Ruth Langan - Serie Highlanders 02 - El Brezo De Las Tierras Altas

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El brezo de las Tierras Altas Ruth Langan

2º Highlander

El brezo de las tierras altas (1991/2014) Título Original: Highland heather (1991) Serie: 2º Highlander Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Harlequin histórica 65 Género: Histórico Protagonistas: Brenna Mac Alpin y Morgan Grey

Argumento: Cuando Brenna MacAlpin miro al fiero y oscuro guerrero, que había pasado su vida defendiendo su reina inglesa, su sangre se congelo. Ella era la líder de un clan fronterizo escocés y daría la vida por su gente contra los invasores como Lord Morgan Grey. El creyó someterla con una impresiónate exhibición de fuerza, pero ella pronto le mostraría de lo que era capaz una mujer guiada por la lealtad. Morgan sabía que había sido un tonto al aceptar llevar a cabo el plan de la reina de unir las familias a ambos lados de las fronteras por matrimonio. Su involuntaria invitada escocesa estaba probando ser más problemática que lo que valía y se temía que su una vez pacifica vida anterior, nunca volvería a ser igual.

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Capítulo 1 Escocia 1562 Una nube cenicienta cubría el cielo. El súbito silencio, inusual para una tarde tranquila de verano, alerto a Brenna del peligro inminente. Los pájaros desaparecieron entre los árboles, silenciando su canto y hasta los insectos se quedaron quietos, interrumpiendo el zumbido y el murmullo monótono de las alas mientras revoloteaban alrededor de las flores. Brenna MacAlpin, la bella joven de diecisiete años, saco la daga del cinto, susurrando a su hermana. — Regresa al catillo. Ahora. Aunque Megan siempre se rebelase cuando daban órdenes, esa vez reconoció el peligro en la inflexión de la voz de su hermana. No había tiempo para discutir y, sin hacer preguntas, obedeció. En pocos minutos, una multitud de soldados a caballo apareció encima de la colina, la luz del sol reflejando el brillo metálico de la plata pulida y adornos de oro. El estandarte desplegado al viento ostentaba el escudo del temible soldado ingles conocido como el Bárbaro de la Corte, Morgan Grey. El jinete montado en el corcel negro como el ébano vestía traje negro de la cabeza a los pies. Los hombros anchos estiraban las costuras de la túnica reluciente de piel, relazando el cuerpo delgado endurecido por años años de batalla. Los cabellos castaños sobre la frente, enmarcaban los ojos oscuros, impenetrables. En una mirada ella vio los detalles, aunque su atención se concentraba en la punta de la espada amenazante apoyada a la altura del corazón. — ¡Dios del cielo, Brenna, corre, deprisa! ¡Estamos rodeadas! — gritaba Megan por sobre el hombro. Brenna MacAlpin era consciente de la carrera desenfrenada de su hermana en dirección al abrigo del castillo, sin embargo ella no conseguía moverse, paralizada. No sentía miedo por sí misma, había pasado toda su vida entre guerras y muertes. Le preocupaba la seguridad de Megan, prefería morir antes de permitir que le hicieran dalo a la muchacha de quince años. Cerrando los ojos por un instante, deseo que su pequeña y valiente hermana lograra refugiarse tras los muros de la fortaleza. La voz del recién llegado, grave y amenazante resonó en el paisaje.

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— No tengo intensión de lastimarla, pero si no suelta esa daga, me veré forzado a sacársela de la mano. — Si, lo sé — respondió Brenna, de forma casi inaudible, mientras la daga se deslizaba entre sus dedos, cayendo la piso. — es la manera típica de los ingleses. La furia contenida en la respuesta dejo al intruso perplejo. Al ver la silueta de la forma de su hermana escurriéndose entre las sombrías paredes de piedra, Brenna suspiró aliviada. Podía enfrentar la muerte ahora. Su hermana estaba a salvo. Levantando la cabeza para encontrar la mirada del forastero, dijo con altivez. — Puede completar su hazaña. No tengo miedo del señor. Ni de la muerte y destrucción que acarrea con usted. El jinete miraba desde lo alto de su montura, el rostro encantador, la más fascinante de las mujeres que conocía. La frente lisa, sin marcas de expresión, los rasgos perfectos, se destacaba la pequeña nariz alzada y los labios apretados en una reacción de rabia. Las grandes ondas de su cabello caían por su espalda pasando la línea de la fina cintura, los seños agitándose con la respiración entrecortada. Sin embargo fueron los ojos lo que llamaron su atención, ojos de color violeta, que brillaban, no de miedo, sino de orgullo, de arrogante desafío. — Mis soldados y yo no vinimos hasta aquí para atacar a su gente. Mi reina, Elizabeth, nos envió en una misión de paz. — Ignorando la sonrisa desdeñosa que había surgido en el delicado rostro, prosiguió. —Solo deseo que me conduzca hasta el castillo y me presente al líder de su clan. — ¿Con que propósito? Él le lanzo una mirada que habría hecho arrodillarse a cualquiera, implorando clemencia. Sin embargo ella lo encaraba sin miedo, los ojos chispeando. — Discutiré mi propuesta sólo con su líder. ¡Ahora camine! — ordenó, deslizándose de la silla y apuntado la espada amenazante. Brenna le dio la espalda sin que el vislumbrara la sonrisa que se insinuaba en sus labios. Caminaba con la cabeza erguida y las espalda recta, las caderas moviéndose en una cadencia seductora que atrapó la atención de Morgan. — ¡Alden! — gritó. A su llamado, un hombre de mejillas coloradas y cabellos rubios avanzo en su dirección, destacándose de los demás. — Encárgate de los soldados.

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En instantes, los hombres lo siguieron procesión y , al legar a las puertas del castillo, oyeron un grito. Los pesados portones se abrieron a continuación permitiendo el paso de Brenna e la comitiva de forasteros que la acompañaba. — Son bastante inteligentes para no oponer resistencia — murmuró el inglés. — Saben que somos mucho más numerosos. — No es esa la razón por la que parecen someterse — explicó Brenna. — No ofrecerán resistencia porque saben que yo podría ser herida si lo hiciesen. — ¿Es la vida de una mujer tan insignificante, tan importante para ellos, por casualidad? Ella no respondió. Girándose a un viejo encorvado en pie cerca de la puerta, Morgan ordenó, autoritario: — Vaya a llamar a su líder El anciano lanzo una mirada preocupada a Brenna y, al verla sacudir la cabeza imperceptiblemente, subió con dificultad un tramo de escaleras con una sonrisa furtiva en el rostro, la expresión maliciosa. Ignorando a Morgan Grey, ella atravesó la sala, deteniéndose junto al fuego para calentarse las manos. Entonces se giró. Hablo con serenidad, pero no había duda en la calma segura con que dijo. — Yo soy el líder de mi gente. — declaró con autoridad. — Soy Brenna, el jefe de los MacAlpin. Estos hombres siguen mis órdenes, y sus soldados invadieron mi castillo. Brenna MacAlpin. Morgan Grey demoró algunos minutos para asimilar el efecto sorprendente de esa revelación. "¿Esa jovencita, delgaducha, es la líder de los MacAlpin?" Había oído hablar de ella, obviamente. Muchos soldados ingleses habían regresado de las batallas contando historias increíbles de la joven MacAlpin al frente de los escoceses. Sin embargo la había imaginado una mujer robusta, con músculos desarrollados, para levantar una espada letal. No esperaba la criatura delicada, más adecuada para los quehaceres domésticos, para las labores de aguja rodeada de criadas sirviéndole le te con scons, o delicioso biscocho escocés. — Si eso es verdad, ¿por qué nos dejó entrar en el castillo? ¿No se dio cuente que estarían mucho más vulnerables, una vez que mis soldados entraran a los límites de la fortaleza?

