaría saber si existe la posibilidad de que nos veamos hoy. Sé que debí llamarte antes, pero las cosas se complicaron un poco —respondió sin entrar en detalles, esperaría a estar en su consultorio para contarle todo. —Comprendo… bueno, no te preocupes, uno de los pacientes que tenía para hoy canceló, así que tengo una hora libre… —Necesito más de una hora, Clive, tengo mucho que contarte. —Bien, déjame llamar al paciente que tenía para el final de la tarde y veré si puede venir más temprano, así te dejo a ti las dos últimas horas. —Te lo agradezco mucho, Clive —respondió, aliviado. —No tienes nada que agradecer, estoy para ayudarte… dame unos minutos y te regreso la llamada para confirmarte. —Está bien, quedó a la espera de tu llamada —dijo y después colgó, soltando un suspiro lánguido y profundo. Escuchó un par de toques en la puerta y supo que debía ser el servicio que había pedido, se puso de pie, ajustándose el salto de cama de su pijama y caminó hacia la puerta. Recibió al camarero, quien puso todo en el comedor de la suite, luego le dio su propina y lo despidió; minutos después de terminar la comida, recibió la llamada de Clive que le confirmaba que podría verlo a las cuatro de tarde. Terrence pensó que ese horario estaría bien porque antes tenía que hacer algo que no podía sacarse de la cabeza, era una necesidad que se había instalado en él y que no lo dejaría en paz hasta que no fuese a ese lugar. Sin embargo, antes debía hallar el modo de escapar de Karl o convencerlo de que lo dejará ir solo; no quería tenerlo cerca cuando se expusiese o mostrase vulnerable, lo que probablemente sucedería cuando se viese frente a la lápida que llevaba inscrito su nombre. Cuando bajó al vestíbulo, ya Karl lo esperaba en uno de los sillones, soltó un suspiro y se armó de paciencia para lidiar con el testarudo guardaespaldas. Sabía que no sería fácil, pero debía intentarlo, caminó hasta él, antes de recoger las llaves del auto que ya estaba en el estacionamiento, según le dijo Arthur cuando preguntó. —Karl, usted debe seguir mis ordenes, ¿no es así? —inquirió, mirándolo con seriedad, para imponer su autoridad. —Por supuesto, señor Di Carlo —respondió de inmediato. —Perfecto, entonces le ordeno que se tome la tarde libre. —Señor, ya le he mencionado que… —Sé lo que me ha dicho, pero esto es una orden. No se preocupe por mí, no voy a correr ningún peligro, dudo mucho que Enzo Martoglio esté en esta ciudad; y si fuese así, él no tiene

cómo saber que vendría, así que puede estar tranquilo, que no me pasará nada. —Podría al menos llevarlo a donde necesite ir y asegurarme de que el perímetro es seguro, lo esperaría en el auto —sugirió, porque, aunque estuviese bajo las órdenes de Di Carlo, debía rendirle cuentas a Brandon Anderson y no deseaba quedar mal si algo pasaba. —Los lugares a donde iré son seguros, no se preocupe… Estaré de regreso al final de la tarde —anunció y, al ver que el hombre pretendía protestar de nuevo, agregó algo más—. Karl, asumiré toda la responsabilidad si algo llega a pasarme. —Está bien, señor Di Carlo, como usted diga. —Comprendía que era inútil seguir insistiendo. Terrence caminó hasta recepción, firmó algunos documentos y recibió las llaves de un flamante Rolls Royce Twenty, que según la empresa que lo rentó, era el más rápido que tenía e ideal para los propietarios que deseaban conducir sus propios vehículos. Él agradeció lo diligente que había sido Arthur, salió al estacionamiento acompañado por un botones, quien le indicó el auto y subió; cuando el motor cobró vida, su cuerpo tembló ante la vibración y por un instante se sintió temeroso al recordar cómo había ocurrido su supuesta muerte. Se obligó a hacer ese miedo a un lado, se puso sus gafas oscuras y salió rumbo a la parte occidental de Brooklyn, donde quedaba el cementerio de Green-Wood. Minutos después recorría las calles de esa ciudad que tanto tenía de él, y pudo reconocer ese sentimiento que se había apoderado su ser antes, era un sentido de pertenencia. Ahora sabía que pertenecía a esa ciudad y que ella también le pertenecía a él, era algo difícil de explicar, pero muy contundente y que no podía ignorar; era consciente de que ya le había sucedido. Desde el primer momento en que la vio estando en la cubierta del barco, pero en ese momento, se negaba a reconocerlo, era su miedo a descubrir la verdad lo que lo llevaba a bloquearse. En ese sentido, los doctores que lo vieron en Europa no estaban del todo errados, justo desde que había aceptado con plena consciencia que era Terrence Danchester, todos sus recuerdos parecían fluir con más facilidad. Todavía le parecía estar dentro de un torbellino que lo lanzaba de un lugar a otro y ponía decenas de imágenes en su cabeza que se mezclaban con su presente, pero al menos lograba controlarse para decidir qué dirección tomar y justo eso haría.

Capítulo 28 Terrence detuvo el auto frente al inmenso portal estilo gótico del cementerio, se quedó pegado al asiento, inmóvil por el pánico que lo invadió, mientras dudaba en seguir con lo que lo había llevado hasta ese lugar o marcharse. Después de varios minutos comenzó a tranquilizarse, su respiración afanosa se fue normalizando y su cuerpo dejó de temblar, apartó las manos empapadas de sudor del volante y se las secó con un pañuelo que sacó de su bolsillo. Dejó caer sus párpados trémulos e inspiró hondo para reunir el valor que necesitaba, puso en marcha el auto de nuevo y llegó hasta la oficina de información. Por suerte, el encargado era un hombre de unos setenta años, que no pareció reconocerlo; sin embargo, él alegó ser un primo lejano, por si llegaba a notar el «parecido», sacó esos dotes actorales que aún conservaba y logró obtener la información que necesitaba, luego se despidió del anciano con una sonrisa. Subió al auto y siguió el sendero custodiado por frondosos arces, dobló en la esquina que le había indicado el cuidador; un par de metros más adelante apagó el motor, desde allí debía caminar. Lo envolvió una corriente de aire que trajo el roció que aún se mantenía en las copas de los árboles, miró al cielo y vio una gruesa capa de nubes grises, que se movían con lentitud y que anunciaban que de un momento a otro se desataría un torrencial; por lo que decidió apresurar el paso. —Cálmate, Terrence… cálmate —rogó, con los latidos desbocados y una vez más ese sudor helado le cubría la nuca y la frente—. Debes hacer esto… o no podrás estar en paz, lo sabes — reforzó su decisión y obligó a sus pies a que dieran pasos firmes para terminar el trayecto. Al fin se vio frente a una gran lápida de mármol blanco, donde un ángel lloraba desconsolado; de inmediato pensó en su madre y en Victoria, su corazón se contrajo de dolor por ellas. Estar frente a su supuesta tumba provocó que una avalancha de emociones se desatara. Aquella debilidad que sintió justo antes de que llegaran sus recuerdos, volvió a invadirlo y lo hizo caer de rodillas, mientras sus ojos se colmaban de lágrimas. Terrence Oliver Danchester Gavazzeni 28 de enero de 1897— 04 de octubre de 1916. «El hombre es como la espuma del mar, que flota sobre la superficie del agua y, cuando sopla el viento, se desvanece como si no hubiera existido. Así arrebata la muerte nuestras vidas». William Shakespeare. El dolor en su pecho creció arrasando con todo pensamiento coherente, solo percibía cómo una parte de él se estaba derrumbando; sus músculos se estremecían con fuerza mientras la presión en su pecho apenas lo dejaba respirar. Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, al tiempo que se tornaba frío y gris; nuevamente el vértigo se apoderó de su ser, llevándolo a un abismo que cada vez era más sombrío y helado. El terror se adueñó de su mente cuando el aire comenzó a faltarle, estaba entrando en un

estado de pánico y aunque cerró los ojos para escapar de esa imagen, todo el peso de la misma y lo que significaba, cayó sobre él aplastándolo. Su cuerpo lánguido, pesado y turbado quedó tendido en el pasto húmedo, frente a la lápida cuyo epitafio llevaba una parte de él, esa parte que lo mostraba como un hombre nacido para las tablas de los teatros. Sollozó al ser consciente de que había dejado de existir para todos aquellos que había conocido, los que lo habían amado, los que lo habían odiado o aplaudido, admirado o repudiado, para todos ellos había muerto hacía más de cuatro años. Dio riendas sueltas a su pena y dejó que el llanto brotara de él sin reparos, claudicando ante el dolor, la rabia, la impotencia y la desolación, era como si en ese instante estuviese llorando su propia muerte. Sin embargo, en medio de esa marea que lo sumergía en un mar de confusiones, tuvo un pensamiento claro, uno que resonó dentro de él con la misma fuerza del llanto de un niño que acababa de nacer y le anunciaba al mundo que estaba vivo. Él también lo estaba, también vivía y debía recuperar todo lo que fue y lo que tuvo, no titubearía ante nada, volvería a ser Terrence Danchester Gavazzeni. Momentos después, la suave brisa de la tarde movía sus cabellos, aunque él seguía como una estatua, su figura se asemejaba a la de un gran guerrero que había fallecido, derrotado, pero lleno de valor hasta el final. Sin embargo, su imagen reflejaba una belleza y una tristeza tan inmensa, que conmovería a quien lo viese. Mostraba el mismo reflejo de aquella diosa que lloró a lágrima viva su muerte, esa diosa que había renunciado a él, y que al sentirlo perdido para siempre le gritó al universo su dolor, aunque eso había ocurrido hacía cuatro años. La luz del sol caía bañando de naranja, rojo y dorado todo a su alrededor, mientras se colaba a través de las figuras de las lápidas que colmaban el campo santo y que se estrellaban también contra su figura que aún permanecía allí tendida. Él comenzó a moverse muy despacio, porque su cuerpo estaba entumecido, su respiración era acompasada y el latido de su corazón también parecía regular; sin embargo, sentía que su cabeza estaba a punto de estallar. Se había desmayado, quien sabía por cuánto tiempo, pero por lo menos, eso lo liberó de sus sentimientos por un instante, sin abrir los ojos respiró hondo y luego soltó lentamente el aire. Valiéndose de sus otros sentidos consiguió erguirse hasta quedar sentado, mantenía sus ojos cerrados porque tenía un miedo enorme de abrirlos y caer de nuevo en ese precipicio que lo engulló hacía un momento. —Dios que juego tan macabro y cruel me has impuesto, yo sé que nunca fui muy devoto, también sé que muchas veces irrespeté tu casa, solo era un chico que buscaba llamar la atención, que clamaba por un poco de cariño, de comprensión, no me estoy justificando, asumo las consecuencias de mis actos, sabes que lo he hecho siempre de manera estoica, pero esto… esto es demasiado… ¡Dios mío! —expresó mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Sintió una ligera brisa envolverlo, como si fuese la respuesta a su súplica, como una suave caricia que le estaba dejando saber que no estaba solo; a pesar de todo, y que las cosas siempre pasaban por algo. La vida seguía fluyendo en él y eso era lo importante, así como ser consciente de que el amor que una vez creyó perdido, había regresado a él y que ahora tenía una nueva oportunidad. Justo era eso, una nueva oportunidad, Dios le había brindado una nueva vida distinta, en la que había recibido y aprendido muchas cosas, pero que a cambio de ella tuvo que perder otras. Ahora estaba en sus manos decidir lo que debía hacer en adelante; si seguir siendo Fabrizio Di Carlo o revivir a Terrence Danchester, era una decisión que solo él y únicamente él podía tomar, porque ahora tenía el poder sobre ambos. Un sentimiento de paz lo embargó, al sentir que una vez más podía elegir su destino, de nuevo

estaba en sus manos y ya no tendría que temer del futuro, ya no más dudas o dolor. Solo le restaba armar el rompecabezas, encontrar las piezas que aún no lograba hallar en esa maraña de recuerdos y encajarlas, sabía que mucho de ello solo tendría sentido cuando hablase con Luciano Di Carlo. Se aventuró abrir los ojos y ver una vez el nombre escrito en la lápida, seguía resultándole impactante, pero ya no era tan perturbador; se levantó y le dio la espalda. No tenía sentido seguir torturándose, él no era un mártir, así que se alejó sin volverse a mirarla. El silencio reinaba en el lugar, apenas interrumpido por el sonido de su acompasada respiración o por el que hacía la pluma, al deslizarse por la hoja de papel donde escribía algunas anotaciones. En el transcurso de diez minutos, había levantado el rostro tres veces para mirar el reloj colgado en la pared, que parecía no avanzar, la impaciencia no era un rasgo característico de él; sin embargo, la repentina solicitud de Fabrizio, lo tenía inquieto. —Adelante —respondió en cuanto escuchó que llamaban a la puerta, de inmediato se puso de pie y respiró profundamente para tratar de mantener el aplomo, propio de su profesión. —Buenas tardes, Clive —Lo saludo Terrence, entrando al lugar. —Buenas tardes, Fabrizio… ¿Cómo has estado? —mencionó, caminando hasta él para ofrecerle la mano. —Bien… ¿Tú cómo has estado? —Notaba que su doctor parecía estar algo intranquilo. —Bien, gracias… adelante, ponte cómodo por favor —Con un ademán le indicó la otomana, mientras él tomaba asiento en su sillón—. He estado revisando unas notas que me parecieron interesante y creo que nos ayudarán mucho a… —Ya no será necesario —esbozó Terrence de manera espontánea. No había pensado aún en la manera de contarle toda la verdad a Clive, pero no le parecía honesto seguir engañándolo. —¿Cómo dices? —Dejó que la sorpresa le ganara. —Que no será necesario, Clive… el rompecabezas está casi completo… solo me faltan algunas piezas, pero las obtendré cuando llegue mi… —se interrumpió antes de darle toda la información, porque no deseaba exponer a Luciano como alguien mezquino o como un delincuente, primero debía hablar con él. —Espera un momento… El rompecabezas está casi listo… Eso quiere decir que has recuperado tu pasado y qué tienes en tus manos esa verdad que tanto deseabas —concluyó, dedicándole una mirada perpleja, muy a su pesar, pues no debería reaccionar así. Clive tuvo que hacer un gran esfuerzo para retomar su postura profesional, adoptó un semblante inescrutable para que él no sospechara que estaba al tanto de su verdadera identidad, aunque suponía que había llegado el momento de confesarlo; así como su acuerdo con los duques de Oxford. Solo esperaba que fuese lo suficientemente comprensivo como para no acabar con su carrera y demandarlo por haber roto su juramento de confidencialidad; que, a decir verdad, no lo había hecho de manera directa, porque fueron todos los demás los que llegaron a una conclusión y luego se la compartieron a él, para que lo descubriera por sí mismo. —Sí… aunque no del todo, pero lo más importante ya lo sé. Sin embargo, me gustaría que me ayudarás a poder canalizar todo esto, porque siento que a momentos me lleva por pensamientos demasiado oscuros y densos, que acaban provocándome insoportables dolores de cabezas — comentó sin despegar su mirada del techo. —¿Estás tomando los medicamentos? —preguntó con algo de preocupación, porque a veces demasiada actividad en el cerebro podría provocar alguna hemorragia o daño en los nervios. —Sí, tal como me lo prescribiste, pero en los últimos días apenas me han hecho efecto — resopló resignado.

—Bien, aumentaremos las dosis de Varonal, tomarás dos pastillas por día, una a las seis de la mañana y otra a las seis de la tarde, eso te ayudará con la ansiedad, así como con los dolores de cabeza. —¿No será peligroso? —inquirió mirándolo, confiaba en Clive, pero trabajar durante tres años en un laboratorio le daba la suficiente experiencia para saber lo peligrosos que podían ser los fármacos. —Tranquilo, estarás bien… Mantendremos ese tratamiento por cinco días y así no crearás una dependencia —aseguró, mirándolo a los ojos y una vez más se mostraba como un profesional—. Ahora, cuéntame, ¿qué descubriste? —preguntó, apoyando la punta de la estilográfica en la hoja y lo miró por encima de sus anteojos. —Estabas en lo cierto cuando dijiste que no parecía alguien que hubiese estado en la guerra, la verdad es que nunca pisé una trinchera —Se puso de pie y caminó hacia el ventanal para mirar al jardín, dándole la espalda a su psiquiatra. —Pero… según me constante, tu padre te encontró en un hospital militar en Londres y de allí te llevó a un hotel para cuidar de ti. —Él mintió… nunca estuve en Londres ni siquiera estaba en Europa para esa época. ¿Recuerdas que te conté que el viaje en barco se había llevado mucho tiempo? —preguntó, girando medio cuerpo para verlo y Clive asintió para que continuara —. El motivo no fue esquivar a los barcos alemanes, sino la distancia que había entre América y Europa, no viajamos desde Londres, zarpamos desde esta ciudad, solo que yo estaba muy sedado para notar la diferencia. —¿Recordaste todo eso? —inquirió, apenas disimulando su asombro, aunque ya lo sospechaba, confirmarlo era impresionante. —En realidad, llegué a esa conclusión luego de recuperar algunos recuerdos que me llevaron a descubrir quién soy en verdad… —¿Entonces, no eres Fabrizio Di Carlo? —cuestionó para ver si se animaba a revelarle su identidad, porque sentía que estaba dando muchos rodeos. Tal vez estaba esperando que él fuese quien se lo revelara, pero no podía hacerlo, porque era parte del proceso que asumiera su verdadera identidad. —No, no soy Fabrizio Di Carlo —respondió con un tono distante y sin atreverse a esbozar su nombre real, porque sabía que al hacerlo se desataría una avalancha de preguntas por parte de su psiquiatra. —Entonces, ¿quién eres realmente? —Clive insistió. —Sospecho que sabes muy bien quien soy, por eso intentaste acercarme a mi pasado y en casi todas las sesiones me hablabas de algo relacionado con mi verdadero yo, hablaste de la infancia que tuve, de mi profesión, de mis padres, de mi amiga e incluso de mi… Calló al recordar que Victoria y él estaban separados cuando ocurrió el accidente, ella ya no era su prometida. Dejó caer sus párpados y un suspiro pesado salió de lo profundo de su pecho, mientras el recuerdo de aquel día se apodera de su cabeza. «—Vicky…, pecosa, no me hagas esto, por favor…, quédate a mi lado, quédate… Juro que dedicaré mi vida a hacerte feliz, te lo juro —rogó, apretándola con fuerza, sintiendo que, si ella salía de allí, la perdería para siempre. —De alguna manera, siempre estaré contigo, Terry… Pero prefiero dejarte ir ahora, cuando aún soy capaz de vivir sin ti… —Puede que tú seas capaz, pero yo no, yo no lo soy, Vicky —dijo, sollozando en su cabellera, abrazándola más fuerte. Recordado el infierno que vivió cada vez que se separaron.

—Lo harás, sé que lo harás porque eres valiente, porque aprendiste a sobreponerte desde que eras un niño. Sin embargo, yo tengo miedo de depender tanto de tu amor, que también me terminé perdiendo a mí misma…, por favor, entiéndeme y no hagas este momento más difícil para los dos. —Pecosa…, mi amor, por favor, mírame. —La sostuvo por los hombros para girarla y hacer que lo viera a los ojos. —Estoy segura de que vas a conseguir todo lo que siempre has soñado. —Le acunó el rostro con las manos—. Adiós, Terrence…, que seas muy feliz. —Se quitó el anillo y se lo entregó, luego se alejó. Él intentó detenerla, pero el dolor que sentía dentro del pecho no le permitió dar un paso, y su voz no alcanzó para hablar e impedirle que lo dejara; en ese instante, sintió cómo todos sus sueños y el futuro que había planeado junto a ella se derrumbaba, dejándolo más perdido que nunca.» Apretó con fuerza los labios para retener ese sollozó que subió por su garganta, al sentir el mismo dolor que se adueñó de su ser en aquel momento. Solo recordar la manera tan cruel en la que Victoria lo trató, hizo que se llenara de rencor contra ella, aunque ahora sabía lo que la había llevado a actuar de esa manera, nada justificaba que lo engañara y que no confiara en él, eso era algo que no sabía si conseguiría perdonar, a pesar de que seguía amándola profundamente. —¿Estás bien? —preguntó Clive, notando su inesperado silencio. —Sí… —respondió moviendo de manera afirmativa su cabeza, mientras seguía con la mirada en el jardín—. Solo recordaba. —Se sintió extraño decir esas palabras, pero se obligó a enfocarse en la conversación con su psiquiatra—. Debo reconocer que fuiste muy sutil como se espera de tu profesión, ibas dándome señales… solo que yo estaban tan cerrado a esa idea que no podía verlas con claridad. —La negación es uno de los rasgos más característicos de la fuga disociativa, ese es el trastorno que padecías, no la neurosis de guerra. —¿Desde cuándo sabías de lo que realmente padecía? —preguntó, volviéndose para mirarlo con perplejidad. —Comencé a sospecharlo luego de unas tres sesiones —dijo y bajó la mirada para no decirle aún, que fue la revelación de sus padres, lo que lo llevó a asociarlo con ese diagnóstico. —¿Por qué no me lo explicaste? —cuestionó, mirándolo con resentimiento, descubriendo que él también lo había engañado. —Porque hubiese tenido que exponerte a lo que originó el daño, hablarte de la falta de una figura paterna y materna que te afectó durante años. Hablarte también de tu problema con la bebida… eran aspectos que no compartíamos con Fabrizio, así que no era fácil abordarlos; sin embargo, tenían uno en común: El abandono por parte de sus parejas, así que busqué enfocarme en eso. —¿Y no hubiese resultado mejor que me dijeras quien era realmente y ahorrarme tanto sufrimiento? —cuestionó molesto, caminando hacia él, pero Clive se mantuvo impasible en su sillón—. Has sido testigo del tormento que he vivido estos meses, de mis dudas, mis miedos… ¿Por qué no me dijiste nada? —demandó mirándolo. —Porque no estabas listo para afrontar la verdad —respondió mirándolo—. Tu bloqueo era muy severo y existía la posibilidad de que, si te exponía de manera abrupta a tu verdadero pasado, el proceso hubiese tenido un gran retroceso. Hubieses reforzado tu estado de negación y probablemente habrías terminado con las terapias porque tu subconsciente te obligaría a ello,

como un modo de defensa —explicó para hacerle ver que no actuó con mala intención. —Pues, déjeme decirte que estabas equivocado, fue exponerme de manera abrupta lo que hizo que recobrara casi todos mis recuerdos —acotó con sus facciones endurecidas por el rencor que sentía al verse manipulado por él también—. Fue verme en varias fotografías junto a Victoria, sus primos y sus amigas, lo que hizo que todo se desencadenara… eso fue lo que rompió el maldito bloqueo que tenía —espetó y le dio la espalda para caminar hacia el ventanal, necesitaba calmarse o su cerebro estallaría—. Todo esto es una maldita locura —dijo llevándose las manos a la cabeza para aplacar el dolor. Clive vio que realmente estaba alterado, ya había sido testigo de arranques así en algunos de sus pacientes, y sabía cómo lidiar con eso, no sentía temor de que pudiera causarle algún daño a él; sin embargo, el problema era que eso podía afectar físicamente a Terrence. Se puso de pie y caminó hasta el armario donde guardaba los medicamentos, sacó un par de analgésicos y luego llenó un vaso con agua; se acercó con cautela hasta su paciente para entregárselo. —Toma… te hará bien —mencionó con su habitual calma. —No quiero más pastillas… solo deseo saber ¿por qué? ¿por qué me pasó esto a mí? — preguntó, mirándolo a los ojos. —Primero, tómate el medicamento, son analgésicos, te ayudarán aliviar el dolor de cabeza — dijo Clive con preocupación, al ver que sus ojos se habían puesto muy rojos. Los duques le habían contado que tiempo atrás Terrence sufrió de convulsiones, aunque solo fue una vez, pero tal vez tenía algún daño cerebral que no se había tratado a profundidad. No obstante, según ellos, los estudios que le hicieron, no arrojaron ningún resultado alarmante, todo estaba en orden; además, cuando le preguntó si recordaba haber tenido algún episodio convulsivo, él lo negó, pero nunca estaba de más prevenir un posible daño. —Gracias —masculló Terrence y acató la orden de su psiquiatra, para luego tenderse una vez más en el sillón, cerró los ojos y se quedó inmóvil, esperando que con eso el dolor disminuyera —. Deme un momento. —Por supuesto —respondió Clive y caminó hasta su escritorio para sacar los diarios que Terrence había escrito, miró el álbum de fotografías y decidió no tocar ese tema todavía. Luego regresó y se sentó, mientras se dedicaba a buscar algunos pasajes que había resaltado, donde hablaba de sus dudas con respecto al trato que a veces tenían sus padres con él. Hasta el momento sospechaba que tanto Luciano como Fiorella Di Carlo estaban al tanto de que no era su hijo; sin embargo, pensaba que Fransheska no lo sabía o también estaba en un estado de negación, no quería admitir que su hermano había muerto en la guerra, así que se aferraba a la idea de que era él quien había regresado.

Capítulo 29 Terrence intentó dejar su mente en blanco, al menos un segundo, y comenzó a calmarse, pero no pasó mucho tiempo, para que la necesidad de drenar lo que sentía se volviera cada vez más imperiosa. Inhaló hondo para sosegar esas emociones que estaban a punto de hacer que se pusiera a llorar, al ser consciente de que su mundo era un desastre y que no sería nada fácil ordenarlo. —Mi vida antes tenía un vacío que no me permitía estar en paz, pero ahora es un completo caos, todo se derrumbó como tanto temía y te juro que esperé cualquier cosa menos ser… Terrence Danchester. Clive experimentó una especie de júbilo al escucharlo decir esas palabras, esa aceptación era un gran avance en el proceso y daba por sentado de que ya no daría marcha atrás; que su paciente asumiera quien era realmente, rompía por completo todas las barreras del bloqueo. No obstante, sabía que debía ir despacio, hacer las preguntas adecuadas para que no se sintiera presionado, porque la mente humana era tan caprichosa que todo podía cambiar de un momento a otro. —¿Nunca lo sospechaste? ¿Realmente no se te ocurrió asociar tus recuerdos a los que te contó Victoria que vivieron? —Lo vio negar con la cabeza, sin abrir los ojos—. Eran tantos detalles en común. —Nunca lo hice, internamente lo rechazaba… tal vez porque era de lo que mi mente me estaba protegiendo —concluyó, soltando un suspiro—. Todo lo que representó ser Terrence Danchester estaba ligado al desastre, a la soledad, el dolor, el odio… el abandono. —También tuviste cosas buenas; por ejemplo, volver con tu madre y ser independiente, tu carrera en el teatro, que hasta donde sé, te hacía muy feliz… y también tuviste un gran amor. —Un gran amor que me causó un profundo desengaño y que me hizo desear morir porque no soportaba la idea de haber perdido lo único maravilloso que me había dado la vida, lo único que pensé que jamás perdería. Y ahora resulta que… ¡Dios mío, esto es tan absurdo! —expresó, llevándose las manos al cabello—. ¡Y yo soy tan patético! Todo el tiempo me sentía celoso e inseguro al pensar que ella seguía enamorada de su «difunto» prometido… intenté tantas veces hacer que lo olvidará… quería que ella me olvidara. —No debes reprocharse nada, tú ignorabas la verdad y como me cuentas, ni siquiera sospechabas quién eras realmente —mencionó Clive, para que dejara de martirizarse con eso. —Pero es que todo estaba tan claro… esos «lapsos» eran nuestros recuerdos juntos. Nunca recordé algún episodio que me contará Fransheska, Antonella o algún otro conocido de Fabrizio, pero sí recordé con claridad los que me contó Victoria… incluso, algunos que no mencionó… ¿Por qué me costó tanto abrirme a la posibilidad de que tal vez yo era él? —cuestionó, porque había pasado dos días intentando entender y todavía no lo conseguía. —Porque no era lo que esperabas, tú ansiabas ser verdaderamente Fabrizio, tu subconsciente se aferró a ese ideal de familia que te mostraron los Di Carlo, un padre comprensivo, una madre entregada, una hermana amorosa… ellos llenaron todas esas carencias que tuviste en el pasado — explicó Clive, observándolo con atención. —Entonces, debí quedarme como estaba y dejar de lado la idea de recuperar mi pasado — confesó sin analizarlo, solo pensado en la estabilidad y el bienestar que obtuvo siendo un Di

Carlo. —Eso era imposible, porque tu consciente no iba a permitirlo, Terrence —dijo y al verlo tensarse añadió algo rápidamente—. No te molesta que te llame así ¿verdad? —inquirió con cautela. Debía admitir que se sentía un tanto dudoso de cómo proceder, porque nunca le había tocado un caso como ese; además, al estar involucrado de manera personal, le resultaba un tanto engorroso. —No, al fin y al cabo, es mi nombre, ¿no? —preguntó encogiéndose de hombros—. El que utilicé por veinte años —respondió sarcástico y con una sonrisa que era más un gesto de dolor. —Y debes ir acostumbrándote porque ya no hay marcha atrás —Le dejó claro que no le diera una oportunidad a su subconsciente de apoderarse una vez más de la situación. —Créeme, eso lo tengo claro. —Había decidido recuperar su vida. —Bien, lo primero que debes hacer es intentar estar tranquilo; de lo contrario, podrías retrasar el proceso… Hace un momento me dijiste que aún te quedan varios vacíos y supongo que lo que más deseas en este momento es llenarlos, ¿no es así? —preguntó mirándolo. —Lo es…, pero ahora estoy atado de manos, mi… Luciano es quien tiene las respuestas que necesito y él aún no llega al país; sin embargo, lo hará en unos días y cuando eso pase planeo enfrentarlo, lo obligaré a que me responda cada una de mis dudas, tendrá que darme muchas explicaciones —contestó con determinación. —Terrence, comprendo que en estos momentos te sientas traicionado, dolido y confundido, pero si desea recibir mi consejo, creo que lo mejor es esperar… —¡¿Esperar?! ¡Por Dios, Clive he perdido cuatro años de mi vida! No me puedes pedir eso, no puedo esperar —dijo mirándolo perplejo—. Te juro que, si no fuese porque él viene en un barco atravesando el atlántico, ya hubiese salido a su encuentro, así que lo siento, pero esta vez no seguiré tu consejo, en cuanto esté aquí hablaré con él y le exigiré que responda por lo que hizo, no pienso esperar un solo instante —sentenció con dureza. —Terrence, comprendo tu necesidad, pero creo que lo más prudente es tomar las cosas con calma, si el responsable de todo esto es el señor Di Carlo, él tendrá que responderte, pero antes de juzgarlo debes darle el beneficio de la duda, a lo mejor él también está engañado y piensa que tú eres realmente su hijo… porque el joven existió, de eso no nos quedan dudas —inquirió, mirándolo a los ojos. —Sí, Fabrizio Di Carlo existió… o existe —calló un momento mientras hacía memoria—. ¿Recuerdas aquel hombre del que te hablé hace algún tiempo, él que vi en la estación de trenes de París? —El que era muy parecido a ti, sí, lo recuerdo —respondió. —Creo que existe la posibilidad de que ese hombre sea Fabrizio Di Carlo —Se detuvo al ver que Clive fruncía el ceño—.Te explico, cuando él me vio, pude notar en su mirada un gran odio, había dolor, rabia, pero; sobre todo, había odio y reproche… en ese entonces no pude comprenderlo, pero ahora, analizando todo con más calma y con la certeza de saber quién soy, puedo casi jurar que ese hombre era Fabrizio Di Carlo y me estaba mirando así porque se dio cuenta de que yo estaba ocupando su lugar —expuso, sin desviar su mirada de la de Clive, quien lucía algo escéptico ante la revelación. —Si lo que dices es cierto, si ese hombre es consciente de que es Fabrizio Di Carlo… ¿Entonces por qué no ha regresado con su familia? ¿Por qué se ha hecho pasar todos estos años por muerto? —cuestionó Clive sin comprender, eso no tenía sentido. —No lo sé… bueno, según Fransheska, él estaba muy resentido con Luciano cuando se

marchó, incluso le envió una carta plagada de reproches y se despidió de ellos, estaba seguro de que nunca más volvería, aunque después envió un par de cartas más donde les pedía perdón y les decía que los extrañaba. —Su entrecejo se frunció, mientras analizaba el comportamiento de Fabrizio. —Es algo extraño —mencionó Clive, pues él mismo no alcanzaba a comprender esa actitud, necesitaba más datos sobre el verdadero Fabrizio, para entender su manera de proceder—. Tal vez… exista la posibilidad de que él haya regresado a su casa y te viera junto a su familia, a lo mejor… no sé, eso pudo trastocarlo de algún modo y le impidió acercarse a ellos —añadió, mirándolo. —¿Eso crees? —preguntó, incorporándose un poco. —Bueno, solo estoy haciendo conjeturas al azar, planteando posibles escenarios, pero no puedo tener una certeza si no interactúo con él y evalúo su comportamiento —señaló, al ver que ya daba por sentado que esa era la causa del distanciamiento de Fabrizio. —Tengo que buscarlo y dar con él. —Terrence… espera, antes de atender cualquier otro asunto, debes continuar con tu proceso hasta terminarlo. —Vio que se disponía a protestar, así que elevó su mano para detenerlo y negó con la cabeza—. Primero debes estar bien tú, para así poder ayudar a otros. —Pero… imagina lo que sufrirán Fiorella y Fransheska cuando se enteren de que no soy el verdadero Fabrizio, cuando lo crean muerto. —No sé si esto vaya a afectarte, pero mi deber es ser sincero contigo, y creo que la señora Di Carlo es consciente de que no eres su hijo, algunas actitudes de las que me hablaste me hacen sospecharlo —dijo y vio que lo miraba con atención, pero no se mostraba muy sorprendido, lo que le hacía ver que él también lo sospechaba—. Sin embargo, el caso de Fransheska es distinto, ella, en un principio te rechazó porque sabía que no eras su hermano, pero después algo en su mente debió cambiar y la convenció de que sí lo eras, pasó a un estado de negación y se aferró a la idea de que habías regresado; tal vez, su juventud jugó a favor de ese pensamiento y por eso le fue más sencillo, pero la madurez de Fiorella y su instinto maternal, no iban a ser engañados tan fácilmente. Terrence se sintió embargado por una profunda decepción, al saber que quien se decía su madre, también había sido parte de esa mentira, no era justo lo que le habían hecho y a pesar de que deseaba seguir el consejo de Clive y no juzgarlos antes de tiempo, no podía evitar que el rencor hiciera nido en su pecho. Sin embargo, al pensar en Fransheska, el resentimiento fue opacado por una gran congoja, sabía cuánto sufriría al enterarse de la verdad y a lo mejor terminaba odiando a sus padres por haberla engañado, como lo habían hecho con él. —Presentía que algo me escondía, pero jamás creí que fuese esto —confesó y un nudo de lágrimas se formó en su garganta, ahora comprendía aquella tristeza que a veces veía reflejada en ella y las miradas cargadas de nostalgia que le dedicaba. —Solo es una sospecha, como te dije, a lo mejor ellos piensan que sí eres su hijo, por eso te pido que no te precipites y que esperes, al menos, hasta que recuerdes un poco más, para evitar hacerles daño a otros —sugirió, mientras buscaba las palabras adecuadas para continuar—. Sin embargo, creo que existe otro asunto que sí deberías atender con prontitud —pronunció con cautela. —¿Qué asunto? —inquirió Terrence y su cuerpo se tensó, como anticipando lo que su psiquiatra le diría. —Deberías ir a ver a tus padres… —Lo vio negar con la cabeza. —No…, no me siento preparado para hablar con ellos todavía. —Pensar en ese encuentro le

llenó el corazón de miedo, envolviéndolo también en una sensación incómoda e inquietante. —Sé que es un paso difícil de dar, pero ellos… bueno, tus padres están al tanto de parte de tu proceso, fueron quienes me dijeron quien eras realmente y me pidieron que te ayudara, supongo que eso facilita las cosas, no tendrás que dar muchas explicaciones. —¿Cómo se enteraron? —cuestionó, frunciendo el ceño. —Me contaron que te vieron en la cubierta del barco, cuando salías de Southampton hacia América, desde ese momento no pudieron dejar de pensar en ti. Poco después, tu padre viajó hasta Florencia para visitar la casa de los Di Carlo, me dijo que en cuanto vio una fotografía que Luciano tenía en su casa, comenzó a sospechar que eras tú, así que, contrató a un detective para que te siguiera… —Tan típico del duque —masculló Terrence, molesto. —Creo que hizo lo que consideró necesario para salir de dudas. —Clive quiso defender a Benjen, aunque sabía que no sería sencillo que Terrence superara la animadversión que sentía por su padre, pero su trabajo como psiquiatra era ayudarlo a que tuviese bienestar y estabilidad tanto mental como emocional—. A tu madre solo le bastó verte en las fotografías que envío el detective, para saber de inmediato que no eras Fabrizio sino su hijo, de inmediato, le pidió al duque viajar hasta América para poder verte y hablar contigo —resumió lo mejor que pudo. —Hablar conmigo; sin embargo, ninguno de los dos me dijo nada y actuaron como si fuese un desconocido —comentó sin poder disimular su resentimiento. —Actuaron de esa manera porque yo se los pedí —indicó Clive, al percibir el reproche en el tono de su paciente, de inmediato vio que lo miraba con desconcierto—. Les pedí que no interfirieran en el proceso, les dije que podía ser contraproducente, y muy a pesar de los deseos de tu madre, que estaba desesperada por decirte toda la verdad, aceptó hacer todo lo necesario para que pudieras recuperarte cuanto antes —alegó, mirándolo a los ojos para que supiera que era sincero. Terrence se quedó en silencio analizando las palabras de Clive primero, sintiendo que todo el mundo parecía estar más al tanto de su vida, de lo que lo estaba él mismo. Recordó las actitudes de sus padres cuando compartieron ese fin de semana juntos en su casa de Westbury; ese cariño que le ofreció su madre y que él sintió tan sincero, incluso ese afecto que le mostró su padre, uno que nunca le había entregado. Suponía que muchas cosas habían cambiado entre ellos dos, pero él necesitaba tiempo para adecuarse a esa nueva realidad, no podía solo aparecer delante de ellos y pretender que ahora sería parte de esa familia «feliz y perfecta» que habían creado, hacía falta mucho más que algunas palabras alentadoras por parte de Benjen Danchester, para borrar tantos años de indiferencia y abandono. —Entiendo que ese encuentro puede generarte algo de pánico y ansiedad, pero a lo mejor también termina haciéndote bien… me has dicho que verte en una fotografía junto a Victoria y a sus familiares fue lo que rompió la barrera de tu bloqueo, así que tal vez si ves a tus padres y hablas con ellos, puedes conseguir esos recuerdos que te faltan. —Tengo que pensarlo. —Fue todo lo que respondió Terrence. —Bien… —acordó Clive, satisfecho con eso—. ¿Qué piensa hacer ahora? —preguntó, para ver si podía ayudarlo en algo más. —Por lo pronto, te invito a tomarnos algo… tú solo tienes agua aquí y en este momento necesito algo más fuerte que me calme, porque si no tendrás que escribir una orden para internarme en un sanatorio —contestó, poniéndose de pie para caminar hacia el perchero. —Creo que no es conveniente que te refugies de nuevo en la bebida, para lidiar con tus

problemas, Terrence —declaró mirándolo. —No te preocupes, Clive —dijo mirándolo a los ojos para que confiara en él—. El alcoholismo no fue un verdadero problema para mí, podía controlarlo… solo lo usaba como una vía de escape, pero nunca llegó a dominarme del todo. Prueba de ello es que, durante los primeros seis meses en Italia, no bebí una gota de alcohol y nunca sufrí por la abstinencia —confesó con absoluta sinceridad. —La verdad, es que me alegra mucho escucharte decir eso, aunque suponía que de alguna manera habías superado ese trastorno, ya que no mencionaste nada al respecto. —Y tampoco tengo el aspecto de alguien adicto a la bebida —dijo lo que era obvio, había conocido a muchos de ellos, cuando iba a los bares en los barrios más bajos de Londres para jugar cartas. —Tienes razón, trato a varios pacientes que sufren esa enfermedad y son evidentes los estragos que el alcohol causa en ellos, así como en sus finanzas. Muchos han acudido a mí para conseguir salvar sus patrimonios, pues dada la prohibición, los precios del licor se han elevado tanto, que solo pocos alcanzan a costear su consumo. —Por suerte, tengo para pagar un par de tragos en el Palace, no te pondría en riesgo invitándote a un lugar clandestino. Los Anderson son socios de Henry Villard y el hombre tiene sus contactos para que la prohibición sea más flexible en sus hoteles —comentó Terrence, consciente de que tal vez eso le preocupaba a su psiquiatra. —En ese caso, te acompaño, dame un par de minutos para hacer una llamada —pidió, caminando a su escritorio. —Por supuesto, te espero fuera —comentó y salió del consultorio. Algo le dijo que esa llamada sería para Allison y él no quería verse en la tentación de saludarla, deseaba hablarle, pero era mejor esperar a estar más centrado para reencontrarse con las personas de su pasado. Minutos después, se despidieron de Sussanah y subieron al auto de Clive para salir rumbo al hotel; que quedaba a pocas manzanas. Cuando llegaron, pasó primero por recepción para buscar los mensajes que seguramente le habían dejado, Paul le hizo entrega de tres de su hermana, uno de su cuñado y cinco de Victoria; suspiró al ser consciente de que debía dar muchas explicaciones. —¿Todo bien? —preguntó Clive al ver que se había tensado. —Sí… solo que salí practicante huyendo de Chicago y mi hermana está un poco preocupada… también Victoria —respondió, sentándose en la mesa del salón privado donde se podía consumir licor. —¿Cuándo hablarás con ella? —preguntó, porque eso le interesaba. —No lo sé… y de momento no quisiera hablar de eso. Te recuerdo que estamos fuera de tu consultorio, Clive, le invité un trago al amigo, no al psiquiatra —comentó, para luego suspirar y relajarse en el sillón tapizado en cuero, mientras miraba la carta sobre la mesa. —Entiendo, aunque los amigos también dan consejos de vez en cuando, y no necesitan un título de psiquiatría para ello. —Claro, pero dejemos a Victoria, a mis padres y los Di Carlo fuera de esta conversación, por favor —pidió con el ceño fruncido. —Bien, entonces… ¿De qué deseas que hablemos? —inquirió, echándole un vistazo a la carta sin mucho interés. —Qué te parece si me hablas de Allison… ¿Cómo se conocieron? —preguntó de manera casual, pero vio cómo Clive enseguida se tensaba y posaba su mirada en él—. Tranquilo, no pregunto en plan de «hermano mayor», aunque haya sonado así, es simple curiosidad.

Clive sonrió al notar que seguramente su reacción había sido muy evidente, pero se sintió como si estuviera siendo interpelado por el hermano mayor de su esposa, aunque a esas alturas era absurdo que se pusiera nervioso. Comenzó a relatarle desde la primera vez que la vio a las afueras de la casa de la ópera y luego su encuentro en el parque, pudo ver que la mirada de Terrence se llenaba de admiración, cuando le dijo cómo la defendió del malnacido de Harry Vanderbit. Aunque era un hombre bastante reservado con su vida privada, la actitud de Terrence lo animaba abrirse un poco más, hablarle de cómo fue creciendo el inmenso amor que sentía por su esposa. A pesar de que, en un principio, eso iba contra su sentido de ética profesional, pero que al final, ninguno de los dos pudo seguir ignorando lo que sentían y decidieron darse una segunda oportunidad en el amor. —Me hace feliz que estés junto a ella, Ally es una gran chica y tú eres un buen hombre — comentó Terrence con sinceridad. —Bueno, me alegra escuchar eso viniendo de su mejor amigo… mi esposa te aprecia mucho, Terrence, y también estaba ansiosa por que recuperaras tus recuerdos, luego de que te vio no ha dejado de preguntarme por ti y saber si habías avanzado —mencionó, pero no le dijo la razón principal por la que Allison deseaba que fuese pronto, dejaría que fuera ella quien se lo dijera, cuando se vieran. —Tengo a un psiquiatra bastante particular, por lo visto, compartió mi historial mental con muchas personas —murmuró bebiendo de su trago, no con mala saña, sino para jugarle una pequeña broma. —Tal vez te sorprenda, pero no cedí ante la presión a la que me sometieron tus padres y mi esposa, a pesar de que fue sumamente agobiante. Nunca les conté nada de lo que me dijiste en las sesiones, solo les mencioné a grandes rasgos tu cuadro clínico para que supieran porqué no podían revelarte la verdad —alegó en su defensa. También le dio un trago a su vaso de whisky escocés, hacía mucho que no probaba uno tan bueno, ya que la mayoría de los que vendían de manera clandestina, casi siempre estaban adulterados o eran de fabricación rudimentaria. Aunque él no era un hombre muy fanático del alcohol, de vez en cuando disfrutaba de un buen vaso y una charla como la que estaba teniendo, convertirse en el esposo de unas de las mujeres más admiradas del país, lo había hecho perder a muchos de sus «amigos» quienes no soportaban su buena fortuna. —Te compadezco —esbozó Terrence, al imaginar lo difícil que debió ser no ceder ante las demandas de su madre y su mejor amiga, sabía cuán testarudas podían llegar a ser ambas. —Deberías hacerlo, ya que hasta me tocó dormir un par de veces en la habitación de huéspedes, porque mi esposa no dejaba de hacerme preguntas e inventar teorías sobre posibles causas de tu enfermedad. Incluso, llegó a leer mis libros sobre trastornos relacionados con la memoria, y después me compartía sus anotaciones sobre algunos tratamientos que podía utilizar para acelerar el proceso, como los métodos de choque… quién iba a pensar que tenía razón, fue precisamente eso lo que te hizo romper el bloqueo —confesó con una sonrisa, al recordar el entusiasmo casi obsesivo de Allison. Terrence soltó una carcajada al imaginarse a su psiquiatra siendo perseguido por toda la casa por Allison, llevando en sus manos pesados libros de psiquiatría y una libreta con apuntes, no era difícil recrear esa imagen en su cabeza, pues conocía a su amiga. Bebió lo último que quedaba en su vaso y se quedó mirando el fondo, mientras se debatía entre pedir otro o detenerse allí; ahora que era consciente del papel que había tenido el alcohol en su pasado, comenzaba a tenerle cierto recelo.

—Creo que hemos tenido suficiente por hoy —comentó Clive, dejando el vaso, al poder percibir las dudas que asaltaban a Terrence. —Sí, tienes razón —respondió con tono ausente y también puso el vaso sobre la mesa. Luego se levantó y caminaron hacia la recepción. —¿Cuándo regresarás a Chicago? —Hizo la pregunta de rutina. —Todavía no lo sé… aún tengo asuntos pendientes aquí —dijo sin mirarlo, aunque era evidente que se refería al encuentro con sus padres. —Si necesitas mi ayuda, puedes llamarme y te haré un espacio en la agenda de esta semana. —Se ofreció, porque sabía que Terrence estaba en una fase muy difícil y que posiblemente requiriese de su ayuda. —Gracias, Clive… —mencionó, viendo las notas en sus manos. —Gracias a ti por la invitación —dijo extendiéndole la mano para despedirse—. Ahora te dejo para que atiendas eso, descansa. —Igual, dale un abrazo a Allison de mi parte y otro para Michael. —Lo haré, aunque no sea si sea conveniente decirle que su amigo Terrence le envía un abrazo, porque es capaz de aparecerse aquí —señaló, sonriendo para relajarlo, porque lo veía tenso. —Bueno, dile entonces que es de parte de Fabrizio… Después buscaremos la manera de contarle que tenía razón, y que, si se lo plantea, podría ser una excelente psiquiatra —bromeó y apretó con firmeza la mano de su amigo—. Descansa. Clive asintió y luego se marchó, dejándolo en medio del vestíbulo, con la pesada carga sobre sus hombros de tener que llamar y hablar con Fransheska. La llamaría solo a ella para tranquilizarla y le pediría que le entregara un mensaje a Victoria; todavía no se sentía preparado para hablar con ella, lo asustaba dejarse llevar por sus emociones y terminar confesándole quien era realmente.

Capítulo 30 Cuando entró, caminó directamente hasta el teléfono, no tenía caso seguir dilatando ese momento, aunque seguiría el consejo de Clive y no le diría nada a Fransheska. Se sentó al borde de la cama y descolgó el auricular, su mano temblaba mientras marcaba el número de la mansión de los Anderson, pues en la nota de Brandon decía que Fransheska estaba allí; respiró profundo y se obligó a calmarse o su hermana no tardaría en descubrir que algo grave sucedía. —Buenas noches, Dinora —saludó al ama de llaves que atendió su llamada. Se aclaró la garganta al sentir que su voz sonaba más grave de lo habitual e incluso estaba algo trémula—. Me podría comunicar con mi hermana, por favor —pidió, para que no le pasara a Victoria. —Buenas noches, señor Fabrizio, por supuesto, su hermana ha estado esperando su llamada — comentó, aunque sabía que la más desesperada por hablar con él era la señorita Victoria—. Enseguida se la comunico —añadió y dejó el auricular sobre la mesa. Dinora caminó hasta el salón donde la familia disfrutaba de un café después de la cena y les anunció la llamada; de inmediato, Victoria se puso de pie como si fuese un resorte y dio un par de pasos para ser quien la atendiera. Sin embargo, una mirada de su tía le indicó que esperase a que fuese Fransheska quien lo hiciera. Fabrizio había pedido hablar con su hermana y no con ella; como dama, también debía darse su lugar y no andar rogando la atención de su novio. —Ven conmigo, Vicky… lo convenceré para que hable contigo —mencionó Fransheska con seguridad y la tomó de la mano. —Gracias —susurró Victoria, debatiéndose entre su deseo de hablar con él y el miedo a que la rechazara. Fransheska también se sentía tensa por toda esa situación, pero no hizo a un lado la molestia que sentía con su hermano por irse de esa manera tan cobarde y abrupta. Agarró el auricular y suspiró antes de comenzar hablar, mientras le acariciaba la mano a su cuñada. —Hola Fran —mencionó él, que había escuchado su suspiro. —¡Fabrizio Alfonzo! ¿Por qué haces esto? ¿Te puedes imaginar siquiera lo angustiada que he estado durante dos largos y espantosos días en los que no he sabido nada de ti? —inquirió sin disimular la angustia y la molestia en su tono de voz. —Fran… lo siento mucho, no quise preocuparte y sé que es imperdonable que lo haya hecho, pero fue sin intención… yo solo… necesitaba alejarme —pronunció y le sorprendió que no le costase hablar con ella, como tanto había temido, era como si su mente siguiese asumiendo que realmente era su hermana. — Con intención o no, me has mantenido en una constante zozobra, pensé que tal vez había ocurrido algo con nuestros padres o con… con ese hombre… —Ni siquiera lo nombraría, había prometido que nunca más lo haría para no darle importancia. —Puedes estar tranquila, no es nada de eso, nuestros padres están bien y de ese miserable no hemos tenido noticias, a lo mejor sigue escondido en algún agujero en Italia —respondió para que no se preocupara—. Viajé porque necesitaba alejarme y hablar con Clive. —¿Está todo bien, Fabri? —preguntó alarmada, pensando que a lo mejor había tenido algún avance. Eso la emocionó.

—Sí, todo bien —mintió, sentía que su mundo era un caos. —Me dirías si no lo estuviera, ¿verdad? —inquirió, percibiendo cierta tensión. —Sí…, te lo diría —mintió de nuevo y se sintió horrible. —Me enteré que tuviste una discusión muy fuerte con Vicky. —Lo escuchó resoplar, aun así, continuó—: Sé que quizá no deseas hablarme de ello, pero quiero que sepas que estoy aquí para escucharte como siempre —susurró y su corazón se encogió cuando lo escuchó suprimir un sollozo—. Hermanito, ella te ama… te ama muchísimo y sé que cualquier cosa que haya pasado entre ustedes, van a superarla. —Esta vez es más mucho más complicado, pero no te preocupes, ya buscaremos la manera de resolverlo —dijo mientras se frotaba la frente, se sentía exhausto y atado de manos—. Te daré un mensaje para que se lo des, por favor. —Sus latidos se hicieron pesados, su corazón le exigía hablar con Victoria, pero su mente seguía resistiéndose. —¿No te gustaría más dárselo tú mismo? —preguntó y sin esperar una respuesta le entregó el auricular a su cuñada. —Fabrizio —susurró Victoria y las lágrimas acudieron a sus ojos. Él se quedó en silencio, amarrando con cadenas sus deseos de confesarle quien era realmente, de llamarla pecosa, de decirle que recordaba cada momento vivido junto a ella y que la había extrañado mucho. Quería pedirle perdón por haberla hecho sufrir durante todo ese tiempo que lo creyó muerto, que supiera que, de alguna manera, ella siempre había estado junto a él, en sus sueños y que no había dejado de amarla un solo instante, que se moría por abrazarla y no soltarla nunca más; sin embargo, todo lo que pudo hacer fue sollozar. —Mi amor… Fabrizio, necesito que me escuches, por favor —suplicó, apretando el auricular —. Yo puedo explicarte todo. —No quiero hablar en este momento de lo que sucedió, Victoria —pronunció, temiendo que ella le asegura que ya no lo amaba, que él era solo un recuerdo, y que ahora su corazón le pertenecía a Fabrizio. No sabía lo que haría si algo así llegara a pasar, no sabía si tendría el valor para perderla una vez más. —Pero yo quiero decirte todo… necesito que sepas la verdad… —Y yo necesito tiempo… solo dame un poco de tiempo, por favor —suplicó mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas. —Está bien… te daré todo el que necesites —esbozó con resignación y no pudo retener el sollozó que brotó de sus labios. —No llores —pidió porque no soportaba saber que ella estaba sufriendo, a pesar de que años atrás lo engañara y le rompiera el corazón, no quería causarle más dolor—. Regresaré y hablaremos. —Te amo…, yo en verdad te amo Fabrizio… —expresó Victoria, rogando para que él le creyera. Sin embargo, todo lo que recibió en respuesta fue silencio y segundos después, el tono que anunciaba que él había colgado, ella rompió en llanto y se refugió en el abrazo que le ofreció Fransheska. No podía creer que una vez más estaba perdiendo al hombre que amaba y que nuevamente fuese por su culpa, no era justo tener que vivir lo mismo dos veces, pero no podía hacer nada, solo esperar y esa era la peor tortura que pudiera existir. Terrence no tuvo el valor de escucharla decir que amaba a Fabrizio, eso iba a destrozarle el corazón más de lo que ya lo tenía; se llevó las manos al rostro mientras su cuerpo temblaba por los sollozos que estallaban en sus labios. Luego se dejó caer en la cama, atormentado por las

ironías de la vida; hasta hacía dos días, cuando aún era Fabrizio Di Carlo, se había sentido traicionado porque encontró a su novia durmiendo con las fotografías de su antiguo prometido. No obstante, ahora daría lo que fuera porque le dijera que, a pesar de todo, nunca había dejado de amarlo y que jamás lo haría, deseaba creer que ella no había olvidado las promesas que se hicieron. Porque por su parte estaba dispuesto a cumplirlas todas, ya no quería estar lejos de su pecosa nunca más, estaba dispuesto a perdonar todas las mentiras, con tal de hacer una vida juntos, como siempre lo soñaron. Después de un rato, se puso de pie y caminó hasta el baño, necesitaba darse una ducha que se llevara todo el cansancio que sentía, y ojalá pudiera hacer algo también con las dudas, el dolor y la decepción que le había provocado cuatro años de engaños. Estando bajo la regadera lloró, dándose la libertad para desahogarse y gracias al llanto consiguió drenar parte de lo que sentía; después de unos minutos, se tendió en la cama y el cansancio acabó venciéndolo. Enzo había tardado dos días en poder concretar una cita con Alphonse, al ser uno de los hombres de confianza del viejo Torrio, no contaba con mucho tiempo, pues siempre estaba ocupado en alguno de sus asuntos. Lo vio llegar al club acompañado de dos hombres más, de inmediato se puso de pie, y con una gran sonrisa, se acercó para saludarlo con un abrazo, al que respondió con el entusiasmo que caracterizaba a los italianos, a pesar de no haber nacido allá. —Muchas gracias por haber atendido mi invitación, Alphonse —pronunció, señalándole la silla frente a él y luego se sentó—. ¿Deseas algo de beber? —preguntó y elevó la mano para llamar al mesonero. —No hace falta que me agradezcas; sin embargo, no tengo mucho tiempo, así que dime… ¿Qué necesitas? —inquirió, yendo directo al grano, era alguien de pocas palabras. —Hombres —respondió Enzo de inmediato. —¿Hombres? —cuestionó, aunque no se mostró sorprendido. —Sí…, con tres bastará, uno debe ser bueno al volante, los otros dos que tengan excelente puntería —indicó, mirándolo expectante. —¿Y para qué deseas tres hombres? Según me contaste, solo venías a América en busca de tu mujer… ¿Acaso ella tiene una banda a la que debas enfrentarte? —preguntó con sorna. —No, pero su familia le puso seguridad, el malnacido de su hermano contrató a varios guardaespaldas que están con ella en todo momento, así que no puedo acercarme sin refuerzos. —Enzo… sé que dije que no me interesaba lo que te había traído hasta América, pero por lo que veo, no me contantes toda la verdad, ¿Quién es realmente la mujer a la que estás buscando? — inquirió, mirándolo fijamente a los ojos para que no se le ocurriera engañarlo. Enzo sabía que no podía mentirle, ya que tarde o temprano Alphonse se enteraría de quién era la mujer; entonces perdería la confianza que había ganado, se bebió de un trago el whisky en su vaso y luego se frotó la frente, dejando en evidencia su preocupación. Su mirada verde se ancló los ojos oscuros del matón, quien mostraba un semblante imperturbable, propio de los hombres como él, suspiró y dejó caer los hombros, dispuesto a decirle toda la verdad, mientras rogaba en su interior que no rechazara su pedido. —Fransheska Di Carlo… —murmuró el nombre de la princesa que se había convertido en su sueño más anhelado. Alphonse se mantuvo en silencio, porque el nombre no le resultaba familiar, aunque suponía que era italiana y por las acciones que había tomado su familia, también sospechaba que debía ser una joven con dinero. Podía ver en la mirada de Enzo, cómo la desesperación iba haciendo estragos, sus rasgos estaban tensos y sus ojos lucían vidriosos, a lo mejor esa mujer realmente era

importante para él. Antes de recibirlo en Nueva York, había investigado sobre su pasado, a través de algunos amigos en común, quienes le habían asegurado que era muy bueno para los negocios, pero también que era bastante testarudo y volátil; sabía que eso podía resultar en un problema. Sin embargo, ahora acababa de descubrir su punto débil, así que si intentaba revelarse cuando formara parte de las filas de la organización, o no le devolviera los favores que le estaba haciendo, sencillamente se ensañaría contra Fransheska Di Carlo y le demostraría que con la mafia nadie juega sin pagar un alto precio. —Está bien… hablaré con el jefe —esbozó Alphonse, una vez que tuvo trazado el plan en su cabeza. —¡Muchas gracias, amigo! —expresó Enzo con una ancha sonrisa, mientras le extendía su mano en un gesto de camaradería. —No te emociones mucho, todavía no es seguro que vayas a conseguir lo que deseas —Le advirtió, para frenar su entusiasmo. —Comprendo —murmuró, frunciendo el ceño. Sabía que no le quedaba de otra que esperar, porque en ese país no contaba con nadie más. Lo vio ponerse de pie e hizo lo mismo—. Gracias por atenderme, Al —dijo extendiéndole la mano para despedirlo. —Pierde cuidado, solo una cosa más… —anunció y al ver que tenía su atención, continuó—: Espera hasta que me ponga en contacto, no vayas a hacer nada que pueda causar alboroto, al Zorro no le gusta que en su ciudad haya problemas, eso no es bueno para el negocio. —Tranquilo, Al… esperaré hasta tener lo que te he pedido, no te causaré problemas —afirmó, haciendo su apretón de manos más firme. —Confío en ti, nos vemos pronto, cuídate. —Soltó el agarre, mostrando media sonrisa, que se volvía una mueca algo extraña, por las tres cicatrices que habían desfigurado su mejilla izquierda. —Igual —pronunció, asintiendo con la cabeza. Lo vio salir junto a los dos hombres que miraban a todos lados, estaba claro que un trabajo como el que ellos hacían, les generaba muchos enemigos. Aunque los que él se había ganado, no habían sido por extorsionar, secuestrar o asesinar a alguien, sino por desear a una mujer que era inalcanzable, aunque eso cambiaría, porque dentro de poco tendría a Fransheska para hacerla suya hasta la saciedad. Sin embargo, mientras ese momento llegaba, calmaría las ganas con otra de las mujeres que estaban a su disposición en ese lugar, paseó la mirada por todos aquellos rostros que lo veían fijamente y le dedicaban sonrisas sugerentes. Ninguna se parecía remotamente a la causante de su obsesión, no tenían su belleza ni esa aura que era una mezcla de virtud y pecado; no obstante, era con lo que debía conformarse, así que le hizo una seña a una castaña con los ojos claros para que se acercara, ella lo hizo contoneando sus caderas y sonriendo complacida. —¿Quieres pasarla bien, guapo? —preguntó, sentándose en las piernas del hombre más apuesto que estaba esa noche en el bar, feliz de haberse librado de tener que acostarse con un viejo asqueroso. —Vamos a la habitación —mencionó, sujetándola por la cintura para ponerla de pie, no quería perder el tiempo en arrumacos. —Claro, veo que tienes prisa —bromeó sonriendo y lo agarró de la mano para llevarlo al segundo piso, donde cada una tenía un cuartucho relativamente decente para atender a los clientes. Entraron en la recámara que estaba iluminaba por una luz amarillenta y opaca, apenas había un sillón, una cama y una mesa con una vasija de agua para que los clientes y las chicas se lavaran. Ella lo hizo sentarse en el sillón mientras le acariciaba el pecho, luego se puso de rodillas y

comenzó a deshojar los botones de su camisa, al llegar a la hebilla del cinturón, Enzo le detuvo la mano con fuerza. —Ponte de pie y quítate la ropa, quiero verte desnuda —ordenó, porque necesitaba verla y recrear la imagen de Fransheska en su cabeza, lo haría con el cuerpo de esa mujer. —Claro, haré lo que desees —pronunció algo desconcertada, pues a la mayoría de los hombres les complacía más que le dieran sexo oral que verlas desnudas; sin embargo, hizo lo que le pedía. Enzo paseó su mirada por la figura desnuda, estaba muy delgada, con los senos algo caídos y las caderas anchas, su piel lucía un poco descuidada y ese maquillaje recargado le quitaba el aspecto angelical que poseía Fransheska. Maldijo por tener que usar a una prostituta para fantasear con la mujer que deseaba, pero de momento no tenía más remedio, se puso de pie y caminó hacia ella, quien de inmediato intentó llevar una mano a su miembro para tocarlo, pero él la sujetó con fuerza para impedirlo. —¿No quieres que te toque? —cuestionó con la voz temblorosa, temiendo que fuese de ese tipo de hombres que tenían gustos extraños y acababan lastimándolas. —Quiero que olvides lo que sabes y actúes como lo haría una mujer decente —pidió, porque sabía que así lo haría Fransheska. —Entiendo…, quieres a una jovencita virginal —dijo con una sonrisa y batió sus pestañas con un gesto coqueto y pudoroso. —Sí, es exactamente lo que quiero —pronunció, compartiendo la sonrisa y le envolvió la cintura para pegarla a su cuerpo. Ella jadeó sorprendida y comenzó a actuar como si esa fuese su primera vez; aunque, a decir verdad, la suya fue bastante traumática porque fue vendida al mejor postor y ese no fue nada amable. Sin embargo, había estado con un par de caballeros que necesitaban saber cómo comportarse con sus esposas en su primera noche de bodas, así que sabía que hacer; cubrió su rostro de timidez y sonrojos. Enzo sonrió con satisfacción al ver la actitud de la mujer, sabía que ella le daría justo lo que estaba deseando, la llevó a la cama y cerró los ojos mientras besaba todo su cuerpo, imaginando que todo eso se lo haría a Fransheska cuando la tuviera para él. De esa manera fue deleitándose con los temblores y los gemidos que la chica le entregaba, pero poco a poco sus ansias fueron cobrando mayor fuerza, sacando a relucir su naturaleza violenta, se alejó para sujetarla de la cintura y con un movimiento algo brusco la volvió, poniéndola de espaldas a él, ella se tensó y de inmediato se puso a gatas sobre la cama, para estar en una posición más ventajosa, lo miró con miedo por encima del hombro. —No voltees a mirarme… solo sigue actuando como te pedí —exigió, deslizando su mano por la delgada espalda hasta llegar a su trasero, lo apretó con firmeza y ella jadeó, pero no lo miró. Él se puso de pie y se deshizo rápidamente de su ropa mientras se deleitaba viendo que ella estaba a su merced, se acercó despacio y le acarició una vez más el trasero, le gustaba esa imagen sumisa que le entregaba y hacía volar su imaginación—. Intentaré ser amable, princesa —susurró, hurgando con sus dedos el centró cálido y húmedo de la mujer. Puso todo su esfuerzo en contenerse cuando entró en ella, quería ser delicado porque en su mente esa mujer no era otra que Fransheska, así que deseaba demostrarle que no tenía nada que temer, porque él sabía cómo tratarla, que lo haría mejor que el imbécil de Brandon Anderson, por quien lo había rechazado. Recordar a ese hombre hizo que una furia comenzara a despertar dentro de él y sus embestidas fueron cobrando mayor fuerza, tanto que ella comenzó a jadear ruidosamente y eso lo excitó mucho, porque justo así deseaba que lo hiciera, quería escucharla

suplicar. —¿Recuerdas cuando dije que sabría complacerte? ¿Qué ninguna mujer se ha apartado de mis brazos insatisfecha? Bueno, esta noche voy a demostrártelo —sentenció, llevando su mano al cuello trémulo y sudoroso de la mujer—. Haré que solo me desees a mí, yo voy a ser el único hombre en tu vida, Fransheska… el único y te haré feliz… voy a complacerte en todo, mi amor… —esbozó sin cesar en sus empujes. No era la primera vez que un hombre la llamada por otro nombre; en realidad, muy pocos se interesaban en conocer el suyo, pero cuando usaban otro, ella comprendía que estaban allí por despecho y que la usaban para desahogar la rabia y el dolor que alguna mujer les había causado. Solo esperaba que ese encuentro no acabara en un acto violento, porque los hombres rechazados o traicionados podían actuar de distintas maneras, desde acabar llorando como niños, hasta queriendo acabar con su vida. —Por favor… por favor… no puedo respirar —suplicó con temor. Enzo reaccionó al escucharla y aflojó el agarre, no quería volver a repetir aquel momento en el jardín, se había jurado que jamás intentaría lastimar a Fransheska de ese modo. Movió la cabeza en un gesto negativo para alejar esos pensamientos de él, luego empujó con ambas manos el cuerpo de la mujer hasta tenderla sobre la cama y se dejó caer sobre ella, aprisionándola con su cuerpo, hasta sentir que la sometía por completo y empezó a besarle el cuello donde la había lastimado. —Lo siento, princesa… lo siento tanto, jamás volveré a lastimarte, lo prometo… —murmuró y metió sus brazos por debajo de ella, para envolverla en una prensa que le fuese difícil de quebrar, pero sin herirla. Teniéndola de esa manera se desbocó, haciendo que los jadeos de ella se mezclaran con los gruñidos de él, así como lo hacía el sudor de sus cuerpos que los bañaba por completo. Cerró los ojos y sintió que estaba muy cerca de desahogarse, pero necesitaba algo más para que su fantasía fuese perfecta. Se alejó una vez más de la mujer y como si fuera una muñeca de trapo, la movió para ponerla bocarriba, sin abrir un solo instante sus párpados, porque no quería borrar la imagen de Fransheska de su cabeza. Entró en ella una vez más con una embestida violenta que lo llevó hasta el fondo, la sintió temblar y eso lo hizo sonreír con satisfacción; un gemido casi animal salió de su garganta cuando sintió que su cuerpo estaba a punto de explotar. —Abrázame Fransheska… abrázame, mi amor —suplicó y buscó sus labios para besarla, un gesto rudo y necesitado, que la devoraba. Ella lo hizo porque ya no soportaba más tenerlo en su interior, aunque había disfrutado parte de ese encuentro, la violencia con la que ese momento la trataba la dejaría imposibilitada para estar con otro esa noche. Solo esperaba que le pagara una buena cantidad por haber dejado que saciara en su cuerpo, las ganas que le tenía a la tal Fransheska, que a esas alturas, no sabía si envidiarla o compadecerla, porque le quedaba claro que ese hombre podía ser muy peligroso si no se le complacía. Alphonse había llegado al despacho de Johnny para entregarle las cuotas que pagaban los comerciantes por su protección, era el dinero que recogían los chicos cada mes, que servía para pagar los sobornos a la policía y comprar armas. Luego de cerrar cuentas, quiso aventurarse con el tema de Enzo, comenzó a relatarle a su mentor toda la historia, porque sabía que al Zorro le gustaba conocer los detalles. Él se mostró indiferente porque no era una historia novedosa, casos como el de su amigo se presentaban a diario; sin embargo, cuando esbozó el nombre de la mujer

que Enzo buscaba, su actitud cambió. —¿Cómo dices que se llama la mujer? —inquirió, fijando su mirada asombrada en Alphonse, pues conocía ese nombre muy bien, una de las cosas que debía saber todo gánster eran los nombres de las personas más poderosas de la ciudad, donde vivía y también de sus allegados. —Fransheska Di Carlo…, según me dijo, ellos tenían una relación e intentaron fugarse, pero la familia de ella se enteró y los separó, a ella la mandaron a este país junto a su hermano y a él lo metieron a la cárcel, alegando que había intentado secuestrarla —contó todo tal como su amigo se lo había dicho, cuando se vieron en Nueva York, a su llegada. —Creo que tu amigo no fue del todo sincero —comentó Johnny, mostrando una sonrisa sarcástica. —¿Cómo dice jefe? —preguntó, poniéndose alerta de inmediato. —Dudo que esa mujer se haya fijado en un criminal de poca monta como Enzo Martoglio — respondió riendo y vio que Alphonse lo miraba con desconcierto —¿Acaso usted la conoce? —preguntó frunciendo el ceño, sospechando que lo habían engañado como a un chiquillo. —Fransheska Di Carlo es la prometida de Brandon Anderson —dijo y vio cómo su asistente lo miraba con asombro—. Sí, ese mismo, uno de los hombres más ricos del continente —añadió, cuando percibió que Alphonse sabía de quien hablaba. —¡Maldito Martoglio! —exclamó al ver que le había tomado el pelo, con razón le pidió refuerzos—. Voy a romperle la cara a patadas… —Espera, no harás nada de eso… mejor veamos si podemos sacar provecho de toda esta situación. Déjame contactar a unos amigos en Italia para que me digan lo que realmente sucedió… Tal vez tu amigo dice la verdad y la familia de esa mujer los separó para comprometerla con el banquero, o a lo mejor lo del secuestro fue verdad, y por eso los Anderson contrataron a todos esos hombres de seguridad. —¿Qué le digo a Enzo? —preguntó, comprendiendo el plan de su jefe, debía admitir que era muy ingenioso y por eso lo admiraba. —Dile que he estado ocupado y que no has podido hablarme de lo que te pidió, mantenlo vigilado en caso de que debamos usarlo como moneda de cambio… —Vio que su pupilo se tensaba al escuchar sus planes, así que le recordó la naturaleza de ese mundo—. Al, todos somos peones en algún momento, la cuestión está en saber sacar ventaja de las circunstancias para volvernos reyes, así que ten presente que habrá momentos en los que tendrás que sacrificar algunas piezas. Alphonse asintió tomando la lección que le estaba enseñando su mentor y dejó claro que estaba dispuesto a seguir cada una de sus órdenes, aunque eso significara traicionar a un amigo.

Capítulo 31 Terrence parpadeó repetidas veces, a pesar de que la habitación estaba en penumbras, podía ver un delgado hilo de luz plata que se colaba por la rendija de las cortinas, anunciándole que el sol aún no salía. Apenas había conseguido dormir con tranquilidad, por lo que seguía estando algo cansado, su sueño estuvo plagado de episodios relacionados con su pasado, que lo llevaron por distintas etapas de su vida, desde que era un niño hasta la adultez. La mayoría fueron con sus padres, seguramente las palabras que le dijo Clive, habían influenciado para que su mente se enfocara en ellos. Soltó un suspiro y se llevó las manos al rostro restregándolo para alejar la pesadez que sentía, mientras se hacía consciente de que no podía estar un día más sin verlos, aunque la idea seguía resultándole algo incómoda, sabía que, si no lo hacía, no estaría en paz. —Creo que llegó la hora de que la familia Danchester se reúna de nuevo, y esta vez no habrá medias verdades ni máscaras, me cansé de que todo el mundo me engañe, esta vez quiero toda la verdad —esbozó con la determinación de un juez. Se incorporó lentamente porque sentía su cuerpo entumecido, se sentó el borde de la cama y miró el teléfono; estiró la mano, tentado por la idea de llamar a Victoria, pero en cuanto sus dedos rozaron el auricular, la alejó de nuevo. Terminó de levantarse y caminó hasta el baño, encendió la luz, encontrándose con su reflejo en el espejo que lo mostraba realmente demacrado. Las malas noches que había pasado desde que se enteró de todo, empezaban a pasarle factura, suspiró con desgano, pasándose la mano por la barba que estaba más abundante de lo normal, desde hacía tres días que no la rebajaba. Se desvistió y entró a la ducha, no se demoró demasiado para aprovechar que aún era temprano y que podía marcharse sin tener que lidiar una vez más con Karl para poder librarse de su presencia. Cuando al fin estuvo listo, bajó a la recepción y le entregó al chico que estaba de guardia, dos mensajes, uno para Fransheska y el otro para su guardaespaldas, informándole que estaría fuera todo el día. Que él se comunicaría con ellos en cuanto les fuera posible, que no se preocuparan y que todo estaba bien. Una hora después se encontraba frente al inmenso portal de hierro forjado, en cuyo centro se mostraba la insignia de los Danchester, dejando claro que esa propiedad estaba bajo el dominio del ducado. Eso era algo tan propio de su padre, siempre imponiéndose ante los demás, con el afán por demostrar su poder; sí, así era el inquebrantable, poderoso y manipulador duque de Danchester. —Buenos días, señor… ¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó un guardia de seguridad que se acercó, mirándolo con recelo. —Sí… necesito hablar con Benjen Danchester —contestó con la voz marcada por el resentimiento que llevaba. —¿Tiene usted cita con el señor Danchester? —inquirió el guardia, un tanto desconcertado. —No, no la tengo… pero le aseguro que me recibirá, dígale que soy… —Se detuvo antes de pronunciar su nombre, se estaba viendo realmente tentado presentarse como su hijo, pero prefirió desistir, porque a lo mejor el guardia le negaba la entrada, pensando que era un bromista—.

Dígale que Fabrizio Di Carlo desea verlo, por favor. —Deme un momento, caballero. —Se retiró para buscar la lista donde estaban los nombres de las personas autorizadas para visitar a los duques. Encontró de primero el que le había dado ese joven, salió de la garita para abrir el portón—. Puede pasar señor Di Carlo, tiene autorizada la entrada siempre que desee —comentó, mirándolo fijamente y descubrió cierto parecido con el señor de la casa. —Gracias —dijo levantando una ceja en señal de extrañeza al escuchar la respuesta. Puso el auto en marcha y atravesó el pesado portón, tomó el camino que esta vez lucía muy distinto de la primera vez que estuvo allí. Ahora el jardín rebosaba de verdor por doquier y los árboles se mostraban llenos de vida. Un minuto después se detenía frente a la imponente fachada de la casa de los duques de Oxford en América, que una vez más, dejaban claro que todo lo que se relacionaba con ellos debía tener ese sentido de grandeza. —Donde vayan siempre seguirán siendo lo que son —repitió lo que dijo la primera vez que la viera en su visita anterior. Bajó del auto y se dedicó un tiempo para admirar el lugar, la primera vez que estuvo allí estaba tan perturbado que no pudo hacerlo, su mirada recorrió la fachada de la mansión y no podía negar que era verdaderamente hermosa, pero más allá de eso, reinaba una calidez y una luz que nunca vio en el palacio de Blenheim; aquel lugar donde pasó tantos momentos difíciles. Negó con la cabeza para no darle poder a esos recuerdos, no dejaría que lo siguiesen atormentado, suspiró con resignación y acortó la distancia que lo separada de la gran puerta de roble oscuro lacado, hierro y cristales, alzó la mano y tocó el timbre. —Buenos días, señor Di Carlo —mencionó Carol, sorprendida al verlo allí, se le veía tan demacrado que quiso abrazarlo, pero se contuvo—. Qué grata sorpresa tenerlo por aquí. —Buenos días, Carol… —La saludó con menos formalismos y vio cómo se iluminaba la mirada del ama de llaves—. He venido a ver a mis padres —añadió sin darle más vueltas a ese asunto. La mujer jadeó y se llevó las manos temblorosas a los labios, mientras su mirada se cristalizaba por las lágrimas, no pudo seguir conteniéndose y se acercó para darle un abrazo muy fuerte. Terrence se tensó en un principio, pero después su cuerpo se relajó y también rodeó con sus brazos el delgado cuerpo de la mujer, recordando todas las veces que lo consintió y lo alentó años atrás. —Joven Terry… ¡Por Dios! No se imagina cuánto lo hemos echado de menos… su madre se pondrá feliz —dijo separándose de él para mirarlo mejor, pero también recobrando la compostura —. Por favor, venga… tomé asiento, enseguida voy por ella —indicó mientras lo llevaba de la mano a uno de los sillones en el salón. —Gracias, Carol —esbozó con un nudo de la garganta, ante la mención de su madre, las emociones empezaban a formar un torbellino dentro de él. Respiró hondo para no ponerse a llorar. Carol se alejó caminando de prisa, mientras lo dejaba allí, con el corazón galopando como un caballo desbocado, se frotó las manos en el pantalón para secarlas porque las tenía cubiertas de sudor frío. Luego se pasó una mano por el cabello y la bajó hasta su nuca, estaba muy tenso, así que movió el cuello un par de veces e intentó relajarse, aun a sabiendas de que probablemente no lo conseguiría. Se puso de pie y caminó hasta una mesa redonda donde estaba un gran ramo de rosas blancas, alrededor estaban los portarretratos que vio la primera vez que visitó esa casa, pero ahora había tres más y eran suyos. Se reconoció por ese tonto traje de marinero que lo hizo sonreír, también vio una de su época en el colegio y otra donde llevaba el vestuario de «El Trovador» la primera

ópera en la que participó, suspiró al ser invadido por la nostalgia que le provocaban esos recuerdos, parecía que hubiesen pasado cien años. Amelia y Benjen llevaban algunos minutos despiertos, se habían lavado la cara y estaban buscando las prendas con las que se vestirían ese día. Aunque era una labor de la que debían encargarse sus ayudantes de recámara, desde el principio ambos se negaron a dejar que otros lo hicieran, porque a ella le complacía escoger la ropa de su esposo y a él que ella le preguntara por el vestido que le gustaría verle lucir. Luego de escoger las prendas, siempre se bañaban juntos si no tenían ningún asunto importante que atender. Estaban por entrar al cuarto de baño, donde ya los esperaban la tina llena de agua caliente y aromáticas esencias; cuando escucharon que llamaban con insistencia a la puerta, de inmediato se alarmaron porque no era habitual que alguien los despertara de ese modo y menos tan temprano. Amelia pensó que a lo mejor algo les había sucedido a sus hijos, por lo que dejó el vestido que había escogido sobre el diván y siguió a su esposo que se acercó a la puerta para abrirla. —Benjen… Amelia, perdón por despertarlos así, pero… deben venir abajo ahora mismo — pronunció Carol con la voz agitada, por el esfuerzo que había hecho, la emoción casi la hizo correr por el largo pasillo que llevaba a la habitación principal. —¿Qué sucede? —preguntó Benjen, mirándola con preocupación. —¿Le ocurrió algo a Madeleine o a Evans? —inquirió Amelia, alarmada ante la agitación que mostraba su ama de llaves. —Ellos están bien… Es Terrence… —respondió con una gran sonrisa y la mirada brillante por las lágrimas—. Terrence, ha regresado. —¿Qué quieres decir? —cuestionó Benjen con la voz trémula. —Está en el salón… me dijo… «He venido a ver a mis padres» Amelia dejó escapar un grito de júbilo y sin esperar nada más, salió corriendo de la habitación, le dio igual ir vestida solo con su ropa de dormir; en ese momento lo único que le importaba era ver a su hijo y abrazarlo. Benjen tardó unos segundos en salir de la conmoción que le provocaron las palabras de Carol, pero en cuanto lo hizo, corrió detrás en su esposa, logró alcanzarla justo en lo alto de las escaleras. Ella se detuvo en ese lugar y solo conseguía mirar a su hijo, era como si temiese que con dar un paso más, él pudiera desaparecer nuevamente de sus vidas. Sintió la mano de su esposo envolver la suya, dándole el valor que necesitaba para acercarse a Terrence, que hasta ese momento, no era consciente de su presencia, porque miraba a través de unos ventanales; mientras ellos a cada paso que daban, sentían que sus corazones latían más de prisa y sus piernas se volvían más temblorosas. Terrence sintió la presencia de sus padres y de inmediato un torbellino de emociones lo envolvió, haciendo que un torrente de lágrimas inundara su garganta; sin embargo, se obligó a permanecer sereno y se dio media vuelta para verlos. Sus miradas se encontraron y de inmediato el frío que lo cubría terminó por abandonarlo, al mismo tiempo que la dura coraza que se había puesto para afrontar esa situación, comenzaba a desmoronarse, dejándolo vulnerable. Solo se miraban porque la emoción les había robado la voz a los tres, pero ni siquiera les hacía falta hablar porque sus ojos lo hacían por ellos, dejándoles ver la tempestad de sentimientos que los azotaban en ese momento; sus corazones latían tan rápido que no les extrañaría en lo absoluto, si saltaban de sus pechos. Amelia fue quien dio el primer paso, se acercó hasta él sin poder contenerse más y lo amarró en un fuerte abrazo, al tiempo que rompía a llorar, estremeciéndose a causa de los sollozos que

brotaban en un torrente de sus labios. Terrence también dejó que las lágrimas lo desbordaran y se aferró a su madre, abrazándola como nunca lo había hecho, queriendo consolarla por todo lo que había sufrido al creerlo muerto, quería pedirle perdón por haberla dejado. —Mi pequeño… mi Terry… Dios mío… Dios mío, gracias, gracias por regresármelo — esbozó en medio de ese llanto que era de felicidad. —Hijo… Hijo mío —pronunció Benjen y dejándose llevar por la emoción también acortó la distancia para unirse en ese abrazo, llorando al igual que lo hacía su mujer y su hijo. El llanto de Terrence se hizo más doloroso mientras su cuerpo convulso por los sollozos se aferraba a ellos, su pecho apenas podía contener las emociones que lo embargaban al sentir a su padre por primera vez así, entregándole ese amor que tantas veces esperó de él. Una vez más era ese niño de cinco años que rogaba sentirse importante para ellos, sentir que lo amaban y que nunca dejarían que sufriera ni que estuviera solo de nuevo, eso era lo que les estaban pidiendo en cada lágrima que brotaba de sus ojos, que no lo abandonaran. Después de unos minutos se separaron y quedaron mirándose, todavía se sentía incrédulos de lo que estaban viviendo, Amelia y Benjen ahora podían admirar a su hijo con absoluta libertad, ya no tenía por qué disimular ni desviar sus miradas. Fueron cuatro años los que vivieron creyéndolo perdido, así que ahora necesitaban reafirmar la certeza de saber que era él, que era Terrence y que había regresado, que estaba vivo, sano, salvo y al fin había encontrado el camino a casa. Terrence también se dio el tiempo para admirarlos, detallando cada rasgo que ellos le habían heredado; sobre todo, su padre a quien físicamente era tan parecido. En ese momento podía visualizar con claridad, todo eso que se negó a ver semanas atrás, ellos eran sus verdaderos padres, y eso era una verdad tan imponente como el tamaño de una montaña e imposible de obviar. —Terry… mi hijo…, mi hermoso niño… Por Dios aún no creo que sea cierto, que estés aquí con nosotros, aunque mi corazón y mi alma nunca se resignaron a perderte. —Amelia le acariciaba el rostro mientras decía esas palabras—. Yo sentía que no te habías ido… lo sentía… ¡Y no me equivoqué, aquí estás… con nosotros! —expresó ella, dejando que lágrimas de alegría mojaran sus mejillas. —Tu madre tiene razón… ella siempre supo que estabas vivo, de algún modo su corazón se lo decía… nunca se resignó a perderte —dijo Benjen, sonriendo con emoción mientras le palmeaba con ternura la mejilla, su hijo rebelde ya era todo un hombre. —Tenemos muchas cosas de qué hablar —mencionó Terrence, recordando el asunto que lo había llevado a ese lugar. —Por supuesto, cariño —respondió Amelia, acariciándole la mejilla, pero su entusiasmo mermó al notar que su hijo se tornaba serio. —Ven con nosotros al despacho —indicó Benjen, percibiendo también el cambio que había dado. Terrence se sentía abrumado por esas muestras de afecto que ellos le entregaban; sobre todo, viniendo de su padre, quien jamás se portó de esa manera. De inmediato lo invadió un enorme enojo al darse cuenta de que tal vez ahora sí lo haría, solo porque estaban en presencia de su madre y seguramente ella lo había obligado a mostrarse así; pues dudaba que a él le naciera, solo estaba fingiendo ser el padre perfecto. Entraron al despacho en medio de un pesado silencio, causado por los nervios que los invadían a los tres, ninguno sabía cómo iniciar esa conversación a pesar de tener tantas cosas por decir. Benjen dio un par de pasos para sentarse detrás del escritorio; lo que hizo que Terrence se sintiera una vez más como ese adolescente que era llamado al despacho para ser reprendido por su intransigente padre.

Negó con la cabeza, decepcionado, y les dio la espalda para caminar hacia el ventanal, era evidente que había cosas que no cambiaban; tuvo ganas de marcharse; sentía que no encajaba en esa vida perfecta que ellos tenían ahora. Sin embargo, algo dentro de él le gritaba que se quedara, que se dejara amar y proteger por aquellos que siempre debieron hacerlo, que era momento de comenzar desde cero para olvidar todo el dolor y resentimiento que durante años se fue acumulando dentro de su alma, pero no era tan sencillo. Amelia sostuvo a Benjen del brazo y negó con la cabeza para que no se sentara en su sillón, esa no era una reunión diplomática, conocía tan bien a su hijo que sabía perfectamente lo que pensaba en ese momento. Estaba segura de que la acción de su esposo, le recordó a Terrence, todas esas veces en las que Benjen lo trató como si fuese uno más de sus empleados y no como su primogénito. —Terry… yo sé que todo esto es muy difícil para ti… pero quiero que sepas que nosotros estamos aquí para ayudarte y para brindarte todo lo que necesites, que sin importar lo que decidas… como tu familia estaremos contigo y te apoyaremos siempre —expresó Amelia, intentando acercarse a él, lo veía tan esquivo y tenso que le dolía imaginar que ahora los rechazaría para quedarse con los Di Carlo. —Mi familia… —pronunció alargando las palabras y luego se volvió para mirarlos—. Qué extraño es todo esto ¿no? Yo nunca supe de esa familia de la que usted habla, madre… y la que conocía hasta ahora, resultó siendo tan falsa que no puede diferenciarse de la primera… ¿No le parece absurdo hablarme de la ayuda que puede brindarme mi familia? ¿Cuál familia? ¿La que nunca existió o la que me engañó durante cuatro años? —cuestionó, con la mirada brillante por la furia contenida y las lágrimas de decepción. Amelia y Benjen se quedaron en silencio mientras recibían de manera estoica el reclamo completamente justificado de su hijo, aunque les doliese escucharlo hablar así, Terrence solo decía la verdad y no podían esperar que todo estuviese bien solo porque él había recordado quien era. Su hijo ya no era ese chiquillo, era todo un hombre que exigía ser tomado en cuenta, ser escuchado y ellos debían darle muchas explicaciones; sobre todo, Amelia, quien le aseguró que no volvería a creer en las palabras de Benjen, pero allí estaba, casada y con dos hijos del hombre en quien juró nunca más confiar. —Amelia habla de esta familia, de tu verdadera familia… la que está unida y espera poder brindarte su apoyo incondicional, la que nunca te fallará de nuevo —respondió Benjen, mirándolo a los ojos. —Hijo, somos conscientes de que, junto a todos tus recuerdos, también volvieron los rencores del pasado y sabemos que en este momento debes sentirte confundido y dolido, pero… —No, ninguno de ustedes tiene la menor idea de cómo me siento en estos momentos —espetó, temblando de rabia al ver que el duque pretendía solucionar todo con un discurso sensiblero. —Esto tampoco ha sido fácil para nosotros, Terrence —argumentó ella, en medio de un sollozo—. ¿Acaso cree que fue fácil lidiar con la muerte de un hijo al que no supimos amar, al que hicimos blanco de nuestros errores y frustraciones? Créeme, eso no fue fácil; por el contrario, no existe nada más doloroso que saber que tal vez pude haber hecho miles de cosas para salvarte de ese destino, pero no lo hice por miedo… porque no quería que te alejaras de nuevo, así que lo dejé pasar y te di tu espacio… por eso te perdí… —esbozó Amelia en medio de un llanto amargo, porque ella nunca dejó de sentirse culpable. —Amy, ya por favor… no llores —pidió Benjen, sosteniéndola por los hombros, si había alguien inocente en todo eso era ella. —No, necesito sacarme esto del pecho —dijo apartándose del agarre de su esposo y dio un

par de pasos para mirar a su hijo a los ojos—. Nunca podrás imaginar todo el dolor que sentimos cuando ese agente de policía llegó a la casa para decirnos que habías muerto, no existen palabras para expresar lo que se siente escuchar que has perdido a un hijo, es como si te arrancaran el corazón y lo destrozaran frente a tus ojos… Yo me volví loca de dolor y salí corriendo de la casa, necesitaba llegar hasta ese lugar y comprobar que no era tú… que todo había sido una equivocación, pero tu padre no me dejó y, sin poder soportar tanto dolor, terminé por desmayarme… —Su voz se cortó por el doloroso llanto que la desbordaba. —Amelia no merece un solo reproche de tu parte —sentenció Benjen, que no soportaba verla sufrir así por los errores que él había cometido—. Yo te alejé de ella para luego abandonarte, fui yo quien no supo ser el padre que necesitabas, ni siquiera me esmeré para serlo, así que soy consciente de que no tengo perdón, y comprenderé si decides alejarte de mí, pero no le hagas eso a tu madre, ella no tiene la culpa de nada, solo fue una víctima de mi intransigencia, al igual que tú, ella no merece ni tu rechazo ni el dolor de una nueva separación, Terry… tu madre te ama y siempre lo hizo, no le hagas pagar por el daño que solo yo te causé —pidió y a esas alturas las lágrimas lo habían desbordado. Terrence se volvió una vez más hacia el ventanal mientras un par de lágrimas rodaban por sus mejillas y ese dolor que sentía dentro del pecho cada vez se hacía más insoportable. Quería confiar, por supuesto que quería confiar, pero ya lo había hecho y todos le habían pagado engañándolo, eso era algo que por más que quisiera no podía olvidar; cerró los ojos y dejó libre un suspiro que fue más un lamento. Le dolía estar en medio del mar a punto de naufragar y no poder acercarse a ningún puerto, por temor a que no fuese seguro, que terminara derrumbándose y arrastrándolo a una fosa donde una vez acabaría dolido y decepcionado. No podría con un desengaño más, habían sido demasiados en su corta vida, y a pesar de todo eso, una parte de él deseaba creer en alguien, necesitaba hacerlo o no tendría la paz y la felicidad que tanto ansiaba. —Hijo… yo sé… sé que te hemos fallado mucho, pero permítenos darte aquello que tiempo atrás no te entregamos… déjanos recompensarte por todo el dolor que te causamos, somos conscientes de las heridas que nuestras decisiones te ocasionaron, pero por favor no nos abandones… —Amelia se acercó a él, abrazándolo por la espalda y dándole besos para convencerlo—. Sabes que te adoro Terry, que tú eres una parte de mí y también eres parte de tu padre, él lamenta mucho el comportamiento que tuvo en el pasado y te ama tanto como yo, por eso queremos que te quedes aquí… junto a tu familia, como siempre debió ser —expresó con su rostro hundido en la espalda de su hijo, que estaba tensa como un bloque de granito. —Terrence… escucha a tu madre, al menos quédate y habla con ella por favor, los dos merecen recuperar todo el tiempo que les han robado —pidió Benjen, consciente de que si su hijo seguía renuente era por él—. Los dejaré solos para que puedan hablar. Amelia deseaba retenerlo para que por fin obtuviera el perdón de su hijo, pero sabía que si lo hacía a lo mejor terminaba perdiendo la oportunidad de hablar con Terrence; odiaba que fuesen tan orgullosos y obstinados, pero comprendía que, por el momento, quizá lo mejor era que ella hablase primero con su hijo sin la presencia de Benjen. Terrence tenía tantas emociones contradictorias que no lograba explicarlas, había demasiado dolor y rencor bullendo en su interior y apenas lo dejaban respirar sin sollozar, pero detrás de todo eso, también estaba la esperanza y la imperiosa necesidad de creer en cada una de las palabras de su madre y el arrepentimiento de su padre. Ya no deseaba estar solo, le urgía saber que tenía alguien en quien contar y que le diese un abrazo cuando lo necesitaba, que lo escucharan cuando requiriese desahogarse, que le dijeran que lo querían, que era importante y que todo

estaría bien: necesitaba tener una familia. —No tiene que ir a ningún lado… los escucharé y esta vez quiero que sean completamente sinceros conmigo; de lo contrario, saldré por esa puerta y no volveré, ya estoy cansado de que todos me mientan, estoy harto de sentir que no les importo; y aun así se sienten con el derecho de decidir mi vida, ustedes lo hicieron antes y en ese entonces yo no pude hacer nada para evitarlo, pero ya no soy un niño y he decido tomar las riendas de mi vida de una vez por todas, así que dependerá de lo que me digan, si decido formar parte de esta familia que han construido o no — dijo con determinación y la mirada fija en ellos, porque no permitiría un engaño más. En el fondo se sentía dolido porque evidentemente ellos habían superado su muerte en muy poco tiempo, se suponía que un duelo debe ser más largo, al menos eso esperaba de su madre, pero resultaba que ella también había olvidado todo el daño que le hizo el duque y lo había perdonado. Pues él, no podía hacerlo tan fácil, fueron muchos años de indiferencia y abandono; sin embargo, le daría esa oportunidad para escucharlo y al mismo tiempo aprovecharía para sacar de su pecho todo su resentimiento, era hora de quitarse las máscaras y liberarse del odio que sentía, para así poder continuar.