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Brenna se giró al viejo Duncan MacAlpin, que dio um paso al frente, la espada desenvainada. El cabello blanco contrastaba con la piel bronceada, curtida por el sol. Aunque curvado por la edad, sus brazos mostraban aun los músculos poderosos de quien paso duros altos al servicio del clan. — Sus soldados obedecerán mis órdenes — dijo el anciano, la voz áspera. — Es mejor que depongan las armas, o daré la señal para que mis oficiales avancen. Morgan Grey tiro la cabeza hacia atrás en una carcajada sonora. — ¿Debo comenzar a temblar de miedo delante de este anciano? — No, milord — dijo Brenna con calma. — Cuando vea a sus soldados rodeados por mis valientes súbditos, mostrará más respeto por Duncan. Aturdido, Morgan se giro. Atrás de cada uno de sus hombres había un escocés armado con una daga y espada, y en el medio de ellos, la muchacha que huyera a la seguridad del castillo cuando ellos se aproximaban. A pesar de los cabellos cobrizos y los ojos castaños como abejas, no había duda de la semejanza de las facciones. Ella debía ser la hermana del jefe del clan. Al contrario de la expresión imperturbable Brenna, la jovencita lucia el atrevimiento y el coraje de un guerrero. Los soldados ingleses también se giraron encontrándose frente a frente con los guardias armados. — Entonces — dijo Morgan volviéndose para encarar a la joven de los cabellos oscuros — veo que hice un juicio equivocado. — Un error muy peligroso. Diga a que vino, Morgan Grey, antes que pierda mi paciencia. — ¿Me conoce? — Si — respondió ella, con mirada penetrante. — Ellos lo llaman el Bárbaro de la Corte. Pero como Elizabeth de Inglaterra no es mi soberana, aquí en Escocia no tenemos miedo de usted. El dio un paso adelante y Duncan levantó la espada, tocando la túnica de Morgan en el lugar exacto del corazón. — Mi viejo — dijo el inglés con los dientes semi cerrados por la rabia. — Si mi misión no fuera de paz, ya estaría tendido en el suelo en medio de un charco ge sangre. — Apártese de lady Brenna, milord. La mano de Morgan se tensiono al lado de su cuerpo, deseando enterrar la espada en le corazón de ese escocés arrogante. Sin embargo admiraba el espíritu de los dos que lo

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enfrentaban, aunque no pasaran de ser un viejo idiota y una mujer frágil. Decidió cumplir con las órdenes recibidas en la Corte. Ignorando a Duncan, extrajo un rollo de pergamino de dentro de la túnica, entregándolo a Brenna con una leve reverencia. — Traigo un mensaje de paz de mi reina Elizabeth de Inglaterra. Ella propone que ustedes me reciban con amistad, así como a mis soldados y nos permitan ser sus huéspedes por algunos días. El deseo de mi reina que terminen estas guerras en la frontera y que los súbditos aprendan a convivir en paz. — Y, si depusiéramos nuestras armas, ¿no encontraremos una daga en las espaldas? O, lo que es peor — pegunto Brenna con sutil ironía — ¿nuestros castillos no serán saqueados y nuestros caballos robados? — No, milady. Se deseásemos sus caballos, ya los habríamos tomado. Y, si nuestra intención fuera apoderarnos de su castillo, podríamos haberlo sitiado y conquistado en batalla. Debo recordarle que mis soldados superan en número a los suyos en proporción de cinco a uno. Los que están aquí, conmigo son solo una pequeña arte del ejército que aguarda mis órdenes fuera de las murallas, en la colina. Aunque el rostro de Brenna no demostrase ningún cambio de expresión, una llamarada de comprensión brillo en su mirada. Habían entrado en el castillo algo más de cien hombres, y las colinas aun hervían de soldados acaballo oscureciendo la línea ondulada del horizonte. — ¿Por qué su reina quiere una tregua? La boca de Morgan se curvo en un comienzo de sonrisa. — Mi reina es prima de su soberana. Tal vez ambas estén cansadas de tantos conflictos. Esa afirmación tenía sentido. Probablemente. ¿O era solo el fervoroso deseo de Brenna que la llevaba a creer en una paz posible? Los clanes escoceses que vivían a lo largo de las fronteras entre Inglaterra y Escocia habían sufrido por varias generaciones las tensiones entre los dos países. Como jefe de un clan de la región, Brenna conocía el sabor amargo de la guerra desde el momento de su nacimiento. Encarando lo imposible, preguntó: — ¿Cuánto tiempo desea quedarse? — Un día o dos, no más. Ella acepto con expresión severa.

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— Sus soldados deberán, entonces guardar sus armas. Si alguno de ellos ataca uno solo de mis súbditos, voy a considerar el gesto como una afrenta personal. Morgan cerró el puño con rabia. Ella se mostraba tan altiva que el dudaba entre curvarse, como en la presencia de la reina o estrangularla hasta que no quedara a ni un soplo de de aliento. — Si, milady. — Se giro a sus soldados. — Envainen las espadas, y no permitan que ningún inglés levante una mano contra un escocés mientras compartamos… la hospitalidad de los MacAlpin. Brenna percibió, con disgusto, la pisca de sarcasmo en el comentario del oficial que en ese momento volvía a encararla. — Mis hombres cuidaran sus caballos antes de instalarse. — Mandaré a los criados prepararen comida y alojamiento apropiado. — Quedamos muy agradecidos, milady. Con un breve gesto de la cabeza, Brenna le dio la espalda atravesando la sala para aproximarse a sus súbditos. — Encárguense de que nuestros huéspedes estén cómodos. Se detuvo un instante junto a Megan, tomándola por el brazo. Los ojos perspicaces de la joven examinaron atentamente a Morgan Grey, antes de envainar la espada y acompañar a Brenna fuera de la sala. Ellas son tan diferentes, reflexionaba Morgan al caminar hacia el fuego. La más joven parecía decidida y combativa, desbordante de energía. Le recordaba a su paje, ansioso antes de la batallas. En cambio, Brenna volvió a ocupar se mente eclipsando otros pensamientos. Altiva, controlada, majestuosa, podría haber nacido en la familia real. Concentrado observaba las magnificas tapicerías que recubrían las paredes del grandioso hall. Se aproximo a reparar en el bordado minucioso representando el linaje. La figura ventral despertó su interés, y no tuvo duda en quién era Mace Kenneth MacAlpin, el primer monarca de Escocia, el orgulloso antepasado del clan. Brenna parecía haber heredado el carácter soberbio de la estirpe de sus ancestros, inalterado por los siglos. Una sonrisa maliciosa iluminó el rostro de Morgan anticipando el placer del peligro. Desafiar a la nobleza era su deporte preferido. Y el siempre ganaba.

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Capítulo 2 Morgan Grey se apoyo en el marco de la puerta. Observo a sus soldados alineados en el grandioso hall, seguidos por los escoceses sin armas a la vista, quien sabe escondidas en laso pliegues de las capas y las túnicas. El vasto salón acomodaba con facilidad a los dos batallones y dos gigantescas chimeneas, una a cada extremo, calentaba el ambiente. Los gruesos troncos ardiendo en un fuego acogedor. Las velas de cera en los candelabros de hierro forjado instaladas en las paredes contribuían con su brillo a la cálida iluminación del lugar. Las pesadas botas de los soldados se arrastraban por el suelo, produciendo ruidos sordos al tomar sus lugares en las mesas de madera antigua, marcado por surcos profundos, producidos por el uso continúo por varias generaciones. Los ingleses se sentaron en una de las extremidades del hall, y los escoceses en la otra. La sala resonaba con el barullo del lenguaje rudo y las carcajadas ruidosas. Los soldados, enemigos por siglos, se observaban midiéndose con la mirada. Súbitamente todos se callaron, subyugados por la belleza de las dos jóvenes que llegaban. Morgan cerró los ojos para observar a la líder del clan. Brenna vestía un magnífico traje largo de terciopelo violeta, que se amoldaba a la perfección a los senos altos y firmes y la cintura delicada, cayendo en camadas sueltas en la falda superpuesta hasta la punta de los zapatos. Las mangas muy largas, con aplicaciones de piel, se afinaban hacia los puños pequeños y los cabellos oscuros habían sido trenzados con cintas, cayendo sobre el hombro derecho en una cascada de seda y ébano. Megan, en pié atrás de ella, se vestía de un blanco inmaculado, y una nube de cabellos cobrizos se derramaba sobre los hombros como un velo. Por su delgada figura, podría ser confundida con una niña pequeña, sin embargo no había nada de infantil en la manera en que abiertamente estudiaba a los soldados reunidos en el salón, manifestando el obvio recelo que le causaban los forasteros. Cuando se dirigirán a sus lugares en la cabecera de la mesa, los soldados escoceses permanecieron en pié, en respeto a las damas. Los ingleses, sorprendidos con el gesto, inmediatamente siguieron el ejemplo. — Milord — hablo un joven criado al aproximarse a Morgan. — Milady pregunta si le gustaría sentarse à la mesa de allá para comer. Brenna mantenla los ojos bajos en señal de timidez, y el asintió con un breve gesto, siguiendo al criado. Al aproximarse a la mesa principal, las dos jóvenes levantaron la mirada a manera de saludo.