Capítulo 32 Los siguientes minutos que pasaron, antes de que alguno de los tres se decidiera hablar fueron realmente un calvario, la tensión era tanta que incluso respirar les resultaba difícil. Sus manos sudaban y sus corazones golpeaban contra sus costillas, luchando contra esa presión que les tenía las lenguas entumidas, aunque eran conscientes de que debían hablar, porque tenían mucho para decir. —Terrence… hijo, imagino que estarás haciéndote miles de preguntas, tal vez no tengamos todas las respuestas que necesitas, créenos que quisiéramos dártelas, pero desconocemos mucho de lo que sucedió contigo… —Amelia fue quien pudo reunir el valor para iniciar esa conversación, su hijo se volvió y su mirada era tan fría que la hizo sentir horrible—. Por favor, no nos mires como si fuéramos unos extraños. Sabes bien que nosotros te amamos y te juro que deseamos lo mejor para ti, queremos ayudarte y que nunca más vuelvas a sentirte solo —esbozó, intentando mantener las lágrimas dentro de sí. —Supongo que el remordimiento no los dejó vivir en paz, aunque la verdad lo dudo… pues, hasta se casaron y tuvieron dos hijos… presumo que lo hicieron para llenar el vacío que yo había dejado. ¿No es así? —inquirió, haciendo un gran despliegue de su sarcasmo. —Terrence, tienes todo el derecho de juzgarme a mí porque soy el único culpable de la vida que llevaste, pero no a tu madre… ella no merece que la trates así —pronunció Benjen con determinación, comprendía a su hijo, pero no dejaría que hiriese Amelia. —Cuando les pedí que se quedaran fue para hablar con ambos, no solo con usted —mencionó, porque se sentía dolido con ella también. —Perfecto, pero si tienes que reprochar algo, que sea a mí. —A usted —siseó, mirándolo con rabia—. No creo que eso sirva de nada, mis recriminaciones no lo afectaron en el pasado, así que dudo que lo hagan ahora… Al menos que desee que crea que se dio cuenta de cuánto le importaba, cuando vio mi nombre inscrito en una lápida. —Cariño… por favor. —Amelia le pidió mesura. —Déjalo hablar. —Le pidió Benjen a su esposa. —Usted sabe perfectamente que nunca le importé, no me dio el valor que como su hijo merecía, tampoco muestras de afecto ni nada… No me dio absolutamente nada —espetó temblando de rabia, necesitaba sacar todo ese resentimiento de su pecho—. Si creía que con su dinero podía recompensar las demás carencias que tuve, se equivoca… La verdad nunca necesité de su dinero, solo me lo gastaba a manos llenas para que en algún momento tuviese conciencia de que tenía un hijo. Cada problema que provoqué y cada disgusto que le hacía pasar era para mí un triunfo, celebraba que por unos minutos usted se sintiese un inútil, que no podía controlar a un muchacho —expresó, mirándolo directamente a los ojos y los de él brillaban con fuerza, era un reto abierto y descarado hacia su padre. —¡Por Dios, Terrence! —exclamó Amelia, sorprendida al ver cuánto odio albergaba. —¡Por Dios, madre! ¿Acaso su honorable esposo no le dijo que yo era un vago, un borracho y un completo desastre, que solo le causaba problemas? ¿No le hizo saber que solo era un estorbo?

—inquirió mirándola y lo enfurecía más que él se mostrara impasible. —Le dije todo —contestó Benjen, soportando los reproches de manera estoica, pues ya estaba acostumbrado a ellos—. Le conté lo miserable que me sentía por quedarme de brazos cruzados viendo cómo lanzabas tu vida por un barranco, porque no sabía cómo acercarme a ti y pedirte que dejaras esa vida. —¡Está mintiendo! —Le gritó Terrence, a un parpadeo de derramar sus lágrimas, pero el orgullo no lo dejaba. —Por supuesto que no —replicó enseguida, mirándolo a los ojos para que supiera que decía la verdad—. Lo hice en dos ocasiones, pero tú estabas tan borracho que seguramente ni te percataste de ello, en una de esas te salvé de un grupo de delincuentes que iba a propinarte una golpiza que te hubiese matado. Cuando llegamos al colegio e intenté ayudarte, me gritaste que te dejara en paz, que me odiabas porque era el responsable de todo lo que te sucedía, me reprochaste mi abandono y juraste marcharte de mi lado… Quise verte al día siguiente, pero te negaste y no quise imponer mi voluntad, tal vez eso te hizo sentir que me daba lo mismo lo que te pasaba, pero no era así… Nunca fue así, solo que no sabía cómo lidiar con tu carácter porque siempre has sido más fuerte que yo, cuando tomabas una decisión no había nada en la tierra capaz de hacerte desistir. —Benjen se estaba exponiendo como no lo había hecho antes, mostrándole su alma. —¡Por Dios, hijo… si lograste perdonarme ¿qué te impide hacerlo con tu padre?! Él te ama tanto como yo, no puedo creer que estés tan ciego y no puedas verlo —cuestionó, liberando su llanto al ver que el rencor separaba cada vez más a padre e hijo, eso le rompía el corazón. —Yo soy el que no puede creer cuán ciega está, madre, él la separó de mí cuando apenas era un niño, jugó con sus sentimientos y estuvo a punto de arruinar su vida. Aun así, usted aceptó casarse con él y darle dos hijos. —Le recordó, mirándola con desconcierto porque no entendía esa devoción que le mostraba a su padre. —¡Ya basta, Terrence! No permitiré que le hables así a tu madre, yo cometí muchos errores y, créeme, los he pagado muy caro, pero no pienso quedarme toda la vida sumido en la derrota a la que me llevaron mis decisiones —pronunció de manera categórica para detener los ataques que él le hacía a su esposa—. Fue precisamente Amelia quien me hizo ver todo eso… me llenó la vida de felicidad de nuevo y me hizo creer en mí, ella me otorgó su perdón y logró hacer que yo también me perdonara. Te juro que no existe nada que desee más en esta vida que obtener también el tuyo; sin embargo, sé que me odias y que ese sentimiento está completamente justificado… Ahora, lo que no te permito es que dudes del amor que le profeso a tu madre. —¿La ama? ¿Cómo puede decir que la ama después de todo lo que le hizo? —preguntó perplejo ante su desfachatez. —Sí, la amo… y sé que nunca tendré cómo compensarla por todo el daño que le hice. Tampoco creo que me alcance la vida para entregarle la mitad de la felicidad que ella me ha dado, ni la familia con la que siempre soñé tener y que ahora tú pretendes menospreciar. —Lo vio separar los labios para interrumpirlo, pero fue más rápido y continuó—: Esto no es una mentira ni un teatro, nosotros no estamos confabulados para hacerte creer que ahora todo será perfecto, sabemos que nos quedan muchas cosas por superar, pero te juro que lucharé cada día por mi mujer y mis hijos… no seré nunca más el cobarde que conociste… —pronunció, temblando, porque sabía todo lo que estaba en juego—. Bien, este soy yo, tú verás si me aceptas o no, estás en todo tu derecho de hacer lo que mejor te plazca, ya eres un hombre y, si antes no me obedeciste, evidentemente no lo harás ahora, así que tú decides —mencionó y aunque su voz vibraba por las emociones que lo embargaban, también estaba repleta de convicción. Sabía que estaba arriesgando toda posibilidad de una reconciliación con Terrence, pero se

había jurado hacer las cosas bien, sin mentiras ni manipulaciones. Deseaba obtener el perdón de su hijo, pero solo si lo recibía sinceramente, porque no quería que ese odio que sentía lo siguiese carcomiendo, el perdón debía ser de corazón. —No me sorprende en lo absoluto su actitud, padre. Se había tardado mucho en sacar a relucir su verdadera esencia y mostrarse como la víctima, para así poder imponerse —respondió dolido. —No te estoy imponiendo nada… te estoy dando la libertad que no tuviste antes, esa que tantas veces te negué —respondió con un tono más calmado porque no deseaba perderlo. —Al menos, reconoce que siempre fui su maldito prisionero —espetó Terrence y el rencor no menguaba dentro de él. —Sí, lo reconozco. Así que, si quieres culpar a alguien, aquí estoy… ¿Quieres descargar todo tu odio? Aquí me tienes… ¿Quieres gritar, insultar o menospreciar a alguien? Estoy dispuesto a soportarlo todo porque sé que lo merezco —sentenció, mirándolo a los ojos. —¡Benjen… por favor, ya no sigan…! —suplicó Amelia, poniéndose de pie para intentar mediar entre ambos. —Sabe que no puedo perdonarlo y hacer como si nada hubiese pasado, yo fui quien pagó por esos errores que cometió… Usted me debe tanto… —esbozó Terrence como pudo, porque ese nudo en la garganta apenas le permitía hablar con claridad. Se sentía tan contrariado que no sabía cómo actuar ni qué decir; porque una parte de él, necesitaba saber que tendría un puerto seguro, que ya nunca más volvería a estar a la deriva. Sin embargo, algo en su interior seguía resistiéndose, era ese niño que había sufrido durante años, por la cobardía de su padre, que se sintió tan abandonado, que buscó refugio en el primer extraño que lo llamó hijo. —No pretendo que lo hagas, yo no puedo borrar el pasado… pero si me das la oportunidad lucharé por darte todo eso que te negué, permíteme ser ese padre que nunca supe ser, solo te pido una oportunidad para estar cerca de ti y apoyarte cuando lo necesites… solo deseo hacerte saber que puedes contar conmigo, Terry, para lo que sea y cuando sea… que me dejes demostrarte que siempre te amé, aunque no supe cómo expresarlo antes —pronunció con la voz ronca por las lágrimas que lo ahogaban. Terrence se quedó en silencio mirando al hombre frente a él, ese mismo que antes parecía tan obstinado, frío e imperturbable, ese que durante mucho tiempo llegó a sentir que odiaba. No obstante, recordaba esas ocasiones que mencionó, era cierto que había intentado acercarse a él, pero había sido tanto su rencor que no se lo permitió; por el contrario, lo rechazó con mayor fuerza, se volvió intransigente, rebelde y mantuvo esa posición ante él y ante la vida. Tan solo era un chico y ya sentía que odiaba a todo y a todos, menos a Victoria, a ella la amaba porque solo ella se había metido hasta el fondo de su alma y su corazón. Sin embargo, ahora ella también lo había engañado; se sentía tan cansado de luchar contra la corriente, ya no podía odiar, solo quería ser feliz, solo eso. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, pero él seguía inmóvil. Amelia le dio un suave apretón en la mano a Benjen y le dedicó una mirada, pidiéndole que se acercara hasta su hijo, porque podía ver cómo el dolor y también el agotamiento hacían estragos en su pequeño, y le dolía demasiado verlo tan indefenso y perdido. Benjen dio un par de pasos quedando frente a su hijo, que parecía mirar hacia la nada, le apoyó las manos en sus hombros y pudo sentir una gran tensión, como si estuviese luchando para no derrumbarse. De pronto, levantó esos grandes y expresivos ojos azules, la mirada que le dedicó lo hizo estremecer, sin palabras, Terrence le estaba dando esa oportunidad que le pedía, pero al mismo tiempo le estaba dejando en claro que no soportaría una nueva desilusión.

Las lágrimas se desbordaron de los ojos de Terrence y Benjen le acunó el rostro, para con una mirada confirmarle que podía confiar en él y que no debía temer. Ya no estaría nunca más solo, lo abrazó con fuerza, dejando libre su propio llanto y los sollozos lo hicieron temblar porque ahora sí sentía que había recuperado a su hijo. Terrence no pudo evitar acompañarlo en esa emoción y también se aferró a ese abrazo, sentía que por primera vez en su vida su padre lo abrazaba, le daba esa muestra de afecto que tanto tiempo esperó, esa por la que pasó noches enteras llorando. Sentía como si un peso lo hubiese liberado, un peso que había cargado durante años y que ni siquiera siendo Fabrizio Di Carlo, lo había dejado, era como si una parte de su corazón y su alma hubiese sido liberada con ese abrazo. Amelia observaba el cuadro y sentía su corazón latir con fuerza, lleno de emoción y felicidad, había soñado tanto con esa imagen que sus ojos presenciaban en ese instante. Lo quiso desde que vio a su hijo con vida, y mucho antes de eso, había deseado tanto que ellos limasen sus asperezas y llegasen a tener esa unión. Se acercó despacio y pasó sus brazos por las cinturas de los dos hombres que más amaba en el mundo, dándole gracias a Dios por haberle cumplido ese sueño en el que había dejado de creer desde hacía mucho, pero que ahora era una hermosa realidad que le llenaba el corazón de júbilo. —Gracias —esbozó Benjen, una vez que se separaron, mirándolo a los ojos y posando una mano en su mejilla de manera paternal—. Te prometo que daré lo mejor de mí para no defraudarte nunca más. —Solo cumpla con su palabra, no soy de los que dan segundas oportunidades y lo sabe… — respondió, alejándose del abrazo, porque aún le costaba tener ese tipo de cercanía con el duque, no era que le resultara desagradable; sin embargo, debía acostumbrarse primero para poder sentirse cómodo, lo mismo le pasó con Luciano. —Lo sé —admitió con esa sonrisa que había heredado a él. —Bien. —Terrence se pasó las manos por el rostro para secarse las lágrimas y también se acomodó el cabello—. Deseo ver a mis hermanos antes de irme —pidió, mirando a su madre. —¿Cómo que te vas? ¿Por qué? —cuestionó Amelia, parpadeando desconcertada—. Pensé que te quedarías con nosotros. —No puedo, todavía tengo muchas cosas que atender, mi hermana… —calló, recordando que no lo era—. Fransheska debe estar preocupada porque no la he llamado —contestó sin mirarlos. —Comprendo… —murmuró Amelia, dolida porque él tenía otro hogar ahora—. ¿Ella sabe la verdad? —preguntó, preocupada. —No… todavía no, primero tengo que hablar con Luciano, pero él no llegará hasta dentro de unos días… He decidió quedarme en esta ciudad hasta entonces, necesito saber realmente lo que sucedió para poder hablar con ella… y con los demás —respondió, manteniendo la mirada en sus manos, porque también se refería a Victoria. —En ese caso, podrías hacerlo aquí… también tenemos teléfono desde donde puedes llamarla —sugirió Amelia, con una encantadora sonrisa, para ver si así lo convencía. —Le resultará sospechoso si me llama al Palace y le dicen que ya no estoy allá —alegó, cortando sus intentos por persuadirlo. —Respetaremos como decidas llevar las cosas, pero sí me gustaría que te quedaras un poco más para hablar de lo que sucedió. Hasta ahora el detective que investiga tu caso, solo se enteró que Luciano Di Carlo estaba en América cuando ocurrió el accidente, eso también lo confirmó Brandon Anderson, pues se reunieron días antes para hacerle entrega de un cuantioso préstamo en efectivo —Le informó Benjen. —¿Brandon sabe quién soy realmente? —inquirió, parpadeando con nerviosismo, si él lo

sabía, entonces Victoria también. —Comenzó a sospecharlo estando en Italia, pero yo se lo confirmé cuando le hablé de tus visitas al doctor Rutherford. —¿Y… ella también lo sabe? —El miedo impidió que pronunciara el nombre de la mujer que amaba y que no sabía si era su novia o su ex. —No… la situación con Victoria es más complicada —dijo Amelia y le acarició el brazo al percibir cómo se tensaba. —¿Qué quiere decir? —cuestionó Terrence, sintiendo cómo el miedo formaba un vacío en su estómago. —Ella está muy confundida, bueno, esa fue la impresión que nos dio cuando hablamos en el Palace… Victoria piensa que el parecido entre Fabrizio Di Carlo y tú no es más que una «asombrosa casualidad» esas fueron las palabras que usó —respondió Amelia y lo vio fruncir el ceño—. Ella dice que solo se parecen físicamente, pero sus personalidades son distintas —añadió y aún seguía sin comprender porque ella había dicho eso, pues en cuanto ella lo vio supo que era su hijo y su comportamiento seguía siendo igual que antes. —Yo la cuestioné, porque no entendía cómo podía estar tan segura de que no eran la misma persona, y me dijo que había muchas pruebas de la existencia de Fabrizio Di Carlo… obviamente, no pude rebatir eso, porque yo mismo fui hasta Italia y comprobé que existió; no solo eso, también le ayudé a su padre a buscarlo cuando se enlistó en La fuerza Expedicionaria, aunque en ese entonces, no sabía del parecido que existía entre ustedes —explicó Benjen. Terrence se quedó en silencio mientras analizaba las palabras de sus padres, así como lo que había sucedido en la estación de trenes de París y que cada vez estaba más presente en su cabeza, pero no les hablaría de eso todavía, porque comenzarían a interrogarlo y él no tenía las respuestas. Sintió la mano de su madre acariciarle la espalda para traerlo de regreso, la miró y sonrió al percibir cuanto cariño había en ese gesto; recordó algunos de sus momentos juntos y un cúmulo de emociones se apoderó de su pecho, por lo que se acercó y la abrazó. —Lamento mucho haberme portado como lo hice, usted no merece un solo reproche; no, después de todo lo que debió sufrir al creerme muerto —mencionó con los ojos colmados en llanto. —Ya no vuelvas a decir eso, por favor —suplicó, porque la lastimaba con solo recordarlo—. Lo importante es que has regresado, que eres tú mismo… y tu actitud de hace unos minutos es parte de tu carácter, siempre fuiste así; es nuestra culpa, te heredamos el orgullo y la terquedad, pero también la perseverancia y la fortaleza, eres un ser tan extraordinario Terrence Oliver Danchester Gavazzeni —esbozó todo su nombre, con una gran sonrisa, al tiempo que le acariciaba la mejilla, adoraba poder llamarlo por su verdadero nombre. —Concuerdo con tu madre —añadió Benjen sonriendo, para aligerar la tensión que pareció embargarlo, suponía que no sería fácil pasar de la noche a la mañana de ser alguien más a él mismo. Amelia también notó el cambio en su hijo e intercambió una mirada con su esposo, ya Clive les había advertido que incluso si él recuperaba sus recuerdos, eso no significaba que el proceso hubiese finalizado. Terrence aún debía aprender a sentirse bien siendo él mismo y eso se llevaría su tiempo, hasta que lograra salirse del personaje que había interpretado durante cuatro años; ella sabía lo que era eso, así que estaba dispuesta ayudarlo para que fuese más sencillo. —Ven, cariño, vamos a sentarnos… tenemos tanto que contarnos. —Madre… debo irme, tengo cosas que atender y seguramente ustedes también —comentó él, sin poder evitar que su madre lo llevara casi arrastras a uno de los sillones.

—Has pasado cuatro años lejos de mí y ya te quieres ir, por favor hijo, no hagas eso, me romperás el corazón si te marchas ahora —dijo y sus ojos se colmaron de lágrimas, porque lo decía en serio. —Quédate al menos unas horas, Terrence, así verás a tus hermanos, imagino que ahora que conoces el lazo que los une, vas a querer verlos y conocerlos mejor. —Benjen apeló un poco al chantaje emocional, sabía que eso quizá lo convencería de hacer lo que le pedía. —Está bien, me quedaré… —aceptó, disimulando un suspiro. Miró esos ojos azules que lo veían con verdadera emoción, y sonrió. —Maravilloso —expresó Amelia, dándole un beso en la mejilla. Comenzaron hablar de lo más relevante que habían vivido durante esos cuatro años, Terrence los sorprendió al decirles que había estudiado un año de Comercio Internacional en Cambridge. Sin embargo, que después de darse cuenta que no era para él, decidió pedirle a Luciano que lo dejara trabajar en los laboratorios y aprender con la práctica. Deseaba ayudarlo a levantar el negocio que casi había quedado en la ruina luego de que él descuidara todo y pagara grandes sumas de dinero en su búsqueda, se sentía responsable de casi llevar a la familia a la quiebra por sus malas decisiones. Ahora que sabía que nada de eso fue su culpa, no sentía que Luciano se hubiese aprovechado de él para hacer que el negocio prosperara, tampoco se arrepentía de haberlo hecho, porque después de todo, ese trabajo lo ayudó a sobrellevar sus problemas, le dio un nuevo motivo a su vida. Eso fue lo que les dijo a sus padres cuando vio que ambos endurecían sus semblantes, tal vez imaginando que Luciano se valió de su ignorancia para abusar de su buena voluntad; a pesar de todo lo que había pasado, él no conseguía odiar al hombre que lo había tratado como a un hijo en los últimos cuatro años. La conversación se trasladó a la vida de sus padres, Terrence ya se imaginaba que luego de la muerte de Katrina Clydesdale, nada les impedía estar juntos de nuevo. Sabía que su madre nunca había dejado de querer a su padre y que él de cierta manera también seguía amándola, pero que nunca tuvo el valor para dejar su vida de mentiras; al menos eso pensaba, pero lo sorprendió cuando le dijo que le pidió el divorcio a su madrastra antes del accidente y que ya no vivía en el palacio. Luego resumieron lo que habían sido los dos años que llevaban juntos y cómo se sorprendieron al saber que estaban esperando a sus hijos. Terrence aprovechó la oportunidad para aclarar de una vez la duda de que Fabrizio fuese su hermano gemelo, a lo que su madre le respondió lo mismo que le dijera a Benjen, que ella solo lo había tenido a él y, que tal vez lo del parecido, no era más que una asombrosa casualidad como había dicho Victoria. —Supongo que por la hora no habrás desayunado —mencionó Amelia, casi una hora después, al ver que se quedaban sin nada de qué hablar, pero ella deseaba retenerlo a su lado un poco más. —No, pero no tengo apetito —dijo negando con la cabeza. —Eso cambiará cuando sepas lo que Lorenza tenía pensando hacer para el desayuno, su deliciosa crostata con salsa de fresas —dijo con una gran sonrisa y vio cómo la mirada de su hijo se iluminaba—. Sé que te encantaba y dudo que eso haya cambiado, así que no te hagas de rogar y quédate a comer con nosotros, así compartes con tus hermanos también —añadió, para terminar de convencerlo. —Dominique se pondrá feliz al verte —agregó Benjen, sonriendo. —Está bien, solo para compartir un poco más con mis hermanos. —Realmente deseaba verlos una vez más, poder abrazar a Dominique, también a la muñequita Madeleine y el bribón Evans. Salieron del despacho para ir en busca del resto de la familia, cuando llegaron al salón, vieron

a Dominique bajando las escaleras, ella se mostró sorprendida al ver a su hermano allí, pero mucho más de ver que su padre y Amelia estaban en ropas de dormir. De inmediato, su pecho albergó la esperanza de que lo que tanto esperaban hubiese sucedido al fin; sin embargo, se obligó a no mostrar tanto entusiasmo, pues en caso de que no fuese lo que esperaba, no cometería un error. —Señor Di Carlo… digo Fabrizio… qué sorpresa tener su visita —dijo acercándose con una sonrisa para saludarlo. —Creo que tendré que buscarte otro sobrenombre, ya no te quedará hurraca parlanchina, ahora eres toda una señorita —pronunció, con una gran sonrisa y vio cómo ella abría mucho los ojos. —¡Terry! —gritó desbordando felicidad y lanzándose hacia él. —Hola Dominique —la saludo, doblándose para recibir ese abrazo que ella le ofrecía, la sintió temblar y sollozar—. ¡Ey! ¿Por qué lloras? —inquirió, separándose un poco para mirarla a los ojos—. Ya sé, no estás feliz por verme —bromeó, pero ella solo negó con la cabeza y siguió llorando, rodeándole el cuello con los brazos. —No… no, claro que no… —contestó alejándose un poco para mirarlo a los ojos—. Es que estoy demasiado feliz de que ya me recuerdes… lloro de felicidad y… tengo tanta emoción dentro de mí que no sé cómo controlarla, te extrañé mucho, Terry —expresó de manera entrecortada por el llanto. —Yo también estoy feliz, Dominique… no puedo creer cuanto has crecido, pensé que siempre serías una enana parlanchina, pero mira qué sorpresa, eres una hermosa señorita —mencionó, mirando en detalle a su hermana, era como si la estuviese viendo por primera vez, le dedicó una sonrisa y la abrazó de nuevo. —Pues, yo siempre supe que serías tan guapo a como luces ahora, aunque estás mucho más alto, incluso más alto que papá… —Dominique tiene razón, ya me pasaste en altura —comentó Benjen, orgulloso del hombre el que se había convertido su hijo. —Los años no nos pasan en vano, querido, parece que nos vamos encogiendo con cada cumpleaños —acotó Amelia, riendo—. Qué les parece si ustedes dos charlan un rato, mientras nosotros subimos a cambiarnos —sugirió mirándolo, aunque no quería alejarse de su hijo, no podían andar por la casa en ropa de dormir. —Claro —dijo Terrence, acariciando el cabello de su hermana. Vio a sus padres alejarse y fue inevitable algo de emoción al notar cuán radiante lucía su madre, e incluso su padre parecía otro hombre. —¿Te quedarás con nosotros? —preguntó Dominique, emocionada, mostrando una gran sonrisa. —Solo un par de horas, tengo algunas cosas que hacer aun y… —Pero Terry, eso no es justo… ¿Por qué tienes que irte? Además, ¿a dónde irás? Esta es tu casa y nosotros somos tu familia, apenas te hemos recuperado y ya te perdemos de nuevo, no es justo —le reprochó y su mirada se cristalizó por las lágrimas. —Princesa parlanchina, aún tengo muchas cosas que aclarar —bromeó, para alejar esa sombra que se posó sobre ella, pero no hizo mella en la molestia de su hermana; por el contrario, su barbilla tembló como claro gesto de estar aguantando las lágrimas—. Dominique… necesito que me comprendas, por favor, esta situación también es difícil para mí, en realidad es sumamente complicada y aun no sé cómo manejarla, me encantaría poder quedarme, pero no puedo —agregó mirándola a los ojos, esperando su comprensión. —Al menos quédate hoy con nosotros, tengo tanto que contarte… por favor. También, te

encantará jugar con Madeleine y Evans, son tan hermosos, tiernos y divertidos… ellos también son tus hermanos, Terry —mencionó, emocionándose de nuevo. —Está bien, me quedaré… —accedió porque ella tenía razón, ellos eran su verdadera familia y merecían estar junto a él después de tantos años creyéndolo muerto—. ¿Dónde están esos dos bribones? —preguntó con una sonrisa traviesa. —Ya deben estar despiertos, seguramente sus niñeras no tardan en bajar con ellos — respondió con una sonrisa que iluminaba su mirada. —Vamos a esperarlas aquí… —dijo en un tono cómplice y se la quedó mirando, asombrado ante lo rápido que había crecido, cuando él dejó el palacio de Blenheim, ella apenas tenía siete años, era la única de sus hermanos que lo trataba bien—. En verdad, tienes un gran poder de convencimiento, lo heredaste del duque —indicó divertido, mientras se sentaba junto a ella en uno de los sillones del salón. —Deberías llamarlo padre… eso lo haría muy feliz —comentó parpadeando, sabía que la relación de ellos no era muy cordial, recordaba que siempre que se veían acababan discutiendo. —Te prometo que lo intentaré, aunque no creo que sea algo que ocurra de la noche a la mañana, tengo que acostumbrarme. —Está bien…, pero debes darte prisa porque si no Evans y Madeleine lo harán primero — expresó, divertida. Cuando Terry vio a sus hermanos quedó completamente hechizado, si lo habían cautivado antes cuando no era consciente del lazo que los unía, esta vez el impacto fue mucho mayor. Comenzó a detallarlos con interés, encontrando rasgo de sus padres y hasta suyos; bueno, era lógico siendo hermanos, pero aun así no dejaba de sorprenderlo. Su hermana tenía razón era maravilloso estar con los gemelos, poder disfrutarlos con total libertad, pues ya no se cohibía al cargarlos y jugar con ellos. El salón se llenó de risas y por primera vez en muchos días, podía decir que estaba feliz de haber regresado, de saber quién era, que tenía una hermosa familia que estaba dispuesta a ayudarlo. Sus padres los encontraron jugando y se sintieron muy contentos, pero lo estuvieron más cuando Dominique les confirmó que Terrence se quedaría todo el día con ellos. Él no se sentía del todo seguro, porque no estaba acostumbrado a compartir así con su padre, una cosa era estar allí como su invitado y otra como su hijo. Sin embargo, lo que pensó que a lo mejor terminaba siendo un martirio, resultó en un día realmente agradable, hasta esbozó varias sonrisas que nacían de manera espontánea, y sorprendentemente pudo sentirse cómodo frente a su padre, sentados en la misma mesa; además, descubrió que podían conversar sin llegar a una discusión. Cuando la cena terminó todos pasaron al salón, por sugerencia de Amelia para compartir el postre, intentaban mostrarse felices, pero ante la inminente partida de Terrence, la tristeza se apoderó de ellos. Hasta él sintió que esa despedida era bastante dura e injusta como le había dicho su hermana, pero seguía teniendo muchos asuntos pendientes consigo mismo. Mientras caminaba hacia la salida en compañía de su familia, sus pasos se iban haciendo más pesados; sin embargo, logró llegar hasta su auto, pero las miradas bañadas por las lágrimas de su madre y Dominique le impidieron subirse. No le llevó mucho tomar la decisión de quedarse con ellos, aunque fuese por esa ocasión, caminó de regreso y su familia lo recibió con los brazos abiertos, mientras le sonreía, haciéndolo sentir verdaderamente como parte de ese hogar.

Capítulo 33 La luz de media mañana entraba por el gran ventanal, iluminando su oficina y el silencio reinaba en el lugar; sin embargo, Brandon no lograba concentrarse en el balance que tenía en sus manos y debía aprobar para ser presentado en la próxima junta. Se puso de pie y caminó hasta el ventanal, dejando que su mirada se perdiese entre las calles de la ciudad, mientras sus pensamientos lo llevaban a la llamada que hizo una hora antes a la casa de los Danchester. Todavía no podía salir del asombro que le provocó confirmar con Benjen, que ciertamente Fabrizio no era otro que Terrence, que había logrado romper su bloqueo y recuperado parte de su pasado. Ambos llegaron a la conclusión que ver esas fotografías que Victoria conservaba de él, fue lo que consiguió quebrar la coraza que mantenía atrapados a sus recuerdos; aunque aún había episodios que no lograba recordar, como lo que sucedió el día del accidente. Mientras hablaba con el duque, lo fue invadiendo la preocupación, porque sabía que eso sería devastador para Fransheska, ella realmente creía que Terrence era Fabrizio, y lo adoraba tanto, que enterarse de toda la verdad la haría sufrir demasiado. También estaba la situación de su suegro, aunque Benjen no habló de tomar acciones legales contra Luciano, sabía que ganas no le faltaban, pero estaba seguro de que era Terrence quien se lo impedía. Por otro lado, estaba su prima, para Victoria no sería fácil asimilar toda esa situación, aunque era evidente que aún ama a Terrence y que estuvo todo ese tiempo negándose a ver lo que tenía delante de sus ojos. No sería sencillo asumir de la noche a la mañana un cambio tan drástico; sobre todo, porque ella se había aferrado a la imagen de Fabrizio como si fuese un salvavidas, con él pretendía enmendar todos los errores que había tenido con Terrence y por eso lo idolatraba tanto. Su mirada se perdió en un punto imaginario durante algunos minutos mientras buscaba la manera de hablar con su prima, decidió que sería mejor brindarle la oportunidad de desahogarse y, tal vez de esa manera, pudiese definir con mayor claridad sus sentimientos. Caminó hasta el perchero y buscó su chaqueta, no tenía caso quedarse allí mientras no pudiera concentrarse, lo mejor era salir, tal vez un poco de aire fresco lo ayudaría a despejar su mente. —Nancy, saldré un momento… tengo algunas preocupaciones que no me dejan concentrar, por favor, avísale a Robert que le haré llegar el balance más tarde —le informó a su secretaria. —Claro, puedes ir tranquilo, cualquier cosa que surja nosotros la atenderemos —comentó ella con una sonrisa, sabía que su jefe estaba muy atribulado por la situación que estaba viviendo su prometida. La presidencia del consorcio bancario quedaba algo aislada del resto de las oficinas, debían atravesar un largo pasillo decorado por los retratos de los accionistas principales, muchos de ellos ya habían fallecido, pero por el significado que habían tenido para los bancos, se mantenían allí. Abrió la pesada puerta de roble oscuro y de inmediato los dos hombres que custodiaban el lugar se pusieron de pie, los guardaespaldas se sorprendieron al verlo, tal vez porque no era habitual que él saliera de la oficina, sus obligaciones no se lo permitían, a veces hasta debía almorzar allí. —Saldremos un rato, chicos… necesito despejar mi mente.

—Por supuesto, señor Anderson… ¿Desea ir a algún lugar en específico? —preguntó para evaluar si sería un sitio seguro o si debían tomar medidas adicionales para resguardarlo. —No, solo deseo respirar algo de aire fresco —contestó de manera casual, resignándose a la compañía de los dos hombres, aunque sabía que le ayudaría más estar solo, pero de momento no era conveniente. —Podemos ir al Parque Lincoln, está alejado del bullicio del centro ¿le parece? —Le consultó Edgar, mientras caminaba junto a él. —Sí, está bien —respondió de acuerdo con la elección. Brandon tenía por costumbre bajar al vestíbulo y salir por la puerta principal; a diferencia de otros accionistas que bajaban en el elevador directamente al estacionamiento subterráneo. A él le gustaba saludar a sus empleados, que lo sintieran cercano y que pudieran llegar hasta él si deseaban hacerle alguna sugerencia o plantearle sus dudas; sabía que eso afianzaba su relación y ayudaba a crear una unión mucho más fuerte e incluso un sentido de lealtad más genuino. —Buenos días, señor Anderson —lo saludaban a su paso. —Buenos días, señores, señoritas —respondió con una sonrisa amable y mirándolos a los ojos. Los guardaespaldas se adelantaron para abrirle la puerta, uno de ellos salió primero y paseó su mirada por el lugar, luego asintió con su cabeza dando la señal de que era seguro. Sin embargo, antes de que Brandon pudiese abordar su auto, que ya lo esperaba estacionado a un par de metros, fue interceptado por dos hombres que bajaban de otro vehículo; de inmediato sus custodios se pusieron alerta y lo resguardaron detrás de ellos, sacando sus armas para evitar que los desconocidos siguieran avanzando. —Tranquilos, venimos en son de paz —comentó uno de ellos con marcado acento italiano; al tiempo que mostraba media sonrisa. —No den un paso más —Les advirtió Edgar, mirándolos fijamente. —¿Qué quieren? —preguntó Brandon con las facciones de su rostro endurecidas por la rabia, estaba casi seguro de que esos hombres tenían que ver con Martoglio, eran de la misma calaña. —Nuestro jefe desea hablar con usted… es importante. —Yo no tengo tiempo para hablar con delincuentes —espetó y dio un par de pasos dispuesto a pasar por encima de esos hombres. —Lamento que tenga esa impresión de mí… señor Anderson —esbozó John desde el interior de su auto, que tenía la puerta abierta, no tardó en mostrar su rostro—. Yo solo soy un empresario como usted y he venido a hacer negocios —añadió con una sonrisa. —Lo siento, señor Torrio, pero no hago los mismos negocios que usted, creo que se ha equivocado de persona —respondió Brandon con la voz tensa, sabía que ese hombre había conseguido todo lo que tenía, cometiendo los peores crímenes. —Este tal vez le interese… por favor, suba al auto —Lo invitó con un ademán de su mano, mientras le sonreía para brindarle confianza. —De ninguna manera —sentenció Edgar, antes de que su jefe pudiera responder, sabía que hacer eso sería muy peligroso. —Ya le dije que no tengo nada que hablar, ahora si no le importa, quisiera seguir con mi camino —agregó Brandon y siguió hasta su auto. —Ni siquiera si le digo que tengo en mi poder a Enzo Martoglio —esbozó, dejando que ese nombre vibrara en el aire. A Brandon un escalofrío le recorrió la espalda, su corazón que ya estaba algo agitado, se desbocó y el aire se le atascó en el pecho, mientras ese nombre seguía resonando en su cabeza. Su

cuerpo se movió por voluntad propia y giró para poder mirar al mafioso, que había salido de su auto y lo veía con una especie de sonrisa que daba la sensación de ser más una mueca; el muy miserable sabía que tenía en sus manos algo que no podía ignorar y por lo que estaba dispuesto aceptar esa charla. —Imaginé que sería algo de su interés… si es tan amable, me gustaría tener unos minutos de su tiempo para hacerle una propuesta —dijo John, señalando una vez más el interior del auto. —Señor Anderson… —Edgar se interpuso al ver que él pensaba aceptar la invitación de Torrio—. No es seguro que suba a ese auto. —Tranquilo —murmuró, mirándolo a los ojos—. Señor Torrio, si desea tener una reunión conmigo, tendrá que ser en mi oficina, no acostumbro a hacer tratos en autos —se dirigió a él. —No creo que le convenga que me vean entrar a su oficina, señor Anderson, pero si es lo que desea —aceptó, encogiéndose de hombros. —Por favor, vengan conmigo. —Brandon le hizo un ademán hacia la puerta, era una persona honesta y no temía a las habladurías, si alguien lo cuestionaba solo diría la verdad. Torrio entró acompañado de Alphonse y Ricardo, ni siquiera se había molestado en obtener una cita con el banquero porque sabía que se la negarían. Pero al parecer, el hombre estaba tan enamorado de su prometida, que no le importaba arriesgar su reputación permitiendo que lo vieran junto a él, con tal de deshacerse de Enzo Martoglio. —Desde este lugar, solo pasan las personas de entera confianza del señor Anderson… y sus invitados —masculló Edgar, deteniendo a los dos matones que acompañaban al mafioso. —Esperen aquí, muchachos —les ordenó John, para no caldear más los ánimos, podía ver el reto y el desprecio con que se miraban. —Como ordene, jefe —murmuró Alphonse y lo vio desaparecer tras la puerta con el banquero. Se paró al otro lado del pasillo, junto a Ricardo, se sentía tenso y algo nervioso también. —Señor Brandon… no pensé que volvería tan pronto —comentó Nancy al verlo llegar acompañado por un elegante caballero. —Se me presentó algo, por favor, dile a Robert que venga un momento —pidió mientras abría la puerta de su despacho. —Enseguida —mencionó, desviando la mirada del extraño caballero y agarró el auricular para marcar la extensión. Brandon le hizo un ademán para que se sentara, mientras él rodeaba su escritorio para tomar asiento en la silla de presidencia, todos sus músculos estaban tensos y su corazón mantenía ese ritmo agitado, que por momentos llegaba a provocarle cierta presión en el pecho. El silencio se hacía cada vez más pesado, pero por suerte, Robert no tardó en aparecer y eso aligeró la rigidez del ambiente. —Le presentó a mi asesor. —Brandon se puso de pie. —Encantado, Robert Johansson —dijo mirándolo, le resultaba conocido, aunque no lograba ubicarlo entre los clientes del banco. —Es un placer, John Torrio —mencionó y vio cómo el semblante del hombre cambiaba por completo, al reconocerlo. —El señor me ha dicho que tiene información que nos puede interesar —indicó Brandon, al ver la interrogante en la mirada de su asesor—. Se trata de Enzo Martoglio —agregó para que supiera el motivo por el que había accedido a reunirse con él. —Entiendo —esbozó Robert y ocupó el sillón junto al italiano. —Bien, señor Torrio, lo escuchamos —lo animó Brandon, reclinándose en su silla para

intentar que su cuerpo se relajara. —Como le mencioné, tengo en mi poder al hombre que están tratando de mantener alejado de su prometida. —Vio cómo el banquero se tensaba—. Él conoce a uno de mis muchachos y llegó pidiéndole ayuda, en principio solo quiso un lugar donde pudiera estar sin ser molestado por la policía, nos dijo que había tenido algunos problemas en Italia por falsas acusaciones, y que acabó en la cárcel de donde tuvo que escapar —explicó con tono pausado. —¿Falsas acusaciones?… ¡Miserable! —masculló Brandon, sin poder contenerse y un fuego se extendió por su pecho. —Continúe por favor, señor Torrio —pidió Robert, consciente de que debía ser el racional en ese momento, porque Brandon podía dejarse llevar por sus emociones y acabar haciendo un trato con quien menos debía, conocía perfectamente quién era ese hombre. —También compró uno de nuestros autos. —Se refería aquellos que habían sido alterados de alguna manera, para que no fuesen fáciles de rastrear por la policía—. Y finalmente, adquirió un par de armas, alegando que era solo por precaución; en ese momento no mencionó el motivo que lo había traído hasta América y pensamos que solo deseaba tener un nuevo comienzo —dijo con algo de sorna. —¿Cómo lo relacionaron con nosotros? —inquirió Brandon, mirándolo fijamente, para saber si decía la verdad o mentía. —Porque una semana después se apareció solicitando un par de hombres, Al le preguntó a qué se debía eso y él le inventó todo un cuento romántico… que había conocido a una chica en Florencia de la que se había enamorado perdidamente y que ella también de él, pero que sus padres no aprobaban esa relación, así que los separaron mandándolo a él a la cárcel y a ella hasta América para obligarla a casarse con un hombre de mucho dinero. —¡Maldito mentiroso! —exclamó Brandon, golpeando con fuerza el escritorio y se puso de pie dejando a los dos hombres asombrados, no esperaban ese arranque de su parte—. Es un enfermo… él casi asesina a mi prometida y tiene el descaro de decir que la ama. —Brandon, intenta calmarte, por favor —pidió Robert, para que no se mostrara tan afectado delante de Torrio. —Luego de enterarme del nombre de la joven, supe que se trataba de su prometida, así que investigué un poco para saber si lo que decía era cierto, pero confirmé que era todo lo contrario, le dije a mis chicos que lo capturaran y ahora está bajo mi custodia. —¿Por qué no lo entregó a las autoridades? —La pregunta de Robert podía parecer muy inocente, pero era justamente la que debía hacer para que el mafioso mostrara sus verdaderas intenciones. —Soy un hombre de negocios y pensé que a lo mejor podíamos hacer un trato; además, las autoridades en esta ciudad son muy fáciles de sobornar, Enzo tiene dinero para pagarles y que lo dejen escapar, tal como hizo en Italia —expuso algo que no era un secreto—. Yo puedo librarlos de él para siempre, si lo desean… —¿Y qué desea a cambio? —Brandon fue directo al grano. —Unos almacenes que ustedes embargaron hace unos meses, quiero diversificar el negocio. —Lo lamento mucho, pero nosotros no vamos a colaborar con sus actividades delictivas, señor Torrio —sentencio Robert enseguida. —Las empresas que pondría en ese lugar no tendría nada que ver con mis otras actividades, serían totalmente legales… le he prometido a mi madre y a mi esposa que comenzaré a alejarme de la mafia, pero para ello, requiero crear un negocio del que pueda sustentarme. —¿Qué tipo de actividades se llevarían a cabo en esos almacenes? —preguntó Brandon,

ignorando la mirada de reproche de su asesor. —Manufactura…, mi madre era costurera y sabe del negocio, he pensado que el otro podría ser una fábrica de envases. La comida enlatada dejó de ser alimento de soldados y se convirtió en alimentos para pobres; por cómo van las cosas, tendremos muchos pobres en los próximos años… así que será un buen negocio —contestó con media sonrisa, confiaba en que su discurso lo convencería. —Todo eso suena muy bien, señor Torrio, pero… —Tenemos que pensarlo —comentó Brandon, interrumpiendo a Robert, sabía que se ganaría una buena reprimenda de su asesor, pero estaba realmente desesperado por acabar con todo eso. —Por supuesto, le daré algunos días para que tome una decisión, solo intente que no sean muchos, porque Martoglio es un hombre difícil de vigilar y mis muchachos tienen su temperamento, por lo que esto puede salirse de control —alegó y sacó del bolsillo de su abrigo, un par de fotografías que puso sobre el escritorio—. Le dejo esto para que vea que está tratando con un hombre de palabra. —Lo acompaño —mencionó Robert, poniéndose de pie para finalizar con esa absurda reunión. —Encantado de hablar con usted, señor Anderson —dijo ignorando al asistente y le extendió la mano al heredero—. Ojalá podamos hacer negocios juntos —añadió, mirándolo a los ojos. —Gracias por venir, nos estaremos comunicando con usted muy pronto —respondió, recibiendo el apretón, en ese momento no lo veía como un criminal sino como un posible colaborador para que toda esa pesadilla se acabara y que Fransheska por fin estuviera a salvo. Robert le hizo un ademán al italiano y cuando les dio la espalda, le dedicó una mirada severa a Brandon, anunciándole que en cuanto regresara le daría un buen sermón. Acompañó a John hasta la entrada de la oficina, y le pidió a los dos guardaespaldas que los escoltaran hasta dejarlos fuera del edificio, luego regresó a la oficina. Consiguió a Brandon mirando las fotografías que el italiano le había dejado. —¿Es él? —preguntó, primero debían cerciorarse. —Sí… su rostro está algo golpeado, pero es el hombre que describió Fabrizio —respondió sin darse cuenta de que llamó a Terrence por ese nombre que ya no era suyo, pero hasta de eso se había olvidado. Suspiró y se frotó las sienes para aliviar el dolor de cabeza que comenzaba a atacarlo—. Se que me dirás que esto es una locura —esbozó Brandon, adivinando lo que le diría Robert. —Y es que, precisamente, eso es… una completa locura, no puedes ni siquiera plantearte hacer negocios con ese hombre. Sabes muy bien a lo que se dedica y lo peligroso que puede ser todo esto. —¿Y qué esperas que haga? ¿Quedarme sentado mientras Enzo Martoglio se acerca más a nosotros? —inquirió, alterándose un poco, porque ya estaba harto de lidiar con todo eso. —No te pido que hagas eso, solo que busques otras soluciones… que sean honestas y legales, no pagarle a un matón para que acabe con ese hombre; él debe recibir su merecido, en una prisión. —Una prisión no lo detendrá…, ¿Acaso no quedó demostrado? —cuestionó, temblando de rabia—. Ese malnacido consiguió escapar de una prisión de máxima seguridad, salió de Italia y llegó hasta aquí, es capaz de lo que sea y, si no lo detenemos, puede que consiga lo que tanto quiere… —Su voz se quebró al imaginar que perdería a su princesa a mano de ese enfermo, si no hacía algo. La impotencia y la rabia lo hicieron temblar, apoyó los abrazos sobre el escritorio, luego hundió su rostro en estos y gritó. Era consciente de que lo que pretendía hacer no era honesto, que

iba en contra de todos los valores que le habían inculcado desde niño, pero estaba desesperado. —Tranquilo… tranquilo Brandon, todo estará bien —expresó y se puso de pie para sobarle la espalda y darle consuelo, sabía toda la presión con la que estaba lidiando en ese momento—. No debes desesperarte porque eso solo te llevará a cometer errores. —Necesito acabar con todo eso de una vez, Robert —dijo con furia debido a la impotencia—. De nada vale ser un hombre poderoso si no puedo proteger a las personas que amo —añadió y levantó el rostro para que viera la desesperación reflejada en su mirada. —Debes analizar todo con cabeza fría antes de tomar una decisión, porque lo que harás será un trato con el diablo. —Robert no quería angustiarlo más, pero debía ser sincero con él. —Al diablo ya lo tenemos allí afuera, llevaba una semana acechándonos y nadie se dio cuenta —alegó con la información que Torrio les había dado, eso lo tenía perplejo y angustiado. —Bueno, por lo pronto están a salvo, mientras Torrio lo mantenga en su poder, no corren peligro, aprovecha este tiempo para pensar bien las cosas y cualquier decisión que tomes, tendrás mi apoyo. —Gracias —respondió Brandon y respiró profundo para calmarse. Robert percibió la vergüenza en él y le dio un fuerte abrazo para demostrarle que todo estaba bien; no era necesario que todo el tiempo fuese un pilar imperturbable. A veces, era bueno desahogarse y liberar toda la carga que se llevaba sobre los hombros, porque si no el día que se cayera, le resultaría muy difícil levantarse con tanto peso. Fransheska se sentía muy feliz porque esa mañana había recibido un telegrama de sus padres, donde le informaban que llegarían dentro de una semana, era una noticia maravillosa, porque de no ser por Brandon, hubiese caído en una gran depresión debido a lo sola que se sentía. Aunque hablaba todos los días con Fabrizio, no era lo mismo porque solo pasaban unos minutos al teléfono; el resto de las horas se la pasaba extrañándolo y a sus padres también. Por lo menos, lo notaba más relajado y eso la dejaba más tranquila, había pasado esos últimos días muy angustiada, sin saber cómo ayudarlo para que estuviera bien. Durante ese tiempo analizó mejor la situación que atravesaban su hermano y Victoria, por lo que le pareció que era comprensible que desease un poco de tiempo a solas. Hasta el momento, sabía que el problema se había suscitado por algo relacionado con el ex novio de Victoria; según le dijo Brandon, Fabrizio la encontró durmiendo con algunos recuerdos de Terrence. A ella no le parecía un motivo suficiente para hacer tanto drama; sin embargo, su hermano seguía empeñado en esos celos absurdos, no comprendía cómo podía creer que Victoria aún siguiese enamorada del hijo de los duques, si solo tenía ojos para él. —Eres un tonto Fabrizio —pronunció y de pronto el sonido del teléfono la hizo sobresaltarse, frunció el ceño porque le resultó extraño que su secretaria no anunciase la llamada—. Buenas tardes —respondió con cautela y algo de miedo, imaginando que podía ser Martoglio. —Buenas tardes, por favor, con el hada más hermosas que ojos humanos hayan visto. —¡Fabri, qué emoción escucharte! Precisamente te iba a llamar… nuestros padres enviaron un telegrama para anunciarnos que llegarán dentro de una semana —expresó, desbordando felicidad —. Dijeron que no es necesario viajar hasta Nueva York; pero les escribiré diciéndoles que estás en la ciudad, así que puedes ir a buscarlos, sé que se emocionarán mucho —dijo con algo de nostalgia, porque a ella también le gustaría recibirlos, pero no podía dejar la empresa sola y era algo arriesgado viajar hasta allá. —Claro, seguiré aquí para esa fecha y los recibiré —contestó y de inmediato la tensión lo embargó, por fin se vería cara a cara con Luciano y tendría toda esa verdad que tanto necesitaba

—. ¿Cómo está todo por allá? —preguntó, fingiendo un tono impersonal, se moría por saber cómo estaba Victoria, se lo preguntaría a Fransheska porque él todavía no tenía el valor para hablar con ella, temía no poder esconderle quién era en verdad. —Bueno, con los laboratorios todo va bien… Ahora si lo que deseas saber es cómo está Vicky, porque no te animas a preguntar directamente, te diré que está bien, dentro de lo que cabe, esta mañana la despedimos… —¿La despidieron? ¿Acaso viajó a algún lado? —inquirió desconcertado y lleno de miedo, pensando que a lo mejor había decidido ir tras él, para confrontarlo por su indiferencia. —Se fue a casa de sus tías para pasar unos días, supongo que ella también necesita tiempo… —Sí, de momento es lo mejor, que los dos nos tomemos un tiempo —respondió, con un peso alejándose en su pecho, tal vez en el fondo deseaba encontrarse con ella, para contarle todo y acabar con la incertidumbre que lo torturaba día y noche. —Ustedes dos son unos tontos, que solo desean complicarse la vida, de verdad, no entiendo qué les impide aclarar las cosas… se aman y se alejan, en lugar de buscar una solución a todo, salen huyendo… con eso no van a arreglar nada, Fabrizio. —Fran, es un asunto difícil de manejar. —No, ustedes lo hacen difícil. ¿Quieres que te diga lo que pienso? —cuestionó y no esperó que él respondiera para continuar—: Creo que ambos tienen un miedo inmenso a confiar el uno en el otro… no sé por qué, pero a los dos le aterraba hablar con la verdad. Tú con tu secreto de la enfermedad y ella… pues no sé, ella también parece ocultar algo, lo peor es que si no ponen las cartas sobre la mesa van a terminar perdiéndose —sentenció y él se quedó en silencio. Terrence sentía que cada una de las palabras de Fransheska se le clavaba en el corazón, ella tenía razón, si no hacía algo cuanto antes, podía terminar perdiendo a Victoria. En ese momento, comprendió el miedo que veía en ella cada vez que la instaba a decirle la verdad, no es fácil hablar sobre esto. —Fabri, lo siento, siempre hablo de más, no debí opinar sobre algo que solo les concierne a los dos —esbozó apenada, al ver que él se había quedado en silencio. —Está bien, no te preocupes Fran, he pensado mucho y ya he tomado una decisión, voy a contarle todo a Victoria, solo espero que ella pueda comprenderme y me perdone por no haber sido sincero desde el principio —expresó con sinceridad. —Estoy segura de que lo hará porque te ama, eso lo puedes tener por seguro… solo no vayas a tardar mucho, porque me enteré que Gerard Lambert tiene planeado viajar a América y supongo que vendrá a Chicago para visitar a sus amigos —expuso de manera casual. —¿Quién te dijo eso? —preguntó en tono serio, adoptando de inmediato una actitud defensiva. —Se lo escuché a la señora Margot, pero tienes tiempo, creo que ni siquiera ha salido de Europa, aunque no es bueno darle ventaja al adversario —contestó con tranquilidad. —¿Adversario? A Gerard Lambert le falta mucho para considerarse un adversario digno de mi persona, querida hermana, no te preocupes, que tendrá que volver a Francia con las manos vacías; y lo peor de todo, con la humillación que le haré pasar si tan solo se le ocurre acercarse a Vicky, ella es mi novia y será mi esposa, la madre de mis hijos… eso puedes escribirlo sobre piedra — sentenció con tal seguridad que ni él mismo notó con cuanta facilidad predijo todo eso. —¡Ese es mi hermano! Me fascina escucharte hablar así, ahora, no sigas armando más ideas absurdas en tu cabeza y ven a buscar a tu novia, pues si siguen dándole largas a esto, vas a terminar llevando a tus hijos al colegio con bastón y yo tendré sobrinos cuando ya sea abuela — dijo con alegría y alivio al escuchar a su hermano tan seguro. —Eres muy graciosa, hermanita… ahora te dejo, tengo algunas cosas que atender, te llamaré

de nuevo mañana por la tarde, te quiero mucho Fran —pronunció con el mismo cariño de siempre, porque en su corazón, ella seguía siendo su hermana. —Estaré esperando tu llamada, sabes que te quiero muchísimo Fabri y estaré para ti siempre, te envío un beso del tamaño de toda Florencia y un abrazo más grande aun, cuídate mucho, hermano. —También te adoro y siempre estaré para ti, cuídate mucho por favor. Adiós —mencionó y después de eso cortó la llamada. Fransheska soltó un suspiro que alejó toda angustia que había sentido durante días; el telegrama de sus padres y esa llamada de Fabrizio le brindaron una sensación de felicidad que hacía mucho no sentía. Estaba a dos meses de ser la esposa de Brandon, la señora Anderson, como ya él la llamaba cuando estaban solos, se escuchaba tan bien que no podía esperar más para que se hiciese realidad. Se puso de pie y buscó su bolso para salir, le dijo a su secretaria que no volvería en lo que restaba del día, estaba demasiado feliz para quedarse allí encerrada, quería sentir la brisa fresca y el sol rozando su piel, también quería ver el cielo, pero al suyo particular.

Capítulo 34 Luego de la visita de John Torrio, sus ganas de dar un paseo se esfumaron, había quedado más preocupado que antes, aunque por lo menos sabía que tenía la manera de solucionar las cosas, solo que esta le podía traer graves consecuencias. Miró la carpeta en sus manos y luego la pila de unas diez más que estaban a su derecha y esperaban por su firma, suspiró con desgano, porque estando tan disperso le tomaría mucho tiempo analizarlas todas. Sabía que no era necesario que las revisara porque los analistas hacían muy bien su trabajo; sin embargo, él se sentía mejor conociendo a detalle cómo funcionaba cada aspecto del consorcio. —Hola, amor… —Lo saludó Fransheska, entrando al lugar con una gran sonrisa—. Espero que no estés muy ocupado porque tengo planes para nosotros, aunque es más de mediodía, tenemos toda la tarde —añadió con entusiasmo, acercándose para darle un suave beso en los labios. —Acabo de ver al sol entrar en mi oficina y llenarla de luz —expresó, mirándola a los ojos. —No seas exagerando —dijo dejando libre una carcajada mientras le acariciaba la mejilla, sorprendiéndose cuando él la agarró por la cintura y la sentó en sus piernas—. ¡Brandon, estamos en tu trabajo! Alguien puede entrar y vernos… ¿Acaso te volviste loco? —cuestionó divertida, mirándolo a los ojos mientras intentaba ponerse de pie. —No hay problema, señora Anderson… recuerde que yo soy el presidente y que usted dentro de poco será mi esposa, mi adorada esposa; además, seguramente Nancy les hará saber que estamos ocupados, nadie vendrá a interrumpirnos —pronunció, al tiempo que repartía besos en sus mejillas, sus labios y su cuello. —Señor Anderson, usted más que nadie debe dar el ejemplo, ¿dónde está su rectitud y su decoro? —preguntó, cerrando los ojos y dejando libres suspiros ante las caricias que le brindaba. —Los envié de vacaciones desde que la conocí —contestó con una sonrisa que desbordaba picardía. Volvió con suavidad el rostro de Fransheska, perdiéndose en el brillo que hacía destellar sus ojos grises, acompañando el velo oscuro de la excitación. Luego se apoderó de sus labios en un beso intenso y embriagador, que los sumió en un estado de placidez. Las caricias, los besos, las miradas brillantes, las palabras de amor que se susurraban, todo en conjunto los llevaron a otro lugar, haciéndolos volar y sentirse libres para poder amarse como deseaban. Sus corazones latían al mismo ritmo, unidos como lo estaban ellos, la calidez que emanaba de sus cuerpos les anunciaba que se exponían a perder la batalla por mantener el control, cada vez los besos eran más intensos y la necesidad crecía dentro de ellos con vigor. Se separaron para tomar aire mientras sus miradas se anclaban la una en la otra, las caricias apasionadas se volvieron sutiles toques y los besos apenas roces de labios, aunque el deseo era cada vez más fuerte. Sin embargo, sabían que debían controlarse porque cualquiera se podía aparecer; justo en ese momento, un leve toque en la puerta se los confirmó. Brandon la ayudó a ponerse de pie y sonrió con picardía al ver que sus rodillas flaqueaban, le encantaba saber que él era quien las debilitaba de esa manera. Ella sonrió, sonrojándose, al ver la intensidad de su mirada, se mordió el labio, recordando aquel encuentro en la mansión de Barrington, pero de inmediato se obligó a retomar la cordura, él se puso de pie y caminaron hasta

uno de los ventanales. —Adelante —ordenó él, una vez que estuvieron más calmados. —Brandon, disculpa que los interrumpa, pero necesitaba entregarte algo. —Se acercó y le extendió un papel doblado, dedicándole también una mirada significativa. Luego se volvió para mirar a la chica y distraerla—. Perdón, no la saludé, ¿cómo está Fransheska? —mencionó un tanto apenado por su intromisión. —Pierda cuidado, estoy muy bien, Robert, gracias, ¿usted cómo está? —Lo saludó ella, con una sonrisa. —Bien, gracias, solo pasé para darte esa información que considero es muy importante — comentó él, mirando a Brandon. Había dedicado un par de horas a hacer llamadas e investigar con personas de su confianza, a John Torrio, según lo que pudo averiguar el hombre no mentía cuando le dijo que estaba algo cansado del negocio y que deseaba retirarse. Ya estaba preparando a uno de sus hombres para que fuese su sucesor, también había estado averiguando en el mundo de bienes raíces para comprar algunos galpones donde abrir las fábricas que había mencionado. —Muchas gracias, Robert… esto nos será de mucha utilidad —dijo sin entrar en detalles, para no alarmar a su novia—. Ahora me gustaría pedirte otro favor —mencionó con una sonrisa. —Por supuesto, dime —lo animó a continuar —Lo que sucede, señor Robert es que acaba de atrasar mis planes… Verá, había llegado con la firme intención de robarme a su jefe por lo que resta del día, pero por lo visto tiene mucho trabajo, así que será mejor dejarlo para después —explicó Fransheska, mirando a Brandon con cara de pesar, pero debía respetar sus horarios de trabajo. —La verdad es que el señor Anderson no tiene nada que hacer, se ha pasado toda la mañana mirando como avanzan los minutos en el reloj —expuso, siguiéndole el juego a Brandon que le hacía señas. —¿Lo dice en serio? —preguntó Fransheska divertida, captando las señas que ellos se hacían con disimulo. —Por supuesto, me he aburrido como una morsa —alegó Brandon para convencerla, ella había despertado nuevamente sus deseos de salir de allí un rato y distraerse de tantas preocupaciones. —Absolutamente, así que puede llevárselo en este preciso momento; solo recuerde regresarlo el viernes a las diez de la mañana, porque lamentablemente no puede faltar a la junta directiva. —Cuente con ello, se lo devolveré sin un solo rasguño —susurró y le entregó un guiño a Robert—. Vamos señor Anderson, tenemos mucho que hacer —dijo, aunque no tenía ningún plan en específico, solo ir a algún mirador cerca del lago para observar el atardecer juntos. Suponía que estarían rodeados de guardaespaldas y eso no les daría mucha libertad o intimidad, pero al menos, no tendría el temor de recibir esa mirada reprobatoria que siempre les dedicaba su tía cuando los encontraba besándose. Salieron de la oficina ante la mirada divertida de Robert, que se sentía realmente feliz de ver a Brandon tan radiante y enamorado de su novia. Ella lo había llenado de alegrías con toda esa luz que irradiaba y que le había impregnado, ahora él también parecía estar lleno de la misma esencia que ella. Lo había visto crecer y convertirse en un hombre digno de admirar, haciéndolo sentir satisfecho porque de cierta manera, él había sido su mentor en el proceso de convertirse en el heredero del emporio, ya que, para él, más que un jefe, era casi como su hijo. Brandon le pidió a Nancy que llamara al estacionamiento para que preparan su auto, luego salió y se encontró con los guardaespaldas, que de inmediato se pusieron de pie. Ellos estaban al

tan tanto de la reunión con Torrio y sabían que, por el momento, ningún miembro de la familia estaba en verdadero peligro, eso le facilitó las cosas a Brandon para darles esa tarde libre y poder tener un tiempo a solas con Fransheska. —¿No vendrán con nosotros? —preguntó ella, con algo de temor. —No es necesario —contestó con una sonrisa y le acarició la mejilla con ternura para tranquilizarla. —¿Por qué? —inquirió con la voz vibrándole, pensando que a lo mejor habían conseguido capturar a su acosador. —Recibimos información de que Martoglio está muy lejos de aquí —dijo sin mirarla, no le gustaba mentirle, pero tampoco quería alarmarla y sabía que se pondría mal si le decía la verdad. —¿Lejos? ¿Dónde? —cuestionó, entre aliviada y desconcertada. —En un lugar donde no puede hacerte daño, así que quiero que te olvides de ese miserable, y que te sientas segura. Confía en mí, princesa —expresó, sujetándola por los hombros y mirándola a los ojos. Fransheska asintió con una gran sonrisa, confiaba ciegamente en Brandon y sabía que él jamás dejaría que estuviese en peligro, así que, si le decía que ese hombre no podría hacerle daño, le creería, se relajaría y sería feliz. Caminaron tomados del brazo y bajaron en el elevador hasta el vestíbulo, las personas la saludaban y le sonreían, haciéndola sentir realmente bienvenida; subieron al auto y salieron rumbo al parque Lincoln que tenía una de las mejores vistas al lago Michigan y ofrecía un hermoso espectáculo del atardecer. Cuando llegaron al mirador, las luces de media tarde que atravesaban una densa capa de nubes, creaban hermosos reflejos en las aguas del lago. Al parecer, se avecinaba una tormenta, pero el sol seguía brillando con fuerza, y esa mezcla de luz y oscuridad creaban un cuadro particularmente hermoso. Bajaron del auto para caminar hasta la balaustra que bordeaba las orillas de la inmensa masa de agua, mientras la brisa acariciaba sus pieles y movía sus cabellos. Ella se apoyó en el muro, dejando que su mirada llegase tan lejos como le fuese posible, perdiéndose en el espectacular horizonte pintado de bellos colores. Él se paró detrás de su novia y aprovechando que estaban solos, posó las manos sobre la baranda, cubriéndola con su cuerpo y le dio un suave beso en el cuello. Ella suspiró y cerró los ojos ante ese gesto, llevó una mano hasta la de él y la acarició con suavidad, ese roce la llenó de la calidez que él emanaba. —¿En qué piensas? —le preguntó Brandon en un susurró contra la piel tersa y cálida de su cuello. —En nada… y en todo —contestó suspirando y volviéndose para mirarlo a los ojos—. La verdad, es que estoy preocupada por Fabrizio, sé que él está bien… bueno al menos eso parece, pero no puedo dejar de lado esta sensación que no logro explicarme, es como si presintiese que algo pasa con él —explicó y su mirada reflejaba desconcierto. —Fransheska… —murmuró, acariciándole los brazos, él sabía lo que se avecinaba y odiaba no poder hacer nada para evitarle ese dolor, pero al menos intentaría que no se preocupase antes de tiempo—. Sé que es difícil no preocuparse por la situación que atraviesan Fabrizio y Victoria, los queremos y deseamos que ambos sean felices, pero creo que este tiempo que se están dando les hará mucho bien, pensarán claramente las cosas y encontrarán una solución, confío en que podrán hacerlo. Ellos se aman y eso es más poderoso que todas las complicaciones que se les puedan presentar —mencionó con la voz calmada, para alejar de ella esa sombra de angustia. —Eso puedo entenderlo, pero no es solo por lo de Victoria… lo que me preocupa es algo más, a Fabrizio le está pasando algo e intenta ocultarlo, yo lo conozco y sé que no está bien. Me gustaría tanto que confiase en mí como lo hacía antes, pero a medida que él avanza, siento que nos

alejamos un poco más, es todo lo apuesto a lo que pensé que sucedería cuando por fin… —calló, al ser consciente que le estaba develando a Brandon el secreto de su hermano. —¿Qué sucede? —preguntó al ver la tensión en ella, no estaba ajeno a lo que la llevó a detener sus palabras; sin embargo, prefirió mostrarse contrariado para no despertar sus sospechas. —Nada… no pasa nada, no le des importancia, seguramente todo está bien y yo me estoy preocupando de más, como siempre, Fabrizio regresará junto con mis padres y todo será igual — respondió sonriendo y deseó con todo su corazón que sus palabras fuesen ciertas. Brandon la abrazó con fuerza, en un intento desesperado por protegerla de lo que sucedería, porque sabía que ya no había vuelta atrás, Fabrizio Di Carlo dejaría de existir dentro de poco. Él odiaba la idea de verla llorar y sufrir, pero sabía que estaba atado de manos y aunque se esforzase por mantenerla a salvo, la verdad terminaría encontrándola y golpeándola sin piedad. —Fran, todo estará bien, mi vida… ya verás que todo esto pasará y tu familia estará contigo siempre —esbozó sin mirarla a los ojos. Ella asintió luchando por no derramar las lágrimas que colmaban sus ojos, se volvió para mirar hacia el horizonte, intentando alejar esa sensación de angustia que llevaba dentro del pecho. Se suponía que buscó a Brandon para tener una tarde sin problemas ni preocupaciones y eso debía hacer; dejó ver media sonrisa, cuando sintió los besos de su novio, que trazaba un camino desde sus mejillas hasta su frente, mientras sus manos acariciaban con suavidad su espalda, buscó sus labios, tomándolos primero con besos sutiles y lentos, invitándola a olvidarse de todo y solo dejarse llevar por ese amor que compartían. Ella no pudo resistirse al encanto que Brandon le entregaba cuando deseaba hacerla sentir amada y segura, los suspiros brotaban de sus labios y el deseo cada vez se hacía más intenso. Se unieron en un beso mucho más penetrante y febril, las caricias también se hicieron más posesivas y sus cuerpos se aprisionaron en un abrazo muy íntimo, porque tenían la libertad para hacerlo. Los minutos pasaban y ellos seguían enredados en ese abrazo, disfrutando de sus besos y caricias, sumergidos en ese sueño que alejaba toda la pena, el dolor y el miedo, porque cuando estaban así todo era perfecto y lo demás sencillamente no existía. —Te amo —murmuró él, contra los labios hinchados de su novia. —Te amo —respondió sonriendo y lo besó de nuevo. La oscuridad que precedía a las tormentas llegó, envolviéndolos, mientras la corriente de aire se tornaba más fuerte y gélida, haciendo que sus cuerpos se estremecieran y que las aguas del lago chocaran con ímpetu contra el muro de piedra que servía de contención. Eso pasaba a su alrededor; sin embargo, para ellos todo parecía exactamente igual, lleno de luz y color dentro de ese mundo donde estaban y del que disfrutaban a plenitud. La luz de un rayo atravesó el firmamento y segundos después un trueno retumbó en todo el lugar, rasgando el cielo y dejando caer sobre ellos un alud de agua. —¡No puede ser! Hasta el cielo me impide besarte como deseo… Creo que esto es obra de mi tía… ¡Por Dios! —exclamó Brandon, frustrado por la intempestiva interrupción. Ella soltó una carcajada que llenó sus oídos de la melodía más dulce que pudiese escuchar en su vida, le acarició la mejilla y, aún bajo la lluvia, se dedicaron a mirarse unos segundos. Otro relámpago que cruzó el cielo les anunció que un poderoso trueno no tardaría en hacer temblar la tierra, así que corrieron hacía auto, Brandon abrió la puerta con rapidez, la ayudó a entrar y luego lo hizo él; sus respiraciones eran agitadas por la carrera y sus rostros lucían sonrojados por el frío, comenzaron a reír y sus miradas se fundieron. —Luces tan hermosa —susurró, deleitándose con su sonrojo, con su piel salpicada por algunas gotas y el cabello algo desordenado, su imagen le recordó cómo se veía después de hacer

el amor. —No seas mentiroso, debo estar hecha un desastre —expuso con media sonrisa mientras se acomodaba el cabello. —No miento, eres realmente hermosa Fransheska… tienes tanta magia, belleza y encanto, que a veces creo que eres un sueño, solo le ruego a Dios, que, si es así, no deje que me despierte nunca —mencionó, llevándose la mano de ella a los labios para besarla. Fransheska lo miró con los ojos brillantes y le regaló un suspiró cuando él depositó un beso suave y largo en la palma de su mano; luego comenzó a trazar un camino por su antebrazo y ella lo siguió con la mirada. Subió lentamente hasta la parte interior de su codo, donde dejó caer otro beso prolongado, luego siguió y terminó apoderándose de su cuello; mientras con el otro brazo, la pegaba a su cuerpo. Todo eso provocó que un calor intenso la envolviese y que el deseo despertara, como cada vez que lo sentía tan cerca; cerró los ojos dejándose amar por él y llevó sus manos hasta la cabellera dorada, al tiempo que los gemidos y suspiros se dejaban escuchar como una melodía inundando el ambiente. Él bajó lentamente hasta el escote que le brindaba una vista generosa de sus senos, y comenzó a acariciarlos con suavidad mientras sus labios se deleitaban con su cuello y ella no era capaz de nada más que de sentir. Se aferró a la nuca de su novio, sintiendo cómo un temblor la recorría por completo, intensificando ese fuego que ardía en su interior y corría por sus venas. Necesitaba besarlo y calmar la sed que sentía, así que sin perder tiempo movió el rostro y buscó sus labios, atrapándolos en un beso voraz, que fue muy breve para su gusto, ya que Brandon la dejó deseando más cuando se alejó para adueñarse de la suave curva de sus senos, que parecían estar a punto de salirse del escote. Afuera la tormenta se hacía cada vez más fuerte y golpeaba con poderío los cristales del auto, acompañando la densa bruma que apenas dejaba ver algunos rayos que atravesaban el cielo y luego retumbaban, haciendo estremecer la tierra. La temperatura afuera había bajado drásticamente, pero dentro del auto el calor aumentaba a cada segundo, haciendo transpirar sus cuerpos que estaban deseosos de dejarse llevar por esa necesidad que sentían y entregarse por completo al placer que ya conocían y anhelaban volver a vivir. Brandon comenzó a deshojar los botones de su blusa para poder besarla con mayor libertad, cuando consiguió que la prenda estuviera lo bastante suelta, deslizó una mano por su espalda en una caricia sutil que la hizo suspirar y casi derretirse en sus brazos. Sin embargo, él deseaba sentirla más cerca y que supiera cuán despierto estaba su cuerpo, así que en un movimiento ágil y decidido la subió en sus piernas, ahogando con un beso intenso, el jadeo que ella liberó al ser consciente de la potente erección bajo sus pantalones. —Deseo hacerte el amor, Fransheska… ¡Dios! Haces que te necesite tanto —expresó con esa urgencia que ya no podía callarse. Ella lucía tan hermosa y provocativa, con la respiración agitada, el rostro sonrojado y esa mirada brillante que lo hechizaba. —Brandon… amor… yo también te deseo… pero estamos en tu auto —esbozó ella de manera entrecortada por ese temblor que le recorría el cuerpo, con sus miradas fijas y las frentes pegadas, sin dejar un solo momento de acariciarse. —Tienes razón… ¡Por Dios! ¿En qué estaba pensando? —Se reprochó y le desvió la mirada, lleno de vergüenza, pero de inmediato volvió a enfocarla en ella—. Discúlpame, por favor, princesa, no debí insinuarte algo como esto, debí portarme como un caballero, pero en lugar de eso terminé actuando como un idiota… Te juro que no quise ofenderte, por favor, perdona mi comportamiento, Fransheska —pidió con la mirada llena de remordimiento.

—No tienes que disculparte, mi amor, no me has ofendido de ninguna manera —dijo posando una mano en su mejilla—. No dije lo del auto por nada malo… simplemente que… este espacio es un tanto pequeño y además estamos en un lugar público, alguien puede aparecer y vernos — explicó, mirándolo a los ojos. —Jamás te expondría de esa manera —aseguró, mirándola a los ojos para que supiera que hablaba en serio. —Lo sé, siempre has cuidado de mí y me has hecho sentir amada y respetada todo el tiempo, así que deja de atormentante con la idea de haberme ofendido, porque no fue así… En todo caso, yo también propicié esta situación porque respondí a tus besos y a tus caricias. No eres el único que debía contenerse, Brandon… Además, ser mujer no me hace inocente, sabía perfectamente lo peligroso que era tentar a un león salvaje como usted, señor Anderson —esbozó con picardía, mientras le acariciaba el pecho y él sonrió. —Creo que a ese león no le vendría mal un baño de agua helada… tal vez debería salir un rato a la lluvia —comentó, sonriendo y sujetando la mano de ella para llevársela a los labios y darle un beso. —Ni se te ocurra hacer eso, acabarías resfriado, mejor quédate aquí conmigo y sigue besándome —pidió, subiendo sus labios para rozarlos con los de él. Brandon apenas le dio un par de toques y ella supo que se estaban conteniendo, soltó un suspiro y negó con la cabeza, reprochándole su actitud—. ¿Sabes algo? Pensándolo bien, creo que este espacio no es tan pequeño después de todo, tal vez podríamos jugar un poco, señor Anderson —pronunció sonriendo y quiso tentarlo, dándole un par de besos osados en el cuello. —¿Estás segura? —preguntó, moviendo su rostro para mirarla a los ojos, no quería que ella hiciera eso solo para complacerlo. —Absolutamente, mi amor… aprovechemos que no tenemos a tu tía ni a los guardaespaldas rondando en torno a nosotros —respondió y comenzó a soltar su corbata para poder abrir su camisa y deleitarse con su pecho—. Quiero que me hagas sentir como esa noche cuando me entregué a ti por primera vez —pidió, rozándole los labios, con la mirada brillante de anhelo y excitación. —Voy a llevarte al cielo, princesa —aseguró y se apoderó de su boca con un beso invasivo y completo, que les robó el aliento a ambos; después de varios segundos se detuvo—. El espacio de atrás en más amplio y te puedo asegurar que con esta tormenta no se acercará nadie a este lugar — mencionó, entusiasmado como un adolescente. —Brandon Anderson… ¿Cómo puedes saber si el espacio es suficiente o no? —inquirió en tono serio, mirándolo a los ojos. —Bueno… es… es evidente, Fran —alegó, mirándola a los ojos y se puso nervioso al ver que ella lo veía con incredulidad—. No estarás pensando que yo estoy acostumbrado a… —se interrumpió, al ver que ella levantaba una ceja—. ¡No! No, mi amor, por supuesto que no… Te confieso que nunca lo he hecho en un auto —calló una vez más al ver que una sonrisa bailaba en la mirada de su novia—. ¿Me estás poniendo a prueba? —preguntó, frunciendo el ceño. Fransheska soltó una carcajada que le fue imposible contener y luego dejó caer una lluvia de suaves besos en el rostro de su novio, que se dejó embargar por la misma emoción. Las risas llenaban el ambiente dentro del auto y poco a poco fueron invitándolos a ser parte de ese juego de seducción que surgió entre besos apasionados, miradas cómplices y caricias osadas, que los llevó de nuevo a ese vórtice de emociones y sensaciones que los elevaba y los hacía girar y girar como si sus cuerpos fuesen menos pesados que plumas. —¿Te gustaría ser la protagonista de mi primera vez en un auto? —preguntó Brandon en un

susurro y dibujó un pequeño círculo con la lengua, en ese lugar especial tras la oreja de su novia que la hacía temblar y le acariciaba las caderas con un movimiento sugerente. —Me encantaría —expresó ella, en un tono vibrante y sensual, al tiempo que le daba un beso lento y húmedo en el cuello—. Pero no solo de la primera vez… quiero serlo de todas las que sigan a esta, deseo ser la protagonista de todos los momentos en tu vida… estar siempre para ti, cuando me desees, cuando me necesites… hoy y siempre —agregó, mientras besaba la mandíbula. —Te prometo que tú serás la única protagonista de mi vida, hoy y siempre, Fransheska — reafirmó con absoluta convicción, con sus frentes pegadas, sus miradas ancladas, compartiendo sus alientos y rozándose los labios—. Ven conmigo —dijo tomándola de la mano. Salieron del auto y solo bastaron unos segundos para que la lluvia los empapase, la tormenta en lugar de menguar parecía intensificarse cada vez más y la neblina era casi tan densa como una capa de nubes, no dejaba ver nada más allá de un par de metros. Sin embargo, Brandon quiso asegurarse de que no había nadie cerca y echó un vistazo antes de entrar al asiento trasero, cerró la puerta, dejando al mundo fuera de ese espacio, que en minutos se llenaría de la intensidad que provoca el encuentro de dos cuerpos.

Capítulo 35 Se miraron a los ojos expresando lo que sentían sin necesidad de decir una sola palabra, sus cuerpos comenzaron a temblar, pero no era por el frío sino ante la expectativa de lo que estaban a punto de vivir. Él la tomó por la cintura y la sentó sobre sus piernas, de manera que quedaron uno frente al otro, le acarició el cuello con ternura y rozó sus labios un par de veces, deseando darle a ese encuentro un poco de calma, para que no solo fuese un arrebato del momento, sino que tuviera el tinte de una entrega de amor. Fransheska fue la primera en acercarse, estaba sedienta de sus besos y por eso no perdió tiempo en apoderase de su boca, gimió cuando él la invadió con su ágil y gruesa lengua, al tiempo que le apretaba la espalda con sus poderosas manos. Ni siquiera se había dado cuenta que su blusa estaba completamente abierta, hasta que sintió los besos tibios y húmedos de su novio caer sobre sus senos, haciéndola estremecer; enredó los dedos en el cabello dorado y cerró los ojos. —Brandon… mi amor —susurró mientras su cuerpo era presa de un exquisito temblor que se concentró en su vientre. —Me encantan —dijo, disfrutando de ese par de suaves colinas que adornaban su torso—, todo de ti me encanta… podría pasarme el día entero besando cada rincón de tu cuerpo, eres tan hermosa… ¡Me vuelves loco! —expresó en el mismo tono de ella, mientras sus manos se apoderaban de sus caderas para acercarla más a su cuerpo. Fransheska jadeó y se aferró de los fuertes hombros del hombre que amaba, al sentir esa exquisita presión que él creaba en sus caderas y provocó que su intimidad se humedeciera. Aunque la posición en la que estaba no era muy cómoda, la cercanía que tenían sus cuerpos era perfecta, así que no le importó tener sus piernas así de flexionabas. Brandon la instó a que le quitara la camisa y ella lo hizo con agilidad, ya no sentía tanto pudor como la primera; dejó al descubierto ese amplio y fuerte pecho que la enloquecía, sus dedos comenzaron a delinear cada músculo, llegando hasta el abdomen, pero al tropezar con la hebilla de su cinturón, retrocedió un poco sorprendida. —Continua… quiero que me desvistas, Fran, quiero que me toques, que me beses y me acaricies… quiero sentirte, mi amor —pidió, mirándola a los ojos y llevando sus manos a su cinturón de nuevo. Ella asintió mientras en sus ojos se podía apreciar ese maravilloso brillo que nacía cada vez que Brandon se mostraba de esa manera, cuando le dejaba el control y le pedía participar; eso la hacía sentir poderosa, amada y deseada. Con dedos nerviosos comenzó a desabrochar el cinturón, para después retirarlo por completo y lanzarlo a un lado, subió la mirada descubriendo que él observaba sus movimientos con una hermosa sonrisa que la llenó de confianza, buscó sus labios y se apoderó de ellos, en un beso cargado de pasión. Brandon hizo lo mismo con su blusa y la lanzó con un destino desconocido, luego, llevó sus manos a la delicada espalda de su novia y comenzó acariciarla con ímpetu, al tiempo que su lengua se movía ágil dentro de su boca, entregándole un beso que aumentaba el calor de sus cuerpos. Sus manos viajaron hasta las caderas redondeadas de su novia y, sin vacilar, empezó a subir la seda de su falda, dejando al descubierto las esculpidas piernas cubiertas por unas medias

de un delicado blanco. Lucían tan provocativas que la sola visión lo hizo gemir y desear quitárselas con los dientes, pero como ella había dicho, ese espacio no era lo suficientemente grande para hacer un despliegue como ese. Sin embargo, se aseguró de que lo recordaría cuando fuesen marido y mujer; solo las rozó con sus dedos y las dejó en su lugar, para continuar con su maravillosa exploración que lo llevó a tocar la prenda íntima. Fransheska se sentía volar a cada roce y beso que Brandon le entregaba, una vez más ese calor tan intenso que experimentó la primera vez, se apoderaba de su cuerpo. Su vientre convulsionó cuando los dedos de él recorrieron la piel desnuda de sus piernas, para luego subir hasta el borde de su ropa interior; de inmediato, una cálida humedad inundó su intimidad, arrancándole un jadeo que escapó de sus labios, como anticipándose a lo que su novio haría. Él comenzó a retirar con suavidad la ligera prenda de encajes y seda que lo separada de ese lugar tan anhelado, al tiempo que sentía que su propio cuerpo ya no aguantaba la presión a la que estaba sometido, necesitaba estar libre y dentro de ella, muy profundo. Cuando la prenda llegó hasta las rodillas de Fransheska, él la tomó de la cintura y la subió un poco para terminar de quitársela, luego la lanzó a la parte delantera del auto y le besó las mejillas sonrojadas. Ella se dejaba llevar, porque no podía hacer nada más en medio de ese huracán de emociones y sensaciones que le impedían pensar en otra cosa que no fuese él. Comenzó a tocarla y ella solo jadeó cerrando los ojos, dejándolo hacer todo lo que desease, mientras sus manos lo acariciaban con avidez, una vez más llegaban hasta su abdomen y enseguida quiso terminar lo que había dejado antes. —Creo que tiene ventaja sobre mí, señor Anderson —murmuró, mordiéndole los labios, con la mirada brillando de anhelo. Llevó su mano hasta la cremallera del pantalón y pudo notar la innegable erección de su novio, que palpitó cuando ella la rozó, asustándola un poco, su mano tembló y titubeó antes de continuar. Supo que él esperaba a que lo hiciese, cuando lo vio elevar las caderas y sin palabras le sugería que bajase su pantalón, así lo hizo y cuando liberó su erección la tomó entre su mano para acariciarla con suavidad, vibró ante el toque y ella se tensó, deteniéndose. —Sigue mi amor… tócame así —susurró, al tiempo que llevaba las manos hasta su espalda y en un movimiento la liberaba del corpiño. Los senos blanco y turgente quedaron expuestos ante él y no pudo resistirse a la tentación de tomarlo con su boca, mientras su lengua envolvía con maravillosa sutileza uno de los pezones, su mano se encargaba de excitar al otro, ambos se irguieron de inmediato ante el toque mágico de Brandon. Ella se arqueó, ofreciéndoselos y haciendo con ese movimiento que sus pelvis chocaran, provocando que una corriente los recorriera, sus latidos ya acelerados se desbocaron y él se movió una vez más para rozarla, arrancándole otro jadeo. Brandon sentía que cada vez le costaba más controlarse, así que terminó por quitarle la falda y la lanzó junto a la blusa en el asiento delantero del auto. Fransheska quedó casi desnuda ante sus ojos, solo por las medias que aún cubrían sus piernas y que él decidió dejar en su lugar; lucía tan delicada, hermosa y sensual, que seguía asemejándose a un hermoso sueño o una fantasía. —Dame un momento, mi amor —pidió él mientras se movía para buscar su chaqueta, sacó una elegante billetera de piel y la abrió, extrayendo de uno de los bolsillos internos un pequeño paquete que manipuló con algo de pudor para que su novia no lo viera. —¿Qué es eso? —preguntó, llevada por la curiosidad, mientras lo veía desenrollarlo detrás de ella. —Es un… es un preservativo, para evitar que… te quedes embarazada —respondió

atropellando un poco las palabras. —Comprendo —murmuró y sus mejillas se pusieron rojas como cerezas maduras—. Yo… yo también me estoy cuidando —confesó, mirándolo a los ojos y vio que se sorprendía—. Veía a mi madre hacerse tés muchas veces, y mi curiosidad me llevó a preguntarle, ya que nunca me dejaba beberlos; entonces, después de cumplir los dieciséis años me explicó lo que eran y los ingredientes que llevaban, nosotras nos tenemos mucha confianza, así que no tuve que esperar al día de mi boda para hablar de ciertos temas —explicó con una sonrisa. —Me parece muy bien… soy partidario de que las mujeres tengan conocimiento sobre sus cuerpos y su sexualidad, que lo vean como algo natural y no lo satanicen —expresó con sinceridad sus pensamientos, esos que muchos decían eran muy osados para la época en la vivían. —Deberías decírselo a mi hermano, él es un tanto anticuado en ese aspecto. Hace un tiempo estaba buscando algo en su habitación, vi una caja de preservativos y cuando le pregunté qué eran y para qué servían, no me respondió y casi que me sacó a empujones de su recámara —comentó, haciendo un puchero, su novio soltó una carcajada. —Supongo que yo hubiese sido menos drástico si me pasaba algo así con Victoria —comentó relajado, su prima y él se tenían mucha confianza, tanto, que era el único de los varones de la familia, que sabía que ella ya no era señorita y no la había juzgado por ello—. ¿Quieres tocarlo? —preguntó, al ver que ella miraba el condón con curiosidad. —Sí —susurró. entusiasmada y lo recibió—. Se siente algo flojo… y áspero —dijo pasándolo entre sus dedos. —Si deseas me lo puedes poner… aunque te estés cuidando, un poco más de protección no estaría mal —comentó, sonriéndole. —Está bien —pronunció, sonriendo, algo nerviosa. Lentamente lo llevó hasta su miembro y sus manos temblaban cuando comenzó a deslizarlo, aunque ya estaba acostumbrada a tocarlo de esa manera, seguía pareciéndole que su masculinidad era de un tamaño bastante considerable y al cubrirlo por completo con el preservativo, se le hizo mucho más grande, lo que hizo que sus paredes internas de contrajeras de excitación y un atisbo de miedo la recorrió, pero lo rechazó de inmediato, porque sabía que él no le haría daño. —Perfecto —mencionó él, con una sonrisa y le dio un toque de labios para premiarla por su esmero en que quedara bien. Le separó un poco más las piernas con su cuerpo, buscando la posición que le permitiese acoplarse, le acarició la parte interior de sus muslos, llegando muy cerca de su intimidad, que ante sus caricias palpitaba e intensificaba su calor. Sabía que estaba lista para recibirlo, así que, sin perder tiempo, sostuvo su masculinidad para llevarla hasta la calidez y humedad que emanaba de su novia, muy despacio comenzó a entrar en ella y gimió porque estaba tan estrecha como la primera vez, eso intensificaba las sensaciones en ambos. Ella cerró los ojos un instante cuando lo sintió llenarla por completo, él estaba tan profundo, que podía sentirlo en cada parte de su cuerpo. También podía percibir perfectamente el temblor que los recorría a ambos, cómo empezaban a cubrirse por una ligera capa de sudor y un hermoso color carmesí pintaba sus pieles, sus pechos subían y bajaban al mismo ritmo de sus latidos, su respiración era entrecortada y sus miradas lucían oscuras y brillantes. —Te amo… te amo —susurró ella, contra los labios de su novio. —Te amo, te adoro… quiero tenerte siempre así, Fran, estar unido a ti —esbozo él, mirándola a los ojos mientras retomaba sus movimientos, al sentir que ella mecía sus caderas. Fransheska se arqueó ante su profunda y contundente invasión, liberando gemidos que lo excitaban mucho más; la sentía estremecerse a cada embestida y sujetarse con fuerza de sus

hombros, a la vez que fruncía el ceño, mostrando un breve gesto de dolor. Al ver eso, fue bajando el ritmo y llevó sus manos hasta las caderas de ella para moverlas a un ritmo donde se sintiese cómoda en esa posición, sabía que, si solo él se movía, no podría controlar la profundidad de sus penetraciones, su cuerpo le exigiría cada vez más. Fransheska buscaba de manera desesperada mantenerse junto a él pues sentía que cada movimiento de Brandon la llevaba a levitar; así que lo besaba, lo acariciaba y buscaba sus ojos; todo para mantenerse en ese lugar y ese momento. Centró su atención en el vaivén que deseaba Brandon que ella llevase y comenzó a seguirlo, moviendo sus caderas hacia delante y hacia atrás, acompañándolo de esa manera, en esa extraordinaria danza que él le proponía. Sin embargo, había algo distinto en la manera como lo sentía, cierta sensación de escozor le impedía disfrutar de ese momento como tanto deseaba. No era parecida a la leve dolencia que sintió la primera vez que estuvieron juntos, era algo distinto, pero no lograba definirlo; bajó un poco más sus caderas y luego las subió de nuevo, descubriendo que lo que la incomodaba era el preservativo, pues era más rústico que su piel, no lubricaba igual y se robaba toda su humedad. —¿Te sientes bien? —preguntó Brandon, al ver que ella se había quedado pensativa de repente, con el ceño fruncido. —¿Podrías quitarte el preservativo? —pidió, mirándolo a los ojos y él le devolvió una mirada desconcertada—. Es que no se siente igual… y me provoca algo de escozor —agregó para que él la entendiera. —Comprendo, sí, claro… enseguida me lo quito —respondió, separándose de ella para poder deshacerse del preservativo. —Gracias, mi príncipe —susurró Fransheska con una sonrisa y dejó caer un par de besos en su bello rostro. —No tienes que agradecerme, mi amor… todo lo que aspiró es que te sientas bien y disfrutes de nuestros encuentros —comentó y la sujetó de la cintura para poder bajarla y entrar de nuevo en ella—. ¿Cómo se siente ahora? —preguntó, moviéndose suavemente. —Mucho mejor —contestó con una espléndida sonrisa. Se unieron en un beso completo, embriagador, tierno y apasionado, mientras sus cuerpos se movían de manera acompasada y contundente, por consecuencia todo a su alrededor seguía ese mismo movimiento. El espacio ya no les parecía pequeño, tampoco les preocupaba que alguien pasase por el lugar y viese cómo se movía el auto, en ese momento, no existía nada más que lo que estaban brindándose, estaban completamente abandonados al placer. Brandon una vez más intensificó sus movimientos al ver que ella le exigía con la mirada que le entregara mucho más; la sujetó por la cintura para mantenerse unido a ella y se apoderó con una de sus manos del par de senos que se bamboleaban ligeramente delante de él. Fransheska sentía que estaba a punto de perder la noción, se dejó caer hacia atrás, apoyándose en el espaldar del asiento delantero y cerró los ojos, al tiempo que sus manos se aferraban a los hombros de él. —Brandon… ¡Oh, Brandon!… ¡Esto es tan intenso!… ¿Lo sientes? ¿Tú lo sientes? — preguntó, dejando que su mirada se fundiera en la azul de su novio que lucía más oscura, como el mar en lo profundo. —Sí… lo siento, mi amor… lo siento —respondió, besándola. —¡Es maravilloso!… ¡Maravilloso! —expresó en medio de temblores que le anunciaban que el clímax estaba cerca. Brandon se elevó un poco, poniéndose de rodillas en el asiento, mientras el cuerpo de Fransheska creaban un puente que parecía tener como pilar al suyo, la imagen hizo que el deseo creciera con mayor fuerza dentro de él y se sintió maravillosamente increíble por tenerla allí, toda

suya, completamente entregada a eso que ambos sentían. Su boca se apoderó de los exquisitos y tentadores pezones de Fransheska y comenzó a besarlos, lamerlos y chuparlos, todo eso sin abandonar su interior, donde se hundía cada vez con más ímpetu. Fransheska comenzó a estremecerse presa de un poderoso e inevitable orgasmo, que parecía nacer en su intimidad y viajar a través de todo su cuerpo, para desembocar en ese grito bravío que retumbó dentro del auto. En medio de esa avasallante sensación, pudo percibir que Brandon se detenía, tal vez a la espera que ella dejara de temblar, pero supo que pasaría un buen rato para que eso sucediera, porque siempre sería víctima de ese temblor mientras estuviera dentro de ella. Se acercó para demostrarle que podía seguir, que ella estaba dispuesta a complacerlo hasta conseguir que él también se liberase; se apoderó de sus labios en un beso invasivo que los hizo gemir. Brandon le respondió con la misma necesidad, casi devorando sus labios en ese beso que incluso había llegado a ser rudo, pero que ambos disfrutaban demasiado. Los dos quedaron de rodillas sobre el asiento, aferrados en un abrazo y envueltos en un beso, el sudor que cubría sus cuerpos hacía que se deslizaran creando una fricción maravillosa. Ella comenzó a susurrarle palabras al oído que hicieron que él se sintiese como un volcán a punto de hacer erupción, llevó las manos hasta su derrier para ejercer presión y llegar más profundo. Fransheska se estremeció y apretó sus caderas cuando lo sintió temblar, haciendo que cada roce triplicara su intensidad, comenzaron a volar unidos, dejándose llevar por la locura y el placer, sintiendo cómo un cielo pleno y lleno de colores, luces y magia se abría ante ellos. —Brandon… amor… no puedo respirar… no puedo… —expresó, en medio de jadeos, cuando el clímax la invadió de nuevo con vigor. —Toma aire de mí… respira en mí… toma todo lo que desees, mi amor —esbozó, al tiempo que atrapaba su boca en un beso donde le entregaba todo el amor y la pasión que poseía, todo lo que llevaba dentro y era únicamente para ella. Fransheska sintió una calidez que se derrababa en lo más profundo de su ser, y aumentaba con cada espasmo de Brandon; eso la hizo sentirse plena y feliz, pues era consciente que lo estaba recibiendo, él la estaba llenando de sí mismo. Brandon se sorprendía al percibir que cada entrega parecía ser distinta y maravillosa, de nuevo tenía esa sensación que no solo su cuerpo o su esencia la colmaban, también su alma se quedaba en ella después de cada entrega, eso lo hacía sentir vivo y libre, como no lo había sido antes. Los besos fueron quedando en suaves y húmedos roces, sus respiraciones lentamente volvían a ser normales, mientras sus cuerpos laxos y satisfechos aún seguían unidos, vibrando a momentos. Él se apoyó en el asiento y la llevó consigo para que descansara sobre su pecho, parecía como si hubiese corrido un maratón y lo hubiese ganado, pues se sentía feliz y triunfante, un guerrero que había conquistado el más hermoso y preciado de los tesoros. —Esto es increíble… aún no ha dejado de llover; sin embargo, siento como si el sol estuviese brillando en este lugar —esbozó ella, mientras acariciaba el poderoso pecho de su novio. —No estuvo mal para ser la primera vez en un auto —pronunció, fingiendo desinterés acariciando las piernas de su novia. —¿No estuvo mal? —preguntó, sorprendida, mirándolo—, pero… pero si para mí estuvo increíble… digo… yo me sentí… —Se interrumpió al ver que él estaba conteniendo la risa—. ¡Brandon! Eres… eres tan odioso… tonto… —Le reprochó, soltando el abrazo. —¿Qué? — dejó libre una carcajada de adolescente travieso, estiró sus manos para tomarla de la cintura y atraerla de nuevo, sus cuerpos chocaron ante el movimiento y solo eso bastó para que un calor los recorriese a ambos—. Ven, quédate conmigo, ¿te molestaste? —No…supongo que tienes razón, seguramente para ti no fue nada del otro mundo —pronunció

dolida por su actitud. —¿Quieres que te diga qué me pareció? —la tomó de la barbilla para que lo mirara a los ojos. Ella asintió apenas con un movimiento—. Me pareció increíble… no, increíble no alcanzaría, fue extraordinario… maravilloso, excitante… —dijo al tiempo que le daba suaves besos en el hombro—. Fue absolutamente hermoso y alucinante, sí… creo que eso podía acercarse un poco. La verdad es que todo lo que tú me das es mucho más de lo que había experimentado, no sé lo que tienes Fransheska, no puedo entender qué es lo que tiene tu piel, tus besos, tus ojos, tus manos, pero siempre termino deseando más, me tienes rendido a tus pies, me haces perder la cordura, me haces volar y caer en picada y volver a volar… por eso te amo —susurró, al tiempo que le besaba el cuello y la miraba a los ojos. —Amor… amor mío, tú me haces sentir igual, pensaba que esto que se despierta en mí, cada vez que estoy en tus brazos es exagerado, que debía controlarme porque consideraba que no era correcto que me dejara embargar por una necesidad tan grande, pero es demasiado contundente para esconderla, Brandon… Yo también me siento volar a tu lado, me haces girar y flotar, siento que entre más tengo de ti, más deseo… esa fuerza con la que me tomas me fascina, que me lleves tan alto y no me importa sentir que estallo en millones de pedazos, es maravilloso porque después de esa luz que me ciega apareces tú… estás allí para recibirme, haces que todo sea mágico ¡Te amo tanto! —expreso emocionada, mirándolo a los ojos, llevó las manos hasta su rostro—. Tú eres mi sol y mi cielo… te amo —tomó sus labios en un beso lento, tierno y cargado de amor. Los besos y las caricias los llevaron a hacer el amor una vez más, una nueva entrega donde la pasión y la ternura se intensificaron gracias a las confesiones realizadas. Él le pedía dejarse llevar y al mismo tiempo que fuese ella quien lo hiciese volar, entregándole a momentos las riendas de ese encuentro y disfrutando al verla como iba en busca de su propio placer, entregándole una de las visiones más excitantes de las que hubiese sido testigo en su vida. Dejando de lado los perjuicios moralistas que la cohibían, se entregó al hombre que amaba sin ponerse límites, haciendo aquello que su corazón y su cuerpo le pedían. Lo acarició y besó en esos lugares en él que le encantaban, aunque el espacio no le permitía moverse mucho, pudo dejar caer una lluvia de besos sobre su tallado abdomen, pero no se arriesgó a ir más allá por pudor, aunque lo deseaba, decidió que lo dejaría para después, cuando estuviesen casados. El sol salió de nuevo, pintando con sus bellos tonos las aguas del lago Michigan, encontrándolos abrazados y extasiados después de esa segunda entrega que hacía más fuerte el sentimiento que compartían. Durante esos minutos de calma, Brandon tuvo tiempo para pensar en la propuesta de John Torrio, veía a Fransheska tan ajena a todo y supo que lo único importante era que ella siempre estuviese a salvo y feliz, así que aceptaría, le daría al hombre lo que pedía y se desharía de una vez por todas de Enzo Martoglio.