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— Creo que no le presenté aun a mi hermanas. Megan MacAlpin la mas joven de la dinastía de los MacAlpin. Inclinándose sobre la mano de la joven, noto la mitrada aguda con que ella lo estudiaba, y al tomarle la punta de los dedos, depositando levemente los labios sobre la piel suave, la sintió estremecerse. — No precisa tener medo, milady. No tengo armas conmigo — dijo, con una leve sonrisa. Megan no aprobó el comentario. — Es muy sabio de sea parte, milord, porque no estoy preparada para creer en las palabras de un inglés — respondió, llevando la otra mano a la cintura, buscando la empuñadura de su daga. La mirada de Morgan endureció súbitamente. Colocando una mano sobre el brazo de la hermana para interrumpió la conversación, Brenna se giro la invitado intentando suavizar la tensión. — No estamos acostumbrados a recibir en nuestra cas soldados ingleses como huéspedes. — Es una experiencia nueva para mí también, milady. — Por favor. — Ella quería evitar a todo costo que la comida se convirtiera en un escenario de hostilidades. — Vamos a a acomodarnos. Cuando Morgan se sentó en el lugar indicado, rozó imperceptiblemente la pierna de Brenna, y las miradas se encontraron, una divertida la otra muy enojada. Ante el frio desdén de Brenna, el desvió la mirada. Obviamente ella cumpliría con su obligación, recibiéndolo en su casa, aunque no apreciase la desagradable tarea. El también se inclinaría a los deseos de su reina toleraría la situación. Si bien hubiera preferido mil veces sitiar el castillo de esa dama de hielo a soportar su arrogancia. Brenna inspiró profundamente para calmar los latidos desacompasados del corazón. Bajo la apariencia serena y controlada, los nervios estaban tensos. Había algo indefinible y dudoso en el ingles a su lado. El lograba alterarla. — ¿Mis criados se encargaron de todo para que este confortable, milord? — Efectivamente — respondió, aceptando un cacharro de vidrio con tapa de estaño, ofrecida por una criada. Vacio el contenido antes de depositarla en la mesa. Esa maldita mujer lo ponía nervioso e inseguro, y no conseguía descubrir la razón. Un criado se aproximaba con una bandeja de carne de cerdo, y Brenna le ofreció el honor de servirse primero. Morgan tomó una gran porción, cortándola en varios pedazos.

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Ella observaba las manos enormes, y la fuerza que emanaban. Sintiendo un temblor incontrolable subiendo por su espalda, se preguntaba sobre tal perturbación cuando fue interrumpida en sus divagues. — No se sirve, milady! — Yo... — Se sintió ruborizar. — Creo no tener apetito esta noche. — Yo estoy ávido por buena comida — dijo Morgan, sirviéndose una porción más. Siguieron luego las bandejas con carne de venado, perdices y salmón, acompañadas por panes de gruesas y tostadas costras, aun calientes del horno. Morgan saboreaba, voraz, cada uno de los platos. Cada vez que su vado se vaciaba, un criado solicito la llenaba de nuevo. Cuando finalmente terminó, se inclinó en la silla con un suspiro de placer. — Es una anfitriona muy generosa, milady. Brenna apenas había tocado la comida, sin embargo aprecio la observación de Morgan. Le causaba una extraña satisfacción ver un hombre comer con entusiasmos. — ¿Hace todo en la vida con tanto fervor, milord? — Todo lo que vale la pena hacer — respondió encarándola — Mi hermano menor, murió de fiebre cuando tenía quince años. En su último suspiro, se quejo de no haber tenido tiempo de vivir. Nunca tendría la oportunidad de levantar su espada, en nombre de su reina, ni de viajar a tierras lejanas, ni de dormir con una mujer. Reparando en el súbito rubor que cubrió el rostro de Brenna, Morgan imaginó que ella, aunque líder de su gente, probablemente no tenía mucha experiencia. Discretamente, cambio de tema. — Sus dominios están bien fortificados, milady. Me parece-me difícil de creer, sin embargo, que el viejo que estaba a su lado hoy a la mañana sea su primer hombre de armas. — El viejo Duncan convivió con mi padre desde cuando eran niños. Su lealtad merece todo mi respeto. — La lealtad de un viejo no impedirá el ataque de una espada enemigo, milady. Una ráfaga de furia cruzo por los ojos de Brenna antes de responder, intentando no perder el control. — Por centenas de años mi pueblo vive en la mira de los ingleses, sedientos por nuestras tierras. Ustedes siempre codiciaron nuestras posesiones, las colinas ricas y fértiles, los campos verdes y el valioso ganado. — Sin mencionar las mujeres.

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Ella percibió la insinuación sarcástica, endureciendo la expresión. — No pretenda provocarme con juegos de palabras, milord. — ¿Tal vez prefiera el juego de las espadas? — ¿Por casualidad piensa que soy una de esas pálidas damas inglesas, que se desmayan al ver un arma? Los MacAlpin, pacíficos por naturaleza, fueron obligados a transformarse en un clan guerrero. Y como líder de mi pueblo, no dudaría en empuñar mi espada contra cualquiera que ose amenazar mis dominios. Muy a disgusto, Morgan sintió admiradito por el espíritu combativo de la joven. Con todo, se irrito con la respuesta. — le presento mis disculpas, milady, por retirarme de la batalla. Ahora que mis soldados están admirablemente fortalecidos con comida y bebida, voy a acompañarlos a los alojamientos que tana generosamente preparo para ellos. Brenna observó como él se levantaba, atravesando el salón a grandes pasos, y percibió la arrogancia que surgía hasta en su más simple movimiento. A una orden, los soldados ingleses lo siguieron. Sentado en el extremo de la mesa, Duncan aguardaba una señal y, a un gesto de Brenna, se levantó y salió con los guardias. Mientras los ingleses dormían los escoceses deberían vigiar celosamente. En el castillo de los MacAlpin, la palabra de um inglés era solamente motivo de escarnio. En cuanto los visitantes salieron de la sala, Brenna relajo la tensión por primera vez esa noche. Había sido imposible sentirse cómoda con Morgan Grey.

La delicada esencia de lilas perfumaba el aire fresco de la noche, y las nubes cubrían la luna creciente, sumergiendo los jardines en la penumbra. Con la capa tirada sobre los hombros, Brenna paseaba por entre os canteros bien cuidados. Estaba muy preocupada con la presencia de los ingleses, y especialmente con la de Morgan Grey, cuya reputación lo precedía en esos parajes. No era un simple mensajero de la reina, era una leyenda y no solo entre los ingleses, sino también entre aquellos que lo habían combatido. La simple mención de su nombre, estremecían a los ejércitos enemigos. Desde Escocia al País de Gales, del canal de la Mancha hasta Irlanda, el Bárbaro de la Corte suscitaba temor y respeto. No era solo un valiente oficial. Poseía un título de nobleza y se había convertido en un líder entre las facciones políticas que dividían Inglaterra.

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Su padre había sido uno de los consejeros preferidos del rey Henrique, y la reina de los ingleses, Elizabeth, confiaba en Morgan más que en cualquier otro de su círculo íntimo de relaciones. Y, de hecho, si creía en los rumores, había sido considerado como uno de los probables consortes de la soberana. Brenna había oído esas historias, pero no estaba preparada para encontrarlo personalmente. Su mera presencia la intimidaba. Al oír el sonido de pasos aproximándose, puso inmediatamente su mano en la daga en su cintura. Era Morgan que iba en su dirección. — Le pido que me disculpe, milady. No pretendía asustarla. — Viendo el puñal, bajo la voz. — No conozco ninguna dama inglesa que necesite de un arma para dar un paseó por el jardín. — Entonces las damas inglesas son muy afortunadas, milord. Tal vez no precisen temer un ataque de aquellos que quieren tomar lo que ellas no desean dar. Una vez más ella lo sorprendió con la rispidez de la respuesta. — Ya que no confía en mí, quizás el decidido y valiente Duncan debiese estar a su lado. Brenna amplio una sonrisa al responder. — El fiel Duncan y su esposa Mary están durmiendo a esta hora. Con la llegada de sus soldados, el se vio forzado a tomar muchas medidas durante el día y debe estar exhausto durante. — ¡Y la cuestión de su seguridad, milady! — No creo que deba estar todos los minutos del día preocupada por mi seguridad, pero para que pueda entenderme mejor… — inclinó la cabeza al continuar — mis hombres guardan el perímetro del jardín, así como los alrededores del castillo, y, si un solo pájaro canta a la noche ellos lo percibirán. A pesar de la presencia de ingleses dentro de la fortaleza, ellos cuidaran para que nada me ocurra. — No precisa tener miedo, milady. Brenna comenzó a andar, y Morgan seguía a su lado. Pasaron por un cantero de rosas, circundado por varias hileras de brezo silvestre, y el no pudo evitar la comparación entre la valerosa joven y esas magnificas flores. Delicada como un pétalo de rosa, pero de lengua afilada como la más puntiaguda de las espinas. Parecía tan cultivada como las rosas, y aun así tan salvaje como el brezo. — ¿Ya leyó el mensaje de mi reina?