Capítulo 36 Amelia, Benjen y Dominique esperaban que Terrence se quedara con ellos de manera definitiva, y se lo dejaron claro, cuando lo llevaron hasta la habitación que habían dispuesto para él y encontró un armario repleto de ropa. Incluso, había algunos conjuntos que recordaba haber comprado hacía años, cuando aún vivía con su madre; y que, al parecer, ella había decidido conservar; en el baño también estaban varios artículos personales sin usar, de sus marcas sus favoritas. Era evidente que estaban haciendo todo lo necesario para que él se sintiera como en casa; sin embargo, eso no era tan sencillo, no podía engañarse y comportarse como si todo fuese perfecto. Primero, porque su mundo estaba totalmente de cabeza; y segundo, porque aún debía pasar algún tiempo para que sus heridas cicatrizaran y pudiera sentirse como parte de la familia que ellos habían formado. Decidió regresar a la ciudad después del almuerzo, alegando que debía ver a Clive; solo así pudo acallar las protestas de su madre, quien una vez más recurría al chantaje emocional para convencerlo de que se quedara. Se despidió de ellos y les prometió que volvería pronto, la verdad era que se había sentido mejor de lo que esperaba en su compañía, incluso, le sorprendió charlar con su padre y ver que podían hacerlo de manera civilizada, sin acabar en una discusión. Llegó al consultorio de Clive y fue recibido por Sussanah, quien al verlo le sonrió con el mismo cariño de siempre; mientras caminaban por el pasillo, sintió dudas sobre si compartirle su verdadera identidad o esperar un poco más. Al final, optó por consultarlo primero con Clive; su psiquiatra también lo recibió con una sonrisa entusiasta, pues estaba enterado de su visita a casa de los duques de Oxford, así que, seguramente, deseaba conocer sus impresiones. —Bienvenido, Terrence —dijo luego de que su madre los dejara solos, aun no les había dicho nada a ella ni a su esposa, porque sabía que ya había faltado mucho a su ética profesional y que tuvo suerte de que su paciente no tomara acciones legales contra él. —Gracias, Clive… buenas tardes —lo saludó, estrechándole la mano y luego se quitó la chaqueta para dejarla en el pechero. —Bien, cuéntame. ¿Cómo te fue en la visita que le hiciste a tus padres? —inquirió, ocupando su lugar. Terrence comenzó a relatar desde el principio la conversación que habían tenido, sus reclamos y las explicaciones de ambos; Clive pareció complacido cuando le dijo que había decidido darles una oportunidad, para comenzar desde cero. Su psiquiatra lo felicitó por ese gran paso que había dado y le aseguró que eso era lo mejor para su bienestar emocional, que le serviría para superar parte de esos traumas que lo habían llevado a sufrir del trastorno de fuga disociativa. —También me gustaría hacer algo más, pero quise consultarlo antes contigo —mencionó y enfocó su mirada él. —Claro, dime, ¿qué deseas hacer? —preguntó con curiosidad. —Me gustaría hablar con Allison, creo que es momento de que ella sepa que he recuperado mis recuerdos —se mostró cauteloso. —¿Te sientes listo para hablar con ella? —inquirió, mirándolo. Aunque su esposa estaba muy

ansiosa por tenerlo de vuelta, no quería que él se sintiera presionado. —Sí, Allison era mi mejor amiga, siento que hablar con ella me hará bien. —Terrence pensaba que a lo mejor su amiga podía ayudarlo a aclarar sus dudas sobre los sentimientos de Victoria. —Ella se pondrá feliz, ¿qué te parece venir a cenar esta noche a nuestra casa? —propuso con una sonrisa amable. —Claro… me parece bien, pero ponla al tanto antes, no quiero que la pobre termine desmayándose —dijo con el mismo gesto. Clive asintió, haciendo su sonrisa más ancha, imaginaba lo feliz que se pondría su mujer cuando le dijera que esa noche, su amigo los acompañaría a cenar y que ya no tendría que fingir que era un desconocido. Después de algunos minutos, terminaron la sesión, él lo acompañó a la puerta y de camino, se encontraron con su madre, Terrence quiso ponerla al tanto de su verdadera identidad, para que ya no siguiera llamándolo Fabrizio, sentía que debía ir dejando atrás la personalidad del italiano y comenzar a recuperar la suya. —No sé si mi hijo se lo dijo, pero fui yo quien prácticamente lo convenció de que era usted, le mostré un afiche de esos que regalan con el periódico cuando anuncian las óperas. Es que desde que lo vi se me hizo conocido —comentó ella, con una gran sonrisa. —Sí, me dijo que todos ustedes daban por sentado que yo era Terrence Danchester, y que era el único escéptico —respondió con una sonrisa, aunque ese gesto no alcanzaba su mirada; porque siendo honesto, el más renuente a creerlo era él. —Lo importante es que ahora sabe quién es y podrá estar en paz consigo mismo, ya no lo atormentarán todas esas dudas con las que llegó a este lugar. Me alegra tanto saber que mi Clive pudo ayudarlo —expresó, mirando con orgullo a su hijo. —Solo hice mi trabajo, madre —alegó, sonriendo apenado. —Hiciste más que eso, también me brindaste tu amistad y creo que eso definitivamente influyó mucho para que mi condición mejorara. Permitirme confiar en alguien era lo que realmente necesitaba, así que, muchas gracias por eso —dijo con sinceridad y le extendió la mano para despedirse—. Gracias por la invitación, nos vemos esta noche. —Nada que agradecer, Allison se pondrá feliz. —Le estrechó la mano, dedicándole una de esas miradas serenas tan propias de él. —Fue un placer verla, Sussanah… hasta pronto. —Igualmente, Terrence —pronunció con una sonrisa. Él asintió intentando emular el gesto, apenas se estaba acostumbrando a escuchar su nombre de nuevo, aunque su familia no perdió oportunidad para recordárselo a cada instante. Salió y caminó hasta donde había dejado el auto, debía regresar al hotel para hacerle una llamada a Fransheska, deseaba saber cómo estaba todo por allá, luego se prepararía para el encuentro con su mejor amiga. Clive llegó a su casa y encontró a su esposa en el jardín, estaban aprovechando las últimas horas de sol junto a su hijo, como le había sugerido la doctora. Al verlo, le dedicó una enorme sonrisa y le extendió la mano para invitarlo a acercarse a ellos; él lo hizo de inmediato y ocupó la banca de madera, donde habían grabado sus nombres, como si fuesen un par de adolescentes enamorados. —Hola, amor… llegaste temprano hoy —dijo y ofreció sus labios pidiéndole un beso, que él le entregó con gran entusiasmo—. Creo que alguien me extrañó mucho —comentó con una gran sonrisa.

—Siempre lo hago, también a este guapo caballerito —indicó mientras tomaba asiento y le extendía los brazos para que se lo entregara, cada día estaban más grande—. ¿Cómo te portarte hoy? —Maravilloso, como siempre, nuestro hijo es un verdadero angelito —respondió ella, acariciándole la cabeza—. ¿Qué tal tu día? —preguntó, notando que se le veía satisfecho, como si algo hubiese salido muy bien y lo tuviera contento. —Como siempre…, bueno; a decir verdad, te tengo una excelente noticia. —Vio cómo su mirada se llenaba de expectativas. —¿Es sobre Terry? —inquirió con la voz temblorosa, pues sus latidos se habían acelerado en un segundo. —Sí, vendrá a cenar esta noche —respondió y sonrió al ver que su mujer se desinflaba como un globo. —Ah…, solo eso. —La noticia la ponía feliz, pero no era lo que esperaba, quería escuchar que ya él había recuperado su pasado. —No, hay algo más… también tendrás que ir mañana a la iglesia para reservar la fecha del bautismo de Michael… —¡Oh, por Dios!… ¡Clive! —exclamó, llenándose de emoción. Allison se llevó las manos a la boca para acallar su algarabía y no despertar a su pequeño, sus ojos se llenaron de lágrimas que no tardó en derramar, mientras sus labios esbozaban una sonrisa que casi dividía su rostro en dos. No podía creer que su amigo estuviese de vuelta, lo había extrañado tanto; sobre todo, desde que supo que estaba vivo, miró a su esposo agradeciéndole con una sonrisa y él se acercó para besar sus mejillas bañadas en llanto. —¿Cómo sucedió? ¿Qué te dijo? ¿Cómo está él? —Lanzó un torrente de preguntas al tiempo que sus pupilas se movían con rapidez. —Está bien, bueno dentro de lo que cabe…, pero aún intenta asimilar todo, le aconsejé que lo hiciera despacio y que no se presionara. Por cierto, lo que consiguió romper con su bloqueo, fue ver varias fotografías suyas junto a Victoria, cuando estaban más jóvenes… —¡Te dije que eso podía funcionar! —expresó animada. —Sí, sé que me sugeriste una terapia de choque, pero no estaba seguro del resultado que tendría, porque él estaba muy cerrado a la idea de ser Terrence, incluso, la rechazaba, por eso no quise arriesgarme; sabes que la psiquiatría no es una ciencia exacta —explicó, no sin sentirse un poco apenado, por no seguir sus consejos. —Tienes razón, pero lo importante es que ya él está recuperado por completo, ¿no es así? — preguntó con algo de preocupación, porque a lo mejor había quedado con algún tipo de secuela. —Se podría decir que sí, aunque todavía le falta llenar algunos espacios en sus recuerdos, pero ya sabe quién es realmente y está decidido a retomar su vida. Por eso me expresó su deseo de verte, así que lo invité a cenar —respondió, sonriendo ante la dicha de su esposa. Ella lo abrazó y lo besó con entusiasmo, luego se puso de pie como un resorte—. ¿A dónde vas? — preguntó, desconcertado. —Tengo una cena que organizar —respondió con una gran sonrisa y la mirada brillante—. Voy a llamar a mi madrina para contarle. —Ya ella sabe, él fue a verla y se quedó con ellos un par de días. —Eso es maravilloso —pronunció aplaudiendo y su bebé se removió, por lo que dejó de hacerlo para no despertarlo—. Puedes cuidar de Michael, por favor —pidió con una encantadora sonrisa. —Por supuesto —dijo asintiendo, feliz al verla así.

—Gracias, te amo —respondió y le dio un par de toques de labios. —Te adoro —mencionó él y la vio casi correr hacia la casa. Clive se quedó allí, consintiendo a su hijo, disfrutando de la extraordinaria sensación de ser padre, que había conseguido gracias a su hermosa esposa. A diferencia de otros hombres, él se sentía verdaderamente satisfecho por haberle dado esa alegría, porque sabía que el cariño que Allison sentía por Terrence era fraternal, así que no existía un motivo para que los celos anidaran dentro de él. Dos horas después, la admiraba mientras ella se ponía unos pendientes de perlas que le había regalado, lucía realmente bella y sentía que a cada minuto se enamoraba más de ella. Se acercó y le rodeó con los brazos la delgada cintura, luego dejó caer un par de besos en el cuello y la sintió estremecerse, lo que lo hizo sonreír, buscó su mirada a través del espejo y notó cuán ansiosa estaba. —¿Estás nerviosa? —preguntó solo para confirmarlo. —Sí… no sé cómo reaccionará él… ni cómo lo haré yo; es decir, me muero por abrazarlo, pero no sé si se sentirá cómodo con una muestra de afecto como esa —confesó, acariciándole los brazos. —Solo sé tú misma… y trátalo como acostumbrabas hacerlo, estoy seguro de que él se sentirá bien —Le aconsejó y luego le dedicó una sonrisa para alejar las dudas de ella. —Siempre tienes las palabras adecuadas para hacerme sentir bien. ¡Qué suerte tengo de tener un esposo terapeuta! —acotó, sonriendo. Clive le devolvió el gesto y la movió para ponerla frente a él, luego rozó sus labios un par de veces para que su labial no se corriera, la escuchó suspirar y la abrazó con fuerza para aliviar la tensión que embargaba su cuerpo. Escucharon un par de golpes en la puerta, se separaron y él caminó para abrir, era una de las empleadas que le anunciaba que la comida ya estaba casi lista y habían puesto la mesa. —Muchas gracias, Nelly, enseguida bajamos —dijo Clive. —Bien, ya es hora —anunció Allison, luchando contra los nervios que una vez más intentaron apoderarse de ella, recibió la mano de su esposo y salió junto a él de la recámara. Apenas llegaron a los pies de las escaleras, escucharon que el timbre sonaba, Allison ni siquiera le dio tiempo al ama de llaves de que se acercara la puerta, fue ella la que caminó de prisa para abrirla. Su mano temblaba cuando la posó sobre el picaporte, tomó aire y lo giró; de inmediato se encontró con la mirada azul de su amigo y cientos de recuerdos llegaron, despertando un cúmulo de emociones que apenas podía contener, su barbilla tembló al intentar retener su llanto. —Hola Ally —mencionó Terrence, con una sonrisa nerviosa, al ver que su amiga se quedaba parada en el umbral de la puerta y lo miraba como si fuese un fantasma; algo que no estaba muy lejos de la realidad. —¡Terry! —expresó, sin poder contener la emoción y corrió para abrazarlo, mientras las lágrimas bajaban copiosas por sus mejillas. Se aferró a él para comprobar que todo eso era real, que su amigo había regresado—. Te extrañé tanto… no tienes idea de todo lo que sufrí al creer que nunca más volvería a verte, pasé semanas llorando y mi madrina… ella estaba realmente devastada, todas estábamos mal… —Lamento tanto el sufrimiento que les provoqué… créeme, no lo hice con intención —dijo acariciándole la espalda para consolarla. —Lo sé… nada de esto fue tu culpa —pronunció y se movió para mirarlo a los ojos, le acunó el rostro y le dedicó una de sus mejores sonrisas—. Casi no has cambiando… bueno, solo un

poco, te ves más adulto, pero sigues siendo el mismo Terry de siempre. —No sé si eso sea cierto, han pasado muchas cosas, Ally —dijo desviando su mirada, porque en el fondo seguía sintiéndose extraño, dejó escapar un suspiró pesado—. Borraron cuatro años de mi vida de un tajo, no sé si alguna vez pueda recuperarlos. —Lo harás… por supuesto que lo harás y, yo estaré aquí para ayudarte, sabes que siempre podrás contar conmigo… ¡Dios, no puedo creer que estés aquí! Estoy tan feliz que me pondría a brincar ahora mismo —agregó riendo y lo abrazó con fuerza. —No puedes hacer eso, ahora eres una mujer casada y madre de un niño —comentó riendo también, contagiado por su ánimo. —Tienes razón —mencionó, recomponiéndose—. Aunque la verdad, no creo que mi esposo se moleste por eso. Él es adorable. —Le entregó un guiño y una sonrisa pícara. —En lo absoluto; por el contrario, me hace muy feliz verla de esta manera —comentó Clive, sonriendo desde la puerta. —¿Ves? Me ama con todo y mis locuras —aseguró Allison, sonriéndole a ambos—. Ven, vamos adentro, te he preparado una cena que te encantará y tenemos mucho de qué hablar. —Se colgó de su brazo y lo guio al interior de su casa, sin dejar de sonreír. Terrence se sentía un poco tenso, pero la actitud relajada de Allison, consiguió alejar todos los nervios que lo invadían, era como si el tiempo no hubiese pasado, podían charlar sin ningún problema. Estuvieron en el salón algunos minutos, platicando más de la vida de casada de Allison, que de su vida en Italia; suponían que él no estaba listo para hablar de eso, así que ella procuró distraerlo, luego pasaron al comedor, donde los esperaba una deliciosa lasaña. Él se sentía admirado al ver cuán felices y compenetrados lucían su amiga y Clive, eran una pareja perfecta; de pronto sintió celos, porque a lo mejor Victoria y él hubiesen tenido un hogar así, de no haber ocurrido ese maldito accidente que aún no conseguía recordar. Durante la cena intentaron hablar de temas agradables, ella en ningún momento mencionó nada en contra de los Di Carlo, tal vez Clive la había puesto al tanto de la estrecha relación que tenían con él y cuanto los apreciaba. Allison intentó hablar de Victoria en un par de ocasiones, pero al notar que Terrence solo respondía con monosílabos y se tensaba, decidió dejar el tema de lado. Su esposo apenas hablaba, pero podía notar que miraba atentamente a su amigo, así que supo que el doctor Rutherford estaba dentro de su papel de psiquiatra, observando cada reacción; terminaron la cena y pasaron al salón una vez más. —Quisiéramos pedirte algo —anunció Allison con una sonrisa, mientras le tomaba la mano a su esposo. —Claro, lo que sea —respondió con el mismo gesto de su amiga. —Que seas el padrino de Michael —dijo ella, mirándolo a los ojos. Terrence parpadeó sorprendido, pero la sonrisa en su rostro reflejaba la felicidad que lo embargaba; al mismo tiempo un torrente de nervios lo asaltaron, porque sabía que era una gran responsabilidad, así como un gran honor. Recordó al pequeñito que les hizo pasar varios sustos el día que llegó al mundo, y que también se sujetó con fuerza de su dedo cuando lo conoció; esa sensación de conexión que sintió con Michael lo abrumó en aquel momento, pero ahora la comprendía, asintió haciendo su sonrisa más ancha. —Por supuesto, sería un honor ser el padrino de su hijo —esbozó emocionado—. Gracias por pensar en mí para tener este privilegio, Allison, Clive… les prometo que seré el mejor padrino del mundo. —Estoy completamente segura de que así será —expresó ella y se acercó para abrazarlo con

mucha fuerza. —Eres el mejor amigo de Allison y, estuviste allí el día de su nacimiento, sé que serás un excelente padrino —comentó Clive y también le dio un abrazo; después de todo, allí no eran terapeuta y paciente, sino amigos. —Muchas gracias por esperar por mí, para bautizar a su pequeño. —Soy una mujer con mucha fe —indicó ella, sonriéndole—. Además, también estamos esperando por la madrina. —¿Quién será? —preguntó Terrence interesado y se tensó un poco, pues quien quiera que fuera, se enteraría de quién era él realmente. —Bueno, sabes que yo no tengo muchas amigas… y Clive tampoco conoce a alguien a quien desee darle esa responsabilidad, así que hemos pensado que lo más indicado es que sea Victoria —pronunció, sopesando sus palabras, para que él no fuese a rechazar la idea. —Sabemos que aún tienes muchos asuntos que atender, pero hemos decidido esperar, así que no te preocupes, no hay prisa —indicó Clive, al ver que Terrence fruncía el ceño y se quedaba en silencio. —Sí, podemos hacerlo… solo procura solucionar todo, antes de que Michael cumpla la mayoría de edad —acotó Allison, repitiendo la broma de su esposo y consiguió sacarle una sonrisa a su amigo. —Te prometo que no tardaré tanto… solo esperaré a que llegue Luciano para que me rinda cuentas de lo que sucedió. Luego de eso les confesaré a todos quien soy realmente —sentenció, a pesar de que aún seguía teniendo muchas dudas sobre cómo dar ese paso. —Verás que todo estará bien, tendrás a tu familia y también a nosotros para apoyarte —dijo ella con una gran sonrisa. —Muchas gracias, Ally… y Clive, por todo. Bueno, ya debo irme. —Fue un placer tenerte en nuestra casa, Terrence —esbozó Clive, extendiéndole la mano con una sonrisa amable. —Me hiciste muy feliz, gracias por venir… aunque quisiera pedirte algo más, antes de que te vayas. —Allison estaba siendo cautelosa. —Seré el padrino de todos los hijos que tengan —comentó él, sonriendo, para esconder la sensación que le provocó el tono con el que ella hizo esa petición; sabía que sería algo complicado de cumplir. —Quiero que me acompañes mañana a un lugar. —¿A dónde? —inquirió con la voz vibrándole. —Te lo diré mañana cuando pasé por el hotel para buscarte. Ahora ve y descansa —respondió y le dio un abrazo apretado. —Está bien —mencionó, mirándola a los ojos, luego le extendió su mano a Clive—. Nos vemos, gracias por la cena. —Descansa —contestó, estrechándole la mano. Lo acompañaron hasta su auto y lo despidieron con ademanes mientras lo veían alejarse; Allison se volvió para mirar a su esposo, le dedicó una sonrisa radiante y lo abrazó con emoción. En verdad, estaba feliz, pero sentía que aún debía hacer algo más por su amigo, entró a la casa junto a su esposo, pensando en la manera de pedirle su ayuda para lo que planeaba hacer al día siguiente. Brandon había llegado a su oficina con la resolución de aceptar el trato que le había propuesto John Torrio, citó en su oficina a su sobrino Sean, para que lo asesorara con la parte legal, a Robert

porque era quien estaba al tanto del asunto y porque se había encargado de investigar al famoso «Zorro» y había dado con información interesante. Luego de charlar durante una hora, acordaron llamar al jefe del departamento de embargos, que estaba a cargo de los galpones y que ya estaban destinados a ponerse en subasta. —Bien, ahora solo falta redactar ese documento y llamar al señor Torrio para dejarle claros los términos de nuestro acuerdo. —¿Está absolutamente seguro de esto tío? —preguntó Sean, que no terminaba de convencerlo ese trato. —Sí, lo estoy… —respondió con seguridad—. Sé que todo esto puede preocuparles, pero créanme, que sé lo que hago. Además, necesito acabar con esta situación de una vez por todas; no pienso poner en riesgo a Fransheska ni ningún otro miembro de la familia. Me preocupa sobre todo Victoria, porque él podría desear vengarse de Fabrizio con ella —comentó algo que ya había discutido con su cuñado. —Sé que estás entre la espada y la pared, pero recuerda que los hombres de la mafia son ambiciosos y pueden querer hacer más convenios como estos o algunos más ventajosos. —Para eso tenemos un documento con varias acciones legales que podemos usar a nuestro favor, confío en lo que nos explicó Sean y en su trabajo, sé que lo que haremos nos cuidará y evitará que nuestra imagen se vea manchada por algún escándalo —mencionó a su administrador, que era el más renuente al aceptar el trato con Torrio. —No se preocupe, Robert, haremos todo de tal manera que los intereses de la familia ni de nuestros socios, se vean afectados —dijo Sean para apoyar a su tío, le atemorizaba la idea de que algún miembro de la familia resultase dañado si ese demente seguía suelto. —Bien… ¿Y qué piensas hacer con Martoglio? —cuestionó Robert, y se hizo un pesado silencio, así que continuó—: Sabes cuál es el significado que le da Torrio a la frase «librarte de Martoglio» —Lo sé… y no pienso actuar de manera tan radical. Si doy la orden de que lo maten, estaría manchando mis manos de sangre tanto como el que ejecute esa orden —respondió Brandon, mirándolo a los ojos, para que viera que tampoco había perdido su buen juicio, él no se convertiría en un matón—. Le diré que lo entregue a la policía. —Me parece lo mejor —acotó Sean, consciente de que su tío era un hombre razonable y que no haría nada que fuese en contra de la ley. —Tenemos buenos contactos con la policía —añadió Robert, aprobando la idea de su amigo. —Y yo conozco a varios abogados penalistas que son excelentes, así que conseguiremos refundir a ese hombre en la cárcel y esta vez se quedará allí para siempre. —Sean se mostró muy confiado, como todo buen abogado, que nunca pensaba en perder un caso. —Bien, por favor, Robert contacta a John Torrio y dile que estamos evaluando su propuesta, debemos mantenerlos a nuestro favor, no se le dé por soltar al infeliz de Martoglio. —Por supuesto, enseguida lo llamo —respondió sin más titubeos. —Muchas gracias a los dos por la ayuda, ahora hagamos esto —sentenció Brandon, permitiéndose sonreír, porque al final veía una luz al final de ese túnel tenebroso que llevaban meses transitando. Todos se pusieron de pie para despedirse de momento, pues más tarde se volverían a reunir para leer el contrato que la asistente de Sean redactaría. Debían verificar que todo estuviese tal como lo habían acordado, luego se lo presentarían al italiano y esperaban que no tuviera ningún tipo de objeción, porque era un trato bastante conveniente.

Capítulo 37 La gama de colores que se desplegaba antes sus ojos, era tan maravillosa a como la recordaba, ese paisaje lleno de luz y que tantas remembranzas le traía. Podía jurar que no había cambiado en lo absoluto, seguían pareciéndole igual a como cuando era una niña de cinco años y corría por las colinas, persiguiendo alguna liebre o recogiendo flores para hacerse coronas. Estaba a solo semanas de cumplir veintitrés años y le parecía haber vivido mucho más de eso; cerró los ojos y dejó libre un suspiro que parecía salir de lo más profundo de su alma y que iba impregnado de tristeza. Se quedó así por varios minutos, solo dejándose llenar de recuerdos y luchando porque las lágrimas no le ganasen la batalla, ya estaba cansada de llorar y no quería que sus tías se angustiaran por su culpa, no había llegado hasta allí para que fueran su paño de lágrimas como siempre. Victoria se puso de pie con determinación, se limpió las briznas de paja que se habían pegado a su vestido y bajó de la colina rumbo a la casa de sus tías. Vio que de la chimenea de la cocina se alzaba una columna de humo; así que supo de inmediato que debían estar horneando algo exquisito, eso la animó mucho, apresuró el paso y entró a la casa con una gran sonrisa. —He regresado tía Julia, tía Olivia —mencionó, entrando a la cocina—. Desde la colina pude ver el humo y supe que estaban horneando. Huele delicioso, ¿qué es? —preguntó entusiasmada, viendo la mesa repleta de ingredientes y utensilios. —Quisimos hacer unas galletas de tus favoritas, con chispas de chocolate —respondió Olivia, sonriéndole. —Fantástico, necesitan que les ayude —preguntó, viendo que aún les quedaba un poco de masa para cortar. —Tranquila, ya casi acabamos… pero ven hija, siéntate un rato con nosotras —pidió, indicándole una de las sillas. Victoria asintió sin dejar de sonreír y se sentó frente a ellas—. Vicky… ¿Cómo están las cosas con tu novio? —preguntó sin rodeos, la sonrisa de su sobrina desapareció—. Eso me temía —acotó Julia, al ver el gesto que hizo su sobrina, y que sin palabras le dio la respuesta. —Todo… todo está bien, tía Julia, es solo que… —Recordó que no las atormentaría con sus problemas—. Ahora está en Nueva York —contestó, desviando la mirada de la mujer. —Nunca has sido buena para decir mentiras, Victoria y, menos a nosotras, a ver por qué no nos cuentas lo que sucedió —sugirió Olivia. —Yo… —Victoria bajó el rostro y posó la mirada en sus manos, que estrujaban su falda, su barbilla tembló anunciando que las lágrimas no tardarían en llegar—. ¡No entiendo nada! — exclamó, sollozando. —¿Qué no entiendes, cariño? —preguntó Olivia, dejando la masa y sentándose a su lado para consolarla. —La actitud de Fabrizio —esbozó, limpiándose el llanto. —¿Qué hizo para que estés así? —inquirió Julia, secándose las manos con un paño y también se sentó junto a ella. —Es solo que no puedo creer que sea tan obstinado y orgulloso, que prefiera lanzar todo al

olvido como si no importara, es muy injusto de su parte esto que está haciendo —dijo en un torrente de palabras, que apenas detuvo para tomar aire y luego continuó—: Yo sé que me equivoqué en no decirle la verdad y lamento tanto que se enterara como lo hizo, pero ni siquiera me dejó explicarle todo, solo huyó a Nueva York y, cada vez que lo llamo, nunca está en el hotel, tampoco responde mis mensajes… Ni siquiera me da la oportunidad de hablarle y pedirle perdón por haberlo lastimado… es un tonto arrogante, un verdadero tonto que no se da cuenta de cuánto lo quiero. —Dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas, se sentía molesta y dolida por la indiferencia de su novio, ya no soportaba más su silencio. Julia y Olivia se quedaron en silencio, analizando las palabras de su sobrina, mientras le acariciaban la espalda y el cabello para consolarla; aunque Olivia tuvo que disimular una sonrisa, al comprobar que, ciertamente, su hermana y ella tenían razón en sus sospechas luego de conocer al supuesto Fabrizio Di Carlo. Sin embargo, ahora casi lo confirmaban, ningún otro chico había conseguido exasperar a Victoria de ese modo, nunca la había visto así por nadie más que no fuese Terrence Danchester, así que ese joven y el rebelde prometido de su sobrina debían ser la misma persona, aunque todo pareciera una locura. —Siento como si estuviese luchando contra la corriente del río más caudaloso del mundo… No puedo entenderlo, definitivamente, no puedo entenderlo… él no quiere escuchar de razones ni de nada, y esto me está cansando demasiado, no pienso luchar sola por nuestra relación, él también debe poner de su parte, pero si no lo hace y lo único que desea es que todo acabe… ¡Pues, que termine! —exclamó, estrellando sus puños contra la mesa, estaba realmente furiosa con Fabrizio, como nunca imaginó. —¡No! —alegaron sus tías al mismo tiempo. Victoria las miró sorprendida por esa reacción tan intensa, no esperaba que sus tías se negaran de manera tan rotunda a que ella terminara su relación con Fabrizio. De inmediato supo que esa reacción se debía a que ellas no deseaban verla triste y por eso no querían que su noviazgo acabara, les había contado muchas veces cuán feliz la hacía ese italiano tonto, pero le estaba destrozando el corazón. —Vicky, cariño… nunca has sido de las personas que se dejan derrotar y no puedo pensar que esta sea la primera vez que lo hagas, menos, tratándose del chico que amas —dijo Olivia buscando sus ojos y le pasó un pañuelo por las mejillas mojadas. —No lo soy, tía… pero estoy cansada de todo esto, cuando por fin siento que puedo ser feliz, entonces algo sucede y termino perdiéndolo todo … Lo peor es que soy la única culpable, así que solo debería resignarme —expresó, bajando el rostro. —Hija, no digas eso… mira, en toda relación hay momentos difíciles, pero cuando el amor es verdadero siempre encontrarán la manera de superarlos —acotó Julia y le alzó el rostro, sonriéndole. —Mi hermana tiene razón, comprendemos que la actitud de tu novio te haga sentir dolida y confundida, pero seguro él tiene sus razones para estar así… tal vez necesite tiempo, por qué no nos dices lo qué pasó entre ustedes para que ahora estén separados. —Sí, mejor cuéntanos lo que sucedió —pidió Julia, animándola. Victoria respiró profundamente y luego soltó un suspiro pesado, cerró los ojos y sus párpados temblaron al recordar aquel episodio que la había atormentado por días. Al final, se armó de valor y comenzó a relatarle a sus tías lo que había sucedido, mientras lo hacía, no podía evitar llorar al rememorar la rabia y la frialdad con las que Fabrizio la trató, y cada vez le quedaba más claro que no la perdonaría. Las hermanas comprendieron lo grave de la situación y porque el joven se negaba a hablar con

Victoria cada vez que lo llamaba, lo que había descubierto era demasiado complicado de asimilar. Seguramente se sentía engañado por ella y por todos, intercambiaron una mirada llena de pesar, pues no podían dar por sentado que su teoría fuese cierta y que, gracias a ese descubrimiento, los recuerdos de Terrence regresarían; todavía les costaba imaginar cómo había ido a parar tan lejos y con otra familia, si era que ciertamente se trataba de él. —Fabrizio cree no lo amo a él sino a Terry —susurró con un nudo en su garganta que apenas le permitía hablar. —Y eso no es así… ¿Verdad? —inquirió Julia, mirándola. —¡No! Claro que no… puede que en un principio me haya sentido hechizada por ese parecido físico tan impresionante… sabía que podía confundir mis sentimientos y por eso quise alejarme de él, pero me fue imposible. Luché contra este sentimiento, se los juro…, aunque acabó siendo más fuerte que yo, ni siquiera supe cómo sucedió, pero después de un tiempo acepté que me había enamorado de él, a pesar de eso, intenté poner distancia entre nosotros; sin embargo, la vida parecía estar empeñada en acercarnos. Y después de un tiempo, cuando supe que él también estaba enamorado de mí… solo dejé que este sentimiento creciera y se volviera tan maravilloso como es ahora —respondió, sumida en aquellos hermosos recuerdos, pero el peligro de perderlo la regresó a la realidad de una manera muy dura. —¿Y por Terry qué sientes, Vicky? —preguntó Olivia, mirándola. —¿Por Terry?… bueno, tía Olivia… yo quiero muchísimo a Terry, él sigue siendo alguien muy importante para mí, pero… ahora tengo a Fabrizio, es quien me llena la vida de momentos maravillosos y siempre hemos sido felices, de no ser por esto, todo sería perfecto —contestó, sintiéndose confundida como siempre que debía hablar de esos dos sentimientos—. No entiendo, ¿por qué me pregunta todo eso? ¿No estará pensando lo mismo que todos los demás? —cuestionó y vio que ambas desviaron sus miradas—. Yo amo a Fabrizio y es con quien deseo formar una familia y comenzar una nueva vida… él está aquí y prometió que no me dejaría nunca, sé que volverá, estoy segura de ello, aunque ahora se sienta traicionado… él me ama, lo sé —aseguró, mientras luchaba por no llorar y mostrarse dudosa ante sus tías. —Sí, pequeña, él te ama, pero también debes demostrarle que es a él a quien realmente amas, tienes que abrirle tu corazón y contarle toda la verdad, pero sobre todo debes ser sincera contigo misma, creo que ha llegado el momento de escoger realmente, Vicky… analiza bien tus sentimientos y deja que sea tu corazón quien haga esa elección, nunca se equivoca, Vicky… Así que, imaginemos por un momento que puedes escoger entre Fabrizio y Terrence, hazte esa pregunta y espera que tu corazón te dé la respuesta —mencionó, Julia mirándola. —Pero… es absurdo preguntarme algo así, yo… yo… no tengo dos opciones, tía Julia… Solo tengo a Fabrizio, ¿qué se supone que voy a hacer si mi corazón escoge a…? —Se llenó de un miedo que no logró comprender y le impidió hacerse esa pregunta, dejó correr un par de lágrimas y sus manos temblaron. «¿Acaso se estaba engañando realmente? ¿Será que ese refugio perfecto y libre de dolor que le ofrecía Fabrizio no la dejaba ver más allá? ¿Había algo más en todo esto?» Se preguntó en pensamientos y su cabeza era un remolino, al tiempo que cientos de emociones se adueñaban de su pecho y le hacían difícil respirar, comenzó a sentir algo de vértigo y parpadeó para aclarar su vista. No sabía por qué estaba experimentando todo aquello, como si estuviese envuelta en un pesado velo que le impedía ver eso que tanto miedo y al mismo tiempo tanta esperanza le brindaba. —Tu corazón encontrará el camino correcto, Vicky… solo debes escucharlo, pequeña — esbozó Olivia y Julia asintió.

Victoria quedó mucho más confundida de lo que ya estaba, no entendía por qué todos le decían eso; Brandon también le había mencionado algo parecido, que escuchara a su corazón. Ella siempre lo hacía y dejaba que la guiase, tal vez eso significaba que debía ir a buscar a Fabrizio, que no debía esperar a que regresase de Nueva York. El resto de la tarde la pasó sumida en sus pensamientos, no podía concentrarse en una conversación con sus tías, por lo que decidió salir a caminar. Julia y Olivia la observaban desde la pequeña terraza donde estaban sentadas, no podían esconder su preocupación, aunque también comenzaban a albergar la esperanza de que, por fin, Victoria encontrase la verdad dentro de ella y lograse ser feliz después de tanto sufrimiento, ella se lo merecía y él también. Allison llegó al vestíbulo y preguntó al recepcionista por su amigo, por suerte no cometió la imprudencia de llamarlo Terrence, sino Fabrizio Di Carlo, como suponía que se había registrado. El hombre le dijo que ya la estaba esperando en el salón oro, llamó a un botones y le pidió que la guiara hasta el lugar. En cuanto entraron, fueron directo a la mesa donde Terrence se tomaba un café, se le notaba pensativo y también algo preocupado, eso le provocó mucha tristeza, sabía lo complicado que era todo para él en ese momento, solo esperaba que eso que planeaba hacer le ayudase. —Buenos días, Terry —esbozó con emoción y él levantó la mirada para verla, enseguida sonrió y se puso de pie para abrazarla. —Buenos días, Ally —dijo y se movió para mirarla a los ojos, deseaba descubrir lo que tramaba—. Bien, ahora puedes decirme a dónde iremos —cuestionó, elevando una ceja. —No seas curioso, ya lo verás —respondió y se colgó de su brazo para salir, mientras caminaban, pudo sentir que él se tensaba más a cada paso que daba—. ¿Sucede algo? —inquirió, buscando su mirada. —No es nada —contestó, bajando el rostro para fingir que miraba las llaves del auto que llevaba en las manos. —Terry, espera. —Ella se paró justo en el medio del vestíbulo y él casi se volvió de piedra —. Podrás haber pasado cuatro años lejos, pero yo soy tu mejor amiga y te conozco, así que dime ¿qué pasa? —Salgamos de aquí, en el auto te explico —dijo casi arrastrándola hacia el estacionamiento, para huir de las miradas que los seguían. —Vaya, ¡qué lindo! Por lo visto hay cosas que nunca cambian —mencionó ella, detallando el automóvil, antes de subir. Él le dedicó esa sonrisa ladeada que desbordaba arrogancia, mientras sostenía la puerta. —Así es —dijo recordando su auto en Italia, que quemó Martoglio. —Bien, ahora dime… ¿por qué estás tan tenso? —preguntó, mirándolo a los ojos, antes de que pusiera el auto en marcha. —Porque todas las personas en el vestíbulo nos miraban. —Lamento darle este golpe a tu ego, pero no te miraban a ti, solo me veían a mí… Después de cuatro años, ya me he acostumbrado y por eso los ignoro con facilidad. Solo viven pendientes de lo que hago para luego llenar las páginas de las revistas de espectáculos; a lo mejor, comenzarán a decir que tengo una aventura con un apuesto joven italiano y que soy tan descarada que no me importa venir a su hotel a buscarlo. Por suerte, tengo un esposo que confía en mí y que además te conoce, así que no te preocupes, no hay ningún problema —comentó, sin darle mucha importancia al asunto. —Pero… podrían reconocerme —confesó su mayor temor.

—¿Y qué con eso? —cuestionó ella, con desconcierto—. En algún momento tendrás que decirle al mundo que estás vivo. —Lo sé…, pero todavía no estoy preparado para eso. Me acabas de recordar lo oportunista que es la prensa, imagina el escándalo que se armaría, todos persiguiéndome y deseando averiguar dónde estuve todo este tiempo, si fingí mi muerte o si verdaderamente estaba enfermo, lo que hice, con quiénes viví… —Tranquilo… respira, respira, Terry —Le pidió al ver que comenzaba alterarse y le acarició el pecho para que se relajara. Vio que empezaba a entrar en pánico y le resultó tan asombroso, pues él nunca se mostró así antes, ni siquiera en algún estreno—. Todo estará bien, esas personas no van a reconocerte y no habrá ningún escándalo ni te presionarán para que respondas nada. —Lo siento, no sé… no sé por qué actúo de esta manera, es estúpido e irracional que me aterrorice la idea de tener que enfrentarme a la prensa, cuando antes podía hacerlo sin ningún problema, lidié muy bien con el escándalo que se desató cuando se enteraron de quienes eran mis padres —comentó, obligándose a recuperar su seguridad. —Tienes razón, aunque lo que debes explicar ahora es un poquito más complejo —dijo minimizándolo con un gesto de sus dedos—; sin embargo, no hay nada que temer, todos estaremos contigo para apoyarte y defenderte de esas fieras hambrientas de historias amarillistas. —Sonrió y le guiñó un ojo para que él se relajara—. Ahora bien, pongámonos en marcha, dirígete al noroeste por E 51st, hacia la avenida Madison. —Bien —esbozó Terrence, encendiendo el auto y tomó la dirección que ella le indicaba, mientras sus latidos se aceleraban—. ¿Ahora? —Gira a la izquierda, en la segunda intersección hacia la quinta avenida y luego vuelve a girar a la derecha con dirección a W 43rd St. —Allison —murmuró, al sospechar a donde lo llevaba. Todas sus alertas se encendieron y estuvo a punto de orillar el auto. —Sigue mis instrucciones, Heldentenor, ahora, da vuelta a la izquierda con dirección a la séptima avenida y llegaremos a nuestro destino —expresó con una gran sonrisa, mientras le acariciaba el hombro que estaba rígido como una piedra—. Todo estará bien, no te preocupes, a esta hora solo está parte del personal y sabes que todos andan tan concentrados en sus deberes que no se fijarán en tu presencia —dijo para llenarlo de valor y que la acompañara. —Está bien… pero solo entraré para complacerte —mencionó y siguió por el callejón que daba a la parte trasera del teatro. —¡Maravilloso! —exclamó ella y aplaudió con entusiasmo. Estacionó el auto y se quedó allí, mirando la puerta por la que tantas veces entró, para ser parte de ese mundo donde tuvo que convertirse en otros. En los últimos cuatro años, también había estado en la piel de alguien más, aprendió cada uno de sus gustos, se alimentó de sus recuerdos y su desempeño fue tan perfecto, que acabó haciéndoles creer a todos y al mismo, que realmente era Fabrizio Di Carlo. —Vamos —esbozó Allison, con una sonrisa y bajó del auto. Terrence se esforzó por liberar a su cuerpo de la rigidez, siguió el ejemplo de su amiga y bajó del auto, recibió la mano que Allison le ofrecía, devolviéndole la sonrisa, aunque menos efusiva y caminaron hacia el edificio. Allison llamó a la puerta con esa combinación de golpes en clave que cada miembro de la compañía debía usar para que lo dejaran entrar; él sonrió al recordar que una vez su madre bromeó, diciendo que parecían gánsteres en lugar de cantantes. —Pase… está abierto —gritó alguien desde el interior. —¿Dónde está Francisco? —preguntó Terrence, recordando al viejo portero que parecía un

perro guardián, siempre junto a la puerta. —Ahora solo viene por las tardes un rato, ya está mayor y se quedaba dormido, así que Ernest quiso jubilarlo, pero el hombre se negó y pidió que al menos lo dejara cubrir algunas horas, que si no lo hacía, moriría de aburrimiento en su apartamento —respondió, poniéndolo al día; giró el picaporte, dedicándole una sonrisa. Entraron al lugar y caminaron por los pasillos repletos de escenarios desmontados que se utilizarían para otras obras más adelante, vio armarios llenos de utilería y vestuarios que lo llenaron de nostalgia. Iba tan sumido en sus recuerdos que tropezó con una armadura y tuvo que atajar una mala palabra por el susto, cuando casi le cayó encima, la sostuvo como pudo y después la dejó nuevamente en su sitio. —¿Cuántos años más piensa tener Ernest este montón de hojalata oxidado estorbando en el medio? —preguntó con tono molesto. —Al parecer, ya está regresando el Terrence irritable y cascarrabias que fuiste siempre — comentó Allison, sonriendo. —Y tú sigues riéndote a mi costa —añadió él, frunciendo el ceño. Ella soltó una carcajada sin importarle sus reproches, estaba feliz de tenerlo de regreso, con todo y ese carácter endemoniado; siguieron caminando hasta llegar detrás del escenario. Ella sabía que no sería sencillo lo que estaba a punto de hacer, pero su esposo le había dicho que a lo mejor resultaría bien y confiaba en eso, deseaba devolverle a Terrence la seguridad para subir a un escenario. —Ally, espera un momento. —Su mano temblorosa se le aferró al codo, antes de que atravesara el pesado telón de terciopelo rojo. —Si no subes ahora, no lo harás nunca más. —No quiero estar aquí, tengo que irme —dijo retrocediendo. —Es imposible acallar la pasión que sientes por el canto, no puedes negarle esto a tu alma, Terrence —esbozó ella, mientras lo miraba. —Yo… —intentó hablar, pero el pánico le robó la voz. —¿Por qué no subes Terrence? —Vio el terror en su mirada, pero no dejaría que lo venciera —. Has estado tantas veces sobre este escenario… no puedo creer que hayas olvidado cómo pararte en uno y menos en este —reforzó el agarre en su mano, para obligarlo a caminar y atravesar el telón junto a ella. —Esto ya no forma parte de mi vida, Allison —contestó sin atreverse a mirarla. Sintió un fuerte pinchazo en el lado izquierdo de su cabeza, se llevó la mano y cerró los ojos ante el dolor. —¿Estás bien, Terry? —inquirió, preocupada, ante su reacción. —Sí… sí estoy bien… solo me duele un poco la cabeza. Es mejor que me vaya, Allison, no tengo nada que hacer aquí, ya no existe nada en este lugar para mí —pronunció y su corazón se encogió ante esas palabras, tragó para pasar las lágrimas que inundaron su garganta. —Te equivocas Terry, hay mucho en este lugar que forma parte de ti… Clive me dijo que sentías cierto temor de subir a un escenario, pero que no comprendías el porqué, así que solo hay una manera de averiguarlo. —No puedo… no puedo hacer lo que me pides, Ally… el teatro ya no es para mí… —susurró, al tiempo que negaba con la cabeza. —Sí lo es, Terry, siempre lo ha sido, tú adorabas estar en este lugar e imaginarlo lleno de personas, este era tu mundo y lo sigue siendo —mencionó, mirándolo a los ojos y le extendió la mano—. Ven conmigo, solo mírame a los ojos y regresa a donde siempre has pertenecido… tú puedes hacerlo, eres mucho más fuerte de lo que crees —agregó con una gran sonrisa y abrió el

telón, llevándolo con ella. —Allison, no puedo subir a ese escenario, yo… Sus palabras fueron silenciadas por una gran conmoción que se adueñó de su pecho y lo dejó sin aire; su cuerpo comenzó a temblar como una hoja seca bajo los estragos de una tormenta y sus ojos se llenaron de lágrimas. El corazón latía con tanta fuerza que pensó saldría disparado de su pecho, palideció y una capa de sudor frío impregnó su piel, mientras que el vértigo se apodera de cada rincón de su ser y sospechó que terminaría desmayándose; pero en lugar de eso, fue un recuerdo lo que invadió su mente. —Eso es mentira, todo lo que dices y lo que escribiste en esta carta es mentira. ¿Acaso fue tu tía?, ¿ella te está obligando a dejarme? Por favor, mi vida, dime la verdad, confía en mí, que yo puedo solucionar esto. —No es ella, nadie me está obligando a nada; simplemente, me di cuenta de que separarnos es lo mejor… —Y lo hiciste ahora, cuando Brandon está dispuesto a ayudarnos para que la boda sea pronto, cuando todo iba bien…; después de que te hice mi mujer y de los votos que nos entregamos… Ahora decides que ya no quieres seguir conmigo. —Yo…, yo nunca me voy a arrepentir de lo que viví contigo y de lo que te entregué, siempre lo voy a llevar en mi corazón. Pero no estoy lista para lidiar con todo lo que representa tu vida, por favor, compréndeme y no me juzgues tan duramente, porque lo que hago en este momento es por el bien de los dos. —¡Claro que no! Esto es por tu bien, porque eres una niña caprichosa que siempre ha querido que las cosas se hagan a su manera, que la complazcan en cada uno de sus deseos, y estoy seguro de que, si ahora mismo te digo que renuncio a todo para quedarme contigo, cambiarías de parecer, pero ¿sabes qué, Victoria? No lo haré, porque entonces sí dejaría de ser yo, y me convertiría en otra persona, una que solo se amolde a tus exigencias, pero eso ni siquiera lo consiguió el duque en todos los años que viví junto a él, y tampoco lo harás tú. —Yo no quiero cambiarte; por el contrario, te estoy dando la libertad para que seas quien quieras ser. —A cambio de alejarme de ti, ¿acaso eso te parece justo? Si no era la persona que deseabas para pasar el resto de tu vida, ¿por qué carajos no me lo dijiste al principio?, ¿por qué esperar a este momento?, ¿por qué pedirme que hiciéramos votos, para después lanzarlos a la basura?, ¿por qué dejarme sentir lo que era ser hombre, amándote, creyéndote mía, si me ibas a dejar? —Porque no soy la chica indicada para ti, y siento mucho haberme dado cuenta ahora, pero es mejor acabar en este momento que hacerlo después, cuando sea más difícil. —¡Pues no lo acepto! Lo siento mucho, Victoria, pero no lo acepto, vas a tener que casarte conmigo lo quieras o no, porque ahora eres mi mujer y lo serás siempre; no voy a permitir que te cases con otro hombre. —Si me obligas a casarme contigo, nos harás infelices a los dos… Yo no podré darte lo que tanto anhelas, no podré…, no soy la mujer que necesitas a tu lado, lo siento, Terry…, lo siento, pero no puedo seguir contigo. Regresó de ese lapsus, sintiéndose muy mareado, se sujetó con fuerza a su amiga mientras cerraba los ojos para escapar del vértigo que pretendía arrastrarlo a un lugar muy oscuro. Respiraba con dificultad y se llevó una mano al pecho, mientras sollozaba. —Era por eso… era por eso que no podía subirme a un escenario… porque Victoria me dejó

por esto —esbozó en medio de un poderoso llanto que lo estremecía—. Ella terminó conmigo porque decidí continuar con mi carrera y entregar mi vida a un escenario. —Eso no es verdad… Ella lo hizo por esa tonta idea de que no podía darte hijos, su decisión no tuvo nada que ver con tu pasión por el teatro, Terry… yo te lo conté. ¿Lo recuerdas? — preguntó, acunándole el rostro para mirarlo a los ojos. —Pero ella, me dijo que era lo mejor… y que me estaba dando la libertad para que fuera quien quisiera. —Solo usó eso como una excusa, pensaba que, si te decía la verdad, entonces tú no te alejarías de ella, creyó que era lo mejor, pero eso no era cierto… Ustedes están destinados el uno para el otro y muestra de ello es que volvieron a reencontrarse y están juntos, que se siguen amando —expresó, llorando de emoción también. —Eso no es del todo cierto, Ally… ella ahora está enamorada de Fabrizio Di Carlo y yo he quedado solo como un recuerdo lejano y vacío —mencionó con la voz rasgada por el dolor y el miedo. —¡Terry, por Dios, no seas tonto! —exclamó divertida—. Ella está enamorada de ti… seas o no Fabrizio Di Carlo, es a Terry a quien realmente ama, Victoria Anderson solo ha amado a un hombre en su vida y ese eres tú… «¿Qué hay en un nombre? Este no es nada que forme parte de un hombre, es solo una manera de llamarlo» … ¿Lo recuerdas, Romeo? —preguntó con una sonrisa y se emocionó al ver esa luz de nuevo en los ojos zafiros de su amigo, esa que había desaparecido desde que Victoria lo abandonó—. Lo ves… tú eres ese hombre que ella ama, así te llames Enrique V o Julio Cesar —expuso con seguridad. Al ver que Terrence se llenaba de confianza una vez más, lo amarró en un abrazo para alejar todas las dudas que pudiese tener, quería que él fuese feliz porque lo merecía tanto como Victoria. Se separaron y con un gesto lo instó a mirar hacia los palcos; lo vio resplandecer, como siempre hacía cuando se paraba allí, eso hinchó su corazón de emoción y en pensamientos le agradeció a Clive por animarla hacer todo eso, por dejar que ella también ayudara a su amigo.

Capítulo 38 Fabrizio caminaba por los famosos y hermosos Jardines de Luxemburgo, admirando la espléndida arquitectura del palacio donde funcionaba el Senado francés. Su profesor de Derecho Legislativo los había citado allí para asistir a una de las asambleas y explicarles con ejemplos más claros, la función que debían cumplir los miembros que aprobaban las leyes de la nación. Él había llegado muy temprano, pero el personal de seguridad lo dejó pasar, luego de que les mostrara su identificación como alumno de La Soborna y les explicase el motivo de su presencia. Caminó hasta una de las bancas cercanas al edificio, se sentó y suspiró mientras veía cómo la oscuridad en el cielo iba desvaneciéndose en un suave lila; como contaba con tiempo, decidió terminar la cuenta que no pudo la noche anterior, sacó una pequeña libreta de su bolso y un lápiz. —Bien… veamos. —Abrió la libreta y empezó a sumar. Rápidamente hizo un estimado de lo que recibía en propinas y si todo seguía igual, podría reunir lo suficiente para comprar dos pasajes, aún le faltaría completar para el de Joshua. Sin embargo, estaba seguro de que lo lograría, solo debía hallar la manera de ganar un poco más de dinero o tal vez pedir un préstamo, pero no podía hacerlo en su trabajo porque sabía que debía renunciar antes de su viaje; tal vez si le dijese al coronel Pétain, seguramente podría ayudarlo. —Buenos días, Fabrizio… llegaste temprano —mencionó Matheu, con una sonrisa y se sentó en el espacio junto a él. —Buenos días, amigo… sí, sabes que tomo el primer tren —dijo y posó la mirada una vez más en la libreta. —¿Qué es eso? —inquirió, observando los números. —El cálculo de mis ahorros —respondió sin mucho entusiasmo. —¡Vaya, es bastante! —expresó con asombro y alegría. —Sí…, pero no lo suficiente. Necesito comprar tres boletos para viajar a América en un par de meses y solo me alcanza para dos; aun si trabajara doble turno en el restaurante, cosa que no es posible, porque el personal está completo, dudo que pudiera completar para el pasaje de Joshua —contestó con desgano y suspiró. —Que mal… espera, creo que hay algo que podría ayudarte. —Dime, haré lo que sea para conseguir ese dinero. —Un grupo de muchachos que ven varias clases con nosotros, necesitan asesoría y están buscando a alguien que les explique. Tú eres muy bueno interpretando las leyes y los códigos, así que podrías intentarlo y ganarías un buen dinero, porque están desesperados, incluso, yo también te pagaría por tu asesoramiento. —Perfecto… eso me parece genial, pero tú no tendrás que pagarme nada, te ayudo porque eres mi amigo, solo consígueme diez alumnos y me estarás haciendo un inmenso favor… solo una cosa, excluye a Roux de las asesorías, ya bastante me cuesta tener que soportarlo en clases. —Tranquilo, no creo que esté… a él le da lo mismo si le va mal, su tío es uno de los decanos de la facultad, y los profesores siempre son «generosos» con él, cuando se hace la discusión de notas. —Lo imaginaba, por eso es tan arrogante —masculló, tensando su mandíbula—. Muchas

gracias por la ayuda, Matheu. —No tienes nada que agradecerme, tú siempre me ayudas… por cierto, mi madre hizo macarrones y le quedaron exquisitos, me dio estos para ti y para Joshua —dijo entregándole una pequeña caja marrón, atada con un cordel blanco. —Dale las gracias de mi parte, ¡vaya, le quedaron perfectos! —dijo admirándolos y sacó uno de la caja para comerlo. Eran casi idénticos a los de Belén y su amiga era hija de uno de los mejores pasteleros de Francia, pero el negocio de su familia había quebrado durante la guerra y el pobre hombre no lo resistió, murió de un infarto al poco tiempo. A veces seguía sorprendiéndolo, como las personas se abrían tan fácilmente con otras y se contaban sus vidas, a él todavía le costaba mucho hablar de la familia que había dejado en Italia, aunque podía pasar horas hablando de Marion y Joshua. —Sí, estaba muy orgullosa ayer en la tarde cuando los terminó. —Realmente están deliciosos, felicítala de mi parte. —Lo haré… por cierto, ¿ya tomaste tu medicamento? —preguntó, viendo que iba a comer el tercer macarrón. —¡No!… ¿qué hora es? —preguntó, dejando el dulce de nuevo en la caja, la puso a un lado y sacó el frasco de pastillas de su bolso. —Las siete y quince —respondió Matheu y le ayudó a destapar la botella de agua que siempre llevaba para beber sus medicamentos. —¡Demonios! Me pasé por quince minutos. —Se quejó, llevándose dos comprimidos a la boca y los pasó con un gran trago de agua. —¿Cuándo es tu cumpleaños? —preguntó, mirándolo. —El veintisiete de diciembre, ¿por qué? —Fabrizio se llevó una mano a la parte de arriba del estómago, sintiendo un ligero ardor. —Porque pensaba regalarte un reloj, pero todavía falta mucho, tal vez lo haga para el día del padre, está mucho más cerca —comentó con una sonrisa, y Fabrizio respondió con el mismo gesto. —Muchas gracias, aunque espero estar en América para esa fecha, mi hermana se casará en Chicago, por eso estoy reuniendo para comprar los boletos de barco —expresó con entusiasmo. —No sabía que tenías una hermana en América. —Sí… en realidad, ella vivía en Italia junto a mis padres, pero a finales del año pasado se mudó allá, supongo que para irse adaptando a la que será su vida de casada —respondió con una sonrisa. Sin embargo, enseguida la nostalgia se apoderó de su corazón, porque su Campanita estaría lejos de él. Tragó para pasar las lágrimas y recordó la fotografía que llevaba de ella en su cartera, esa que había tomado del periódico, porque la otra estaba en su casa, junto a las de su mujer, su hijo y su cuñado. —Tengo una fotografía de ella aquí, bueno es una nota sobre su compromiso —acotó buscándola y se la mostró con orgullo. —Es muy hermosa —expresó Matheu, observando a la chica, tenía ojos claros y cabello oscuro, se parecía a Fabrizio—. ¿Este será su esposo? —inquirió, notando que se veía mayor que ella. —Sí, ese es su príncipe… o más le vale que lo sea, sino se las verá conmigo —respondió sin ocultar sus celos de hermano. Matheu se carcajeó ante la actitud de su amigo y le dio una palmada en la espalda, provocando que Fabrizio también riera de sí mismo; vieron que otros alumnos comenzaban a llegar y pensó que era el momento para hablarles de las asesorías, así que les hizo un ademán para que se

acercarán. Todos sabían que Fabrizio tenía las mejores calificaciones y siempre participaba en las clases, también que había conseguido nivelarse, saltándose casi dos semestres de estudios, así que todo eso garantizaba que obtuvieran buenos resultados. Al final, quince alumnos decidieron que tomarían las asesorías y acordaron de una vez los horarios, serían los días que Fabrizio tenía libre y que coincidían con los de ellos, formaron dos grupos para que fuese más fácil atenderlos y también cuánto pagarían a final de mes. Él se sentía muy satisfecho con lo conseguido, sabía que con ese dinero podría comprar los boletos de tren hasta Chicago, y tal vez aceptaría la sugerencia de Marion de que ella pidiera un adelanto de su fondo en el hospital, con todo eso tendría el viaje completamente costeado. —Acaba de llegar el profesor —anunció Dominic y caminó de prisa para recibirlo, porque era su ayudante. Fabrizio y Matheu caminaron junto a sus compañeros hacia la entrada principal; el profesor les hizo entrega de sus credenciales de visitantes, se las colgaron y los llevó hasta los palcos del hemiciclo, desde allí podían observar a varios de los hombres más importantes el país, debatiendo distintas leyes en beneficio del pueblo; la mayoría eran hombres mayores, pero resaltaban algunos jóvenes. —Ese de allí es el senador Jean Pierre Leblanc, apenas tiene treinta y dos años, es uno de nuestros senadores más jóvenes, su prometida estudia Derecho también, pero está en el ala de mujeres… es muy hermosa e inteligente —susurró Matheu, quien aspiraba a ser como uno de ellos, pues su rama favorita era el Derecho Legislativo. —¿Te atrajo su belleza o su inteligencia? —murmuró Fabrizio divertido, mientras miraba al caballero que Matheu había señalado. —Las dos, sabes que me gustan las chicas ingeniosas, la vi exponer una vez y quedé hechizado —respondió, compartiendo una sonrisa cómplice—. El que está junto a Leblanc es Gerard Lambert, nuestro Ministro de Relaciones Exteriores, con veintiocho años ocupó el cargo en reemplazo de su padre, quien sufrió una apoplejía. Tras ese incidente, el ministro Gautier Lambert se jubiló, y su banca política apoyó a su hijo cuando se convocó a las elecciones, él ganó de manera abrumadora, según dicen, su padre lo preparó para ese cargo desde que estaba en la secundaria y por eso no les importó que fuese tan joven, pues ya traía la experiencia y el conocimiento de su padre. —Pero tú le sabes vida y obra a todos estos personajes —dijo Fabrizio, parpadeando con asombro y sonriendo. —Mi tía favorita trabaja en este palacio, desde antes que yo naciera, los conoce a todos y ni siquiera la política escapa de los chismes —contestó con una sonrisa pícara, ajustándose los anteojos. Fabrizio también sonrió y negó con la cabeza, minutos después se daba inicio a la sesión de ese día, él fue tomando nota de las actitudes y el tono de voz de los exponentes, todos se veían tan seguros de sí mismos que lo llenaron de admiración, deseó que cuando llegara el día en que él debiera pararse frente a un juez y un jurado, luciera igual que ellos. Estaba muy concentrado en las propuestas, pero comenzó a sentirse mal, le hizo una señal al profesor para pedirle permiso y casi corrió hasta los baños, con suerte alcanzó a llegar al inodoro antes de vomitar en el piso, mientras un dolor parecía lacerarle el estómago y un sudor frío le cubrió todo el cuerpo. Se dejó caer de rodillas cuando la debilidad se apoderó de él y le nubló la vista, intentó tomar aire para calmarse, pero una nueva oleada de líquido exigía ser expulsada y vio partes de los macarrones que había comido, flotado en medio de su vómito que tenía un ligero tono rojizo. Un desagradable estremecimiento lo recorrió, jamás se acostumbraría a devolver el estómago, aunque

era algo que hacía con frecuencia; cuando supo que no lo atacarían más arcadas, reunió todas sus fuerzas para ponerse de pie, tiró de la cuerda y salió del cubículo. —¿Te sientes bien, Fabrizio? —preguntó Matheu, entrando al baño. —Sí… solo vomité, es normal —respondió al tiempo que se enjuagaba la boca—. Ya se me pasó. —¿Estás seguro? —inquirió acercándose—. Te ves muy pálido, creo que deberíamos ir al hospital a que te revisen. —No hace falta, ya me siento bien, mejor volvamos al hemiciclo —dijo y se obligó a sonreír para convencerlo. Sabía que si iba a un hospital probablemente lo dejarían en observación y tendrían que llamar a su esposa, no quería que Marion se preocupase o que se le ocurriera nuevamente la idea de recluirlo en la casa. Había conseguido tanta independencia en ese tiempo, que se negaba a caer de nuevo en el agujero donde estuvo, necesitaba salir y valerse por sus propios medios; además, debía cumplirle la promesa a su hermana y para eso necesitaba trabajar, no estar en un hospital. El resto de la mañana siguió sintiéndose mal, pero al menos vomitar había aliviado la sensación de ardor que tenía en el estómago, aunque no podía decir lo mismo de su garganta, que estaba muy irritada. No pudo luchar contra la insistencia de Matheu, quien no lo dejó en paz hasta que accedió a ir al área de servicios médicos en la universidad, allí le dieron algo para las náuseas y para hidratarlo; afortunadamente, tenía esa tarde libre, así que podría regresar a su casa y descansar, eso era todo lo que necesitaba para ponerse bien, un buen descanso. Llegó a la oficina temprano, como siempre, el día anterior había cerrado el trato con John Torrio y solo esperaba a que el hombre se comunicara para decirle donde se escondía Martoglio; todo eso lo tenía tan ansioso que apenas pudo conciliar el sueño la noche anterior. Nancy lo recibió con su café como todas las mañanas y dejó sobre su escritorio la correspondencia, también los mensajes de las llamadas que recibía luego de que se marchaba a su casa o antes de que llegara; suspiró viendo el montón de carpetas y caminó hacia el ventanal, para cumplir con su rutina de beberse el café mientras veía la ciudad. —Buenos días, Brandon —Lo saludó Robert, entrando. —Buenos días, Robert. ¿Tienes alguna novedad? —preguntó sin poder disimular su desespero por acabar con todo eso. —Precisamente venía a comunicarte eso, el señor Torrio envió un mensaje con la dirección donde dejó a Enzo Martoglio —dijo y le extendió la nota que estaba en clave, pero él pudo entenderla. Brandon acortó la distancia en dos largas zancadas y la recibió; claramente se trataba de Torrio, por el selló de una tienda de comestibles con la bandera italiana y la esfinge de un zorro. Sonrió de manera efusiva y caminó de prisa hasta el teléfono para llamar a su amigo en la policía, necesitaba que atraparan a ese malnacido antes de que pudiera escapar. La conversación duró solo un par de minutos, el comisionado le aseguró que enviaría a sus mejores hombres, para capturar al prófugo y que lo mantendría al tanto. —¿A dónde vas? —preguntó Robert, cuando lo vio agarrar su abrigo del perchero y las llaves de su auto que estaba sobre la mesa. —Iré a este lugar, necesito ver cómo atrapan a esa rata —contestó, y abrió la puerta, sorprendiendo a su secretaria—. Nancy, necesito que cambies todas las citas de hoy para mañana, por favor, tengo un asunto que atender y no regresaré —mencionó con una sonrisa efusiva. En cuestión de segundos planeó todo lo que haría, primero iría hasta la dirección que les había

dado Torrio para ver cómo apresaban a Enzo Martoglio y si se le daba la oportunidad, le cobraría por haberse fijado en su mujer. Luego iría a los laboratorios y se la llevaría hasta ese mirador en el lago para contarle todo, decirle que por fin la pesadilla había terminado y que estaba a salvo; después de eso, le haría el amor hasta que su cuerpo se quedara sin una gota de energía. —Brandon, espera, por favor… no deberías ir, podría ser peligroso —dijo Robert, caminando de prisa para seguirle el ritmo. —Tranquilo, amigo… todo estará bien —mencionó, deteniéndose antes de abrir la puerta que separaba la oficina del resto del edificio. —Eso no lo sabemos, y yo preferiría que no te arriesgaras, deja que la policía haga su trabajo. —Lo miró a los ojos, dejándole ver toda la preocupación que le generaba esa idea. —Amigo, necesito hacer esto, necesito ver cómo atrapan por fin a ese malnacido que casi mata a mi mujer… tengo que verlo a los ojos para que sepa que jamás volverá a ponerle un dedo encima, porque yo estaré siempre a su lado para protegerla —expresó con aprensión, para que Robert comprendiera la magnitud de su ansia. —Está bien, pero llevarás a los guardaespaldas y yo iré contigo. —No es necesario que vengas… —Iré contigo y no se habla más, dame un minuto para ir a buscar mis cosas —mencionó con autoridad y salió junto a él. Los escoltas se pusieron de pie en cuanto los vieron atravesar la puerta, Brandon les explicó brevemente a dónde irían y los hombres también se opusieron a la idea, pero al igual que Robert, terminaron accediendo, porque comprendían la necesidad del magnate. Una vez reunidos bajaron hasta el vestíbulo. Edgar les pidió las llaves para ser quien condujera y así Brandon podía estar más seguro en la parte de atrás del coche, él aceptó para no perder más tiempo y subieron para dirigirse al portuario Levee, donde la mafia tenía total dominio. Tardaron poco más de media hora en llegar a South Dearborn Street, la policía aún no había llegado, por lo que ellos se quedaron a un par de edificios de donde se suponía que se encontraba Martoglio, atentos a cualquier movimiento que pudiera resultar sospechoso. Brandon quiso bajar en un par de ocasiones del auto, pero Robert lo sujetaba del brazo para retenerlo. —Tranquilo… la nota decía que estaba atado, así que no escapará —advirtió Brandon t, recordando el mensaje de Torrio «Aunque no estamos en Acción de Gracias, aquí lo espera un pavo, atado y listo para ser metido al horno» un mensaje en clave, pero bastante claro para quienes sabían de qué hablaba. —Podría estar armado, salir del auto es muy peligroso, señor Anderson —dijo Edgar, observando a las personas que salían y entraban de la tienda de abarrotes. —Bien, esperemos a la policía —masculló Brandon, mientras la ansiedad hacía girones su estómago. Después de algunos minutos que se le hicieron una eternidad, vio llegar a tres patrullas que se estacionaron justo frente a la tienda de abarrotes, que indicaba la tarjeta escrita por Torrio; suponía que Martoglio debía estar en el almacén, atado y sometido. Uno de los uniformados se acercó al dependiente para hacerle algunas preguntas, mientras otro que parecía estar a cargo de la operación, se acercaba al auto donde ellos esperaban. —Buenos días, ¿puedo ayudarles en algo? —preguntó, observando a los ocupantes del vehículo, reconociendo de inmediato al banquero. —Soy Brandon Anderson… —Sé quién es, señor, pero estamos a punto de comenzar un procedimiento de aprehensión y podría resultar peligroso que esté cerca, le agradecería que se retiraran.

—Estamos aquí para verificar que la captura de Enzo Martoglio se lleve a cabo. Ese hombre ha escapado varias de las autoridades europeas y necesitamos tener la certeza de que esta vez no sucederá lo mismo —respondió Brandon, mirando al detective. —Con todo respeto, señor Anderson, pero cada uno tiene su manera de trabajar, le aseguro que los fallos que tuvieron los europeos no se repetirán aquí… ese hombre acabará hoy, de una de dos maneras: preso o muerto. Así que, por favor, no interfiera en el procedimiento y regrese a su trabajo, mientras hacemos el nuestro —sentenció con la autoridad que le daban treinta años de experiencia en la policía. —Espere, por favor —pidió Brandon y bajó del auto antes de que Robert pudiera detenerlo—. Detective Morris… sé que piensa que entorpecemos su trabajo, pero lo único que deseo es ver a ese malnacido a los ojos, quiero que sepa que se pudrirá en una celda y que ya no podrá hacer daño a la mujer que amo… Martoglio casi la estranguló y desde entonces ella vive con temor, por favor, le ruego que me deje estar aquí y presenciar el momento en que sea capturado, para poder ir donde Fransheska y decirle que todo ha terminado. —Sus pupilas nadaban en medio de la mirada brillosa por las lágrimas que intentaba retener, mientras sujetaba al hombre del brazo. Arthur Morris miró detenidamente al banquero, percibiendo su angustia y su deseo de que toda esa pesadilla acabara, no le mentía al decirle que aquello era una necesidad. Él lo sabía bien, porque algo parecido le sucedió con su hija mayor, quien luego de huir durante años del maldito loco con el que se casó, terminó siendo asesinada por esa bestia, cuando regresaba una noche del trabajo; dejándole a él un inmenso dolor y la impotencia de no haber conseguido protegerla, como le prometió el día en que llegó al mundo. —Se quedará dentro del auto y esperará allí… cuando Martoglio esté esposado y bajo nuestra custodia, entonces dejaré que le hable. —Haré exactamente lo que me dice, muchas gracias, detective Morris —dijo estrechándole la mano y subió al auto. Brandon veía ansioso cómo los policías se organizaban en una fila frente al detective, que comenzó a darles instrucciones, desviando su mirada de ellos al edificio sobre la tienda de abarrotes. Al parecer, el vendedor les había dicho que, en uno de los apartamentos, era donde se escondía el hombre del retrato hablado que le mostraron; al fin se dispusieron a entrar en dos grupos, uno por la puerta principal y el otro por la escalera de emergencias, los hombres se mostraban cautelosos. —Cálmate, esta vez no se les escapará —mencionó Robert, al ver cómo la desesperación hacía que su amigo casi arrancara la tela del asiento, por la presión que ejercía con sus dedos. —Lo sé… lo sé… esta vez no escapará —reafirmó, sin despegar su mirada de los hombres en la escalera, que justo en ese momento rompieron una de las ventanas y entraron. Todo estaba sucediendo de manera muy rápida; sin embargo, para él era como si fuesen en cámara lenta, escuchaba algunos gritos, cosas que se quebraban, pasos apresurados y golpes contra las paredes, pero no podía ver nada y eso lo desesperaba. Al final, después de un tiempo que se le hizo interminable, vio que los policías comenzaban a salir del edificio, su mirada ansiosa se enfocó en ellos, pero no alcanzaba a ver a Martoglio, sin poder contenerse, salió del auto y caminó hasta el grupo, llegó justo en el momento en que lo sacaban, iba esposado y parecía estar drogado o borracho, por cómo se tambaleaba. —¡Maldito demente! —exclamó Brandon y la furia que sentía le dio la fuerza para atravesar el cerco de seguridad que rodeaba a Martoglio. —¡Brandon! —Robert corrió hasta él para detenerlo. —Señor Anderson, le pedí que se quedara en su auto —exigió Arthur, se interpuso en su

camino y le apoyó una mano en el pecho para impedirle que cometiera una locura. —Usted me prometió que me dejaría hablar con él —debatió, apenas dándole un vistazo, porque toda su atención estaba en ese malnacido que ahora lo veía con un odio tan intenso como el suyo. —Será más seguro en la comisaría —acotó, ejerciendo presión en el pecho del magnate, para mantenerlo alejado del italiano. —No dejaré que me metan en una maldita celda, así que no se haga muchas ilusiones, Anderson… esto no termina hasta que no tenga a mi mujer de nuevo… Fransheska, es mía — mencionó Enzo con una sonrisa torcida y la mirada oscura, por lo dilatado de sus pupilas. —¡Llévenlo a la patrulla! —ordenó Morris, consciente de la provocación que estaba lanzado Martoglio al heredero. Brandon vio todo rojo al escuchar las palabras de ese miserable, una abismal fuerza se apoderó de su cuerpo, dándole la determinación para liberarse del agarre del detective y conseguir acercarse a Martoglio. Lo sujetó por las solapas del arrugado y sucio abrigo, empujándolo hasta estrellarlo contra la pared; todos se pusieron alerta e intentaron sujetarlo, pero no podían contener su furia ni alejarlo del italiano. —Jamás, en tu miserable vida volverás a ponerle un dedo encima a Fransheska, ni siquiera volverás a verla, porque haré que desde hoy y hasta el día en que mueras, estés recluido en una celda —sentenció con la voz y todo el cuerpo vibrándose a consecuencia de la rabia. —Y haré hasta lo imposible para que ella esté conmigo, ninguna maldita celda conseguirá alejarme de mi mujer —espetó con la ira erizando cada poro de su cuerpo, que estaba caliente y temblaba al igual que el de su rival, eran dos bestias dispuestas a matarse. —Ella no es tu mujer y jamás lo ha sido, imbécil… y eso lo sabes bien, así como también lo sé yo —murmuró, mirándolo con furia, lo vio sonreír con malicia y supo que se disponía a sembrar la duda en él, pero ni siquiera se lo permitiría—. Y no intentes engañarme porque me consta que solo ha sido mía… así que deja de andar pregonando esa vil mentira, porque te juro que no me temblará la mano para darte una paliza y romperte cada miserable hueso —decretó y una vez más lo estrellaba con la pared, golpeándole la cabeza con fuerza, pero ese desquiciado apenas se quejó—. Maldita basura. —Le dio la espalda, dispuesto a dejar que las autoridades siguieran con el procedimiento y lo encerraran de por vida en una cárcel. Enzo sintió todo su cuerpo estremecerse tras la declaración de aquel malnacido, de inmediato, ese animal que habitaba en él y le brindaba la fuerza capaz de matar a un hombre con sus propias manos, despertó dispuesto a acabar con la vida de Brandon Anderson. Se abalanzó para alcanzarlo y tirarlo al piso, porque una vez que lo tuviera allí no habría fuerza que se lo arrancara, tendrían que dispararle, pero antes de que eso pasara, él le reventaría la cabeza contra el pavimento. —¡Brandon, cuidado! —gritó Robert, al adivinar las intenciones de Martoglio, su grito también alertó a los policías que se pusieron en guardia para detenerlo, pero se dio un forcejeo. Brandon se volvió para mirar lo que sucedía y justo en ese momento, Enzo logró arrebatarle una de las armas a los uniformados, la apuntó hacia él y sin perder tiempo la detonó. Un segundo después, su pecho era impactado por el poderío del proyectil que se alojó un poco más arriba de su pectoral izquierdo, lanzándolo hacia atrás con tal fuerza, que su cuerpo se estrelló contra el pavimento. Ese movimiento consiguió salvarlo de la segunda detonación que hizo el arma que tenía Martoglio, justo antes de que cuatro disparos de los guardaespaldas impactaran su torso y lo lanzaran contra la pared. El caos se apoderó del lugar en cuestión de segundos, los policías se

encontraron apuntando a los escoltas, mientras ellos se acercaban para verificar que habían acabado con el agresor; al tiempo que Robert corría para auxiliar al heredero, quien se hallaba tendido en el suelo. Brandon respiraba con dificultad y sentía un intenso ardor que se apoderaba de su pecho, se llevó la mano a donde el dolor pulsaba con mayor intensidad y pudo ver que sus dedos se machaban de sangre, empapando la tela blanca de su camisa. Su mente estaba algo perturbada por la rapidez con que sucedieron los hechos, pero reunió la voluntad para buscar con la mirada a Martoglio, que agonizaba en medio de un charco de sangre; suspiró con alivio porque todo había terminado, ahora Fransheska estaría a salvo y eso era lo único que le importaba, aunque le hubiese costado la vida, se dejó caer pesadamente y por sus sienes corrieron un par de cálidas lágrimas.

Capítulo 39 Robert se puso de rodillas para sostenerlo y evitar que se lastimara más, sus manos estaban tan temblorosas que apenas le permitían soportar su peso, mientras intentaba calmarlo y luchaba con las lágrimas que estaban a punto de rebasarlo. Su voz había desaparecido y el miedo solo le permitía negar con la cabeza, al tiempo que veía cómo el rostro de Brandon se iba tornando más pálido, haciendo que el temor de verlo morir allí, creciera a pasos agigantados. Edgar se acercó rápidamente hasta Brandon, dejándose caer sentado en el pavimento, para meterle los brazos por debajo de las axilas y levantarlo, debía mantener el torso erguido y así evitar que se desangrara. Rápidamente buscó un pañuelo en su bolsillo y lo presionó contra la herida, escuchó que se quejaba y notó su intentó por alejarse del dolor que le estaba provocando al apretar tan fuerte, pero debía hacerlo justo de esa manera, para detener la hemorragia. —¡Demonios!… ¡Me duele demasiado! —expresó, empujando su mano para que la alejara, pero no lo consiguió. —Señor Anderson, debe estar calmado para no acelerar sus latidos, sé que le duele, pero es necesario que mantenga la presión para evitar que se desangre —dijo mirándolo a los ojos para tranquilizarlo. No era la primera vez que trataba una herida en el pecho, durante la guerra vio a muchos de sus compañeros en el frente caer por ese tipo de lesiones, así que sabía exactamente lo que debía hacer para aumentar sus probabilidades de vivir. Lo vio asentir y apretar con fuerza la mandíbula para soportar el dolor, comprendiendo que de eso dependía su vida; Edgar se tomó unos segundos para alejar el pañuelo y examinar la herida, no sangraba mucho y tampoco parecía muy profunda. —¿Cómo está el señor Anderson? —inquirió Arthur, acercándose, luego de dejar a sus muchachos encargarse del cuerpo de Martoglio. —La herida está lejos del corazón y no sangra mucho, pero la bala no tiene orificio de salida, sigue adentro —respondió Edgar. —Debemos llamar a una ambulancia —suplicó Robert, dispuesto hacer todo lo posible por no dejarlo morir. —Las ambulancias tardan demasiado en llegar a esta zona, mejor súbanlo a su auto y dos patrullas los escoltarán al hospital —mencionó Arthur y regresó al grupo para dar la orden. Sin perder tiempo acataron la sugerencia del oficial, Edgar y Robert cargaron a Brandon mientras Walter corría para encender el auto, uno de los oficiales los ayudó a subir al heredero a la parte trasera, para que fuese más fácil atenderlo. Robert no quería apartarse de Brandon, pero sabía que Edgar tenía más experiencia en ese tipo de situaciones y también mayor aplomo, por eso dejó que fuese quien lo acompañara y lo auxiliara hasta que llegaran al Hospital del Condado de Cook. —Estarás bien —aseguró, mirándolo a los ojos y le pasó la mano por la frente para apartarle el cabello. La tenía helada y cada vez estaba más pálido, vio que ya el pañuelo de Edgar estaba empapado, así que sacó el suyo y se lo entregó—. Si necesita mi chaqueta o mi camisa también se la daré —añadió, mirando al guardaespaldas. —Con esto está bien —respondió, reemplazándolo y alcanzó a ver que la piel comenzaba a

mostrar el hematoma producto del impacto. —Tú me lo advertiste —pronunció Brandon y un sollozo le rasgó la voz—. Me dijiste que no viniera… fui un idiota. No se arrepentía de haber enfrentado a Martoglio, pero no esperaba que el precio por hacerlo fuese tan alto y por más que quisiera estar tranquilo, el miedo no le daba tregua, se estaba metiendo debajo de su piel y le calaba hasta los huesos, haciéndolo temblar. No quería morirse y perder la oportunidad de tener la vida que había soñado junto a Fransheska, tampoco deseaba que ella se sintiera culpable porque solo había sido una víctima de ese enfermo. —Eso ya no importa, solo enfócate en estar despierto y aguantar… eres un hombre fuerte, Brandon, así que estarás bien —sentenció Robert, intentando sonreír a pesar del temor, mientras le apretaba la mano para infundirle confianza. Luego de eso se alejó para subir al auto, pero antes buscó al oficial—. Detective Morris, estamos listos. —Bien, esas dos patrullas los escoltarán para que puedan llegar más rápido, suerte — comentó, echándole un vistazo al joven heredero y lo vio asentir, como confirmándole que estaría bien. El trayecto hasta el hospital les llevó poco menos de veinte minutos, gracias a que las sirenas de las patrullas conseguían que los autos se hicieran a un lado y los dejaran pasar, incluso, cuando se encontraban con los semáforos en rojo. Al fin vieron el letrero de emergencia y en cuanto estacionaron, Robert bajó y corrió hacia la entrada; en medio de un torrente de palabras pidió ayuda y les explicó lo que había sucedido; por suerte, Brandon seguía consciente y eso era buena señal. —Robert… no le digas nada a mi tía ni a Fransheska, por favor… —No puedes pedirme eso, ellas se enterarán de un modo u otro, deja que yo me encargue, tú solo resiste —mencionó, dándole un rápido apretón en la mano para reconfortarlo. Luego vio cómo se lo llevaban en una camilla para comenzar atenderlo. En cuanto Brandon desapareció por las puertas que llevaban al quirófano, Robert sufrió un bajón de adrenalina tan grande, que comenzó a sollozar y a temblar con fuerza. De inmediato, fue socorrido por Edgar, quien impidió que acabara en el suelo; lo sujetó con fuerza y lo recostó en la pared, Robert vio que también lucía agotado, pero por lo menos mantenía más el aplomo. —Señor Johansson, cálmese, todo estará bien, la herida no es grave… y el señor Anderson es un hombre joven y fuerte, saldrá con bien de todo esto —mencionó a pesar de no estar seguro. La bala seguía adentro y podía dañar uno o varios órganos vitales; sin embargo, quiso darle ánimos al administrador, lo último que necesitaban era que él también colapsara. Walter, al ver que el hombre lucía cada vez más pálido, que su respiración se tornaba afanosa y estaba sudoroso, fue en busca de una enfermera para que le diera algún medicamento que lo calmara o acabaría teniendo un ataque al corazón. Después de un momento estaba más tranquilo, la enfermera le había dado un calmante para regular su presión arterial que estaba muy alta; también lo distrajo, pidiéndole los datos que necesitaba para realizar la planilla de ingreso de Brandon. Derramó un par de lágrimas cuando le dijo la edad, porque en ese instante se dio cuenta de que ese muchacho que había sido como un hijo para él, aún tenía toda una vida por delante y no merecía lo que le estaban sucediendo. —Creo que deberíamos comunicarnos con la familia —mencionó Edgar con cautela, para no alterarlo de nuevo. —Tienes razón… yo tengo que contarles lo que sucedió —dijo e intentó ponerse de pie, pero estaba muy débil por el medicamento. —Mejor quédese aquí, al pendiente del señor Anderson, yo iré hasta el edificio y hablaré con

el señor Cornwall, él sabrá qué hacer. —Sí… tienes razón, no puedo moverme de este lugar, necesito estar aquí por si necesitan alguna información, ve con Sean… él y Christian podrán manejar la situación. —Lo miró a los ojos—. Gracias, Edgar. —No hay nada que agradecer, Walter y yo somos responsables en parte de esto, debimos proteger al señor Anderson. —Ustedes acabaron con su pesadilla, él les estará agradecido. Edgar asintió con un gesto rígido, porque seguía sintiendo que había fallado, pero ya no podía hacer nada más, solo esperar a que su jefe saliera bien. Le dio un par de instrucciones a Walter y luego se alejó por el pasillo, llevando sobre sus hombros la pesada carga de tener que informarle a la familia Anderson el funesto suceso. Al llegar a la empresa se dirigió primero al área de los casilleros, debía cambiarse de ropa para no causar una fuerte impresión en el sobrino de su jefe. Después de unos minutos, estuvo listo y fue directo a la oficina; por fortuna, no estaba ocupado y lo hizo pasar enseguida. —Buenos días, Edgar… ¿Está todo bien? —preguntó Sean, al ver que el guardaespaldas lucía más serio de lo habitual. —Lamento tener que informarle esto, pero su tío recibió un disparo hace un par de horas — dijo sin rodeos, porque no había manera sencilla de comunicar algo como eso, lo mejor era ser directo. —¡Por Dios!… ¿Cómo está? ¿Dónde se encuentra? —inquirió, levantándose y caminó hasta el perchero para tomar su chaqueta. —Los médicos lo están atendiendo en el Hospital del Condado de Cook, todavía no han dado un reporte de su condición, pero él estaba consciente cuando llegó y la hemorragia estaba controlada. —¿Dónde recibió el disparo? —cuestionó con la voz ronca porque, ya las lágrimas llenaban su garganta. —En el pecho…, pero está lejos del corazón; sin embargo, la bala no salió… así que deberán llevarlo a cirugía para sacarla —explicó, viendo cómo el joven palidecía y derramaba un par de lágrimas. —Fue Martoglio, ¿verdad? —preguntó, aunque tenía casi la certeza de que había sido ese infeliz quien lo había herido. —El señor Anderson insistió en estar presente en la detención, también exigió hablar con él antes de que se lo llevaran, lo permitimos porque el hombre estaba esposado y custodiado por varios policías, pero hubo un forcejeo y consiguió hacerse con un arma… —¡Maldito! —exclamó Sean, vibrando de rabia e impotencia. —Disparó una segunda vez, pero logramos abatirlo y eso evitó que hiriese de nuevo a su tío. —Esperó que al menos eso le diera consuelo. —Por lo menos ese malnacido ya no hará más daño. —Señor Cornwall, pienso que es adecuado poner a la familia al tanto de lo sucedido… El señor Johansson quería hacerlo, pero está muy afectado y le dije que lo mejor era que se quedara en el hospital por si se presenta algo —comentó, mirándolo a los ojos. —Claro… tengo que decirle al resto de la familia… y a Fransheska, por Dios, pobre muchacha, se pondrá muy mal cuando se entere. —Déjeme llevarlo, no es prudente que conduzca ahora. —Estoy de acuerdo, llévame primero a la naviera, tengo que decirle a Christian y entre los dos veremos la manera de informarle a la tía para que no vaya a afectarla tanto, aunque lo dudo —

dijo frunciendo el ceño, sabía que Brandon era el favorito de la matrona, además del heredero del apellido Anderson; negó con la cabeza, rechazando la idea de que algo pudiera sucederle, su tío estaría bien. Salieron de la oficina y él le pidió a su secretaria que cancelara todos sus asuntos pendientes, pero no le comentó nada sobre el motivo porque no quería que comenzaran a correr rumores. Subieron al auto y en pocos minutos estaban en el edificio desde donde funcionaba la naviera Cornwall. —¿Qué sucede Sean? —cuestionó Christian alarmándose al ver llegar a su hermano con el semblante algo alterado. —Le han disparado al tío, el desgraciado de Enzo Martoglio. —¿Cómo dices? —inquirió, parpadeando con nerviosismo. —Está en el hospital del condado… el disparo le dio en el pecho, según uno de sus escoltas, él estaba consciente cuando llegó y al parecer la herida no es muy grave, pero deberán someterlo a una cirugía —explicó con la voz vibrante por el temor que lo invadía. —¿La tía ya lo sabe? —preguntó, temiendo tanto por ella como por Brandon, sabía que una noticia así podía afectarla mucho. —No, vine aquí para que me acompañaras a hablar con ella y con Fransheska —respondió, respirando hondo para calmarse, se pasó la mano por la cara en un gesto de desesperación—. También debemos decirle a Victoria, para que regrese… ella conoce a los doctores, podría conseguir más información —acotó recuperando un poco la calma. —Claro, la llamaremos desde la casa, ahora vamos para ver a la tía y roguemos a Dios que esa noticia no le provoque alguna recaída. —Creo que sería prudente llamar a su doctor, en caso de que sufra algún desmayo —indicó Sean, mirando a su hermano. —Me parece lo mejor, déjame llamar a Dinora para que se comunique con él, pero que no le diga nada a la tía —dijo y caminó hasta su escritorio para realizar la llamada. La preocupación había oscurecido el semblante de los hermanos, quienes no sabían cómo harían para informarle a la familia lo que había ocurrido; solo esperaban que su tío saliera bien de todo eso. Después de dejarle indicaciones a su secretaria para que llamara a sus esposas, subieron al auto donde Edgar los esperaba, durante el trayecto barajearon varias posibles maneras para contarle todo a la matrona, pero no conseguían ninguna que no resultara impactante. —Buenos días, señor Christian, señor Sean —los saludó Dinora, apenas les abrió la puerta, su petición para que llamara al médico la tenía muy angustiada—. El doctor Paterson, ya llegó, pero lo hice pasar al estudio como me pidieron, para que la señora Margot no se diera cuenta de su presencia —informó, mirándolos con preocupación. —Buenos días, Dinora, muchas gracias… por casualidad, Fransheska está en la casa — preguntó Sean, esperando que fuese así para poder darles la noticia a ambas. —Sí, acaba de llegar hace un momento para almorzar con la señora Margot, como la señorita Victoria sigue en Barrington, ella viene para hacerle compañía… perdonen mi curiosidad, ¿acaso sucedió algo grave? —cuestionó, llevada por la angustia, pues los consideraba más que sus patrones, su familia los había visto desde niños a todos. —El tío está en el hospital… recibió un disparo… —Sean calló al ver que palidecía—. Al parecer, no es grave, pero le harán una cirugía. —¡Por el amor de Dios! —expresó, llevándose la mano al pecho y no pudo contener un sollozo, pero rápidamente se recompuso—. Creo que sería prudente informar de esto al doctor, así sabrá cómo manejar la situación cuando su tía reciba la noticia.

—Serías tan amables de informarle, por favor —pidió Christian. —Por supuesto, señor. También le pediré a una empleada que preparen vasos con azúcar y té de valeriana para la señora y la señorita. Denme un momento, por favor —dijo y salió de prisa hacia la cocina. —Esto no será sencillo —comentó Sean, mirando a su hermano con preocupación, mientras se frotaba las arrugas en su frente. —Debemos hacer énfasis en que todo saldrá bien, que nuestro tío estaba consciente y que la herida no es de gravedad —mencionó Christian, pensando que eso evitaría que su tía sufriera un colapso. Sean asintió, aprobando su idea. Esperaron hasta que Dinora regresase con el doctor, brevemente le explicaron al hombre lo que Edgar le había contado y David Peterson le dio un buen pronóstico; dado que su tío estaba consciente cuando llegó al hospital y que la hemorragia había sido controlada. Los tres acordaron que omitirían las posibles consecuencias que podía tener Brandon, si la bala había afectado algún órgano, no querían que las damas se angustiaran; sobre todo, la matrona, cuya salud era bastante delicada. —Será mejor que pasemos nosotros primero, para que su presencia no alerte a nuestra tía, doctor Paterson —comentó Christian. —Por supuesto, vayan ustedes y me llaman cuando lo consideren pertinente, yo estaré aquí — comentó Margot le estaba mostrando una técnica de tejido a Fransheska, para que ella misma pudiera confeccionar los escarpines a sus hijos, le comentaba que era una buena manera de distraerse, en caso de que debiera guardar reposo por cualquier contrariedad. Aunque ella no tenía experiencias propias con embarazos, porque Dios no la había bendecido con hijos, siempre había estado junto a sus sobrinas y sabía que todo ese proceso era complicado y repleto de emociones, por lo que era bueno irse preparando en cada aspecto. Escuchó un par de golpes en la puerta y su mirada se desvió del tejido al reloj de pie cerca del ventanal, le extrañó porque aún faltaban quince minutos para las doce. Luego pensó que a lo mejor no era Dinora, sino su sobrino que había sacado tiempo para acompañarlas en la comida, la sospecha la hizo sonreír. —Adelante —ordenó, dejando de lado las agujas de tejer. —Buenos días, tía abuela —mencionaron los hermanos entrando. —Buenos días, queridos, qué grato tenerlos aquí —dijo y su sonrisa se hizo más amplia, al tiempo que intentaba ponerse de pie. —Tranquila, tía, quédese sentada. —Sean caminó hacia ella. —Buenos días, Christian, Sean, que alegría que vinieran acompañarnos para la comida, imagino que Brandon vino con ustedes —comentó Fransheska, sonriendo y sintiéndose aliviada, porque toda la mañana había tenido una extraña presión en el pecho, era como si presintiese que algo malo le sucedería a alguien amado. —La verdad… es que hemos venido para hablarles de algo que sucedió esta mañana, pero antes de hacerlo quiero que sepan que ya está siendo atendido y que no hay nada de qué preocuparse. —Sean recurrió a su buen manejo de las palabras para iniciar. —Querido, me dices que no debo preocuparme y de inmediato comienzo hacerlo, por favor, dime qué sucedió —pidió Margot, tornándose seria y sus latidos iban cobrando fuerza. —¿Tiene que ver con Brandon? —inquirió Fransheska con voz trémula y su estómago se encogió por la angustia. —Está en el hospital —respondió Christian, sin saber cómo evadir esas preguntas, las vio

palidecer y se apresuró a continuar—: Ya está siendo atendido y según nos dijeron, no es nada de gravedad, nosotros aún no hemos ido a verlo, decidimos venir primero para ponerlas al tanto de lo sucedido —añadió, esforzándose porque su voz no vibrara. —¿Qué le ha sucedido? —cuestionó Margot, poniéndose de pie. —¡Quiero ir a verlo! —expresó Fransheska, eso era lo único que deseaba en ese instante, lo demás podía esperar. Intentó salir, pero Sean la sujetó por el brazo y su mirada la llenó de mucho miedo. —El tío recibió un disparo… un contacto le facilitó la información del lugar donde se escondía Enzo Martoglio, él llamó a la policía para que se encargaran de atraparlo, pero insistió en estar presente… —¡Por el amor de Dios!… ¿Cómo pudo ocurrírsele semejante idea? —reprochó Margot, con una mezcla de rabia, dolor y miedo—. ¿Y ustedes cómo pudieron dejarlo? ¿Acaso no veían lo peligroso que podía ser? —En medio de los regaños comenzó a llorar. —Tía, por favor, cálmese… ponerse así no le hace bien —comentó Christian, abrazándola para consolarla, y miró a su hermano, tal vez era conveniente llamar al doctor en ese momento. —Tío Brandon estará bien, llegó consciente al hospital y la herida no parecía grave, Edgar se encargó de detener la hemorragia y ya lo estaban atendiendo, pasará a cirugía, pero le aseguro que estará bien, así que intente calmarse —pidió Sean, acariciándole el cabello. —En este momento soy quien menos importa, debemos hacer hasta lo imposible por salvar a Brandon… y rogar para que salga con bien de la imprudencia que ha cometido, aún no puedo creer que lo dejaran ir a ver a ese hombre tan peligroso, es que ninguno tuvo la sensatez para evitar esa locura —cuestionó, furiosa, en medio de temblores y lágrimas que la ahogaban. A pesar de estar sufriendo en ese momento por su sobrino, también pensaba en el futuro de la familia; sin Brandon, esa rama de los Anderson desaparecería, pues hasta ahora, él no había dado un heredero que llevase el apellido. Estarían arruinados y otros vendrían a tomar posesión de todos los bienes, aunque ella contaba con los de su difunto esposo, ese también era su patrimonio; además, no sabía si conseguiría soportar el dolor por la muerte de un hombre más de la familia, la de Stephen casi se la llevó a la tumba. —Yo no sabía nada, tía… —Sean tuvo que mentirle, porque Brandon les había hecho prometerles que nunca diría nada del trato con John Torrio—. El tío actuó por cuenta propia, pero al menos, los guardaespaldas y Robert estaban con él, se suponía que todo sería seguro, pero ese hombre consiguió hacerse con un arma y… —Todo esto es mi culpa… es mi culpa… —esbozó Fransheska en medio de sollozos que la estremecían y desgarraban su garganta, mientras la cabeza y el corazón parecían estar a punto de estallarle de tanto dolor y angustia—. Nunca debimos venir aquí y ponerlos en peligro, si estuviésemos en Italia, ese hombre no habría venido detrás de nosotros y esto jamás hubiese pasado… ¡Dios mío! ¿Por qué tuviste que dejar que ese demente lastimara a Brandon! ¿Por qué? —cuestionó Fransheska y el sufrimiento la hizo olvidarse de todo lo demás, se sentía tan responsable, que incluso deseaba que ese hombre la hubiese herido a ella y no al hombre que amaba. —Tranquila Fransheska. —Sean se acercó para abrazarla, ya que daba la impresión de estar a punto de romperse—. El único culpable es ese infeliz, pero por suerte, ya no hará más daño, los guardaespaldas acabaron con él, así que puedes estar tranquila, estarás a salvo —comentó, mirándola a los ojos. —Estaré a salvo, pero a qué costo, yo no quiero tener una vida sin Brandon… ni siquiera deseo imaginarme que algo así suceda, no lo soportaría —confesó, dejando que el llanto la

desbordara. —No digas algo como eso, Fransheska, no lo repitas ,¡por el amor de Dios! —exigió Margot con algo de resentimiento, no podía evitar sentirlo porque esa chica era responsable de lo que le sucedió a su sobrino, aunque solo fuese una víctima de aquel enfermo, fue quien trajo la desgracia —. Brandon es un hombre fuerte y estará bien. —Lo siento, señora Margot, es solo que… me siento tan angustiada —esbozó, bajando la cabeza, lamentando haber sido tan pesimista. —Está bien, Fransheska no debes disculparte… todos estamos muy angustiados, pero debemos tener fe, Dios velará porque nuestro tío esté bien —Christian se solidarizó con ella. —Por favor, llévame con Brandon, necesito verlo y estar con él —suplicó ella, sin poder contener sus lágrimas. —Yo también quiero ir, debemos estar a su lado —comentó Margot, aferrándose a la mano de Christian. —Antes me gustaría que la viese el doctor Peterson… —Eso no hace falta, yo estoy bien; además, tendríamos que esperar a que llegase y no podemos perder tiempo, Brandon necesita que su familia esté junto a él —sentenció Margot, mostrándose segura. —No hará falta esperar, ya el doctor está aquí, le pedimos a Dinora que lo llamara por si usted se sentía mal cuando le diéramos la noticia. —Son unos exagerados, saben que soy una mujer fuerte y no es la primera vez que debo pasar por estas angustias. —Igual, nos gustaría que dejase que el doctor la revisara, también podría darle algo para los nervios a Fransheska —comentó Sean, pues la pobre no dejaba de temblar y sollozar. Margot accedió porque vio que la muchacha estaba muy afectada, a esa edad ese tipo de impresiones las afectaban mucho más, Victoria también sufría esas crisis nerviosas. El doctor pasó y primero revisó a la matrona; su corazón estaba algo alterado, lógicamente, así que le dio una pastilla para la presión y les aseguró a los chicos que estaría bien, a Fransheska solo le sugirió que se tomará el té de valeriana que les llevó Angela, que eso le ayudaría con los nervios. Mientras el doctor las atendía, Sean aprovechó para llamar a Victoria y a ella también le aseguró que Brandon estaría bien, porque rompió a llorar y apenas conseguía hablar, pero en medio de todo ese llanto, alcanzó a escuchar que sus tías intentaban tranquilizarla. Él le dijo que enviarían a Nicholas para que fuera por ella y le pidió que le comunicara a una de sus tías, fue Julia quien se puso al teléfono luego de tener casi que arrebatárselo a Victoria de las manos, ya que ella imaginaba que su primo no le estaban diciendo la verdad. —Por favor, si alguna de ustedes puede acompañarla se lo agradecería mucho, todos tenemos fe en que no pase nada malo, pero es mejor que Victoria las tenga con ella por si algo sucede — rogó, porque sabía que las mujeres eran las únicas que podían calmarla. —Tranquilo, iremos las dos —respondió y luego de eso colgó la llamada para atender a su sobrina que estaba muy alterada. Sean regresó al salón, ya Fransheska y su tía estaban listas para irse, subieron a los autos y durante el trayecto se dedicaron a rezar por el bienestar del heredero. Margot estaba más tranquila, pero Fransheska seguía sollozando y las lágrimas tibias no dejaban de mojar sus mejillas, mientras apretaba sus manos, sintiendo como el anillo de compromiso casi se incrustaba en su piel, pero no le importaba que la lastimara, porque eso le recordaba que ella seguía unida a Brandon. —Hemos llegado, señora —mencionó Rick, sacándolas de ese estado de meditación donde

estaban sumidas. Fransheska ni siquiera esperó a que el chofer les abriera la puerta, bajó y casi corrió hasta la entrada de emergencia, Sean fue detrás de ella mientras Christian ayudó a su tía a descender del auto. Margot deseaba tener la misma vitalidad de la chica para correr también y poder ver a Brandon, necesitaba saber que ciertamente estaba bien, porque su corazón todavía no se convencía de lo que le dijeron sus sobrinos, ella presentía que había algo más detrás de su aparente calma. —¡Robert! ¿Dónde está Brandon? —preguntó Fransheska, entrando a la sala de espera, donde la enfermera de recepción le dijo que estaba el gerente general de los bancos. —¿Cómo está mi tío? ¿Qué te han dicho, Robert? —cuestionó Sean, mirándolo y vio que su camisa estaba manchada de sangre. —Sean… Fransheska, que bueno que están aquí. —Se puso de pie de inmediato y le preocupó ver a la chica tan trémula, pálida y llorosa, suponía que no era para menos, el hombre en la sala de operaciones era su prometido—. Tranquila… ahora está en el quirófano, debían operarlo para extraer la bala que estaba alojada en el tórax, pero según el doctor que lo está atendiendo, aparentemente, no afectó ningún órgano, tampoco alguna arteria, porque no presentaba síntomas de una hemorragia interna, pero solo podría cerciorarse de eso una vez que lo interviniera —explicó lo más sencillo que pudo, mientras veía cómo las pupilas grises de la joven se movían de manera nerviosa. —¿Eso quiere decir que estará bien? —preguntó, con el corazón palpitándole casi en la garganta, los nervios crispados y el cuerpo en absoluta tensión, como si fuese la cuerda de un arco. —Su pronóstico es alentador —respondió con una sonrisa. Fransheska lo abrazó con fuerza, sintiéndose emocionada y aliviada, mientras le agradecía por haber estado allí para ayudarlo; en ese instante, llegó la matrona y Robert la puso al tanto del estado del heredero. Ella también se sintió más tranquila con esa noticia; sin embargo, no perdió la oportunidad para reclamarle al gerente por haber permitido que su sobrino cometiera semejante locura, pero Christian y Sean intercedieron por el hombre, ya que no era el momento para reproches, sino para estar unidos y rezando por Brandon.

Capítulo 40 Annette y Patricia llegaron al hospital poco después, en cuanto la secretaria de Christian las llamó para contarles lo sucedido, dejaron todos los pendientes y se reunieron para ir apoyar a sus esposos, así como al resto de la familia. Sean llamó a la casa de las Hoffman para confirmarles que ya Nicholas debía estar por llegar, también para hablar con Victoria que, por fortuna, estaba más calmada, le mencionó quién era el doctor que estaba operando a Brandon y ella le aseguró que era uno de los mejores de la ciudad. Después de dos horas que resultaron tortuosas, al fin el doctor se hizo presente en la sala de espera; Fransheska dejó las oraciones y se puso de pie, enfocando su mirada en la cansada del doctor. Su voz se había esfumado, pero sus pupilas se movían con desesperación, revelándole al galeno su urgencia por saber cómo había salido la operación de su prometido. —Buenas tardes, señores, damas… La cirugía del señor Anderson ha sido exitosa — pronunció y enseguida se escuchó un coro de suspiros cargados de alivio y felicidad. Siempre lo llenaba de satisfacción dar buenas noticias a los familiares de sus pacientes. —Puedo verlo, por favor, doctor… necesito verlo —suplicó Fransheska, dejando correr un par de lágrimas. —Lo lamento, señorita, pero de momento el señor Anderson no puede recibir visitas, se mantendrá en el área de cuidados intensivos. —¿Por qué? —cuestionó Margot mientras una presión se apoderaba de su pecho—. Usted nos acaba de decir que todo salió bien. —Así es, señora Anderson, pero el proceso fue algo complicado, la entrada del proyectil se localizó en la parte alta del ventrículo izquierdo, muy cerca de la arteria coronaria; por suerte, no la afectó, pero debido al tiempo que nos llevó prepararlo para intervenirlo, la bala migró y fue difícil hallarla, solo fue posible gracias a una placa de rayos X, que nos mostró que se había alojado en la arteria renal derecha; por lo que tuvimos que cerrar la herida en su tórax y luego hacer otra incisión cerca del riñón para poder extraer el proyectil —resumió de la manera más sencilla posible, paseando su mirada por cada uno. —¿Eso le dejará secuelas? —preguntó Sean con la voz ronca por el miedo que le provocó imaginar que su tío tuviera que vivir con alguna limitación, él era un hombre joven y muy activo. —No debería presentar ninguna secuela, la bala se retiró sin problemas y se reparó la arteria; sin embargo, debemos esperar a ver cómo evoluciona en las próximas horas. Sino presenta ninguna complicación le estaremos dando de alta en una semana y en aproximadamente un mes, podrá retomar sus actividades —explicó con tono alentador para que no estuviesen preocupados. —Muchas gracias por su labor, doctor Morgan —dijo Christian, estrechándole la mano con sincero agradecimiento. —Gracias por salvar a mi prometido, doctor Morgan —esbozó Fransheska, sujetándole las manos y mirándolo a los ojos. —El mérito no es solo mío, sino de todo el personal que me acompañó y sobre todo del señor Anderson, él está decidido a vivir y se mantuvo aferrado a ello, su corazón soportó todo el procedimiento sin una sola alteración —comentó con una sonrisa—, ahora si me disculpan, debo

poner al tanto a mi relevo sobre el caso, para que pueda atenderlo a cabalidad por si se presenta algún contratiempo. —Esperemos que no —acotó Sean, esperanzado—. Gracias, doctor Morgan —dijo estrechándole la mano y lo vio salir. Todos se abrazaron con efusividad porque ya lo peor había pasado, sabían que Brandon era un hombre fuerte y que lograría superar todo eso. A pesar del sentimiento de dicha que los embargaba, Fransheska y Margot se sentían tristes por no poder pasar a verlo, necesitaban hacerle sentir que estaban allí, apoyándolo, aunque él no estuviera consciente; decidieron quedarse a la esperaban de cualquier noticia. —¡Ya estoy aquí! —expresó Victoria, entrando, acompañada por sus tías y se acercó a Fransheska para darle un abrazo, tratando de consolarla, pues rompió a llorar en cuanto la vio y no era para menos, ella sabía la angustia que estaba viviendo—. Tranquila, él se pondrá bien… tiene muchos motivos para vivir —dijo acunándole el rostro mientras la miraba a los ojos. —Qué bueno que llegas, Victoria —esbozó Margot, sabía que ella tal vez podía conseguir que la dejaran ver a su sobrino. —¿Cómo se siente tía? —preguntó, abrazándola y mirándola con preocupación, sabía que eso podía afectar su frágil salud. —Yo estoy bien, no te angusties por mí, ahora en lo único que debemos pensar es en Brandon —respondió, acariciándole la mano. —¿Cómo está él? ¿Qué les han dicho? —cuestionó, mirando a sus primos, quienes lucían menos angustiados y eso la tranquilizó también. —La operación salió bien, pero el doctor decidió mantenerlo en terapia intensiva, eso nos tiene algo preocupados. —Es un procedimiento de rutina cuando son heridas de bala que pueden afectar algún órgano, deben monitorear que todos estén funcionando bien… ¿Les dijo el doctor Morgan si la bala afectó alguno? —preguntó con voz trémula, pero luchando por mostrarse profesional, aunque esa no era su área, sino la obstetricia. Christian y Sean comenzaron a explicarle lo que les había contado el doctor, a veces también intervenía Patricia quien tenía una memoria excepcional y casi recordaba cada una de las palabras dichas por el galeno. Fransheska y Margot no perdieron la oportunidad de suplicarle que hablara con el doctor para que las autorizara a ver a Brandon, aunque fuese solo unos minutos; ella les dijo que haría todo lo posible y con esa promesa salió para buscar a su colega. —Las dejarán verlo —anunció con una gran sonrisa, minutos después cuando regresó—. Solo serán cinco minutos, yo tendré que acompañarlas y deben prometerme que estarán tranquilas. —Por supuesto —dijo Fransheska, limpiándose las lágrimas con un pañuelo y respiró hondo para dejar de llorar. —Muchas gracias, querida —pronunció Margot, poniéndose de pie. —Dejen aquí sus bolsos y acompáñenme, deben cambiarse para poder pasar a la unidad de cuidados intensivos —indicó y luego miró a sus primos—. Ustedes podrán verlo mañana, según me dijo el doctor Morgan, solo estará en observación por veinticuatro horas, luego será llevado a una de las habitaciones de recuperación. —Es maravilloso escuchar eso, Vicky, gracias por hacer posible que la tía y Fransheska puedan verlo —comentó Sean con una sonrisa. —Dale besos de nuestra parte y exprésale nuestros mejores deseos —pidió Annette, sonriéndole a su amiga y a Fransheska para animarla, la pobre se veía tan afligida que le daba mucha lástima.

Victoria las llevó hasta la habitación donde guardaban las batas quirúrgicas, agarró tres y primero se puso la suya, indicándoles cómo debían amarrarlas. Fransheska lo hizo sin ningún problema, a pesar de que sus manos temblaban demasiado, luego le ayudó a Victoria a vestir a la matrona, a quien su contextura física y su pesado traje, le hacían más difícil la labor, además de la falta de experiencia con esas prendas. —Bien, una entrará conmigo primero y la otra debe esperar aquí —indicó Victoria, mirándolas, antes de abrir la puerta que llevaba al área de cuidados intensivos. —Vaya usted primero, señora Margot —mencionó Fransheska, percibiendo que la matrona estaba más serena, ella aún seguía demasiado nerviosa y debía calmarse antes de ver a su novio. —Perfecto, vamos —pidió Victoria, sujetando a su tía de la mano. La conmoción se apoderó de ellas en cuanto entraron a la habitación y vieron a Brandon conectado a una máquina. —¡Oh, por Dios! Mi pobre sobrino —expresó Margot llorando y llevándose una mano a los labios para acallar sus sollozos. —Tranquila tía, solo está sedado para que su cuerpo pueda recuperarse del trauma sufrido, pero no debe preocuparse porque él estará bien, Brandon es fuerte y tiene una voluntad de hierro, le aseguro que se repondrá más rápido de lo que imaginamos —dijo Victoria, confiando en la fortaleza de su primo y la palabra del doctor. —Más le vale que lo haga, porque esta familia lo necesita… yo deseo ver a sus hijos nacer, y ojalá Dios me dé vida también para verlos convertirse en buenos hombres —confesó, sollozando. —Así será… debemos mantener la esperanza —pronunció Victoria optimista y se acercó junto a su tía para ver más de cerca a su primo. Fransheska recurrió a las técnicas de respiración que ponía en práctica cada vez que debía presentarse en algún acto del colegio y los nervios la invadían. Sabía que era necesario que estuviese tranquila cuando entrara para ver a Brandon; batalló contra el temblor de su cuerpo y las lágrimas que no dejaban de brotar, miró la forma de su anillo de compromiso, que se dibujaba debajo del guante y lo acarició al tiempo que cerraba los ojos y pedía a Dios que le diera serenidad. —Fran, ya puedes venir conmigo —mencionó Victoria, sacándola de sus cavilaciones—. Tía, espéreme aquí, por favor. —Por supuesto, querida… Fransheska, no te angusties cuando lo veas, él estará bien —repitió las mismas palabras de cada miembro de la familia le había dicho, pues a eso debían aferrarse. —Gracias, señora Margot —respondió e intentó sonreírle, pero no consiguió hacerlo, así que le dio un abrazo y luego se alejó. Victoria la guio por un largo pasillo de paredes blancas, que finalizaba en una puerta doble con unas pequeñas ventanillas de cristal, la abrió y se vio en medio otro pasillo en forma horizontal, con varias puertas de una sola hoja, pero con el mismo modelo de la anterior. A pesar de llevar puesta una mascarilla, podía sentir el penetrante olor a medicamentos, eso le recordó al área de los laboratorios de su familia, donde se empaquetaban las fórmulas que luego se distribuirían a los hospitales y las farmacias; era un olor tan intenso que le revolvió el estómago, tal vez porque no había comido nada en varias horas. —Puede que te cause algo de impresión cuando lo veas, pero debes estar tranquila porque solo está durmiendo. Si deseas hablarle lo puedes hacer, aunque a lo mejor no te escuche, ya que el sedante es muy fuerte, pero si lo consigue, estoy segura de que tu voz le dará fuerzas. —Gracias, Vicky —dijo sujetándole las manos y pudo sonreír. —No tienes nada que agradecerme… Ahora ve, yo me quedaré aquí para que puedas estar a

solas con él —pronunció sonriéndole, para animarla y abrió la puerta de la habitación de su primo. Fransheska entró con pasos trémulos y tuvo que apretar sus labios con fuerza para no sollozar, ya que la imagen de su novio la golpeó en el pecho con poderío, haciéndola sentir horriblemente culpable al verlo tendido en esa cama, luchando por su vida. Brandon tenía un tubo endotraqueal conectado a su boca, varios parches con cables que iban hasta el electrocardiógrafo que monitoreaba su corazón; así como un par de catéteres en sus brazos y unas bolsas de drenaje que mostraban un líquido color ámbar, que supuso salía de la herida que le habían hecho cerca del riñón. —Mi príncipe… mi amor, lo siento tanto, Brandon —esbozó acercándose y posó sus dedos temblorosos sobre la frente fría de su novio, con cuidado le apartó el cabello y comenzó acariciarla mientras luchaba por tragarse las lágrimas que la ahogaban—. Lamento que ese miserable te hiciera daño, esto nunca debió pasarte… nunca. No entiendo por qué te arriesgaste así, debiste dejar todo en manos de la policía, ¿acaso no eres consciente de que moriría si te pierdo?… Yo no podría vivir sin ti, Brandon… tú eres mi sol y si no te tengo todo mi mundo se nublaría y estaría perdida por completo —esbozó en medio de sollozos, que ya no pudo seguir conteniendo. Con la mano libre se alejó un poco la mascarilla para no humedecerla con sus lágrimas, mientras el dolor hacía estragos en su pecho y apenas le permitía respirar, sentía que la garganta se le cerraba. Apretó sus párpados y negó con la cabeza para alejar ese pensamiento tan pesimista de su cabeza, ya todos le habían dicho que él estaría bien y debía creerlo; se aventuró a retirarse la mascarilla y le dio un par de besos en la sien, temblando, al sentir que eso no lo hacía reaccionar. —No puedes dejarme con este corazón repleto de amor por ti, por favor, Brandon… regrésame a mí para que podamos viajar a todos esos lugares de los que me hablaste y a donde prometiste que me llevarías, regresa para que me des todos los hijos que nos hemos imaginado, tienes que estar a mi lado para que aprendamos a ser padres juntos… porque tal vez nuestro bebé ya esté creciendo dentro de mí y no sé si podré criarlo sola… te necesito aquí, conmigo —suplicó con algo de miedo, porque justo ese día pensaba comentarle que tenía un ligero retraso en su periodo y que a lo mejor estaba embarazada.. La incertidumbre hacía estragos en ella, como le había sucedido durante todo el día, porque si sus sospechas eran ciertas sabía que la sociedad la juzgaría duramente y no quería que su hijo fuese víctima de eso, por no haber nacido dentro de un matrimonio. Sabía que sin importar lo que pasase contaría con el apoyo de su familia y también con el de los Anderson; sin embargo, no quería siquiera imaginar que antes de morir el desgraciado de Martoglio, le hubiese robado la felicidad de tener una vida junto al hombre que amaba. —Tienes que despertar y mirarme una vez más con tus ojos de cielo, ser el sol que ilumina todos mis días… tienes que quedarte conmigo, Brandon, por favor, quédate conmigo —Le rogó llorando. Hundió su rostro en el cuello de su novio, ahogando el doloroso llanto que brotaba de sus labios y la estremecía, suplicándole a Dios que no lo separara de ella ni del bebé que posiblemente ya estaba en camino. De pronto sintió una caricia en su espalda y tuvo la ilusión de que él había despertado, pero al levantar el rostro vio que era Victoria quien había entrado y la consolaba; Brandon lucía igual de apacible y supo que debía estar tan profundamente dormido, que no la escuchó. —Ya debemos irnos —susurró Victoria con pesar.

Fransheska asintió limpiándose las lágrimas, sabía que no tenía caso insistir para que la dejara quedarse; además, podía meterla en problemas si el doctor se enteraba que la había dejado sola. Le dio un par de besos a su novio en la mejilla, odiando a ese tubo que ocupaba su boca y no le permitía besarlo, luego se alejó sin dejar de mirarlo. Tanto Fransheska como Margot intentaron mostrarse esperanzadas cuando regresaron a la sala de espera, no querían preocupar a los demás con su tristeza por como vieron a Brandon; en lugar de ello, les comentaron que él parecía muy tranquilo. Después de un rato, Victoria les sugirió que volvieran a sus casas para descansar, no fue fácil convencer a su tía y a su cuñada, pero al fin logró hacerlo, luego de que les prometiera que ella se quedaría a cuidar de su primo y que las estaría llamado a cada hora para contarles cómo iba evolucionando. Llegaron a la mansión y se instalaron en el salón, a la espera de cualquier noticia, los chicos no se atrevían a dejarlas solas y decidieron quedarse allí por si ocurría alguna novedad. Dinora le entregó a Fransheska un mensaje que le había dejado su hermano; le dijo que no le contó nada, pues no sabía cómo se tomaría todo ese asunto; además, que le pareció prudente que fuese ella quien lo hiciera. —Muchas gracias, Dinora —mencionó con gesto ausente, aún no podía creer todo lo que estaba pasando. Respiró profundo y pensó en devolverle la llamada a Fabrizio, debía contarle todo—. Si me disculpa, le haré una llamada a mi hermano —anunció y se puso de pie. —Ve querida, habla con él… seguro te hará bien —expresó Margot, mirándola con preocupación, la notaba muy afectada. Fransheska asintió y caminó hasta el despacho de su novio para usar ese teléfono y no ocupar el del salón, por si Victoria llamaba, apenas cerró la puerta detrás de ella, rompió en llanto, pues todo en ese lugar le recordaba a Brandon. Acortó la distancia que la separaba del sillón y cuando llegó allí se dejó caer, intentando captar su aroma, lo consiguió y eso le brindó un poco de consuelo; después de un minuto, agarró el auricular y marcó el número del Palace. —Buenas noches. Por favor, con la habitación del señor Di Carlo, habla su hermana. —Enseguida la comunico, señorita Di Carlo. —Gracias —susurró antes de escuchar el tono de espera. —Hola Fran, ¿cómo estás? —inquirió, esperando que le dijera que todo estaba bien, porque había pasado el día angustiado. —Fabri… —Fue lo único que pudo esbozar antes de ahogarse con los sollozos, mientras las lágrimas salían en un torrente. —¿Qué sucedió? ¿Por qué lloras así? Por favor, princesa, háblame —pidió, sintiendo que el corazón se le encogía al escucharla. —Es Brandon… está en el hospital… Enzo Martoglio le disparó —pronunció de manera entrecortada por los sollozos. —¡Maldito! —exclamó, atenazado por la rabia—. ¿Cómo pudo ocurrir algo así?… ¿Tú estás bien? —Pensó de inmediato, que, a lo mejor, les había tendido una emboscada, como el día del secuestro. —Yo estoy bien… ni siquiera sabía que ese hombre estaba en Chicago, pero al parecer, Brandon consiguió averiguarlo y le facilitó su dirección a la policía, solo que también insistió en estar presente cuando lo detuviera… Robert nos dijo que tuvieron un enfrentamiento y que cuando Brandon le dio la espalda, Martoglio logró quitarle el arma a uno de los policías y le disparó; por suerte, la bala no causó mucho daño, pero ahora está en terapia intensiva a la espera de ver cómo evoluciona —explicó lo poco que recordaba, porque seguía aturdida. —Comprendo la actitud de Brandon, aunque no debió arriesgarse.

—Es igual de terco que tú, solo actúan llevados por su sed de venganza, sin importarles el peligro al que se exponen… ¿Qué necesidad tenía de ir a ver a ese hombre? —cuestionó, dejando salir la rabia que viajaba por su cuerpo. —Fran… sé que debes estar muy dolida y angustiada, pero no lo juzgues ni te molestes con él, Brandon necesitaba cerciorarse de que toda esta pesadilla acabara —comentó para aligerar su molestia, la escuchó suspirar y supo que había conseguido su cometido—. ¿Qué sucedió con Martoglio? —inquirió, esperando que le dijera que estaba tras las rejas y que ahora sí se pudriría en una celda. —Murió—esbozó y el alivio la colmó al decirlo en voz alta—. Los guardaespaldas también detonaron sus armas cuando él disparó y lo hirieron en el pecho… No sé muy bien cómo fue, Edgar solo dijo que había muerto en el acto y que la policía se había encargado de recoger el cadáver —explicó con la voz trémula, porque el miedo que ese hombre provocaba en ella, aún no la había dejado. —Ese malnacido debió sufrir más y no morir tan fácil —espetó con la ira recorriendo sus venas, pues la esencia vengativa estaba mucho más presente en él—. Merecía pagar por todo el daño que causó. —Fabri… por favor, ya olvidémonos de eso —dijo porque no quería que él siguiera alimentando ese rencor—. Lo importante es que ya se acabó, no volverá atormentarnos. —Tienes razón, debemos olvidarnos de todo esto y continuar con nuestras vidas. Ya verás que Brandon se recuperará pronto y tendrás todo lo que siempre has soñado junto a él. —La alentó para alejar de ella esa tristeza que podía escuchar en su voz. —Sé que es fuerte y que no se dejará vencer, tiene muchos motivos para vivir —mencionó con una sonrisa, mientras se acariciaba el vientre con la ilusión de que el bebé de ambos ya estuviese creciendo. —Por supuesto, se casará con una hermosa princesa en algunos meses y tendrán muchos hijos —comentó con una gran sonrisa, luego suspiró al ser golpeado por la culpa—. Debí estar a tu lado como te lo prometí, Fransheska, lamento mucho no haberlo hecho —expresó con una profunda vergüenza. —Creo que fue mejor que estuvieras lejos; de lo contrario, estarías en el hospital junto a Brandon en este momento, porque sé que tú lo hubieses secundado y hasta se te habría ocurrido la nefasta idea de ir a cobrar venganza antes de entregarlo a la policía, como ya lo hiciste antes — expresó con alivio, pues hubiese enloquecido si aquel hombre también le hubiese hecho daño a él, ya bastante sufría por Brandon. —Sabes que teníamos motivos de sobra para actuar como lo hicimos, por eso no le reproches nada a Brandon en cuanto despierte, él solo quería hacerte justicia. Le aconsejó y la escuchó suspirar; sabía que ella era muy dulce, pero cuando su carácter salía a relucir, podía hacer temblar hasta a un hombre como Brandon. Sonrió al caer en cuenta que el aventurero de la familia Anderson, había caído rendido a los encantos de una dulce y soñadora jovencita, convirtiéndose en todo un príncipe azul que era capaz de todo por amor, incluso de arriesgar su vida. —Lo sé, no le diré nada cuando despierte, pero en cuanto esté mejor tendremos una seria conversación —respondió Fransheska, dejando ver ese carácter que muchos no sabían de quién heredó. —Viajaré esta misma noche para estar junto a ti y a Brandon —anunció Terrence, cambiando sus planes. Ahora tendría que esforzarse para no dejarle ver la verdad sobre quien era, no era el momento porque ya ella estaba atravesando por una situación muy complicada.

—Con todo esto olvidé decirte que hoy me llegó un telegrama de nuestros padres, dice que llegarán pasado mañana, así que es mejor que te quedes y viajes con ellos. Aquí todos nos estamos apoyando y Victoria está cuidando de Brandon en el hospital; no debes preocuparte por mí, hermanito, estaré bien… la pesadilla que vivimos ha terminado —esbozó con tranquilidad para no preocuparlo. —Está bien, entonces me quedaré para recibir a nuestros padres —esbozó con verdadero alivio, así podría seguir con lo que había planeado. Hablar primero con los Di Carlo y descubrir cuánta responsabilidad tenían ambos en toda esa red de mentiras que se había tejido en torno a él durante más de cuatro años—. Solo prométeme que no estarás triste, sé que no es fácil lo que te estoy pidiendo, pero al menos quiero saber qué harás el intento, eso me dejará más tranquilo. —Lo haré… estoy loca por verte, te extraño demasiado —confesó y apretó los labios para no sollozar. —Yo también te extraño mucho, Fran… pero no llores, princesa, ya pronto nos veremos — respondió con ternura. —Ya tengo que dejarte, quiero saber si por casualidad Victoria llamó, dijo que lo haría cada hora para contarnos sobre la evolución de Brandon. Te quiero mucho, por favor, cuídate. —Yo también te quiero con todo mi corazón, hermana, por favor, intenta descansar. Te llamaré mañana temprano para saber cómo va todo, te envío un abrazo muy apretado y muchos besos. —Igual para ti, Fabri, descansa —dijo y después de eso colgó. De pronto la ansiedad la invadió al ver que había pasado varios minutos hablando con su hermano, sin saber si Victoria había llamado; se puso de pie con rapidez y la sorprendió un leve mareo, por lo que se sostuvo la cabeza y cerró los ojos. Esperó un minuto antes de volver abrirlos, luego respiró hondo y se recordó que debía comer algo, pues la falta de alimento comenzaba a afectarla. —Perdonen que me ausentara por tanto tiempo, le estaba contando a Fabrizio todo lo que sucedió —explicó, cuando regresó al salón, aún seguían reunidos allí—. ¿Victoria llamó para decir cómo seguía Brandon? —inquirió, mirando a los sobrinos de su prometido. —Sí, nos dijo que todo está normal, sigue evolucionando bien y que el doctor cree que no será necesario mantenerlo sedado más de veinticuatro horas —contestó Sean con una sonrisa. —Gracias a Dios —expresó, juntando sus manos con emoción; de repente el mareo que la atacó antes, se repitió haciéndola tambalearse. —¿Estás bien, Fransheska? —preguntó Annette, percibiendo la palidez que le cubría el rostro y la obligó a cerrar los ojos. —Sí… solo me mareé, creo que es la falta de alimento —dijo parpadeando para aclarar su vista que se había oscurecido. —Deben comer para tener fuerzas, han vivido muchas emociones hoy y eso les quita energías —indicó Patricia, viendo a las damas. —Claro… tienes razón —esbozó, intentando sonreír y caminó para sentarse, pero antes de hacerlo fue engullida por una oscuridad que le quitó la consciencia y terminó cayendo en los brazos de Sean. —¡Oh, por Dios! —exclamaron, al ver que se desvanecía. —Déjame ayudarte… ponla en el sillón —dijo Christian, haciendo espacio para que su hermano la recostara. —Pobre muchacha, ya me veía venir algo así —expresó Margot con angustia mientras le tocaba la frente, estaba helada y cubierta de una ligera capa de sudor, pero lo que más le preocupó fue la palidez.

—Iré por un vaso de agua con azúcar. —Patricia recurrió a lo que siempre le daban a su abuela cuando sufría algún devaneo. —Creo que será mejor prepararle un té, eso le sentará bien a su estómago, ya que no ha comido —pronunció Olivia, que confiaba más en los remedios caseros que en la medicina de los doctores Patricia asintió, aprobando la sugerencia de la tía de Victoria, juntas fueron hasta la cocina y no solo hicieron un té para Fransheska sino para todos. También le sugirió a Joanna que prepara algo para la cena, pues ninguno había probado bocado desde la mañana y eso era perjudicial; sobre todo, para la matrona. Pasaron un par de minutos para que Fransheska volviera en sí, todos se sintieron aliviados cuando vieron que se recomponía rápidamente; sin embargo, le aconsejaron que subiera a su habitación a descansar un rato, hasta que estuviera lista la cena. Annette y Patricia la acompañaron y le prepararon la tina para que se diera un baño; optaron por quedarse en la habitación para estar atentas por si sufría otro desmayo. Fransheska también se sintió preocupada en un principio, porque ella no era una chica que se enfermera con frecuencia, pero luego recordó que muchas de sus amigas cuando quedaron embarazadas sufrían desmayos en los primeros meses. De inmediato, el miedo fue reemplazado por una sensación de alegría que apenas le cabía en el pecho, ya comenzaba hacerse a la idea de que en su vientre crecía una vida fruto de su amor con Brandon. No obstante, decidió guardar el secreto hasta que pudiera hablar con su novio, luego debía buscar la manera de hacerse un examen para confirmar sus sospechas. Tal vez tendría que recurrir a Victoria, pues era la única doctora obstetra de confianza que conocía; su cuerpo tembló al imaginar lo que dirían sus padres y su hermano. Seguramente se molestarían, pero luego comprenderían porque las cosas habían cambiado mucho después de lo que sucedió con Fabrizio, su padre ya no era tan estricto con ellos y su madre se pondría feliz. También pensó en lo que diría la matrona, ella sí les reprocharía su comportamiento, solo esperaba que haber estado a punto de perder a Brandon, la hubiese ablandado y que terminara haciéndola feliz la idea de tener al fin a ese heredero que tanto anhelaba.

Capítulo 41 Fransheska despertó a la mañana siguiente con un ligero dolor en el vientre, con cuidado se movió para salir de la cama y mientras caminaba hacia el baño, sintió una tibia humedad que brotaba de su entrepierna; apresuró el paso y se quitó la ropa interior, descubriendo que tenía una pequeña mancha de sangre. Sus esperanzas de tener al heredero de los Anderson, se derrumbaron y comenzó a llorar llena de tristeza, porque verdaderamente deseaba tener ese bebé, ya se había hecho muchas ilusiones. Después de un rato consiguió calmarse y se metió a la ducha, debía darse prisa para ir al hospital y ver cómo había amanecido su novio; apenas tardó unos minutos y mientras buscaba las compresas que usaba durante su periodo, vio el calendario donde anotaba sus cuentas. Lo revisó descubriendo que no era la primera vez que su ciclo se retrasaba, también sucedió cuando fue secuestrada por Martoglio, suponía que la angustia que vivió en ese entonces y que sintió de nuevo semanas atrás, había influenciado para que se descontrolara. —Buenos días, Dinora —La saludó, al verla a los pies de la escalera. —Buenos días, señorita Fransheska, ¿cómo se siente hoy? —preguntó, pues había quedado preocupada por su desmayo. —Mucho mejor, gracias por preguntar… La verdad, solo fue un leve malestar, supongo que por toda la angustia que sufrí y porque no había comido desde la mañana —respondió con certeza, porque ya le quedaba claro que no se trataba de un embarazo. —Eso es cierto, debe alimentarse bien, señorita… por favor, pase al comedor, enseguida le digo a Joanna que le sirva el desayuno, está haciendo unas tortillas escocesas que le quedan deliciosas —comentó Dinora con una sonrisa, haciéndole un ademán para que fuese adelante. —Sí, creo que lo tomaré mientras espero a la señora Margot, supongo que ella aún no baja — mencionó, caminando. —Despertó hace poco y seguro se le unirá en un momento. Luego de verla a usted sufrir ese desmayo, sus sobrinos le hicieron prometer que se alimentaría bien —respondió, mirándola a los ojos. Fransheska asintió mostrándose de acuerdo y se sentó a la mesa, dispuesta a cumplir ella también con lo que le había prometido a su hermano. Un par de minutos después, se le unían las tías de Victoria, quienes se habían quedado allí para hacerle compañía y porque a su edad un viaje el mismo día hasta Barrington, resultaba muy pesado. La matrona apareció en el comedor con esa actitud imperturbable que la caracterizaba, aunque se podía ver en su semblante que apenas había descansado; tanto ella como Fransheska, mostraban pronunciadas ojeras. Christian llegó antes de que acabaran su desayuno y Margot lo invitó para que les hiciera compañía, hacía mucho que él no comía las exquisitas tortillas de Joanna, así que aceptó encantado; al terminar, las damas subieron por sus bolsos y minutos después salían rumbo al hospital con la esperanza de que Brandon ya hubiese despertado. Al llegar, se encontraron con Robert, quien decidió pasar a ver cómo seguía Brandon, antes de ir a las oficinas del banco, el pobre aún se sentía responsable por lo sucedido; a pesar de que ya todos le habían dicho, que nadie podía prever lo que ocurrió. Victoria también estaba allí y les dio la maravillosa noticia de que ya Brandon había salido de cuidados intensivos y estaba en una

habitación de recuperación; sin embargo, las desalentó saber que todavía no recuperaba la conciencia. —¿Al menos podemos estar junto a él? —preguntó Fransheska, ansiosa por estar a su lado cuando despertara. —Por supuesto, acompáñenme —respondió con una gran sonrisa. Fransheska no esperó a que lo dijera dos veces; enseguida la siguió a la habitación, en cuanto entró el corazón se le hinchó de alegría, porque Brandon ya no tenía ese horrible tubo en su boca ni estaba conectado al electrocardiógrafo. Se acercó, deseando con todas sus fuerzas poder abrazarlo, pero se detuvo porque temía que en su arrebato de emoción terminara lastimando sus heridas; así que solo lo miró desde una distancia prudente. —¿El doctor te ha dicho por qué no ha reaccionado? —cuestionó Margot, observando a su sobrino con preocupación. —Sí, me dijo que a lo mejor son los sedantes o su mismo sistema nervioso que aún no está listo para reaccionar —respondió Victoria. —¿Y cuánto tiempo estará así? —inquirió Fransheska con la garganta inundada en lágrimas, al imaginar el dolor que sentiría cuando despertase, no quería verlo sufrir. —No mucho, solo debemos tener paciencia —comentó con una sonrisa para disipar su angustia—. Me gustaría quedarme, pero apenas consigo mantenerme en pie, ya perdí la cuenta de las tazas de café que bebí para estar despierta —dijo, al no poder retener un bostezo. —Debes ir a descansar, nosotras cuidaremos de él y si sucede algo te llamaremos a la casa, allá están tus tías y Joanna hizo sus ricas tortillas escocesas —mencionó Christian, sonriéndole como un chiquillo. —Sí, hija… ve y descansa, cualquier cosa te avisaremos —dijo Margot, dándole un abrazo de agradecimiento. —Descansa Vicky. —Fransheska también le dio un abrazo. La vieron salir y después ocuparon el largo sillón cerca de la cama, para estar atentos a cualquier reacción que pudiera tener Brandon; apenas habían pasado cinco minutos cuando llegó Sean en compañía de Annette. Christian tuvo que despedirse porque debía asistir a una reunión en la naviera que no podía postergar, pero prometió estar en comunicación y que volvería para el mediodía. Una hora después, comenzaron a llegar arreglos florales junto a notas con deseos de una pronta recuperación para Brandon, venían de parte de algunas familias amigas y de los socios de los bancos. Margot se puso alerta de inmediato, porque era evidente que la noticia había trascendido a la prensa y eso era lo que menos deseaba, así comenzaban a correr los rumores y cuando menos lo esperasen, ya habría un escándalo alrededor de la familia. Annette y Sean percibieron su tensión e intentaron restarle importancia al asunto, Fransheska también quiso distraerla y sacó el rosario que había heredado de su abuela paterna, para comenzar una oración por su prometido. Margot no se pudo negar a su petición y se concentró en pedir por la salud de su sobrino; de momento, eso era lo único que importaba realmente, después vería cómo lidiaba con los comentarios que suscitaría todo ese asunto. —¿Por qué hay… tantas flores en este lugar… aún no he muerto? —cuestionó Brandon con voz raposa y sonrió al ver que todos se sobresaltaban y dejaban de lado sus oraciones. —¡Mi amor! —Fransheska fue la primera en reaccionar, se acercó a él y sin poder contener sus emociones comenzó a besarle el rostro. —Brandon… ¡Gracias al cielo! —expresó Margot, sollozando de felicidad, mientras le acariciaba la mano.

—¡Qué buen susto nos dio, tío! —exclamó Sean, sonriendo. —¡Vaya, si lo hizo! —Annette secundó a su esposo. —Lo lamento mucho… todo se salió de control —respondió, sintiendo su lengua muy pesada y seca—. Tengo mucha sed. —Enseguida te doy de beber —dijo Fransheska y buscó la jarra que estaba en una pequeña mesa junto a la cama, llenó un vaso y se lo acercó con cuidado, ayudándolo a beber despacio—. ¿Cómo te sientes? —preguntó, parpadeando de manera nerviosa. —Cansado… tengo un poco de dolor… y quiero beberme todo el lago Michigan. —Subió la cabeza para beber un poco más de agua. —Debe ser por los medicamentos —indicó Margot, porque lo mismo le pasaba cuando le daban esos sedantes para su corazón. —Iré por el doctor —Sean salió de la habitación con rapidez. —¿Te duele mucho? —preguntó Fransheska con la voz temblorosa, al escucharlo quejarse cuando se recostó de nuevo. —Solo un poco… es soportable —esbozó e intentó sonreír para que ella no se preocupara, verla tan angustiada le dolía mucho más. —Brandon, perdóname… perdóname por todo esto, es mi culpa que ese hombre te hiriera, si yo no hubiese estado en América, él jamás habría venido ni te hubiera lastimado… Lo siento tanto, mi amor, por favor, perdóname —pidió en medio de sollozos. —No tengo nada que perdonarte… lo que sucedió no es tu responsabilidad, deja de martirizarte con esa idea, por favor… tú solo fuiste una víctima en todo esto, nada es tu culpa ni mía tampoco. Aquí existía únicamente un culpable y era Enzo Martoglio —aseguró, mirándola a los ojos y elevó su mano para secarle el llanto. —No nos angustiemos con eso ahora, lo mejor es dejarlo en el pasado y agradecer a Dios que ya estás consciente —comentó Margot, para que dejaran de lado ese tema que solo le traería angustia a su sobrino; además, no tenía caso, su agresor ya estaba muerto. —Eso es verdad, debes estar agradecido Brandon, los ángeles cuidaron de ti en todo momento, mira que no muchos logran sobrevivir a una herida de bala en el pecho, es casi un milagro —añadió Annette. —Soy consciente de ello y siempre estaré agradecido de esta oportunidad que Dios me dio… Estoy de acuerdo con usted tía, lo mejor es dejar este tema detrás, pero antes quiero pedirles perdón por haber sido tan obstinado e imprudente, sé que no estuvo bien lo que hice y no intentaré justificarme, solo puedo alegar que algo más poderoso que mi voluntad me exigía ir hasta ese lugar y enfrentar a Enzo Martoglio, necesitaba hacerlo —expresó, mirando a su novia a los ojos y le acarició la mano para consolarla al ver que lloraba. —Te juro que estaba dispuesta a reclamarte por haberte expuesto de esta manera, pero comprendo que así como para Fabrizio fue imposible contenerse, también lo fue para ti y supongo que si la situación hubiera sido al contrario, yo habría actuado de la misma manera, porque te amo y odiaría que alguien te hiciera daño… solo debiste ser más cuidadoso, esperar al menos a que ese hombre estuviera encerrado en una celda, sin nada a su alcance con lo que pudiera dañarte y tal vez hasta te hubiese acompañado para superar de una vez por todas el miedo que su sola mención me provocaba —pronunció Fransheska, besando la mano de su novio, mientras lo miraba con verdadera devoción. Annette y Margot se sintieron conmovidas por las palabras y las actitudes de ambos, sabían que el amor que compartían era profundo y que sin importar las circunstancias difíciles que les deparara el futuro, conseguirían superarlas porque en ese momento lo estaban dejando claro. No

había sido fácil lo que les tocó vivir, pero estaban unidos y dispuestos a cuidar el uno del otro, como debía hacerlo una pareja. El doctor Morgan llegó junto a una enfermera, les pidió que los dejaran unos minutos para hacerle un chequeo a Brandon y comprobar que todo estuviera evolucionando bien. Fransheska quiso quedarse, pero al final cedió para no darles motivo a la matrona que la hiciera sospechar cuán intima se había vuelto su relación con Brandon, debía seguir guardando su secreto. —Es bueno que se sienta bien, señor Anderson; sin embargo, lo mantendremos aquí una semana para evaluar el funcionamiento de su riñón derecho, debemos comprobar que no haya fisuras en la arteria que fue afectada por la migración de la bala —anunció el doctor, al sospechar el deseo de su paciente de abandonar el hospital. —¿No se puede hacer eso en mi casa? Puedo contratar a una enfermera que me supervise — comentó, porque no le gustaban estar en esos lugares, lo hacía sentir más enfermo. —En su casa no tendrá los equipos necesarios para atender una deficiencia renal, si su riñón llegara a colapsar estando allá, podría tener complicaciones serias, así que lo mejor es que se mantenga aquí. —Comprendo. —Brandon no insistió más porque tal como le habían dicho, tenía mucha suerte de estar vivo, por eso no podía arriesgar su vida una vez más, eso sería muy estúpido—. Haré al pie de la letra todo lo que indique, doctor Morgan, muchas gracias por atenderme —añadió, mirándolo agradecido. —No tiene nada que agradecer… Y otra indicación, sé que sus familiares desean estar con usted, pero tendrán que dejarlo para que pueda descansar y recuperarse —comentó con seriedad. —¿Al menos puede dejar que mi prometida se quede? —inquirió, porque no quería separarse de Fransheska. —Sí, pero solo ella… le puede decir a los demás que regresen para el horario de visitas. Bien, ahora lo dejo, cualquier cosa que necesite o algún malestar severo que comience a sentir, infórmeselo de inmediato a la enfermera, ella me avisará y vendré a verlo. —Está bien, gracias de nuevo, doctor Morgan —dijo y lo vio salir. Un segundo después, entraban sus familiares, ansiosos por saber lo que el doctor les había dicho; él fue breve en su explicación y omitió lo del posible colapso de su riñón para no alarmarlos. Sin embargo, tuvo que darles la otra noticia, que como era de esperarse, no suscitó buenas reacciones en su tía, ella deseaba estar a su lado y cuidar de él como lo haría una madre, pero al final se resignó a dejarle ese rol a Fransheska. —Vendremos más tarde, descansa —indicó, dándole un beso en la frente y le acarició el cabello como si fuese un niño, depositando en él ese instinto maternal que pocas veces se atrevía a dejar salir. —Eso haré, usted también descanse, por favor —dijo Brandon sonriéndole y también le dio un beso en la mano para agradecerle. Annette y Sean también se despidieron, prometiendo volver a la hora de visitas; Brandon los vio salir y suspiró con una mezcla de sentimientos revoloteando en su pecho, lamentándose por ponerlos en esa situación después de todo los que les había tocado vivir. Fransheska notó su actitud cargada de remordimiento y se acercó para abrazarlo con cuidado; después buscó distraerlo contándole lo que le había sucedido el día anterior, aunque había decidido no decirle nada, al final pensó que eso alejaría por completo de su cabeza, la situación tan traumática que habían vivido. —Bueno, creo que tendré que poner más empeño la próxima vez —dijo y sonrió al ver cómo su novia se sonrojaba.

—Deja de decir esas cosas en este momento, Brandon, mira que estás convaleciente y creo que pasará algún tiempo para que volvamos a estar juntos —susurró ella, roja como una fresa. —La herida solo fue en mi pecho y la bala me afectó una arteria renal, pero fuera de eso estoy completamente perfecto, así que será mejor que se haga a la idea de que cuando sea mi esposa, no la dejaré dormir en varias noches, señora Anderson —murmuró en un tono ronco y sensual, mientras le miraba los labios. Ella le entregó una sonrisa que iluminó su mirada y se acercó para besarlo con suavidad en los labios, consciente de que eso era lo que su novio deseaba en ese momento. Sin embargo, no prolongó mucho el beso porque recordó las indicaciones del doctor, se alejó de él y le dedicó una sonrisa para consolarlo, comenzó acariciarle el rostro para conseguir que se durmiera, luego se sentó en el sillón, para velar sus sueños y a los minutos también acabó rendida por el cansancio. La familia Lerman se enteró de la noticia por la prensa, lo que provocó cierta molestia en Deborah, pues siendo la hermana de Brandon, merecía al menos que fuese su tía o sus sobrinos quienes le informaran lo que había sucedido. Elisa no lo tomó tan apecho ni hizo un drama como su madre; después de todo, ella no era muy cercana a su tío, Daniel comprendió que, en medio de tanta angustia, no les quedó tiempo para avisarle, les pidió a sus primos que le expresaran sus mejores deseos de una pronta recuperación a su tío y que le hiciera saber que iría a verlo en cuanto pudiera. —Entonces, todo esto se debió a una estúpida revancha por el amor de tu prometida —esbozó Deborah, mirándolo con asombro y desprecio—. Ciertamente, eres un inconsciente Brandon, estuviste a punto de dejar a nuestra familia sin un heredero, solo porque querías jugar al héroe con un peligroso delincuente. —Yo no estaba jugando a nada y te sugiero que midas tus palabras —exigió, al ver que su comentario había incomodado a Fransheska. —Lo haría si te comportaras como debes, pero alguien tiene que hacerte entrar en razón, lo que hiciste fue la mayor de las imprudencias y si esperas que aplauda «tu acto heroico» estás muy equivocado. Soy tu hermana mayor y mi deber es velar por tu bienestar, como se lo prometí a nuestra madre el día que naciste —pronunció con tono airado, haciendo gala de su interpretación como hermana perfecta. —Nuestra madre debe estar muy decepcionada contigo entonces, porque lo que menos has hecho es velar por mi bienestar, Alicia siempre estuvo más pendiente de mí —le recriminó. —Brandon, por favor… —pidió Fransheska, al ver que se alteraba. —Alicia solo te consentía, yo intentaba educarte, pero siempre fuiste un rebelde malagradecido, igual que nuestro tío Stephen… —¡Ya basta, Deborah! No permitiré que hables mal de mi querida hermana ni de mi tío. — Brandon no pudo seguir conteniéndose. —Por supuesto, a todos en esta familia parece dolerle la verdad. —Cuanto me sorprenden esas palabras, viniendo de usted madre —esbozó Elisa, desde el rincón donde se encontraba, observando la discusión entre su madre y su tío; a decir verdad, con cierta satisfacción porque él no se quedaba callado y la ponía en su lugar. —Te agradezco que te mantengas al margen de esta discusión, esto es entre tu tío y yo —le advirtió, mirándola con reproche. —Y yo le agradezco que termine con esto —indicó Fransheska, viendo que la mujer no desistiría en su afán de reprender a su novio. —Señorita Di Carlo, usted es solo la prometida de mi hermano, aún no es parte de la familia y

tampoco tiene derecho de intervenir en esta discusión; además, que toda esta tragedia fue por su causa. —Ni se te ocurra culpar a Fransheska, ella solo fue una víctima de ese malnacido, y la decisión de ir a verlo fue únicamente mía. Ahora si todo lo que tienes que para decirme son reproches, te agradecería que te retiraras —mencionó con determinación mirándola a los ojos. —Por supuesto que lo haré, no seguiré aquí perdiendo mi tiempo con un insensato —dijo poniéndose de pie con actitud indignada y miró a su hija—. Vamos Elisa, no tenemos que estar en un lugar donde nuestra presencia no es deseada —añadió con resentimiento. —Mi sobrina no tiene porqué marcharse, si desea quedarse puede hacerlo —comentó Brandon, azuzando un poco más a su hermana. —La verdad, es que sí… deseo quedarme —respondió Elisa, para hacer rabiar más a su madre. Se mantuvo impasible ante su mirada cargada de reproche y se acercó para sentarse junto a Fransheska. Deborah estaba realmente furiosa, pero no perdió la compostura, salió con ese andar rígido y distinguido que la caracterizaba; de inmediato, el aire dentro de la habitación pareció hacerse más liviano. Fransheska le sonrió a Elisa y la pelirroja le devolvió el gesto. Estuvieron conversando algunos minutos, sobre temas más agradables como los preparativos de la boda, que con todo eso ya no podría celebrarse a principios de junio como habían deseado. Ahora deberían esperar hasta finales de julio o tal vez agosto, para que Brandon estuviese recuperado del todo, y así poder realizar el viaje que habían planeado por Latinoamérica y que les tomaría un año. También charlaron sobre Frederick, pues era el único tema que realmente apasionaba a Elisa; desde que su relación con Jules terminara, se había avocado por completo a su hijo, él se había convertido una vez más en su tabla de salvación. Para Brandon y Fransheska no pasaba desapercibida la actitud de Elisa cuando hablaba de su vida de casada, no se veía como una mujer enamorada y feliz, sino como una que se había resignado a compartir su vida con el hombre que sus padres escogieron para ella, pero que evidentemente no fue su elección. La oscuridad de la noche se iba degradando en tonos púrpuras y violetas, a medida que los rayos del sol se iban haciendo presentes, anunciando un nuevo día. Un día que Terrence había esperado tanto, que apenas pudo dormir la noche anterior, la ansiedad no lo dejó descansar y se sentía agotado tanto física como mentalmente. Estaba delante del ventanal que daba al embarcadero reservado para que el Majestic lanzara sus anclas, tenía la mirada perdida en el horizonte y su mente ajena a todo el ajetreo que precedía a la llegada de un trasatlántico de esa magnitud. No obstante, era sumamente consciente del cúmulo de emociones que embargaban su pecho y que lo llenaba de ansiedad hasta el punto de desesperarlo, y que, al mismo tiempo, le provocaban un miedo que no lograba comprender. Al fin sus ojos lograron divisar la enorme estructura del barco, que avanzaba lentamente, abriéndose paso entre la espesa neblina del amanecer, aún desde esa distancia alcanzó a ver a varias personas en la cubierta que celebraban su llegada a América. Dentro del puerto, comenzaron a escucharse los gritos de quienes esperaban a sus familiares, la algarabía lo sacó del estado de letargo donde se encontraba y su corazón comenzó a latir con fuerza, al mismo tiempo que el nudo que se formaba en su garganta apenas lo dejaba respirar. Las lágrimas no tardaron en hacerse presentes y sus manos empezaron a temblar incontrolables, respiró hondo un par de veces para intentar calmarse porque no podía presentarse así ante los Di Carlo. Sin embargo, todo esfuerzo fue inútil, ni siquiera podía explicarse por qué

se sentía de ese modo, de repente una serie de recuerdos junto a Luciano y Fiorella desfilaron por su cabeza, llevándolo a ese tiempo en el que se sintió un hijo amado, protegido y comprendido por ellos. —Hoy dejarás de serlo… ya no serás más Fabrizio Di Carlo, no serás su hijo. —Un sollozo pareció romperle el pecho y desgarrarle la garganta, provocando un gran vacío en su interior. Cerró los ojos, dejando libre un suspiro entrecortado y sintió una abrumadora necesidad de salir de ese lugar, debía alejarse de allí antes de desmoronarse como sentía que estaba a punto de hacerlo. Le dio la espalda al barco y caminó de prisa para salir, en su huida tropezó con algunas personas; a las que apenas les pidió disculpas, llegó a su auto y sin perder tiempo lo puso en marcha, con el sólido propósito de alejarse del puerto y evitar ese encuentro. Los duques apenas habían logrado conciliar el sueño un par de horas, los atormentaba la angustia de lo que pasaría con su hijo ese día; a pesar de que le habían insistido para estar junto a él cuando se encontrara con los Di Carlo, no consiguieron convencerlo. Terrence estaba decidido a lidiar con todo eso él solo, por lo que no les quedó más remedio que aceptar su voluntad. De pronto, escucharon un par de toques en su puerta, se levantaron sobresaltados y sus corazones comenzaron a latir con fuerza, Amelia se puso su salto de cama mientras Benjen caminaba hasta la puerta para abrirla. —Buenos días, Benjen… disculpe que los despierte tan temprano, pero Terrence acaba de llegar y por su semblante creo que no está muy bien, le pregunté si deseaba verlos y me dijo que no los molestara, que solo necesitaba quedarse aquí un momento; sin embargo, me pareció adecuado que ustedes estuviesen al tanto de esto —informó Carol, mirándolo, era evidente que también estaba preocupada. —Muchas gracias por avisarnos, Carol —dijo y caminó con premura para buscar su salto de cama y bajar de inmediato. Carol había hecho pasar a Terrence al despacho para que tuviera un poco más de privacidad, en vista de que se le notaba bastante aturdido; Amelia y Benjen entraron procurando parecer calmados y lo encontraron sentando en el mueble de piel junto al ventanal, con los codos apoyados sobre sus rodillas y la cabeza entre sus manos. Esa imagen de su pequeño le rompió el corazón a Amelia, verlo así le bastó para saber que su hijo estaba muy mal y que había llegado hasta allí porque los necesitaba, así que de inmediato se acercó a él. —Terry… cariño —mencionó, sentándose a su lado y acariciándole el cabello con ternura, mientras buscaba sus ojos. —Hijo, ¿estás bien? —preguntó Benjen con un nudo en la garganta, hacía mucho que no lo veía de esa manera. Él levantó la cabeza y clavó la mirada en sus padres, sus ojos lucían brillantes por las lágrimas contenidas y se podía apreciar claramente cómo la turbación, la ansiedad, el dolor y la desolación hacían estragos. Su mirada suplicante les hizo recordar aquella imagen de cuando apenas era un niño de seis años; en ese entonces, también estaba lleno de miedos y dudas porque no entendía la razón de que su padre lo alejara de su madre, así como no entendía por qué Luciano Di Carlo lo había separado de ella nuevamente. —Mi vida, ¿qué sucedió? —preguntó Amelia, mientras le apartaba el cabello del rostro con ternura y lo miraba a los ojos. —Nada, no pasó nada, madre… yo estaba allí, estaba en el puerto esperando a que el barco llegase para de una vez por todas tener a los Di Carlo frente a mí y exigirles toda la verdad, pero de repente me llené de miedo y no… no pude quedarme allí, no pude esperar para verlos —

esbozó, dejando libre un sollozo que se escapó sin poder evitarlo, revelando la angustia que lo sometía sin piedad. —Tranquilo, mi vida… no pasa nada, si no quieres verlos más, entonces no lo harás, te quedarás aquí y nosotros cuidaremos de ti —expresó Amelia, al tiempo que lo abrazaba con fuerza. —Pero yo quería verlos, madre…estaba decidido a hablar con ellos, pasé toda la noche pensado en las cosas que diría, cada pregunta que haría, analizando todo con cabeza fría para no dejarme llevar por la rabia y el dolor que me causó su traición…, pero esta mañana cuando estaba a punto de encontrarlos, una horrible sensación de miedo se apoderó de mí y tuve que salir huyendo. No lo entiendo —explicó, mirando a su madre a los ojos y sus manos estaban temblorosas, cubiertas por una ligera capa de sudor y sumamente frías. —Bebe este trago, Terrence, te ayudará a calmarte —indicó Benjen, mientras le ofrecía un vaso con whisky. —Benjen, espera, no creo que sea prudente que le des alcohol… —Amelia le sostuvo la mano a su esposo. —Tranquila mujer, él ahora lo necesita —dijo mirándola para hacerle saber que todo estaba bien y que nada le pasaría a su hijo. —Gracias —esbozó, recibiendo el vaso y le dio un gran sorbo. Arrugó el rostro cuando el licor quemó su garganta, pero justo como dijo su padre, la bebida le ayudó porque la presión en su pecho comenzó a menguar, así como el temblor de sus manos. —Terrence, hijo no debes presionarte tanto, dale un poco de tiempo a las cosas, yo sé que no es fácil y que deseas recuperar todo lo que perdiste en estos años, pero es imposible que lo logres de un día para otro, no ganas nada con exponerte de esta manera más que hacerte daño, mira cómo estás —dijo Benjen, poniéndose de cuclillas para estar a su altura mientras le llevaba una mano a la mejilla. —Solo deseo tener mi vida de nuevo, no me importa si era un desastre o me equivocaba todo el tiempo, era mi vida… era mi vida y ahora… —Terrence sollozó y las lágrimas lo desbordaron al fin. Benjen sintió que el dolor de su hijo también lo envolvía a él, pues recordó que algo muy parecido le dijo a su padre, aquella vez cuando viajó a América para obligarlo a regresar con Katrina. Él también quiso tomar su vida en sus manos, quiso quedarse junto a Amelia y su primogénito, tener el futuro que deseaba sin importarle renunciar el título de conde que poseía en ese momento. Sin embargo, Christopher Danchester tenía otros planes y estaba dispuesto a lo que fuera para mantenerlo a su lado; pero de no ser así, entonces sería Terrence quien recibiese toda esa carga. Él no podía permitirlo y, por eso sacrificó su felicidad, por el bien de los dos seres que más había amado hasta ese momento. Sabía exactamente cómo se sentía su hijo, la impotencia y el dolor de ver cuánto había perdido por culpa de alguien más. Quiso consolarlo y en un impulso lo envolvió entre sus brazos, Terrence no rechazó el abrazo de su padre; por el contrario, se aferró mientras su cuerpo convulsionaba ante los sollozos. —Padre, tengo miedo… tengo miedo que después de esto no tenga nada más —confesó entre lágrimas—. Me siento perdido de nuevo… y ahora todo es peor, no quiero estar solo ni seguir sufriendo, ya estoy cansado —agregó, dejando salir todo el dolor que lo torturaba. —Nada de eso pasará, te juro que nunca más estarás solo hijo… y no estás perdido, estás con nosotros y así será de ahora en adelante. Terry, mírame —pidió, tomando el rostro de su hijo, para

ver sus ojos—. Nosotros somos tu familia, te amamos y estamos aquí para ti, ya no tendrás que temer por sentirse solo, no dejaré que eso pase de nuevo, porque te amo con todo mi corazón y aun si no deseas que esté junto a ti, voy a estarlo porque soy tu padre y te apoyaré siempre en todo lo que te haga feliz —mencionó, mirándolo a los ojos y se acercó para besarle la frente. —Te amamos, mi vida… y te prometemos que todo estará bien, lograrás recuperar tu vida y volverás a ser Terrence Oliver Danchester Gavazzeni… —pronunció Amelia, sujetando con ternura y fuerza la mano de su hijo mientras lo miraba a los ojos. Terrence asintió sollozando y de inmediato Amelia y Benjen lo envolvieron con sus brazos, para hacerlo sentir seguro y amado; dándole eso que él tanto ansiaba, rodeándolo de su calidez y su amor, esa misma que tiempo atrás le hizo tanta falta y ahora por fin tendría.

Capítulo 42 Los Di Carlo esperaron a su hijo casi por cuarenta minutos, pero al ver que no llegaba, decidieron tomar un auto de alquiler que los llevase al hotel. Durante el trayecto, Luciano se perdió en sus pensamientos, siendo invadido por la inquietud que le provocó esa actitud tan extraña de su hijo; no comprendía por qué no había llegado a recibirlos. —¿Estás bien, Luciano? —preguntó Fiorella, tocándole el rostro para traerlo a la realidad, mientras lo miraba con preocupación. —Sí… sí, estoy bien, solo me extraña que Fabrizio no fuese por nosotros al puerto, sabía que llegábamos hoy —respondió y al ver que ella también se angustiaba, le tomó la mano para darle un beso. —A lo mejor se quedó dormido, seguro estará en el hotel —dijo ella, para alejar de él esa inquietud que le oscurecía el semblante. —Sí, debes tener razón —respondió sonriendo y la besó. Al llegar al Palace fueron recibidos por uno de los botones, quien se encargó de su equipaje, mientras ellos caminaban a la recepción, al preguntar por su hijo, les informaron que él había salido muy temprano, pero que el guardaespaldas de Fabrizio estaba allí, por si deseaban hablar con él. El miedo caló más profundo en el corazón de Luciano, de inmediato pidió que le dieran el número de la habitación del escolta; Fiorella quiso acompañarlo, pero él le pidió que se encargara del registro y que intentara descansar, que luego la pondría al tanto de lo que conversara con Karl Thompson. Llegó hasta la puerta y llamó con insistencia, el hombre abrió con el habitual recelo de alguien con su trabajo, pero apenas Luciano se identificó, lo dejó pasar y tomaron asiento en el pequeño recibidor de la habitación. Karl le explicó brevemente el comportamiento de su hijo en los últimos días, alegando que él había hecho cuanto pudo para convencerlo de que lo dejara acompañarlo, pero que Fabrizio se había negado en cada ocasión. También le comentó, que al enterarse de la muerte de Enzo Martoglio, Fabrizio le dijo que podía volver a Chicago, pues ya no necesitaba de sus servicios. Sin embargo, Karl lo consultó con Robert Johansson, pues fue quien lo contrató y, el administrador le pidió que se quedara cerca de él por prevención, en caso de que Martoglio tuviera amigos en Nueva York que quisieran tomar represalias. —He intentado cumplir con la misión que me fue encomendada, pero su hijo es un hombre realmente obstinado y me lo ha hecho imposible, ahora mismo no sabría decirle dónde está — comentó Karl, al ver el semblante preocupado del italiano. —Comprendo y le pido disculpas por el comportamiento de mi hijo, le aseguro que Fabrizio es un buen muchacho, pero a veces es demasiado terco y le gusta hacer las cosas a su manera — expresó Luciano, mirando al hombre que no disimulaba su molestia—. Mi mujer y yo nos vamos esta noche a Chicago, seguramente nuestro hijo también vendrá, así que usted ya no tendrá que seguir encerrado en esta habitación, podrá retomar su trabajo como de costumbre. —Se lo agradezco —dijo y se puso de pie al ver que el hombre también lo hacía—. Me dio mucho gusto conocerlo, señor Di Carlo.

—Digo lo mismo, señor Thompson, hasta pronto. Luciano caminó por el pasillo de ese hotel que tantos recuerdos dolorosos le traía; desde la primera vez que estuvo allí, revivió todo el miedo que años atrás lo había azotado, pensaba que en cualquier momento sucedería algo que derrumbaría sus mentiras. Llegó a la habitación y su esposa acababa de recibir el desayuno, él no sentía mucho apetito, pero se sentó a la mesa para acompañarla, y que ella no notara las sensaciones que lo recorrían. —¿Qué te dijo el guardaespaldas? —inquirió, probando su ensalada de frutas, intentando mostrarse casual, pero también sentía algo de miedo por la actitud tan extraña de su hijo. —Bueno, ya sabes cómo es Fabrizio, no le gusta que lo controlen, se le ha escapado todos estos días al hombre, según él, que aquí no corría peligro y estaba en lo cierto, todos sabíamos que el objetivo del miserable de Martoglio era Fransheska, gracias a Dios no consiguió hacerle daño a nuestra princesa —contestó Luciano, disimulando para que su mujer no notara lo preocupado que estaba. —¿Sabes qué me parece extraño de él? —inquirió Fiorella y vio a su esposo negar, mientras untaba mantequilla en un pedazo de pan, como si todo eso fuese normal—. Que dejara sola a Fransheska; sobre todo, siendo consciente del peligro que corría. —No estaba sola, Brandon cuidaba de ella —comentó Luciano, para no darle más vueltas a ese asunto, tenía miedo de descubrir la verdadera razón del distanciamiento de su hijo. —Sí, supongo que se la confió a él; después de todo, será su esposo —murmuró Fiorella, molesta por ese empeño que tenía Luciano de negarle la verdad siempre. Sabía que su esposo era consciente de que algo estaba sucediendo, pero seguía aferrado a esa mentira; solo esperaba que todo eso no le trajera graves consecuencias, porque ya habían sufrido demasiado. Fransheska estaba feliz por la llegada de sus padres y por la satisfactoria recuperación de Brandon, según el doctor Morgan, había evolucionado tan bien, que lo enviaría a la casa antes de lo previsto. Él también estaba contento por eso, ya que no le gustaban los hospitales y, a pesar de tener a su novia como su hermosa enfermera particular, sabía que ella necesitaba descansar, pues se le veía agotada. —¿Fabrizio vendrá con ellos? —preguntó Brandon con curiosidad. Estar recluido en esa habitación le había impedido seguir de cerca los acontecimientos con relación a Terrence. —Por supuesto, ayer cuando hablamos me dijo que iría por nuestros padres al puerto, los llevaría al Palace para que descansaran y tomarían el tren esta noche —contestó con entusiasmo —, mañana por fin tendré a toda mi familia reunida —añadió con una gran sonrisa. Brandon solo asintió, devolviéndole el gesto, pero en su interior sentía una gran presión en su pecho, sabía que Terrence estaba decidido a recuperar su vida; lo que significaba que dejaría de ser Fabrizio Di Carlo, y que tarde o temprano, Fransheska se enteraría que su verdadero hermano estaba muerto. Le destrozaba el corazón imaginar todo el sufrimiento que pasaría su princesa, y lo peor era que él no podría hacer nada para evitarlo, no tenía la capacidad para revivir a su hermano, ni todo su dinero le brindaba ese poder, solo esperaba poder estar a su lado cuando todo ocurriese, ser su puerto seguro cuando esa tormenta se desatase y poder consolarla. —Estoy tan feliz de que por fin estén aquí…, aunque es una pena que tengamos que retrasar la boda —comentó, algo afligida. —Lamento mucho que mi imprudencia haya complicado nuestros planes —expresó él, compartiendo el pesar que sentía su novia. —Ya no pienses en eso, sea como sea, usted será mi esposo, señor Anderson. —Sonrió y dejó

caer en su rostro una lluvia de besos. La llegada de sus sobrinos junto a sus esposas, lo ayudó a distraerse y no terminar llorando por la impotencia que le provocaba no poder hacer nada para evitar lo que el destino le deparaba a Fransheska. Se había esforzado mucho por no contarle la verdad, sabía que no era a él a quien le correspondía decirle eso sino a sus padres, y a veces era invadido por sentimientos contradictorios; por un lado, no quería que la verdad se supiera y que su novia no sufriera. Sin embargo, por el otro, sabía que Victoria se merecía tener de vuelta a su rebelde, que después de tantos años creyéndolo perdido y de tanto dolor, no era justo que siguiese llevando ese luto. Su prima tenía todo el derecho de ser feliz junto al hombre que siempre quiso, y que sospechaba aún seguía amando, aunque estuviese confundida en ese momento, llegaría a aclarar sus sentimientos y estaba seguro de que al final descubriría que nunca había dejado de amar a Terrence. Luciano veía cómo avanzaban las horas y su hijo no aparecía, comenzaba a preocuparse realmente y ya no podía disimular delante de Fiorella que todo estaba bien, él presentía que algo estaba sucediendo y su peor temor parecía comenzar a materializarse. Aprovechó que su mujer se estaba duchando, para llamar a la recepción y ver si ellos podían darle alguna información que le ayudara a dar con el paradero del joven, pero todo fue en vano. Su hijo había dejado de usar los servicios del chofer del hotel y había alquilado un auto, que él mismo conducía, por lo que no sabían decirle los lugares que últimamente había frecuentado; además, el empleado que lo había trasladado en ocasiones anteriores, se encontraba de vacaciones en ese momento. Luciano colgó la llamada, sintiéndose mucho más temeroso y frustrado que minutos atrás; decidió entonces, llamar a Chicago porque quizá Fransheska sabía algo, pero el ama de llaves le dijo que su hija había salido temprano al hospital. —¿Todavía no tienes noticias de nuestro hijo? —preguntó Fiorella, saliendo del baño, ya comenzaba a angustiarse. —No, llamé a Chicago para averiguar si Fransheska sabía algo de su hermano, no sé, a lo mejor se le presentó algún asunto que atender a última hora y por eso no fue por nosotros al puerto, pero ella está en el hospital con Brandon y el ama de llaves no sabe nada —respondió Luciano, poniéndose de pie—. Bueno, ya llegará, sabe que el tren sale en unas horas… voy a darme una ducha —añadió y entró al baño. Fiorella podía percibir el miedo en su esposo, aunque él intentaba disimularlo no conseguía engañarla, porque lo conocía bien, sabía que la actitud de su hijo lo angustiaba. Ella también tenía una extraña sensación en el estómago, como si se le fuese formando un vacío que se hacía más grande con el pasar de los minutos; el teléfono sonó de pronto, sobresaltándola y sin perder tiempo agarró el auricular. —Buenas tardes —respondió con sus latidos acelerados. —Buenas tardes, madre —mencionó Terrence, algo dubitativo. No esperaba que fuese ella quien le respondiera, aunque tal vez había sido lo mejor, porque si era Luciano quien atendía su llamada, probablemente hubiese colgado o acabaría reprochándole su engaño por teléfono y no era así como deseaba confrontarlo. La escuchó sollozar y de inmediato la culpa se apoderó de él, porque sabía que ellos debían estar angustiados, ya que no estuvo en el puerto para recibirlos y tampoco se había comunicado en todo el día. —¡Hijo, por el amor de Dios! —exclamó con alivio al escuchar su voz—. ¿Dónde has estado todo el día? Nos tenías muy preocupados, sabemos que apenas salimos de un susto con lo de ese miserable de Martoglio… Ahora tú te desapareces y no nos dejas ni siquiera un mensaje —le

reclamó su falta de consideración. —Lo siento mucho, madre…, pero tuve que atender algunos asuntos importantes y no pude ir a recibirlos —respondió, luchando contra esa marea de emociones que lo arrastraban de un lugar a otro. —¿Más importante que tus padres a quienes no ves desde hace cuatro meses? —cuestionó con absoluto asombro. —En verdad, lo siento, pero esto es muy importante para mí. —Seguiría el consejo de Clive y de ahora en adelante, él sería la prioridad. —Comprendo —murmuró, aunque a decir verdad no entendía su comportamiento, se le escuchaba muy extraño, como distante con ella y eso la llenó de miedo—. Bueno, te estamos esperando para irnos a la estación, el tren sale en tres horas… —No podré ir con ustedes —anunció sin titubeos. —¿Cómo que no vendrás con nosotros, Fabrizio? ¿Qué sucede? —inquirió con voz temblorosa, porque cada vez se escuchaba menos como su hijo, podía percibir que algo había sucedido. —Tengo asuntos personales que atender, viajaré en un par de días y hablaremos de todo lo que ha sucedido. Cuídense mucho, por favor, le da saludos a… mi padre —pronunció con un nudo en la garganta, le costaba demasiado saber que más adelante ya no podría llamarlos así, se había acostumbrado a esa familia que ellos le brindaron, aunque fuese una mentira, llegó a quererlos realmente. —Fabrizio… ¿Estás bien? —preguntó Fiorella, con preocupación. —Sí, estoy bien, madre —mintió porque en ese momento apenas conseguía acallar sus sollozos y contener las lágrimas—. No se preocupe por mí, nos vemos en unos días, dele un abrazo a Fransheska de mi parte y dígale que logré armar el rompecabezas, ella entenderá. —Eso haré, cuídate mucho mi niño, te quiero —esbozó y se cubrió la boca para que él no escuchara sus sollozos. —Yo también la quiero, hasta pronto —dijo y colgó porque ya no podía seguir aguantando esa presión que reventó su pecho con un torrente de sollozos; apoyó los brazos en el escritorio y dejó caer su rostro sobre ellos, para esconder su doloroso llanto. Fiorella también liberó un par de lágrimas y después cerró los ojos, presintiendo que eso que tanto había temido su esposo había sucedido; sin embargo, no le diría nada para no atormentarlo, era mejor esperar a que fuese su hijo quien hablara con él. De pronto, fue consciente de que también perdería a ese maravilloso joven, que había llenado en parte el vacío que le dejó su Fabrizio, un gran agujero se abrió en su pecho, haciéndola sollozar con más fuerza. —¿Qué sucedió Fiore? —preguntó Luciano, al salir del baño y verla llorando junto al teléfono. De inmediato, sus latidos se desbocaron. —Nada… es solo que… estoy sentimental, ya sabes cómo me pongo algunos días al mes —Se excusó, limpiándose las lágrimas. —¿Estás segura? —inquirió, buscando su mirada que le rehuía. —Claro, pero ustedes los hombres no lo entienden…, mejor ve a vestirte, se nos hará tarde. —Se puso de pie, para hacerlo ella también. —Debemos esperar a Fabrizio. —Tenía la esperanza de que llegara. —No viajará con nosotros, acaba de llamar y dijo que aún tenía unos asuntos personales que atender… —¿Asuntos personales? —inquirió con la voz temblorosa. —Sí, eso fue lo que dijo —comentó con tono casual, mientras se vestía—. Supongo que ahora

que estamos aquí, va a querer pedirle matrimonio a Victoria, tal vez anda buscando el anillo, se dice que los mejores están en Tiffany —agregó, sonriendo para disimular su tristeza, suponía que ellos no serían parte de ese momento especial. —En ese caso, debió esperarte, seguro le ayudabas a escoger el mejor, igual me sigue pareciendo extraño que no haya venido siquiera a vernos, no sé… sospecho que algo le pasa — expuso sin percatarse que estaba hablando de más frente a su esposa. —Ya, deja de darle vueltas a todo esto, él prometió que en algunos días se reunirá con nosotros en Chicago—acotó para tranquilizarlo. —Bueno, tendremos que viajar sin él entonces —asumió con el ceño fruncido y una molesta presión en el pecho. Terminó de vestirse y llamó a la habitación de Karl Thompson para avisarles que ya estaban listos, se reunieron en el vestíbulo del hotel con el escolta, que se notaba muy ansioso por regresar a Chicago. No era para menos, ya que había estado una semana allí encerrado; Luciano se acercó a la recepción para pagar la cuenta, pero al ser los suegros de uno de los socios no tuvo que hacerlo. Aprovechó para dejarle un mensaje a su hijo, no sabía qué escribirle, por lo que solo se limitó a pedirle que se cuidara mucho y que viajase cuanto antes a Chicago, porque necesitaban hablar de algo muy importante. El gerente se acercó para despedirlos en persona y puso a su disposición un chofer que los llevara a la estación; mientras estuvieron allí, Luciano no dejó de mirar hacia la entrada, con la esperanza de que su hijo apareciera, pero todas sus ilusiones se vinieron abajo, cuando llamaron para embarcar y él no llegó. La emoción apenas la había dejado dormir la noche anterior, por eso antes de que despuntara el sol, Fransheska salía de la casa en compañía de dos guardaespaldas. Aunque Enzo Martoglio ya estaba muerto, la familia Anderson decidió mantener a los escoltas por precaución. Llevaba casi una hora en la estación esperando a su familia, en cuanto los vio bajar del tren, salió casi corriendo y primero se abrazó a su madre, a quien besó un montón de veces; luego hizo lo mismo con su padre y en medio de lágrimas les expresó cuanto los había extrañado. Al separarse, miró hacia las escaleras del tren, esperando ver a Fabrizio, pero su hermano seguía sin aparecer y eso la extrañó mucho, por lo que buscó las miradas de sus padres. —¿Y Fabrizio dónde está? ¿Acaso no vino con ustedes? —preguntó, mirándolos desconcertada. —La verdad es que ni siquiera lo vimos… —dijo Fiorella con una profunda tristeza, que apenas conseguía disimular. —¿Cómo dice madre? Pero… si él me dijo que los esperaría en el puerto y que viajaría con ustedes —acotó, llenándose de nervios. —Nunca llegó y tampoco estaba en el hotel, solo recibimos una llamada de su parte, donde nos decía que no podía viajar con nosotros, porque aún debía atender algunos asuntos personales. Te envío abrazos y me pidió que te dijera que ya había armado el rompecabezas. —¡Oh, por Dios!… ¡Oh, por Dios! —exclamó, realmente emocionada y se abrazó a sus padres, llorando de la felicidad. —¿Qué significa eso? ¿Por qué te emocionas así, Fransheska? —inquirió Luciano, con el corazón latiéndole muy de prisa. —No puedo decirles, se lo prometí… y será mejor que se los diga él cuando regrese, pero no se angustien, es algo maravilloso —dijo ella y comprendió porqué su hermano se había quedado en Nueva York, seguramente por petición de su doctor.

—Bueno, ya nos enteraremos cuando lo veamos —comentó Fiorella, para aligerar la tensión de su esposo—. Ahora vayamos a la casa, tenemos mucho de qué hablar, tienes que contarme cómo van los preparativos de la boda y también debemos ir a ver a Brandon, aún no podemos creer lo que le sucedió al pobre —añadió, buscando distraerse con esos temas, aunque por dentro sentía la misma zozobra de su esposo, por lo que estaban pasando con su hijo. Caminaron acompañados por los tres guardaespaldas y subieron a los autos, bajo las miradas de curiosidad de varias personas en la estación, pues habían reconocido a Fransheska. En pocos días había pasado a ser la princesa salvada por su apuesto y millonario príncipe azul; o al menos, eso relataron los diarios, tras el suceso que aconteció con uno de los hombres más ricos de la nación. Durante el trayecto a su casa, los puso al tanto de cómo habían sucedido las cosas con Martoglio, había presionado a su prometido para que le contara toda la verdad. Como era de esperarse, sus padres se preocuparon por las acciones que había tenido que tomar Brandon, sabían que hacer negocios con la mafia era muy arriesgado. —¿Y qué sucedió con ese hombre? —inquirió Fiorella, apretando con suavidad la mano de su hija, mientras la miraba a los ojos. —Yo… le pedí a las autoridades que le dieran cristiana sepultura… —calló, al ver que sus padres la miraban con desconcierto—. Por favor, necesito que me prometan que no le dirán nada a Brandon, no sabe que fui citada por la policía para hacer el reconocimiento del cadáver. —Pero, ¿cómo te expusieron a algo así? —reprochó Luciano y su semblante se endureció por la rabia que lo azotó. —Era necesario, padre —murmuró ella y sus ojos se colmaron de llanto, pero parpadeó para no derramarlo y mostrarse fuerte. —No, no lo era… ellos tenían un retrato hablado y toda la información que le dieron Brandon y ese hombre de la mafia, no tenían que hacerte pasar por eso —comentó Fiorella, tan furiosa como lo estaba su esposo, porque eso podía ser traumático para su hija. —Yo fui quien pidió verlo —expuso, mirándolos a los ojos. —¿Por qué? —inquirió Luciano desconcertado. —Porque necesitaba asegurarme que la pesadilla se había terminado, tenía que comprobar que ese hombre realmente había muerto y que ya no volvería a atormentarnos —expuso y su garganta ahogada en llanto hizo que su voz temblara—. Necesitaba arrancar de mí ese miedo que me paralizaba con solo pensar en él y conseguir que por fin su sombra dejara de acecharme —añadió, para que ellos comprendieran sus razones, mientras dejaba correr un par de lágrimas y sollozó al recibir el abrazo de sus padres. —Mi pequeña —susurró Fiorella, acariciándole la espalda con ternura y le dio un par de besos en la mejilla. —Ya mi princesa, no llores… te comprendemos —esbozó Luciano, consciente de que algunas veces la única manera de creer era estar frente a aquello a lo que más se le temía. —Yo… no sabía cómo sentirme cuando lo vi en esa camilla de metal, inerte, pálido y sin representar una amenaza para ninguna de las personas que amo, ni para mí… pensé que me alegraría, porque significaba que todo había acabado, pero no fue lo que pasó… estando allí, sentí tanta rabia conmigo misma, porque en lugar de odiarlo solo tuve lástima por él, a pesar de que casi me arrebató a Brandon y que estuvo a punto de matarme… no quería albergar rencor, así que lo perdoné y creo que fue lo mejor, porque eso me hizo sentir realmente libre… luego le dije al detective que lo sepultara como dictaban las leyes de Dios… y me prometió que lo haría, supongo que de algún modo él comprendió lo que yo sentía en ese momento —dijo, al recordar la

actitud del policía. —Hiciste bien, perdonar es lo mejor que podemos hacer, eso nos ayuda a continuar con nuestras vidas —pronunció Fiorella, mirándola. —Sí… tu madre tiene razón —mencionó Luciano, aunque no pudo mirarlas, porque él aún no se había perdonado por los errores que había cometido y no sabía si algún día llegase hacerlo. Cambiaron de tema para alejar la tristeza y se centraron en los preparativos de la boda, Fiorella le dijo que a pesar de toda la prisa con la que salieron de Italia, ella pudo traerle el hermoso ajuar que siempre soñó entregarle para cuando se casara. También le comentaron que se habían reunido con los Lombardi en París y que Ángelo se había mostrado devastado al enterarse de su boda, eso provocó una carcajada en Fransheska, lo que hizo que sus padres también rieran. De esa manera consiguieron olvidar las penurias que habían vivido durante casi un año a manos de aquel desquiciado, y también permitió que Luciano se relajara un poco e hiciera a un lado la preocupación que sentía por el comportamiento de su hijo. Aunque, algo en su interior le advertía que su castillo de naipes estaba en peligro de derrumbarse, solo esperaba que nada de eso ocurriese pronto, porque su hija merecía tener la boda de sus sueños.