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— Ya — respondió Brenna, inclinando la cabeza para inhalar el perfume de una exuberante rosa roja. — La soberana de Inglaterra — continuó — declara que lo envió en misión de paz, pero la paz parece intangible. Ella no explica cómo pretende apaciguar las fronteras. — La reina cree que si las tierras fronterizas entre los dos países fueran unificadas, cesaría el derramamiento de sangre. Elizabeth envió un emisario a su reina Mary en Edimburgo para acertar algunos casamientos que aseguren la concordia. — Casamiento. Con um inglés. — Brenna se detuvo, la mano en el aire, acariciando un pétalo. Rezaba para no temblar y delatar su emoción. — ¿Esa posibilidad la preocupa, milady? Se esforzó en encarar la fría mirada masculina. Seria por casualidad un verdadero escarnio lo que veía brillas en las profundidades de la oscura expresión de Morgan? — Por qué habría de preocuparme. ¿No debería estar dispuesta, o mejor, ansiosa, por abandonar mi pueblo tan leal, mis tierras fértiles y el castillo en poder de la familia por varias generaciones a cambio de un trato desconsiderado que recibiría de un inglés? Bajando la voz, la transformó en un murmullo amargo al continuar. — ¿No estaría felicísima de perder todo que amo por la paz entre nuestros dos países? — ¿Y qué ocurriría con el infeliz inglés que fuera forzado a casarse con su enemiga? ¿El ´pobre desgraciado no se vería obligado a mirar al techo cada vez que se acostas en su cama? Los ojos color violeta soltaban chispas de odio. — Con seguridad seria su destino si insistiera en casar se con una MacAlpin. — ¡Tanto desprecio en una dama tan joven! — Las palabras destilaban sarcasmo, pero luego el suavizo el tono. — ¿Qué le hicieron los ingleses para generar todo ese odio? — Ellos mataron a mi madre. El dolor que yo y mis hermanas sentimos no se compara al sufrimiento de nuestro padre al perderla. La amaba profundamente, era la razón de su vida. Nunca se recupero, la luz de sus ojos se apago para siempre cuando mama murió. — Lo siento mucho. — Sin reflexionar, Morgan colocó la mano sobre el brazo de Brenna, estremeciéndose al contacto con la piel suave, sorprendiéndose con la oleada de calor que lo invadió. A su toque, Brenna se quedo inmóvil, luchando contra la sensación inesperada de pánico que la paralizaba.

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— Preciso irme — murmuró. Cuando ella intentaba apartarse, Morgan la aseguro por los brazos obligándola a permanecer en el lugar. Brenna sintió la garganta reseca, y miraba alrededor preocupada como un animal perseguido, intentando encontrar alguno de los guardias. Las enredaderas que cubrían la pérgola donde se apoyaban impedían la visión de los alrededores. — Suélteme — dijo impetuosamente —, o me veré forzada a defenderme. Sacando la daga de la cintura, la blandió amenazante — Veo que no es de hecho una pálida dama inglesa. O mejor, en Inglaterra no sería considerada siquiera una dama. No conozco ninguna mujer que amenazaría a un hombre con una daga si no tuviera intenciones reales de usarla. — Créame, pretendo usarla contra usted si no se aparta en este instante. Sin previo aviso, en un gesto rápido, Morgan la agarro por la muñeca y la retorció en un agarre dolorosa, obligándola a soltar la daga que resbalo de sus dedos. A levantar la mano libre, intentando nuevamente apartarse, el la agarro empujándola rudamente contra su pecho. — Son poquísimas las personas que empuñaron un puñal contra mí y vivieron para contarlo — dijo el ingles sofocado por la rabia. Ella miraba la daga brillando siniestra en las manos de Morgan. Levantó la cabera en una expresión desafiante. — ¿Y tal vez es de este modo que su reina pretende conquistar la paz en nuestras fronteras? — No, milady. No es de esta manera. — Dejo caer la daga a la tierra a sus pies. — Es así. Bajando la cabeza, inesperadamente cubrió los labios de ella con los suyos. Morgan pretendía castigarla con el beso, sabiendo cuanto detestaría ella ser tocada por un soldado ingles. Quería humillar a la jovencita arrogante. Pero cuando lo labios se rozaron, olvido por completo esas intenciones. ¡Dios del cielo! ¿De dónde surgió tanta pasión? El calor que fluía entre ellos los sofocaba con una intensidad y aunque el supiera que corría el riesgo de perder el control, no conseguía apartarse. La calidez de los labios y la dulzura de la respiración despertaban todos sus sentidos. Se sentía cautivo, aunque Brenna mantuviese los puños fechados contra la túnica negra.

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Ella permanecía inmóvil, luchando contra la reacción violenta provocada por el contacto inesperado. Aquella atracción no podía estar ocurriendo, no con ese odiado inglés. Aun intentando resistirse, las sensaciones que inundaban su cuerpo la atraían.. Cuando la boca masculina se cerró sobre sus labios, estremecimientos de placer recorrieron su cuerpo, dejándola temblorosa. Los puños cerrados en defensa, se relajaron y ella abrió los dedos apoyando las palmas de las manos contra el pecho. Morgan se aparto un poco, mirándola como si la viera por primera vez. Vislumbró una emoción nueva en los ojos agrandados de sorpresa y miedo ¿Deseo? El sabía que debía irse. En ese preciso momento, antes que los guardas sospechasen y decidieran investigar por qué su jefe se demoraba tanto en la pérgola de las rosas. Cualquier problema en el Castillo MacAlpin podría destruir la frágil paz que Elizabeth estaba intentando mantener a todo costo. Mientras estudiaba con atención sus pulgares trazaban pequeños círculos en los brazos. Dios del cielo. Ella era simplemente deslumbrante. Los cabellos oscuros se habían desprendido de la peineta, desparramadnos como un velo sobre el rostro y los hombros y los labios estaban semi abiertos en un gesto de perplejidad. Aunque supiese que debía resistirse, Morgan inclino la cabeza, dejándose llevar por el deseo de besarla nuevamente. Esta vez el beso fue solo un simple roce de los labios, suaves moviéndose lentamente sobre los de ella, saboreando la dulzura de su boca. Brenna permaneció rígida en sus brazos, perturbada, luchando contra las sensaciones que amenazaban su autocontrol. Nunca su cuerpo la había traicionado de esa forma. Quería resistir, sin embargo no lo conseguía, y, a pesar de que Morgan la sostenía suavemente como si fuera una frágil flor delicada, se sentía aprisionada. Se sentía dentro de la prisión más dulce que hubiera conocido mientras los labios del ingles , firmes y cálidos se movían sobre los suyos, un calor delicioso se desparramaba por su cuerpo, dejándola lánguida, la cabeza liviana, flotando. ¿Por qué se estaba comportando de esa manera ultrajante con el intruso temido y detestado? Se preguntaba afligida. Todos los instintos advertían a Morgan a retirase pronto, mientras aun era capaz. Solo conseguía prolongar el beso, y saborear aquellos labios tentadores. La atrajo amas a él, intentando un alivio para el súbito deseo que lo devoraba. La respiración de Brenna mezclándose con la de el, los senos presionándose contra el pecho lo

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hicieron perder el control. Apretó mas, oyendo el profundo gemido cuando su lengua invadió la intimidad de la boca de Brenna. No podía ser. Todo no pasaba de un sueno. O una alucinación. Ella quiso recular sobresaltada con la voluptuosidad con que era besada, pero no conseguía se despabilar. ¡Maldito inglés! E maldita esa extraña debilidad que parecía haberle robado todas las fuerzas. Experimentando lentamente, se permitió sentir el sabor de la boca masculina por un breve instante se relajo. El pensamiento surgió abrupto en su mente. El besaba con salvaje abandono; era imposible detenerlo, inútil detenerse. Pero debía resistir, precisaba apartarlo. Lentamente, como emergiendo de un sueño, llego a la superficie de la realidad, colocándole las manos en el pecho. Morgan lucho para deshacerse. Aunque fuera un hombre de deseos intensos, no era su fetiche forzar a las mujeres contra su voluntad. Levantando la cabera, la miro a los ojos. — Cualquier hombre se arriesgaría a recibir un puñal en la espalda por el placer de un beso como ese, milady. Con una reverencia sarcástica, tomó la daga del suelo, devolviéndosela. Cuando tuvo el arma, Brenna se levantó las faldas y corrió hasta llegar a la seguridad de la puerta abierta, donde el viejo Bancroft aguardaba su retorno. Morgan se quedo observándola desaparecer dentro del castillo. Soltando una larga serie de maldiciones y blasfemias, camino a grandes pasos entre los canteros floridos, procurando exorcizar le fuego que lo consumía. Sus brazos aun guardaban el calor del cuerpo suave de Brenna, los labios aun mantenían su sabor.

Capítulo 3 Inmersa en las sombras del balcón del piso superior, Brenna se apoyaba en la balaustrada, observando los movimientos de la figura a lo lejos, paseando en el jardín. Inadvertidamente se levó un dedo a los labios, y un leve estremecimiento la recorrió. ¿Cómo se atrevía aquel ingles besarla como a una simple criada? Jamás un hombre oso tratarla con tanta desconsideración.