Capítulo 43 Daniel tenía un par de semanas en la nueva sede de los bancos, ya que el gerente había tenido que ausentarse por problemas de salud, y George le designó la responsabilidad de ser quien se pusiera al frente, hasta que su colega regresara. Esa mañana había tenido una reunión con el personal y se sintió feliz al saber que todo marchaba de maravilla; además, que estar junto a su prometida lo hacía muy feliz, había extrañado mucho trabajar con ella. Sin embargo, en esas dos semanas había notado que Vanessa estaba actuando de manera inusual, siempre se le veía cansada e incluso llegó a pensar que estaba enferma, pero ella le aseguró que todo estaba bien y que solo se debía a todas las nuevas obligaciones con las que debía lidiar. Su explicación lo había convencido, al menos, hasta antes de escuchar la petición que le hizo al terminar la reunión, cuando le dijo que tenía que ausentarse por una hora para atender un asunto personal, él intentó indagar un poco más, pero ella se cerró y solo respondió que le contaría después, cuando se reunieran para almorzar. Miró su reloj de pulsera y vio que habían pasado dos horas, no quería actuar como paranoico, pero ella se había mostrado un tanto misteriosa los últimos días y comenzaba a sospechar que le estaba ocultando algo. Se levantó y comenzó a caminar de un lugar a otro, porque no lograba concentrarse en los documentos que debía revisar, miraba a cada minuto el reloj y después hacia la puerta, esperando que su novia apareciese, pero nada de eso pasaba. —Vanessa, ¿dónde estás? —preguntó, llevándose las manos a las sienes y presionándolas para aliviar la tensión, mientras observaba a través del ventanal, el hermoso lago Cook. Justo en ese momento la puerta se abrió y él se giró con tanta rapidez que casi se cae, posó su mirada en ella y vio que se apoyaba en la puerta, cerrando los ojos, sin decir una palabra, solo liberando un suspiro muy lento. Él se extrañó ante la actitud de Vanessa, dio un par de pasos hacia ella, pero un escalofrío recorrió su espina dorsal y un peso se alojó en sus hombros, al verla sollozar y al comprobar que estaba en lo cierto, algo le sucedía y él necesitaba saber lo que era. Se acercó con pasos lentos y a pesar de desear llegar hasta ella y abrazarla, algo lo hizo detenerse y mantener cierta distancia para darle su espacio. Fijó la mirada en su rostro que lucía atribulado y sonrojado, como si hubiese estado llorando, eso lo hizo tensarse más, quería hablar, pero el mismo temor no lo dejaba; extendió su mano trémula hasta la mejilla y la rozó como si fuese una delicada muñeca de cristal que podía romperse si ejercía más presión. —Vanessa, amor… —susurró con la voz temblorosa. Ella abrió los ojos, él vio que estaban húmedos y brillantes por las lágrimas, también notó cómo sus labios temblaban mientras trataba de esbozar una sonrisa, pero las lágrimas se hicieron presentes, rodaron hasta caer en su pecho. En ese momento, cientos de ideas asaltaron los pensamientos de Daniel, tal vez su madre había hablado con ella para intentar que desistiera de la relación, amenazándola de desconocerlo o quién sabe cuántas cosas más. A lo mejor, alguno de sus familiares estaba enfermo, o ella había descubierto algo en su pasado que no estaba dispuesta a soportar, quizá, simplemente se había dado cuenta de que ya no lo amaba, tal vez era que él no merecía a una mujer como ella o había llegado alguien más.

—Por favor, amor, háblame… ¿Por qué lloras? ¿Qué sucedió? —preguntó con la voz ronca por las lágrimas—. Me estás volviéndolo loco, Vanessa… ¡Háblame, mi vida! —exclamó desesperándose. —Lo vas a estar más aun… —susurró, abriendo los ojos y esta vez la sonrisa fue tan maravillosa y radiante, que lo desconcertó—. Juro que te vas a volver loco y desearás gritar… correr, saltar… lo sé, porque yo quise hacer todo eso, yo… ¡Soy tan feliz, Daniel! —expresó y las lágrimas brotaban con más intensidad, pero no dejaba de sonreír. —No… no entiendo, Vanessa, por favor, explícame… —pidió nervioso y sus latidos cobraron mayor fuerza. —¡Estoy embarazada! —exclamó emocionada, mientras reía y lloraba al mismo tiempo—. ¡Estoy embarazada y soy tan feliz! ¡Vamos a ser padres, mi amor! —agregó, llevándose la mano de su novio, que ahora temblaba mucho más, hasta los labios para darle un beso. Daniel se quedó paralizado sin poder apartar sus ojos de los oscuros de Vanessa, al tiempo que sentía que el piso había desaparecido y todo a su alrededor daba vueltas, mientras sus latidos, ya acelerados, se desbocaron. Soltó el aire de golpe y separó sus labios para decir algo, pero no podía esbozar palabra, fijó su mirada en el vientre de Vanessa y una lagrima rodó por su mejilla. —¿Daniel? ¿Amor, estás bien? —preguntó, desconcertada por su reacción y acunó su rostro. —Yo… —Comenzó a reír enérgicamente—. Vanessa… ¡Oh, Dios mío! ¿Estás segura? — inquirió nervioso y feliz. —Sí… sí —contestó, afirmando con la cabeza y dejó ver una sonrisa maravillosa que iluminaba sus ojos, que no dejaban de llorar—. Tenía algunas sospechas, así que me hice unos exámenes y hasta hoy me dieron los resultados, tengo aproximadamente unas tres semanas y medias… —agregó, mirándolo. —Pero… ¿Por qué no me dijiste nada, Vanessa? —preguntó, abrazándola, sin poder creerlo aún. —No estaba segura, Daniel y no sé, tenía miedo de ilusionarme y que después el resultado fuese negativo, ya me sucedió muchas veces, no pude quedar embarazada y pensaba que algo estaba mal… así que esta vez quise asegurarme de que mis sospechas eran ciertas antes de ilusionarte —respondió, acariciándole el rostro que aún se mostraba asombrado por la noticia—. ¿No te alegras? —le preguntó, al ver que él se mostraba más preocupado que emocionado. —¡Por Dios, Vanessa, por supuesto que estoy feliz! Es solo que aún no me lo creo… esto es maravilloso, es… ¡Voy a ser padre!… Quiero salir corriendo y gritarles a todos que voy a ser padre —dijo mientras la tomaba en brazos, dejando libre esa felicidad que lo embargaba. —Daniel, no puedes hacer eso —esbozó en medio de una carcajada, aferrándose a los hombros de su novio para no caer. —¿Por qué? —inquirió, mirándola a los ojos. —Primero porque te tildarán de loco, segundo… porque nosotros aún no estamos casados, no sería correcto andar divulgando por todos lados que vivimos en concubinato —explicó, acariciando su mejilla. —Tienes razón, disculpa, mi amor… es que, de verdad, estoy muy feliz y quisiera compartirlo al menos con nuestras familias, bueno, con tu padre mejor no… no vaya a ser que deje huérfano a mi hijo —expuso con media sonrisa y ella entornó los ojos—. Pero sí tengo que contárselo a Elisa, ella tiene que saber que va a ser tía, se pondrá feliz. —Caminó con ella en brazos hasta su escritorio. —¿Piensas hacer la llamada mientras me sigues cargando? —preguntó, mirándolo divertida, y le besó la mejilla.

—No precisamente —contestó, mientras se sentaba con cuidado y se la dejaba en sus piernas, para después descolgar el auricular. —Este tipo de comportamiento no es muy adecuado para el gerente y la jefe de contabilidad. ¿No le parece, señor Lerman? —cuestionó, aunque estaba feliz por verlo así de emocionado. —No creo que alguien llegue a interrumpirnos y, si lo hacen… pues podemos alegar que estamos estudiando concienzudamente un balance de suma importancia —respondió, tomando su rostro, para apoderarse de sus labios. Ella se olvidó del lugar y de quienes eran allí y se entregó a ese beso que Daniel le ofrecía, se dejó llevar por la felicidad que colmaba cada espacio de su cuerpo, acompañando esa maravillosa sensación de saberse suya y de llevar en su vientre el fruto de ese amor. Le iba a dar un hijo a ese hombre maravilloso, que había llegado a su vida para iluminarla y hacerla feliz, inmensamente feliz. Cuando Daniel se separó comenzó a reír, llenando el lugar de alegría y su encantadora risa hacía vibrar su pecho, había sido un tonto al pensar que Vanessa ocultaba algo malo o que pusiese en peligro su relación, debía de una vez por todas dejar los miedos atrás y entregarse a esa nueva vida que ella le ofrecía, ahora con un hijo de ambos. —Te amo Vanessa, te amo tanto… cada día que paso junto a ti es maravilloso y extraordinario, haces de mi vida un sueño, a veces me pregunto si soy digno de merecer todo esto que me das, amor, es mucho más de lo que alguna vez soñé, mucho más —expresó, emocionado, mirándola directamente a los ojos. —Tú me has dado lo mismo, Daniel… siempre soñé con ser feliz y tener una gran familia, pero no tenía ni idea de lo maravilloso que todo esto podía ser, me has dado el regalo más hermoso que una mujer pueda tener y te amo tanto por ello —susurró sobre sus labios. —Gracias mi vida, gracias por todo… por tu amor, por este hijo que crece en tu vientre, vamos a casarnos Vanessa, casémonos mañana mismo, quiero vivir contigo desde ya, ver tu vientre crecer y poder dormirlos a ambos todas las noches y estar con ustedes siempre — pronunció con la voz ronca mientras acariciaba el vientre aún plano. —¡Sí! Yo también deseo estar junto a ti todo el tiempo, mi amor, bueno, no creo que nos dé tiempo de organizar todo en dos días, pero… ya no esperemos más, vamos a casarnos, vamos a estar junto para siempre, con nuestro hijo ¡Nuestro hijo! ¡Dios, se escucha tan bien!… Tengo que llamar a mis padres, mis hermanos también deben venir y tu familia, incluso debemos invitar a tu madre, ¿crees que ella se moleste por la noticia? —inquirió, preocupada. —Deborah se molesta hasta porque los demás respiran —contestó divertido, pero al ver que ella seguía tensa, continuó—: No te preocupes, mi amor… hablaré con ella para darle la noticia y, más les vale que se alegre; porque, de lo contrario será quien saldrá perdiendo, porque nada de lo que haga me robará esta felicidad que siento… En este momento soy el hombre más dichoso del mundo y es gracias a ti y a este bebé que viene en camino, te prometo que no dejaré que nadie los haga sentir mal, ustedes son lo más importante en mi vida, quiero que siempre tengas eso presente —dijo con total convicción y después tomó sus labios de nuevo. Daniel con sus besos, sus caricias y todo ese amor que le profesaba, fue alejando todas las dudas que podían asaltarla, ese era un día maravilloso y no dejaría que nada lo empañase. Dios le había dado una mujer extraordinaria que cada día lo hacía feliz y ahora le daba también la alegría de un hijo fruto de su amor y eso no tendría nunca como pagarlo. Después de varios minutos compartiendo besos llenos de ternura, recordó que debía llamar a su hermana para contarle que sería tía, estaba demasiado emocionado para esperar hasta ir a verla o enviarle un telegrama o cualquier otra cosa, así que sin perder más tiempo, tomó de nuevo el

auricular mientras se acomodaba a Vanessa en las piernas y procedía a hacer la llamada. —Buenos días, mansión Wells —escuchó al otro lado el tono distinguido del mayordomo. —Buenos días, André ¿cómo está? —Lo saludó, desbordando su felicidad. —Bien… bien, señor Lerman ¿cómo se encuentra usted? —contestó algo desconcertado ante esa actitud tan jovial. —Mejor imposible —respondió, acariciando la mejilla de su prometida—. ¿Elisa está en casa? Deseo hablar con ella. —Está con el señorito Frederick en el salón de juegos, enseguida le aviso de su llamada, deme un momento, por favor. —Gracias, André —mencionó y alejó el auricular para hablarle a Vanessa—. No dejaré que a mi hijo le llamen señorito. —La miró a los ojos con un brillo de diversión que hacía resaltar el tono ámbar. —¿Qué? —preguntó ella, entre sorprendida y juguetona. —Nada… yo me entiendo, pero si por casualidad a alguien se le ocurre decirle a mi hijo «señorito Lerman» … se lo prohíbes ¿de acuerdo? —inquirió con la misma actitud. —De acuerdo, señor Lerman … ¿Acaso a ti te llamaban señorito? —preguntó, intentando contener una carcajada, pero se podía apreciar la malicia y la diversión en sus ojos. —¿A mí? ¡Por supuesto que no! Eso es… es absurdo, llamarme a mi señorito… ¡Por favor! — contestó, tratando de disimular para que ella no viese que mentía. —No mientas, Daniel… por supuesto que te llamaban así, tú eras el señorito de la casa —se escuchó al otro lado de la bocina la voz de su hermana, desmintiéndolo. —¡Elisa! —exclamó, sobresaltándose, pues no había cubierto la bocina. Vanessa comenzó a reír a carcajadas, tan sonoras que llegaron a sacarle un par de lágrimas, mientras la pelirroja hacía lo mismo al otro lado de la línea. Daniel estaba sonrojado hasta las orejas y muy apenado, su prometida le acarició la mejilla mientras tratar de controlarse y él hacía un puchero. —Hermanita, te estaba llamando porque deseo darte la mejor noticia del año —anunció con entusiasmo, una vez que se calmaron. —¿Mejor noticia del año? ¿Cuál será? Ya va, déjame adivinar… ¡Aprendiste a cocinar! — bromeó una vez más. —¡Para tu información, ya sé hacerlo! Además de planchar y lavar… bueno, esto último casi no lo hago —agregó al ver que Vanessa lo miraba con incredulidad—. Y ya no me distraigas que lo que tengo que decirte es muy importante… dime, ¿estás sentada? —No, dame un minuto, esto deber ser en verdad grande para que tú me estés preparando como si me fuesen a operar. Ya, ahora sí, habla de una vez que me tienes en ascuas. —Está bien… señora Elisa, vaya preparándose para ser la tía más hermosa y maravillosa, pues su extraordinario hermano va a ser padre —anunció con el pecho a punto de reventarle de orgullo. —¡Daniel! —Emocionada se llevó una mano a la boca—. ¡Por Dios! ¿Estás seguro? — inquirió sin poder creerlo. —Por supuesto, mi hermosa prometida me acaba de dar la noticia, tiene pocas semanas, pero oficialmente estoy a meses de convertirme en padre. No imaginas lo feliz que me siento y por eso quise compartirlo contigo —expresó, emocionado. —¡Hermanito, qué felicidad de verdad! ¡No puedo creerlo! Creo que comenzaré a saltar de emoción, al fin me darás un sobrino…No tienes ni idea de lo feliz que me hace saberte enamorado, dichoso y pronto a ser padre. Un hijo es el regalo más hermoso que la vida puede

darte, Daniel, es una bendición, tú lo sabes, me lo dijiste antes de que Frederick naciera… ¡Oh Dios, estoy tan feliz por ti y por Vanessa! Déjame hablar con ella, deseo felicitarla. —Sus palabras estaban cargadas de sinceridad y felicidad. —Hola Elisa… sé que todo esto fue inesperado y que no sucedió de la manera correcta, pero estoy tan feliz que no me importarán los reproches. —Vanessa temía que ella fuese a juzgarla. —De mi parte no recibirás ninguno, sé que Daniel y tú se aman, y sí es inesperado, pero maravilloso… felicitaciones. —Muchas gracias, me alegra saber que la noticia te hace feliz. —Sintió un profundo alivio al ver que su cuñada no le reprochó que se embarazara sin estar casada, como habría hecho cualquier otra mujer. —Gracias a ti por este maravilloso regalo que le das a mi hermano y a todos nosotros, sé que este bebé será muy feliz y desde ya comenzaré a comprarle cosas para consentirlo y llenarlo de mimos… estoy verdaderamente feliz por los dos, gracias por hacerme la primera en saberlo, otro que estará feliz es Frederick… Al fin tendrá un primo para jugar —dijo riendo al imaginarlos a los dos. —Muchas gracias por compartir nuestra felicidad, hermanita. —Sabes que te adoro, Daniel y tu felicidad también es la mía, cuida mucho de Vanessa, por favor, llénala de cariño, una mujer en su estado lo necesita y lo merece. —Lo haré Elisa, puedes tenerlo por seguro, y me gustaría pedirte que le ayudes a Vanessa con los preparativos de la boda, pensamos casarnos lo antes posible para evitar los comentarios, aunque dudo que los callemos todos, pero eso ahora no importa porque soy el hombre más feliz sobre la tierra. —Sí, hasta puedo imaginarte con una gran sonrisa… —mencionó alegre, pero las palabras de su hermano la tensaron, sabía quién sería la principal en escandalizarse con la noticia—. Deseas que te vaya preparando el terreno con Deborah o mejor espero a que seas tú quien le dé la noticia personalmente —sugirió con cautela. —Yo se la daré… y no te preocupes, que ella tampoco me quitará esta felicidad —aseguró, mirando a Vanessa a los ojos. —No dejaremos que lo haga. —Elisa también estaba dispuesta a defender la felicidad de su hermano, ya que no pudo hacerlo con la suya—. Y por lo de los preparativos no se preocupen, yo me encargaré de todo, dispongo de mucho tiempo y tengo los mejores contactos, ese será mi regalo de bodas, en un mes estarán frente a un altar dándose el sí —expresó con entusiasmo. —Muchas gracias, hermanita… sabía que podía contar contigo, gracias por estar siempre para mí, te adoro muchísimo. Vanessa te envía abrazos y también a Frederick… y dile a André que deje de llamarlo señorito, por favor —pidió con determinación—. No es masculino. —Pudo escuchar la risa de su hermana y ver cómo Vanessa intentaba controlar la suya. —Está bien, cuídate mucho y ya sabes, cuida a Vanessa, dile que también le envío muchos abrazos y besos —Se despidió. Después de colgar, se quedaron mirando por unos minutos y compartiendo besos, pero la realidad se hizo presente cuando escucharon que llamaban a la puerta; ella se puso de pie adoptando una postura profesional y él siguió su ejemplo. Recibieron a la secretaria, quien los miró con una sonrisa cómplice, pues había alcanzado a escuchar parte de la plática, le entregó una carpeta a Daniel y salió para dejarlos solos y que siguieran celebrando que serían padres. —Ya tengo que regresar a mi oficina, tengo mucho trabajo… nos vemos en un rato para almorzar juntos —mencionó ella, alejándose, pero su novio la sujetó del brazo y la hizo regresar. —No te vayas sin darme un beso —pidió, mirándole los labios.

—Solo uno… —Señaló con su dedo y acercó sus labios. Fue un solo beso, pero tan intenso que valía por muchos—. Nos vemos más tarde… señorito Lerman —esbozó con la mirada brillando de picardía. —Vanessa… Vanessa —Le advirtió, señalándola con un dedo, pero al ver que ella se disponía a soltar una carcajada, la tomó por la cintura para subirla al escritorio mientras él de pie se posaba entre sus piernas—. Creo que me estás poniendo a prueba y me tocará recordarte que ya no soy un «señorito» —murmuró contra su delicado cuello y la sintió temblar entre sus brazos, al tiempo que le regaba un gemido. —Estamos en la oficina… —intentó hacerlo entrar en razón, pero fue tarde, él atrapó su boca en un beso ardoroso que la hizo gemir. —No importa, te lo demostraré justo ahora… —Llevó una mano debajo de su falda y comenzó acariciarle los muslos. —Daniel… no… ¡No, estás loco! —exclamó en un grito ahogado con la mirada brillante y temblando por la expectativa, pero logró recuperar la cordura y cerró las piernas—. Podrá demostrármelo, pero más tarde, ahora compórtese, señor gerente —Le apoyó las manos en el pecho para alejarlo y bajo con cuidado del escritorio. —Está bien, te quedarás en mi casa esta noche, desde hoy comienzo a dormir junto a ustedes —Le acarició el vientre con ternura. —Estaré encantada de hacerlo, ahora volvamos a nuestras labores —dijo y se despidió dándole un par de toques de labios. Daniel la acompañó y abrió la puerta para ella, la siguió con la mirada mientras se alejaba por el pasillo, mientras él se quedaba admirándola con el semblante del hombre más feliz y enamorado del mundo. Entró a su oficina y caminó hasta el escritorio, manteniendo esa sonrisa que estaba seguro nada le borraría; sin embargo, pensar en su madre lo hizo tensarse, estrujó sus manos y se armó de paciencia antes de tomar el auricular, sabía que necesitaría mucha.

Capítulo 44 John estaba en su despacho, revisando un balance del último mes de la cadena de hoteles, que se habían mantenido sin sufrir pérdidas, lo que era verdaderamente una fortuna, dado como estaba la economía del país, que había hecho que más de un negocio hotelero se fuesen en picada. Debía reconocer que el prestigio de ser el suegro de Frank Wells y el cuñado de Brandon Anderson, influenciaba para que su cadena se mantuviera a flote y siguiera dando ganancias; también estaba el hecho de que ahora era más precavido al momento de hacer inversiones, había aprendido de sus desaciertos. Fue sacado de su concentración cuando escuchó que llamaban a la puerta, frunció el ceño porque había pedido que lo interrumpiera, solo si se trataba de algo importante, suspiró con resignación y dio la orden para que pasaran. En cuanto la puerta se abrió y vio entrar a Deborah, supo que no se trataba de ninguna emergencia, pues a ella le daba igual las órdenes que él diera y siempre imponía su voluntad. —¿Me acompañarás a comer? —preguntó, con ese tono distante y frío que usaba con él desde el compromiso de Daniel, no le había perdonado su traición y tampoco a Elisa. —¿Ya es hora? —inquirió desconcertado y miró el reloj colgado en la pared, que justamente marcaba las once menos cuarto. —Por supuesto, pero te has pasado toda la mañana aquí —le reprochó, porque casi nunca estaba en la casa y cuando lo hacía, solo se encerraba allí y la ignoraba, su relación ya estaba a punto del fracaso. —El tiempo se me pasó muy rápido, estaba analizando unos balances —explicó al notar que ella estaba de mal humor. —Por supuesto —murmuró Deborah con desdén. —Diles que pongan mi puesto, termino esto y te acompaño —ignoró la actitud de su esposa y se concentró de nuevo. Deborah esperaba que él se pusiera de pie y la acompañara, ese era el deber de un esposo, pero como siempre, solo se dedicaba a prestarle más atención a sus asuntos que a ella, hacía mucho que la tenía descuidada y ya comenzaba a cansarse. Se dio la vuelta para salir del despacho, pero en ese momento el teléfono repicó y la hizo detenerse, giró para ser testigo de la conversación, porque algo le decía que la llamada debía ser de esa mujer que intenta romper su matrimonio. —Buenos días, residencia Lerman —respondió John, sin prestarle atención a la mirada inquisitiva de su esposa. —¿Padre? —inquirió Daniel, algo asombrado, esperaba que fuera el ama de llaves quien le respondiera, pero era una suerte que fuese él, porque eso le facilitaría las cosas con su madre. —¡Daniel! Qué alegría escucharte, hijo. —Se emocionó, tenía más de un mes que no hablaba con él —¿Es Daniel? —Deborah se sintió más desconcertada que emocionada, pues la última vez que habló con él, discutió por esa arribista con la que se había comprometido y le dijo que no llamaría más a esa casa—. Es un milagro que llame, juró que no lo haría.

—No empieces, Deborah —Le advirtió John, cubriendo la bocina para que su hijo no escuchara, luego continuó—: ¿Cómo estás? Cuéntame cómo van las cosas por Charleston. —Todo por aquí marcha de maravilla, ahora estoy en la gerencia de la nueva sede, porque Karl Ludlow enfermó y me designaron para cubrirlo —Inició con un comentario casual, mientras buscaba la manera de darle la noticia de que lo haría abuelo. —Espero que Karl se recupere pronto, pero sé que tú lo harás muy bien en su ausencia, y dime, ¿cómo está tu prometida? —Está bien… en realidad, ambos estamos muy feliz porque estamos esperando a nuestro primer hijo —anunció, porque no tenía sentido darle más vueltas al asunto. —¿Su primer hijo? —cuestionó con asombro, vio cómo el semblante de su mujer se desencajaba y se acercaba hasta él. —Sí, padre… Vanessa está embarazada, el doctor se lo confirmó hoy, apenas tiene tres semanas, por ese motivo quise llamarlos para darles la noticia, me hubiese gustado hacerlo personalmente, pero no sé cuándo pueda viajar a Chicago —explicó con la voz vibrándole por los nervios, suponía que su padre le reprocharía el haber embarazado a su novia sin estar casados—. Como comprenderá, debemos casarnos lo antes posible, ya hablé con Elisa y ella me ayudará con todos los preparativos de la boda. —Daniel, me alegro mucho por ti y por ella, aunque confieso que no me esperaba una noticia como esta… y a pesar de que me hace feliz, debo reprocharte tu comportamiento, no está bien que te dejaras llevar por tus instintos, debiste respetarla… el hecho de estar comprometidos no te daba la libertad para abusar de la confianza que te brindaron tus suegros, mucho menos llegar hasta este punto, fue muy irrespetuoso de tu parte y yo siempre te di el mejor ejemplo, te eduqué para que fueses un caballero —pronunció con seriedad. —Fue culpa de ella, era quien debía darse a respetar, pero precisamente eran sus planes, embaucarlo —expuso Deborah furiosa. —Mi madre está allí, ¿verdad? —Daniel había alcanzado a escuchar su comentario y la sangre le hirvió de rabia. —Sí, aquí estoy… —Le arrebató el teléfono a su esposo—. No puedo creer que hayas sido tan tonto, te lo advertí tantas veces, pero no me hiciste caso… estás cegado por esa mujer y ahora es demasiado tarde para hacer algo, acabas de arruinar tu vida, Daniel. —Deborah, déjalo en paz, él es un hombre y sabe lo que hace —John forcejeó con ella para quitarle el aparato. —Sabía que no podía esperar una reacción distinta de su parte, y esto me decepciona mucho porque por un momento esperé que se pusiera feliz por mí y que comprendiera que Vanessa es una mujer maravillosa, pero veo que es imposible que usted se alegre por la felicidad de sus hijos, parece que ni le importamos. —No digas tonterías, siempre he procurado su bienestar. —No, siempre ha procurado el suyo, siempre más pendiente de los comentarios de sus amigas, que de nuestros anhelos… usted no ha sido una buena madre, pero sabe quién sí lo será… la mujer que está esperando a mi hijo y a la que haré mi esposa, le guste a usted o no —sentenció, apretando con fuerza el auricular y temblando de rabia, al ver cómo su madre menospreciaba una vez más sus sentimientos. —Si es la percepción que tienes de mí, es una pena, pero no fingiré que me hace feliz ver cómo destruyes tu vida, solo quise evitar que cometieras un error, porque eso para mí es ser una buena madre. Desde hoy dejará de importarme lo que hagas. —Lanzó el teléfono sobre el escritorio y caminó con soberbia para salir del despacho.

John había deseado intervenir y evitar que esa situación se le saliera de las manos a su mujer y a su hijo, no les gustaba verlos discutir porque, a pesar de todo, eran una familia y debían estar unidos. Sin embargo, lidiar con Deborah no era fácil, ella siempre encontraba la manera de sacarlos de sus casillas, cuando hablaba lo hacía con palabras hirientes y nunca se arrepentía del daño que hacía, era demasiado orgullosa para reconocer cuando se equivocaba, por eso sabía que nunca le pediría disculpas a su hijo ni aceptaría a su prometida. —Lo siento mucho, hijo —murmuró y no pudo decir nada más, porque la actitud de su esposa no tenía justificación. —Tranquilo, padre… era algo que ya me esperaba… —Soltó un suspiro para liberar la tensión que le había provocado la discusión con su madre—. En cuanto a su reclamo, lo entiendo y sé que debí cuidar la reputación de Vanessa, pero no siento que la he irrespetado ni defraudado a mis suegros, porque ellos saben que la amo. Además, somos adultos y sabemos perfectamente cómo hacernos responsables por nuestros actos, las cosas se dieron de esa manera y tampoco nos arrepentimos, seremos padres y estamos felices por ello. —Un hijo siempre es una bendición, lo que debes hacer ahora es casarte pronto para que la creatura nazca dentro del matrimonio. Puedes contar con todo mi apoyo… incluso, si necesitas hablar con tu suegro, puedo estar presente para evitar que te dé una golpiza, mira que los mexicanos son hombres de mucho carácter —bromeó y la sonrisa se hizo más ancha, al asimilar que sería abuelo. —Esperemos no llegar a eso —respondió sonriendo. Continuaron charlando un rato más y John aprovechó para darle algunos consejos de cómo debía actuar ahora que su prometida estaba embarazada, recordando la época en la que él pasó por esa experiencia con su llegada y la de Elisa. En ese entonces, su relación con Deborah era mucho mejor, la amaba y buscaba complacerla en todo, a pesar de que ella siempre había tenido un carácter difícil, no era tan agrio y podían llegar a entenderse bien, incluso, en el plano íntimo, pero después de la llegada de su hija, su relación cambió para peor. Sarah caminaba de un lugar a otro dentro de su habitación, como si fuera una fiera enjaulada; se sentía humillada, ofendida, dolida y furiosa con Daniel, su hijo no tenía ningún derecho de tratarla de ese modo, solo porque ella estaba tratando de evitar que arruinara su vida; por el contrario, debería agradecerle. Nadie sabía que era mejor para sus hijos que ella, muestra de eso era la situación de Elisa, después de todo el esfuerzo invertido podía decir que su hija había llegado a ser quien siempre había deseado, una mujer respetada y admirada por toda la sociedad, su esposo era un hombre influyente, educado, sofisticado, amoroso; en resumidas cuentas, la vida de su hija era perfecta. Sin embargo, sabía que no lograría conseguir lo mismo con Daniel, él cada vez se revelaba más contra ella, pero no podía quedarse de brazos cruzados viendo cómo se enfilaba hacia su perdición. Caminó hasta su armario y tomó su bolso de mano, después salió con andar determinado, solicitando la presencia de un chofer, necesitaba una aliada para hacer entrar en razón a Daniel y esa no podía ser nadie más que Elisa, le haría ver que siempre había estado en lo cierto y que ya esa mujer había dejado claro hasta dónde era capaz de llegar. Cuando llegó a la casa de los Wells, fue recibida por André, quien la saludó con una reverencia, justo como debía ser tratada una dama como ella. La actitud del mayordomo le dejaba en claro que Elisa era una excelente administradora, había sido educada para una vida como esa y era lo que Daniel también merecía, así que no desistiría hasta quitarle la idea absurda de casarse con esa trepadora.

—Buenas tardes, madre… me sorprende verla por aquí, pensé que había olvidado el camino a mi casa —se anunció Elisa, con ese sarcasmo que la caracterizaba. —Hija… ¿Cómo puedes decir algo así? Sabes que vengo cada vez que puedo, tú y Frederick son mi adoración, pero… la verdad es que he venido a pedir tu ayuda. Elisa, estoy desesperada, tu hermano… —Se interrumpió, dejando libre un sollozo—. Daniel, mi pequeño niño ha sido embaucado por esa víbora, esa trepadora… cazafortunas que no descansará hasta destruir nuestra familia… y está a punto de conseguirlo porque, ¡oh, Dios! Ni siquiera puedo decirlo en voz alta… ¡Es una desgracia! —Se llevó las manos al pecho, sollozando. —Madre, no entiendo… —Elisa no la dejó continuar su perorata ni ese teatro barato—. ¿De qué hablas? —preguntó con fingido desconcierto, sabía perfectamente lo que su madre intentaba decirle. —¡Daniel piensa casarse con una mugrosa pueblerina! —exclamó, como si las palabras le produjesen asco, con los ojos sumamente abiertos y llenos de lágrimas—. Esa mujer es una arribista, nada más tienes que ver lo obvia que es, hizo que tu hermano convenciera a Brandon para que le otorgase un cargo importante en la nueva sede, está empeñada en conseguir posición y fortuna a como dé lugar y tu hermano en lugar de percibir todo esto, cede a su juego y, ahora… para colmo de males, se ha… ¡Se ha embarazado! Es que no entiendo cómo Daniel ha podido caer tan bajo… él jamás se hubiese mezclado con gente de ese tipo, seguro esa mujer le dio algo para tenerlo así, pero debemos hacer que abra los ojos —sentenció con seguridad. —Madre, usted no entiende, por supuesto que no entiende porque ni siquiera se dio la oportunidad de conocer a Vanessa, solo la juzgó por su nacionalidad y porque trabajaba como secretaria de mi hermano, pero no sabe nada más de ella. —Sé lo que necesito saber, y jamás me rebajaría a ponerme al mismo nivel de esa mujer… sería darle la importancia que desea y eso nunca. Quiero rescatar a mi hijo de sus garras, pero evitaré cualquier contacto posible con una mujer así… las damas no debemos caer en discusiones, debemos llevar las cosas de manera educada y discreta, pero con firmeza —contestó, acercándose a su hija—. Y para ello, necesito de tu ayuda para sacar del medio a esa mujer y salvar a tu hermano, Elisa no podemos permitir que Daniel se mezcle con esas personas, ella es mexicana… esa gente tiene mañas, son ignorantes y sin linaje, sería una catástrofe, una mancha para el apellido Lerman —alegó, mirándola a los ojos para convencerla. Elisa se tensó al ver la actitud de su madre, la llenaba de ira ver cómo de nuevo se creía con derecho de moverlos como si fuesen piezas de ajedrez. Sacrificarlos a su antojo sin siquiera preguntarse si ellos estaban de acuerdo o no, le dio la espalda para tratar de controlarse y no gritarle que se largara de allí, no podía olvidar que era, en parte, culpable de que su relación con Jules hubiese terminado como lo hizo. —¿Qué sería según usted una mancha para el apellido Lerman? —La miró fijamente sin disimular su rabia. —Un matrimonio, por supuesto, es precisamente lo que esa mujer desea, por eso se embarazó, para poder casarse con Daniel…, pero aún podemos encontrar una solución. —¿Qué está insinuando? —Elisa se asombró ante lo maquiavélica que podía llegar a ser Deborah—. ¿Acaso pretende que Vanessa no tenga a su bebé? —cuestionó, realmente furiosa. —¡No, por supuesto que no! Eso sería ir contra las leyes de Dios… Ella podrá tenerlo y nosotros nos haremos responsables de que al pequeño no le falte nada, pero no conseguirá lo que tanto desea, que es que Daniel la haga su esposa, eso nunca. —Madre… ¡Oh, madre! No se imagina cuando lamento no poder ayudarla —expresó con fingido dolor y suspiró—. Creo que es demasiado tarde para lo que pide, porque mi hermano está

decidido a casarse con Vanessa, lo harán en un mes y yo me ofrecí para organizar su boda, haré una celebración por todo lo alto, porque es lo que mi hermano y la mujer que ama, se merecen. —¿Qué quieres decir, Elisa? —preguntó con voz trémula. —Lo que acaba de escuchar, que yo sí apoyo la relación de mi hermano y de Vanessa, que estoy feliz al saber que están esperando un hijo y que ese niño crecerá dentro de un hogar lleno de amor verdadero. —No… eso no puede ser, no dejaré que pase. —No veo la manera en la que pueda impedirlo, porque Daniel no está solo, cuenta con mi padre, con la familia Anderson y conmigo para apoyarlo, así que es mejor que se haga a la idea de que tendrá una nuera mexicana y a un nieto con esa ascendencia —expuso triunfante. Deborah se quedó mirándola horrorizada mientras se llevaba las manos a la boca para ahogar un grito, no podía creer lo que estaba escuchando. Cerró los ojos dejando libre un par de lágrimas, sintiendo cómo el suelo desaparecía y un vértigo se apoderaba de ella, sin poder evitarlo cayó tendida en la alfombra. —¡André! ¡André! —Lo llamó Elisa, sabía que a Deborah le gustaba el drama, pero no por ello dejaba de preocuparse. —Dígame, señora Elisa —dijo entrando al salón—. ¡Oh, por Dios, su señora madre! — caminó de prisa para levantarla del piso. —Busque algo para reanimarla, por favor —pidió mirándola y cuando el mayordomo se marchó, no pudo evitar mostrar media sonrisa, eso era tan cómico, Deborah Lerman era todo un caso. Se recuperó del desmayo, pero no podía asimilar todo lo que su hija le dijo, no le creía ni la mitad. Salió sintiéndose derrotada, sin importarle enterarse de que los Avellaneda, supuestamente, tenían mucho dinero, para ella siempre sería una arribista. Terrence había dejado Nueva York hacía un par de días y ahora estaba de camino a la casa que ocupaba en Chicago, el paisaje ante sus ojos se veía distinto, como si los días lejos de ese lugar lo hubiesen cambiando o tal vez era él quien había cambiado. Le parecía tan descabellado no haberse dado cuenta antes de todo lo que le habían ocultado durante años. Tal vez Clive tenía razón y aunque esa realidad se hubiese presentando ante él con la magnitud de una montaña, no la hubiese descubierto, porque sencillamente no deseaba hacerlo. No quería asociar todo lo que le sucedía con quien era realmente, era mucho más fuerte el miedo que su interés por descubrir toda la verdad. Sintió un temblor recorrerlo cuando sus ojos captaron la mansión donde ya lo esperaban los Di Carlo, respiró hondo y cerró sus ojos para calmarse. La reunión con sus padres le sirvió de mucho para encontrar el valor y continuar con lo que se había propuesto, aunque ellos se mostraron renuentes a dejarlo viajar solo, terminó por convencerlos con la ayuda de Clive, su psiquiatra fue a verlo luego de que su madre lo llamara para contarle lo sucedido; su presencia le ayudó a centrarse. La verdad era que, de momento, Clive era la persona en quien más confiaba, porque había logrado romper el bloqueo y parecía comprender sus emociones, mejor que nadie. Él nunca había confiado en los psiquiatras, como Fabrizio ni como Terrence, pero debía reconocer que el inglés se había vuelto indispensable en su día a día. El auto se detuvo delante de la hermosa fachada de piedra y ventanales blancos; de inmediato su corazón comenzó a latir con tanta fuerza, que estaba seguro podía escucharse a metros de ese lugar. Cerró los ojos para luego inhalar todo el aire que pudiera y luego exhalarlo muy despacio, repitió esa acción un par de veces, como le había indicado Clive, para poder calmar sus

emociones. —Hemos llegado, señor —Le informo el chofer, al ver que seguía inmóvil, pensó que a lo mejor se había dormido. Terrence asintió mientras buscaba en su billetera, le pagó el servicio y luego de respirar profundamente llenando sus pulmones tanto como le fuese posible, descendió del vehículo. Miró a la casa al tiempo que dejaba salir el aire muy despacio, caminó hasta a la puerta principal y solo bastaron un par de toques para que acudieran a su llamando. —Buenos días, señor, bienvenido —Lo saludo la ama de llaves. —Buenos días, Patricia, gracias… ¿Mis padres están en casa? —preguntó directamente y, para su sorpresa, no le costó nada llamarlos de esa manera, le sucedió exactamente igual que con Fransheska, era como si aún su consciente se negase a verlos de otra manera. —Sí, señor, ellos están en el estudio —contestó, intentando ocultar su desconcierto ante la actitud algo hosca del joven. —Bien, necesito tratar un asunto de suma importancia con ellos y no debemos ser interrumpidos por nadie… si alguien llega y pide hablar con nosotros, dígales que no estamos en casa, haga lo mismo si llaman por teléfono, por favor —indicó con tono imperativo, mirándola. —Pierda cuidado, señor Fabrizio, haré exactamente lo que me pide —respondió asintiendo, mucho más sorprendida que antes. —Muchas gracias —dijo y después caminó hacia el estudio. A medida que se acercaba sus pasos se hacían más pesados, la ansiedad crecía dentro de él y comenzaba a temblar de nuevo, por lo que se detuvo para intentar calmarse, tenía que hacerlo si quería conseguir lo que deseaba. Necesitaba saberlo todo y el único que tenía las respuestas a las preguntas que revoloteaban en su cabeza se encontraba detrás de esa puerta. Esperaba tener todas las respuestas a esas interrogantes que amenazaban con volverlo loco y no se detendría hasta que Luciano le dijese lo que había pasado la noche del accidente donde todos lo dieron por muerto. Necesitaba que le explicara por qué se lo llevó y le robó cuatro años de su vida, sin el menor de los escrúpulos; o descubrir si aún seguía pensando que era su hijo. Aunque eso último le parecía verdaderamente absurdo, porque muchas veces su actitud le hizo sentir que él le ocultaba algo; ahora que había tenido tiempo para pensar las cosas con calma y estudiar la situación, comprendía que Luciano siempre lo había engañado. La rabia jugaba con sus emociones por lo que debía hacer un gran esfuerzo para controlarse y no actuar de la peor manera, Clive le había aconsejado que primero escuchara con atención para después juzgar, y estaba dispuesto a hacerlo. Giró el pomo y abrió la puerta sin siquiera llamar, se encontró con Luciano sentado detrás del escritorio, sumido en unos documentos y frente a él estaba Fiorella con unos libros de contabilidad en las manos, ambos se sobresaltaron ante su repentida entrada y posaron sus miradas asombradas en él. Luciano le sonrió con efusividad y enseguida se puso de pie para recibirlo, Fiorella giró medio cuerpo en la silla, mostrándole una de esas sonrisas que lo llenaba de ese calor maternal que tanto le faltó durante su niñez. Los dos lo miraban de esa manera que lo hacía sentir realmente amado, solo que todo ese amor nunca fue para él, sino para su verdadero hijo, ese que supuestamente murió en la guerra. La punzada de dolor que le provocó sentirse engañado, lo hizo endurecer el semblante mucho más y dar tres largas zancadas para acercarse al escritorio y exigir una explicación. Fiorella se impresionó por su actitud retadora y de inmediato miró a Luciano, a quien el miedo había paralizado, porque justo en ese momento supo que toda la verdad quedaría al descubierto. —Luciano… necesito que hablemos en este momento. —Su tono fue afilado como un cuchillo

y en su mirada destellaba la rabia. Terrence pudo ver cómo la mirada del hombre se cristalizaba y se deslizaba hacia su esposa, percibió el inmenso miedo que lo embargó y supo que también había engañado a Fiorella. Le dolió saber que podía terminar causando una profunda herida a la familia, pero eso no lo haría desistir de su objetivo, había llegado hasta allí para conocer la verdad y la obtendría, aunque para ello tuviera que gritar a los cuatro vientos que no era Fabrizio Di Carlo sino Terrence Danchester.

Capítulo 45 Luciano suspiró para liberar un poco la presión en su pecho, resignándose a su destino, sabía que todo quedaría al descubierto y que no podía hacer nada para evitarlo, la actitud del joven gritaba que había recuperado la memoria. Sin embargo, el hecho de que lo llamara por su nombre y no padre, fue un golpe seco a su corazón, porque una vez más perdía a un hijo y de nuevo era por su culpa, sabía que algún día sucedería, pero no se había preparado para ese momento. Había llegado la hora de decir toda la verdad, sabía que Fiorella tampoco se lo perdonaría y que cumpliría con su amenaza; saldría de esa casa y no la vería nunca más. Lo peor, era que lo mismo sucedería con Fransheska, de inmediato lo embargó la desdicha porque ellas eran lo único que tenía en el mundo y lo dejarían, odiándolo aún más. Les mintió por más de cuatro años, así que no merecía menos que su resentimiento, aunque lo hizo para evitarles el inmenso dolor de saber que Fabrizio había muerto, antes de que pudiera llevarlo a casa. Ni su mujer ni su hija justificarían tal engaño, además; desde el momento en que supo que no era su hijo, tuvo claras las consecuencias a las que debía atenerse cuando todo se descubriera, probablemente acabaría en la cárcel, porque su acción representaba un grave delito. —Necesito que hablemos a solas —pronunció Terrence, al ver el miedo en la mirada de Luciano, que le dejaba claro que Fiorella estaba ignorante de lo que había hecho; no quería exponerla al enfrentamiento que tendría con su esposo, no merecía enterarse de la verdad de esa manera—. Nos permite un momento, por favor —pidió mirando a la mujer que lo veían con marcado desconcierto. —Es mejor que Fiorella esté presente, hijo. —No pudo evitar llamarlo de esa manera, porque era así como lo sentía. —No es necesario que siga obligándose a llamarme así —dijo Terrence duramente, al tiempo que estrellaba la mano contra la madera pulida del escritorio, provocando que los esposos se sobresaltaran, la rabia y el dolor lo llevaron a actuar de esa manera. —Fabrizio, por el amor de Dios… ¿Qué sucede? —inquirió Fiorella, asombrada por su comportamiento. —Está bien, solo intenta calmarte —rogó Luciano, al verlo alterado. —No deseaba que usted fuese testigo de esta conversación, pero ya que su esposo ha decidido que así sea, entonces no perdamos más tiempo —mencionó mirando a la mujer y luego se volvió a ver a Luciano—. Quiero que me diga por qué me engañó durante todo este tiempo, haciéndome creer que era alguien más… Estoy dispuesto a escucharlo sin juzgarlo antes, solo quiero que tenga la valentía de decirme qué sucedió la noche del accidente… ¿Por qué me utilizó de esa manera tan cruel y me hizo creer me realmente me amaba como a un hijo, cuando todo era una gran mentira? —Terrence lanzó un torrente de preguntas mientras un infierno se desataba en su interior. —No, no digas eso… todo el amor que te he brindado ha sido sincero… Dios sabe que te quiero como a un hijo y que nunca quise hacerte daño —alegó de inmediato, con la garganta inundada, escuchó a su mujer sollozar y su mirada voló hacia ella—. Fiorella, mi amor. Fiorella se llevó las manos al rostro, escondiendo su dolor, no pudo seguir manteniéndole la mirada a su esposo ni a ese joven que estaba tan resentido. Ya no podía seguir fingiendo que no

sabía la verdad, ni eludiendo el hecho de que su hijo había muerto, aunque tenía la certeza de ello, era más fácil engañarse y seguir creyendo que realmente había regresado de aquel infierno. Terrence iba a refutar lo que Luciano acababa de decirle, a gritarle en la cara que era el mayor de los mentirosos y que todo lo que había hecho fue para su conveniencia, pero no pudo hacerlo, porque ver a Fiorella sufrir, hizo que su rencor menguara. Su corazón se estremeció al verla llorar de esa manera y enseguida fue asaltado por la culpa, no quería lastimarla con la verdad, pero tampoco deseaba seguir engañándose ni ir en contra de su esencia, no podía seguir siendo Fabrizio Di Carlo porque era Terrence Danchester. —Solo quiero saber ¿por qué?… quiero que me aclare cómo sucedió todo, porque ese episodio aún no lo recuerdo; sobre todo, que me explique por qué tomó la decisión de hacer tal atrocidad… Porque sabe que lo que cometió conmigo fue un delito ¡Usted me secuestró! — exclamó llevado por la ira. Lo vio sobresaltarse y una pizca de remordimiento le atravesó el corazón, porque jamás imaginó que le hablaría así al hombre al que había considerado su padre por más de cuatro años; y por quien, de cierta manera, seguía sintiendo algo de aprecio. Solo quería que le dijese la verdad de una vez por todas y no estuviese con rodeos, se había prometido estar calmado, pero comenzaba a desesperarse al ver que Luciano solo se mantenía en silencio. —Yo… yo no tengo justificación para lo que hice, pero créeme, nunca pensé en hacer daño… no quise herirte en ningún momento… —Luciano intentaba hablar en medio de los nervios. —¿Qué no quiso hacerme daño? —inquirió, arrastrando las palabras—. Creo que su concepto de «daño» está un poco desorientando, Luciano… ¡Usted me robó casi cinco años de mi vida! Me alejó de mi familia, de mis amigos, de todo lo que yo era y no contento con eso, ¡me hizo creer que era alguien más! ¡Por su culpa casi me vuelvo loco, tratando de entender por qué mis recuerdos no tenían nada que ver con quien usted decía que yo era! Terrence no podía evitar gritarle porque tenía demasiada rabia, aunque le dolía ver cómo estaba sufriendo Fiorella, no podía seguir conteniéndose, necesitaba sacar todo eso de su pecho. Así que, si Luciano pensaba que, dejando allí a su esposa conseguiría que él se midiera en sus reclamos, estaba absolutamente equivocado porque no había manera de que pudiera controlar la furia en su interior. —Por favor, hijo cálmate… comprendo que te sientas mal y desees desahogar toda esa rabia… tienes todo el derecho, pero solo intenta calmarte, por favor, no quiero que esto te haga daño —pidió Luciano, más preocupado por el joven que por lo que le pudiese pasar a él, ya que sabía que estar tan alterado podía provocarle una fuerte jaqueca. —¡No tiene la más mínima idea de cómo me siento! —exclamó mirándolo a los ojos y los de él reflejaban ese infierno que vivía—. Pero se lo diré… Yo me siento defraudado, inmensamente defraudado, porque en esta vida las personas en las que confié no han hecho más que utilizarme según le convenía, yo deseaba tener una familia y usted me la dio, pero todo fue una mentira… nos mintió a todos y espera que le aplaudamos el espectáculo. ¡Se equivoca, señor Di Carlo! —Por favor, trata de calmarte, ya no grites más… eso te hace daño —suplicó Fiorella, angustiada por él. Aunque tampoco quería seguir escuchando la atrocidad que había cometido su esposo, llegó a pensar que ese chico había sido un hijo de Luciano junto a otra mujer, pero nunca que lo hubiese secuestrado y arrancado de otra familia. —Fiorella, usted no tiene por qué quedarse y ser testigo de la clase de hombre que tiene por esposo… por favor, déjenos solos —indicó al escuchar el sollozo lastimero de la mujer. —Si vamos a hablar con la verdad ella debe quedarse, tú mereces saber todo y mi esposa también… pues no sabe nada de lo que hice, es tan inocente como tú, aquí el único responsable de

todo soy yo, eso quiero que lo tengas claro y que no hagas pagar a Fiorella ni a Fransheska por mis errores —sentenció Luciano, mirándolo a los ojos. —Jamás haría nada para dañarlas, Fransheska es muy importante para mí, la quiero y siempre voy a cuidar de ella. Ahora, si es su decisión que su esposa esté presente en esta conversación, no me opondré… solo quiero la verdad, ¡y la quiero ahora! —exigió con la mandíbula tensa y la mirada brillante por la furia contenida en sus ojos. Luciano asintió mientras buscaba en su cabeza el porqué de todo, al tiempo que sus ojos seguían en Fiorella y, una vez más sentía todo el dolor que experimentó desde el primer día que su pesadilla más grande se hizo realidad. Ella también estaba dispuesta a escucharlo, así que se quitó las manos de la cara y buscó la mirada de Luciano, que estaba ahogada en lágrimas, vio cómo sus manos temblaban y cómo hacía un esfuerzo enorme para no quebrarse. Asintió animándolo a continuar; al ver que dudaba, le extendió la mano para darle valor y que él también se lo diera a ella, ambos necesitaban coraje para afrontar todo eso. Luego miró a ese joven al que amaba como a un hijo y con un gesto de su mano le pidió que los acompañara hasta los sillones junto a la ventana, Terrence lo hizo y se dispuso a escuchar con calma lo que ellos le dirían. Inicio de escena en retrospectiva. Entró al despacho y caminó hasta su escritorio, dejándose caer pesadamente en el sillón de piel oscura, descansando por completo la espalda, luego se quitó lo lentes, llevándose los dedos pulgar e índice al tabique y presionándolo al tiempo que cerraba los ojos. Después de descansar unos minutos, desvió la mirada a la esquina del escritorio donde reposaba la correspondencia, le dio gracias a Dios que fuesen solo tres sobres. Los fue tomando en el orden en que estaban puestos, pero antes de que pudiese abrir el primero, la caligrafía en el sobre amarillo llamó su atención, pues era la letra de su hijo. Procedió abrirlo, esperando obtener buenas noticias, al menos esperaba leer que su estado emocional se había estabilizado y que ya había enviado su solicitud a la escuela de medicina de Cambridge, nada lo haría más feliz. Al rasgar el sobre, lo primero que cayó sobre el escritorio fue la tarjeta de identidad de Fabrizio, la tomó y se perdió en la fotografía sonriente de su hijo. Luego metió la mano y sacó el pasaporte y el carnet estudiantil e inmediatamente se formó un nudo en su garganta, mucho antes de hacerse la pregunta: ¿Qué significaba eso? Con manos temblorosas rompió en su totalidad el sobre, encontrándose con la solicitud de estudios para la universidad de Cambridge, en la que dejaba claro que su vocación eran las Leyes. Cada vez comprendía menos y, el nerviosismo que se instaló en él hacía que los latidos de su corazón fuesen rápidos y dolorosos. Procedió a abrir el sobre que lo tenía a él como remitente, ya que había uno más que era para Eva, no tenía la más mínima idea de quién podía ser esa mujer, por lo que lo dejó a un lado, trató de recobrar su concentración para enfocarla en las líneas que se exponían ante sus ojos. Londres 24 de septiembre de 1914 Padre Para cuando reciba esta carta ya estaré en la guerra. Sí, tal como lo lee, hoy me he

enlistado como voluntario y parto mañana, no sé a dónde nos llevan, solo sé que voy a defender al mundo o, al menos intentaré ayudar para que los alemanes no avancen, pero también para olvidar. Necesito desesperadamente olvidar. Solo le bastó leer estas líneas para que su mundo se viniese abajo, comenzó a temblar y el papel se escapó de sus manos, lo tomó nuevamente sin entender o sin querer hacerlo, siguió con la lectura, releyendo la primera parte para confirmar si no se había equivocado. El dolor crece a cada minuto, y la verdad… Por favor esta parte no se la diga a mi madre…, pero me vi tentando a saltar por la ventana, solo que al intentarlo recordé que usted me dice que debo ser fuerte, pues bien, seré fuerte. Voy a enfrentarme a hombres despiadados y a defender nuestro derecho a vivir en paz. Dígale a mi madre que no se preocupe, que estaré bien… Aunque no sé realmente a lo que me enfrentaré… trataré de estar bien. También dígale que la amo más que a nada en el mundo y que recuerde que seré su bebé mientras ella así lo considere, que me perdone por todas las tristezas que le ocasioné, que aún recuerdo su rostro, y lo que más me duele es que lo último que vi en sus hermosos ojos grises, fueron lagrimas por mi sufrimiento. A Fransheska dígale que la amo… ella sabe que es así, que ha sido la hermana que cualquiera pueda aspirar y tuve la dicha de que fuese mía, que todos los días está en mis pensamientos, al igual que usted y mi madre. Dígale que, si salgo con bien de todo esto, prometo llevarla en mi espalda a su lugar secreto, que me perdone por descuidarla y abandonarla en los días que mantenía mi relación con Antonella, sé que lo hice, solo que estaba ciego y no me daba cuenta. Campanita, que tu luz brille por siempre y que conozcas el amor para que veas que el tiempo vuela cuando estás con esa persona, pero, hermanita, antes de entregar tu corazón, primero asegúrate de que ese hombre se merezca al hermoso ser que eres, no solo por fuera sino por dentro… tal y como me lo advirtió papá, no te entregues por completo si no estás segura. Te quiero, Campanita, no lo olvides, no lo olvides nunca. Padre, sé que todo lo que ha hecho ha sido por mi bien, solo que no sabía si en realidad eso sería bueno para mí, no le culpo de nada, de nada… Usted es mi orgullo, y si algún día se diera la oportunidad, me gustaría ser tan buen padre como lo es usted. Sin embargo, escucharía un poco más a mi hijo en los momentos en que esté desesperado, aunque lo más probable es que no tenga hijos, sabe igual que yo lo que es la guerra y hacia donde me dirijo. Pero no estoy arrepentido ni tengo miedo, tuve más miedo el día que me dejó solo en esta habitación… Sí, aún estoy aquí, en la habitación del colegio le escribo esta carta… mi despedida. En cuanto pueda le escribiré otra para que sepan si estoy bien, si no lo hago, ya sabe lo que ha pasado, espero me perdone, padre… Una última cosa, no me busque, sé que lo hará alegando que soy menor de edad, pero no dará conmigo porque me hice otro documento del que no le daré ningún dato, no quiero que me encuentre. En el mismo sobre va otra carta, por favor, padre, es lo último que le pido entréguesela a la señora Eva, es el ama de llaves de Antonella. No piense que es para despedirme de ella, es para hacerlo de Eva, ella fue mi apoyo en los peores momentos y siempre me aconsejó para bien. Usted también está en deuda, porque si no fuese por Eva, ni siquiera tendría esta carta de despedida. Sé que no me van a perdonar esto que estoy haciendo, pero sepan que los quiero mucho a los tres, y que siempre estarán en mis pensamientos.

Fabrizio Alfonzo Di Carlo Pavese Cada palabra fue como un poderoso golpe a su corazón y toda su capacidad de entendimiento se quedó estancada en las palabras «Para cuando lea estar carta ya estaré en la guerra» Dejó caer la hoja sobre el escritorio y con movimientos torpes, pero al mismo tiempo rápidos ante el pánico que lo embargó, se puso de pie y tomó su chaqueta, salió rápidamente del despacho, diciéndose una y otra vez que todo debía ser mentira, tenía que ser mentira. —¿Luciano a dónde vas?… ¿Luciano? —Lo llamó Fiorella, que bajaba las escaleras y lo vio salir de la casa desesperado. Ella al percatarse de que su esposo no hacía caso a sus llamados, lo siguió casi corriendo para alcanzarlo, cuando estaba a punto de subirse al auto, lo sujetó por un brazo y lo hizo volver, encontrándose con los ojos topacio ahogados en lágrimas y en pánico. —Lo voy a buscar y lo traeré… voy a buscarlo… —balbuceaba, desesperado, sin poder controlar sus impulsos. —¿A quién vas a buscar? ¿Qué pasa Luciano? —preguntó, tratando de comprender la actitud de su esposo y cuando se le escapó un sollozo, obtuvo la respuesta—. Fabrizio… ¿Qué le pasó? ¿Dónde está?… Mi niño… ¿Dónde está mi niño, Luciano? —preguntó, presintiendo lo peor, mientras él solo negaba en silencio y le esquivaba la mirada—. ¡Dime algo, Luciano! —Le gritó presa del desespero, pero eso no hizo que Luciano saliera del estado catatónico, por lo que prosiguió—. Es Fabrizio, ¿verdad? ¿Sucedió algo con él? —Esta vez con un remanso de voz ante sus propios temores. —No, solo que… —Apenas podía pronunciar palabra ante el torbellino de sentimientos que lo asaltaban—. Fabrizio aún está molesto y me ha jugado una broma pesada… demasiada diría… sí, es eso, es una broma —dijo queriendo convencerse—. Sí, tiene que ser una broma —agregó lleno de pánico y un par de lágrimas lo traicionaron, dejándolo en evidencia delante de Fiorella. —¿Qué es una broma? Fabrizio no es de hacer bromas pesadas, Luciano… y menos contigo, no puedo creer que aún no conozcas a tu hijo —Le reprochó y la garganta se le cerraba ante la angustia. —No me digas que no es una broma, porque lo es, tiene que serlo —repitió llenándose aún más de nervios y sus manos temblaban. —Luciano me estás preocupando… ¿Qué ha pasado con Fabrizio? —preguntó nerviosamente, pero su esposo seguía en silencio—. ¡Por el amor de Dios, habla de una vez! ¡También es mi hijo! —Le gritó presa de la rabia y la desesperación—. También es mi hijo, así que dime qué pasó… —exigió, obligándolo a que la mirara a los ojos. —No te preocupes, yo solucionaré esto —respondió, negándose a preocuparla, lo que decía su hijo en esa carta no podía ser verdad, así que, qué sentido tenía angustiarla en vano. —¡No, te prohíbo que me sigas haciendo a un lado! —esbozó con determinación, sujetándolo de los brazos para impedir que se marchara y la dejara llena de dudas—. No me pidas que te deje hacer las cosas y que me mantengas al margen, porque ya estoy cansada, también tengo derecho a decidir qué es lo mejor para él… me cansé de que seas tú el único que tome las decisiones, si Fabrizio quiere estar aquí ve y lo traes… si necesita un año, dos, tres o los que él quiera para reponerse, se los daremos. Ya después recuperará el tiempo perdido en clases… pero quiero que mi bebé esté bien, que sepa que pase lo que pase lo vamos apoyar… lo haremos ambos, Luciano, porque tú también lo vas comprender y dejarás de decir que solo son tonterías, se trata de sus sentimientos. También dejarás de lado tu terquedad con lo de la medicina… y si no vas tú,

entonces iré yo por él… —expresó, dejando salir todo lo que había callado por tanto tiempo. —Fiorella, espera, por favor. —La sujetó de los hombros para detenerla, no podía permitir que ella hiciera eso, porque si lo que decía la carta era verdad, sabía que su mujer no lo soportaría. —¿Que está pasando con nuestro hijo, Luciano? —inquirió, temblando al ver que él no terminaba de hablar. —Me ha enviado una carta donde dice que… que… —Le era imposible darle una noticia de tal magnitud al amor de su vida. —¿Qué te dice? —preguntó a punto del desespero—. ¿Qué te dice? —repetía una y otra vez, pero no obtenía respuesta solo veía cómo la mirada de su esposo se colmaba de lágrimas. No pudo contenerse más y empezó a buscar en los bolsillos de la chaqueta—. ¿Dónde está esa carta? Dámela ahora mismo —demandó, desesperada y molesta. —No la tengo conmigo, Fiorella —respondió, tomándola por las muñecas para detenerla. No quería que su mujer la leyera. Fiorella recordó que lo vio salir del despacho, por lo que se liberó del agarre de un jalón y salió corriendo, Luciano la siguió sin perder tiempo, pero le fue imposible alcanzarla, ella entró al estudio y su mirada captó los papeles, rápidamente agarró el pasaporte y lo abrió con manos temblorosas, constatando que era el Fabrizio, seguidamente vio la carta y la tomó, pero antes de que pudiese leer la primera línea, Luciano llegó hasta ella, arrebatándosela. —Yo te la leeré —pidió, para ver si existía la posibilidad de suavizarla un poco, aunque para ello tenía que cambiarla por completo, y no podía esconderle la noticia de que su hijo se fue a la guerra. —Date prisa —exigió ella una vez más, mientras elevaba el rostro para ver si podía alcanzar a leerla. —Lo haré… —Tragó para pasar el nudo en su garganta y luego respiró profundo, armándose de valor—: Padre… p-p-para cuando… —Luciano tartamudeaba y Fiorella al ver su indecisión, le quitó la carta en un ademán de ira. —No se te ocurra arrebatármela una vez más —Le advirtió, clavando nuevamente la mirada en el papel. Luciano la observó, sintiendo cómo los nervios hacían vibrar cada músculo de su cuerpo, estaba transpirando tanto que la camisa comenzaba a pegarse a su piel y los latidos de su corazón le iban a reventar el pecho. De pronto, vio cómo el papel caía de las manos de su esposa y un segundo después ella liberaba un grito desgarrador, que estremeció su mundo entero. Fiorella sintió que todo a su alrededor comenzó a derrumbarse y que era tragada por un abismo, se llevó las manos a la boca mientras miraba a Luciano sin querer comprender lo que decía la carta. Todo su ser temblaba y los espasmos le anunciaban que las lágrimas se desbordarían, su corazón pareció detenerse y por primera vez, sintió que odiaba con todas sus fuerzas al hombre que tenía frente a ella, quien le había prometido cuidar de su hijo cuando lo puso en sus brazos por primera vez. —¡Es tu culpa! ¡Tu culpa, Luciano! —Le gritó hasta sentir que su garganta se desgarraba y luego era inundada por las lágrimas. Él se acercó para abrazarla, pero solo consiguió que Fiorella lo empujara con todas sus fuerzas—. ¡No me toques! ¡No me toques! —exclamó, golpeándolo en el pecho—. ¡Te lo dije, maldita sea!… Te lo dije, Luciano… te pedí que me lo dejaras… y él también te lo pidió, mi bebé te lo suplicó de rodillas y no cediste… —Fiorella… cálmate, por favor —rogó, viendo cómo temblaba y que su respiración se iba haciendo más pesada.

—No voy a calmarme… ¡Estoy harta de calmarme y no hacer nada!… Siempre me he guardado mis opiniones para no restarte autoridad delante de nuestros hijos, pero cuando te pedí la noche antes que lo dejaras quedarse, solo me dijiste que perdería la maldita solicitud. —Mi vida, yo solo estaba pensando en su bienestar —se excusó, acercándose a ella para abrazarla, pero Fiorella lo rechazó y empezó a retorcerse con fuerza, queriendo liberarse de sus brazos. —¿Su bienestar? Pero si no te importó como se sentía, solo querías que fuese un médico… ¿Querías un doctor? Porque no dejas los laboratorios y ejerces, si es lo que tanto deseas… ¿Por qué tenías que obligarlo?… ¿Acaso no lo amas?… —cuestionó, mirándolo a los ojos. —Amo a mi hijo… sabes que lo amo con todo mi corazón —Lo lastimó que ella dijera eso, pero lo dejaría pasar porque sabía que lo decía desde la rabia y el dolor que sentía en ese momento. —Entonces, vamos a buscarlo, por favor, Luciano… vamos y traigamos a nuestro niño a casa, yo me muero si algo le pasa… yo me muero… —suplicó en medio de sollozos y de pronto todo a su alrededor se oscureció y ya no supo más de ella. —Fiore, mi amor… Fiorella —expresó, siendo invadido por el pánico al ver que ella desfallecía en sus brazos, la sostuvo con fuerza y la llevó hasta el sillón para recostarla—. Perdóname mi amor, perdóname… yo hice todo esto creyendo que era lo mejor para él, pero me equivoqué…. me equivoqué —expuso, dejando correr su llanto, mientras que con manos trémulas le acariciaba el rostro a su esposa—. Lo vamos a buscar y lo encontraremos… ya verás que así será y te juro que no lo presionaré más con lo de ser doctor, lo dejaré aquí en la casa y estaré de acuerdo con cada una de sus decisiones, que sea lo que él quiera, incluso si lo que quiere es un puesto en la empresa se lo doy… o que vaya a Cambridge o a donde quiera a estudiar Leyes… — Luciano tragó grueso para pasar las lágrimas que lo estaban ahogando y le hacían difícil respirar —. Haré lo que sea para que se quede con nosotros… Por favor, abre los ojos, mírame y dame tu perdón, amor mío… yo no quise que todo esto pasara, solo tenía miedo de que se escapara detrás de esa mujer… y… y ahora todo ha sido peor —confesó, mientras trataba reanimar a su esposa. Aunque no sabía si era mejor que ella estuviera en la inconsciencia, porque entre él más asimilaba la pesadilla en la que se había sumergido, más dolor y culpa sentía y no quería que Fiorella cargara con esos mismos sentimientos. La arrulló contra su pecho al tiempo que recordaba la conversación que tuvo con su hijo, y le dolía en el alma saber que a lo mejor ese sería el último recuerdo que tendría de él; de inmediato negó con la cabeza para rechazar esa idea; no debía dejarse derrotar por el pesimismo, sino todo lo contrario, era necesario que se aferrara a la esperanza. —Señor… disculpe… escuché los gritos y me preocupe, ¿qué le sucedió a la señora? — preguntó Anna, entrando al estudio. —Necesito que me ayudes, Anna, trae mi botiquín, por favor. Luciano tomó a su esposa en brazos y la llevó a su habitación, cuando apenas la recostaba en la cama, ella despertó y comenzó a luchar por ponerse de pie para salir en busca de su hijo, estaba muy débil por lo que se fue de bruces. Él tuvo que ayudarla a levantarse y le suplicó que se recostara de nuevo, Fiorella tuvo que hacerlo porque no tenía fuerzas para mantenerse en pie, todas se le iban en el llanto que no dejaba de derramar; al final, a Luciano no le quedó más remedio que darle un sedante y evitar que se hiciera daño. Bajó a su despacho para llamar a la estación y conseguir un boleto, estaba desesperado por tomar el primer tren a París y luego otro al Le Havre para llegar a Londres. Sin embargo, por más que insistió se le hizo imposible encontrar un tren a esa hora, ya todos habían partido y no saldría

otro hasta la madrugada del día siguiente. Subió una vez más a su habitación y se dedicó admirar a su esposa dormida, quien aun estando en ese estado de inconsciencia, mostraba en su semblante la angustia y el dolor que la embargaban. Él solo podía limpiar sus lágrimas que no dejaban de brotar, mientras se cuestionaba lo que estaba pasando, jamás imaginó que su familia viviría algo así, no pensó que Fabrizio fuese capaz de tomar una decisión tan drástica, provocándole el terror más grande que un padre pudiera sentir. —Fabri, si solo te hubiese escuchado, si tan solo… —Se reprochó sollozando—. ¿Qué nos has hecho, hijo mío, qué nos has hecho? —cuestionó, sintiendo que las lágrimas lo ahogaban y el vacío en su pecho cada vez se hacía más grande. Buscó una vez más la carta para leer e intentar comprender las razones de su hijo para cometer semejante locura; al terminarla, comprendió que Fabrizio tenía toda la razón en cada palabra. Que él no quiso escucharlo por su miedo a que perdiese la solicitud, por su empeño en que fuera un doctor, pero ahora ni siquiera tenía la certeza de que volviese a verlo. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos tan pesimistas, y una vez más se aferró a la esperanza; se aseguró que lo vería de nuevo, aunque fuese salvando vidas en un tribunal, pero de ni ninguna manera dejaría que se convirtiese en un asesino, solo por salvar su propia vida.

Capítulo 46 Al fin el reloj marcaba las tres de la madruga, por lo que se puso de pie y caminó al baño, solo tardó unos minutos en la ducha; el agua caliente apenas consiguió alejar un poco de la tensión en sus músculos. Se acercó a su esposa y la despertó con cuidado, sabía que no podía irse, dejándola dormida, porque ella se enfadaría mucho más con él. —Fiorella… iré a Londres, traeré a nuestro hijo de vuelta —Le hizo saber con un tono pausado, acariciándole el cabello. —Iré contigo… —esbozó algo aturdida por el sedante. —No es necesario, mi amor… quédate aquí y te prometo que te llamaré en cuanto sepa algo —dijo mirándola a los ojos. —No pienses que nuevamente vas a tomar tú solo las decisiones que tengan que ver con nuestros hijos —mencionó con determinación, quitándose de un tirón las sábanas—. Ayúdame a prepararme —Hizo a un lado su rabia para pedirle ayuda, pues sentía su cuerpo pesado. Luciano retuvo un suspiro y la ayudó, sujetándola por la cintura, la llevó hasta el baño y se quedó cerca mientras ella se duchaba, sabía que aún estaba bajo el efecto del sedante y que sus piernas podían flaquear. Dejó a su esposa vistiéndose y bajó para pedirle al chofer que prepara el auto, luego le pidió a Anna que estuviera atenta a cualquier llamada que recibiera desde Londres o Francia y que, si tenía alguna noticia de Fabrizio, le notificara de inmediato; luego de unos minutos, subió junto a su esposa al auto, para salir rumbo a la estación de trenes. Después de varias horas, que le parecieron tortuosamente lentas, al fin se encontraban en la entrada de la secundaria La Trinidad de Juan Whitgift. De inmediato fueron llevados al despacho de la madre superiora. La mujer se notaba tensa y no era para menos, Fabrizio estaba bajo su custodia cuando escapó, así que ella, como autoridad del colegio era la responsable del joven. —Señores Di Carlo, tomen asiento, por favor. —Les indicó la religiosa con voz trémula a lo que ellos obedecieron, sin apartar sus miradas de ella—. Veo que el telegrama les ha llegado antes de tiempo. —¿Telegrama? —preguntó Luciano y sin darle tiempo a responder habló de nuevo—: Solo he recibido una carta de mi hijo que no entiendo cómo es que llegó primero que su telegrama. —Verá… señor Di Carlo, su hijo ha dejado el colegio hace un par de días, solo dejó una nota… —Es verdad… entonces, es verdad —murmuró en un hilo de voz Fiorella a causa de las lágrimas que colmaron su garganta, al tiempo que apretaba fuertemente los brazos de la silla, sintiendo que era su único sostén para no caer al vacío que se abría bajo sus pies. —Es por eso que le hemos enviado el telegrama, el jueves en la mañana no asistió a misa, pensé en no molestarlo, pues no le había visto muy bien los últimos días y preferí seguir sus instrucciones de darle tiempo, pero al ver que ayer tampoco asistió a clases, decidí ir hasta su habitación y no estaba —explicó, esforzándose porque su voz sonara firme—. Inmediatamente envié a revisar todo el colegio y no pudimos dar con él, es por esa razón que les envié un telegrama, pues no hay dudas de que su hijo ha escapado, tal vez ustedes tengan alguna idea de a

dónde pudo haber ido, algún familiar, un amigo. La madre superiora hablaba mientras miraba sorprendida cómo Luciano negaba al tiempo que sus ojos se cristalizaban y comenzó a temblar. La señora Di Carlo se puso de pie y salió corriendo del despacho, dejando la puerta abierta a su esposo, que rápidamente salió detrás de ella; la madre superiora también los siguió y vio una imagen que le encogió el corazón, él logró alcanzarla y abrazarla, mientras ella solo luchaba por liberarse y llorada con desesperación —Mi hijo… Luciano… mi niño, vamos a buscarlo… vamos, por favor… no dejes que le pase nada —suplicó, aferrándose a él. —Fiorella, cálmate, por favor… por favor —pidió con voz ronca, temiendo que tanto dolor le robara la cordura. —Si saben dónde puede estar, haríamos una excepción y solo le pondremos una amonestación por desacatar al reglamento del instituto y no lo expulsaremos, más cuando está en su último año —indicó la monja, dejando claro que era la autoridad de la secundaria. —¿Expulsarlo? —preguntó Luciano, arrastrando las palabras por la furia contenida, mientras miraba a la religiosa—. Cree que eso es lo mejor que pueden hacer cuando ustedes como institución han fallado, se supone que deben velar por la seguridad de nuestros hijos, por eso ponemos lo más preciado que tenemos en sus manos y no son capaces de evitar que se escapen, ¿dónde diablos está la seguridad con la que cuentan? Esa de la que se jactan cuando con la misma nos convencen de que depositemos en ustedes nuestra confianza, esa que un niño de dieciséis años logró burlar para enrolarse como voluntario a la guerra —explotó en medio de gritos. Fiorella soltó un jadeo cargado de llanto y la madre superiora se llevó las manos a la boca, producto del asombro, sintiendo cómo la garganta se le cerraba y los ojos se humedecieron, pues le había tomado cariño al joven que llevaba cinco años en la institución y que muchas veces se pasaba de zalamero. Recordó con nostalgia, lo confiado que era y la osadía que tuvo en una ocasión al tratarla como a una igual, al pedirle que le cargase el bolso. Además de esos besos que le daba cuando ella lo castigaba, creyendo que con eso disminuiría la pena; por el contrario, lograba aumentarla y aun sabiéndolo, siempre la besaba. —Señores, de verdad, lo siento, no… no pensamos que esas fuesen las intenciones de su hijo, nunca vimos en él ese espíritu revolucionario… En esta institución estamos en contra de todo eso… y el joven Fabrizio estaba en la misa del martes donde el padre conversó con ellos y les hizo saber que la guerra es una locura, créame que los entiendo, se cómo se sienten —dijo nerviosamente. —¿Nos entiende? —cuestionó Fiorella, dejando que un sollozo se escapara—. ¿Sabe cómo me siento? Cómo puede saberlo si no tiene hijos… no es madre y no tiene la mínima idea de cómo me siento… no sabe el significado de lo que es un hijo —Le recriminó mientras lloraba y la miraba con resentimiento—. Luciano, vamos a buscarlo, aquí no hacemos nada —espetó, mirando a su esposo, quien sin perder más tiempo la guio hacia la salida del colegio. Desde ese momento empezó la búsqueda, llegaron a las oficinas de la policía y le dijeron que era poco lo que ellos podrían hacer, que esos asuntos se trataban directamente con el ejército británico. Se dirigieron a la Escuela Naval y debieron esperar casi una hora para ser atendidos por un teniente, que al parecer era el hombre que podía ayudarlos, pero con solo entrar, les advirtió que todos los miembros de la Fuerza Expedicionaria, se presentaban de manera voluntaria. Luciano y Fiorella alegaron que su hijo era menor de edad, y que era una enorme irresponsabilidad que ninguno se percatara de ello cuando hizo el registro. Sin embargo, el teniente defendió al personal de reclutamiento, alegando que su hijo debió llevar una

documentación que lo acreditara como mayor de edad. Luciano quiso refutar las palabras del odioso militar, pero el hombre simplemente les dijo que ellos estaban muy ocupados buscando la paz entre los países, como para ocuparse de un solo joven rebelde, y los sacó de su oficina. —Ese hombre es un miserable —murmuró Fiorella, con la ira corriendo por sus venas, miró a un grupo de jóvenes, tal vez de la misma edad de su hijo y los ojos se le llenaron de lágrimas—. Son unos niños, Luciano… apenas son unos niños como nuestro Fabrizio. ¡Dios mío, por favor, ayúdanos a encontrarlo! —suplicó llorando. —No te preocupes, mi amor… lo encontraremos, debemos tener fe… Vamos afuera, tal vez otra persona pueda ayudarnos, a lo mejor alguien recuerda haberlo visto, o conseguimos a otro militar de mayor rango y con mejor corazón que ese desgraciado que nos atendió. Los esposos fueron hasta los centros de alistamientos y preguntaban a todo aquel que podían, pero sus esperanzas cada vez eran menos, ya que era demasiado difícil dar con su hijo, entre más de seiscientos mil soldados. Ni siquiera sabían a qué campamento había sido enviado o al menos la ciudad; los pocos que tenían la amabilidad de atenderlos, les decían que lo más seguro era que estuviese en alguna base de entrenamiento militar, dado la fecha de su ingreso al batallón, pero que ellos como civiles no tenían acceso a esos lugares. Fiorella dejó que su esposo se encargara de hablar con los militares, mientras ella iba por los jardines de la Escuela Naval y le preguntaba con foto en mano a cualquier uniformado si lo había visto. Un mes después aún mantenían las esperanzas, Luciano había abandonado prácticamente los laboratorios, dejando todo en manos de su secretaria. La mujer no podía con tanta responsabilidad, así que, en una reunión extraordinaria, se designó que el subgerente en Roma, se trasladara hasta Florencia para hacerse cargo de la sede principal. Eso mantuvo a flote la empresa, pero la producción y las ventas no bastaban para cubrir los gastos que Luciano hacía, al intentar mover las fuerzas militares británicas para dar con su hijo. Durante ese tiempo, las discusiones entre Fiorella y él eran el día a día, pero terminaban reconciliándose, llorando y abrazados mientras se pedían perdón. Tuvieron que regresar a Italia porque el dinero comenzaba a faltarles, Luciano acudió a un par de bancos y obtuvo dos préstamos, que lograron poner en marcha parte de la producción que había quedado estancada, ya que él tomó el dinero destinado a la misma. Le había pagado a un cabo segundo que les aseguró que encontraría a Fabrizio y le diría que sus padres estaban desesperados buscándolo; luego de dos semanas sin recibir noticias del joven, se enteraron que había muerto apenas tres días después en el frente. En ese par de semanas intentó retomar sus actividades en la empresa, pero le era imposible concentrarse, su mente solo estaba enfocada en la búsqueda de su hijo. Fiorella cayó en una profunda depresión, por lo que Luciano le pidió ayuda a la tía más cercana de su esposa; Margarita, al enterarse de la noticia viajó desde Sorrento de inmediato y se encargó de cuidarla, mientras él regresaba a Londres. Después de pasar casi tres meses sin conseguir ayuda del ejército, decidió acudir a la cámara de Lores, fue allí donde conoció al Duque de Oxford, Benjen Danchester; fue el único que se conmovió con su situación. Su ayuda fue invaluable, porque logró mover altos mandos del ejército británico, e incluso consiguió que viajara con una comitiva hasta El Frente Occidental, pero el ejército francés al enterarse que era italiano, no le permitió llegar hasta el campamento en Arrás. Debió regresar a Amiens y decidió quedarse allí, porque sabía que era lo más cerca que podía estar de su hijo; a veces cuando veía llegar los camiones llenos de soldados en busca de provisiones, se acercaba y paseaba su mirada desesperada por esos jóvenes, con la esperanza de

encontrar en alguno a su querido Fabrizio Alfonzo. Lo llenaba de impotencia no poder hablar con ellos porque lo tenían prohibido, pero sabía que, si lograba conseguirlo, tal vez alguno le diría que sí conocía a su hijo y que estaba vivo, ya que su mayor miedo era que no lo estuviera, porque a diario veía llegar camiones repletos de cadáveres que venían desde el frente. Al cabo de cuatro meses, estaba casi irreconocible, había perdido varias libras y su rostro mostraba una angustia permanente, luego de varias horas en el campamento, donde preparaba a los cadáveres para ser enterrados en el cementerio comunitario, enfrentándose al horror de ver a tantos jóvenes muertos de manera tan atroz, por ese sin sentido llamado guerra; decidió regresar al hotel donde se hospedaba para intentar dormir, aunque dudaba que pudiera hacerlo. Se dio una ducha que aligeró un poco la tensión en su cuerpo y se tendió en la cama, cerró los ojos y comenzó a llorar dolorosamente, al imaginar a su pequeño como uno de esos chicos que había visto; solo le pedía a Dios que, si decidía llevárselo, no lo hiciera sufrir. Se sobresaltó cuando escuchó un par de golpes en la puerta, de inmediato se puso de pie y caminó para abrir, el botones le entregó un telegrama con carácter de urgente, era de la tía Margarita. Su esposa había caído en un estado depresivo más profundo, ya no quería comer y todo lo que hacía era llorar día y noche, por lo que comenzó a debilitarse y el doctor que fue a verla, sugirió que la internaran para que pudieran alimentarla por sonda. En cuanto terminó de leer el mensaje, se cambió de ropa, agarró sus documentos y el sobre donde guardaba los de su hijo, dejando todo lo demás y bajó para salir rumbo a la estación de trenes, debía volver a Italia. Luciano se quedó junto a Fiorella hasta que consiguió recuperarse, necesitaba hacerlo porque su hija saldría de vacaciones dentro de poco y debían estar bien por ella. Fransheska se extrañó cuando los vio llegar sin Fabrizio, y no tardó en percibir que las sonrisas en los rostros de sus padres eran obligadas. —¿Dónde está Fabri? —preguntó, luego de abrazarlos y besarlos. —En la casa hablaremos, princesa, ahora vamos… debemos tomar el tren que sale en dos horas —respondió Luciano, sin mirarla a los ojos. —Ven, mi amor… te extrañé mucho —susurró Fiorella, rodeándole los hombros con un brazo y besándole la coronilla. —Yo también te extrañé, mami, tengo muchas cosas que contarte —esbozó, tratando de ignorar la punzada en su corazón. Durante el trayecto, su madre prácticamente no habló; por el contrario, se excusaba a cada momento para ir al baño y regresaba después de unos veinte minutos o tal vez un poco más, con los ojos llorosos y alegaba que tenía alergia. Fransheska sabía que algo grave estaba sucediendo y no pudo seguir acallando sus interrogantes, así que una vez más le preguntó a su padre por Fabrizio, pero solo obtuvo la misma respuesta, que no pudo ir y que en la casa hablarían. Llegaron a su casa de Florencia; Luciano y Fiorella sabían que no podían seguir alargando esa situación, así que se sentaron en uno de los sillones del salón y le pidieron a ella que hiciese lo mismo. Ellos compartieron una mirada, buscando la mejor manera de decirle lo que había sucedido; la reacción de Fransheska era de esperarse, se mantuvo en silencio con la mirada fija en su padre, él sabía que lo estaba culpando y que no hacía falta que se lo dijese. Las lágrimas al fin rodaron por sus mejillas y salió corriendo de la casa, siendo seguida por sus padres que la llamaban con desesperación; la encontraron sentada en el columpio que su hermano había hecho para ella. Los sollozos la estremecían mientras sus manos se aferraban a la soga; ambos caminaron con cautela para intentar consolarla, porque los lastimaba verla sufrir de esa manera. —Quiero estar sola —murmuró, sin volverse a mirarlo.

Aunque renuente, Luciano y Fiorella tuvieron que hacer lo que ella pedía, se alejaron, pero no tanto para no perderla de vista. Fiorella se dejó caer sentada en el pasto mientras lloraba y Luciano hizo lo mismo, intentó abrazarla, pero ella lo rechazó, porque al igual que su hija, también lo culpaba de toda esa desgracia. Cinco días después regresó a Francia, no pensaba desistir en la búsqueda de su hijo, menos ahora que las dos mujeres que más amaba apenas si le hablaban, sentía morirse a cada segundo por su indiferencia; además, estaba el dolor de no poder encontrar a su primogénito. Ya no sabía lo que era dormir, apenas lo hacía cuando se quedaba sin fuerzas y nunca eran más de cinco horas, porque despertaba en medio de pesadillas donde se veía corriendo por llamada «Tierra de nadie» en medio de cadáveres y gritando el nombre de su hijo. Seguía contando con la colaboración de los generales que el Duque de Oxford, había dispuesto para la búsqueda dentro de las líneas del ejército británico, pero siempre le repetían lo mismo, que era muy difícil dar con el paradero de su hijo, sin tener al menos un nombre. Las fotos no bastaban porque como él había muchos jóvenes y la labor de buscar en cada archivo era muy ardua; además, le advertían que si estaban en campamento dispuesto para el frente no podrían sacarlo, no cuando un soldado era tan importante, uno hacía la diferencia. Cada vez que a Luciano le nombraban el frente, toda la piel se le erizaba y un escalofrío lo recorría por completo; no quería imaginar a su Fabrizio en ese infierno. Luego de seis meses de búsqueda, ya era poco lo que lloraba; al parecer, las lágrimas habían desaparecido, pero la angustia no lo dejaba vivir; llamó en dos ocasiones a su casa para hablar con Fiorella, pero ella se negaba y Fransheska apenas le decía algunas palabras, provocándole más dolor que alivio. Después de un mes tuvo que regresar a Florencia porque necesitaba más dinero para seguir con la búsqueda, en las arcas de los laboratorios era muy poco lo que quedaba. Para empeorar su situación, se había firmado un tratado donde los laboratorios debían hacer un descuento de al menos un treinta por ciento, en todos los medicamentos que eran enviados a los hospitales de campaña. Sus amigos lo instaban a que desistiera de la búsqueda, le decían que de no hacerlo acabaría en la ruina, pero él no podía si quiera imaginar en rendirse, muchos menos después de que su esposa tomara la decisión de irse a Venecia y se llevara a Fransheska con ella, dejándolo completamente desolado. Estaba en su casa en Florencia, pidiéndole a Dios que lo ayudase a encontrar a su hijo, porque aún mantenía las esperanzas de que estuviese vivo, y también de recuperar a su esposa e hija; de pronto llamaron a la puerta, él se limpió las lágrimas y dio la orden que siguiera. Anna, quien también estaba cada vez más deprimida por la situación, se acercó hasta él y le entregó la correspondencia, al percatarse de una carta con un remitente que él no conocía, procedió a abrirla, esperando fuese de algún militar. Rompió a llorar con una mezcla de felicidad, dolor, tristeza y esperanza, todas esas emociones hacían estragos en su ser, al reconocer la letra de su hijo en esas hojas. Con manos trémulas sostuvo la carta mientras leía cada línea, solo con leer Arrás, supo dónde podría ubicarlo, eso lo llenó de una alegría infinita y retomó la lectura desde el inicio. Arrás, 18 de enero de 1915 Querida familia: Padre, por favor lea usted la carta, no deje que mi madre ni Campanita lo hagan, porque

necesito desahogarme, pero no quiero exponerlas a ella a tanto horror que he vivido en este lugar, que parece haber sido olvidado por Dios. Sé que sabrá cuáles pasajes leer en voz alta y cuáles hacerlo solo para usted. Quiero pedirles perdón por haber tardado tanto en escribirles, pero no reunía el valor para hacerlo porque sé que estarán molestos conmigo… —Fabrizio Alfonzo, cómo vamos a estar molestos contigo… si te extrañamos… si estoy a punto de volverme loco —pronunció con el corazón latiéndole a toda prisa por la emoción, se enjuagó las lágrimas y siguió leyendo, al llegar a los pasajes más duros se puso a sollozar y de inmediato pensó en su esposa—. Si tu madre se entera por todo lo que has pasado, se pondrá peor… tan consentido que te tenía, dejándote dormir hasta las horas que quisieras y ahora no duermes… sé que esto será muy doloroso para ella, más de lo que ya es. —Leía sintiendo el dolor de su hijo, cada palabra, el saberlo en medio de tanto peligro, exponiendo su vida a diario—. Yo no tengo nada qué perdonarte, por el contrario, eres tú quien debes perdonarme por haber sido tan intransigente contigo, por no escucharte. Su corazón pareció detenerse cuando leyó que había estado en Ypres, le rompía el alma leer todas las cosas horribles que había tenido que presenciar en ese infierno, apenas era un chico. Las lágrimas surcaban aún más su rostro, al saber que todavía no había olvidado a esa mujer, que no se merecía ni uno solo de sus pensamientos, pero lo peor fue leer que en cualquier momento podría regresar al frente. Sé que ha sido bastante injusto de mi parte no dejarles saber antes de mí, ahora escribo con el temor de que me odien por todo lo que les he hecho pasar, solo espero que mantenga de mí los buenos recuerdos. —¡Ay hijo mío! ¿Cómo te vamos a odiar? ¿Acaso has olvidado cuánto te amamos? No te imaginas la falta que nos haces, que daría mi vida si fuese preciso por tenerte aquí de nuevo, junto a tu madre y tu hermana… ¡Dios, permite que pueda traerlo de regreso! —suplicó Luciano, llevándose la carta al pecho mientras temblaba a causa del llanto, queriendo darle ese abrazo que su hijo le pedía. Lloró sin saber por cuánto tiempo y releyó la carta unas diez veces, solo le pedía a Dios que le diera fuerzas a su hijo, para soportar ese infierno, que cuidará de él hasta que pudiera rescatarlo. Ya sabía dónde encontrarlo y tenía un nombre, ahora sabía que debía buscar a Richard Macbeth, con esa resolución se puso de pie y salió del estudio. Subió a su habitación y rápidamente se dio una ducha, trató de mejorar un poco su apariencia, por lo que se afeitó, pues llevaba más de tres meses sin hacerlo. Su esperanza estaba renovaba, así que iría a compartir esa emoción con su esposa y su hija, les daría la maravillosa noticia de que Fabrizio estaba vivo. Compartió con Anna su emoción, ella al enterarse también lloró de la felicidad, porque Luciano era como su hijo y, los niños, sus nietos, lo vio desde que era un bebé y fue quien ayudó a Christine a criarlo, le dolía tanto haberlo visto destrozado, casi al punto de la locura, así que verlo sonreír en era la gloria. Luciano llegó a Venecia cuando el sol pintaba de naranja las aguas del Gran Canal, subió a un auto de alquiler y le pidió que lo llevara a su casa, que quedaba un poco alejada del centro de la ciudad. En cuanto el ama de llaves le abrió la puerta, la saludó y de inmediato preguntó por su esposa e hija; la mujer les informó que ellas estaban en el jardín, quitando algunas rosas que el

invierno había secado, para que pudieran brotar de nuevo en la próxima primavera. —¡Fabrizio está vivo! —gritó mientras corría hacia ellas y les mostraba la carta que llevaba en las manos. —¡Oh, Dios mío! —expresó Fiorella, dejando caer la canastilla con rosas secas y acortó la distancia con pasos trémulos—. ¿Dónde está? —inquirió con la esperanza de verlo entrar. —En Arrás, nos envió una carta… nuestro hijo está vivo, Fiore… está vivo —esbozó en medio de lágrimas. —¿Arrás? Eso queda en Francia —acotó Fiorella con desilusión. —Sí, mi amor… es en Francia, pero ahora sé dónde está y también el nombre que usó para registrarse… Richard Macbeth… —¿Cómo el personaje de la obra de Shakespeare? —inquirió Fransheska sonriendo, a su hermano siempre le gustó el teatro, debió haber pensado ese detalle antes y dárselo a su padre para que le fuera más fácil encontrarlo. —Sí, como el personaje de Shakespeare, el rey Macbeth… Lo bueno es que ahora podré darles a los coroneles su nombre y su ubicación para que lo saquen de ese lugar y le den la baja, así podré traerlo de regreso… Fabrizio estará con nosotros de nuevo, en muy poco tiempo — expresó, mostrándose esperanzado. —¡Luciano! —exclamó Fiorella, desbordando felicidad y le dejó caer una lluvia de besos en el rostro, agradeciéndole por no haberse rendido. —Voy a cumplir mi promesa, Fiore… tendrás a Fabrizio en tus brazos de nuevo —mencionó, dejando correr un par de lágrimas. —Dime, ¿cómo está él? —pidió ella, mirando el sobre en las manos de su esposo, con una mezcla de alegría y miedo. —Sí, padre… ¿Qué dice la carta? —Fransheska se moría de curiosidad por saber cómo estaba su hermano, pues todos los días se imaginaba hablando con él, para que no se sintiera tan solo. Luciano les dedicó una sonrisa y las rodeó con sus brazos para llevarlas a la casa, entraron al despacho y se sentaron mientras sus cuerpos vibraban llenos de expectativas. Él cumplió lo que le había pedido su hijo y mantuvo la carta en sus manos para ser quien la leyera; casi se la sabía de memoria, pues la había leído muchas veces, así que supo exactamente dónde parar y saltarse algunos pasajes; se enfocó solo en aquellos que podían hacer sonreír a las mujeres de su vida. Fiorella sabía lo que su esposo estaba haciendo, pero no le reclamó, porque ella tampoco deseaba enterarse de todo, le aterraba saber lo que había vivido su hijo, lo que seguramente había hecho para lograr sobrevivir en ese infierno, no quería ser consciente de ello y mucho menos que Fransheska lo escuchase, ella apenas era una niña y no quería que su inocencia se viera afectada por toda esa situación. Luego de que le hicieran releer la carta unas tres veces a Luciano, comenzaron hablar de la manera en la que recibirían a Fabrizio, querían hacerlo sentir en casa de nuevo y que olvidara cada experiencia vivida en ese siniestro lugar, donde había estado por seis largos meses. Luciano les informó que saldría al día siguiente hacia Francia, era conveniente no perder tiempo, ya contaba con una buena cantidad de dinero, que le serviría para la estadía en Doullens y el traslado. Esa noche cenaron en familia y charlaron amenamente, acompañaron a Fransheska y se quedaron con ella hasta que se durmió. Luego caminaron a su habitación, Fiorella lloró en sus brazos y le pidió perdón por haberlo dejado solo con todo eso; él la consoló entre besos que los llevaron hacer el amor, luego de seis meses en los que apenas se rozaron, fue como la gloria para

ambos. Luego de eso acabaron rendidos uno en brazos del otro, después de tanto tiempo Luciano, volvía a conciliar el sueño, siendo acobijado por el tibio y suave cuerpo de su esposa. A la mañana siguiente cuando despertó, se sentía renovado en cuerpo y mente, sin perder tiempo se vistió mientras Fiorella le preparaba el equipaje, bajó para compartir el desayuno con su esposa y su hija, quienes después lo despidieron entre besos, abrazos y deseos de buena suerte. Cuando llegó a Francia ya era muy tarde, por lo que buscó un hotel en el centro de Doullens, esperando al día siguiente poder reunirse con los generales británicos, para que con los datos que les proporcionaría, emprendieran nuevamente la búsqueda de su hijo, Luciano esperaba que esta vez le dieran resultados pronto.

Capítulo 47 Lo que se suponía serían dos semanas, se convirtieron en meses, casi estaban a finales del mes de julio y no pasaba nada; la búsqueda de su hijo se había retrasado, porque uno de los generales había muerto tras una avanzada alemana y otro había sido dado de baja, luego de sufrir graves heridas. Él tuvo que regresar a Londres para hablar con el duque de Oxford y pedirle una vez más su ayuda, las cosas no fueron tan fáciles esta vez, pasaron tres meses para que les asignaran la labor a otros militares, pero estos no le daban respuesta y hasta llegó a sentir que no le prestaban atención, pero debió conformarse y esperar. Durante ese tiempo, visitó a su esposa en Venecia en varias ocasiones, ella mantuvo la esperanza en alto los primeros tres meses, pero después de ver que el tiempo pasaba y su hijo no regresaba, volvió a caer en profundas depresiones. Sus reproches y su indiferencia estaban llevando a Luciano por el mismo camino, así que decidió regresar a Florencia, porque los laboratorios también lo necesitaban, las cosas no iban muy bien y la producción apenas alcanzaba para pagar las cuotas de los préstamos que había pedido. Esa tarde caminaba por las calles de Doullens, esperando el milagro de ver a su hijo, aunque sabía que era difícil porque él estaba en Arrás, pero algunas veces los soldados eran enviados por provisiones al pueblo, por lo que existía la posibilidad de que pudiera toparse con él. De pronto, escuchó un revuelo que llamó su atención, cerca de unos de los galpones de suministros, había una cantidad considerable de personas que protestaban por lo que la guerra les había hecho; muchos habían perdido sus casas, negocios y familiares. Esa era la oportunidad que estaba esperando, caminó de prisa para llegar a los galpones, sabía que no podía acercarse demasiado porque podían dispararle, creyendo que buscaba hacerles daño. Cuando estaba por llegar vio que los camiones se ponían en marcha y no le importó arriesgarse, corrió detrás de ellos y comenzó a gritar para que los detuvieran; consiguió lo que deseaba y pudo subir a uno, pero los soldados lo bajaron a golpes del camión, dejándolo tirado en medio de la carretera, cubierto de polvo y con la nariz sangrándole. —Mi hijo… estoy buscando a mi hijo —susurró mientras lloraba, unas mujeres se condolieron de él y lo ayudaron a ponerse de pie. En medio de todo ese tormento, de la incertidumbre y del dolor, se cumplió un año desde que recibiera aquella carta por parte de Fabrizio, que cambió la vida de su familia por completo. Su matrimonio estaba a nada de desmoronarse y su hija ya casi no le hablaba; Fransheska se molestó porque él la envió de nuevo al colegio, lo había hecho por su bien, no quería que la depresión de Fiorella también la afectara a ella y sabía que tarde o temprano eso sucedería si seguían en la misma casa. A mediados de octubre, recibieron otra carta de Fabrizio, donde le confirmaba lo que le habían dicho los coroneles que lo buscaban, su hijo había estado en un pelotón que se movía constantemente y por eso no podían dar con su ubicación. Leer que se encontraba bien renovó las esperanzas de la familia, pero no provocó en Fiorella ni en Fransheska la misma emoción de la primera vez; sobre todo, porque Fabrizio cumpliría la mayoría de edad en un par de meses, ya no tendrían la excusa de que era menor para sacarlo de allí.

—Por favor… coronel Smith, necesito que consiga a mi hijo antes de que finalice el año, es urgente que lo haga —suplicó Luciano, tratando de seguirle el paso al insensible militar. —¿Sabe lo que es realmente urgente, señor Di Carlo? —inquirió, volviéndose para mirarlo con seriedad—. Que acabemos con esta guerra, su hijo no es el único joven que corre peligro, a diario mueren decenas como él… así que deje de estar exigiendo y confórmese con la ayuda que le prestamos —espetó, dándole la espalda de nuevo. Caminó dejándolo en medio de ese lugar, que comenzaba a estar tan desolado como su alma, dejó caer los hombros, sollozando por la impotencia que todo eso le provocaba. Había pedido miles de veces que lo dejaran ir hasta el campamento en Arrás para buscar a su hijo, estaba dispuesto arriesgar su vida con tal de que Fabrizio estuviera a salvo, pero nadie se condolía de su dolor ni le daban la oportunidad. Los meses pasaron y un nuevo año iniciaba, mientras la cruel matanza seguía, nadie había previsto que el conflicto durara tanto, pero el orgullo de los líderes de las naciones involucradas les impedía rendirse. Ni siquiera les importaba que miles de hombres murieran a diario en los campos de batallas, debió a las fallidas estrategias de los alto mandos militares; tampoco que el pueblo estuviera sometido por la hambruna y que la economía de Europa se viniera en picada. Los rumores de una gran batalla en el valle del Río Somme, mantenían a Luciano en constante zozobra, sabía que su hijo estaba justo en esa zona y que esos malditos que los comandaban no dudarían en ponerlo como carne para cañón. Su desesperación lo llevó a intentar sobornar a un par de choferes de los camiones que buscaban las provisiones, para que lo llevaran hasta Arrás, incluso le conseguirían un uniforme, pero fue descubierto y encarcelado durante dos semanas. Luciano tuvo que marcharse de Doullens, debido a la imprudencia que cometió, el coronel Smith le dijo que lo mejor era que regresara a Italia y esperara allá las noticias. Para convencerlo, le advirtió que no intervendría por él nuevamente y que, si llegaba a cometer otra estupidez como esa, sería su absoluta responsabilidad y debería asumir las consecuencias; no tuvo más remedio que cumplir con las órdenes del coronel, porque no quería que le pusiera algún reclamo al duque. Llegó a Venecia, primero para saber cómo estaba su esposa y hacerle compañía, pero en cuanto Fiorella lo vio llegar solo una vez más, se encerró en su habitación sin siquiera dirigirle la palabra. Luciano se quedó a pasar la noche en una de las habitaciones de huéspedes, al día siguiente salió hacia Florencia con la determinación de enfocarse en el negocio familiar para sacarlo adelante. Luciano casi había perdido las esperanzas luego de que pasaran seis meses sin recibir noticias de su hijo, por parte de los oficiales británicos, tampoco le habían llegado más cartas de él. Fiorella ya no contestaba sus llamadas y su hija apenas si se expresaba con monosílabos cuando hablaba con ella, y los laboratorios no lograban dar los dividendos que tanto necesitaba para seguir con la búsqueda, todo se iba en pagar las cuotas de los préstamos. —Señor Luciano, ha llegado un telegrama, urgente… viene de Londres —anunció Anna en cuanto lo vio llegar a la casa esa tarde. —¡Gracias al cielo! —exclamó, esperando que fuesen buenas noticias. El mensaje venía de parte de Benjen Danchester, por lo que su corazón ya acelerado, se desbocó. Londres, 10 de agosto de 1916 Estimado señor, Luciano Di Carlo. Me complace informarle que hemos encontrado a su hijo, es uno de los hombres del 11.º

Batallón del Regimiento de Devon, en cuanto tuvimos esa información, se envió un telegrama al oficial al mando de dicho batallón, pero el teniente Collingwood ya había sido enviado junto a sus hombres al frente en el valle del río Somme. De momento, no podemos solicitar el traslado de su hijo hasta Arrás, debemos esperar hasta que regrese junto a su batallón, pero el oficial a cargo del campamento, el coronel Foch tiene orden de darlo de baja inmediatamente y enviarlo al destacamento de Doullens, ya ahí usted podrá reunirse con él y llevarlo a casa. Espero que estas noticias le den paz y felicidad a usted y su familia. Me despido, con afecto. Benjen Danchester. Décimo Duque de Oxford. Luciano fue arrasado por un torbellino de emociones contradictorias que le provocaron risas y llanto al mismo tiempo; por una parte, se sentía feliz y esperanzado al leer esas noticias. Sin embargo, por la otra, lo llenó de pavor el hecho de que su hijo estuviera en el valle del Somme, sabía que en esos momentos era el lugar más peligroso de todo el frente Occidental, las bajas que sufrían a diario ambos bandos eran alarmantes, pues los alemanes estaban usando su arma más letal: El gas mostaza. Viajó hasta Venecia para darle la noticia a su esposa, pero ella una vez más se llenó de impaciencia cuando él le dijo que no podía traerlo aún; lo presionó tanto que tuvo que decirle que Fabrizio estaba en el frente. Le rompió el alma ver cómo el dolor desencajaba el rostro de su mujer, era como si acabara de golpearla, ella se dejó caer en el sillón y su mirada se perdió en el jardín, mientras las lágrimas bañaban sus mejillas; Luciano se sentó a su lado, deseando consolarla. —Fiorella… mi amor… —susurró, pero ella no se volvió para mirarlo, era como si no lo escuchara; sin embargo, insistió porque no podía verla sufrir así—. Fiorella… sé que no he sido el mejor esposo, también sé que no fui el mejor padre, te fallé a ti… a Fran, pero sobre todo le fallé a nuestro hijo… acepto mi culpa y te pido perdón, por favor, Fiorella perdóname… yo solo quería ser un buen padre, eso intento todos los días, por favor, ya no me trates así ni me eches de tu lado… yo te amo y amo a mis hijos, por eso te prometo que lo traeré. Fabrizio Alfonzo volverá con nosotros así sea lo último que haga —Le hablaba con la garganta inundada por las lágrimas, más ella seguía ignorándolo, así que se puso de pie—. Regresaré mañana a Doullens, aunque antes debo reunirme con algunas personas en Florencia —pensó decirle que necesitaba más dinero, pero prefirió callar, sin recibir respuestas, se encamino para salir, pero antes de hacerlo la voz de su esposa lo detuvo. —Luciano… —Él se volvió al escuchar su voz, con la mirada brillante de emoción, pero ese sentimiento se desvaneció, al ver que ella seguía mirando hacia el jardín—. Solo tráelo… trae a mi niño… y si no puedes hacerlo; entonces, no regreses —expresó sin vacilación. Esas palabras dichas por la mujer que amaba, eran mucho más de lo que él podía soportar, tragó sus lágrimas y salió una vez más. Fransheska estaba detrás de la puerta y escuchó la conversación, el corazón se le encogió de dolor cuando escuchó las últimas palabras de su madre, aunque ella también estaba dolida con su padre, no quería que se separaran y que su familia se destruyera. Se alejó antes de que su padre saliera y la descubriera allí, se escondió en uno de los pasillos, le dolió verlo llorando de esa manera, por lo que se acercó y le dio un abrazo, dejando caer un par de besos en su mejilla.

—Gracias, mi princesa —susurró, limpiándose las lágrimas. —¿Ya te vas? —inquirió, mirándolo a los ojos. —Me gustaría quedarme un poco más, pero tengo que ir a Roma a ver si consigo otro préstamo, necesitaré dinero para traer a tu hermano. —Vende el piano, padre. —Lo vio negar, sorprendido—. Recuerdas que la señora Grimaldi siempre que iba a la casa decía que le gustaría tener uno así… estoy segura de que, si le dices, ella lo comprará enseguida. —Mi amor, no puedo hacer eso, te encanta tu piano y lo tocas muy bien —dijo mirándola a los ojos, no quería que ella se sacrificara. —Sí, me encanta mi piano, pero quiero más a Fabrizio… y si el dinero que den sirve para que él regrese, entonces no dudes en tomarlo. —Mi princesa —esbozó Luciano y las lágrimas se hicieron presentes una vez más. La abrazó con fuerza y le dio muchos besos. Regresó a Florencia para hacer lo que su hija le había pedido, tal como pronosticó, la señora Grimaldi compró el piano por un valor mayor al que él le había pedido, pues sabía la situación en la que estaban y lo difícil que debía ser para su hija, desprenderse del instrumento. Su amigo Lorenzo Lombardi, también le entregó algo de dinero, aunque el olivar no iba del todo bien, quiso aportar su parte para tener a Fabrizio de vuelta, pues para él era como un hijo más. Luciano tenía todo listo para salir hacia Doullens en un par de días, aunque el coronel Smith le había dicho que era mejor que esperara en Florencia, él no podía quedarse allí, necesitaba estar presente el día que su hijo llegara al campamento y poder darle un abrazo. Escuchó un llamado a la puerta y dio la orden a Anna para que entrara, ella, la cocinera y el jardinero eran los únicos que seguían en la casa, pues tuvo que prescindir del resto del personal por no tener cómo pagarles. —Acaba de llegar otro telegrama —esbozó, entregándoselo. Abrió el sobre y lo que leyó fue una de las peores noticias de su vida, como si no fuese suficiente con todo lo vivido, el coronel Smith, le informaba que su hijo había caído en el frente tras quedar expuesto al gas mostaza, pero gracias a Dios aún se encontraba con vida. Le hizo saber que había sido trasladado hasta un hospital militar; e hizo énfasis en que no podría verlo porque no se admitían civiles. También dejó claro que Fabrizio tendría más probabilidades de vida, si era trasladado hasta Londres, pero que debía esperar a que fuese su turno, porque contaban con pocos recursos, y había otros pacientes en la lista de espera; la otra opción era un traslado privado y que él conocía al personal que se encargaba de ello, porque lo usó con su hermano hacía un par de meses, cuando contrajo una infección en el hospital, pero el servicio era muy costoso y debía pagarse en efectivo. —¡Dios mío!… ¿Qué voy hacer ahora? —preguntó, llevándose las manos a la cabeza, mientras lloraba con desesperación. Su mente estaba a punto de colapsar, pero consiguió sobreponerse luego de que Anna le diera un té de tilo para que se calmara, él lo combinó con unos calmantes de poca intensidad, porque no necesitaban que lo noquearan, sino que le ayudaran a centrarse y pensar. Decidió emprender su viaje esa misma noche, primero llegó a Roma para saber si podía obtener otro préstamo, pero se lo negaron, lo mismo pasó en París y en Londres, la economía en Europa había sido casi devastada por la guerra y ningún banco estaba dando préstamos ni haciendo hipotecas. Su última opción estaba en América, por lo que envió un telegrama para reunirse con Brandon Anderson, era su única esperanza; había conocido al joven en una reunión benéfica, donde tanto el banco como sus laboratorios ayudaban en un hospital pediátrico. El americano contaba con dinero

para dotar las salas de cura y él con medicamentos, desde entonces había mantenido una relación profesional, aunque no era mucha la confianza que le tenía, debía mover su última pieza. Sin pensarlo mucho, compró un boleto para viajar a América, pidiendo al coronel Smith que mantuviesen el contacto con él por telegramas y que al más mínimo acontecimiento con su hijo se lo hiciesen saber. Cuando llevaba quince días en altamar, recibió la primera noticia acerca del estado de Fabrizio, el coronel Smith le informó había tenido la oportunidad de ver a su hijo y que todo estaba bien, que se encontraba estable y que estaba siendo muy bien cuidado. Cuando por fin arribó a suelo americano, fue recibido por un empleado de Anderson, quien lo llevó hasta el hotel Palace donde se hospedaría. Al día siguiente, fue la reunión con Brandon en uno de los salones privado del hotel; Luciano lo puso al tanto brevemente sobre su situación y el joven magnate le entregó el dinero sin titubear. Después de una amena conversación, Brandon tuvo que retirarse, ya que tenía otros asuntos pendientes; Luciano le agradeció una vez más y sin perder tiempo, salió rumbo al puerto para comprar el pasaje que saliera con más prontitud hacia Francia. De regresó al hotel, ya con el boleto en su bolsillo, se sentía feliz y esperanzado, pasó por recepción a buscar sus llaves y uno de los jóvenes le entregó un telegrama. Luciano le agradeció y subió a su habitación, dejó su chaqueta sobre la cama y se dispuso a leer. Amiens, 01 de octubre de 1916. Señor Luciano Di Carlo. Es mi penoso deber informarle que sufrimos un ataque sorpresivo por parte de los alemanes, la madrugada de ayer, los bombarderos consiguieron atravesar el espacio aéreo francés y atacaron la ciudad de Doullens. Uno de sus blancos fue el hospital militar donde se encontraba su hijo en recuperación, lamentablemente el bombardeo no dejó sobrevivientes, créame que lamento mucho su pérdida y le hago llegar mis más sinceras condolencias. Le estaré informando el lugar donde será sepultado su hijo. Coronel Jonathan Smith. Fuerza Expedicionaria Británica. Luciano comenzó a temblar y el mundo pareció detenerse a su alrededor, solo escuchaba un zumbido dentro de su cabeza, como si acabaran de darle un golpe muy fuerte; sin embargo, no salía una sola lágrima, era como si no pudiese derramarlas. Intentó tomar aire y una punzada aguda atravesó su pecho, impidiéndole que llevara a cabo esa acción tan sencilla, de inmediato tuvo la extraña sensación de que su corazón había dejado de latir, aunque como médico, sabía que eso era imposible, a menos que estuviera sufriendo un infarto. Se le cerró la garganta como si alguien lo estuviera estrangulando y su boca se volvió tan seca, que apenas podía mover su lengua que se había entumecido, empeorando esa sensación de asfixia que lo embargaba y que acompañó a un ataque de nauseas. Una fuerte presión se apoderó de su pecho, haciéndolo doblarse hacia delante; sus dedos temblorosos dejaron caer el telegrama y entró en pánico cuando su vista se nubló mientras su transpiración se tornaba fría y pegajosa. Con pasos trémulos se acercó hasta el teléfono y consiguió marcar el número de recepción, su lengua estaba demasiado pesada, pero al menos pudo esbozar la palabra «ayuda» junto a su nombre. Luego cayó estrepitosamente, golpeándose el costado que terminó de sacar el poco aire que había en sus pulmones; al fin las lágrimas se hicieron presentes y un sollozo le desgarró la

garganta, mientras recordaba algunos de sus momentos junto a Fabrizio. Desde que lo sintió por primera vez en el vientre de su mujer, hasta el último beso que le dio en la frente estando en la habitación del colegio. Fue presa de una crisis nerviosa y la habitación comenzó a darle vueltas, quería ponerse de pie y salir para reunirse con su pequeño, tener las fuerzas para verlo una vez más, pero su cuerpo había colapsado y ni siquiera podía gritar, el dolor le había robado la voz; mientras las palabras de Fiorella hacían eco en su mente. «Solo tráelo, trae a mi niño… y si no puedes hacerlo… entonces, no regreses…» De pronto escuchó que alguien llegaba a la habitación y le hablaba, pero él no podía escucharlo, por lo que tampoco conseguía responderle. Solo sentía una presión tan fuerte en su pecho, que estaba seguro de que su corazón explotaría, se llevó las manos para intentar calmar su sufrimiento, pero el hombre junto a él las alejó y puso una pastilla debajo de su lengua; después de eso, la oscuridad se apoderó de su mirada y perdió la conciencia. Cuando despertó vio al doctor del hotel a su lado, luego de hacerle algunas pruebas de rutina, como hacerle mover las pupilas, parpadear y un par de ejercicios más para comprobar que su cerebro no había tenido ningún daño, le explicó que había sufrido lo que era conocido como el inicio de un ataque al corazón. Le ordenó descansar y le dio un frasco de pastillas, indicándole que debía tomar una diaria y que debía mantener una dieta balanceada. Luciano supuso que había notado lo delgado que estaba, al ver que sus prendas le quedaban muy grandes, estaba acostado en su cama y no tenía su camisa, aún sentía la presión en su pecho y la lengua entumecida. Apenas el doctor abandonó la habitación, él se levantó lentamente y respiró despacio, pues cada vez que inhalaba profundo, el pecho le dolía, lo masajeó para aligerar su malestar, sentía las piernas muy débiles al apoyarlas en el suelo, por lo que no pudo ponerse de pie, solo se quedó sentado al borde de la cama. Paseó su mirada por la habitación buscando el telegrama, lo vio sobre la mesa cerca de la ventana y una vez más intentó levantarse, pero no lo consiguió; tal vez eso era lo mejor, porque si lo leía de nuevo, acabaría sufriendo otro ataque. Sin embargo, eso no evitó que se hundiera en la desesperación, mientras un montón de interrogantes llegaban a su cabeza, atormentándolo. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo le diría a Fiorella que su hijo estaba muerto? ¿Cómo aprendería a vivir sin su hijo? ¿Llegaría ella a perdonarlo?… No encontraba las respuestas, porque todo lo que sentía en ese momento era dolor y desolación, desesperanza y tristeza; lo peor era que su lengua seguía medio dormida, por lo que ni siquiera podía expresar en palabras su sufrimiento y su desesperación al saber a su hijo muerto y que su familia acababa de ser destrozada, porque Fiorella jamás le perdonaría que Fabrizio hubiese muerto por su culpa. Los medicamentos que le suministraba el doctor cuando iba a verlo, lo mantenían sedado y él agradeció que fuera así, porque al menos durante ese tiempo, no sufría por la pérdida de su hijo. Su colega también lo había obligado a comer, ya que desde recepción le informaban cuando no pedía servicio a su habitación, el hombre llegaba dándole un sermón, que Luciano apenas si escuchaba; le daba lo mismo seguir vivo, porque lo había perdido todo. Cuando por fin salió de la habitación, no sabía exactamente qué hora ni menos qué día era, había perdido noción del tiempo desde que leyó el telegrama. Comenzó a deambular por las calles de Nueva York, sin un rumbo y el frío calaba en sus huesos, ni siquiera se preocupó por abrigarse antes de salir. Levantó la mirada al cielo, notando que una gruesa capa de nubes oscuras amenazaba con dejar caer un diluvio; bajó la mirada rápidamente porque no quería mirarlo. Estaba demasiado molesto con Dios en ese instante, se había cansado de rogarle con lágrimas y de

rodillas que le permitiese recuperar a su hijo, pero ignoró cada una de sus súplicas, castigándolo de la manera más cruel que pudiera existir; como una respuesta a su reclamo, el cielo se abrió y la lluvia empezó a caer, por lo que buscó refugio en un bar. Cuando entró, estaba titiritando de frío, por lo que caminó hasta la mesa del fondo y pidió un café para entrar en calor; el hombre que lo atendió le ofreció un whisky, pero Luciano negó con la cabeza y le dijo que estaba tomando medicamentos muy fuertes. Un minuto después, ponían delante de él una taza de café humeante, quiso darle un gran sorbo, pero su garganta apenas le permitió que pasara un pequeño trago y las lágrimas una vez más se hacían presentes. —Dios mío… si me das otra oportunidad, si me regresas a mi hijo… juro que seré un mejor padre… —susurró, mirando la oscura bebida—. Juro que… que lo apoyaré en todo, por favor, regrésame a mi hijo… haz que todo sea una equivocación y que él no estuviera en ese hospital sino en otro… devuélveme a mi Fabrizio Alfonzo, por favor… te lo suplico —Fue interrumpido por una conversación que llevaban a cabo dos hombres en la mesa frente a él, al parecer discutían, pero no alcanzaba a escuchar con claridad el motivo de la disputa. Decidió no prestarle atención y estaba por darle otro sorbo a su café, pero la taza quedó a medio camino cuando sus ojos captaban a su hijo, era Fabrizio Alfonzo. Dejó la taza sobre la mesa antes de que se le cayera y siguió con la mirada al joven, solo podía ver su perfil, pero estaba seguro de que era su hijo, dos años sin verlo no harían que se olvidara de su rostro, lentamente se puso de pie para acercarse a él, su movimiento hizo que se volviera y lo mirara antes de salir. —¡Vamos, hagamos esto ahora, no tendremos otra oportunidad! —Le exigió uno de los hombres que le discutía al otro. —Más te vale que sea quien dices, o nos meteremos en problemas con el jefe —murmuró, poniéndose de pie y se llevó la mano detrás de su chaqueta, ajustando el revólver que llevaba. Luciano fue embargado por un mal presentimiento al ver la acción del italiano, lo supo por su acento, ese hombre era de Sicilia, sacó un billete con manos temblorosas y lo dejó como pago, se disponía a salir cuando ellos le cortaron el paso, impidiéndole ir detrás de su hijo. Su mente era un torbellino en ese momento, pero en medio de todos sus pensamientos se fue por la explicación más lógica, tal vez su hijo había sido enviado América por equivocación. Caminó tan deprisa como sus piernas trémulas se lo permitían, Fabrizio iba a pocos metros de él, caminaba con la cabeza baja como si algo lo preocupara, lo vio sacar un gorro de su chaqueta para ponérselo, luego se acomodó la bufanda y metió las manos dentro de los bolsillos de su abrigo, estaba haciendo bastante frío. Luciano lo siguió hasta que se detuvo junto a un auto negro, la calle estaba completamente sola; caminó más de prisa al ver que los dos hombres apuraban el paso en dirección a su hijo y de pronto vio cómo se abalanzaban sobre él. Fabrizio comenzó a forcejear con los dos hombres que lograron quitarle las llaves del auto y abrieron la puerta, empujándolo para que subiera, pero él se resistía con todas sus fuerzas y lanzó un par de golpes, asestando uno de ellos, que intentaba sujetarlo; él otro hombre sacó su revolver y lo apuntó, de inmediato el miedo caló profundo dentro de Luciano y comenzó a correr. —Déjenlo en paz!… ¡Suéltenlo… es mi hijo! —gritó mientras corría con la desesperación brotando de cada uno de sus poros. Enfureció al ver cómo maltrataban a Fabrizio, en ese momento él levantó la mirada ante los gritos desesperados; solo se distrajo un momento, pero uno de ellos aprovechó para golpearlo en la cabeza y dejarlo tan aturdido, que logró meterlo dentro del auto. El otro delincuente bordeó el vehículo y subió al puesto del piloto, al tiempo que quien lo había golpeado, dejaba a su hijo en el asiento trasero, seguramente desmayado y subía al lugar del copiloto.

Luciano se sintió impotente al ver cómo el auto se alejaba y que sus piernas no tenían la fuerza suficiente para seguirlo; sin embargo, no dejaba de correr para alcanzarlo. No supo lo que sucedió dentro del auto, pero en cuestión de segundos vio cómo empezaba a ir en zigzag y terminó estrellándose contra un poste de alumbrado, el corazón se le detuvo una vez más, ante el grado de la colisión y al ver cómo el poste caía encima del auto, casi aplastándole el techo.

Capítulo 48 Parecía que el destino estaba empeñado en alejarlo de su hijo, pero esta vez no dejaría que eso pasara, salvaría a Fabrizio, aunque eso le costase la vida. Recuperó el aliento y siguió corriendo; cuando solo le faltaban un par de metros para llegar, vio que el hombre en el puesto del copiloto salía por la ventanilla y luego se echaba a correr con algo de dificultad, evidentemente, iba herido. Luciano recorrió la distancia que lo separaba del auto y se dobló para mirar por la ventanilla trasera, había mucha sangre salpicada en los cristales, pero alcanzó a ver a su hijo desmayado en el asiento. Sin perder tiempo, tiró de la manilla para abrir la puerta, pero había quedado trabada por el impacto; miró a todos lados, a ver si había alguien que los ayudase, pero la calle estaba vacía. No quería alejarse de ese lugar para buscar a la policía y que ellos trajeran a los bomberos, no sabía si el hombre que se había marchado regresaría con alguien más para llevarse a su hijo, era evidente que habían intentado secuestrarlo. No obstante, necesitaba hacer algo y supo que debía ser pronto, porque el auto estaba derramando su combustible y las líneas eléctricas desprendían chipas muy cerca, por lo que solo era cuestión de tiempo para que el auto se incendiase. —¡Dios mío, ayúdame, por favor! ¡Dame las fuerzas para sacarlo!… Si me lo regresaste, ayúdame a salvarlo —rogó en medio de un llanto desesperado, pero se obligó a concentrarse y actuar. Comenzó a golpear con sus puños el vidrio, sentía que sus acciones eran en vano y miró a su alrededor buscando algo con que golpear la ventanilla y como si Dios lo hubiese escuchado, vio un tubo de hierro junto a un contenedor de basura. Corrió con rapidez para agarrarlo y cuando regresó vio que su hijo comenzaba a reaccionar y se quejaba. —Fabri… te voy a sacar… soy tu padre, aquí estoy Fabrizio Alfonzo, aquí estoy… no te preocupes, yo te salvaré —dijo y golpeó con mucha más fuerza el cristal que no tardó en quedar hecho añicos. Sin embargo, había un obstáculo más, una de las líneas había quedado justo en la puerta, por lo que sabía que la carrocería debía estar recibiendo electricidad. Se estaba quedando sin tiempo, así que se armó de valor y retiró el cable, aguantando la descarga eléctrica de la que trató de recuperarse lo más rápido posible. Metió la mitad de su cuerpo por la ventanilla, ni siquiera sentía el dolor de las heridas que le provocaban las esquilaras que había quedado del vidrio roto. Con manos temblorosas empezó a acariciar el rostro de su hijo y sollozó con fuerza; era su Fabrizio Alfonzo, estaba vivo. —Todo va a estar bien, te voy a sacar de aquí —esbozó casi ahogándose con su llanto—. Voy tener que tirar de tu cuerpo para sacarte, Fabrizio… es posible que sea peligroso porque no se si tienes alguna fractura o hemorragia, pero tengo que hacerlo y ya después repararemos lo que haya que reparar. Ahora no puedo esperar porque esto va a explotar… —Le dijo con la voz entrecortada por los sollozos, mientras empezaba a jalarlo fuera del auto y escuchó como su pequeño se quejaba por el dolor—. Sé que te duele, pero todo estarás bien… te voy a sacar, ya

casi… ya casi… Al fin logró sacarlo y se llenó de terror cuando las piernas de su hijo se estrellaron contra el pavimento, provocando un sonido fuerte, aunque no llegó a escuchar nada parecido al que hacían los huesos al quebrarse y que él conocía, pues se había hecho dos fracturas en su vida. Sin embargo, el alivio le duró poco, porque una chispa alcanzó al combustible y el fuego rápidamente se propagó por la carrocería, Luciano sacó fuerzas de donde no tenía y haló el cuerpo de su hijo para evitar que las llamas lo alcanzaran. Dio un tras pie y cayó de espaldas llevando a Fabrizio consigo, luchó por ponerse de pie una vez más, pero el cuerpo de su hijo estaba muy pesado y apenas pudo arrastrarse un par de metros; por suerte, fue lo suficiente para evitar que la explosión del auto los alcanzara. Luciano le dio las gracias a Dios por haberle permitido el tiempo justo para salvar a su hijo; se esforzó de nuevo por ponerlo en pie y lo consiguió, luego lo subió sobre su espalda para llevarlo a un hospital, apenas podía caminar, pero el miedo le daba más fuerzas, caminó dos calles más abajo donde pudo tomar un taxi. El chofer se sorprendió al ver el estado de su hijo y de inmediato le preguntó qué había pasado, Luciano respondió lo primero que se le vino a la cabeza y dijo que los habían asaltado. Luego le pidió que lo llevase al hotel Palace, el hombre veía por el retrovisor como el italiano acariciaba el rostro del joven y lo miraba, evidentemente era su padre. —Deberíamos llevar a su hijo a un hospital —sugirió el chofer. —No… no, yo mismo lo curaré, soy médico —contestó con voz temblorosa y posó una vez más la mirada en su hijo que descansaba medio cuerpo en sus piernas—. Todo va a estar bien… Fabrizio… —susurró mientras miraba sus manos ensangrentadas. —Señor… tomé esto, le servirá para detener la hemorragia —Le dijo pasándole una bufanda —. Lo dejó un cliente olvidado, iba de camino al puerto, así que dudo que regrese a buscarlo. —Muchas gracias —respondió Luciano, tomándola y con cuidado envolvió la cabeza de su hijo, dándole unas tres vueltas. Cuando llegaron al hotel era casi medianoche, por lo que solo estaba un botones y el recepcionista; bajó con la ayuda del chofer, quien llamó al botones. Se alarmó al ver el estado del joven que acompañaba al huésped, llevaba todo el rostro manchado de sangre que bajaba por su frente, apretaba los párpados con fuerza y apenas conseguía mantenerse en pie, aferrándose al italiano. —Déjeme buscarle una silla de ruedas —mencionó porque daba la impresión de que el joven acabaría desplomándose en medio del vestíbulo. Salió de prisa al lugar donde las guardaban. —¿Qué le ha sucedido, señor Di Carlo? —preguntó el recepcionista, en cuanto lo reconoció, se acercó para atenderlo. —Nos asaltaron… es mi hijo… salíamos de un restaurante y dos hombres intentaron quitarnos nuestras pertenencias, mi hijo se resistió y lo golpearon —Le dio una versión mejorada de lo que le había dicho al chofer, porque no sabía cómo explicar todo lo sucedido. —El doctor ya se ha retirado, pero si desea podemos llamar a uno del hospital privado Saint Joseph, casi siempre hay alguien de guardia para atender este tipo de emergencias. —No se preocupe, yo me encargaré de curarlo, solo necesito un botiquín de primeros auxilios, también si me puede facilitar unos analgésicos y una inyección de toxina de tétano, supongo que el doctor Morrison tendrá en su oficina —pidió, mirándolo a los ojos. —Sí, el doctor cuenta con muchos materiales que podrían servirle, pero necesito que acompañe a Ronald para que le diga cuáles son, porque nosotros no conocemos esos medicamentos que pide. Yo cuidaré de su hijo —pronunció, notando que el hombre dudaba.

—Está bien… lléveme al consultorio del doctor. Luciano cedió porque sabía que era urgente que atendiera a su hijo, ver la gravedad de la herida, aunque lo que había tanteado hasta el momento, no parecía tan seria, pero era mejor que no perdiera tiempo. Entró al lugar y lo primero que buscó fue alcohol, debía desinfectarlo para evitar una infección, luego agarró el botiquín que Ronald le entregó y lo revisó, tenía de todo para hacerle la sutura, abrió un armario y consiguió las inyecciones que necesitaba. Ya en la habitación le pidió al botones que lo dejase solo; empapó una gasa con alcohol y con cuidado fue limpiando la herida, mientras intentaba no derramar sus lágrimas, al escuchar cómo se quejaba su hijo. Al terminar, buscó una vasija con agua en el baño y comenzó a limpiarle el rostro con un paño, comprobando que estaba en lo cierto. —Por Dios… qué haces aquí Fabrizio, ¿Cómo viniste a parar en América? —preguntó, meciéndolo como si fuese un niño. Después de una hora había terminado, le quitó la ropa manchada de sangre y le puso uno de sus pijamas, luego lo dejó dormir tranquilamente, el sedante que le administró vía intravenosa ayudó mucho a ello. Se quedó admirándolo y apenas podía creer cuánto había madurado en ese tiempo, sus rasgos eran más fuertes y su contextura física también; su pequeño se había convertido en todo un hombre. Sonrió al recordar lo que le había contado en la primera carta que les envió, de todo el ejercicio que lo obligaban hacer y lo calórica de las comidas, suponía que a eso se debía que estuviera tan pesado. No supo cuánto tiempo estuvo admirando a su hijo, solo fue consciente de que las horas habían transcurrido cuando vio los primeros rayos del sol asomarse por el horizonte y le agradeció a Dios por ese nuevo día y por haberle regresado a su hijo. Se puso de pie, recogiendo la ropa de Fabrizio y caminó al baño para darse una ducha; en cuanto entró, se quitó sus prendas y las tiró junto a las de su hijo en el cesto de la basura, porque habían quedado arruinadas. Cuando salió, su hijo seguía dormido, miró su reloj sobre la mesa de noche y supo que apenas habían pasado seis horas desde que le puso el sedante, así que dormiría por unas seis horas más. El agotamiento también hacía estragos en él, así que decidió dormir algunas horas; caminó hasta el largo sillón junto al ventanal y lo rodó para que quedara más cerca de la cama. Se tendió y una vez más se quedaba mirando a su hijo, hasta que por fin el sueño cerró sus párpados cansados, sumiéndolo en un profundo sueño, por primera vez en dos años. Despertó sobresaltado, al imaginar que todo había sido un sueño, pero el alivio lo embargó por completo, cuando abrió sus ojos y vio que su hijo seguía allí. Sin embargo, notó de inmediato que algo era distinto, cuando su mirada se encontró con unos ojos zafiros que lo miraban con una mezcla de desconcierto y miedo; lentamente se levantó hasta quedar sentado en el sillón. —¿Estás bien, hijo? —preguntó, confuso ante la actitud de Fabrizio, lo miraba como si fuese un extraño. —¿Quién es usted? ¿Qué hago aquí? —preguntó con voz ronca. —Tuviste un accidente, pero ya estás bien —dijo acercándose hasta él y tomando asiento a su lado, para revisar la herida. —No recuerdo, nada… no sé qué hago aquí… ¿Quién es usted? —preguntó, alterándose e intentó ponerse de pie. —Cálmate, por favor, hijo, tienes una herida en la cabeza, si te alteras podría irse una de las puntas —Luciano le sujetó la mano. —¿Qué me pasó? ¿Por qué no recuerdo nada…? —preguntó con las lágrimas a un pestañeo de ser derramadas—. Me duele demasiado la cabeza —acotó con voz temblorosa e intentó tocarse la

herida. —Tranquilo aún estás confundido por el golpe que te diste, seguro la inflamación está bloqueando tus recuerdos, pero pronto pasará… Te daré un calmante para que te pase el dolor — mencionó, buscando un comprimido en la mesa de noche, se lo extendió con un vaso con agua. Después de unos minutos su hijo volvió a quedarse dormido, mientras Luciano lo miraba, fue asaltado por las dudas y su corazón se desbocó al imaginar que el joven frente a él no fuese Fabrizio, aunque era algo desde todo punto de vista irracional. Debía ser su hijo porque no podía existir otra persona tan parecida a Fabrizio, ni siquiera se podía justificar ese hecho, al decir que era gemelo, porque su esposa trajo un solo bebé al mundo, él podía dar fe de ello, ya que fue quien la asistió en el parto que atendió en su casa. Pasaron dos días y su hijo no presentaba ninguna mejoría, a pesar de que le estaba administrando medicamentos para la inflamación y los dolores de cabeza, él seguía sin recordar nada de su pasado, ni siquiera reconoció a su madre y su hermana cuando les enseñó sus fotografías. Todo eso hacía que Luciano pusiera en tela de juicio las teorías que se había formado, para explicar por qué su hijo estaba en América y no en Francia, como se suponía; mientras se bañaba, no podía dejar de pensar en todo lo sucedido en los últimos meses y el telegrama que le envió el coronel Smith, donde le confirmaba la muerte de Fabrizio. Al terminar con su baño, se envolvió en una bata de felpa y salió, pues era de la cura de Fabrizio; se sorprendió al encontrarlo sentado frente al espejo, con unas tijeras en las manos con las que se mutilaba el cabello. Luego de salir de su asombro, caminó de prisa hasta él y le quitó las tijeras con cuidado, para que dejara de cortar su cabello, podía lastimarse la herida si no tenía precaución; su hijo lo miró sorprendido. —¿Qué haces Fabrizio Alfonzo?… No puedes estar de pie, aún estás muy débil… ¿Por qué te estás cortando el cabello? —preguntó desconcertado, mirando por dónde podía arreglar lo que había hecho. —Está muy enredado y me molesta… además, no puede curarme bien —comentó, mirándolo a través del espejo. —Tienes razón, pero debiste esperar a que yo lo hiciera, ahora será difícil arreglar esto que has hecho —comentó mirando los boquetes que se había hecho en la parte donde tenía la herida. Él apenas si le había retirado un poco con la hojilla de afeitar para suturarle. —Córtelo todo, será más práctico —respondió con tono ausente. —Si es lo que deseas, déjame ver qué puedo hacer —dijo tomando las tijeras y comenzó a cortarlo lo mejor que podía—. ¿Aún te duele la cabeza? —preguntó, notando que la herida no estaba tan inflamada. —Ya no tanto, pero la siento muy pesada todavía… ¿No podría cortarlo un poco más? — preguntó, viendo que no se veía muy bien. —No, es todo lo que puedo hacer con las tijeras, al menos que quieras que te pase la hojilla —contestó, mirándolo a los ojos a través del espejo, imaginando que era así como lo usó en el ejército. —Entonces utilice la hojilla —dijo con determinación. —¿Por qué quieres hacerlo? —Le preguntó y Fabrizio se alzó despreocupadamente de hombros. —No lo sé…. Solo no quiero tener cabellos, solo eso —respondió sin darle importancia al asunto. Luciano solo asintió y se encaminó al baño para regresar un minuto después con lo que utilizaría.

—¿Todavía no recuerdas nada…? No lo sé, parte de lo que te he contado o algún episodio que quisieras compartirme —Le preguntó, porque realmente lo atormentaban las dudas, necesitaba que le asegurara que era su Fabrizio Alfonzo y que recordaba todo; no le importaba si con esos volvía la rabia que vio en él la última vez. —No puedo… y si intento esforzarme para recordar lo que me ha contado, empieza a dolerme la cabeza —contestó, observando cómo su cabeza iba quedando sin un rastro de cabello. —Entonces no te esfuerces… las cosas se darán de a poco, volverás a ser el mismo de antes, sin importar el tiempo que eso te lleve —dijo para alentarlo y no pudo evitar reír al verlo completamente calvo—. Sí que has cambiado… ahora ya no hay más que hacer, así que tendrás que acostumbrarte a verte así por un tiempo —agregó, admirándolo. —Así está bien. —Fue lo único que mencionó, al tiempo que fruncía el ceño y examinaba su imagen en el espejo. —Vamos a curarte…. ¿Sabes cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó, mientras limpiaba con alcohol la herida y él negó—. Dos días —le hizo saber, dejando libre un suspiro, recordando que el barco a Europa partiría al día siguiente y no podía perderlo. Debía ir al puerto para comprarle un boleto a su hijo; llevaba los documentos de Fabrizio con él, así que no tendría problemas para sacarlo del país. Un toque a la puerta lo sacó de sus cavilaciones, se puso de pie para abrir mientras se retiraba los guantes, debía ser el servicio, ya que había pedido el desayuno, vio que el joven hacía una mueca cuando le hizo un ademán para que se acercara a la mesa. —No tengo apetito —murmuró, sacudiendo el cabello que había quedado pegado a su rostro. —Debes comer… aún estás muy débil —indicó con tono paternal, caminó al baño y regresó con una toalla húmeda que le ofreció para que le fuese más fácil limpiarse—. Después regresarás a la cama. Su hijo asintió y caminó a la puerta, no tenía sentido negarse porque sabía que él no desistiría, aún lo notaba muy reacio a hablar, a veces lo veía meditabundo, se quedaba mirando por la ventana, pero sin ver nada en concreto, eso lo llenaba de dudas y angustias. —¿Dónde estamos? —preguntó de repente, volviéndose a mirarlo. —En Londres… —Luciano no supo por qué le dijo eso en lugar de la verdad, pero ya no podría retractarse, porque lo confundiría aún más, así que decidió continuar—: Fabrizio… sé que no puedes recordarlo, pero hace dos años escapaste del colegio donde estudiabas y te enlistaste como voluntario en la Fuerza Expedicionaria Británica, durante dos años estuviste batallando en el Frente Occidental. —¿Fui a la guerra? —inquirió con el ceño fruncido. —Sí… lo hiciste para retarme… sucedieron muchas cosas que hicieron que te molestaras conmigo, yo tuve la culpa porque fui muy intransigente y no te escuché… tú necesitabas apoyo, pero yo simplemente creí que imponiéndome y obligándote hacer lo que no querías, arreglaría las cosas, que tú en algún momento ibas a darte cuenta de que todo lo que hacía era por tu bien… que lo único que quería era tu bien —esbozó con la voz ronca por tener que contener los sollozos, pero no pudo hacerlo por mucho tiempo y rompió a llorar. —Está bien, yo no quise… —Se detuvo, porque no sabía qué decir, era como si estuviese hablando de alguien más; sin embargo, ver el dolor en el hombre que se decía su padre, lo angustió—. Ya no llore más, por favor… Lo lamento mucho, lamento haberle hecho pasar por todo esto… a usted y su familia —murmuró, bajando el rostro. —Nuestra familia… es nuestra familia, Fabrizio —dijo mirándolo a los ojos y lo vio asentir, se acercó y lo envolvió entre sus brazos, dándole un abrazo muy fuerte—. Perdóname por todo lo

que hice, solo pensé que era lo mejor, pero en estos dos años he mirado las cosas desde otra perspectiva y tú tenías razón, un buen padre es aquel que apoya a sus hijos y no los deja solo cuando más lo necesitan… yo te dejé solo y voy arrepentirme toda la vida por ello. —Se movió para mirarlo a los ojos y le sujetó las manos—. Por eso te prometo que seré un mejor padre de ahora en adelante, te escucharé y respetaré tus decisiones, también voy apoyarte alcanzar cada uno de tus sueños, y si lo que quieres es ser abogado, entonces lo serás… serás el mejor abogado del mundo y yo estaré a tu lado siempre, brindándote mi apoyo incondicional, como debe hacerlo un buen padre. La emoción al fin rebasó a su hijo y dejó libre ese llanto que parecía haber estado conteniendo por mucho tiempo, Luciano se acercó y lo abrazo una vez más para hacerle sentir que podía contar con él; esa guerra le había hecho mucho daño y lo había endurecido, pero estaba seguro de que, con el tiempo, su hijo volvería a ser el mismo. Estuvieron un rato más charlando sobre su pasado y lo que había sucedido en esos dos años, Luciano no quería atormentarlo con todo eso, pero él seguía interrogándolo. Tal vez deseaba ir llenando el vacío que tenía en su memoria y por eso no dejaba de preguntar. Después de las emociones vividas la noche anterior, Luciano se sentía mucho más liviano, era como si esa conversación con su hijo le hubiese quitado la pesada carga que llevó durante dos años sobre su espalda. Se levantó temprano y se metió al baño, debía ir al puerto para comprar el boleto y también tenía que comprarle algo de ropa a Fabrizio, porque había crecido tanto, que dudaba que alguna de sus prendas les quedase bien, cuando salió, lo consiguió despierto, mirando por la ventana una vez más, había tanta nostalgia en él que de nuevo lo azotaron las dudas y los miedos. —Veo que ya estás despierto, pediré el desayuno —mencionó, para sustraerlo de ese estado de letargo donde casi siempre se sumía. —Está bien… ¿Puede preguntar si tienen crostata con salsa de fresas? —pidió con un brillo infantil en la mirada. —Por supuesto —esbozó Luciano feliz, porque al menos había recordado uno de sus desayunos favoritos. Mientras desayunaban, Luciano pensó que era momento de ponerlo al tanto del viaje que emprenderían; solo que no sabía cómo haría para justificar todo el tiempo que estarían dentro de un barco, ya que un viaje desde Londres no duraba tanto tiempo, a lo sumo medio día hasta Francia y desde allí deberían tomar un tren hasta Italia. No quería engañarlo, pero tampoco podía desmentirse, porque sentía que apenas estaban recuperando la confianza de su hijo y no deseaba perderla, así que debía buscar cómo justificar un viaje de casi un mes en barco. —Fabrizio… mañana sale nuestro barco, debemos regresar a Italia con tu madre y tu hermana, tengo que ir al puerto a comprar tu boleto —anunció poniéndose de pie luego de desayunar. Caminó al armario para buscar los documentos de su hijo; en ese momento también vio el telegrama que había guardado allí porque no quería que él lo viera y empeorara su condición. Debió romperlo en cuanto recuperó a Fabrizio, pero decidió mantenerlo porque se lo llevaría al coronel Smith y le gritaría que era un miserable mentiroso, que estaban perdiendo la guerra porque ni siquiera conocían bien la posición de sus hombres, solo los usaban como carne para cañón. —No… no por favor, no quiero quedarme solo… No se vaya padre —expresó, sin saber por qué sintió ese miedo irracional. Luciano percibió una poderosa emoción que le recorrió el cuerpo y estalló en su pecho, como la más intensa sensación de felicidad, al escuchar cómo lo llamaba. Las lágrimas inundaron su

garganta y caminó con una sonrisa para darle un abrazo, demostrando la dicha que lo embargaba, porque después de dos años, volvía a escucharlo, aunque ahora su tono de voz fuese más grave y con un acento más británico. —Está bien, me quedaré entonces y le pediré a alguien en recepción que compren tu boleto, aunque también pensaba aprovechar para comprarte algo de ropa, porque no creo que alguno de mis trajes te quede… has crecido mucho —dijo palmeándole la mejilla. —Podemos ir los dos… —sugirió porque algo en esa ciudad lo llamaba, quería salir a caminar y explorarla. —No es conveniente, aún estás muy débil y debes descansar —dijo de inmediato, rechazando esa idea, porque si salía terminaría descubriendo que no estaban en Londres sino en Nueva York. —Vaya usted entonces, yo me quedaré aquí para descansar —Le dio la espalda y se sentó una vez más en el sillón con vista al parque. —Te prometo que no tardaré, cuídate mucho y si necesitas cualquier cosa pídela a mi nombre… Lo recuerdas, ¿verdad? —inquirió mirándolo, mientras se ponía el abrigo. —Sí, Luciano Di Carlo… —respondió con tono ausente. —Bien, nos vemos en un rato… —dijo y salió dejándolo solo. Luciano apenas demoró un par de horas en sus diligencias, primero fue al puerto para comprar el boleto de su hijo y cambiar el suyo de tercera a segunda clase, ahora que lo había recuperado, podía gastar el dinero que le dio Brandon Anderson en viajar más cómodo y también en pagar las deudas que tenía con los bancos en Italia. Regresó al hotel con al menos cuatro conjuntos formales, algunas prendas casuales, ropa interior y varios pijamas para su hijo, eso le serviría para el viaje; al abrir la puerta lo encontró mirando las fotografías de su familia, que siempre llevaba con él, para que lo animaran a continuar con la búsqueda. —¿Qué haces? —preguntó con una sonrisa esperanzada. —¿Por qué no puedo recordarlas? ¿Por qué no puedo recordar absolutamente nada?… Mi mente parece un libro que solo tiene tres páginas escritas y son los tres días que he pasado aquí… todo lo demás, está totalmente en blanco —dijo con exasperación y se puso de pie. —Ya te he dicho que pasará… no debes presionarte… porque eso te hace mal —dijo tranquilamente y le posó una mano en el hombro, para darle un apretón que lo reconfortara—. Mira te he traído algo de ropa, por qué no te la pruebas a ver si acerté con la talla. —Gracias —mencionó sin esconder del todo su frustración. Agarró una de las bolsas y caminó al baño—. Creo que esta me queda mejor —dijo luciendo uno de los pijamas y mostrando media sonrisa. —Sí, te queda perfecta, que bueno que acerté. —Luciano se emocionó al ver que la molestia de su hijo había pasado—. Te la puedes dejar puesta para que tomes tu siesta, pero antes tengo que curarte. Fabrizio caminó hasta la silla frente al tocador, Luciano se paró detrás de él y abrió el botiquín, disponiéndose a utilizar todo lo necesario para la cura—. ¿Te duele? —Le preguntó; él solo negó, después de unos minutos terminó, guardó todo y su hijo se tendió en la cama. —Gracias —dijo mirando a Luciano a los ojos. —De nada, hijo —respondió con una sonrisa, llevando una mano hasta la cabeza, con el pulgar le acariciaba la frente y delineó las cejas como solía hacer cuando era un niño. —Es un buen padre… no puedo recordar nada, pero siento esto tan extraño, siento como si fuese la primera vez que mi padre me brinda cariño… hasta raro se me hace llamarlo así… pero se siente muy bien, se lo merece, es un gran padre —expresó, mirándolo a los ojos. —Seré el mejor padre del mundo… o al menos pondré mi mayor esfuerzo en ello, pero tú tendrás que ayudarme, deberás enseñarme a como serlo —pronunció con una gran emoción

revoloteando en su pecho y se acercó para darle un beso en la frente; había decidido que también sería más afectivo con él, tal vez no tanto como Fiorella, pero le entregaría muchas más muestras de cariño que antes. —Ya me lo ha demostrado en estos días, no sé cómo era nuestra relación, pero de algo sí estoy seguro, es el padre que cualquiera quisiera tener… siento que puedo confiar en usted —habló tranquilamente mientras el sedante lo iba adormeciendo de a poco. Luciano asintió con un enorme nudo en la garganta mientras lo veía quedarse dormido, justo en ese momento, le daba gracias a Dios por haber permitido que encontrara a su hijo, aunque seguía haciéndose cientos de preguntas, lo único realmente importante era que Fabrizio estaba con él y que pronto volverían a ser la familia que eran antes de que Antonella Sanguinetti entrara en sus vidas. A la mañana siguiente, despertó primero que su hijo, se dio un baño y se vistió, debían estar antes del mediodía en el puerto; se puso uno de los conjuntos nuevos que había comprado para él, porque los otros le quedaban grandes. También se afeitó y reviso que sus documentos y los de Fabrizio estuvieran en su portafolio, no quería despertar a su hijo, así que no llamó por teléfono, sino que decidió bajar a recepción para cerrar la cuenta de su estadía. —¿A dónde vas? —preguntó, cuando apenas despertaba y vio que su padre abría la puerta para salir. —Enseguida regreso, hijo… solo voy a la recepción, puedes ir preparándote, debemos estar en el puerto en un par de horas. —Está bien —respondió caminando hacia el baño. Luciano estaba ansioso por emprender ese viaje y reunirse con el resto de su familia, tal vez Fiorella y Fransheska podrían ayudar a Fabrizio a recuperar su pasado. Una vez que eso sucediese todo sería igual que antes; no, sería mucho mejor que antes, porque se había hecho una promesa y la cumpliría.

Capítulo 49 Luciano relató todo a medida que lo revivía, aunque ya Fiorella estaba al tanto de muchas de las cosas que había hecho, también ignoraba otras tantas; por eso rompió en llanto cuando se enteró de que su esposo había sido timado, golpeado y encarcelado mientras buscaba a su hijo. Escuchar de sus labios toda la angustia que vivió, la culpa y el miedo, hizo que el remordimiento la embargara, porque ella había sido en parte, responsable de que él casi enloqueciera y que lo perdiera todo, ella lo había presionado a tal extremo, que acabó llevándolo a cometer un delito. Luciano se puso de rodillas frente a Fiorella y la tomó de las manos para pedirle perdón por haberle mentido durante todo ese tiempo, por no tener el valor para decirle que había fallado. Terrence veía la escena entre ambos y su corazón se estremecía de dolor, porque no había sido fácil lo que tuvieron que pasar y ahora comprendía por qué nunca hablaban de ello, no quería recordar que a pesar de haber luchado tanto, nunca lograron recuperar a su hijo. —Yo sé que no hay justificación alguna para todo lo que he hecho y que estás en todo tu derecho de odiarme, pero… quiero que sepas que cuando te traje de América juraba que eras mi hijo… pensé en tantas posibilidades para que estuvieras en ese país, que no me importaba lo alocadas que pudieran parecer, lo único que tenía valor para mí era que te había recuperado y que te llevaría a casa —esbozó Luciano, mirando a Terrence a los ojos, mientras sus manos sujetaban las de Fiorella, que derramaba lágrimas silenciosas y temblaba. —¿Cuándo supo que yo no era Fabrizio? —inquirió Terrence, con la voz ronca por las lágrimas que estaba conteniendo. Todo el relato de Luciano lo había trastocado demasiado, percibir su desesperación, su dolor y su remordimiento, hacían que sintiera lástima por él. —Meses después… cinco meses después. Recibí un telegrama del coronel Smith, informándome del lugar donde habían sepultado los restos de mi hijo. Me vi tentando a romper ese telegrama como había hecho con el otro donde lo declaraban muerto, pero un pálpito me lo impidió y decidí ir hasta ese cementerio, pero antes me reuní con el coronel en Amiens, para gritarle que era un mentiroso, porque mi hijo estaba de regreso en su hogar, con su familia. — Luciano respiró hondo antes de continuar, porque debía recordar uno de los peores episodios de su vida, sollozó y reforzó el agarre de sus manos en las de Fiorella, que solo lo miraba con un inmenso dolor—. En cuanto llegué a Amiens, solicité ver al coronel Smith y él me recibió, ya esperaba mi llegada, quiso llevarme de inmediato hasta el cementerio de Aveluy, pero lo detuve y comencé a sacarme del pecho toda la rabia que había acumulado durante meses por su ineptitud, le reclamé por las vidas de miles de jóvenes que habían perecido bajo los mandos de hombres como él, a quienes no les importaban, porque para ellos solo eran el número que les asignaban, nada más… Cuando al fin logré calmarme, él se puso de pie y me extendió una carpeta con varios expedientes, me dijo que no eran números que sabía que esos jóvenes tenían familias, amigos, novias… que eran el futuro de Europa y lo estaban perdiendo cada día, no quería abrir la carpeta, pero él insistió en que lo hiciera. La primera historia era de Richard Macbeth… Fiorella sollozó tan alto que Luciano no pudo continuar, la abrazó con fuerza al sentir que temblaba tanto, que le daba miedo que fuese a quebrarse. Ella se aferró a él y estuvo a punto de decirle que parara, pero una parte de su corazón se revelaba a eso, ya no podía seguir

engañándose, no podía continuar obviando la verdad, necesitaba vivir ese duelo y permitirle a su alma sanar. —Podemos esperar… y mañana me sigue contando —mencionó Terrence, al ver lo mal que estaban ellos, incluso él sentía que también se pondría a llorar y la cabeza le dolía mucho. —No… yo necesito que él me diga todo lo que sucedió… necesito saber todo, por favor, Luciano, sé que es difícil, pero dime la verdad —suplicó Fiorella, mirándolo a los ojos. —Yo… vi fotografías de nuestro hijo… era Fabrizio, estaba con sus compañeros del batallón en la base de Arrás, luego en las trincheras en Ypres, sobre un camión con otros chicos, se le veía cansado, sucio y pálido… supongo que acababa de llegar del frente… Las últimas que vi… —La voz de Luciano se rompió por un sollozo que acompañó su esposa—. Estaba en una camilla y descansaba bocabajo, su espalda tenía severas quemaduras por el gas mostaza, tenía los ojos cerrados, pero sabía que era él, lo sentí en mi corazón y en ese momento fue como si la venda que tenía en mis ojos se cayese, descubrí que me había equivocado, que quien estaba en mi hogar no era mi hijo… Los sollozos ya no lo dejaban hablar y Fiorella por más que lo intentaba no podía calmarse, ella también se estaba desgarrando; Terrence era testigo de cómo el dolor les estaba quebrando el alma a quienes consideró sus padres. Pero que también llegó a odiar por haberlo engañado por tanto tiempo; sin embargo, en ese momento comprendió que ellos habían sufrido mucho más que él, por mantener esa mentira, por negarse a ellos mismos la pérdida de su hijo. —Luciano… ya no tiene por qué seguir, esto les hace mucho mal… ahora comprendo todo lo que sucedió, ya no tiene que martirizarse más con esos recuerdos —pronunció con un tono más calmado. —Yo necesito hacer esto, hijo… lo he callado durante mucho tiempo y ya no puedo más — respondió y lo vio asentir con un gesto rígido de su cabeza, respiró profundamente y prosiguió—: La verdad me aplastó como si fuese un bloque de granito y supe que no había salvado a Fabrizio… que él había muerto en ese bombardeo y que no pude hacer nada por salvarlo… y ahora no tengo nada de él… nada, solo una tumba en la que está escrito el nombre de Richard Macbeth, solo eso… una bóveda donde habitan docenas más… nada más… —Luciano frunció el ceño por el intenso dolor que se apoderó de su pecho y de inmediato se llevó una mano. —Luciano, amor —dijo Fiorella, acunándole el rostro al ver cómo la cara se le transfiguraba ante el dolor. Terrence se puso de pie inmediatamente y llevó una de sus manos al hombro de Luciano para auxiliarlo, mientras su mirada era captada por Fiorella que entró en pánico, al ver que el rostro de su esposo se amorataba y su frente se cubría de un sudor frío. —Vamos a llevarlo al hospital… —mencionó Terrence, más dueño de la situación y trató de sentarlo en el sillón. Luciano respiraba profundamente y hacía un ademán de alto con la mano. —Estoy bien, estoy bien… —dijo con voz temblorosa—. Solo sírveme un brandy y se me pasará —pidió al tiempo que se aflojaba la corbata y abría unos botones de la camisa. —Tiene que ver a un médico, ahora Luciano —insistió Terrence, encaminándose al teléfono para llamar a una ambulancia. —Él tiene razón, estás demasiado pálido, un trago no ayudará a que esto pase… debe verte un médico. —Fiorella también le insistió, porque cada vez se ponía peor. —Yo soy médico y sé lo que tengo, ahora solo necesito que me escuches… quiero poder sacarme todo este peso que me asfixia… —pronunció Luciano con determinación. Vio que el joven colgaba el teléfono y hacía lo que le había pedido, le sirvió un trago de brandy y se lo entregó, Luciano le dio un gran sorbo.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Fiorella, masajeándole le pecho, para aliviarle el dolor, sabía que el corazón de su esposo ya no podía con tanto dolor, temía que revivir todo eso le causara un daño mayor. —Sí, estoy bien… —respondió, mirándola a los ojos—. Sé que siempre has sospechado de mis visitas a Amiens, pero nunca he tenido el valor para decirte que iba a visitar la tumba de nuestro hijo, él está allí… —esbozó en medio de lágrimas que le quebraban la voz y, al ver que ella rompía a llorar, la abrazó con fuerza. —Lo sabía… siempre lo supe, Luciano —pronunció entre sollozos, luego de separarse para mirarlo a los ojos—. Apenas abrí la puerta y te vi con él en el umbral de la casa, supe que no era mi niño… ¿Cómo crees que no podría reconocer a mi propio hijo?… —Al ver el desconcierto en el rostro de su esposo continuó—: Pero no dije nada porque entendí que tu amor por mí era más grande de lo que cualquiera puede imaginar… porque me lo regresaste, lo trajiste contigo a la casa aun cuando era imposible… porque había muerto, pero me ofreciste uno casi idéntico… y por mi mente pasaron muchas cosas, creí que era un hijo que habías tenido con otra mujer y me lo habías ocultado. —Yo jamás te hubiese engañado de esa manera ni muchos menos tendría un hijo con alguien más, Fiorella, eres la única mujer que he amado en mi vida —expresó algo dolido, porque ella pensara eso. —Mi cabeza era un torbellino de ideas y necesitaba respuestas, pero tenía tanto miedo de preguntarte y enterarme de la verdad, que hice como si nada hubiese pasado, me negué todo porque no quería aceptar que mi hijo estaba muerto… no quiero aceptarlo… Yo lo quiero conmigo… —añadió y el llanto se le atascaba en el pecho, que comenzaba a dolerle mucho, necesitaba llorar como no lo había hecho en todo ese tiempo—. Era mi chiquito… ¿Recuerdas su risa, Luciano? Me hacen mucha falta sus besos… quiero dormirlo, quiero regresar el tiempo… lo quiero aquí conmigo —pronunció sin parar de llorar. —Yo también quiero, pero no podemos hacer nada, amor… no podemos hacer que regrese… —respondió, acariciando con sus manos, las mejillas de su esposa, tratando de limpiar las lágrimas. Terrence se sentía muy mal por no poder darle a Fiorella lo que ella deseaba, pero era algo que no estaba en él, ni antes ni ahora, porque no era su hijo y ella lo sabía. De pronto su vista comenzó a nublarse, por lo que parpadeó para aclararla, pero ese fue solo el primer síntoma de lo que se avecinaba; se llevó las manos a la cabeza para acunarla, pero sentía que pesaba tanto, que tuvo que buscar apoyó y posó sus codos sobre las rodillas, mientras cerraba los ojos. Los recuerdos comenzaron a llegar rápidamente, llevándolo al día del accidente, se había bebido un vaso de whisky de un solo trago, pero cuando lo dejó, su mano temblaba y la promesa que le había hecho a su madre, resonó dentro de su cabeza, así que pagó y se dio media vuelta para salir de allí. Recordó que esa fue la primera vez que vio a Luciano, él estaba en una de las mesas al fondo del local, apenas le echó un vistazo y le extrañó la manera como lo miraba. Salió del local y el frío de esa noche llegó de golpe, por lo que se puso los guantes en la escalinata, al igual que la boina y la bufanda, mientras caminaba para subirse al automóvil. Antes de abrir la puerta, sintió la presencia de dos hombres muy cerca de él, su cuerpo de inmediato se tensó presintiendo el peligro, miró por encima de su hombro y vio que se le venían encima, así que se giró para enfrentarlos. Comenzó a forcejar con ellos, pero era complicado luchar con los dos al mismo tiempo; sin embargo, no desistió y logró acertar un par de golpes, que lograron alejar a los delincuentes, pero una vez más arremetían contra él, empujándolo contra la

carrocería, era evidente que no querían solo llevarse el auto o sus pertenecías, querían secuestrarlo. «Déjenlo en paz!… ¡Suéltenlo… es mi hijo!» Terrence se sorprendió ante el desespero y las palabras de aquel hombre; era el mismo que había visto minutos atrás en el bar, corría hacia ellos mientras elevaba sus manos para captar la atención de los dos maleantes. Su distracción le salió cara, uno de ellos sacó un revólver de su espalda y le dio un fuerte golpe en la cabeza con la culata, dejándolo completamente aturdido; su vista se nubló de inmediato y un punzante dolor se apoderó de un lugar más arriba de su nuca. Aprovecharon su debilidad para obligarlo a subir al auto, pudo ver a Luciano corriendo con la clara intención de ayudarlo, justo antes de caer en el asiento trasero. Se sentía muy débil y algo humedecía su nuca y cuello, la vista se le tornaba cada vez más borrosa, pero podía escuchar lo que planeaban hacer esos hombres. —Sube rápido… debemos llevarlo con el jefe, se pondrá feliz, imagina todo el dinero que les sacará al duque y a la cantante para devolverles a su hijo —comentó, con una gran sonrisa. —No contemos los pollos antes de nacer… Este trabajo no será fácil, esas personas tienen mucha influencia. —¡Carajo, Nikki! No seas pesimista, hemos atrapado a un pez gordo, disfrútalo, hombre — esbozó con entusiasmo—. Ahora salgamos de aquí antes de que ese viejo loco nos alcance — añadió, mirando por el retrovisor al italiano que seguía corriendo y gritando. —¡Vaya, escucha cómo suena este motor! —expresó Nikki, sintiendo la vibración en el volante—. Qué lástima que seguramente el jefe va a querer desarmarlo para venderlo por partes, sino me lo quedaba, imagina cómo se pondrían las chicas cuando me vieran llegar en esto… todas se volverían locas y se lanzarían a mis brazos. —Ya deja de pensar en estupideces y arranca el maldito auto —Le ordenó y se volvió para mirar a su prisionero—. Veamos qué tienes para nosotros —dijo y comenzó a rebuscar en su ropa, sacó la billetera y sonrió al ver varios dólares, los sacó y se los guardó en el bolsillo, luego vio la identificación… ¡Tenías razón, es Terrence Danchester Gavazzeni!… —exclamó con euforia, batiendo la billetera. —¡Te lo dije…! Nos ganamos la lotería —expresó Nikki feliz. —Desgraciados… no van a conseguir nada —logró esbozar mientras reunía sus fuerzas para poder defenderse. —Eso lo veremos… ya verás que tu papito sí estará dispuesto a darnos todo lo que le pidamos y si no lo hace él, entonces lo hará tu madre —Le dijo el que lo había golpeado con sorna y le dio una fuerte bofetada para callarlo. Vio un destello en su mano y la agarró con fuerza, se asombró ante el hermoso anillo con una esmeralda. —¡Ni se te ocurra! —gritó Terrence y apretó su mano en un puño para evitar que le quitaran el anillo que le había regalado Victoria. —Suéltalo o te cortaré el dedo —Lo amenazó, sacando una navaja. —¡Lázaro ya basta! —dijo Nikki e intentó sujetarlo. —¡Déjame en paz! Voy a quitarle ese maldito anillo —esbozó, enfurecido por la resistencia que ponía el cantante. Le hizo un pequeño corte en el dedo y consiguió que abriera la mano al fin —. Ya es mío… —Vaya, es hermoso… déjame verlo —comentó Nikki y extendió su dedo para que se lo pusiera—. ¡Vamos hombre, no me lo voy a robar! —dijo para convencerlo y su amigo se lo puso a regañadientes. Terrence fue acumulando toda su ira mientras se recuperaba de los golpes recibidos y supo

que esa era su oportunidad, porque ambos estaban distraídos por el anillo. Se acomodó en el sillón y le lanzó una patada primero al que iba en el asiento del copiloto, haciendo que su cabeza se estrellara contra el cristal de la ventanilla, sin perder tiempo agarró al otro sujeto por el cuello y le hizo una llave para desmayarlo. —¡Maldito!… Me la pagarás —dijo Lázaro, sintiendo cómo la sangre comenzaba a correr por su frente, le había roto la cabeza. —Solo si te dejo vivo —murmuró Terrence y le dio un par de patadas más, dislocándole la mandíbula. Mientras apretaba más la llave que le hacía al que conducía, que luchaba con desesperación por librarse, intentaba arañarle los brazos, pero el abrigo lo protegía. De pronto sintió un fuerte impacto acompañado de un estruendo que casi hizo estallar sus tímpanos, dio una sacudida dentro del auto que lo lanzó contra el asiento una vez más. El dolor en su cuerpo era insoportable y la vista se oscureció por completo, escuchó que uno de los hombres mascullaba algo y supo que era el que tenía la quijada lastimada porque apenas podía hablar, luego de eso, escuchó un crujido de cristales y algunos quejidos; un segundo después la inconsciencia empezó apoderarse de él y sollozó con fuerza, porque todavía no estaba listo para morir, tenía muchos asuntos pendientes. No supo cuánto tiempo estuvo desmayado, tal vez fueron horas o minutos, no tenía la certeza porque dentro de su cabeza todo era muy confuso. Solo alcanzaba a escuchar a alguien que le decía que todo iba a estar bien, que lo iba a sacar de allí, sintió que lo halaban con fuerza para sacarlo del auto y cuando al fin lo consiguió, terminó cayendo sobre la acera, haciendo que sus huesos crujieran por el golpe, eso provocó que todo su cuerpo fuese recorrido por una intensa descarga de dolor que lo hizo estremecer. Se quejó, apretando los dientes con fuerza e intentó abrir los ojos, pero la sangre que empapaba su rostro le impedía ver con claridad; el hombre le dio ánimos sin cesar, en su afán por salvarlo. De pronto, una luz brillante hizo que enfocara su mirada en el auto y vio como el fuego comenzaba a consumirlo, devorando al hombre que iba al volante, derramó un par de lágrimas al ver el anillo en su dedo, quería ponerse de pie para quitárselo y salvarlo, pero no tenía las fuerzas suficientes. En cuestión de segundos las llamas fueron consumiendo el interior del auto y de repente se detonó una explosión tan fuerte, que la onda expansiva los lanzó a él y al hombre que intentaba ayudarlo, un par de metros lejos del auto. Se desvaneció y hasta ese momento llegaban sus recuerdos como Terrence Danchester, así fue cómo acabó siendo declarado muerto aquella noche, pues a la mañana siguiente cuando despertó, era Fabrizio Di Carlo. Terrence regresó de sus recuerdos y levantó la cabeza para mirar a Luciano, había sido él quien lo sacó del auto, fue él quien le salvó la vida. Ahora sabía que había dicho la verdad sobre su versión de esa noche, por fin había conseguido la pieza que faltaba y su rompecabezas estaba armado, fue víctima de un intento de secuestro y uno de los delincuentes que perpetraron el hecho, fue a quien declararon muerto creyendo que era él, solo porque llevaba puesto el anillo que le había regalado Victoria, tal como le contó su padre. El silencio que se apoderó del salón, era apenas interrumpido por los truenos que retumbaban con fuerza a poca distancia, mientras la fuerte brisa y las gotas de agua se estrellaban contra los cristales, parecía que los cielos se estuviesen cayendo, era como si de alguna forma acompañara en su dolor a los esposos. Terrence miraba a Luciano y el hombre a su esposa que mantenía la mirada en sus manos unidas, él se puso de rodillas frente a ella y le tomó una de las manos, se las llevó a los labios y la besó tiernamente, mientras la miraba a los ojos.

Era verdaderamente doloroso presenciar esa situación, se había quedado sin argumentos para reclamarle a Luciano lo que había hecho, muchos menos podía pensar en hacer que pagara por el delito que había cometido, no quería causarles más daño ni más dolor del que ellos mismos se habían hecho durante años, al no querer aceptar la muerte de su hijo, pero ya no podían seguir manteniendo esa mentira, Fabrizio Di Carlo estaba muerto y Terrence Danchester vivo, era así de sencillo, uno debía morir y el otro vivir, no podían estar los dos. —Creo que mejor los dejo solos —pronunció Terrence, poniéndose de pie, al tiempo que Luciano y Fiorella lo miraban con culpa y tristeza. En ese momento la puerta del despacho se abrió. —¡Fabri al fin llegaste! —Fransheska detuvo sus palabras al ver la escena, su padre de rodillas frente a su madre y Fabrizio de pie frente a ella, era evidente que todos habían estado llorando—. ¿Sucede algo? —preguntó, angustiándose, siguió con la mirada a su padre, quien se puso de pie y caminó hacia el ventanal, dándole la espalda. Miró desconcertada a Fabrizio y luego a su madre, que no le mantuvo la mirada—. ¿Alguien puede explicarme qué está ocurriendo? — inquirió, sintiendo que un remolino se instalaba en su garganta y miró de nuevo a su hermano, que al parecer era el más calmado—. ¿Fabrizio? —cuestionó con voz estrangulada. —Fransheska, hija… necesito que te sientes y escuches con mucha calma todo lo que tengo que decirte, esto no es fácil…, pero debes intentar entender —habló Luciano, armándose de valor para darse la vuelta y mirarla a los ojos, era su deber contarle toda la verdad. —Papá… ¿Qué ocurrió? —Lo interrogó de nuevo, sintiendo las lágrimas alojarse en sus ojos al tiempo que sus manos temblaban y su corazón latía lenta y dolorosamente. Terrence miró a su Luciano antes de que empezara hablar y le suplicó que no le dijera nada por el momento, no quería verla sufrir a ella también, no ese día y menos con todo lo que había tenido que lidiar esas semanas por culpa de Martoglio, no se merecía otro dolor tan pronto. Sin embargo, Luciano negó con un leve gesto de su cabeza y se mostró determinado a decir la verdad, ya no quería seguir viviendo con ese peso y lo entendía, en su lugar actuaría de la misma manera, pero eso no disminuía la culpa en él por lo que estaba a punto de hacerle a Fransheska, le quitaría a su hermano para siempre. Fiorella intentó calmarse, porque sabía que su esposo necesitaba de su ayuda, ella debía dejar por un momento su propio dolor para poder consolar a su hija, era Fransheska quien los necesitaba ahora. Le extendió la mano a Luciano para hacerle sentir su apoyo y luego miró a su pequeña, pidiéndole con un gesto que tomara asiento. —¡Alguien hable por favor! Fabri, mírame… hermano, por favor, dime qué sucedió —pidió tomándolo por los brazos, buscando sus ojos, pero él también le rehuía. —Cálmate, Fran… todo está bien —esbozó, acariciándole la mejilla. —Hija… por favor, necesito que te sientes y me escuches, prometo decirte toda la verdad, pero necesito que escuches hasta que haya terminado —mencionó Luciano, recordando aquella primera reacción que tuvo cuando le contó lo que había hecho su hermano. —¿Qué verdad, padre? —inquirió, temblando de pies a cabeza. —¿Recuerdas aquel día, cuando nos vimos en Venecia y te dije que iría a buscar a tu hermano? —inquirió Luciano con voz trémula. —Claro… Fue cuando te dije que vendieras mi piano para lograr traer de regreso a Fabrizio desde Francia… Y lo hiciste, volviste con él. —No fue así como pasó exactamente… hace cuatro años, antes de viajar a Francia, recibí un telegrama donde me decían que tu hermano había caído en el frente… estaba muy grave y necesitaba ser trasladado a Londres… Ningún banco quería prestarme dinero y tuve que viajar a

América, ustedes nunca supieron de ese viaje, pensaban que estaba en Francia buscando a Fabrizio…, pero en realidad, vine aquí porque tu prometido fue el único banquero que se condolió de mí y me prestó la cantidad en efectivo que necesitaba —comentó y tragó grueso para pasar las lágrimas que estaban a punto de ahogarlo. —Entiendo…, pero a qué viene todo eso ahora —cuestionó, algo desconcertada, Brandon nunca le contó sobre esa reunión, aunque sabía que ellos se conocían desde hacía varios años. —Al salir de esa reunión me fui al puerto a comprar un boleto para regresar a Francia y buscar a tu hermano, pero cuando llegué al hotel me entregaron un telegrama… Los militares que me ayudaban me informaron que el hospital donde Fabrizio se encontraba había sido bombardeado por los alemanes y que no hubo sobrevivientes. —Las palabras salían desgarrando la garganta de Luciano, mientras la culpa lo hundía en el sillón. —¿Cómo que no hubo sobrevivientes? Tuvo que haberlos porque tú regresaste con Fabrizio a la casa —dijo alarmada y viejos recuerdos comenzaron asaltarlas, esos cuando rechazó a su hermano en cuanto lo vio, porque decía que no era su Peter Pan. —El joven que… —Luciano respiró profundamente, para aliviar la presión en su pecho, debía continuar—. El joven que llevé… no es tu hermano, Fransheska… no es Fabrizio Alfonzo, no lo es princesa… tu hermano murió el 30 de septiembre en ese bombardeo —esbozó mientras las lágrimas lo desbordaban. Fransheska se quedó paralizada, con la mirada fija en los ojos de su padre, que le decían que no le mentía, un temblor le recorrió todo el cuerpo y un miedo se apoderó de su pecho, calando hasta sus huesos. Buscó a su madre con la mirada y ella le confirmó que le decían la verdad; justo en ese momento sintió cómo si la hubiesen lanzado desde una gran altura, haciéndose pedazos. Se volvió lentamente para ver a su hermano, pero cuando sus ojos se encontraron con los de él, pudo ver tanto dentro de ellos, era como si el sol hubiese salido en ese lugar y su resplandor la hubiese cegado, su mente quedó en blanco un instante y después varias imágenes del pasado lejano y uno más reciente, desfilaron por su cabeza. El temblor en su cuerpo se volvió tan intenso que sus rodillas se doblaron y estuvo a punto de caer, pero logró sostenerse, aferrándose a los brazos de la silla. Un sollozo escapó de su pecho, reventando la presa de sus emociones y el dolor aumentó tan rápido que el vértigo se apoderó de ella y todo comenzó a darle vueltas, mientras en su cabeza se formaba la imagen de su hermano, sonriendo la última vez que se vieron en las puertas de su colegio. —Fran… —Terrence intentó acercarse, pero su mirada lo detuvo. Ella no esperó a que continuase, se puso de pie negando con la cabeza, ya no podía soportar tanto dolor dentro de su cuerpo, su corazón y su alma. Era como si todo se estuviese desintegrando al mismo tiempo, cada fibra de su ser dolía, hasta la más mínima, la desesperación terminó por adueñarse de ella y sin decir nada salió corriendo del lugar, quería correr y correr hasta aliviar lo que sentía. Terrence, Luciano y Fiorella salieron tras ella, para alcanzarla y consolarla, pero corría con tanta fuerza que logró abandonar la casa antes de que pudieran hacerlo y se internó en el jardín. Luciano se llevó una mano al pecho porque el dolor había regresado, Fiorella se asustó y comenzó a temblar mientras lo sostenía, Terrence se volvió para ayudarlos, pero el italiano hizo un ademán para que continuase. —Ve tras ella… busca a Fransheska —rogó con desesperación. —Necesita ver a un doctor ahora mismo —mencionó con preocupación y una mirada determinada. —Lo haré… llamaremos a uno, pero ahora busca a Fransheska por favor… por favor, hijo —

suplicó, mirándolo a los ojos mientras un temblor lo recorría, temía que el dolor la llevara a cometer una locura. Terrence asintió sin dejar de mirarlo y después miró a Fiorella, ella le pidió con la mirada, lo mismo que su esposo, él dejó escapar un suspiro pesado. Luego se armó de valor para enfrentarse muy probablemente al rechazo de Fransheska, como ya le había sucedido antes, pero sin importar lo que ella hiciera, se mantendría firme y le haría entender que seguía siendo su hermana y que él cumpliría con su promesa de estar su lado siempre.

Capítulo 50 Fransheska corría sin siquiera saber hacia dónde se dirigía, solo tenía la necesidad de escapar de todo el dolor que la estaba matando, pero en lugar de aliviar esa sensación, cada vez se volvía más intensa y se expandía por todo su cuerpo, robándole el aire. Sus piernas temblaban y sentía que no podía aguantar más, se estaba quebrando en cientos de pedazos, se abrazó a sí misma y soltó un grito desgarrador con el poco aire que tenía, luego se dejó caer de rodillas en medio del pasto, empapado por la lluvia. Terrence comenzaba a desesperarse al no encontrarla, de pronto escuchó un grito muy fuerte y supo que era ella, el corazón se le encogió ante el dolor que teñía su voz; giró con rapidez y al fin la vio en lo alto de una de las colinas. La lluvia era tan fuerte que apenas le permitía divisarla con claridad, corrió luchando contra la fuerte brisa, y la encontró casi tendida en la hierba, tiritando de frío y abrazada a sí misma, mientras se ahogaba con los sollozos. Esa visión lo hizo sentir como si alguien hubiese tomado su corazón para estrujarlo con fuerza, hasta hacerlo sangrar; bajó despacio para quedar a su altura y la miró a los ojos a través de la lluvia. Intentó acercarse para abrazarla y consolarla, pero ella no lo permitió, se alejó como si fuese un animal herido que escapa de su depredador, mientras la lluvia los empapaba, haciéndolos temblar. —Fran… por favor —pidió mirándola a los ojos y le extendió los brazos para que se acercara, deseaba que confiara en él. —Tú no eres mi hermano… no eres Fabrizio… y… estoy sola… estoy sola, porque Fabri no está… él… ¡Oh, Dios mío! —exclamó con tanto dolor que toda su piel se erizaba y la garganta se le desgarraba. —No estás sola… y yo soy tu hermano, no soy Fabrizio… pero… yo te amo con todo mi corazón, Fransheska y no quiero perderte… no quiero dejar de ser tu hermano, por favor, déjame serlo —esbozó con la voz ronca por las lágrimas que derramaba y se confundían con las gotas de lluvia que resbalaba por su rostro. Ella rompió a llorar con más fuerza, temblando ante los desgarradores sollozos que brotaban de su pecho, cerró los ojos unos segundos, tratando desesperadamente de despertar de esa pesadilla, tenía que ser una pesadilla como esas que tantas veces tuvo. Abriría los ojos y todo sería perfecto de nuevo, pero ¿desde cuándo habían dejado de serlo? Se preguntó; de inmediato la imagen del cumpleaños número catorce de su hermano, cuando le regaló los libros de leyes fue todo lo que llegó hasta su cabeza en ese momento, la sonrisa resplandeciente y cautivante de su hermano, se llevó una mano al pecho, sintiendo que el corazón se le estaba haciendo pedazos. —Yo siempre estaré a tu lado… como te lo prometí, pero solo lo haré si tú me dejas… y espero que sea así, porque nada me haría más feliz que eso, porque te necesito en mi vida — mencionó Terrence con la voz ronca por las lágrimas que inundaban su garganta, dejando ver el dolor que también le estaba causando todo eso. Ella levantó la cabeza y su mirada se encontró con un par de ojos zafiros ahogados en llanto, eran zafiros y no topacios como los de Fabrizio, ahora los veía con tanta claridad. Las señales siempre estuvieron presentes y ella en un principio las vio, pero luego se puso una venda en los

ojos por el bien de sus padres, porque no quería verlos sufrir más, dejó de cuestionar y lo aceptó como a su hermano, tal vez porque él también se lo hizo sentir y la ayudó a escapar de la realidad, pero la misma había terminado alcanzándola y ahora todo era peor, mucho peor de lo que pudo haber imaginado. —Fran, yo te quiero… para mí sigues siendo mi hermana… Fransheska se le lanzó, abrazándolo con tanta fuerza que estuvo a punto de caer sobre su espalda, ella se aferraba a él mientras lloraba desconsoladamente, hundiendo el rostro en su pecho y temblando íntegra, era como una niña que se estaba muriendo de dolor y tristeza. Él también lloraba mientras acariciaba suavemente su espalda, sintiendo cómo su corazón se desgarraba en ese momento, cuánto deseaba tener el poder para ahorrarle toda esa pena a las personas que amaba, había temido tanto llegar hasta ese instante, pero no podía evitarlo, aunque se estuviese dejando la piel por el dolor de herirlos, no podría vivir en una mentira. Ella seguía llorando amarrada a ese abrazo que él le daba, no podía verlo como a un extraño, aunque no era Fabrizio lo amaba como si lo fuese, porque gracias a él, su familia no se había desmoronado y gracias a él también estaba viva. Además, le había prometido quedarse con ella siempre, y tenía razón, no era Fabrizio, pero era su hermano y supo que no estaría sola mientras lo dejase estar a su lado. Sin embargo, aceptarlo a él de esa manera también significaba tener que asumir que había perdido a Fabrizio, esa realidad la golpeó con tanta fuerza que su corazón latía tan lento que dolía, provocándole una opresión en el pecho que apenas la dejaba respirar. Se alejó un poco mientras se llevaba las manos al pecho, porque sentía cómo si se estuviese desgarrando por dentro. Su hermano había muerto hacía cuatro años de una manera horrible, ella lo había perdido sin poder siquiera despedirse de él y decirle que no tenía nada que perdonarle, que, aunque se molestó con él en un principio, jamás llegó a odiarlo porque lo amaba demasiado como para hacer algo así. Intentó ponerse de pie y correr de nuevo para liberar su dolor, pero sus piernas estaban demasiado débiles, así que terminó por caer bocabajo sobre la hierba mojada que se mezclaba con la tierra y salpicaba su rostro, mientras todo su cuerpo temblaba. Terrence se apresuró a levantarla, se sentía impotente al verla sufrir de esa manera y en ese momento lamentó no ser Fabrizio Di Carlo, para poder darle el consuelo que ella necesitaba, deseaba encontrar las palabras para aliviar ese dolor, al tiempo que dentro de su pecho comenzaba a crecer uno insoportable. Se sentó en la hierba y la envolvió con sus brazos para acurrucarla, meciéndola como a una niña, dejándola desahogarse, no podía hacer nada más, solo hacerle saber que estaba allí para ella y siempre lo estaría. Las lágrimas rodaban por su rostro sin poder evitarlo, tampoco deseaba seguir conteniéndolas, porque también se estaba liberando de la esencia de Fabrizio Di Carlo. Dejaría de ser ese extraordinario joven que le brindó una familia; los sollozos de ella se hacían más fuertes, así como el temblor que cubría su cuerpo, ya no soportaba verla así y comenzó a besarle la cabeza. —Todo estará bien, Fran… yo estoy aquí y me quedaré contigo, hermanita… No llores más, por favor, no puedo verte así… tú eres una mujer fuerte y maravillosa, puedes soportar esto, sé que puedes… no te me derrumbes, por favor —expresó, apartando con manos temblorosas el cabello mojado de su rostro y la miraba a los ojos. —No puedo… no puedo… duele demasiado —esbozó ella, llorando amargamente, mientras su respiración se tornaba cada vez más afanosa y sus labios estaban más moradas por el frío. —Puedes y lo harás… por tus padres y por él… debes hacerlo por él y por mí, porque yo también te necesito… llora todo lo que tengas que llorar ahora, pero recuerda que debes volver a levantarte porque te espera una vida maravillosa y porque Fabrizio hubiese querido que fueses

feliz como siempre lo soñaste —dijo abrazándola con fuerza. Ella rompió en llanto al escuchar sus palabras, porque muchas promesas se quedarían sin cumplir y eso le rompía el alma, la vida fue demasiado injusta con su familia. Minutos después, los sollozos menguaron, ella se acomodó frente a él y le tomó las manos entre las suyas, sentados uno frente al otro, se observaban cómo si fuese la primera vez que se veían. Cerró los ojos y un par de lágrimas perfectamente distinguibles entre las gotas de lluvia que bañaban su rostro, rodaron por sus mejillas, cayendo pesadamente sobre su pecho. Fransheska se quedó inmóvil, apenas se podía apreciar que estaba respirando, su piel tan pálida parecía casi transparente, sus labios temblaban ligeramente, así como sus párpados cerrados. Terrence posó la mirada en sus frágiles manos y notando que empezaban a pintarse de un tono azulado, las tomó entre las suyas para darle calor, aunque él apenas era consciente del frío a su alrededor, pero estaba presente y si seguían a la intemperie terminarían enfermándose. —Fran… —La llamó para sacarla de su trance—. Debemos regresar a la casa —pronunció lentamente para no perturbarla. Ella negó con la cabeza sin abrir los ojos y se mantuvo quieta, las lágrimas seguían saliendo y su temblor se hacía cada vez más intenso, porque la lluvia no menguaba y la brisa los golpeaba con fuerza. Terrence se puso de pie, soltando suavemente sus manos y se quitó el abrigo que llevaba para ponérselo a ella; después hincó una rodilla en la hierba y la tomó en brazos. Fransheska abrió los ojos sobresaltada, sujetándose de sus hombros y lo miró a los ojos. —Si no te saco de aquí, él no me lo perdonará nunca, estoy seguro que desea con todas sus fuerzas tenerte a su lado… pero no de esta manera, primero tienes muchas cosas que hacer… debes casarte, tener hijos… y nietos… bisnietos… debes vivir, Fransheska, tener una familia y ser feliz, inmensamente feliz —expresó con la voz ronca por las emociones que formaban un torbellino dentro de su pecho y asaltaban su alma con fuerza. —Solo… me estaba despidiendo… pero no pude, no quiero que se vaya, no quiero — murmuró de manera entre cortada por el llanto y el frío, que ya invadía todo su cuerpo. —No tienes que hacerlo, él siempre estará con ustedes… aunque no lo veas, mientras lo recuerdes vivirá en tu corazón, así que mantenlo allí y sé feliz en honor a su memoria —mencionó, para darle consuelo. Ella asintió apretando sus labios para no sollozar, rodeó con los brazos su cuello y cerró los ojos mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Seguía llorando, pero al menos estaba más calmada, aunque a ratos dejaba libre algún sollozo cargado de dolor, intentaba contralarse como hacía siempre, recobrando su fortaleza. Cuando llegaron a la casa fueron recibidos por Francis, la mujer se veía contrariada ante la situación que vivían, pero mantuvo el aplomo; Terrence le preguntó por Luciano y Fiorella, la mujer señaló con la mirada hacia la segunda planta de la casa. Se mantuvo en silencio para no perturbar a la joven, la veía tan mal que no quiso empeorar las cosas al decirle que habían tenido que llamar de emergencia a un doctor para que atendiera a su padre, él asintió y se encaminó con ella en brazos hacia las escaleras, la llevó a su habitación y la sentó en uno de los muebles mientras le preparaba un baño de agua tibia. Al volver a la habitación, la encontró observando a través de la ventana hacia el jardín, se acercó hasta ella y pasó un brazo por sus hombros, atrayéndola a su cuerpo suavemente, para después darle un beso en la frente. Ella dejó libre un par de lágrimas y le rodeó la cintura con los brazos, necesitaba de esa fuerza que él poseía para saber que no estaba sola y que aún contaba con su hermano, aunque no lo fuese de sangre, ella lo sentía así y en medio de esa tempestad debía aferrarse a un mástil y él lo era, siempre lo había sido.