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¿Y qué decir de su propia reacción? Aun sentía el flujo de rubor en sus rostros al recordar cómo se abandono al abrazo de Morgan Grey. Sólo el recuerdo del ardor del beso la dejaba temblorosa. Debía librarse de ese inglés lo más deprisa posible, antes que tuviese tiempo de causar mayores problemas. Al oír golpes en la puerta se giro repentinamente, nerviosa y sobresaltada. Suspiro de alivio al ver a su hermana. Megan observó a su hermana, perpleja al comprobar su gran agitación. Desde la más tierna infancia, cuando ella podía recordar, Brenna se mostrara siempre serena e imperturbable. — No consigo dormir sabiendo que los ingleses están dentro de los muros del castillo. — Yo también estoy inquieta — comentó Brenna, volviéndose para mirar al forastero que andaba a pasos largos entre los canteros de flores. Atravesando el cuarto, Megan fue hasta el balcón, siguiendo la dirección de la irada de su hermana. — ¿Aquel no es el jefe? — Ante el gesto mudo de asentimiento de Brenna, continuó: — ¿Por qué permites que el ande por el castillo son ser vigilado? ¿Y si abre los portones para dejar entrar al resto de sus hombres, que aguardan en la colina? — La proclama que vino en misión de paz, por orden de Elizabeth da Inglaterra. — ¿Y tú le crees? Brenna se encogió de hombros — No decidí aun que creer sobre Morgan Grey. La inflexión en la voz de la hermana intrigo a Megan, No identifico precisamente rabia o frustración, sino una extraña ansiedad. — ¿Y cómo espera la reina de los ingleses alcanzar el milagro de la paz? — Por medio de casamientos de conveniencia entre nuestro pueblo especialmente entre los habitantes de la frontera. — ¡Dios del cielo! — Megan tomo la mano de su hermana. — ¿Significa entonces qué tu y yo seremos obligadas a casarnos con ingleses? — No. — Brenna endureció la expresión ante el pensamiento aterrador; no permitiría que su hermana se sacrificara a tal punto, En cuanto a ella misma, era el jefe de los MacAlpin, nadie la ordenaría como actuar.

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— Pagaré cualquier precio por la paz, menos ese — continuó, suavizando el tono, los ojos soñadores llenos de antiguos recuerdos. — Recuerdo el dolor de nuestro padre cuando mama murió. No puedo olvidar el amor que los unía, así como el que siente nuestra hermana, Meredith, por Brice. — Pero nadie esperaba que ella ofreciese su corazón a um bárbaro. — No importa que no sea uno de nosotros, Brice Campbell es tan fiel y dedicado a Meredith como papá demostraba ser a nuestra madre. Y yo quiero lo mismo para nosotras dos. Los ojos de Brenna se inflamaban con la determinación interior, renovando las esperanzas y apartando los temores del inquieto corazón de su hermana. Megan sabía que Brenna MacAlpin enfrentaría el peligro con coraje. — Te juro, Megan, que no me entregaré a hombre alguno si mi corazón no estuviera seguro de haber encontrado el verdadero amor. — Abriendo los brazos, apretó a su hermana contra su pecho, murmurándole al oído: — Debemos permanecer fieles a nosotras mismas y a nuestro pueblo. Y la reina de Inglaterra puede irse a las profundidades del infierno.

Morgan Grey despertó de pésimo humor. Había dormido mal a pesar de la suavidad de las plumas de ganso en las almohadas y el calor acogedor de los fuegos en el cuarto. No precisaba de acolchados suaves ni camas tibias. Necesitaba la dulzura de un cuerpo de mujer, un cuerpo delicado, un bello rostro enmarcado de cabellos negros y una voz susurrante despertándole maravillosas sensaciones. Una mujer como… No, No quería nado con la escocesa. Solo quería salir de aquel lugar y ser libre de la joven que le había incendiado la sangre. No era de modo alguno el tipo de mujer que buscaría a voluntariamente. Prefería sin duda una dama de las tabernas, exuberante y curvilínea, impetuosa y perspicaz, con una risada seductora y excitante. O tal vez una dama de la corte de Elizabeth, disponible y frívola, de aquellas que sabían cómo vestirse para agradar a los hombres y flirteaban descaradamente. Con esas mujeres, el no precisaba temer una emboscada que lo llevara a compromisos. Ellas buscaban solo algunos momentos de placer, y el amor no formaba parte del trato, motivo por el cual disfrutaba libremente de su compañía. No tenía la menor intención de entregar su corazón corriendo el riesgo de verlo destrozado ¿Otra vez? Jamás.

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Vistiéndose de prisa, descendió para inspeccionar los alojamientos de los soldados deteniéndose para oír las quejas presentadas. Generalmente los reprendía por las quejas irrelevantes de que la comida no era tan sabrosa como la inglesa, de que las camas eran duras y los caballos no estaban convenientemente estabulados. En fin pequeños e insignificantes detalles. Pero ese día los dejaría lamentarse a voluntad sin reprimendas, al final la compañía de los soldados seria más amena que la presencia de la mujer con la cual debería compartir la primera comida del día. Cuando finalmente los soldados estaban prontos, no le quedo más alternativa que acompañarlos. Brenna estaba de pié en medio del comedor, dando órdenes a una de las criadas del servicio y percibió el exacto momento de la entrada de Morgan Grey. Había terminado con las recomendaciones, pero continuaba hablando, sin tener idea de los que decía. Balbuceaba palabras inconexas, consciente de los ojos oscuros que la miraban con intensidad, sintiendo el magnetismo que fluía entre ellos. Finalmente, lo saludo con un gesto de la cabeza — Buen día, milady — dijo Morgan, obligándose a ser gentil. — Espero que haya descansado bien — respondió Brenna rezando para no ruborizarse. — Muy bien — respondió el secamente, mientras observaba el magnífico vestido rosa pálido, los cabellos sedosos y brillantes recogidos en una red color rosa bordada con perlas. Sentía unas irresistibles ganas de arrancar el adorno soltado la cabellera en su espalda. Ese pensamiento lo obligo a endurecer la expresión al continuar. — Sus alojamiento son muy satisfactorios, milady. "Tan satisfactorias que parece haber pasado la noche al roció, durmiendo sobre espinas", pensó Brenna. — ¿Desearía acompañarme en la mesa principal? — Como quiera — respondió Morgan, caminando a su lado y empujándole la silla. Mientras ella se sentaba, aspiro la deliciosa fragancia de lavanda. Maldita mujer con sus maneras educadas y palabras educadas. ¿Por qué no podía ser una bruja fea y desarreglada? — Espero que vuelca para Inglaterra hoy. — No — dijo secamente, notando a decepciona y comenzando a divertirse por primera vez desde que se despertó. ¿Entonces ella estaba apurada por librarse de él? — Mis soldados y yo nos demoraremos por aquí mas algunos días. — ¿Con que propósito, milord?

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— Para... evaluar mejor la situación y poder informar a la reina. Cuando una criada apareció llevando la bandeja de comida, Brenna sintió náuseas, el estómago contraído. ¡Unos días más cerca del ingles! ¿Cómo podría pensar en comer después de recibir esa noticia? ¿Por qué él se sentaba tan cerca? El solo pensamiento de esas manso tocándola, acariciándola le causaba sensaciones perturbadoras. Morgan partió el pan aun caliente del horno, en gruesas rebanadas, ofreciéndole un pedazo. Brenna se quedo quieta observándolo colocar una abundante porción de miel. Al notarlo dio una sonrisa — Para un soldado que ha estado tanto tiempo lejos del hogar, no hay anda más reconfortante que una buena comida. — comentó, dándose cuenta que ella no había probado su parte. — Pruébelo, milady; tal vez esto consiga endulzar su día. Mordisqueando una punta del pan, Brenna se esforzó por tragar. — ¿Su hermana no nos dará el placer de su presencia esta mañana? — Aun estaba en la cama cuando desdecid de mis aposentos. Creo que no durmió bien anoche. — Es una pena. — El apetito se aguo sensiblemente Se al menos el hubiera conseguido atormentar lo suficiente a Brenna para robarle el sueño. Sin embargo ella se mostraba con energía de sobra para no perder la compostura. — ¡Um poco de cordero, milady! ¿Venado? — Mientras llenaba le plato, insistía en servir el de Brenna también. El comió hasta saturase, pero la joven apenas mordisqueo el pan con miel, dejando el plato sin tocar. Morgan vacio una copa de vino caliente con especias y sintió la sangre calentarse. Después de una comida como aquella, podría sitiar solo un ejército enemigo. O, al menos, al enemigo sentado a su lado. Inclinándose para atrás en el respaldo de la silla, observó a Brenna. Una gota de miel brillaba en los labios sensuales, y, sin evaluar las consecuencias del gesto osado, le toco la boca con un dedo pasándolo después por su lengua bajo la mirada estupefacta de ella. Con una sonrisa maliciosa, Morgan dijo: — Sus labios vuelven la miel mucho más dulce. — Es muy atrevido, milord. Esta vez fue demasiado lejos. Apartando la silla bruscamente, casi la derrumbo en la prisa de escapar de su toque. Sin mirar para atrás, dejo la sala deprisa.