En ese momento escucharon unos golpes en la puerta; en realidad lo hizo él, porque ella seguía con la mirada perdida en la bruma que rodeaba a la casa. Terrence dio la orden para entrar y vio que Fiorella abría la puerta con cuidado, asomando medio cuerpo. En cuanto Francis le anunció que sus hijos habían regresado, ella dejó a Luciano descansando y fue a la habitación de su hija, una ola de alivio la recorrió cuando los vio abrazados, pensaba que Fransheska regresaría odiándolos a todos por haberle ocultado la verdad; al parecer, no era así y al menos se notaba calmada. —Fran… será mejor que te cambies de ropa o te enfermaras —dijo y ella asintió—. Todo estará bien… —susurró Terrence, mirándola a los ojos y después le dio otro beso en la frente. Ella asintió para creer en su palabra, pero sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, lo abrazó con fuerza y después lo dejó ir, no sabía si volvería a verlo, tal vez sí o a lo mejor solo había ido a despedirse. En ese momento no sabía nada y tampoco deseaba hacerlo, solo quería olvidar y hacer como si nada de eso hubiese pasado, despertar teniendo doce años y recuperarlo todo. Terrence caminó para salir del lugar, pero antes de eso le indicó con una mirada a Fiorella que estaría cerca por si lo necesitaba, ella asintió, dejando libre una lágrima y sujetó con suavidad la mano de su hijo, seguía sintiéndolo así. Lo miró a los ojos y sin palabras le dio las gracias por lo que estaba haciendo, no merecían ni una pizca de su compasión, pero él era tan generoso que estaba dispuesto a entregárselas; lo vio asentir comprendiendo su mirada y salió. Fiorella caminó con pasos trémulos hasta su hija, no sabía qué hacer o decir, se sentía atada de manos viendo a su pequeña sufrir de esa manera, su corazón se quebraba y lo peor era que de nuevo debía afrontar la muerte de su hijo. Abrazó a Fransheska con suavidad por detrás, apretándola para darle fuerzas y evitar que se rompiese como una delicada muñeca de cristal. Le dio un beso en la mejilla y ella cerró los ojos mientras su cuerpo comenzaba a temblar de nuevo a causa de los sollozos, el dolor no se había alejado un minuto y ya no tenía caso seguir mintiendo, era hora de dejarlo salir, lloraron abrazadas, sintiendo que el alma se les desgarraba. Terrence no sabía qué hacer porque todo eso había resultado mucho peor de lo que esperaba, el dolor de ver a esa que también fue su familia, sufrir de esa manera, lo sumía en un tormento atroz. Deseaba acabar con ese dolor que atravesaban, poder devolverles lo que habían perdido, pero ¿quién le devolvería a él lo que había perdido? ¿A quién culpar de todo eso? Luciano le había salvado la vida y lo demás solo fueron consecuencias de su desesperación y su dolor, él sabía hasta qué extremo puede llevar el dolor y cuánto lastimaba perder a alguien que significaba tanto, más aún, perder a una familia completa. ¿Cómo exigirle que pague por habérselo llevado, si se ha pasado casi cuatro años pagando por lo que hizo? Si debió pasar cada instante de ese tiempo consciente de que vivía una mentira, soportando un dolor que no podía expresar. Saber a su hijo muerto y no poder llorarlo como necesitaba, por tener que fingir delante de todos que Fabrizio seguía vivo. ¿Acaso existe un castigo más grande que ese? Pensaba mientras se quitaba la ropa húmeda, la dejó en un cesto y se metió debajo de la regadera que ya tenía abierta hacia un par de minutos. Se estremeció al sentir el choque del agua caliente contra su piel que estaba helada por pasar tanto rato bajo la lluvia; un suspiro trémulo salió de sus labios, al ser consciente de que no todo había terminado con decirles a los Di Carlo la verdad, ahora faltaba enfrentar a Victoria y cada vez que pensaba en eso se angustiaba. —Todo va a estar bien… solo debes confiar en el amor que siempre los ha unido, como te dijeron Allison y tu madre… ella aún te ama y se pondrá feliz al recuperarte —murmuró,

queriendo alejar las dudas que lo asaltaban, mientras apoyaba las manos en la pared y dejaba que el agua caliente se deslizara por su espalda. Después de un rato, supo que era suficiente de agua caliente, tomó una toalla para secarse y caminó hasta su armario, mirándolo, no pudo evitar sonreír porque a pesar de no tener memoria, sus gustos siguieron siendo los mismos; escogió un conjunto casual, se vistió y salió. Mientras caminaba por el pasillo, su mirada se topó con la recámara donde se estaban quedando sus padres; negó con la cabeza para rectificar, debía acostumbrarse a pensar en ellos como los esposos Di Carlo, ya no podía seguir ocupando el lugar de su hijo ni ellos el espacio que ahora le pertenecía a quienes eran sus verdaderos padres. Estaba preocupado por la salud de Luciano, él no estaba bien, aunque estuviese empeñado en hacerles creer a todos lo contrario, esos dolores en el pecho no eran normales. Giró la manilla y se asomó a la habitación, esperando que estuviese dormido, pero no fue así. —Pasa, por favor —le pidió con voz grave. —¿Cómo se siente? —preguntó, acercándose a la cama. —Mejor… no tienes que preocuparte por mí… ¿Cómo está tu… como dejaste a Fransheska? —inquirió, mirándolo a los ojos. —Está bien… ella es fuerte y sabrá superar todo esto, Fiorella se quedó con ella, no se preocupe… bueno, será mejor que me vaya para dejarlo descansar —dijo dándose media vuelta. No lo odiaba, pero ya no se sentía cómodo en su presencia, porque igual lo había engañado. —¿A dónde iras? ¿Encontraste a tu familia? —preguntó con preocupación, quería seguir brindándole su protección. —Sí… los encontré, pero ellos no están aquí… —Suspiró mientras dudaba en decirles quienes eran, decidió que mejor no lo haría, porque estaba seguro de que eso lo alteraría—. Me quedaré en Chicago algunos días porque debo resolver unas cosas —contestó sin mirarlo. —Quédate en esta casa… puedes hacerlo… —pidió mirándolo. —Lo haré, quiero estar cerca de Fran, le prometí que me quedaría a su lado siempre y deseo cumplirlo, las cosas ahora serán distintas, pero… planeo que al menos con ella sigan iguales, si a usted no le molesta —mencionó, esperando que no se negase. —En lo absoluto, sabes cuánto te agradezco todo lo que has hecho por ella; nunca los separaría… también te agradezco por lo que hiciste por Fiorella y por mí; en verdad, no sabes lo que significó tenerte con nosotros… Sé que no tenía el derecho de hacer lo que hice, por eso quisiera también, si es posible que… que me des tu perdón, aunque sé que no lo merezco. —El remordimiento lo torturaba. —No tengo nada que perdonarle… usted me salvó la vida, de no ser por eso… yo no estaría aquí en este momento —dijo mirándolo a los ojos por primera vez desde que entró—. Ahora debe descansar, ya hablaremos después cuando esté más recuperado —indicó, recibiendo la mano que el hombre le ofrecía y tragó para pasar el nudo de lágrimas en su garganta, cuando su corazón latió con fuerza al sentir su tacto, porque lo seguía percibiendo como el de un padre. —Gracias… hijo… —pronunció y al ver que el joven se tensaba, quiso aclarar algo—: Siempre que te llamé hijo lo hice porque lo sentía así… para mí lo fuiste desde el mismo momento en que te vi y ese sentimiento se mantuvo luego de descubrir que no eras Fabrizio, siempre fuiste mi hijo… créeme, por favor —agregó, mirándolo con los ojos anegados de llanto. Terrence asintió, luchando por no dejar libre sus lágrimas, tenía tantas emociones haciendo estragos en su pecho, que no sabía qué decir o cómo manejarlas, estaba en medio de un naufragio donde no sabía cómo salvarlos a ellos y tampoco como salvarse él; en esos momentos sentía que la vida era demasiada injusta, su corazón le gritaba que ninguno merecía sufrir como lo estaban

haciendo. —Durante mucho tiempo le recriminé a Dios el haberse llevado a mi hijo… estaba molesto y dolido con él, pensaba que no había escuchado ninguno de mis ruegos, que todas mis lágrimas y mis palabras habían sido en vano, que me estaba castigando por haber sido un mal padre… por llevar a mi hijo más allá de donde podía soportar; pero entonces cuando tú apareciste… fue como tener un milagro entre mis manos, solo que tampoco supe qué hacer con eso que Dios me estaba ofreciendo, debí reparar el daño que le hice a mi hijo, ayudándote a ti… regresándote con los tuyos, devolviéndoles ese hijo que seguramente también creyeron perdido como lo estaba el mío, pero… no pude… no pude… —sollozó, sumido en sus recuerdos. Terrence pasó con dificultad el nudo de lágrimas al escuchar eso, porque sabía que muchas personas habían sufrido por creerlo muerto, y una en especial seguía haciéndolo. Se limpió una lágrima solitaria que bajó por su mejilla y quiso pedirle que no se siguiera martirizando, pero vio en su mirada la necesidad de desahogarse, así que dejó que continuara mientras lo escucha sin juzgarlo. —Quise hacerlo, quise regresar a Nueva York para buscar a tu familia, pero no sabía nada de ti y tus recuerdos seguían sin llegar, por eso me empeñé en llevarte con los mejores doctores a ver si lograbas curarte… aunque en el fondo de mi corazón, había un lado egoísta que no deseaba eso y que solo pensaba en mi familia… —Soltó un suspiro trémulo, mientras se limpiaba las lágrimas que iban cargadas de todo el remordimiento que sentía—. Sé que fui un miserable y que no merezco ni siquiera tu compasión… Te robé todo lo que eras… tú tenías una vida propia, con una familia, amigos, seguramente hasta tendrías una novia y yo llegué para arrebatártelo todo — finalizo y cada vez más lágrimas bañaban su rostro, estaba calmado aparentemente, pero por dentro la culpa y el dolor lo estaban carcomiendo. —Todos cometemos errores… y yo no estoy libre de eso, tal vez también tuve mucho que ver con todo esto, me aferré a esa seguridad que ustedes me brindaban, me hacían sentir amado, protegido e importante… nada de eso lo tuve antes, mi vida anterior no era color de rosa, Luciano; por el contrario, era un verdadero desastre… estaba luchando con todas mis fuerzas por sobrevivir, por librarme de una pena que me consumía el alma de a poco —confesó, bajando la mirada, recordando esos días oscuros luego de su separación con Victoria y en los que estuvo a punto de morir por refugiarse en la bebida. —Sospechaba que tu vida no había sido fácil, a veces eras tan reacio a dar muestras de afecto, eras desconfiado y obstinado; en un principio, cuando pensaba que eras Fabrizio, suponía que había sido la guerra la que formó ese carácter en ti, porque mi hijo era muy expresivo… su madre lo tenía muy consentido —mencionó, sonriendo ligeramente. —Mi madre también es una mujer muy cariñosa, pero pasé muchos años lejos de ella y cuando al fin estuvimos juntos, no fue fácil acostumbrarme a todo ese cariño que ella deseaba brindarme; y a pesar de que no recordaba nada, lo mismo me pasó con ustedes… por eso al principio me encerraba en mí mismo, porque no sabía cómo actuar ante tanto afecto que me entregaban — pronunció, recordando esos primeros meses en Venecia, cuando se sentía tan confundido—. Su decisión fue arbitraria y estuvo mal, pero también me dio la oportunidad de sentirme parte de una familia; la verdad, es que no sé qué pensar en este momento. Me encuentro confundido, pero créeme cuando le digo que no lo odio, no podría hacerlo… usted fue ese padre que siempre me faltó y me dio la familia que siempre quise y nunca tuve —mencionó con voz calmada, sentado en un sillón cerca de la cama, de a ratos lo miraba a los ojos. —Pero también te hice sufrir… y a tu verdadera familia, lo más probable es que creyeron que moriste en ese accidente, que eras tú ese hombre que quedó dentro del auto —puntualizó,

mirándolo. —Fue justamente lo que sucedió… para todo el mundo yo morí en ese accidente hace cuatro años —respondió con un cúmulo de lágrimas en su garganta, que hacía que su voz fuese más grave, tragó para pasar esa sensación—. El cuerpo quedó calcinado y al ser mi automóvil se llegó a la conclusión de que era yo… Hay algo que no comprendo… ¿Cómo no se enteró quién era yo, si la noticia salió reflejada en todos los diarios? —inquirió con la mirada fija en los ojos topacio. —No salía de la habitación para no dejarte solo… lo hice en un par de ocasiones y en lo último que pensé fue en comprar periódicos, ya no me interesaba nada de lo que pasase en el mundo… En ese entonces, solo se hablaba de la guerra y ya nada de eso me interesaba, porque había recuperado a mi pequeño, o al menos eso pensé en aquel momento, porque tú me habías devuelto la esperanza —esbozó, asombrándose una vez más de lo ciego que fue, debió intentar averiguar qué decían los diarios del accidente—. Lamento no haberlo hecho. —Ahora comprendo, siempre sospeché que no sabía quién era realmente, o jamás hubiese pedido ayuda al duque de Oxford, cuando sucedió lo de Martoglio —¿Por qué lo dices? ¿Acaso el duque de Oxford te conoce? —preguntó, sintiendo un temor adueñarse de su estómago y su corazón comenzó a latir con dolorosa lentitud. —Mi nombre es Terrence Oliver Danchester Gavazzeni… soy el hijo mayor del décimo duque de Oxford y Amelia Gavazzeni —calló, al ver cómo palidecía y su cuerpo comenzaba a temblar. —¡No puede ser! —exclamó presa del terror—. ¿Tú… tú eres el hijo de Benjen Danchester? —inquirió, mirándolo con asombro. —Sí… y de su actual esposa, la duquesa de Oxford —respondió con cautela al ver que el estado de Luciano empeoraba cada vez más. —¡Dios mío! ¿Qué he hecho, Dios? —se preguntó, realmente alterado y llevándose las manos a la cabeza. —Luciano trate de calmarse… por favor, todo está bien, no pasa nada… —dijo apoyándole las manos sobre los hombros. —¡No! No lo está… Benjen Danchester fue el único que me brindó una mano de manera desinteresada cuando estaba buscando a mi hijo… él me puso en contacto con los militares que encontraron a Fabrizio. Gracias a Benjen Danchester, pude tener la esperanza de recuperarlo — mencionó, mirándolo con desesperación y culpa—. Yo le robé el hijo al hombre que me ayudó a recuperar al mío… yo… yo destruí la familia de la única persona que se condolió de mi dolor y me tendió una mano… no tengo perdón… no tengo perdón —repetía en medio de un llanto amargo. —Luciano, usted no destruyó nada… yo llevaba mucho tiempo viviendo en América con mi madre y apenas si le dirigía la palabra al duque —dijo casi obligándolo a que lo mirara, porque era evidente que estaba a punto de caer en una crisis nerviosa—. Usted no destruyó nada, entre mi padre y yo nunca existió una verdadera relación de familiaridad; por el contrario, no podíamos ni vernos sin acabar discutiendo y nunca estábamos de acuerdo en algo —dijo al recordar esos días en los que sintió que verdaderamente lo odiaba por ser tan intransigente y obstinado, aunque él no se quedaba atrás. —No creo que las cosas hubiesen sido del todo así… tal vez él cometió muchos errores, pero me consta que te quería… Las veces que fui a su despacho para entrevistarme con él, de lo único que me habló fue de ti, me decía que tú y Fabrizio eran muy parecidos, y te aclaro que no era por el parecido físico, porque ninguno de los dos estábamos al tanto de ese rasgo… Él se refería al carácter de ambos, aunque yo alegaba que mi hijo nunca fue un rebelde, por el contrario, siempre se mostró obediente hasta que se enamoró de aquella mujer… y cambió tanto que mira hasta de lo que fue capaz —esbozó con voz temblorosa por el llanto que seguía desbordándolo—. No me

pareció que se avergonzara de ti o que te tuviera rencor, lo que era evidente es que te amaba mucho —expuso Luciano, mirándolo a los ojos. —Pues, a mí nunca me lo demostró… Solo ahora que está con mi madre se ha interesado en que llevemos una relación mejor, supongo que también se debe al dolor de perder a casi todos sus hijos, que ahora está más dispuesto a escuchar, usted sabe de eso tanto como el duque, porque lo mismo hizo conmigo, fue mucho más permisivo y deseaba apoyarme como no lo hizo con su hijo —comentó frunciendo el ceño, pensando que era la culpa lo que hacía que el duque actuara así. —Tienes razón, el dolor de perder a un hijo nos puede cambiar la vida. Yo también fui muy estricto con mi hijo y no le demostré cuánto realmente lo quería, es muy probable que haya muerto odiándome… —Un sollozó le rompió la voz—. Por mi culpa se vio en medio de ese infierno, por mi intransigencia, por mi egoísmo… fui un ciego, el peor de los padres… yo le impuse a mi hijo todo, hasta que dejase de amar, menosprecié sus sentimientos… él era un hombre y yo lo seguía tratando como un mocoso incapaz de decidir lo que quería para su vida… —Los sollozos no lo dejaron continuar. —Son situaciones distintas, Luciano… —dijo Terrence mirándolo. —Lo son ahora, lo fueron contigo… pero antes no, yo nunca le di a mi hijo la libertad que tú tenías, con él fui injusto e inflexible… mi palabra era ley, me imponía por sobre todos, incluso de Fiorella, ella intentaba ser conciliadora entre nosotros, pero yo la hacía a un lado… yo soy el único culpable de haberlo perdido, nadie más que yo merezco vivir siempre con este peso… le destruí la vida a Fabrizio —esbozó mientras lloraba amargamente. Terrence se quedó en silencio mientras observaba con cierto asombro, a ese hombre que tiempo atrás le había parecido el ser humano más recto, honesto y comprensivo del mundo, resultaba en ese momento, que también había sido un reflejo de su padre. Un hombre autoritario y déspota ¿quién lo creería? Porque ya no queda nada de quién se supone un día fue; el dolor y la desesperación lo habían golpeado tanto durante esos últimos años, que ya de ese Luciano Di Carlo no quedaba nada, solo un hombre abatido y lleno de culpas.

Capítulo 51 Solo cuando se está en una situación extrema, se descubre hasta dónde somos capaces de llegar y casi siempre terminamos sorprendiéndonos de nuestras acciones, al menos, eso era lo que podía ver en Luciano en ese momento. Él no sabía todo lo que había causado al llevárselo, tal vez lo imaginó, pero seguramente nunca pensó que sus actos perjudicarían al hombre al que le debía tanto. —Debo hablar con el duque de Oxford y pedirle perdón… Sé que no tengo excusas y que nada de lo que haga ahora podrá reparar el daño que le causé, pero debo hacerlo… es necesario que le dé la cara y asumir el castigo que merezca. —Seguramente el duque desearía llevarlo ante las autoridades para que pagara por su crimen. —No es necesario que usted hable con él, mi padre no tiene nada que ver con este asunto, solo nos concierne a nosotros… —Pero… lo que yo hice es un acto criminal y él va a querer que les rinda cuentas a las autoridades, eso sería lo justo —comentó Luciano, mirándolo, aunque le doliese dejar a su familia para ir a prisión, sabía que era algo inevitable y, además, se lo merecía. —Ya hemos conversado sobre ese asunto y le ha quedado claro que seré yo quien maneje esta situación… Todo lo que deseaba aclarar con usted ya lo hice, ahora me queda comenzar a recuperar mi pasado —indicó con tono serio, pero calmado al mismo tiempo. —Las cosas no son tan sencillas… Terrence, tus padres merecen una explicación y es mi deber dárselas, es lo mínimo que puedo hacer después del daño que les causé —expresó con determinación. —Yo les contaré todo lo que sucedió, no deseo que usted se enfrente a mi padre porque sé que las cosas pueden acabar mal, aunque él ha accedido a darme la libertad para manejar esto, no le aseguro que sea tan condescendiente con usted si llegan a encontrarse. —Te agradezco que desees evitarme esa conversación tan difícil, pero estoy dispuesto asumir las consecuencias de mis actos. —Luciano, no sea obstinado, no todo el mundo puede ver las cosas como las veo yo… No todos lograrán comprender sus motivos. Sin embargo, yo lo hago… aunque no lo justifico porque todo su esfuerzo en lugar de salvar a su familia la condenó a vivir en una mentira… Usted jugó a ser Dios Luciano y eso le salió muy caro. —Precisamente por eso deseo pedirles perdón a tus padres, así como se lo pedí a Fiorella y como lo haré con Fransheska, cuando ella me dé la oportunidad para hacerlo… ya no quiero seguir viviendo con este peso que me agobia —comentó, limpiándose las lágrimas. —Entiendo su deseo, pero sé que lo mejor es que usted no se vea con ellos, al menos no por ahora, quizá cuando todos estemos más tranquilos, podamos organizar un encuentro y hablar sobre esto, pero de momento le agradecería que no intentara ponerse en contacto con ellos —mencionó, mirándolo con seriedad, porque ya había discutido con sus padres, cuando les dijo que no tomaría acciones legales contra Luciano—. Por lo pronto, deseo quedarme para acompañar a Fransheska y también porque necesito hablar con… —calló al sentir cómo sus latidos se aceleraban una vez más al pensar en ella.

—Con Victoria… debes hablar con ella —expresó, notando cómo su cuerpo se tensaba y toda esa seguridad que mostraba, se esfumó en segundos—. Sabes que es algo curioso… ahora todas esas cosas que antes nos parecían extrañas en la actitud de los Anderson tienen tanto sentido, ustedes se conocían… ella fue… —Se detuvo al ver que Terrence se ponía de pie y le daba la espalda para observar a través de la ventana, aunque afuera la noche era de un negro cerrado. —Mañana buscaré a Brandon, deseo hablar primero con él… antes de verla a ella y contarle todo, la verdad, no sé qué esperar, solo deseo que consiga entender toda esta locura —esbozó sin querer entrar mucho en detalles, después se volvió para mirarlo—. Será mejor que intente descansar, hoy ha sido un día muy difícil para todos y yo también estoy cansado —dijo dando por terminado el tema. —Terrence… yo no tengo ni siquiera derecho de pedirte perdón, no lo merezco, hijo… Te quité tantas cosas y lastimé a tantas personas inocentes… creo que esta vida no me alcanzará para pagar por lo que he hecho —murmuró con la voz repleta de arrepentimiento—. Es una suerte que Fiorella aún esté a mi lado después de lo que sucedió, por ella hice todo esto… temía perderla, también a Fransheska… ellas eran mi única razón para seguir viviendo, fui injusto contigo y con las personas que te amaban, pero créeme cuando te digo que si tuviese el poder de reparar en parte todo el daño que causé, lo haría sin pensarlo… —Le pidió la mano y lo miró a los ojos—. Quiero que sepas que cuentas conmigo para lo que necesites… yo puedo ayudarte a hablar con Victoria y hacerle comprender lo que ocurrió… —La situación es más complicada de lo que parece, Luciano, no solo se trata del accidente, lo que sucedió entre nosotros fue mucho antes… Ella y yo ya no estábamos juntos. Sin embargo, hay algunas cosas que debemos aclarar y de ello depende si tenemos un futuro juntos o no… Además, ella hora se cree enamorada de su hijo y no de mí… al menos, eso es lo que me ha asegurado en muchas ocasiones… y tal vez sea así, a lo mejor ya olvidó a Terrence y ahora ame a Fabrizio. —Debes confiar en ese amor que ella te profesa… algo me dice que ella sigue enamorada de quién eres tú realmente… se enamoró de tu esencia, no de tu nombre —comentó y lo vio sonreír. —Es la tercera persona que me dice eso, mi madre y mi mejor amiga también piensan igual… aunque debemos esperar a ver si Shakespeare tenía razón y si el amor verdadero no nace por el nombre de alguien sino por su esencia —esbozó, sintiéndose esperanzado. —Es porque así nace el amor, de la convivencia, de la complicidad, la amistad y la atracción, nada tiene que ver con cómo te llames, Shakespeare lo sabía bien… Se que vas a conseguir recuperarla, y como te dije, cuenta conmigo para hacer lo que se deba hacer, déjame compensarte de alguna manera por todo eso que te quité, solo así lograré estar en paz con mi consciencia — expresó, mirándolo. —Está bien, pero ahora trate de descansar y ya veremos después, olvide lo de la reunión con mi padre, tampoco se preocupe por posibles consecuencias legales en su contra. Ya me encargué de hacerle saber que no haría nada para perjudicarlo y pienso cumplir con ello; al fin y al cabo, usted fue ese padre que Benjen Danchester no supo ser… —pronunció con seguridad y después se volvió para marcharse. —Gracias… muchas gracias… —esbozó, apretándole suavemente la mano mientras lo miraba a los ojos—. Perdóname Terrence… perdóname hijo —susurró en medio de un llanto quedo. —Está perdonado… ya no se culpe más, buenas noches, Luciano. —Buenas noches, descansa —mencionó él y lo vio salir de la habitación, después rompió a llorar, pero intentó ahogar sus sollozos, llevándose una mano a la boca, mientras elevaba la mirada al cielo y una vez más le reclamaba a Dios por ponerlo en esa situación.

Terrence caminaba por el pasillo con pasos lentos y pesados, sentía como si llevase el peso del mundo sobre sus espaldas, lo que más le preocupaba era la reacción de Victoria, no sabía cómo enfrentarla ni qué esperar de ella, tal vez se había cansado de esperarlo y había decidido dejar todo atrás. Sonaba pesimista, pero tal y como estaban las cosas, eran muy pocas las esperanzas que podía guardar, ya se había arriesgado a soñar y se había estrellado contra la peor de las realidades. Suspiró cerrando los ojos mientras se llevaba las manos a la cabeza y las entrelazaba en su cabello; de pronto, escuchó que una de las puertas se abría, era la habitación de su hermana. Vio salir a Fiorella, que asombrosamente había tomado toda esa situación con mayor calma, aparentemente, se acercó a ella, quien le sonrió. —¿Cómo está, Fran? —preguntó con preocupación. —Mejor… bueno, aún sigue un poco ausente, no ha mencionado nada y tiene la mirada perdida, supongo que es natural que actué así… la pobre necesita tiempo para asimilar todo esto… ¿Tú cómo te estás? —inquirió, acercándose con cautela, pero también con deseos de darle un abrazo y reconfortarlo. —Estoy bien… solo un poco cansado —contestó sin darle mucha relevancia a su estado anímico, para él lo peor había pasado ya. —Siempre luchando por parecer fuerte —susurró, mirándolo a los ojos y se acercó un poco más y posó la mano en su mejilla. Terrence apretó la mandíbula para no derramar las lágrimas que habían llenado de golpe su garganta, tomó aire lentamente para liberar la presión que tenía dentro del pecho y una vez más adoptó esa posición erguida que lo hacía parecer inquebrantable. Sin embargo, sus ojos lo traicionaban, pues estaban brillantes por las lágrimas contenidas y gritaban que no estaba bien; la verdad era que no estaba nada bien. Fiorella lo rodeó con sus brazos con suavidad, arriesgándose a ser rechazada, pero él solo cerró los ojos y dejó correr un par de lágrimas, liberando un suspiro pesado que parecía salir desde el fondo de su ser; ella hizo más estrecho el abrazo para llenarlo de esa calidez y seguridad que él necesitaba y que ellos siempre le habían entregado. Terrence se aferró a ella y rompió a llorar, no sabía por qué Fiorella lo hacía sentirse tan vulnerable; tal vez porque fue ella quien le enseñó a demostrar sus sentimientos, porque gracias a ella conoció lo que era ser libre de expresase. Fue ella quien se quedó junto a él en todas esas noches cuando las pesadillas y el miedo lo torturaban; su madre, eso fue Fiorella Di Carlo, su madre, la que tanto tiempo buscó entre las frías paredes de su casa en Oxford o en el colegio de Brighton. Que irónica podía llegar a ser la vida, hora tenía dos madres y también dos padres, no podía dejar de ver a los Di Carlos de esa manera, ellos seguían siendo su familia. Aun cuando eran consciente de que él no era su hijo, ellos les brindaron su cariño y apoyo, volcando en él todo el amor que le tenía a Fabrizio, y todo eso lo cambió tanto, lo hizo crecer y creer en los demás. —Todo estará bien, ya verás que lograrás recuperar todo lo que perdiste… Tú tienes esa oportunidad en tus manos y debes luchar por eso, no te rindas nunca, por favor… —pidió, moviéndose para mirarlo a los ojos, le acunó el rostro—. Tienes mucha fuerza dentro de ti, lograste que esta familia se mantuviera unida, gracias a ti volvimos a sonreír y a tener esperanzas —susurró, llorando. —Ustedes me dieron mucho también, me hicieron sentir realmente como su hijo… por primera vez supe lo que era sentirme así… Y siempre les estaré agradecido por eso —expresó él, dejando correr su llanto, porque sentía que con ella no necesitaba cohibirse.

—Te merecías todo eso porque eres un ser tan especial… Perdonamos por aprovecharnos de tu enfermedad para mantenerte a nuestro lado, por ocultarte la verdad… no fue justo, pero… yo no… no podía aceptar que mi hijo ya no estaba conmigo—susurró mirándolo a los ojos—. Y de una u otra manera lo podía ver en ti… no solamente por el parecido físico sino también en los sentimientos, esos hermosos sentimientos que tú posees… Ese es el tesoro más grande que tienes, hijo, tu corazón; no olvides eso nunca, por favor —dijo apoyándole una mano en el pecho y le dio un par de besos en la mejilla. —Gracias… por tenerme tanto cariño —esbozó en medio de esa marea de sentimientos que lo embargaban. Respiró hondo para evitar seguir llorando, ella le secó las lágrimas y le dio un beso en la frente. —Siempre tendrás a una madre en mí… —pronunció, sonriéndole con cariño—. Ahora iré a ver cómo sigue Luciano… ¿Podrías acompañar a Fransheska mientras tanto, por favor? —inquirió con voz pausada, no sabía si él seguiría allí o había decidido marcharse. —Por supuesto… no se preocupe por ella, me quedaré a cuidarla, usted encárguese de Luciano, él aún no está bien… ese dolor en el pecho es de cuidado —mencionó, adoptando de nuevo su posición como pilar de la familia, sin poder evitar preocuparse por ellos. Era imposible desligarse de ellos y hacer como si no les importase, no podía odiarlos tampoco y aunque al enterarse de toda la verdad pensó que eso le resultaría fácil, no lo era en absoluto. Tal vez era que él nunca había llegado a odiar a alguien realmente, ni siquiera a su padre y muestra de ello, era que estaba dispuesto a olvidar todos sus rencores para llevar una mejor relación con él. Se separaron y siguieron caminos opuestos, él llegó hasta la puerta de la habitación de Fransheska, respiró profundo y golpeó un par de veces; no recibió respuesta y pensó en marcharse, a lo mejor ella deseaba estar sola. Sin embargo, algo más poderoso que él lo impulsó a abrir y ver cómo estaba; la encontró acostada en su cama de medio lado, con la mirada aún perdida en las gotas de lluvia que se deslizaban por el cristal de la ventana. Él se acercó a la cama, muy despacio, pero ella no parecía ser consciente de su presencia, se puso de cuclillas para mirarla a los ojos y dedicarle una sonrisa, pero su hermana seguía sin inmutarse, así que optó por hacer algo más. —Por si no te has dado cuenta, los rayos cada vez son más intensos, bueno, ahora la tormenta parece haber menguado, pero el cielo está sumamente oscuro y cargado, es casi seguro que esta noche tengamos una tormenta con centellas, relámpagos y truenos de esos que hacen retumbar la tierra —esbozó con calma, pero ni con eso reaccionó, así que decidió dejarla sola y comenzó alejarse. —No te vayas… por favor, quédate aquí —susurró ella al fin. —Por supuesto. —Él se volvió con una gran sonrisa. Ella seguía en la misma posición, pero al menos había hablado, se acercó y se acostó quedando de frente, llevó una mano para apartar unos mechones castaños de su frente y le acarició una mejilla con ternura. Fransheska dejó libre una lágrima que bajó por su nariz y desapareció en la almohada de un blanco inmaculado, llevó una mano hasta esa que él tenía apoyada en su mejilla y cerró los ojos. —Intenta dormir… esta noche prometo no dejarte sola, me quedaré contigo hasta que la tormenta haya pasado —susurró, acomodándola en su pecho y dándole un beso en la frente, mientras sentía cómo ella lo rodeaba con sus brazos y temblaba ligeramente, él le acarició con suavidad el cabello—. Te lo prometo, Fran. Ella siguió llorando en silencio, lo podía notar por las lágrimas que mojaban su camisa, pero

él no la alentó a que dejara de hacerlo porque sabía que necesitaba vivir ese duelo para poder superarlo. Casi dos horas después pudo notar que al fin había caído rendida, suspiró y su mirada se perdió en la negrura de la noche, que era iluminaba por segundos por algún rayo a lo lejos. A la mañana siguiente Fransheska despertó antes que él, se levantó con cuidado y salió de la habitación, necesitaba ver a su padre, caminó por el pasillo que se le hizo más largo de lo habitual. Sentía el corazón latir tan lento que dolía, temía que dejase de pulsar de un momento a otro y la debilidad en su cuerpo apenas la dejaba caminar. Aún le costaba creer que su hermano no estaba con ella y que se había ido al cielo hacía mucho, se sintió muy molesta por la mentira que crearon sus padres, pero luego comprendió que lo hicieron para protegerla del dolor que estaba sintiendo en ese momento. Si ahora que era adulta le dolía entenderlo, no quería imaginar lo que le hubiese causado cuando todo pasó, porque su otra mitad la había dejado, se suponía que iba a estar siempre con ella para cuidarla, que eran inseparables, que eran Peter Pan y Campanita. Abrió lentamente la puerta y vio que las primeras luces del alba la iluminaban, caminó despacio hasta la cama donde estaban sus padres acostados de medio lado, uno frente al otro. Ella se subió para meterse en el espacio entre ellos, ambos abrieron los ojos al sentirla, era evidente que apenas habían dormido, se les notaba tan cansados y tristes que no pudo evitar sollozar. —Yo… vine para ver cómo seguía —murmuró ella, mirándolo. —Quédate con él… necesitan hablar, yo iré abajo para prepararnos unas tazas de té —dijo Fiorella, mostrando mayor aplomo. Le dio un beso en la frente a su esposo y otro a su hija, luego salió de la habitación, dejándolos para que hablaran y se desahogaran. —Perdóname, princesa —susurró, al tiempo que posaba una de sus manos y en la mejilla de Fransheska. —No… no, perdóneme usted… perdóneme por presionarlo, por no comprender y culparlo de todo lo que sucedió —dijo con la voz quebrada, abrazándolo—. Usted no tiene la culpa. —Tengo la culpa… sí, la tengo —confesó, llorando. —No… no, papá… no tiene la culpa, nadie tiene la culpa. —Sabes que no quise escucharlo… y lo obligué a regresar al colegio cuando me suplicó que no lo hiciera. —Porque pensaba que era lo mejor para él, sé que sufría tanto como mamá y como yo, al verlo en esa situación —dijo mirándolo a los ojos—. Lo que más me duele, es la manera en cómo murió, porque no se lo merecía… si era el mejor hermano del mundo, era tan lindo y tan bueno. Debió encontrar a una mujer mejor, una que fuera tan buena como mi hermanito… eso era lo que Fabrizio merecía, no una víbora que lo lastimara hasta matarlo poco a poco con su veneno — expresó, llena de dolor y rabia—. No sé cómo pudiste aceptarla de nuevo en la casa. —No pudo evitar reprocharle. —No lo sé… mi niña… solo quería enmendar mis errores y darle a ese joven todo lo que no le di a Fabrizio, por eso la acepté —acotó, dejando libre un jadeo cargado de llanto—. Sé que no he sido un buen padre, pero ahora me siento morir… cada vez que despierto y sé que no estará. He estado muriendo una y otra vez desde que leí esa carta, gran parte de mi vida se fue con él… Ahora solo me queda la culpa junto a este sentimiento de odio hacia mí mismo, porque les fallé, te fallé a ti, a Fabri y a tu madre. No estaba preparado, ni siquiera imaginaba que esto pasaría. — Sentía ahogarse con las lágrimas. —Papi, no llore, por favor… tampoco se siga martirizando con todo eso. A mamá y a mí nos consta que hizo todo lo posible por traerlo a casa… lo hizo —pronunció con esa madurez que le

habían otorgado los años y los golpes emocionales recibidos. —Quisiera que estuviese con nosotros, no solo tener sus fotos y su recuerdo… quisiera saber cómo se vería hoy si siguiese manteniendo ese parecido tan grande con… tu hermano, porque sigues teniendo un hermano, ¿lo sabes princesa? —preguntó, mirándola a los ojos y la vio asentir mientras lloraba. Se sintió aliviado porque deseaba que el vínculo que se había creado entre Fransheska y Terrence se mantuviera—. Me cuesta tanto resignarme a vivir sin él, sé que debería ser yo quien te dé palabras de aliento, pero es que ya no puedo seguir ocultando este dolor que me desgarra el alma, no sabes cuántas veces he deseado irme con él… buscarlo donde este y pedirle perdón porque siento que es poco pedírselo a una placa con un nombre. —Solo tendrá que mirar al cielo, papá… Sé que Fabrizio está allí, porque era una buena persona y Dios lo tiene junto a él. —Así es, mi pequeñito era un ángel y ahora está en el cielo, libre de dolor y de tristeza — susurró Fiorella, entrando a la habitación con una bandeja, la dejó sobre una pequeña mesa y se acostó detrás de su hija, dejándola en medio de Luciano y de ella—. Aunque no lo veamos, siempre lo tendremos con nosotros y lo amaremos eternamente —dijo acariciando el cabello de su hija—. Seguirá siendo mi niño… tu Peter Pan… y tu Fabrizio Alfonzo —esbozó Fiorella, mirando a su esposo y limpiando las lágrimas que no dejaban de brotar—. Se que nos duele vivir sin él, pero debemos aceptarlo —acotó, mirando a Luciano quien sollozó con fuerza—. Debemos dejarlo ir, Luciano… no es justo que sigamos negándonos su muerte, no es justo para él. —Mamá, yo no quiero… —Fransheska también sollozó, porque pensar en eso le dolía mucho —. No estoy lista, ayer lo intenté, pero no pude, creo que deberá pasar un tiempo para que pueda aceptar que él ya no estará con nosotros. —Lo sé… sé que no será fácil, pero debemos dejar que su alma descanse en paz, puedes vivir tu duelo, princesa… solo recuerda que a él no le gustaría verte triste, así que debemos prometernos que intentarás recuperar esa maravillosa alegría que siempre irradias —dijo mirándola a los ojos. Dándole la fortaleza que en ese momento ella necesitaba; la abrazó con fuerza y la besó largamente en la mejilla. Luciano también la besó mientras la abrazaba y estando así, dejaron que las lágrimas los desbordaran, porque era algo que necesitaban, merecían poder vivir al fin el duelo por la muerte de su hijo. Luciano aprovechó para contarle a su hija toda la historia de cómo había conocido al joven que ocupó el lugar de Fabrizio; sin embargo, no le reveló su verdadera identidad, porque le seguía avergonzando lo que le había hecho al duque de Oxford, y no quería que su mujer y su hija se decepcionaran más de él, aunque, eventualmente lo sabrían, prefería esperar que fuese Terrence quien se los dijera. La conversación los llevó a recordar entre lágrimas a Fabrizio, descubriendo cuán injusta había sido la vida con él, pero no quisieron quedarse solo en esos momentos. También trajeron a sus mentes los momentos más alegres que vivieron junto a él, para que no todo fuese sufrimiento, debían honrarlo de esa manera, porque él había sido un ser realmente especial. Al cabo de un rato, el cansancio y el té que había preparado Fiorella, terminaron por vencerlos a los tres, se quedaron dormidos mientras arrullaban a su hermosa princesa. Brandon estaba bastante preocupado por Fransheska, ya que casi era mediodía y ella no había pasado por la casa para verlo y tampoco lo llamó para saber cómo había amanecido. Ese comportamiento era muy extraño en su novia y comenzaba a asustarlo. —No puedo seguir con esta incertidumbre, tengo que saber lo que le ha pasado. —Se incorporó hasta quedar sentado al borde de la cama, respiró profundo y se puso de pie.

Habían transcurrido diez días desde que Enzo Martoglio lo hiriese; luego de estar una semana en el hospital, en la que se recuperó rápida y satisfactoriamente, el doctor Morgan le dio el alta, dejándole claro que debía guardar reposo. Pensó que se salvaría de estar todo el día postrado en una cama, pero su tía resultó ser más estricta que el doctor, no lo podía ver levantado porque enseguida se alarmaba. Por lo menos, contaba con su prima, quien le ayudaba a lidiar con el excesivo temor de su tía, recordándole constantemente que era necesario que él se pusiera de pie de vez en cuando y caminara; de lo contrario, crearía coágulos de sangre que podían ser muy peligrosos. Cuando su novia iba verlo, dos veces al día, siempre lo sacaba de la habitación y paseaban en el invernadero, un espacio que su tía consideraba adecuado, aunque exigió que, para trasladarse hasta allá, lo hiciera en una silla de ruedas y él aceptó para no terminar discutiendo. Caminó hacia el baño y con cuidado se despojó de su ropa, ya le habían quitado el vendaje más grande, ahora solo tenía unas pequeñas compresas para mantener cubiertas sus heridas; se las quitó y las arrojó en el cesto de la basura. Entró a la ducha y el agua caliente apenas hizo mella en la tensión que sentía, al no saber nada de su novia, no tardó más de diez minutos allí, buscó en el armario las soluciones antisépticas que le había recetado el doctor y con cuidado se hizo la cura en las dos heridas; al terminar, caminó al armario y sacó el primer conjunto cómodo que encontró, sin perder tiempo se vistió. —Señor Brandon… ¿Qué hace fuera de su habitación? —preguntó Dinora, alarmada, mientras lo veía bajar las escaleras. —Necesitaba un poco de aire —dijo con una sonrisa encantadora, para que la mujer no fuese a desmayarse de angustia—. Y también saber si mi novia ha llamado, aunque ya le pregunté tres veces a George cuando fue a ver si necesitaba algo, y me dijo que no. —Es extraño, señor Brandon, pero la señorita Fransheska no ha llamado para saber cómo amaneció, aunque lo es más aún que no hubiese venido a verlo… —añadió, notando cómo el semblante del joven se tensaba y la preocupación lo invadía. —Iré a mi despacho para llamar a la casa de los Di Carlo, por favor, cúbreme con la tía — dijo haciéndole un guiño para convencerla. —Cuente con ello —murmuró sonriéndole. Brandon entró a su despacho y caminó hasta la silla detrás del escritorio, se sentó con cuidado, pues sus heridas aún dolían y no quería hacer algún movimiento brusco que las perjudicara. Agarró el auricular y marcó el numero de la casa de su novia, que sabía de memoria. —Buenas tardes, residencia Di Carlo. —Buenas tardes, Francis, soy Brandon… me gustaría saber si mi prometida está en casa, verá, es que no ha venido a verme hoy y estoy un poco preocupado —Se saltó el protocolo y le explicó el motivo de esa llamada, esperando que la mujer le diera alguna respuesta. —La señorita está indispuesta… —¿Indispuesta? ¿A qué se refiere? —inquirió con el corazón acelerado y se puso de pie, llevado por el deseo de ir a verla. —Verá… señor Anderson —calló mientras reflexionaba sobre la mejor manera de abordar ese asunto tan delicado—. Ayer sucedieron muchas cosas con la llegada del señor Fabrizio, no sé con exactitud lo que ocurrió, pero después de una reunión que tuvieron, la señorita salió corriendo en medio de la tormenta, aunque su hermano logró traerla de regreso, estaba toda empapada la pobre y se le veía muy triste, también los señores estaban muy perturbados y hasta se requirió de la presencia de un doctor, para que atendiera al señor Di Carlo padre. —Por Dios… —murmuró, comprendiendo lo que había sucedido. De inmediato sus ojos se

llenaron de lágrimas al imaginar el dolor que debía estar sintiendo su novia, tragó para pasar las lágrimas—. Francis, muchas gracias por informarme de lo sucedido, enseguida salgo para allá… no le digas nada a ella, por favor, porque de seguro va a querer impedirme que lo haga, pero no lo haré, necesito estar a su lado. —Descuide, señor Anderson, no lo haré, venga con cuidado por favor —pidió, porque sabía que él seguía recuperándose del atentado que le hizo aquel demente. Brandon salió del despacho y sin perder tiempo le pidió a Dinora que le avisara a Nicholas que prepara el auto; como era de esperarse, la mujer cuestionó su orden, pero él dejó en claro que no lo haría cambiar de opinión, porque su novia lo necesitaba en ese momento. Miró la hora y envío a una de las chicas por sus remedios para el dolor, ya que comenzó a sentir una leve punzada en el lado del riñón, aunque al no ser tan fuerte, apenas le prestó atención. Por suerte, su tía había salido a la congregación para cumplir con un compromiso que ya había adquirido y al que no podía faltar, así que podría salir sin tener que discutir con ella. Bebió su medicamento y luego subió al auto, que de inmediato se puso en marcha, mientras él intentaba serenarse para poder brindarle a su novia el consuelo que sabía estaba necesitando.

Capítulo 52 Brandon llegó a la casa de los Di Carlo y enseguida fue recibido por Francis, que lo hizo pasar al salón y lo invitó a tomar asiento, la vio caminar hacia las escaleras para avisarle a su prometida que él se encontraba allí. Trató de distraerse mirando las fotografías familiares, que mostraban al verdadero Fabrizio y también a Terrence, aún seguía pareciéndole curioso ese asombroso parecido entre ambos; de pronto, sintió una presencia que hizo que su piel se erizara, se volvió para ver quién estaba detrás y no pudo disimular su sorpresa, cuando sus ojos se encontraron con los de su antiguo amigo. —¡Cuñado! —expresó, pues no sabía si Terrence estaba al tanto de que ya él conocía la verdad, dio un par de pasos para saludarlo con un abrazo, pero de pronto se detuvo al ver su semblante serio. —Tu turno de desmayarte ya pasó, así que no te quedes parado, mirándome como a un fantasma, esperaba al menos un abrazo de mi mejor amigo… ya que resulté siendo igual a Lázaro —bromeó sin saber qué más hacer para aligerar la tensión. —¡Por supuesto, hombre! —dijo acercándose y dándole un fuerte abrazo, que logró aminorar la tensión que se apoderó de su cuerpo, desde que supo que había regresado—. Por si no lo recuerdas, ninguno de los hombres Anderson se desmayó cuando te vio por primera vez y yo no seré el primero… si no lo fui antes, dudo que lo sea ahora, ¿cómo te sientes? Porque realmente luces como si hubieses estado en una cripta por días —agregó, mostrando la misma actitud, mirándolo como si no lo hubiese hecho hace unas semanas sino años. —Más de cuatro años y debo confesar que está costando mucho —indicó, ya sin poder seguir con su tono relajado. —Imagino —esbozó, recordando el motivo de esa vista—. Me extrañó que Fransheska no pasara hoy por la casa ni que hubiese llamado, así que lo hice yo y Francis me contó que habías regresado de Nueva York y que te reuniste con… Luciano, Fiorella y también con ella —explicó, mirándolo a los ojos y vio que se tornaba triste. —Fue una situación muy complicada y dolorosa, pero también inevitable, yo no podía seguir siendo… —calló, dedicándole una mirada significativa, porque no quería que alguien lo escuchara y dar pie a rumores—. Lo importante es que ya todo quedó aclarado. —Quisiera verla y hablar con ella —expuso Brandon acongojado, al saber que no estuvo para apoyarla en ese momento tan difícil. —Ahora mismo está durmiendo junto a sus padres, ha sido la más afectada porque era la única que no sabía la verdad… —Terrence vio que una de las empleadas pasaba cerca de ellos y lo miraba con curiosidad—. Puedes venir conmigo al estudio, me gustaría que conversáramos sobre todo esto en un lugar lejos del oído de la servidumbre —indicó, porque necesitaba mantener su secreto, al menos por unos días más, hasta que la familia Di Carlo estuviese más tranquila. —Por supuesto —respondió y caminó junto a él. En el pasado habían sido muy amigos y se podía decir que recientemente mantenían una relación igual de cercana, aunque no con la misma confianza de antes; lo que era evidente, porque como Terrence, jamás le hubiese ocultado a Brandon su enfermedad, pero como Fabrizio sí lo

hizo, tal vez porque no quería que lo mirara como justamente estaba haciendo en ese momento. —Brandon… me estás haciendo sentir como la atracción principal de un circo, puedes dejar de mirarme así, por favor —pidió, dejándole ver su incomodidad. —Lo siento, de verdad, lo siento mucho, Terry… es solo que, aunque tenía mis sospechas desde hace mucho, no es fácil de asimilar todo lo que ha sucedido —se excusó, mirándolo a los ojos. —Claro que no es fácil, si lo sabré… todo parece una locura, mis padres casados, tuvieron dos hijos y ahora viven felices, como el más increíble cuento de hadas, Allison casada con el hombre que trató mi neurosis…tú, el aventurero que no tenía en sus planes casarse, convertido en todo un príncipe azul. —Vio que Brandon sonreía y se encogía de hombros, él también sonrió y continuó—: Christian y Patricia con dos hijos, Annette y Sean también tienen una hermosa niña, pero espera que aún hay más ¡Daniel Lerman y Victoria amigos entrañables! Hasta Elisa me sorprendió, ahora es Elisa Wells… esposa y madre ejemplar. ¡Es de locos! —exclamó, desahogándose. —Sí… las cosas han cambiado en los últimos años. Continuamos con nuestras vidas, incluso, tú también has cambiado, pasaste de ser un Heldentenor a un gerente de exportación en los laboratorios Di Carlo, vivías en Italia con otra familia… hasta entablaste una relación con otra mujer —apuntó, dándole un golpe bajo. —Sí, tienes razón y puede que pienses que para mí no fue difícil adaptarme a mi nueva vida, pero te equivocas, fueron seis meses repletos de dudas, de miedos, de pesadillas… y qué decir de los cambios de humor. A veces duraba días deprimido, otros días me levantaba huraño y molesto con todos a mi alrededor, pero había unos donde mi actitud era más entusiasta —expresó con desgano. —Imagino que debió ser un proceso muy complicado —Brandon se solidarizó con él, al ver su mirada atormentada. —Lo fue, pero a pesar de eso nunca me resigné, visité a un montón de doctores en Italia y en Inglaterra, estaba empeñado en recuperar mi pasado, pero ahora que lo tengo no sé cómo afrontarlo, me siento aterrado… ¡Dios, todo lo que pasado es tan absurdo! Estos últimos días han sido una pesadilla para mí… y sospecho que los que están por venir no serán mejores, ayer… todo fue tan difícil que aún siento la tensión en cada uno de mis músculos. —¿Cómo sucedió todo? ¿Cómo terminaste siendo Fabrizio Di Carlo? —inquirió Brandon, ladeando el rostro para verlo. —Luciano me confundió con su hijo cuando me vio en un bar del centro de Manhattan… pensó que de algún modo había venido a parar a América, así que me siguió para hablar conmigo, pero al hacerlo se dio cuenta de que unos hombres intentaban secuestrarme, me golpearon hasta que consiguieron subirme al auto y quitarme mis pertenencias. Cuando me despojaron del anillo que me dio Vicky, enfurecí y comenzamos una lucha dentro del auto, eso fue lo que provocó el accidente, es poco lo que recuerdo de ese momento, cuando reaccioné, Luciano intentaba sacarme porque el auto estaba a punto de explotar, uno de los delincuentes quedó dentro y supongo que fue a quien dieron por mí, ya que tenía en su dedo mi anillo, quise recuperarlo, pero no tenía las fuerzas para hacerlo. —¿Entonces eso fue lo que realmente sucedió? —cuestionó, parpadeando con asombro, jamás lo hubiese imaginado. —Sí… Luciano me salvó la vida, de no haber sido por él, igual hubiese muerto en ese auto. Me llevó al hotel donde se hospedaba, curó mis heridas y cuidó de mí durante esos días, en los que siguió aferrado a la idea de que yo era su hijo; ni siquiera se enteró de quién era yo por los

periódicos, me dijo que solo los leía para conocer noticias sobre la guerra, pero que al encontrarme ya no le importaba lo que pasara en el mundo, lo único importante era que me había recuperado. Después de una semana tomamos un barco rumbo a Europa, durante el viaje pasé la mayor parte del tiempo sedado, porque los dolores de cabeza eran insoportables, así que no sabía cuánto tiempo llevábamos viajando. —¿Cuándo descubrió que no eras Fabrizio? —inquirió sorprendido de que no lo notara, porque él lo sospechó a los pocos días. —Fiorella me confesó que solo le bastó verme para darse cuenta, pero que no dijo nada porque hacerlo significaba admitir que su hijo había muerto y no tuvo el valor para afrontarlo, por su parte, Fransheska, sí me rechazó a los pocos días de verme, me dijo que yo no era su hermano, porque él jamás la hubiese olvidado, que no era Fabrizio… fue la única que tuvo el coraje para decir la verdad. —Pero luego cambió de parecer, porque me consta que ahora te adora —supuso, porque su relación era muy estrecha. —Sí, lo hizo luego de que tuvimos una conversación y le pedí perdón por haberla dejado y le prometí que nunca más la dejaría sola de nuevo… es una promesa que pienso cumplir, sin importa que ahora sea consciente de que no nos une la sangre —dijo con convicción. —¿Y Luciano? ¿Cuándo supo él que no eras Fabrizio? —preguntó con preocupación, ya que su suegro fue quien lo sacó del país. Terrence comenzó a contarle los hechos tal y como Luciano se los había relatado, sin omitir ningún detalle, porque esperaba que Brandon comprendiese las acciones de su suegro y no lo juzgase como una mala persona. Después de todo, Luciano sería el abuelo de sus nietos y no quería que su amigo lo creyese un delincuente; a decir verdad, no lo era, solo actuó en consecuencia de la situación que atravesaba; y lo que vino después, fue un estado de negación como ya le había explicado Clive, esa mañana, cuando tuvieron una sesión vía telefónica. —Nunca pensé en tomar alguna acción legal en su contra, y después de escuchar todo lo que sufrió su familia y él mismo, lo último que deseo es causarles más daño, han pasado por demasiado y no merecen padecer más… lo he perdonado y no le guardo rencor —esbozó, mirando a Brandon a los ojos, para que supiera que decía la verdad. —No sabes cuánto me alivia escuchar eso, amigo… estaba tan preocupado por cómo se dieron las cosas; temía que Luciano hubiese cometido la locura al sacarte del país aún consciente de que no eras su hijo, y lo que es peor, aprovechándose del accidente donde te dieron por muerto —expresó, sintiendo que el peso en sus hombros se esfumaba y que respirar le resultaba más sencillo—. Me angustiaba tanto imaginar que Fransheska tendría que vivir la traumática situación de ver a su padre tras las rejas, te juro que eso no me dejaba dormir en paz, mi princesa ha soportado tanto en su corta vida —agregó sin dejar que sus emociones lo desbordaran. —Todos hemos vivido situaciones complicadas y para las que no estábamos preparados — comentó, bajando la mirada. —Lo sé, amigo mío… —dijo apretándole el hombro, lo notaban tan tenso que deseaba hacer mucho más para ayudarlo—. Y… ¿qué harás con respecto a tu relación con Victoria? —inquirió con cautela. —Recuperarla, deseo recuperarla… no tengo la mejor duda de ello, el problema es que no sé cómo contarle toda la verdad… si al menos le hubiese hablado de mi enfermedad, supongo que no me sería tan difícil explicarte todo, pero nunca se lo confié… no quería que ella me tratara de manera diferente por eso —confesó angustiado. —No lo habría hecho, te hubiese aceptado y lo sabes…

—Sí… lo sé, pero quería ser un hombre completo para poder entregarme a ella sin secretos de por medio, y ahora todo se ha complicado. Sin embargo, estoy dispuesto a luchar por ella, solo que en este momento no sé qué hacer… Debe estar odiándome y no la culpo, he sido un desconsiderado, pero… no podía hablar con ella, no tenía el valor para hacerlo —expresó con notoria desesperación—, créeme amigo, no lo hice con el afán de castigarla o lastimarla, sé que debe estar pensando que soy un miserable… pero eso no es verdad, lo que menos deseo es dañar a Vicky, sé que ya ha sufrido bastante. —Esta situación es muy delicada Terry, especialmente por ella…Vicky estuvo durante mucho tiempo sumida en una profunda depresión, aunque siempre disimulaba para hacernos creer que estaba bien, pero eso no era verdad; por el contrario, todo iba de mal en peor, ella se sentía culpable de tu muerte… pensaba que su separación te había llevado a tomar una salida radical… —¡Pero eso no fue así! Jamás haría algo que pudiese lastimarla de esa manera, yo la amo… y nunca dejé de hacerlo, ni siquiera cuando fui Fabrizio Di Carlo, porque siempre la veía en mis sueños, solo que no podía distinguirla. Al menos, no, hasta hace un mes, cuando lo hice me sentí confundido y hasta molesto porque pensé que me estaba engañando; sin embargo, no le reclamé porque siempre confié… me decía que todo debía tener una explicación y justificaba el extraño comportamiento que tenía algunas veces —Terry, no tienes que aclararme nada. Sé que la amas… pero aún les queda una gran prueba por superar y deben tener muy claro que ya no pueden seguir teniendo secretos, deben ser sinceros si desean recuperar su relación, porque ella también te ama… —se detuvo al ver un gesto de incredulidad y desgano en él—. Te ama Terry… aunque esté aferrada a creer que es a Fabrizio Di Carlo, no es así, ella sigue enamorada de ti… El problema es que, en estos momentos, tú eres un Dios para mi prima, uno que no puede ser cuestionado, no puede ser culpado ni juzgado por nada… uno que ni siquiera Fabrizio Di Carlo ha logrado sacar de su cabeza —pronunció con calma. —¡Entonces estoy más jodido aún! —exclamó, poniéndose de pie y caminó al ventanal, dándole la espalda. —¿A qué te refieres? —inquirió Brandon, desconcertado. —¿No lo ves, Brandon? En cuanto ella sepa quién soy realmente, me va a odiar… va a pensar que la estuve engañando todo este tiempo y ese Dios que soy, se irá por un barranco, la voy a defraudar… voy a perderlo todo… lo que tenía Terry, lo que ha conseguido Fabrizio ¡Todo! — contestó, desesperado, llevándose las manos a la cabeza. Se sentía atrapado en una maraña de sentimientos que estaban a punto de enloquecerlo, mientras el miedo calaba profundo. —Terrence, trata de calmarte y analizar todo con cabeza fría… No he dicho que lo que pasará entre Victoria y tú será sencillo, pero pueden solucionarlo si lo desean… solo deben hablar con la verdad y con el corazón. Ya han sufrido lo suficiente como para que también terminen ahogándose en un vaso de agua, todo por culpa de su ceguera… Tú nunca has sido de los que renuncian y mi prima tampoco, así que tienes que tomar una decisión y enfrentar esto con valentía —pronunció, molestándose, al ver que tanto él como Victoria siempre le ponían obstáculos a su relación, en lugar de buscar motivos para salvarla. —Yo quiero recuperar lo que teníamos… hacerla mi esposa, formar una familia y tener la vida que siempre soñé con ella. —Su voz era más grave de lo habitual, por las lágrimas que inundaban su garganta. —Pues, juégate la piel por ella, búscala y dile todo… no te guardes nada, deja claro que estás dispuesto a hacer lo que sea necesario por sacar su relación adelante, por estar juntos de una vez

por todas — sentenció con seguridad, al tiempo que lo miraba a los ojos. —Se dice muy fácil, pero no es tan sencillo, tú no has pasado por todo lo que Vicky y yo hemos atravesado. —No… yo no he pasado por todo eso, pero ten por seguro que, si llego a verme en una situación así, buscaría a tu… que buscaría a Fransheska hasta el fin del mundo y le haría saber cuánto estoy dispuesto a ofrecerle y no descansaría hasta recuperarla. —Necesito tiempo para hablar con Victoria, debo prepararla porque no quiero herirla, ni defraudarla… no soportaría que todo esto la lleve a odiarme, ella es mi vida y deseo cuidarla… Una vez me prometí que no dejaría que nadie le hiciese daño y parece que siempre termino siendo quien más daño le hace, así que por esta vez deseo hacer las cosas bien, no pienso quedarme de brazos cruzados, eso te lo aseguro… pero tampoco deseo presionarla… ¿Puedes entenderlo? — cuestionó, porque sabía lo complicado que sería para ella asimilar todo eso, incluso Clive se había ofrecido a estar junto a él en ese momento para poder ayudarla a canalizar sus emociones. —Perfectamente, estoy de acuerdo… no pensaba sugerirte que te aparecieras hoy en la casa y le contaras todo, sé que debes ir abonando el terreno. Solo quería ayudarte a despejar tus dudas, que supieras que ella sigue enamorada de ti y que eso te dé el valor de luchar por su amor… Porque, vaya, que fue tonto tener celos de ti mismo —expuso Brandon, rodando los ojos y sonrió divertido. —No sabía que era yo, así que te agradezco que no me mires de esa manera… y tú en mi lugar hubieses hecho lo mismo, o se te olvidó el infierno que te hizo vivir Carlos Gardel, en solo dos días. —Le recordó para que dejara de burlarse. —¡Por el amor de Dios!, no me lo recuerdes. —Abrió los ojos. Ambos compartieron una carcajada, llenando el espacio del varonil sonido de sus risas; Brandon se sintió feliz al ver la actitud de su amigo, había extrañado realmente a Terrence; con todo y ese mal humor que parecía había regresado junto a sus recuerdos. Por su parte, Terrence también estaba dichoso de poder compartir ese momento con su amigo, era como si hubiese regresado al pasado y, por un instante, la angustia de pensar en lo que podía pasar más adelante lo abandonó. Fransheska estaba en la terraza que daba al jardín, había bajado hacía apenas unos minutos y caminó directo a ese lugar, necesitaba respirar aire fresco e intentar distraerse, porque estar encerrada en su habitación no le ayudaba. Aunque no podía evitar que sus pensamientos volaran al pasado, para tratar de recuperar todo eso que no volvería nunca más; las lágrimas se hacían presentes, a pesar de que intentaba desesperadamente no llorar, pero cuando la verdad se estrellaba contra ella con tanta fuerza, no podía hacer nada, solo dejar libre su llanto mientras las preguntas le llenaban la cabeza. Cientos de por qué retumbaban dentro de su mente mientras su cuerpo temblaba por los sollozos, en momentos el dolor era tanto que se llevaba las manos a la boca para ahogar algún grito desesperado que buscaba salir de su pecho. La rabia también se apoderaba a momentos, sabía que ya no ganaba nada con llenarse de rencor, pero su corazón y su mente le pedían culpar a alguien por su pérdida, el único nombre que saltaba sin necesidad de buscar mucho, era el de Antonella Sanguinetti, no podía entender cómo si decía amar tanto a su hermano, pudo hacerle todo el daño que le hizo. Se preguntaba qué sentiría esa mujer si supiese toda la verdad, si supiese que Fabrizio ciertamente murió en la guerra por su culpa; al fin de cuentas, sí su padre lo presionó para que estudiase medicina, pero su hermano jamás hubiese tomado la decisión de cometer tal atrocidad,

sino hubiese estado despechado. Escuchó unos pasos acercarse, se volvió para mirar y sus ojos se encontraron con unos hermosos ojos azul cielo que la miraban con calidez y ternura, se puso de pie con rapidez y caminó hasta él. —Brandon, mi cielo… ¡Por Dios! ¿Qué haces aquí? El doctor Morgan dijo que debías guardar reposo —mencionó, olvidándose de su propio dolor y preocupándose por él. Eso exactamente era lo que hacía una mujer enamorada, procurar el bienestar del otro. —Vine a ver cómo estabas… no fuiste esta mañana a la casa y me preocupé mucho, entonces Francis me contó lo que sucedió… y acabo de hablar con… —calló, al ver que ella bajaba el rostro y sollozaba. —Fabri… mi hermano… —esbozó y rompió en llanto, aferrándose a su novio para que le ayudara a soportar todo ese dolor. Brandon la recibió, dejando que ella se desahogase mientras le acariciaba el cabello con ternura y le daba suaves besos, luchando por no liberar las lágrimas que se acumulaban en su garganta, al verla tan frágil y llena de tanto dolor. Los sollozos la hacían estremecer mientras mantenía el rostro hundido en el pecho de su novio; sentía que estaba en medio de una tormenta y que Brandon era el único que podía mantenerla en pie. Hasta ese momento, había intentado mostrarse tranquila delante de sus padres para no angustiarlos más, pero las barreras que había creado ya no podían contener ese río de emociones que se desbordaba dentro de su pecho y estaba arrastrando a su alma a un mar de dolor y desolación. —Amor… princesa, no llores así, por favor —susurró con la voz ronca por las lágrimas, que apenas lograba contener. —No puedo… no puedo, me duele mucho, Brandon… —Se separó para mirarlo a los ojos y llevarse una mano al pecho—. Siento que me ahogo… que algo me falta y no puedo recuperarlo… me lo quitaron y yo lo sabía, pero no quería… no quería —expresó entre sollozos y una vez más buscaba refugio en el pecho de su novio. —Todo estará bien, princesa… esto pasará, no debes llorar así, esto te hace daño y sé que donde quiera que tu hermano esté, se pondrá muy triste si te ve cómo estás ahora… Fran, sé que es difícil, pero debes intentar calmarte y respirar despacio —mencionó con los ojos cristalizados y le acunó el rostro para hacerlo junto a ella—. Respira despacio, eso te hará bien… eso es… así —Le sonrió, al ver que ella empezaba a calmarse y deslizó sus pulgares por las mejillas para secar sus lágrimas, luego le dio un beso en la frente, dejando allí sus labios. —Estoy mejor… gracias por venir —susurró, mirándolo a los ojos. —No tienes que agradecerme, sabes que siempre voy a estar para ti, te amo con toda mi alma, Fransheska y lamento tanto no haberlo hecho ayer… sé que fue un momento muy difícil y que tal vez en este instante te sientas morir, pero eso no pasará porque eres una mujer muy fuerte y vas a superar todo este dolor… sé que lo harás y cuando eso pasé, los recuerdos de tu hermano ya no te harán llorar, solo sonreír y yo estaré siempre a tu lado para hacerte feliz también —expresó, mirándola a los ojos y pudo ver cómo brillaba la esperanza en ese par de gemas grises que lo habían hechizado y tanto adoraba. Ella respiró profundamente un par de veces y los sollozos empezaron a darle una tregua, apretó los brazos alrededor de su cintura, apoyando la mejilla en su pecho, mientras sus ojos se perdían en el jardín. Las lágrimas seguían saliendo, pero ahora no había tanto dolor en su llanto, sabía que su novio tenía razón y que Fabrizio dondequiera que estuviese, se pondría muy triste al verla así, debía estar bien por él y por sus padres, por todo esos que la amaban. No era sencillo, pero nunca se había rendido ante nada y eso era algo que su hermano admiraba de ella, pero que también precisamente él le había enseñado, a jamás perder la

esperanza y luchar siempre por su felicidad. Estuvieron unos minutos abrazados sin decir nada, él solo le brindaba caricias para consolarla mientras aguantaba su propio pesar, al ser consciente de que no tenía en sus manos nada que arrancara de ella todo ese dolor, solo podía estar allí, pero si eso le ayudaba, podía jurar que nada en el mundo lo haría separarse de Fransheska. —Quiero ir a mi jardín… ¿Me llevas? —susurró sin mirarlo. —Por supuesto, mi vida… todo lo que desees y esté en mis manos, solo pídelo —contestó, dándole un beso en la sien, cargado de ternura. —Gracias, gracias por estar aquí… —dijo mirándolo a los ojos. —No existe otro lugar en el mundo donde desee más estar que a tu lado, Fransheska, siempre a tu lado —pronunció y la rodeó con sus brazos para guiarla por el pasillo. Fiorella observó la escena desde el balcón de su habitación y le dio gracias a Dios, por haber puesto en el camino de su hija a un hombre como Brandon, sabía que ese momento era muy difícil para ella, pero él lograría aliviar ese dolor. El amor era el remedio más poderoso para curar las heridas y sabía que su hija tenía a su lado a un hombre con ese poder, que haría todo por sanarla y hacerla feliz de nuevo.

Capítulo 53 Fiorella había obligado a su esposo a guardar reposo como le indicara el doctor, luego de comprobar que su corazón estaba en riesgo de sufrir otro ataque, no lo dejó salir de la habitación en todo el día y se encargó de vigilar que se tomara los medicamentos. Terrence al enterarse de ello, subió a su recámara para ver cómo seguía e intentó disculparse con él, mostrándose muy apenado porque su intención nunca fue provocarle algún daño físico ni emocional. Luciano lo tranquilizó al recordarle que no era la primera vez que le sucedía y que nada de eso era su culpa, que su corazón ya se había roto al recibir aquel telegrama donde le anunciaban que su hijo había muerto. Fiorella quiso cambiar de tema y centró la conversación en la vida de Terrence, hablaron de sus padres, de las penurias que sufrió durante su infancia, su carrera como cantante de ópera, también sobre su relación con Victoria, aunque él no quiso ahondar mucho en ello. Cuando bajó vio que Fransheska regresaba junto a Brandon, se le veía mucho más tranquila y eso lo llenó de alivio, pero lo que más feliz lo hizo, fue ver que ella no lo miraba como a un extraño, sino como a su hermano. Se acercó y le dio un abrazo muy fuerte, acompañado de un par de besos en la mejilla, luego le sonrió y consiguió que ella también dejara ver el mismo gesto. —Hola Fran —La saludó al fin, mirándola a los ojos. —Hola… ¿Cómo estás? —inquirió con su mirada fija en él. —Bien, estuve hablando con tus padres un rato… ¿Qué tal el paseo? —preguntó para crear un tema de conversación. —Estuvo bien —comentó sonriéndole a Brandon, aunque no era una de esas sonrisas que deslumbraban. —Iré a saludar a tus padres, princesa —intervino Brandon, notando que Terrence deseaba hablar con ella, tal vez revelarle quien era. —Claro, iré contigo —comentó, viendo en eso la excusa perfecta para alejarse. Se suponía que habían quedado en seguir tratándose como hermanos, pero sentía que eso sería traicionar a Fabrizio. —Fran… espera, por favor, quisiera hablar contigo un momento —pidió Terrence, mirándola con súplica. —Está bien —respondió y el corazón se le agitó con fuerza al ver esa mirada que él le dedicó y la urgencia en su voz. —Gracias, te parece si vamos a la terraza —esbozó notando cierta incomodidad en ella, no pretendía obligarla a hablar con él, solo deseaba contarle quién era, tal vez así podía comprenderlo mejor. —Sí, vamos —respondió sonriendo con nerviosismo. Caminaron en silencio por el pasillo, salieron y ya la noche se había apoderado del paisaje, las estrellas brillaban con fuerza y la luna era apenas un hilo plateado en el firmamento. Al llegar, ella caminó hacia uno de los sillones individuales, ignorando ese de dos plazas que siempre ocupaban cuando dedicaban algunas horas a charlar, así como hacían en Italia; Terrence suspiró, notando su actitud y trató de comprender que para ella todo eso debía ser muy complicado.

—Quería darte las gracias por haberte quedado conmigo anoche, no tenías por qué hacerlo, supongo que esta situación debe ser muy difícil para ti… —comentó ella, sintiéndose algo apenada. —No tienes que agradecerme, Fran… Lo que te dije ayer lo sostengo, quiero seguir siendo tu hermano y estar a tu lado —dijo y vio que le temblaba la barbilla y su mirada se cristalizaba—. Tienes razón, esta situación es muy difícil para todos… ¿Pero sabes algo?… —Soltó un pesado suspiro y se frotó la frente antes de continuar—: Cuando llegué ayer, venía lleno de rencor, mis sentimientos eran una marejada que iban y venían según los recuerdos que tuviese. Culpaba a Luciano por haberme robado casi cinco años de mi vida y hacer sufrir a tantas personas… —Vio que ella se tensaba al escucharlo, por lo que se replanteó una mejor manera de tocar el tema y no incomodarla—. Pero entonces comencé a poner todo en una balanza, tal y como me había recomendado Clive, para buscarle un equilibrio a todo esto y por absurdo que parezca, logré encontrárselo… porque sí, yo perdí mucho cuando tu padre decidió llevarme de aquí, pero también gané, porque él me ofreció una familia maravillosa, una como la que yo siempre había soñado y que no tuve… —¿No tenías una familia? —inquirió, mirándolo sorprendida. —No, mis padres no estaban casados cuando yo nací, al principio solo éramos mi madre y yo, después llegó él y nos separó, me llevó a Londres con la promesa de que me daría una mejor vida, de la que podía ofrecerme mi madre… —Sonrió con amargura, recordando lo cual era la definición de «mejor vida» para su padre—. Con tan solo seis años, fui enviado a un internado para ser criado por severas y frías monjas. Me volví alguien solitario, arisco, rebelde, amargado… un verdadero dolor de cabeza, quería que mi padre fuese consciente de que tenía un hijo, aunque fuese causando alborotos. —Negó con la cabeza para evitar que el rencor se apoderara de su corazón de nuevo. —Siento mucho que hayas tenido que vivir todo eso. —Me había acostumbrado a no importarle a nadie, pero el tiempo pasó y conocí a alguien que me cambió la vida, la chica más especial del mundo, con una sonrisa capaz de iluminar hasta mi día más oscuro… —Sonrió con emoción, pero se contuvo de decirle que esa persona era Victoria, no quería llegar a ese momento aún—. Las cosas no fueron sencillas, pero luchamos para fortalecer nuestro amor; sin embargo, cuando inició la guerra, su padre la trajo de regreso América y yo tuve que quedarme en Europa, pero meses después, mi madre se armó de valor y viajó para buscarme; nos reencontramos y durante mucho tiempo fuimos felices, hasta nos comprometimos… —¿Estás casado con otra chica? —cuestionó, asombrada. —Sí… al menos en mi corazón estoy casado con ella —contestó, recordando los votos que se entregaron y sonrió con emoción. —¡Oh, Dios mío!… ¿Qué sucederá ahora con Victoria? Porque imagino que sigues enamorado de ella… ¿O acaso ahora que recuerdas, descubriste que ya no la amas a ella sino a la otra chica? —preguntó con los ojos llenos de lágrimas, no quería estar en los zapatos de su pobre amiga, esa noticia le rompería el corazón. —Victoria es esa chica… es a quien he amado desde siempre, mi mente la olvidó, pero mi corazón no —Sonrió al ver que Fransheska parpadeaba con asombro, mientras lo miraba fijamente. —Pero… eso no puede ser, Victoria… ella solo estuvo comprometida con… ¡No puede ser! —exclamó y se llevó las manos temblorosas a los labios, mientras sus pupilas se movían de un lado a otro con asombro—. ¿Tú eres Terrence Danchester? —inquirió con un hilo de voz, al

tiempo que lo miraba a los ojos. —Sí, soy el primer hijo de Amelia y Benjen Danchester… —¡Oh, por Dios! ¡Oh, por Dios! —Ahogó el grito, llevándose las manos a la boca, mientras movía su cabeza en un gesto de incredulidad—. ¿Cómo es eso posible? Se supone que tú… —se interrumpió, para no cometer una imprudencia. —Que morí hace más de cuatro años en un accidente de auto, eso es lo que todo el mundo piensa… pero no fue así, gracias a tu padre, Luciano me sacó del auto antes de que explotara, lo hizo pensando que era Fabrizio, él me salvó la vida y le estoy agradecido por eso y por todo lo que me dieron —pronunció y se acercó para sujetarle las manos, mientras sus miradas se anclaban —. Ustedes me enseñaron a confiar, a creer en las personas, con amor y con paciencia, lograron borrar esas heridas que llevaba en el alma y de las que no era consciente, pero seguían latentes… fue tanto lo que lograron en mí, que ahora estoy dispuesto a darle una oportunidad a aquellos que me lastimaron y empezar desde cero, sin rencores. —¿Te reconciliaste con tus padres? —La mirada se le iluminó. —Digamos que estamos intentando llevar mejor nuestra relación, aunque ayer cuando escuché a Luciano y vi a Fiorella aceptar la verdad, pensé en mis padres y comprendí que no he sido el único que ha sufrido en esta historia, Fran, ellos también lo han hecho… durante muchos años tuvieron que vivir un calvario, distinto al mío, seguramente, pero calvario al fin y al cabo… — esbozó, recordando ese anhelo que percibía en las miradas de sus padres cuando se encontraban, pero que sabían, era un imposible—. De nuevo tus padres lograron hacerme ver que la vida no da muchas oportunidades, así que debemos aprovechar las pocas que tenemos… No ganamos nada con llenarnos de odios y rencores, si dejamos que nuestro corazón se enferme con esos sentimientos, seremos los más perjudicados. —Tienes razón… por eso no puedo culpar a mi padre por lo que le sucedió a Fabrizio… él luchó hasta el cansancio para traerlo a casa… y de algún modo lo hizo, porque en verdad pensó que eras tú. —Lo sé y por eso tampoco lo culpo… pero ya no podía seguir ocupando el lugar de tu hermano, él se merece ser recordando como el gran joven que fue y yo merezco recuperar lo que perdí, por eso voy arriesgarme… mi madre me dijo que para el amor no existen los imposibles, quiero creer en eso… deseo con todas mis fuerza creer que nada será imposible si hablo con el corazón y le permito a los demás hablarme de la misma manera… estoy harto de ser intransigente, de ser un rebelde que odia todo a su alrededor… estoy harto de llevar esta coraza que no me ha servido de nada, que por el contrario, me ha hecho perder tanto —expresó con la mirada puesta en las estrellas. Fransheska lo observaba con la mirada brillante por las lágrimas, a pesar de todo, no podía desligarlo de la imagen de su hermano, menos cuando hablaba así; en ese momento le recordaba al Fabrizio que nunca se rindió, el valiente y arriesgado, el mismo que siempre estaba dispuesto a creer en las personas y abrirles su corazón. Jamás dejaría de amarlo ni lo olvidaría, porque era una parte esencial de ella, siempre lo llevaría en su corazón e intentaría recordarlo con una sonrisa; sin embargo, se daría la oportunidad para conocer más a Terrence y también de ser su hermana porque el corazón se lo pedía a gritos. —Aunque no lo creas, me hace feliz que hayas logrado recuperar tu vida… no me gustaba verte triste o angustiado por no tener tu pasado, no me gusta ver sufrir a las personas que quiero… a ti te quiero como a un hermano, lo fuiste y siempre lo serás… pero no debes quedarte aquí y privar a tu familia de tu regreso, ellos merecen recuperar el tiempo perdido… tú lo mereces — mencionó con voz calmada.

—Ya llegará el momento para hacerlo, Fransheska, no me quedó por compromiso, lo hago porque deseo, porque tú eres mi hermana… y siempre lo serás. —Le acarició la mejilla con ternura. —Gracias… gracias por quedarte un poco más, la verdad es que no quiero perderte a ti también —susurró mientras un par de lágrimas rodaban por sus mejillas. —No tienes nada que agradecer… hice una promesa, recuerdas, deseo cumplirla, así me lo dicta el corazón y hemos llegado a un acuerdo… lo escucharé más seguido y a ver si logro cometer menos errores de los que ya cometí en el pasado —esbozó, abrazándola. —¿Cómo eras antes? ¿Por qué hablas como si hubieses sido una mala persona? —inquirió desconcertada, mirándolo a los ojos. —Bueno… la verdad no sé cómo explicarlo, digamos que no era alguien muy amable, no tenía muchos amigos… en realidad, solo consideraba amigos a Brandon y a Enrico… —¿Enrico Caruso? —preguntó, parpadeando con asombro. —Sí, él fue mi mentor —contestó con algo de nostalgia, al recordarlo y saber que ya no lo vería de nuevo, al menos su corazón lo había llevado hasta su sepelio para que pudiera despedirse de él. —Es… es maravilloso, sigue contándome —pidió con ese brillo en su mirada que se había apagado desde que supiese la verdad. —Bueno, también era orgulloso, altanero… desconfiado, intransigente… hasta podía decirse que amargado y obstinado; te aseguro que tenía mis razones para ser así, prácticamente me críe solo y tuve que formarme una coraza para evitar que me lastimaran. —Creo que tu vida era un tanto complicada, pero… no eres una mala persona; por el contrario, eres un gran hombre y bueno solo a veces… un poquito quisquilloso, pero no todo el tiempo —mencionó, y dejó ver media sonrisa cuando él levantó una ceja y la miró divertido. —Gracias por tu sincera opinión sobre mí —expuso sonriéndole, luego miró una vez más las estrellas—. Sin embargo, a mi vida llegó alguien capaz de derrumbar mis murallas, una encantadora jovencita parlanchina, que me cautivó con sus hermosos ojos verdes, con su manera de ver la vida, dándole valor solo a las cosas buenas, que sabía sobreponerse a los golpes con una gran sonrisa, ella… fue la primera que me dijo que confiaba en mí, me hizo sentir importante y amado, me dio esperanzas y deseos de ser mejor… estaba dispuesto a todo para hacerla feliz… por primera vez en mi vida deseaba ser feliz —calló al percibir cómo las lágrimas inundaban su garganta y el aire se le quedaba atascado, apretó los labios para retener un sollozo. —¿Hablas de Victoria? —preguntó, buscando su mirada. Él asintió tragando para pasar las lágrimas—. El destino es tan caprichoso algunas veces, separarlos de esa manera tan cruel y hacer que se reencontrasen y se enamoraran de nuevo es algo extraordinario… es como esa leyenda del hilo rojo, donde los amantes se separan, pero nunca se alejan del todo y al final terminan juntos. —Ojalá ese sea nuestro destino —expresó él con una mezcla contradictoria de emociones, mientras acariciaba las manos de ella, que sujetaban las suyas, brindándole apoyo en ese gesto. —Ya verás que sí… volverán a estar juntos —dijo con una gran sonrisa, pero después se tornó seria—. Hay algo que me sigue pareciendo desconcertante… ¿Cómo es posible que Victoria no dijera nada del parecido? Tuvo que reconocerte… ¡Sí, claro que lo hizo! Si hasta se desmayó, pero… ¿Por qué calló?… Y Brandon, él también actuó de manera normal, ni siquiera me comentó nada a mí… —Frunció el ceño, haciendo una nota mental de hablar con él sobre eso después—. Todos se comportaron como si no te conociesen, hasta tus padres… ¡Esto es una locura! ¿Acaso todos se pusieron de acuerdo para no decirte nada? —Hizo más preguntas para tratar de comprender.

—Según me contó Brandon, ellos sí lo sospecharon, pero con el pasar de los días y ver que había tantas pruebas de mi existencia, hicieron la idea a un lado, aunque él siguió sospechando, pero Victoria parece haber caído en un estado de negación, así como el que sufriste tú —comentó, mirándola a los ojos. —Comprendo… —Asintió, recordando que ella había tenido una reacción parecida, primero lo rechazó, pero luego lo aceptó. —En el caso de mis padres, ellos no dijeron nada por recomendación de Clive, él resultó ser el esposo de Allison, la ahijada de mi madre y mi mejor amiga. Al enterarse a través de un detective, que era quien me trataba, lo abordaron y le mostraron pruebas de quién era realmente, él no compartió muchos detalles con ellos, pero sí les dio algunas recomendaciones para no perjudicar el proceso. —Todo esto es tan increíble… Ahora entiendo porqué te alejaste por tantos días… no es nada fácil asimilar algo así, si tan solo me hubieses contado, tal vez te habría ayudado… o a lo mejor, terminaba complicándote aún más pero, de cualquier modo, habría estado a tu lado, siento tanto que tuvieras que pasar por todo esto solo. —No te preocupes por eso, Fran… Lo importante es que ya he armado por completo el rompecabezas, ahora sé que soy Terrence Danchester… y espero poder recuperar a Victoria, creo que tendré que darle una buena explicación para mi comportamiento. —¡Pero la tienes! ¿Acaso te parece poco haber recuperado lo que eras? Eres el Terrence que ella amó y no podrá mostrarse indiferente ante algo como eso, en cuanto se entere sé que… —No pienso decirle nada por el momento, deseo prepararla primero, Fran —dijo y vio que ella iba a protestar—. No puedo llegar como si nada y decirle «Hola Victoria, ¿cómo estás? Verás, soy Terrence y no morí en ese accidente, todo este tiempo estuve viviendo en Italia, claro, pero eso ya tú lo sabes; así que, en resumen, lo que deseo que es continuemos con nuestra relación como si nada hubiese pasado» —esbozó, dejando libre ese lado sarcástico que manejaba tan bien, mucho más siendo él mismo. —No te sugería hacer algo como eso, pero creo que ella debe saber toda la verdad, se lo merece, tú más que nadie sabes lo que duele una mentira y si no le dices a Victoria, quien eres en realidad, vas a hacerle mucho daño —mencionó con la mirada anclada en la de él. —Lo sé, Fran… créeme que lo sé muy bien, pero solo necesito un poco de tiempo, hasta que pueda encontrar la manera de abordar este tema y tener la certeza de que no le causaré más dolor, ya ella ha sufrido mucho y no quiero lastimarla más, pero le diré la verdad, así termine odiándome… solo que deseo hacer las cosas bien —expresó con la mirada turbada por lo que implicaba esa decisión. —Todo saldrá bien, ya lo verás. —Fransheska lo abrazó muy fuerte para aliviar la pena y la tensión que veía en él, era tan fácil verlo como a un hermano, él era tan especial como Fabrizio y también merecía ser feliz, como no había logrado serlo su hermano. Se quedaron compartiendo un poco más, aunque Terrence ya conocía en detalle la vida de Fransheska, porque ella se había encargado de ponerlo al tanto de la misma, cuando intentó llenar de recuerdos su cabeza; era muy poco lo que ella sabía de él. Así que se dedicó hacerle muchas preguntas, enfrascándose, sobre todo, en su relación con Victoria, porque deseaba que él reforzara ese sentimiento que compartía con ella y que no dudara en llevar a cabo su sueño de tener una familia y una vida junto a la única mujer que había amado. Fabrizio acababa de salir de la consulta médica a la había asistido a escondidas de su esposa, decidió verse con un doctor en Beauvais para que ella no se enterara de que había estado

sintiéndose mal en las últimas semanas. No quería que se angustiara y que lo obligara a renunciar a su trabajo y pausar sus clases en la universidad, por un simple malestar que se pasaría si se tomaba los medicamentos acompañados con un vaso de leche fría, comía a las horas correctas manteniendo su dieta y descansaba, al menos eso fue lo que le dijo el doctor de la consulta general. —Hola Fabrizio… ¿Qué tal te fue? ¿Qué te dijo el médico? —preguntó Belén, al verlo llegar. Desde hacía días no tenía muy buen semblante, por eso le sugirió ir a una consulta. —Todo bien, dijo que tal vez estaba comiendo mucho condimento o que lo hacía a deshoras y que eso afectaba mi estómago, que no podía descuidarme porque los medicamentos que tomó son muy fuertes y pueden causarme problemas… Me dio unas indicaciones para que las siguiera al pie de la letra y eso fue todo —respondió con una sonrisa. —¿No te envió algún examen o placa? —inquirió con extrañeza, porque no le parecía que fuese tan sencillo lo que él tenía, lo había visto llevarse la mano al estómago y hacer gestos de dolor muchas veces, incluso, en un par de ocasiones lo escuchó vomitar. —Me recomendó verme con un especialista, pero me dijo que es algo costoso y que los mejores están en París, así que lo descartaré, seguiré con el tratamiento que me indicó y espero que me ayude a mejorar —respondió con tono esperanzado. —Claro… sabes que cualquier cosa puedes decirme, te presto dinero si lo necesitas —dijo mirándolo a los ojos. —Muchas gracias, Belén… pero no es necesario, yo tengo algunos ahorros, solo que son para el viaje a América, recuerdas que te dije que mi hermana se casa y quiero darle la sorpresa de ir a su boda. —Sí, lo recuerdo, por eso cuenta conmigo, puedo prestarte el dinero y cuando regreses me lo pagas. —Sonrió para que él no se sintiera apenado por recibir su ayuda. —Gracias, amiga, lo tendré en cuenta… ahora vamos o Dimitri empezará con esos gritos histéricos que agravan mucho más mi dolor de estómago y mi acidez —comentó, sonriendo para tranquilizarla. —Sí, será lo mejor —acotó con el mismo gesto, pero en cuanto le dio la espalda, lo miró con preocupación y pensó en buscar la manera de convencerlo para que fuera con el especialista. Belén se sentía realmente angustiada por la salud de su amigo, lo había visto perder algo de peso, aunque él lo atribuía al ajetreo que llevaba entre la universidad y el trabajo; sabía que solo era una excusa. Lo peor era que no podía hacer nada más para ayudarlo, porque Fabrizio siempre minimizaba la gravedad de sus síntomas; lo único que llegaba hasta su cabeza, era hacerle una llamada a Marion; sin embargo, sabía que eso podía ser considerado por su amigo como un acto de traición y no quería enemistarse con él, era el único que no la juzgaba. Fabrizio comenzó a abrir las ostras para limpiarlas, debía tenerlas perfectas porque el chef era muy exigente con eso, si alguna llega a tener arena y él lo nota, le dará un buen regaño. Después de estar casi una hora en esa tarea, comenzó a sentir ese molesto ardor que precedía al dolor en su estómago, se apresuró para terminar y poder tomar un vaso de leche, como le había indicado el doctor. —Chef, sus ostras están listas —anunció, paladeando un sabor amargo y como a hierro en su boca, respiró profundo para calmar el dolor mientras caminaba al refrigerador. —Bien, déjalas en la cubeta sobre hielo para que se mantengan frescas y ayúdame con estas batatas —Le ordenó, echándole un vistazo y vio que estaba muy pálido—. ¿Te sientes bien, Fabrizio? —inquirió con el ceño fruncido, estaba sudando mucho. —Sí… chef, es solo un poco de acidez, me regala un vaso con leche, por favor, con eso se me

pasará —pidió, intentando disimular el dolor que cada vez era más intenso. —Claro ve… también saca el zumo de una patata y lo bebes, eso te ayudará —comentó y se ocupó en las vieiras de nuevo. Fabrizio confió en la experiencia de Dimitri y siguió su consejo, después de beber pausadamente un vaso de leche, agarró una de las patatas que debía cortar, la limpió bien y procedió a triturarla para extraerle un poco de zumo. El alivio fue casi inmediato y sonrió sintiéndose feliz, definitivamente sumaría ese remedio a los que le había dado el doctor, sabía que si se cuidaba bien, mejoraría y no tendría que gastar su dinero ahorrado en un especialista. Sin embargo, cuando estaban por dar las tres de la tarde, su malestar retornó y esta vez con más fuerza, tanto que estando en medio de una preparación, tuvo que correr al baño para poder vomitar. Todos en la cocina se alarmaron al verlo de esa manera, Belén fue detrás de él y lo consiguió siendo atacado por las arcadas, que hacían temblar todo su cuerpo, le puso una mano en la espalda y sintió que su camisa estaba empapada de un sudor helado. —Intenta respirar, Fabrizio… despacio… te estás poniendo morado —dijo ella con nerviosismo y le sobó la espalda para ayudarlo a respirar—. Ya pasó… ya pasó —susurró, al ver que comenzaba a calmarse, intentó asomarse para ver el color del vomito, pero al parecer Fabrizio adivinó sus intenciones, porque jaló la cuerda del inodoro. —Estoy bien… estoy bien… —susurró con voz trémula y caminó hasta el lavamanos para enjuagarse la boca, al escupir vio que tenía un tono rojizo, lo que lo asustó mucho, pero se obligó a luchar contra el pánico—. Debió ser ese zumo de patata que me cayó mal —acotó y levantó la mirada para verse en el espejo, sus ojos estaban muy rojos por el esfuerzo que hizo en cada arcada. —No creo que sea eso, en verdad estás mal, pero eres demasiado terco para admitirlo y si no vas a cuidarte, entonces me tocará llamar a Marion para que lo haga —dijo con determinación y le dio la espalda para salir, pero él la sujetó por el brazo. —Espera, Belén… tienes razón, debo atenderme esto porque es serio, pero no le digas nada a Marion porque se angustiará. —Fabrizio, ella es tu esposa y merece saber lo que está sucediendo, si no le dices y empeoras, se molestará mucho contigo cuando sepa que tenías semanas así y no se lo comentaste —dijo en tono severo. Fabrizio asintió y bajó la cabeza, mostrándose apenado, su amiga tenía razón, debía contarle todo a Marion, ya su esposa le había perdonado muchas mentiras, no merecía que él la engañara de nuevo. Suspiró y sintiéndose mejor regresó a la cocina. —Fabrizio ve a tu casa y descansa, te ves muy agotado —esbozó Dimitri en cuanto lo vio regresar, estaba más pálido que minutos antes. —Yo me siento bien, chef… ya me pasó el malestar —respondió, obligándose a sonreír, no podía darse el lujo de perder el trabajo si estaba enfermo, porque necesitaría dinero para atenderse. —Es una orden, Fabrizio… ve a descansar, recupérate y regresa mañana si te sientes mejor, si no es así, avisas con tiempo para que nos organicemos —dijo en un tono que no admitía réplicas. —Está bien, gracias, chef… le prometo que vendré mañana —mencionó, mirando avergonzado a sus compañeros y salió de la cocina. Agarró el bolso de su casillero, se quitó el uniforme para vestirse con su ropa casual y salió del restaurante, comenzó a caminar hacia la parada de autobuses, pero se sentía tan aturdido que no sabía a dónde iría, si a su casa o tomaba el tren a París. El problema era que no tenía suficiente dinero con él y si le tocaba pagar la consulta no podría; decidió regresar a su casa para descansar,

en la noche hablaría con Marion e intentaría que ella no se alarmara mucho. Durante el trayecto no pudo dejar de pensar en el color que mostró su vómito, antes se había tomado un vaso de leche, se suponía que fue lo que debió expulsar. En lugar de ello, el líquido tenía un aspecto oscuro, no era el amarillo habitual del que salía de sus pulmones, era más como un rojo y eso lo tenía muy preocupado; si realmente estaba grave, tendría que buscar a sus padres como le había dicho Manuelle, no podía permitir que Marion y su cuñado corrieran con todos sus gastos médicos de nuevo, ellos no tenían y tampoco era justo.

Capítulo 54 Bajó del autobús tres calles antes de llegar a su casa, para ir hasta la mansión del coronel Pétain, le pediría el favor que le permitiera realizar una llamada a casa de sus padres en Florencia. Aunque no era la manera en la que había planeado hacerles saber que estaba vivo, no le quedaba más remedio que hacerlo así, solo esperaba que ellos le creyesen y pudieran ayudarlo; de lo contrario, no sabía lo que haría. Al llegar se anunció con el ama de llaves, quien lo hizo pasar al salón, un par de minutos después lo recibía el militar, se acercó hasta él dándole un abrazo al que Fabrizio correspondió con el mismo cariño. Luego caminaron al despacho, mientras él sentía que a cada paso que daba, sus pálpitos se hacían más rápidos y dolorosos; metió sus manos en los bolsillos del vaquero para secarse el sudor y tratar de tranquilizarse, el teniente ocupó el asiento detrás del escritorio y lo invitó a sentarse. —Qué alegría verte Fabrizio, hacía rato que no pasabas a visitar ¿Como están las cosas? — preguntó con una sonrisa. —Todo bien, coronel, los estudios van muy bien, presenté los parciales la semana pasada, solo estamos esperando las calificaciones y dentro de dos semanas serán las vacaciones… aún no sé cómo agradecerle la oportunidad que me dio, por eso estoy dando lo mejor de mí para que se sienta satisfecho y vea cuánto la valoro. Puede estar seguro de que voy al cuarto año sin ninguna materia arrastra… además, las del segundo año que tenía pendientes ya las pasé y solo quedaré viendo la que me faltó del tercero, que no se abrió este semestre porque el profesor estaba de permiso. —Me alegra muchísimo escuchar eso, ¿y el trabajo? Pensé que estarías hoy allá —comentó, notando que se veía algo desencajado. —Sí… estaba, pero me sentí un poco mal y el chef me dio permiso para salir antes y que descansara —respondió, desviándole la mirada, mientras se estrujaba las manos por los nervios. —Ya veo… bueno, tienes suerte de tener a la mejor y más bella enfermera por esposa, dime cómo está ella, también hace mucho que no la veo —Lo miró, analizando su comportamiento, era evidente que esa no era solo una visita de cortesía, él deseaba algo, pero aún no se animaba a pedirlo, era demasiado penoso en ese aspecto. —Está bien, ha tenido mucho trabajo en el hospital… y sabe cómo es mi esposa, aunque le digo que no es necesario que haga dos turnos, siempre termina haciéndolos —Suspiró para drenar parte de los nervios y la ansiedad que hacían estragos dentro de él—. Trato de hacerla feliz todos los días… quiero darle lo mejor, ya que no se merece menos… quiero que se sienta como una princesa, aunque todavía no he podido brindarle lo que se merece, pero tengo fe de que podré hacerlo… más adelante, con el favor de Dios —expresó, mostrando una sonrisa, en ese momento el teniente se puso de pie y bordeó el escritorio, sentándose al borde frente a Fabrizio. —El hombre que trata a su mujer como una princesa, es la mayor prueba de que fue criado en los brazos de una reina —pronunció y ya había adivinado lo que el muchacho deseaba, lo había visto mirar varias veces el teléfono, así que agarró el auricular y se lo ofreció—. Ahora, dale a esa reina la oportunidad de saber que su hijo está vivo y que está dispuesto a refugiarse

nuevamente en esos brazos que tanto extraña, llama a tu madre, Fabrizio —Le dijo, mirándolo a los ojos. Él tragó para pasar las lágrimas que lo estaban ahogando y con manos trémulas tomó el auricular; antes de marcar el número que se sabía de memoria, le dedicó una mirada más al coronel, quien asintió, animándolo. Fabrizio bajó la mirada, llevándose el auricular al oído y al escuchar el tono, marcó el número de su casa, timbró una vez y los nervios regresaron a él con la fuerza de una gran ola, una segunda vez y podía sentir el corazón palpitarle violentamente contra el tórax, antes de que timbrara por tercera vez, escuchó que alguien lo tomaba. —Buenas tardes, residencia de la familia Di Carlo. —La mujer le habló en italiano, lo que lo hizo sonreír y llenarse de valor. —Bue… Buenas tardes —saludó con voz temblorosa y el coronel mostró una sonrisa para infundirle confianza, seguidamente llevó su mano a la que Fabrizio tenía libre y apretó cálidamente, percatándose de que estaba sumamente sudada y temblaba—. Por favor, me comunica con el señor Luciano Di Carlo. —Logró que el nombre de su padre le saliese nítido y el corazón se le hinchó de esperanza. —El señor Di Carlo no se encuentra… ¿Quién desea hablarle? —inquirió esa voz que él no pudo identificar, no era la de Anna se escuchaba como la de alguien joven, tal vez una chica nueva. —¿Y la señora Fiorella? —No tenía intenciones de que quien fuese la primera en enterarse de su existencia fuese su madre, pero en vista de que su padre no estaba, tendría que ser a ella, las ganas de llorar se apoderaron de él mientras imaginaba lo que sería volver a escuchar la voz de su madre, después de tanto tiempo. —La señora tampoco se encuentra en casa —respondió con tono extrañado, rompiendo las ilusiones de Fabrizio que se desplomaron como un castillo de naipes, pero no desistiría tan fácilmente. —¿Tardará mucho en regresar? —insistió, porque estaba decidido. —Ellos están de viaje, señor —Le hizo saber amablemente. —¿Estarán en la casa de Venecia? —Le preguntó con la intención de realizar la llamada allá, necesitaba hablar con ellos, antes de que el miedo se adueñara de él una vez más. —No, señor… no están en el país… ellos están en América con los preparativos del matrimonio de la señorita Fransheska. Fabrizio cerró los ojos fuertemente tras enterarse de esa noticia, no esperaba que ya se hubiesen marchado, incluso pensó que, si no lograba reunir para los tres boletos de barco, se presentaría en Italia y viajaría junto a ellos, pero ya no sería posible. Su barbilla tembló, anunciando que las lágrimas lo desbordarían, al tiempo que la mano que mantenía el auricular empezó a temblar, porque en ese momento todo a su alrededor se derrumbaba. —¿Quién desea hablarles?… Si gusta puede dejar un mensaje y el ama de llaves le hará saber en la próxima misiva, que usted desea comunicarse con ellos, ya que tal vez regresen dentro de tres meses. Fabrizio no pudo responder porque un sollozo le rasgó la garganta, dejó el auricular en su lugar, se quitó la boina y se las llevó a la cara cubriéndola con la prenda. Luego se echó hacia delante, apoyando los codos sobre sus rodillas y rompió en llanto, sintiendo que el pecho se le abría en dos, porque una vez más había fallado, porque no cumpliría la promesa que le había hecho a su hermana. El coronel Pétain vio cómo el cuerpo de Fabrizio se sacudía ante los dolorosos sollozos que dejaba escapar sin ningún reparo; mientras que él no podía hacer más que sobarle la espalda para

brindarle un poco de consuelo y dejarlo llorar. No era al primero que veía derrumbar de esa manera, incluso a su propio hermano el gran Phillipe Pétain, lo había visto llorar de ese modo, muchas veces luego de una batalla donde perdía a miles de jóvenes. Fabrizio sentía que se ahogaba por el dolor que le provocaba su deseo frustrado de querer ver a su hermana casarse, pero ahora no sabía si lograría hacerlo, su campanita se casaba, ya era toda una mujer y él se perdió ese maravilloso proceso. Ella se quedaría en América y tal vez no tendría la oportunidad de verla en quién sabe cuánto tiempo; ni siquiera le servía de consuelo saber que sus padres regresarían en tres meses, era demasiado tiempo y él sentía que se le estaba acabando. Solo quería subir a un barco para poder ver a su hermana vestida de novia, necesitaba abrazarla, besarla y desearle que fuese la mujer más feliz del mundo. Quería verse en los ojos de su hada, antes de que ella se alejara para hacer su vida junto a su príncipe y construir con él su propia familia, eso era todo lo que deseaba; pero el dolor de comprender que las cosas ya no serán nunca más iguales a como él las dejó, se lo iba carcomiendo lenta y dolorosamente. —Intenta tranquilizarte, hijo… no sé qué te han dicho en la llamada, pero no todo puede estar perdido —Le dijo al fin Pétain, con la voz ronca por las emociones que le provocaban verlo así. —Se casa… mi hermosa hermana, mi hada se casa, coronel y yo no podré estar a su lado como se lo prometí… —Logro esbozar entre sollozos sin liberar su rostro. —Pensé que aún faltaba para ello —señaló desconcertado, Manuelle le había dicho que Fabrizio estaba ahorrando para comprar los boletos y viajar hasta América, deseaba darles la sorpresa. —Su boda será en dos meses y yo… —calló, porque no quería decirle que todavía le faltaba dinero para completar el costo de los boletos, ni tampoco que ahora tendría que tomar parte de sus ahorros para ver a un especialista, no deseaba que se ofreciera a darle dinero, ya había hecho mucho por él—. Descuide, coronel, todo está bien… creo que me emocioné de más, aún tengo tiempo para llevarla al altar junto a mi padre. —Se obligó a sonreír mientras se acomodaba el cabello y se secaba las lágrimas, luego se puso de pie. —¿Seguro que estás bien, Fabrizio? —preguntó, detallándolo con la mirada, de cerca lo notaba más delgado y desencajado, se veía más enfermo de lo que era habitual en él. —Sí, no sé preocupe… muchas gracias por ayudarme, no tendré cómo pagarle todo lo que hace por mí —Le extendió la mano para despedirse—. Perdón por molestarlo, que tenga buena tarde, coronel. —No es ninguna molestia, las puertas de esta casa están abiertas para ti, y yo para ayudarte siempre que lo necesites —comentó, dándole un apretón y lo acompañó hacia la salida. Fabrizio intentó disimular su tristeza y su dolor hasta que estuvo detrás del gran portón de la mansión, pero en cuanto estuvo lo bastante lejos, rompió a llorar aferrado a un árbol para no caerse; por suerte, esa calle era solitaria y no tendría que lidiar con las miradas o las preguntas de los curiosos. Cuando al fin pudo calmarse, siguió con su camino hacia la casa; se secó las lágrimas antes de entrar, no quería preocupar a su cuñado ni a su hijo; al abrir la puerta vio que no había nadie, y recordó que debían estar en las clases que estaba dictando Manuelle, desde hacía un mes y lo tenían muy entusiasmado. Sonrió al recordar la vez que fue junto a Marion para espiarlo y vio cómo Manuelle tenía el salón más ordenado del mundo, su carácter militar y su sistema de recompensas había conseguido que un grupo de niños revoltosos, se volviese disciplinado. Su cuñado había conseguido en esa actividad un motivo para llenar sus días, ahora se le notaba más contento y activo, aunque quizá su amistad con la señorita Roger también influenciaba en ello; caminó al pequeño refrigerador y se sirvió un vaso con leche para calmar el ardor en su estómago.

—¿Qué harás, Fabrizio? —Se preguntó en voz alta mientras miraba el rastro blanco que había dejado el líquido en el vaso, miró la hora y recordó su medicamento, sacó la que le había recetado el doctor y se llevó dos píldoras a la boca, luego las pasó con la leche mientras pensaba—. Hablar con Marion, eso es lo primero… Belén tiene razón, le diré lo que me está pasando y para que no se alarme, le pediré que me acompañe a ver al especialista —añadió con tono esperanzado. Caminó hasta su habitación, dejó su bolso en el armario y luego pasó al baño para ducharse y dormir un rato, quizá eso le ayudaría a calmar ese molesto dolor que ni siquiera la leche fría aliviaba. Después de quince minutos, estaba con su pijama puesto y sentado al borde de la cama, abrió el cajón de la mesa de noche y sacó la cajita donde guardaba sus ahorros, buscó el dinero para contarlo y suspiró al ser consciente de que probablemente la mitad se le iría en la consulta y el tratamiento que le pondría el especialista. —Tendrás que perdóname, Campanita, pero no podré ir a tu boda, primero tengo que atender mi salud, porque le prometí a mi hijo que nunca lo dejaría… sé que tú me entenderás. —Tragó para pasar el nudo en su garganta y se limpió la lágrima que rodó por su nariz—. Tendré que esperar un poco más, pero te prometo que iré a verte y a los hermosos sobrinos que me darás… — Sonrió y sollozó al mismo tiempo, guardó nuevamente el dinero y se recostó en la cama. Se quedó mirando el delgado halo de luz que se colaba por la cortina, viendo las motas de polvo danzar levemente en el aire, sus párpados comenzaron a cerrarse y terminó por quedarse dormido. No supo en qué momento llegaron su hijo y Manuelle porque las pastillas lo doparon, suponía que su cuñado le había dicho a Joshua que no lo despertara; y apenas si fue consciente cuando llegó Marion y le preguntó si se sentía mal, él solo negó con la cabeza y siguió durmiendo, todos tenían razón, necesitaba descansar para ponerse bien. La noche comenzaba a caer y su oscuro manto cubría las montañas a los lejos, al tiempo que las primeras estrellas se mostraban como diminutos diamantes, una ligera brisa movió sus cabellos y la delicada tela del vestido celeste. Cerró los ojos y de inmediato una lágrima rodó por su mejilla, ya ni siquiera se molestaba en limpiarlas porque igual se empeñaban en brotar todo el tiempo. Sin embargo, cuando escuchó que llamaban a la puerta, se llevó la mano al rostro para secarlas, aunque sabía que no lograría esconder que había llorado. —Buenas noches, Vicky —La saludó, entrando en la habitación. —Buenas noches, Brandon, ¿cómo te sientes? —preguntó, acercándose a él con una sonrisa que no alcanzaba su mirada. —Yo estoy bien, pero me extrañó no verte en la cena. —No tenía mucho apetito, luego de salir del hospital pasé por la casa de Annette para compartir el té con Patricia y comimos muchos postres, se le ha dado por recrear las recetas de las revistas y, la verdad es que le quedan deliciosas, incluso nos comentó que estaba pensando en pedirle a su padre que le ceda una columna en el diario, para presentar sus propias recetas — contestó, invitándolo a sentarse. —Me alegra mucho por ella, aunque ahora Sean tendrá que ejercitarse más, si quiere seguir conservando ese físico del que tanto alardea. —Compartió una sonrisa cómplice con su prima, luego la vio suspirar—. Supongo que detrás de ese suspiro hay algo. —A ti no puedo engañarte —respondió, bajando la mirada y suspiró de nuevo—. Llegué y me puse a leer un rato, pero como siempre, acabé llorando por el tonto de Fabrizio que sigue mostrándose indiferente, ni siquiera el hecho de que desistí de dejarle mensajes en el hotel, lo hizo reaccionar. —Con los demás intentaba disimular, pero Brandon la conocía tan bien, que no

tenía caso que le mintiera. —Vicky… la verdad, yo no sé qué decirte, comprendo que toda esta situación te tenga muy desconcertada y lo que está haciendo… —calló antes de nombrar a Terrence, eso hubiera sido desastroso—. Sé que debes sentirte muy lastimada, pero créeme, todo tiene una explicación, él solo necesita tiempo para asimilar las cosas, lo que pasó no es nada sencillo y aún está tratando de manejarlo. —¿Has hablado con él? ¿Te contó algo? ¿Te dijo cómo está, cómo se siente? —Lo interrogó desesperada, mirándolo a los ojos. —No… no he hablado con él. —Desvió la mirada porque no acostumbraba a mentirle, pero debía hacerlo—. Supongo que también debe estar molesto conmigo por no haberle dicho nada… —Pero tú no tienes la culpa de nada… en todo caso, fui yo quien te obligó a permanecer callado, en más de una ocasión me insististe para que hablara con él y le contara toda la verdad, así que es absurdo que piense así de ti… No entiendo por qué hace esto… por qué es tan obstinado… Sé que debe sentirse traicionado y dolido, pero si al menos me dejara explicarle lo que sucedió, le haría entender que no tiene por qué sentirse de esa manera, porque yo lo amo… en verdad lo amo y lo único que deseo es aclarar las cosas, que volvamos a ser como antes… es todo lo que deseo —esbozó, sollozando. —No debes desesperarte, sé que las cosas entre ustedes se van a solucionar…—Brandon deseaba decirle tantas cosas, pero no podía, porque eso le correspondía a Terrence—. Solo debes tener paciencia. —Pues, no sé si pueda tener más paciencia… ¡Por Dios, qué tanto hace en Nueva York que no puede tomar un teléfono y llamarme! ¿Acaso no merezco al menos cinco minutos de su tiempo para poder explicarle todo? Si se supone que me ama, debería al menos brindarme eso… no es mucho lo que pido, Brandon, solo que me escuche —reprochó, al tiempo que rompía a llorar porque se sentía desesperada. —Pequeña, no te pongas así… Vicky mírame —dijo acunando su rostro—. Verás que pronto vendrá para hablar contigo, te escuchará y comprenderá cada cosa que desees explicarle, pero tú también debes darle esa oportunidad… es necesario que te prometas a ti misma que cuando llegue el momento de hablar, lo harás con la verdad, que ya no habrá más mentiras, tienes que decirle todo y dejar que él también te diga lo que deba decirte y, que por muy difícil que parezca todo, tratarás de entenderlo —agregó, mirándola a los ojos. —Yo… estoy dispuesta a hacerlo, quiero decirle todo… ya no quiero vivir en una constante zozobra, y tampoco me siento bien ni cómoda, ocultándole todo esto a Fabrizio, lo amo y deseo recuperarlo porque no quiero estar sin él —expuso con dolor. —Entonces, ten solo un poco de paciencia… dale el tiempo que necesita, no lo presiones o intentes buscarlo, créeme, él necesita este espacio que ha buscado. —Le acarició la mejilla con ternura. —Haré lo que me pides, aunque debo confesarte que tengo una sensación en el pecho que me tiene angustiada, es como si algo me dijese que no volveré a ver a Fabrizio nunca más —confesó su mayor miedo, ese que desde hacía un par de días la había embargado—. Puede que pienses que exagero o que soy paranoica… pero siento que eso puede pasar… él puede decidir regresar a Italia ahora que Enzo Martoglio está muerto y todo el peligro pasó, te juro que ya no sé qué pensar, no puedo dormir, no tengo apetito ni logro concentrarme… si Fabrizio se va, todo habrá terminado… y algo me grita que así será y tengo mucho miedo —pronunció con voz trémula. —No pienses en ello, Vicky… eso no pasará, él no volverá a Italia… eso puedes tenerlo por seguro, ahora más que nunca permanecerá aquí en América… —Brandon se detuvo al percatarse

de que estaba dejando ver mucho, así que buscó una excusa creíble—. Recuerda que mi boda con Fransheska es dentro de poco y sus padres no lo dejarán marcharse ahora, además, él nunca le haría eso a su hermana… así que aleja ese temor de ti ahora mismo y confía en lo que te digo, él volverá y vendrá a buscarte, no lo has perdido, Victoria —sentenció, mirándola a los ojos, para infundirle confianza. Ella asintió varias veces mientras su barbilla temblaba al intentar retener las lágrimas, se abrazó a él con fuerza y luchó por no llorar, quería confiar en las palabras de Brandon, pero algo en su interior le decía que no sería así, que de algún modo ella iba terminar perdiendo una vez más al chico que amaba. Se dejó consolar por su primo durante un rato, pero cuando su mirada se topó con el reloj, supo que era hora de revisar sus heridas, así que le ordenó que fuera a darse una ducha para curarlo, porque tal vez esa salida pudo hacer que se le soltara un punto o que se hubiese inflamado. La noche era cálida a diferencia de la anterior, todo lucía más calmado, las estrellas brillaban en lo alto del cielo apenas opacada por la luz de la luna en cuarto menguante y la suave brisa movía sus cabellos, acariciando también su piel. Se encontraba en una de las sillas junto a la piscina, mientras miraba ese cielo que le recordaba a Italia, trayendo a su mente nuevos recuerdos; a medida que llegaban hasta él, lo asombraba el hecho de haberse tardado tanto en descubrir quién era realmente, sabía que algo se lo impedía. La respuesta llegó sin siquiera buscarla, era miedo, temía volver a caer en todo eso que tuvo que vivir, la desilusión de haber perdido Victoria, la complicada relación con su padre, su impotencia al ver cómo la vida se empeñaba en mantenerlo en el piso, aunque él se esforzase por salir adelante día tras día e intentar ver lo bueno de todo lo que le había pasado y no lograba hacerlo, no podía porque sin ella se sentía en la nada, era prisionero de un sinsentido que lo abrumaba. Pasó noches enteras pidiéndole a Dios una oportunidad, solo una para recuperarla y volver a ver esos ojos esmeraldas que se habían convertido en la razón de su vida, esos que eran la fuerza que lo alentaba cada día a ser mejor, que lo llenaban de valor para luchar y alcanzar cualquier cosa en la vida, por ella se sentía capaz de todo. Lo único que deseaba era tenerla a su lado, verla despertar junto a él, hacerla suya todas las noches, con la esperanza de tener dentro de algún tiempo a un pequeño entre sus brazos, al que llenaría de amor, de todo ese amor que él nunca tuvo, solo quería soñar junto a Victoria. Fueron tantos los días soñando con ese tiempo que vivieron juntos, recordando la suavidad de sus labios, de su piel, con lo maravilloso de poder perderse en su cuerpo hasta acabar rendido sobre ella, de mirarla justo cuando alcanzaba el éxtasis y gritaba su nombre. —«Terry… te amo» gritabas eso un par de veces y luego sollozabas, para después regalarme esa risa tuya que me fascina. Te juro que haré todo lo posible para escucharte gritar mi nombre de nuevo, para hacerte mía y recuperar todos estos años que nos han robado, mi adorada pecosa — esbozó, sintiendo el calor en su cuerpo al recordarla. Nunca pensó que su amor fuese tan grande que pudiese traspasar el velo de la muerte, pues según muchos, ella seguía amándolo, aun creyéndolo muerto, guardaba ese maravilloso sentimiento que le dedicaba en su corazón. Victoria lo había mantenido vivo en su mente y en su alma, eso lo hacía sentir realmente feliz y esperanzado, deseaba tanto poder tenerla a su lado para siempre, amarrarla a él y no dejar que nada ni nadie lo separase de ella. ¿Cómo se sentiría al verla de nuevo? Ahora con plena consciencia de quién era ella realmente para él, lo que siempre había sido: su único amor.

—¡Dios mío! ¿Será verdad que aún me amas? ¿Qué me amas con la misma intensidad con la que yo siempre te he amado? —Se preguntaba, mientras su mirada se paseaba por el firmamento colmado de estrellas y traía a sus pensamientos su imagen—. ¿Qué puedo hacer para recuperarte, pecosa? Para que seas mía completamente, sin fantasmas… daría todo lo que soy y mucho más para tenerte a mi lado, para que no sufras nunca más. ¿Qué no te daría Vicky? Si fui capaz de respetar tu decisión de separarnos, a pesar de que estuve a punto de volverme loco, me derrumbé, pecosa… me lancé por un barranco cuando te sentí perdida para siempre, no sabes cuánto me dolió tenerte lejos, no tienes ni idea del infierno que me tocó vivir lejos de ti… las noches que pasé llorando y reclamándole a Dios por haberme dejado conocerte y amarte, para después alejarte de mi lado cuando ya me había inventado un mundo y una vida contigo, cuando pasaba días en la azotea del teatro soñando contigo y con esa vida que compartiríamos, con nuestros hijos, una pequeña pecosa que me llenaría la vida de alegría, tal como lo hacía su madre y un caballero, orgulloso y rebelde que te volvería loca, pero al cual hubieses logrado dominar, tal cual hiciste con el padre… —Suspiró y cerró los ojos, para evitar que las lágrimas por la nostalgia que le provocaban los recuerdos lo desbordasen—. Te amo tanto, pecosa… tú eras mi vida, mi luz, mi alegría… tú lo eras todo, eras más que todo y… y no podían pedirme que no sufriera por no tenerte, no podían exigirme ser fuerte y salir adelante como si lo que pasó con nosotros hubiese sido el capítulo de un mal libro, tú no eras un capítulo, mi amor… tú eras y siempre será la historia completa, la historia que siempre deseé, ya que planeaba escribir día a día…—susurró, como si ella pudiese escucharlo y pensó que tal vez no debería estar allí, sino junto a ella, diciéndole cada una de esas palabras. De pronto, su corazón se aceleró y su respiración también se tornó irregular, mientras un escalofrío recorrió todo su cuerpo, se frotó los brazos para tratar de darse calor, pero no era frío lo que sentía, era algo más. Se levantó muy despacio, mirando a ambos lados, como esperando descubrir la presencia de alguien, pero estaba solo en ese lugar y ya la oscuridad envolvía el gran jardín que rodeaba la casa. Suspiró para intentar soltar la tensión que se había apoderado de su pecho, sin tener un motivo aparente, cerró los ojos y una imagen que no logró divisar con claridad se apoderó de su cabeza, fue como si una luz lo cegara y se vio transportado en sus pensamientos a otro lugar, era una habitación y la luz de la luna entrada por una pequeña ventana. Abrió los ojos que reflejaban su asombro por lo que acababa de sucederle, respiró hondo para calmarse y separó sus labios un par de veces, buscando las palabras para decir algo, pero su mente estaba en blanco, eso lo hizo temblar de miedo, al imaginar que una vez más perdería todos sus recuerdos. Se puso de pie rápidamente y justo en ese momento un dolor muy fuerte se centró en su estómago, como si le hubiesen clavado una daga o algo parecido, era tan intenso que parecía expandirse hasta su pecho, haciéndose realmente insoportable y comenzó a robarle el aire. Se llevó las manos y apretó con ambas para intentar calmarlo, pero se hizo mucho peor, comenzó a toser mientras sentía que se ahogaba, respiró profundo para intentar calmarse una vez más, pero la sensación era cada vez peor, quiso caminar para buscar ayuda y terminó cayendo al suelo, mientras el dolor lo hacía adoptar una posición fetal para poder soportarlo.

Capítulo 55 El reloj marcaba las tres y diez de la madrugada cuando las oleadas de dolor lo despertaron, boqueó un par de veces para tomar aire al sentir que empezaba a faltarle, pero eso solo empeoró su agonía. Apretó los dientes con fuerza para soportar el sufrimiento y se llevó las manos al estómago, adoptando una posición fetal mientras temblaba y su cuerpo se cubría con una capa de sudor frío. Trató de salir de la cama con cuidado para no despertar a Marion, no quería que ella lo viera así y se angustiara; solo necesitaba llegar hasta la cocina para beber un vaso de leche y el medicamento, eso le calmaría el malestar. Antes de conseguir ponerse de pie, sintió cómo una nueva oleada de dolor se acercaba, ya las presentía, para soportarla, por lo que suponía eran un par de minutos. Cerró fuertemente los ojos e intensificó la presión de sus dientes, mientras le imploraba al cielo para que pasara rápido; sin embargo, sentía que cada vez duraban más, soltó un gran suspiro mientras iba percibiendo cómo la corriente de dolor que se apoderaba de su estómago, comenzaba a menguar. De repente y sin previo aviso, otra más regresó, provocando que se le escapara un jadeo y que las lágrimas se hicieran presentes, enterró su cabeza en la almohada para morderla y evitar dislocarse la quijada, por la fuerza con que apretaba sus dientes. Esta vez el dolor no cesaba; por el contrario, se intensificaba a cada segundo y sintió una corriente eléctrica que comenzaba a subir por su espina dorsal, anunciándole lo que venía, porque ya las conocía muy bien. Estiró una de sus manos para sostenerse de la mesa de noche y ponerse de pie, debía ir al baño, pero sus movimientos torpes ante el dolor solo lograron que tropezara contra el reloj, haciendo que se estrellara contra la alfombra. De pronto, un intensó sabor a hierro se concentró en su boca, provocando que sus nauseas empeoraran y que el aire se le quedara atascado en el pecho. Su malestar se salió de control y todo fue tan rápido que no le dio tiempo de llevarse la mano a la boca para taparla y evitar que el vómito manchara las sábanas. Fue consciente de que esta vez lo que expulsaba era sangre y no líquido pulmonar, el miedo caló profundo dentro de él y eso empeoró su situación, porque sus latidos se aceleraron, haciéndolo expulsar más vómito. —Mari… Marion… —expresó en apenas un hilo de voz que se ahogaba en la sangre que salía borbotones de su boca—. Ayuda… ayúdame… por favor… —Trató de llamar a su esposa y acercarse a ella, pero se estremecía tanto, que terminó cayendo de la cama, dándose un golpe muy fuerte contra el piso y comenzó a convulsionar. En medio de la neblina del sueño, Marion logró escuchar a su esposo, pero lo que la despertó por completo fue el sonido de un golpe seco; se volvió rápidamente y en su lugar solo había el espacio vacío y con manchas oscuras en la sábana. Los nervios la asaltaron al ver cómo la mesa de noche vibraba, en un movimiento rápido se incorporó y todo rastro de sueño se esfumó, dándole paso al temor. Sin perder tiempo atravesó la cama y vio a su marido temblando, mientras de su boca salía sangre que expulsaba en medio de un ataque de tos. —¡Fabrizio! ¡Oh, Dios mío! —exclamó en medio de un sollozo. Sus convulsiones eran tan fuertes como cuando lo vio por primera vez al regresar del valle del

Somme, rápidamente bajó de la cama y llegó hasta él, para intentar sostenerlo y que no se hiciera daño; sabía que no podía detener los espasmos y que solo debía esperar a que pasarán. Sin embargo, no podía quedarse inmóvil mientras veía que se ahogaba, por lo que se armó de valor y luchó contra los fuertes temblores hasta que consiguió levantar la mitad de su cuerpo. —Fabri… Fabri… ya va a pasar… ya va a pasar —susurró, acariciándole el cabello y su corazón se rompía al ver el desespero en su mirada, porque él estaba consciente de lo que le sucedía. Se dejó caer sentada y apoyó la espalda de Fabrizio sobre su regazo, poniéndolo de medio lado para que se le hiciera más fácil expulsar ese vómito de sangre; los espasmos fueron disminuyendo lentamente, hasta que su cuerpo por fin se detuvo. Marion luchaba por mantener el control y no llorar, porque eso lo asustaría más, empezó a acariciarle los cabellos húmedos por el sudor y el vómito. Él la miraba con ojos suplicantes y le pedía ayuda mientras retomaba conciencia, finalmente un sonido salió de su garganta y no fue más que un jadeo, haciendo que más sangre brotara de su boca. Ella agarró una de las sábanas para tratar de limpiarlo porque toda esa sangre solo los ponía más nerviosos a los dos, las lágrimas inundaron los ojos topacio de su esposo y ella sollozó al ver el miedo reflejarse en sus pupilas. —Ya pasó, mi vida…ya pasó… —susurró, mientras lo veía negar con la cabeza y ella asentía para llenarlo de confianza—. Sí… ya todo está bien… te llevaré al hospital… bien, llamaré a una ambulancia y allá harán que el dolor se vaya… Te lo prometo, Fabri… vas a estar bien —dijo acariciándole la mejilla, luchando con su llanto. —Amor… no… —Tragó la sangre para que lo dejara hablar—. No me quiero morir… no… no ahora…por favor, Dios… no ahora. —No te vas a morir… —Ella negaba y sus manos temblaban cada vez más, por más que quiso retener sus lágrimas, no pudo luchar contra su propio miedo y dolor, salieron acompañadas de un sollozo. —No te quiero dejar… —Expulsó más sangre, haciendo que algunas gotas salpicaran el rostro de su esposa. Ella lo miraba de cerca para que no tuviera miedo, dejando sus rostros detrás de una cortina de cabellos dorados, sin cesar en su caricia sobre la mejilla. Él también intentaba llevar su mano para rozarle la mejilla, pero se le hacía imposible porque ya no tenía fuerzas, eso lo hizo sollozar porque sabía que se estaba yendo. — No… no digas eso… mi vida —suplicó, rozando con su nariz la de él—. Solo cálmate — Su voz temblaba por las lágrimas que se esforzaba por retener—. No te vas a morir, Fabri… no… no… Repetía una y otra vez, más que, por hacerlo sentir bien, era para tratar de convencerse a sí misma de que todo estaría bien, mientras le daba suaves besos en la frente sintiendo cómo estaba cubierta de un sudor frío y pegajoso. Sabía que debía llamar al hospital y pedir una ambulancia, pero le aterraba dejarlo solo y que al volver él ya no estuviese, se moriría si algo así le pasaba, porque Fabrizio era su vida. —Vienen de nuevo… Marion… las convulsiones vienen otra vez —expresó, aferrándose a ella y dejando ver el pánico en sus ojos—. ¡Ayúdame! ¡Por favor, ayúdame!… —suplicó, sintiendo que el estómago se le desgarraba y un poderoso espasmo lo estremeció. Una vez más la sangre se arremolinaban en su garganta, ahogándolo sin piedad, para luego salir a borbotones de su boca, al tiempo que su cuerpo se tensaba, tratando de evitar lo que era inminente. No obstante, era imposible luchar contra las convulsiones, porque eran más poderosa

que su voluntad, siempre acababan lanzando por el piso cualquier vano intento que tuviera de resistirse, no podía evitar que lo arrastraran al peor de los infiernos y lo pusieran frente a frente con la muerte. —¡Dios mío… Fabrizio… Fabri…! —gritó presa del dolor, la impotencia y la desesperación, viendo que el cuerpo de su esposo se estremecía entre sus brazos, haciéndola temblar a ella también y sus ojos quedaban en blanco—. ¡Manuelle…Dios… Manuelle, ayúdame! —llamó a su hermano, no quería gritar para no despertar a su hijo y que viera a su padre en ese estado, pero si no lo hacía, perdería a Fabrizio. Manuelle había sido despertado cuando percibió el sonido del golpe, ya que era de sueño ligero como todo buen militar, pero no se levantó porque pensó que a lo mejor eran gatos rebuscando en los botes de basura. Estaba intentando conciliar una vez más el sueño, cuando de repente le pareció escuchar murmullos y como si alguien estuviese llorando, se incorporó en la cama y esperó a ver si lograba escuchar algo más, mientras un mal presentimiento se apoderaba de él. No pasaron ni cinco minutos cuando escuchó los llamados ahogados de Marion, sabía perfectamente que estaba llorando por la vibración en su voz. Rápidamente agarró la silla de ruedas y subió, luego la puso en movimiento y salió de su habitación rumbo a la de su hermana, mientras sus latidos cobraban cada vez mayor fuerza. La convulsión pasó, dejando su vista completamente nublada, el dolor en su estómago no redimía a causa de los espasmos; por el contrario, aumentaba aún más. Ya no podía seguir luchando contra todo ese dolor, por más que quisiera ya no le quedaban fuerzas y solo escuchaba a lo lejos la voz de Marion llamándolo, pero él no podía responderle, estaba seguro de que la vida lo estaba abandonando. —Fabrizio… mi amor… —Palmeó la mejilla de su esposo y se llenó de terror cuando lo vio cerrar los ojos y sintió que su cuerpo caía en la inconsciencia y él exhalaba un suspiro—. Por favor, Fabri… no me hagas esto… no me dejes… yo me muero, Fabrizio… —Lloraba, ahogándose en el dolor y llevó sus labios trémulos a los de él—. Mi príncipe… Fabri, abre los ojos, mi vida… —pidió, besándolo. Ahogó los sollozos en su boca, mientras lo mecía entre sus brazos, su cuerpo empezó a temblar a causa del llanto y no tenía fuerzas siquiera para gritar, a pesar de que el dolor que la estaba desgarrando por dentro, no conseguía expresarlo, porque era tan poderoso que le había robado la voz y amenaza también con quitarle la cordura. —Yo te amo… no me dejes… sin ti no… no puedo, Fabri… por favor, no me dejes… ¿Que voy hacer sin ti? —suplicó, temblando. En ese momento se abrió la puerta de la habitación, pero ella estaba tan sumida en su dolor que no se percató; Manuelle entró y encendió la luz, apenas podía creer lo que veía. Su hermana estaba con Fabrizio en brazos, ambos en el suelo, ella ni siquiera podía desviar la mirada del rostro de su esposo, y a él se le hizo un nudo en la garganta al ser consciente de lo que había sucedido. Tragó para pasar las lágrimas y se acercó más, solo espabiló varias veces para contener las lágrimas, llegó hasta ella y le apoyó una mano sobre el hombro. Marion al sentir el toque, levantó la cabeza y miró a su hermano con los ojos ahogado en lágrimas, su cara estaba salpicada de sangre al igual que la de su esposo. —Se… se fue… se me fue, papito —esbozó y rompió en un llanto más amargo—. Me voy a morir… me voy a morir… —Se aferró una vez más a Fabrizio, meciéndolo y descansando su mejilla sobre el rostro de su esposo. Manuelle no pudo contener más las lágrimas—. No debió

sufrir tanto… Manuelle… sufrió demasiado… sufrió y me suplicaba que lo ayudara y no pude…. No pude… —Intenta calmarte, Marion… —Le pidió, aunque sabía que no era fácil para ella hacerlo, adoraba a su esposo. —Fabri… por favor. —Miró a su esposo acariciando las mejillas y delineando el rostro pálido—. Llévame contigo… me quiero ir contigo… no me dejes —pidió, porque no podía soportar ese dolor. —Marion… mi niña… cálmate… por favor, escucha lo que estás diciendo… piensa en Joshua… piensa en tu hijo… piensa en mí… me estás destrozando al querer dejarnos —acotó, soltando un sollozo, y le tendió los brazos para brindarle consuelo. Con movimientos lentos y cuidadosos dejó a su esposo sobre la alfombra y se aferró al abrazo que su hermano le ofrecía; él la refugió en su pecho, mientras cerraba los ojos fuertemente, no quería que su niña no sufriera de esa manera. Le pidió ayuda a Dios para que Marion pudiera soportar lo que se les venía encima; después de un minuto, abrió los ojos para mirar a su cuñado tendido en la alfombra, aún no podía creer que estuviese muerto, de repente percibió que su pecho se movía como si aún estuviese respirando, tomó el rostro de su hermana entre las manos y la miró a los ojos. —¿Estás segura de que murió? ¿Le has tomado el pulso? —Ella solo lo miro a los ojos y se mantuvo en silencio, después de unos segundos negó lentamente, cayendo en la cuenta de que los nervios no le habían dejado ni siquiera pensar en asegurarse de lo que más temía—. ¿Qué esperas? ¡Hazlo ya! —Le ordenó, al tiempo que se llenaba de esperanza, ella bajó rápidamente de su regazo y se puso de rodillas al lado de Fabrizio, buscándole el pulso con manos temblorosas, pero no lo encontraba y eso la llenaba de temor, se concentró lo más que pudo y logró percibir sus pulsaciones, aunque eran muy bajas. —¡Está vivo… está vivo! —expresó llorando y una sonrisa nerviosa se apoderó de su rostro, así como en el de su hermano. —Llama al hospital, Marion… que te envíen una ambulancia… pero ya… corre… puedes llegar más rápido al teléfono de lo que lo haría yo. Apenas si esperó a que Manuelle terminara de hablar cuando salió corriendo con todas sus fuerzas, agarró al teléfono con manos cubiertas de sangre y aún temblorosas, marcó el número del hospital. La enfermera de guardia al escuchar lo que había sucedido, dispuso inmediatamente una ambulancia y le aseguró que estaría allí en pocos minutos, que mientras tanto, envolviera a su esposo en una cobija para mantener su calor corporal. La ambulancia llegó con dos paramédicos y el doctor Garnier, quien por suerte conocía el caso de Fabrizio y estaba de guardia esa noche, al enterarse de lo sucedido, quiso acompañar al personal médico para atender al joven. Marion apenas intercambió un saludo con ellos y sin perder tiempo los llevó hasta la habitación, Garnier le hizo una revisión y comprobó que su estado era muy grave, la cantidad de sangre en el lugar, le reveló que Fabrizio debía tener alguna hemorragia interna. Con cuidado lo subieron a la camilla, pero se movieron con mayor rapidez para meterlo en la ambulancia, Marion ni siquiera se preocupó por cambiarse de ropa, solo se puso un abrigo encima del camisón y se calzó unas pantuflas. Caminó detrás de ellos, seguida por su hermano, quien había tenido la precaución de buscar el historial médico de Fabrizio y algo de dinero, por si lo necesitaba, se acercó a él antes de subir a la ambulancia y le dio un abrazo. —Por favor, cierra la habitación y no dejes que Joshua entre hasta que regrese y pueda limpiar todo, no quiero que vea toda esa sangre —pidió con la voz vibrándole por las lágrimas que no

lograba contener. —No te preocupes, cuidaré de él… tú también cuídate mucho y cualquier cosa me llamas, no llores mi niña, todo estará bien —susurró, limpiándole con los pulgares las mejillas bañadas en llanto. Ella asintió, dándole un beso en la frente, luego subió junto al doctor para acompañar a su esposo, se sentó y de inmediato se aferró a la mano de Fabrizio mientras rezaba en silencio con los ojos cerrados. El único sonido presente era la sirena de la ambulancia, y el de los instrumentos que usaban sus compañeros mientras hacían su trabajo, ya que el doctor no dejó de revisarlo durante todo el camino. La ambulancia se estacionó y todos bajaron rápidamente, Marion los miraba y los rostros de ellos le gritaban que Fabrizio estaba realmente mal. Dos enfermeras los esperaban en la entrada de emergencias y abrieron las puertas, los paramédicos atravesaron las puertas y ella corría al lado sin soltar la mano de su esposo, llegaron al pasillo que conducía al pabellón y sintió que una mano se apoyaba sobre su estómago, deteniéndola, al ser consciente de que la estaban alejando de él, desvió la mirada a quien la mantenía inmóvil. —Gustave, necesito estar con él —dijo sollozando. —No puedes, Marion —susurró, pero de forma determinante. —Por favor… —suplicó, al tiempo que más lagrimas corrían por su rostro. Gustave suspiró negando y pasó la mano por su mejilla para secar sus lágrimas mientras la miraba con compasión. —Marion, solo complicarías el procedimiento… además, no estás vestida adecuadamente… deberías ir a los vestidores y darte un baño para quitarte toda esa sangre. —Desvió la mirada del delgado camisón y puso detrás de la oreja de la rubia un mechón del cabello. —Está bien… le diré a una de las chicas que me preste un uniforme… me baño y enseguida estoy con ustedes… —Ella se detuvo antes las negaciones en silencio del doctor—. Por favor… necesito estar con él… No me dejes por fuera, Gustave. —Su cuerpo empezó a temblar a causa del llanto y él la abrazó. —Marion… sé que no es fácil para ti, pero no puedes —susurró, acariciando los cabellos rubios, tomando nuevamente entre sus manos las mejillas y le dio un suave beso en la frente—. No me lo hagas más difícil…. Puedes esperar fuera de la sala de operaciones, pero no entrarás, eso es todo lo que puedo hacer por ti… —indicó, mirándola a los ojos, esperando que ella lo comprendiera. —Delarue —Lo llamó el doctor Garnier, quien lo esperaba al final del pasillo, lo vio asentir y luego desapareció detrás de la puerta. —Deberías ir a la sala de espera, no sabemos cuánto dure la operación, te cansarás estando de pie… —calló al verla negar con la cabeza—. Está bien, pero al menos ve por una silla. —Estaré bien, si me canso me sentaré en el suelo —respondió categóricamente, mostrando esa fortaleza que sacaba a relucir siempre que debía velar por el bienestar de su esposo—. Por favor, Gustave, solo salva a Fabrizio… sálvalo… él es mi vida… prométeme que no vas a rendirte si las cosas se complican, que lucharás para salvarlo, por favor prométemelo —suplicó llorando, aferrada a su bata. —Haré todo lo que esté en mis manos, te lo prometo… Ya debo entrar, revisaremos su cuadro clínico y te informaré cualquier cosa —Le dio un beso en la mano, para luego abrir la puerta. Marion pudo ver a las enfermeras caminando de un lado a otro y escuchó las órdenes de limpieza y sondear de los otros dos doctores. Su mirada buscó la mesa de operaciones y solo alcanzó a ver la mitad del cuerpo de Fabrizio, ya que la otra mitad la cubrían las personas que lo estaba atendiendo. Gustave le dedicó una última mirada y cerró la puerta, ella sintió cómo su vida

quedaba dentro de ese quirófano. Se abrazó a sí misma para darse un poco de calor, mientras lágrimas silenciosas bañaban sus mejillas, se sentó en el suelo junto a la puerta, abrazando sus piernas, solo alcanzaba a escuchar el sonido de los metales y los murmullos de los doctores. Su mirada se perdió al igual que la noción del tiempo, tal vez pasaron veinte o treinta minutos, cuando escuchó la puerta abrirse, se puso de pie rápidamente y una enfermera se acercó a ella con tablilla en mano y bolígrafo, su cuerpo se tensó, pues sabía perfectamente lo que eso significaba. —Necesitamos intervenirlo urgentemente y debes darnos tu autorización, Marion —le informó, mirándola a los ojos. —Por favor, Giselle… ¿Cómo está? ¿Qué tiene? —inquirió con tono desesperado, mientras tomaba la tablilla para firmar. —Sabes que no estoy autorizada para darte ningún cuadro hasta ahora…. Pero es necesaria la intervención… —dijo, pero ante la mirada atormentada de su compañera, cedió un poco—. Tiene una hemorragia y debemos sellar los vasos sanguíneos. —¿Una hemorragia? Pero… ¿Por qué? —cuestionó, asombrada, ya que su esposo no le dijo en ningún momento que se sintiera mal. Solo le decía que estaba algo cansado por la universidad y el trabajo. —Luego de hacerle la radiografía, el doctor Garnier les comentó a los otros doctores que tu esposo tiene una ulcera perforada… supone que es por los medicamentos que toma, por eso la hematemesis. —¡Dios mío! —Marion, sollozó y su cuerpo dio una sacudida. —No podemos perder tiempo Marión —dijo, instándola a firmar. Marion apenas pudo ver lo que estaba haciendo ante la vista nublada por las lágrimas, pero al estampar su firma en ese papel sabía que estaba liberando a los doctores de responsabilidad, en caso de que su esposo no sobreviviera a la operación. Giselle abrió la puerta y ella alzó el cuello para mirar una vez más dentro de la sala, pero apenas fue un segundo y solo logró ver lo mismo, se dejó rodar por la pared hasta quedar sentada de nuevo y comenzó a pedirle a Dios que le diera fuerzas a su esposo para que saliera con bien de todo eso. —Por Favor, San Bénézet, aún cuelgas de su cuello… la guerra no logró arrancarte de ahí… has estado con él todo el tiempo, le has prestado tus fuerzas… no se las quites ahora… por favor… ayúdalo —susurró, estremeciéndose a causa de los sollozos que ya no pudo seguir conteniendo, mientras el dolor y el miedo la devoraban. Dentro de la sala quirúrgica, los nervios y la tensión reinaban, Gustave se preparaba para hacer la incisión; era gastroenterólogo certificado en La Sorbona, así que tenía más conocimiento que el doctor Garnier y también mejor pulso, ya que era más joven. Todo el personal dentro del quirófano estaba consciente de lo complicada que sería esa intervención, debido al ritmo cardíaco tan bajo que presentaba el paciente y al cuadro clínico que sufría, pero se comprometieron en dar lo mejor de ellos para salvarlo.

Capítulo 56 El frío hacía que sus mejillas ardieran y todo su cuerpo temblara y por más que intentaba mantenerse inmóvil para que no lo descubrieran, no lo conseguía porque el miedo hacía vibrar su cuerpo; de repente, el suelo empezó a temblar y el sonido de los cañones rugió en el campo de batalla. Se puso de pie tan rápido como pudo y empezó a correr al tiempo que disparaba sin fijarse siquiera en un blanco, porque si veía a los ojos al enemigo, no conseguiría hacerlo, rápidamente cargaba y disparaba de nuevo, pero la avanzada alemana era tan feroz que muchas veces no le daba tiempo de recargar y le tocaba defenderse a golpes o con la culata de su rifle. Luchaba con hombres mucho más altos que él, pero hasta el momento había conseguido vencerlos y cuando sabía que no podía, solo salía corriendo para ganar campo, esquivando balas y bombas. Sin embargo, hubo algo que no pudo esquivar, en segundos se vio atrapado por una gran nube de gas mostaza y el miedo lo paralizó, mientras su corazón latía demasiado rápido y el poco aire que tenía se quedó atascado en sus pulmones, no podía soltarlo y tampoco tomar más, ya su teniente se los había advertido, no podían inhalarlo porque acabarían muertos o en el mejor de los casos, gravemente heridos. El terror estremeció cada fibra de su cuerpo cuando vio cómo sus compañeros caían desplomados a su lado, algunos con quemaduras tan graves que parecían solo masas deformes de carne. Su instinto de supervivencia lo llevó a salir corriendo para escapar, pero la falta de aire lo hizo desplomarse y acabó tirado boca abajo en el suelo; sintió que su espalda era consumida por un fuego abrazador y sus fosas nasales parecían arder en llamas que se extendían por todo su interior, haciendo que sus latidos golpearan con fuerza contra su pecho y que el aire en su interior se esfumara rápidamente. Apretó los dientes con fuerza para no gritar, porque sabía que era peor si llegaba abrir la boca, ya que aspiraría mucho más gas; apretó también sus párpados y le rogó a Dios para que lo salvara y que le ayudara a cumplir las promesas que le había hecho a Marion. Supo que sus ruegos habían sido escuchados, cuando sintió que dos de sus compañeros lo levantaban del suelo y lo ayudaban a ponerse de pie, mientras las balas pasaban zumbando muy cerca de él. Gustave estaba succionando la sangre para comenzar a reparar los vasos sanguíneos, cuando de repente comenzó a sentir cierta vibración y la máquina que monitoreaba los latidos del paciente, los alertó del aumento en el ritmo cardíaco. Levantó la mirada a sus compañeros y las de ellos expresaban preocupación, pues sabían perfectamente lo que eso significaba, detuvo las pinzas y procedió a prepararse para hacerle reanimación en caso de que fuese necesario. —El ritmo cardíaco cambió drásticamente… va a sufrir un ataque si no lo normalizamos en este momento, tenemos diez segundos para establecerlo, colegas… he perdido la circulación sanguínea… Marcís, rápido… rápido —pidió a la enfermera encargada de enviar por vía intravenosa el medicamento para establecer el ritmo. —Listo —informó, luego de aplicarle la solución. —No funcionó, va a sufrir un ataque… —acotó desesperado, mientras tronaba sus dedos—.

Preparados para reanimación… —Lo perdemos… —anuncio Garnier, al ver que era inminente. —Seden a Marion… alguien que salga y le ponga un sedante a Marion… —suplicó, porque sabía que ella se pondría muy mal cuando supiera que su esposo no había soportado la operación. —Deja de pensar en Marion y concéntrate en su esposo, Gustave —ordenó Garnier, para obligarlo a centrarse en quien debía importarle en ese momento—. Todos se están dando cuenta de tus sentimientos —susurró, para no exponerlo todavía más frente a las enfermeras. Gustave tragó para pasar el nudo en su garganta y se enfocó en lo que debía hacer, dejando de lado la preocupación por la chica que lo había cautivado desde el primer día que llegó a ese lugar. De pronto, los latidos de Fabrizio cesaron y el pánico se apoderó de todos, pero fue solo un segundo porque la experiencia los llevó a reaccionar rápidamente, mientras Gustave le hacía la reanimación, las dos enfermeras seguían enviando medicamentos por la vía y otra le aumentó el oxígeno para que sus pulmones no colapsaran. Después de tanto tiempo, había conseguido dibujarlos justo como quería, a pesar de que solo tenía cinco años ya mostraba cierta personalidad perfeccionista, por lo que nunca quedaba satisfecho con sus dibujos, pero en esa ocasión sí lo estaba. Al fin había logrado plasmar en una hoja y con colores vivos a su familia, pequeña pero única para él, estaban sus abuelos Alfonzo y Christine, sus padres Fiorella y Luciano, también su hermana y por último él; estaba tan orgulloso con su logro que salió corriendo de su habitación para mostrárselo a todos, primero vio a su madre en el salón, que leía una revista. —¡Mami!… ¡Mami, lo logré! —dijo emocionado mientras bajaba corriendo las escaleras, trayendo en una de sus manos el dibujo. Fiorella lo esperaba sentada en uno de los sillones y lo admiraba sonriente, Fabrizio falló al pisar el cuarto escalón y rodó escaleras abajo. Al ver a su pequeño caer aparatosamente, se le detuvo el corazón y el terror se apoderó de su cuerpo, se puso de pie con rapidez y corrió hasta las escaleras; tropezó con una de las mesas, haciendo que un florero cayera al piso, pero eso no fue obstáculo para que detuviera su carrera y le evitara salvar a su pequeño ángel. —¡Fabrizio!… ¡Mi bebé…Fabri! —gritó al tiempo que se acercaba hasta él y las lágrimas cubrían su rostro. El miedo apenas la dejaba coordinar, su hijo estaba en el piso mientras lloraba, lo tomó en brazos y lo arrulló contra su pecho—. Aquí estoy… aquí estoy, mi vida… estoy contigo…—dijo sentándose en el suelo al tiempo que lo mecía para consolarlo, mientras le daba besos en la frente y secaba con caricias las lágrimas que rodaban por las mejillas de su niño—. ¿Te duele algo? —inquirió, palmándole con cuidado su cuerpecito para comprobar que no se había hecho alguna fractura. —Solo la pierna. —Mostró donde se había hecho un pequeño raspón, que su mamá comenzó a soplar para aliviarlo. —Pobrecito mi bebito, no te preocupes, ya mami te va a curar y pronto estarás bien —dijo sonriéndole y le acarició el cabello. —Mi dibujo se estropeó —murmuró él, haciendo un puchero. —¡Claro que no! —exclamó, recogiéndolo y lo miró—. ¡Es precioso! —dijo con una gran sonrisa, llena de orgullo—. Lo vamos a poner en un marco y se lo daremos a tu papá para que siempre nos lleve con él, ¿te parece? —preguntó con la mirada brillante, acariciándole las mejillas. Fabrizio asintió con entusiasmo mientras sonreía y se pasó el dorso de la mano por las mejillas para secarse las lágrimas; feliz con idea de su madre, porque cada vez que su padre

estuviera de viajes y viera ese dibujo, los recordaría. Ella lo apretó a su pecho y le dejó caer una lluvia de besos en sus mejillas, arrancándole una carcajada que iluminó esos ojos topacios que le había heredado a su padre y Luciano, a su vez los había sacado de su hermosa madre francesa. Justo en ese momento entró Christine a la casa, llevaba en sus brazos a Fransheska, habían estado en el jardín, pues a su hermanita le encantaba jugar en el rosal, y hasta se había costumbrado cuando alguna espina la lastimaba, ni siquiera lloraba para que su madre no la hiciera regresar a la casa. La habitación estaba llena de la resplandeciente luz que entraba por el gran ventanal que estaba abierto, dejando entrar también la brisa cálida del verano que agitaba suavemente las cortinas. Una infinita tristeza colmaba su corazón a la tierna edad de siete años, mientras observaba a su padre leer, él no se había percatado de su presencia, en realidad, sus pasos eran sumamente gráciles, por lo que el hombre no lo había escuchado entrar a la habitación. —Papi… ¿Aún está molesto conmigo? Papá, lo siento… perdóneme… prometo que no lo volveré hacer —pronunció, soltando un sollozo y limpiándose rápidamente las lágrimas. Luciano se sorprendió al percatarse de su presencia, no lo había escuchado llegar. Dejó de lado el libro y se quitó los lentes de lectura mientras veía a su pequeño parado en la mitad de la habitación, con los ojos ahogados en lágrimas. Esa imagen le encogió el corazón. —No estoy molesto contigo Fabrizio Alfonzo… ven aquí. Le extendió los brazos desde la cama donde estaba sentando, Fabrizio caminó con pasos lentos, mientras Luciano lo instaba a que se acercara. Subió a la cama y su padre lo tomó por la cintura, sentándolo en su regazo, luego lo cobijó en un tierno abrazo al que el niño correspondió y se llenó de sentimiento, rompiendo en llanto. —Todo está bien, Fabrizio —Le dijo, acariciándole la espalda. —No, papi… no está bien… yo solo quiero que no se moleste conmigo —susurró en medio del llanto. —No estoy molesto contigo… —dijo alejándolo del abrazo y mirándolo a la cara, al tiempo que limpiaba con sus pulgares las lágrimas que surcaban el rostro de su hijo—. Sé que no fue tu culpa… solo se te resbaló de las manos… y si te grité fue porque me asusté, tenía miedo de que te lastimaras con los cristales rotos… pero te prometo que no lo haré de nuevo. Así que eres tú quien debe perdonarme por haberte gritado… ¿Me perdonas, hijo? —Le pidió, acunando su pequeño rostro, que estaba sonrojado por las lágrimas. Fabrizio asintió y se abrazó una vez más a su padre. —¿Tú me quieres papi? —Le preguntó, aún aferrado al abrazo. —Por supuesto, te amo con todo mi corazón, Fabrizio Alfonzo, jamás dudes de eso — respondió, haciendo el abrazo más estrecho y meciéndolo. Después de unos minutos, Luciano lo alejó para mirarlo a los ojos, esos que eran idénticos a los suyos—. ¿Quieres ir a comer un helado? —preguntó con media sonrisa, a lo que Fabrizio respondió con el mismo gesto y asintió con emoción. Corría acomodando su boina negra mientras el abrigo se le rodaba de un lado y con su brazo lo acomodaba para que retornara a su lugar, salía por la puerta principal de su casa y a su alrededor el valle de un verde intenso decorado por algunos amarillos, lilas, rosados, rojos de las flores silvestres del jardín le daban la bienvenida, mientras apresuraba su paso para llegar a tiempo.

—Estoy listo, abuela —dijo y su voz vibraba ante la risa cómplice que le dedicaba, sus mejillas estaban sonrojadas por el esfuerzo de correr. Se miró en los ojos topacio que brillaban mostrándole una gran sonrisa, Christine abrió los brazos y lo recibió, acunándolo en su pecho, para luego darle un cálido beso en la frente. Él se sentía feliz y tranquilo en esos brazos que lo protegían, en ese momento una mezcla de emociones se apoderó de su pecho, porque no quería dejar a sus padres y a su hermana, pero tampoco deseaba que su abuela se marchase sola, porque podía perderse. —Nos vamos abuela… estoy listo… mírame, ya estoy listo —expresó, sonriendo y aferrándose al abrazo. La hermosa dama de ojos topacios y cabellos pintados por algunas canas, lo miró con ternura mientras le acariciaba el rostro, pero no le decía nada y eso le parecía muy extraño, entonces tuvo la sensación de que ella una vez más no lo reconocía y eso lo entristeció, porque no le gustaba cuando se perdía en sus recuerdos. Fiorella estaba en su cama con los ojos cerrados, mientras trataba de dormir, siendo arrullada por la respiración acompasada de su esposo, quien por fin había logrado conciliar el sueño después de esos dos días que habían sido terribles para todos. Sobre todo, para Luciano que no dejaba de sentirse culpable y mucho más desde que supo quiénes eran los padres de Terrence, eso lo tenía realmente preocupado e insistía en tener una reunión con los duques para pedirles perdón por lo que había hecho, a pesar de que ya el joven le había dicho que no era necesario. Abrió los ojos de pronto al sentir que la invadía una angustia inexplicable, era tan parecida a la que vivió constantemente durante el tiempo que su hijo estuvo en la guerra, que la desconcertó. Suspiró y se llevó una mano a la nariz para secar el rastro de una lágrima, sabía que no podía seguir aferrándose a Fabrizio, aunque le rompiera el alma, era momento de dejarlo ir, pero eso no significaba que dejaría de dolerle, porque esa profunda herida en su corazón se quedaría para siempre. Cerró sus párpados y se esforzó un poco más en busca del descanso, necesitaba relajarse, porque solo así conseguiría escapar de esa profunda sensación de congoja y angustia que la embargaba. De repente, sintió una suave brisa sobre su rostro, pero no abrió los ojos, seguidamente percibió una caricia en su mejilla y un tierno beso sobre su frente, que le recordó tanto aquellos que le daba su hijo, que su corazón se desbocó y abrió los ojos, buscándolo en la oscuridad. Se volvió pensando que a lo mejor había sido su esposo, pero Luciano estaba dormido, recorrió con su mirada la habitación y no había nadie más que ellos dos en ese lugar. Se incorporó pensando que tal vez había sido un sueño, pero descartó rápidamente esa idea porque no estaba dormida y tampoco estaba loca, sabía perfectamente lo que había sentido, Luciano despertó segundos después con la misma expresión de desconcierto, pero luego la miró con ternura. —No fui yo —susurró Fiorella, negando y una lágrima rodó por su mejilla, acompañando el sollozo que al fin pudo liberar. —¿No fuiste tú? —preguntó, aún aletargado. —Quien te besó… no fui yo… alguien más hizo lo mismo conmigo… —dijo y ante el semblante desconcertado de su esposo se apresuró a explicarle—: No estoy loca, Luciano… estaba tratando de dormir, ni siquiera estaba dormida y sentí cuando me acariciaban la mejilla y me daban un beso en la frente —expuso con convicción. —Seguro es el agotamiento de estas noches sin dormir, mi amor… mejor intenta descansar — pidió, acariciándole el rostro. La rodeó con sus brazos y la atrajo hacia él, acostándola sobre su pecho, mientras sonreía al

sentirse en paz, luego de soñar con su hijo y poder decirle cuánto lo amaba. Sin embargo, ese sentimiento fue reemplazado por una especie de desasosiego que lo desconcertó. Fransheska se había quedado dormida, luego de pasar varios minutos llorando mientras leía su libro favorito, ese que le había dado su apodo y también el de su hermano. De pronto, se movió y el libro fue a parar al piso, emitiendo un golpe seco que la hizo despertarse, rodó y se puso de medio lado. La habitación estaba en penumbras y por eso alcanzó a ver una pequeña luz titilante que llamó su atención; parpadeó varias veces para ajustar la vista y enfocó su mirada en el lugar de donde provenía el débil resplandor. Retiró una vez más la sábana y agarró el salto de cama de su camisón, luego se puso de pie, al tiempo que una sonrisa se dibujaba en sus labios. Se acercó muy despacio hacia la diminuta luz y descubrió que era una luciérnaga que revoloteaba, intentando escapar de la habitación, pero se estrellaba contra el cristal de la ventana. —Solo eres una luciérnaga… porque aquí el hada soy yo y estoy sumamente cansada como para jugar contigo ahora —susurró al tiempo que abría la ventana, para que saliera—. ¿Qué esperas? Puedes salir… eres libre. —El animal se quedó inmóvil en el dintel y eso la sorprendió —. No pienses que vas a quedarte aquí toda la noche, aunque si lo deseas puedes hacerlo — mencionó, sonriendo. La luciérnaga sobrevoló por encima de ella, mientras la seguía con la mirada y sonreía maravillada al ver que la envolvía un par de veces, para luego salir velozmente por la ventana. Fransheska admiró el destello parpadeante hasta que se perdió entre los árboles, luego cerró la ventana y regresó a tientas entre la oscuridad a la cama. Cuando estaba a punto de meterse, su pie tropezó con algo y de inmediato buscó el interruptor de la lámpara, la encendió al tiempo que tomaba asiento al borde de la cama. Buscó con su mirada lo que había tropezado y vio el libro que estaba abierto a la mitad, mostrando un dibujo de Peter Pan y Campanita, sonrientes. Un nudo se formó en su garganta, mientras recorría con sus dedos el dibujo del niño, que tanto le recordaba a su hermano. —Te rehusaste a crecer y sé que ahora estás en el país de nunca jamás…. Fabri… mi Peter Pan —esbozó mientras un par de lágrimas se deslizaban por sus mejillas, pero las secó rápidamente para que no fuesen a caer sobre el libro y lo arruinaran. De pronto escuchó un fuerte golpe fuera de su habitación, le extrañó porque se suponía que ya todos estaban durmiendo a esa hora, de inmediato una sensación dolorosa se apoderó de su pecho y caminó de prisa para abrir la puerta. Al salir, vio a Terrence tendido en el piso y su cuerpo temblaba descontroladamente, como si estuviese sufriendo algún ataque, corrió hasta él para ayudarlo, mientras veía cómo su rostro se palidecía y sus ojos se ponían en blanco. —¡Fabri!… ¡Oh, Dios mío… Dios mío! —exclamó y se puso de rodillas para intentar controlar esos temblores que parecían estar a punto de quebrarlo—. ¡Fabri, ya, detente! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Hermanito! ¡Papá… mamá! ¡Por favor, ayúdenme! —gritó, sintiéndose cada vez más asustada, al ver cómo se contraía. Luciano y Fiorella aún seguían despiertos, por eso al escuchar los gritos desesperados de su hija, salieron de la habitación para ver lo que sucedía. Sus miradas se llenaron de terror al ver cómo el cuerpo de Terrence era azotado por fuertes convulsiones; de inmediato, Luciano se obligó a hacer a un lado su pánico y actuó como el profesional que era, corrió hasta él y lo puso de lado, al tiempo que le abría la boca para sujetarle la lengua e impedir que se ahogara. —¡Fiorella, pide una ambulancia!… ¡Corre, debemos llevarlo al hospital! —Le ordenó a su mujer, quien se había quedado estática y miraba horrorizada la escena—. Fransheska, ayúdame a

sujetarle las manos, deben impedir que se haga daño —indicó, al ver que cerraba los puños, clavándose las uñas en las palmas de las manos y su rostro se desfiguraba por la intensidad de las convulsiones. —Papi… ¿Qué le sucede? ¿Por qué está así? —preguntó Fransheska, sollozando, no quería que nada malo le pasara a él también. —No lo sé… pero ya está pasando —respondió, al ver que el ataque comenzaba a menguar, le sacó los dedos de la boca y vio que botaba una gran cantidad de espuma blanquecina, por suerte, no había rastros de sangre, así que no se había mordido—. Ve a buscar un vaso con agua de azúcar, eso le ayudará… y dile a tu madre que me traiga el maletín que está en el despacho. Terrence fue recuperando la consciencia lentamente, aunque su vista seguía borrosa y su cuerpo era víctima de esporádicos espasmos que lo hacían sobresaltarse y crispar sus dedos; sollozó ante el miedo que todo eso le provocó, mientras miraba a Luciano y le rogaba para que hiciera que todo parara. Se aferró a él sintiendo un intenso ardor en su estómago que le produjo un ataque de náuseas tan poderoso, que no pudo contenerse y terminó devolviendo lo poco que había comido durante la cena; en medio de arcadas que parecían estar punto de romperlo a la mitad y arrancarle la garganta. —¡Se me está ahogando!… ¡Se me está ahogando! ¡Dios mío, ayúdame! ¡Por favor, ayúdame! —exclamó Luciano, preso de la desesperación mientras intentaba auxiliarlo. Fiorella regresó y le anunció que la ambulancia ya estaba en camino, Fransheska también llegó con el vaso de agua, pero Terrence lo rechazó porque tenía miedo de vomitar de nuevo. Dos empleados subieron al escuchar la algarabía y con cuidado le ayudaron a Luciano a llevarlo hasta a planta baja de la casa, lo recostaron en un sillón y esperaron. —Toma… esto te ayudará a contrarrestar las náuseas —dijo Luciano, ofreciéndole un vaso de agua con limón y bicarbonato. —No sé qué me pasa —murmuró Terrence con la voz ronca y temblorosa, porque las arcadas casi le habían destrozado la garganta. —Te llevaremos al hospital y lo averiguaremos… tranquilo —dijo Fiorella, acariciándole el cabello y le dio un beso en la frente. Sentía unas inmensas ganas de llorar, pero no solo era por lo que acababa de pasar, era algo más y su corazón lo sabía, el dolor que sentía era tan parecido al que experimentó cuando asumió que su hijo había muerto, era exactamente el mismo y la llenaba del mismo terror. Se acercó a su hija que lloraba en silencio y temblaba como si fuese una frágil mariposa, luchando en medio de una tempestad, la abrazó y le acarició el cabello para consolarla. —¿Qué sucede, hijo? —preguntó Luciano, al ver que lo miraba con asombro, cómo si acabara de tener una revelación. —Marion… ¿Quién es Marion? —inquirió, al recordar que ese nombre había resonado en su cabeza mientras convulsionaba. —¿Marion?… No lo sé… nunca he escuchado ese nombre… —Yo tampoco, no conozco a nadie que se llame así… —dijo Fiorella y su hija también negó con la cabeza. —Yo… —Terrence se detuvo sin saber cómo explicarse, negó e intentó ponerse de pie, porque ya se sentía mejor, pero justo en ese momento sintió una poderosa descarga eléctrica que subía por su espina dorsal—. Vienen de nuevo… las convulsiones vienen de nuevo… ¡Ayúdenme… Ayúdenme! —suplicó mientras sentía los dedos de sus pies y sus manos retorcerse y su lengua irse hacia atrás. La familia Di Carlo fue invadida por el terror mientras una vez más lo veían estremecerse con

fuerza y perder todo el color del rostro, sus labios se pintaron de un oscuro tono azulado y sus ojos se viraban de tal manera, que casi no se podían ver los iris. Todos acudieron a su auxilio y lo sostuvieron con fuerza para evitar que se hiciera daño, al tiempo que sollozaban y suplicaban a Dios por su misericordia, sintiéndose impotentes al no poder hacer nada. Supieron que sus ruegos fueron atendidos al escuchar la sirena de la ambulancia, también al ver que una vez más las convulsiones se detenían; eso los llenaba de alivio, pero no del todo, pues eran conscientes de que, si no se paraban, Terrence podía acabar teniendo daños irreparables en su cerebro y cuerpo. Eso fue evidente para todos, cuando vieron que después de unos minutos, él no respondía a sus llamados y su mirada lucía pérdida, además de que sus pupilas estaban muy dilatadas y casi no reaccionaba a las indicaciones de Luciano. —Llamen a Victoria… quiero… ver a Victoria… —consiguió suplicar a pesar de que su lengua estaba muy entumecida. —Tranquilo… no te esfuerces en hablar ahora —indicó Luciano, temiendo que las convulsiones pudieran provocarle un derrame. —Por favor… quiero verla… quiero… decirle quien soy… necesito que lo sepa —esbozó con urgencia y las lágrimas salían sin que él pudiera contenerlas, mientras se aferraba a la mano de Luciano. —Lo haré… enseguida la llamaré para que esté lista y pasaremos por ella para ir al hospital —dijo Fransheska sollozando, al ver su desespero. No podía evitar llenarse de temor al imaginar que a lo mejor él presentía que algo malo le sucedería y por eso deseaba ver a Victoria. El personal del hospital lo subió a la camilla con cuidado y Luciano lo acompañó en todo momento, sujetando su mano como si realmente fuese su hijo. Uno de los camilleros le indicó que solo un familiar podía ir con él en la ambulancia, y ni siquiera lo pusieron a discusión, todos sabían que el más indicado para ir con él era Luciano, porque sabría cómo reaccionar en caso de alguna emergencia durante el trayecto. —Vas a estar bien, hijo… lo estarás —mencionó Fiorella, dándole un beso en la frente y luchó por contener sus lágrimas, para no angustiarlo porque sabía que eso le haría mal. —Llevaré a Vicky… por favor, trata de ser fuerte, Terry —pidió Fransheska, mirándolo a los ojos y le besó la mejilla. Lo subieron a la ambulancia mientras ellas lo miraban, intentando parecer calmadas, pero por dentro sentían un apabullante temor porque no sabía lo que podía pasarle y la sola idea de perderlo a él también, les destrozaba el corazón. Una vez que el vehículo dejó la propiedad y sus luces se perdieron en la oscuridad de la noche, ellas rompieron a llorar y se abrazaron con fuerza para brindarse consuelo; mientras le pedían a Dios que cuidara de Terrence.

«El que ve a su doble es que va a morir». August Strindberg

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Conocía el hospital a la perfección, por lo que ya andaba de su cuenta, pues sabía cuáles eran las aéreas por las que estaba permitido transitar y también a las que no podía pasar. Caminaba por el pasillo llevando consigo el libro mientras reflexionaba sobre el final; se dijo que tal vez su padre estaba dormido como Aurora, pero tenía un plan, le diría a su madre que cuando no estuviese la enfermera, le diese un beso a su papá y así él despertaría como la princesa. Seguro también se encontró con el alfiler del hada malvada y se pinchó sin darse cuenta, por eso había caído en un profundo sueño. Joshua iba tan sumido en sus pensamientos, que se le olvidó llamar antes de entrar al despacho del doctor Gilbert; lo encontró sentado detrás del escritorio y se sintió apenado al ver que estaba ocupado con otro señor, quiso retirarse, pero ya lo había visto. —Disculpe doctor… venía para regresarle el libro, pero volveré después —dijo algo nervioso, al tiempo que mostraba el cuento. —No te preocupes, Joshua pasa —lo instó con un ademán de su mano y media sonrisa—. Disculpe usted, su excelencia, deme unos minutos para atender al pequeño. —Por supuesto —respondió y se volvió llevado por la curiosidad. Joshua dio varios pasos, acercándose despacio hasta el escritorio, como le había enseñado su tío cuando estaba en presencia de extraños. El caballero que acompañaba al doctor Gilbert, volvió medio cuerpo con un movimiento que le pareció casi mecánico, al verlo, su rostro se puso blanco como la nieve y sus ojos se abrieron con sorpresa. —¿Lo has terminado? —preguntó Gilbert, manteniendo la sonrisa. —Sí, doctor… —Desvió la mirada del caballero que no dejaba de verlo—. No sabía que había Hadas malvadas… y que el amor puede tardar tanto en llegar… —respondió con convicción y el hombre asintió, ampliando aún más la sonrisa, ante la inteligencia del pequeño, sin duda era un niño especial. Benjen lo miraba sin poder ocultar su desconcierto y su asombro, al tiempo que un torrente de nervios viajó por todo su cuerpo y desbocó sus latidos. El niño frente a él era sumamente parecido a Terrence cuando tenía más o menos la misma edad; el tono de su cabello era un poco más claro, pero su rostro, sus ojos, su sonrisa y hasta la actitud eran casi iguales, a las de su hijo mayor. De inmediato comenzó a cuestionarse, si no habría dejado un hijo en esas aventuras extramaritales que tuvo, su mente se volvió un torbellino, tratando de recordar a las mujeres que habían pasado por sus brazos hacía cuatro o cinco años. Sin embargo, un detalle lo salvó de seguir torturándose con las dudas, porque el niño era francés y él no recordaba haber estado con ninguna francesa en ese tiempo, pero siguió buscando entre sus recuerdos algo que le diera una explicación a ese parecido que lo abrumaba. —Muchas gracias, doctor Gilbert, me ha gustado mucho —Le dijo extendiéndole el libro. —Por aquí tengo otro… déjame ver. —Se puso de pie y buscó en esa área específica de su biblioteca, donde mantenía una colección de cuentos infantiles—. El gato con botas… ¿Lo has leído? —preguntó, volviéndose con el cuento en mano. —No, doctor… pero no me imagino a un gato con botas… —respondió sonriendo—. Seguro cuando se lo lea a papi, pensará lo mismo… como usted me dice que él igualmente escucha. —Claro que escucha y estoy seguro de que este le gustará mucho, porque trata de un gato muy ingenioso. —Le ofreció el libro. —Gracias, doctor —dijo recibiéndolo y posó su mirada una vez más en el caballero, que lo veía fijamente como si le recordase a alguien. Benjen suspiró con alivio al escuchar al niño y al doctor hablar del padre, sus palabras lo

liberaron de la incertidumbre y de la culpa, al pensar que tal vez había dejado a un hijo a la buena de Dios. Tal vez, era una casualidad el parecido; después de todo, a esa edad, muchos niños solían tener ciertas semejanzas físicas, además, los ojos del francesito no eran zafiros como los de su hijo, sino topacios. —Disculpe, su excelencia, es que suelo prestarle cuentos al niño para que no pase todo el día en el hospital sin hacer nada —explicó con la mirada en el pequeño—. Su padre está internado desde hace mes y medio, Joshua lleva prácticamente viviendo ese mismo tiempo en este lugar. —No debe ser nada fácil… —susurró, mirando a los ojos al niño. —Joshua, te presento al duque de Oxford —Se dirigió al niño. —Encantado, Benjen Danchester. —Le extendió la mano con media sonrisa, a la que Joshua correspondió, aunque un poco dudoso de cómo tratar a un hombre tan elegante, nunca había visto a un duque de verdad, solo los que había leído en los cuentos. —Mucho gusto, señor Dan… Danchester —Le costó un poco pronunciar el apellido, pero lo consiguió y sonrió complacido, luego se irguió para presentarse con orgullo—. Joshua Alfonzo Di Carlo Laroche. —Mostró una de esas sonrisas que cautivaban a todos y pudo sentir cómo la mano del hombre tembló en el agarre, más no lo soltó. Benjen sintió cómo si rayo cayese sobre él y lo impactara con todo su poderío, fue invadido por una corriente que recorrió su cuerpo, tensando sus músculos y vaciando su diafragma. Miró al pequeño con mayor asombro, pues ahora comprendía a qué se debía ese extraordinario parecido que tenía con su hijo Terrence, aunque todo eso parecía una locura o algo sacado de un libro de ficción; en ese momento un toque a la puerta hizo que tragara y soltara el agarre. —Adelante —habló Gilbert dando la orden. —Disculpe, que los interrumpa, su excelencia. —Le hizo una venia y luego miró al director del hospital—. La madre de este señorito está preocupada y nos pidió ayuda para buscarlo, supuse que había venido por otro libro —Se dirigió al doctor y luego le dedicó una sonrisa a Joshua, quien se había sonrojado y la miraba apenado. —Siento haberme demorado —mencionó, recordando que su madre siempre le pedía que se portara bien y no anduviera mucho por los pasillos ni en la oficina del doctor Gilbert quitándole el tiempo. —No te preocupes, tu mamá no está molesta, solo se preocupó —dijo Elizabeth y le hizo un guiño, Joshua le provocaba mucha ternura y le recordaba al pequeño que esperaba, pero que no pudo nacer debido la angustia que vivió durante la guerra. —Ve a leerle a tu padre, pequeñín, ahora más tarde paso a revisar como sigue. —Gilbert le frotó la cabeza con afecto—. Tu madre tiene que estar muy nerviosa, seguro pensará que te has perdido y lo que no sabe, es que te conoces el hospital mejor que ella. —Con su permiso, doctor Gilbert, su excelencia. —Se despidió Elizabeth, haciéndole una reverencia. —Gracias por el libro, doctor Gilbert… mucho gusto, señor Danchester, su excelencia —dijo Joshua con media sonrisa, imitando el gesto de la enfermera y luego se despidió con un ademán. —Igualmente, Joshua Di Carlo —respondió Benjen con una sonrisa nerviosa y también elevó su mano para despedirlo. Se quedó mirando la puerta, mientras se preguntaba si lo que sospechaba podía resultar posible, su mente estaba revuelta por un torbellino de ideas confusas, porque hasta donde sabía, Fabrizio Di Carlo había muerto hacía cuatro años, por lo que era imposible que ese niño pudiera ser su hijo. Sin embargo, el parecido con Terrence era innegable, al igual que lo era con el hijo de Luciano Di Carlo; de inmediato, una idea descabellada pasó por su mente, porque también estaba

la posibilidad de que ese niño fuese hijo de Terrence y que lo hubiese concebido mientras ocupaba el lugar del italiano. Aunque su hijo nunca había comentado nada y el detective que investigó su pasado con los Di Carlo, solo mencionó la relación que tuvo con la dama llamada Antonella Sanguinetti, así que debía descartar esa posibilidad. Al menos que él no lo supiera; de repente, detuvo sus pensamientos porque estaba haciendo demasiadas conjeturas que eran descabelladas. Tal vez, todo eso no era más que una coincidencia, eso tendría más sentido, a pensar que Joshua era hijo de Fabrizio Di Carlo, porque la única prueba que tenía era la del nombre del joven entre los fallecidos por el bombardeo a Doullens. —Su excelencia… —esbozó Gilbert, para captar su atención. —Sí… ¿Me decía algo? —cuestionó, disimulando su aturdimiento y tomó asiento nuevamente, para continuar la charla. —Le pedía disculpas por la interrupción… —Tranquilo, está bien —respondió, adoptando una vez más su postura de noble británico y se centró en la conversación. —Como le mencioné, como director del hospital le agradezco los donativos por parte de La Cámara de Lores y me siento honrado, que sea usted personalmente quien haya venido a ofrecerlos. —Retomó desde donde estaban antes de que llegara el pequeño. —Es nuestro deber como estado y como miembros de la realeza, proveer al pueblo de beneficios que los ayuden a sobrellevar la situación que vive la nación en estos momentos —acotó casi de manera mecánica, porque sus pensamientos seguían enfocados en descubrir quién era el padre de Joshua Alfonzo Di Carlo Laroche. —La verdad, es que son bastante necesarios, ya que el hospital tiene muchos gastos y no pude cubrirlos todos, la mayoría de los pacientes que llegan, no tienen ningún recurso o muy pocos. Y también está el otro caso en el que batallamos para encontrar donantes de sangre, los que llegan siempre nos piden algo a cambio, medicamentos, comida o incluso nos han solicitado dinero. En estos momentos tenemos tres pacientes que necesitan del tipo O negativo y no tenemos, uno de ellos es precisamente el padre de Joshua. Las dudas se multiplicaron una vez más en la mente de Benjen, con solo escuchar que el padre del niño necesitaba sangre O negativo, ese era su mismo tiempo de sangre y también lo compartía con su hijo mayor. Las coincidencias cada vez eran más, por lo que apenas conseguía esconder la conmoción de su semblante, pues cada detalle que le revelaba, le daba mayor certeza a su sospecha. —Disculpe, doctor Gilbert… —Su voz salió muy grave, se aclaró la garganta con disimulo y se removió en el sillón—. El padre del niño… —No sabía cómo abordar el tema sin parecer demasiado interesado, respiró hondo y continuó—: Mencionó que ha estado hospitalizado por más de un mes —habló tranquilamente, pero su corazón latía muy rápido y su cuerpo temblaba. —Sí, Fabrizio Di Carlo, es un caso bastante delicado…. Benjen trató de digerir el nombre del paciente, por lo que espabiló lentamente y se obligó a permanecer sentado, aunque su instinto le exigía salir corriendo para verlo y comprobar si hablaba del verdadero Fabrizio Di Carlo, pues eso sería un milagro. Aunque ya su hijo le había comentado lo de aquel hombre que vio en la estación de trenes, no imaginó que estuviera en lo cierto, además, estaba tan molesto con Luciano, que no deseaba ofrecerle su ayuda nunca más, ni siquiera considerando la confesión que había hecho Octavio. —Solo hace seis días, lo sometimos a su tercera intervención quirúrgica en solo un mes, algo bastante difícil para un hombre de apenas veintitrés años… —Benjen suspiró y quería acotar algo,

pero las palabras no le salían—. La verdad es que se podría considerar como un verdadero milagro, lo que, para un hombre de ciencia como yo, que no suele creer en ellos, es mucho decir, pero es que no consigo otra manera de explicarme cómo ha sobrevivido todo este tiempo. Fabrizio Di Carlo batalló en la guerra y cayó a consecuencia de un ataque de gas mostaza, el mismo le causó una insuficiencia pulmonar severa, por lo que sobrevivía gracias a medicamentos; sin embargo, es cierto, cuando muchas veces dicen que el remedio es peor que la enfermedad, eso precisamente fue lo que le pasó, volverse dependiente por tanto tiempo de medicamentos tan fuertes, le causaron ulceras pépticas…—explicó, al ver que el duque parecía estar muy interesado en el caso del joven, pudo percibir cómo tragaba y sus ojos brillaban como quien trataba de retener las lágrimas—. Disculpe, su excelencia, creo que lo estoy importunando con todo esto… —En lo absoluto, por favor, siga, doctor Gilbert, me interesa saber más sobre su paciente — respondió con un tono que revelaba la marea de emociones que sentía. Ni siquiera se atrevió a pronunciar el nombre porque aún no terminaba de creer en todo eso. —Él vivía en Francia junto a su esposa e hijo, pero lo tuvieron que trasladar de emergencia, debido al estado crítico, la verdad es que este hombre es un guerrero, está luchando con uñas y dientes para seguir con vida, tiene una fuerza admirable, porque no es nada fácil lo que ha pasado, aquí tengo su expediente clínico —indicó y abrió el cajón de su escritorio—. Lo mantenemos sedado y con respiración artificial por medio de una traqueostomía, porque no podemos administrarle los broncodilatadores que utilizaba, ya que son comprimidos y no puede tomarlos nuevamente, eso echaría por tierra lo logrado en las intervenciones para sanar las ulceras. —Comprendo… ¿Y existe alguna manera de ayudarlo? —inquirió alarmado, al ver la carpeta con tantos papeles, ni siquiera su historial clínico era tan extenso y él era un hombre de cuarenta y cinco años. —Un par de científicos ya vienen haciendo avances en crear una fórmula intravenosa, pero no es tan sencillo, es algo que requiere tiempo y sobre todo dinero, que ellos no tienen… Hace un año que Fabrizio debió venir al hospital para realizarse un chequeo a fondo y si hubiese hecho eso, todo esto se habría descubierto a tiempo y habríamos evitado esta situación tan lamentable. —Es una situación verdaderamente trágica —murmuró, acongojado por el joven—. Doctor… me ha dicho que necesita donantes para Fabrizio Di Carlo, ¿no es así? —preguntó, mirándolo a los ojos. —Sí, estamos preguntando en otros hospitales a ver si conseguimos un par de bolsas — respondió, tomando la carpeta para guardarla en el cajón—. Pero es que es un tipo de sangre bastante difícil de hallar. —Yo podría donar. —Benjen se ofreció, sorprendiendo al galeno. —No… no es necesario, su excelencia —acotó nervioso y apenado, pensando que a lo mejor su relato lo había condicionado de algún modo, no era su intención—. Ya encontraremos donantes. —Ha dicho que lo necesitan con urgencia. Bien, soy O negativo y estoy en ayuno por la cuaresma, quiero donar sangre para Fabrizio Di Carlo, solo me gustaría verlo antes… Claro, si se puede —solicitó mientras se llenaba de nervios ante sus palabras. —En ese caso no puedo negarme, duque de Oxford. —Se puso de pie y agarró su bata del perchero—. Le agradezco mucho su ayuda. Benjen también se levantó y pudo percibir cierta debilidad en sus rodillas, sus manos sudaban y parecía como si hubiese tragado un puñado de arena, porque su boca estaba muy seca. Salió de esa oficina, sin poder creer que estaba a punto de ver a Fabrizio Di Carlo, ese joven que buscaron por tanto tiempo y que para todos estaba muerto, eso era evidentemente un milagro, aunque estuviese delicado de salud, seguía vivo y si era así, él haría todo lo posible por reunirlo con su

familia. Gilbert se adelantó para que lo siguiera y mantuvo una conversación a la que Benjen le prestaba poca atención, porque cada paso que daba retumbaba en su corazón y cabeza. Notó que sus manos temblaban, así que se las llevó a los bolsillos, para esconder un poco sus nervios, cuando por fin se detuvieron frente a la puerta, su curiosidad lo instó a mirar a través de la ventanilla de cristal. El corazón le dio un vuelco y su cuerpo se estremeció, haciendo que luchase con todas sus fuerzas para que el doctor no se diese cuenta de la conmoción que lo embargó, al ver a la esposa de Fabrizio; era una joven rubia, menuda y parecía casi una niña, seguramente tendría poco más de veinte años y le recordó mucho a Victoria. Estaba en un sillón junto a la cama, tenía los ojos cerrados, pero no dormía porque sus dedos acariciaban el cabello de Joshua, que evidentemente sí estaba dormido y descansaba la cabeza sobre su regazo; Gilbert giró la perilla lentamente y le indicó con un ademán que entrara. Marion abrió los ojos en cuanto sintió su presencia, lentamente levantó la cabeza del niño y con cuidado lo recostó sobre el mueble. Se puso de pie y se acomodó un poco el cabello, al ver que el doctor venía en compañía de otro caballero, que supuso debía ser otro doctor que venía a ver los avances de su esposo. —Buenos días, doctores —saludó y caminó hacia ellos. Parecía una niña de unos quince años frente a ellos, siempre había sido baja de estatura, pero todo lo vivido la tenía más delgada y pálida. —Buenos días —saludaron los caballeros al mismo tiempo. Benjen apenas si le dedicó una mirada a Marion, ya que su atención fue atraída por el joven que reposaba en la cama, lleno de sondas y agujas, aunque el tubo de la traqueostomía no lo dejaba admirar a plenitud el rostro; sin embargo, desde allí ya podía ver el asombroso parecido que tenía con Terrence. Quería acercarse para verlo mejor, pero su pasmo era tan poderoso que lo inmovilizó y le hizo contener la respiración, por un momento creyó que iba a desmayarse dado a la presión que se apoderó de su pecho y que le nubló la visión, pero al parpadear se dio cuenta de que eran lágrimas lo que habían empañado su mirada. —Marion… el caballero es Benjen Danchester, duque de Oxford, se ha ofrecido para donarle sangre a Fabrizio —anunció Gilbert, mirándola, y no le pasó desapercibida la reacción del duque, pues se había puesto pálido y miraba al joven con profunda pena. —Muchas gracias, señor… disculpe, Duque… —Se corrigió, era poco lo que sabía del protocolo para tratar a la realeza. Se quedó admirando al hombre que era tan alto como su esposo. —De nada… ayudaré en lo que sea necesario… ¿Puedo? —Le pidió permiso para acercarse, sentía que tenía el valor para hacerlo. —Claro… claro, adelante —respondió, haciendo un ademán. Cruzó los brazos mientras veía al hombre acercarse; el doctor le hizo una señal y caminaron a un rincón de la habitación, donde le hizo algunas preguntas sobre el estado de su esposo y a su vez, él les daba las explicaciones a todas sus dudas. También aprovechó para ponerla al tanto de quién era el hombre que estaba dispuesto a donarle sangre a Fabrizio, lo que por supuesto, la asombró porque no imaginó que alguien tan importante estuviera dispuesto hacer algo como eso por un desconocido, concluyó que debía ser un buen hombre. Benjen pudo apreciarlo mejor y no le quedaron dudas, ese joven era Fabrizio Di Carlo y había estado vivo todo ese tiempo; ahora comprendía porqué Luciano lo había confundido con su hijo, eran realmente parecidos. Su corazón dio un vuelco y seguidamente sintió como si lo oprimiesen

hasta dejarlo vacío, porque era como mirar a Terrence postrado en una cama y quería morirse al verlo así, tan pálido y delgado, con ese tubo atravesando su garganta. Las lágrimas nadaban en sus ojos, por lo que respiró profundamente para clamarse, debía hacer algo para ayudarlo y reunirlo con su familia, ellos merecían saber que estaba vivo y él también debía regresar a donde pertenecía. Hablaría con Gilbert para que estudiara muy bien su caso y saber si existía la posibilidad de trasladarlo a América. Era hora de pagarle de la misma manera al hombre que salvó la vida de su hijo, le devolvería su hijo a Luciano y así estarían a mano.

[1]

«‘O sole mio» es una famosa canción napolitana de 1898. con letra de Giovanni Capurro.
Quedate 7- Lina Perozo Altamar

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