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Mientars ella desparecía, Morgan sonreía satisfecho. Entonces, finalmente, consiguió perturbar el sereno estado de espíritu de la muchacha. Prolongar su estadía en el castillo MacAlpin comenzaba a ser divertido. Del otro lado del hall, Duncan MacAlpin observó la escena con preocupación.

— ¡Hamish! Brenna y Megan se tiraron a los brazos del joven alto y bien plantado que llegaba a saludarlas. En silencio, Morgan asistía à las manifestaciones efusivas sin disfrazar su desagrado — ¿Qué te trae por el castillo MacAlpin? — Todos saben que hay muchos soldados ingleses acampados en los alrededores. No podría dormir tranquilo una noche más sin corroborar que ustedes están bien y a salvo de cualquier peligro. Tomando las manos de Brenna, le estudio el rostro cuidadosamente. Con demasiada atención, pensó Morgan. Como um amante. — ¿Tu o tu hermana fueron molestadas? — Estamos bien, pero estoy agradecida por tu preocupación. Ven — dijo Brenna — conoce al líder de los ingleses. Mientras ella conducía la joven en su dirección, Morgan notó los cabellos rubios y los hombros y brazos musculosos, visibles por debajo del tartan, el traje cuadriculado típico de los escoceses. La piel bronceada del rostro no exhibía una mancha ni siquiera un hilo de barba o bigote. — Hamish MacPherson — presentó Brenna, sonriendo. — Este és Morgan Grey, que vino atraer un mensaje de paz de su reina, Elizabeth. Los dos hombres se miraron sombríamente — ¿Usted es mensajero de su clan, muchacho? Hamish enderezo los hombros, altivo. Había oído hablar de Morgan Grey, el Bárbaro de la Corte. Toda Escocia lo conocía de nombre, lo que no le daba derecho insultarlo, especialmente en presencia de las mujeres del clan MacAlpin. — Soy el hijo mayor de Blair, el líder del clan MacPherson, y estamos comprometidos a velar por la seguridad de nuestros vecinos, los MacAlpin, defendiéndolos de cualquier peligro.

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— Cuanta nobleza — menospreció Morgan, mirando al joven imberbe, de sonrisa fácil. Apostaría veinte chelines de oro que la única MacAlpin por la cual ese joven risueño se preocupaba era por Brenna. — Quédese tranquilo — continuó. — le aseguro que no representamos amenaza ninguna para esta buena gente. Hamish sonrió la girarse a Brenna. — Me siento bastante aliviado. Vine preparado para enfrentarlos en batalla. Tu sabes que prefiero morir que verlas sufriendo. Levantando el rosto, Brenna lo miro con la más pura adoración. — Lo sé, Hamish. Fue muy gentil de tu parte. — Muy tonto, yo diría. — Todas las miradas convergieron a Morgan. — Si vino dispuesto a enfrenta a mis soldados— continuó —, debería haber traído la mitad de Escocia con usted. Un jovencito inexperto no me haría cambiar de planes si tuviésemos en misión de guerra en vez de paz. La sonrisa de Hamish desapareció; instintivamente llevo la mano a la cintura, tomando la empuñadura de la espada. Brenna se pudo a su lado y tomo la mano entrelazando los dedos. — No prestes atención a las palabras de este hombre, mi amigo. Me basta saber que arriesgarías tu vida para defender la nuestra. Megan y yo tenemos una deuda de gratitud contigo para siempre. El joven se llevo la mano de Brenna a los labios, escudriñando los ojos color violeta — Tal vez sea mejor que tu y Megan se quedaran en mi casa, con mi familia hasta que los ingleses se vayan. Brenna se giro a tiempo de ver la mirada furiosa de Morgan. ¡Ah! Le causaba mucho placer saber que era capaz de irritarlo con tanta facilidad. — Eres muy gentil, Hamish — respondió — Pero no puedo dejar de atender mi castillo. Ni a mis invitados. — Le ofreció la más dulce de las sonrisas al continuar: — Ven, Hamish. Precisas quedarte un poco mas y hacernos una vista. Quien sabe puedas pasar el día con nosotras y retornar a casa mañana a la mañana. Hamish MacPherson quedo exultante. Nunca, ni e sus más extravagantes desvaríos, había esperado una recepción tan calurosa y un trato tan cariñoso de Brenna MacAlpin. En el pasado lo había tratado con frialdad, manteniéndolo como a los otros, a considerable distancia. Tal vez estuviera más amedrentada por la presencia del ingles de lo que le gustaría admitir. En ese caso, eligió un buen momento para aparecer.

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Inflando el pecho con orgullo, acompaño a Brenna al salón, la alegría sin embargo le duro poco. Brenna se retiro a sus aposentos dejándolo solo Megan. Solo al mediodía cuando todos se habían reunido para almorzar, la líder de los MacAlpin reapareció, volviendo a mostrarse interesada por Hamish. Sentado al lado de ella, Morgan hervía de rabia. La doncella de hielo, evaluó con despecho, parecía tener cierta predilección por jovencitos imberbes de físico aventajado y sin anda en la cabeza.

— Um jinete se acerca, milady, portando el estandarte del guerrero inglés Morgan Grey — anunció uno de los soldados aproximándose. Brenna levantó los ojos del bordado. Del otro lado del salón, Hamish y Megan estaban entretenidos en un disputadísimo juego de barajas. A pesar de la oscuridad que había atrapado el paisaje afuera, la sala relucía a la luz del fuego y numerosas velas encendidas en sus candelabros de las paredes. — ¿Viene solo? — Si, milady. — Siendo un jinete solitario, pueden franquearle la entrada. A una simple orden, los soldados escoceses bajaron las armas, removiendo las pesadas trabas de madera. Con esfuerzo, abrieron los enormes portones para permitir el pasaje del emisario. Brenna observó atentamente cuando el extranjero entregó un rollo de pergamino al viejo Bancroft, el encargado de la fortaleza. — El trae un mensaje para su líder, Morgan Grey. — Aceptado con un gesto mudo, aguardó inquieta, mientras un criado partía en busca del ingles cuya compañía ella se preocupo en evitar todo el día. Cuando Morgan apareció, Brenna le lanzo una mirada arrogante. El leyó con atención el mensaje. Al terminar, se mostraba preocupado. — ¿No tiene más detalles? — No, milord. — Avise a los soldados acampados en las colinas que partiremos al amanecer.

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Brenna apenas podía creer lo que oía. Se esforzaba por no dejar transparentar la excitación, pero no conseguía evitar un suspiro de alivio cuando el mensajero la aludo antes de partir. — ¿Nos está dejando, milord? — preguntó, ansiosa. El la maldijo en silencio al percibir el tono irónico e impaciente en la voz. — Si — respondió, ignorando a Hamish, que atravesaba la sala deteniéndose al lado de Brenna, con aire protector. Morgan experimentó una insoportable sensación de rabia. ¿Celos? Imposible. ¿Como podría nutrir ese sentimiento ridículo por una muchacha por la cual no sentía el menor afecto? Ni siquiera le simpatizaba. — Creo que la reina precisa de mí. — ¿Regresa para a Inglaterra, entonces? — A um mudo gesto de asentimiento, Brenna continuó: — Daré las instrucciones necesarias. Mis criados prepararán provisiones para su viaje de regreso. — Es mucha amabilidad suya, milady. No hay prisa, partiremos recién mañana. — Hay muchas providencias que tomar. El día comienza temprano. Con su permiso. Antes de Brenna retirarse, Morgan notó el alivio estampado en su fisionomía. Ella estaba exultante por verse libre del, y, se pudiese, mandaría a todos irse en una hora. Bien, pensaba Morgan observándola apartarse, ¿no se sentía igualmente feliz? Había detestado esa misión, había odiado perder su tiempo y el de sus hombres en la tarea desagradable de visitar a una escocesa arrogante. El tiempo que gasto en el castillo podría haber sido mejor utilizado en combate contra los enemigos de la corona. Dirigiéndose hasta los alojamientos de los soldados detallo las instrucciones para partir de madrugada, en cuanto el sol asomara en el horizonte. Volvió entonces a su cuarto y comenzó a arreglar sus objetos personales. Tomo un vaso de cerveza del escritorio mirando de reojo sus apuntes relatando los acontecimientos en las tierras de los MacAlpin. La escocesa era inesperadamente rica, aun para los estándares ingleses. Brenna MacAlpin sería una esposa muy conveniente para cualquier noble inglés. Fue al balcón, de donde espió la silueta de las colinas distantes.

Brenna había

entendido muy bien las intenciones de la reina; con todo, por lo que el notara, ella prefería morir antes de consentir en casarse con um inglés. Vacio de un trago el contenido de la copa, inmerso en profundos pensamientos. Siendo una mujer inteligente, tal vez la mas experta que el conociera, podría intentar

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arruinar los planes de la reina. Antes que él tuviera la oportunidad de llegar a la corte a presentar su evaluación, la MacAlpin podría muy bien convencer alguno de sus conterráneos a desposarla. El imbécil que estaba en ese momento en el primer piso, en el salón principal, no precisaría de mucha persuasión, no pasaba de um cachorrito comiendo en la mano de su dueña. Y, una vez casada, ni la misma reina de Inglaterra tendría el poder de revocar esa unión. ¡Dios del cielo! En el poquísimo tiempo que la conocía el tuvo una buena muestra de las argucia de Brenna MacAlpin. Por tanto, se imponía alguna acción inmediata. Tragando la cerveza, golpeo con fuerza en la mesa al depositar le vaso en el lugar, Como leal súbdito de Elizabeth, sabia como debería actuar. La firme decisión tomada en ese instante le aliviaba le peso que le oprimía el corazón en las últimas horas. No se trataba de hostilidad personal, intentó convencerse, sin embargo, no consiguió reprimir una sonrisa la proveer la reacción de la jovencita rebelde. Para evitar que lady Brenna MacAlpin se casase con un escocés, el la forzaría a acompañarlo hasta Inglaterra.

Capítulo 4 El cielo al este estaba aun oscuro cuando Brenna despertó. Salto de la cama sintiendo el corazón liviano. Al primer ruido de pasos de la camarero se aproximo a ayudarla con la toilette. — Esta muy ansiosa — observó la vieja dama. — Si, Mora, los soldados ingleses está partiendo hoy a la mañana. — Loado sea el Señor. El líder, Morgan Grey, es un sujeto temible, me hace al que se caso con nuestra Meredith. — ¿Cómo puedes decir eso? — exclamo Brenna, mirando a la fiel criada a través del reflejo del espejo. — Brice Campbell es un escocés. Morgan Grey es inglés. Mora se encogió de hombros al responder: — ¡Si, pero un pedazo de hombre! Ah! Si fuera cincuenta años más joven…

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— ¿Enloqueciste? — Brenna se quedo de pie y aliso las sobrefaldas del vestido. — El debe sumisión y obediencia a la reina de los ingleses, lo que lo transforma en nuestro enemigo. — Y tu pasas un buen tiempo observando a su enemigo cuando crees que nadie la ve. Ninguna otra persona se atrevería a hablar tan abiertamente con la señora del castillo MacAlpin. Brenna enrojeció hasta la raíz de los cabellos, caminado en dirección a la puerta. — No voy a perder tiempo con esa conversación. Preciso verificar si ya fue preparada la provisión de alimentos para el viaje de los ingleses. Mientras desaparecía escalera abajo, Brenna se irritó con el comentario de la empleada. Tal vez realmente estuviera mirándolo con insistencia a Morgan Grey, pero era solo porque el ingles no le inspiraba confianza. No por ser un hombre bonito y atractivo. A medio camino en las escaleras, se giro pasa saludar a Megan, que descendía detrás de ella con el rostro iluminado en una amplia sonrisa. — Es um día de alegría, hermana mía — dijo, tomando a Brenna por el brazo. — Con certeza. Quien sabe nuestra vida vuelva a la normalidad ahora — Las dos jóvenes se detuvieron al pie de la escalera. Cerca de la entrada principal, Morgan Grey daba órdenes a sus soldados e inspeccionaba el cargamento de los equipajes en los caballos ensillados en el patio exterior. — Señoras — saludo con una graciosa reverencia y una sonrisa encantadora. Verdaderamente seductor, pensó Brenna, reparando en el encanto ingles que le paso desapercibido hasta entonces. — Se levanto muy temprano, milord. Podría parecer que está ansioso por partir. — Todo soldado siente una gran añoranza de su hogar. — Sin duda. Entonces no demorara en partir— dijo Brenna, girándose. — Cuidaré de sus comidas en este instante. Morgan la observo apartarse apresurada, seguida de su hermana. Por un momento repaso mentalmente su plan. Entonces confiado en el éxito de su idea volvió la atención a los soldados. La comida fue pródiga, abundante en manjares. Finalmente Brenna recobraba el apetito. Morgan la observaba mientras degustaba la gruesa rebanada de carne de cerdo acompañado con pan recién salido del horno. Cuando Brenna bebió de la copa el vino

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caliente con especies, al vio suspirar de placer. ¿Sería el efecto del vino o la certeza de que en breve se vería libre de el lo que la dejaba tan feliz? Do otro lado de la sala, la silla de Duncan estaba vacía. Pensativa, Brenna meditaba. Precisaba hablar con la esposa de el, Mary, así como se fueran los forasteros. El viejo servidor tenia algunos problemas de salud y cierta dificultad en levantarse de la cama en los últimos días. Había conquistado el derecho de descansar y tal vez ella consiguiese persuadirlo a retirarse del servicio, pasando la responsabilidad para uno de sus hijos. Detestaba admitir que Morgan Grey tenía razón. Pero la lealtad de um anciano no sería suficiente para garantizar su seguridad. El viejo amigo daría a vida por ella, con todo no bastaba, precisaba de alguien joven, ágil, un brazo derecho más efectivo. Aparto las preocupaciones, con la seguridad de encontrar una manera de conducir el asunto con delicadeza, sin menospreciar el orgullo del buen y fiel Duncan. Hamish MacPherson no cavia en sí de contento por haber sido incluido en las festividades. Sentado à la izquierda de Brenna, se deleitaba acompañando cada bocado de comida con grandes tragos de cerveza. El rostro ruborizado por la excitación, los ojos levemente nublados por el alcohol, no perdía una palabra de la anfitriona, dedicándole la atención exclusiva, sin importarle la expresión enojada de Morgan. En breve se verían libres del palurdo, pensaba, tal vez si el destino le sonreía podría convencer a Brenna MacAlpin a invitarlo para quedarse uno o dos días más. Cuando todos estaban satisfechos, las dos jóvenes condujeron a los invitados al patio, ansiosas por despedirse. — Buen viaje, milord — deseo Brenna, los ojos brillando de alivio y ansiedad. — Extienda mis saludos de consideración a su soberana. — Podrá saludarla personalmente. Perpleja, ella pensó haber vislumbrado una punta de ironía en la respuesta. — Me temo no haber entendido el sentido de sus palabras. Morgan disminuyo a grandes pasos la distancia que los separaba, tomándola del brazo. Sorprendida, Brenna miro la mano cerrada con fuerza y levanto el rostro encarando los ojos oscuros — Le concedo solo un momento para proveerse e un guardarropa adecuado para el viaje. — Yo no... — balbuceó, los ojos agrandados, mientras Morgan era testigo de la confusión. Luego el comprender lo que estaba por ocurrir cayó sobre ella. — Temo no ser capaz de suportar su ausencia. Insisto en que me acompañe hasta Londres, milady.

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Tragando con esfuerzo, aturdida, Brenna no conseguía ordenas sus pensamientos. — No puede... estar hablando en serio. — Mi reina ya solicitó la anuencia de su prima en Edimburgo, milady. Ella pretende desposarla con un inglés. Y me veo compelido a obedecer hasta el fin las órdenes de mi soberana — No puede sacarme de mi casa, de mi tierra, contra mi voluntad. — Siento mucho contrariarla; sin embargo es lo que estoy decidió a hacer. Al oír esas palabras, Hamish MacPherson desenvainó la espada. Antes de poder blandirá en el aire, Morgan lo alertó: — Mire a su alrededor, jovencito, Si osa levantar su espada contra mi, una docena de mis hombres avanzara para defenderme y la dala tendrá el disgusto de verlo extendido a sus pies despedazado. — Por lo menos tendré el placer de herirlo o tal vez hasta matarlo antes de eso. Morgan se encogió de hombros despreocupado — Como quiera. Cuando Hamish levantó la espada, Morgan desenvainó la suya, moviéndose tan rápida e ágilmente que el joven escocés no tuvo oportunidad de defenderse la punta de la espada del Bárbaro de la Corte se enterró en su hombro y la sangre salió a borbotones. Hamish soltó, el arma, el sonido metálico reverbero en las piedras del suelo. — Es solo un aviso — dijo Morgan, a través de los dientes semi cerrados. — Entérate que si deseara matarlo ya estaría tendido a mis pies sin vida. Megan y Brenna corrieron a asistir al joven herido. Morgan Grey miro a Mora, la vieja criada parada en los escalones de la puerta de entrada se retorcía las manos. — Lleve a su señora a los aposentos y provéala de ropas calientes y confortables para el viaje. — Si, milord. Levantando la mirada del suelo, donde continuaba arrodilladla cerca de Hamish, Brenna intentó hablar: — Mis hombres jamás... — Sus hombres harán lo que yo les ordene — interrumpió, llamando a Alden, el segundo comandante, que apareció escoltando a Duncan MacAlpin, aun vestido en ropa intima de dormir, el rostro ruborizada de vergüenza.

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— Le pido disculpas, milady. Los ingleses invadieron mis aposentos y mantienen a Mary prisionera. Brenna miro para arriba. La vieja mujer estaba en pie inmóvil en el balcón del cuarto con un soldado ingles a su lado. La luz del sol se reflejaba en el puñal en su cuello. — Entonces, esta es su misión de paz. Al oír las palabras enfurecidas de Brenna, Megan saco una daga de su cintura, avanzando contra Morgan. En el mismo instante, Brenna rodeaba a la hermana en los brazos, inmovilizándola, usando tosa su fuerza para contener la rabia y la desesperación de la muchacha. — El nos humilla, nos degrada, y amenaza llevarte a la fuerza. ¿Por qué me detienes? — Porque te amo — susurró Brenna impetuosamente. — Porque no puedo permitir que la confianza que deposité tontamente en este hombre cueste la vida de la hermana que amo más que nada en este mundo. — Se me amas déjame matarlo. — No — Brenna continuaba asegurando asu hermana, hasta que la daga resbalo de sus dedos. Entonces la abrazo con fuerza, dejándola llorar todas las lágrimas de temor y frustración. Morgan asistía a todo sin demonstrar la menor emoción. Cuando el llanto se calmo, dijo simplemente — Suba con a camarera. Vístase de prisa, ya perdimos mucho tempo. Lanzando una última mirada de odio al enemigo, Brenna siguió a Mora por la escalera, abrazada a Megan. Una vez a salvo en los aposentos, Brenna soltó a la muchacha que se debatía en un ataque de furia incontrolable. — ¿Por qué no me permitiste atacar a ese villano? — Megan — dijo Brenna tomándola por la mano —, ¿preciso implorarte para que me oigas? Eres unan joven muy valiente y yo te amo profundamente, pero no puedes enfrentar a un hombre como Morgan Grey. — ¿Cómo te puedes mantener tan calmada, dejando que el te aparte de todo lo que amas? — No tengo la menor intención de incluirme en los planes de ese ingles delirante — Pero por que...

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Brenna se llevo un dedo a los labios atrayendo a atención de Megan y Mora, a la expectativa de alguna sorpresa. — ¿Recuerdas cuando éramos criaturas, nosotras escalábamos las paredes del castillo? Asintiendo con la cabeza, Megan comentó: — Y mama acostumbraba a decir que la angustia hacia parar su corazón cuando descubrió nuestra travesura. Girándose a Mora, Brenna pidió: — Debes demorarte lo máximo que puedas. Cuando finamente Morgan Grey pierda la paciencia, quédate de este ardo y no abras la puerta, deja que él la derrumbe a puntapiés. Con eso ganaremos tiempo suficiente para descender por el balcón y atravesar el rio Tweed. Una vez allí, emprenderemos nuestro camino a las Tierras Altas. — ¡Y la seguridad y protección de Brice Campbell — dijo Megan, comprendiendo súbitamente el plan. — Exacto. — Brenna comenzó a sacarse el fino vestido que uso para celebrar la retirada de los ingleses. — De prisa, Megan — instó. — Debemos vestirnos rápido y partir. — Ustedes no tienes caballos muchachas — se lamentaba Mora. — ¿Como conseguirán cubrir la distancia a pié? — Llegando al bosque, podernos pedir ayuda a los montañeses. Ellos conocen nuestra relación con Brice Campbell y con seguridad nos ayudaran. — Muchacha ellos son una raza extraña y difícil, pueden tanto socorrerlas como matarlas, nadie puede prever sus reacciones. — No nos amenazaran si les decimos que estamos huyendo de los ingleses. Ellos no olvidan las viejas rivalidades. Aparte de eso — continuó Brenna, tirándose sobre los hombros una gruesa capa de lana — prefiero morir en Escocia en manos de los montañeses de que en Inglaterra, bajo las órdenes de Morgan Grey. — El no va a matarla mi querida, solo va a llevarla ante su reina. — Si, para casarme con algún inglés repugnante, lo que sería mucho peor que la muerte. Cuando finalmente las dos jóvenes subieron a la balaustrada de la terraza y comenzaron lenta y peligrosa bajada por las paredes ásperas e irregulares del castillo, Mora las seguía con mirada preocupada y los labios moviéndose en una oración.

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— Que Dios las acompañe, muchachas — dijo limpiándose los ojos nublados por las lagrimas. La seguridad que procuraban estaba tan lejos… Sin embargo parecía la única alternativa para escapar del malvado oficial, allá abajo en el patio con la terrible misión de robar a su tan amada señora.

Los soldados ingleses permitieron que Duncan cuidase de Hamish para detener el flujo de sangre del hombro. Mientras el trabajaba limpiando la herida, Morgan Grey atravesaba el patio a largos pasos, impaciente. Al principio pensó en acompañar a Brenna y supervisaros preparativos para el viaje, pero cambio de idea al presenciar el descontrol de la hermana. Dejaría a las dos a solas por unos momentos, porque seguramente habría mucho9 que decirse en la triste despedida. El sol se elevaba en el cielo, y la comitiva aguardaba, los caballos bufando, los soldados en pie, inmóviles. Morgan maldecía contra esa peculiaridad femenina de demorar horas para hacer lo que los hombres hacían en unos minutos. ¿Que estarían haciendo esa maldita mujer? ¿Embalando el guardarropa entero? Mirando de reojo los animales, pensaba cuantos caballos adicionales precisaría para trasportar el contenido de los baúles atiborrados de vestidos. Seria firme. Inspeccionaría cada baúl. Insistiría para que Brenna dejase todo lo que no fuera estrictamente necesario. Sabía que, como toda mujer, lloraría, se lamentaría, implorando para que la deje llevar todos los cuellos, drapeados e inútiles adornos a Inglaterra. Pero no cedería, seria inflexible y al final su voluntad prevalecería. Nervioso e inquieto, recorría los largos caminos de piedra del patio frontal. La paciencia se le agotaba. Exasperado, atravesó el portal de entrada subiendo la escalera. — No puedo concederle más tiempo, milady — gritó a través de la puerta cerrada. — Debemos partir antes de que el sol se eleve aun más en el cielo. Esperó, escuchando con atención. No se oía sonido alguno dentro del cuarto. Golpeó con el puño cerrado en la gruesa madera de roble. — Milady. Precisamos emprender el viaje. Nuevamente el silencio. Frunciendo la frente, se preguntaba que podría estar ocurriendo, que tramoya estaban armando para engañarlo. — ¡Camarera! — gritó. — ¿Está ahí?

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Apoyando la cara en la puerta, no escucho ningún sonido. — ¡Alden! — Alarmado, descendió la escalera corriendo, llamando a su segundo al mando — ¡Trae tus hombres más fuertes. Y um tronco para derrumbar la puerta! Hamish y Duncan asistían con súbito interés la frenética actividad de los soldados, mientras el resto de los hoves permanecía teso al lado de los caballos. Todos escuchaban los golpes acompasados del tronco en furioso embate contra la puerta maciza hasta oír un fuerte estruendo. Morgan entró por la puerta, encarando a la vieja mujer, atemorizada apoyada contra la pared opuesta. — ¿Donde está la señora? La camarera temblaba incontrolablemente y el avanzo en su dirección la voz grave y ronca por la rabia — ¡Respóndame, ahora! Con la voz entrecorta, la vieja Mora balbuceó: — Ella se fue a las Tierras Altas, donde estará a salvo. — ¿Como puede ser? No veo ninguna cuerda... — Mis niñas nunca precisaron de cuerdas— dijo la criada con orgullo. — Desde que eran pequeñas, ellas lograron escalar las paredes del castillo apoyando los pies y las manos en las piedras y agujeros hechos por las lluvias. Maldiciendo en grande, Morgan se dirigió a su auxiliar. — Alden, escoge cinco de tus mejores hombres con los caballos más veloces para que me acompañen a las Tierras Altas. Tú comandaras el regreso de la tropa a Inglaterra. En voz baja, para que los otros no oyesen, Alden susurró: — No te atrevas a seguir esa mujer por las Tierras Altas, Morgan. Oíste los rumores, un soldado ingles jamás sobrevive al ataque de esos salvajes. Con la boca apretada en una fina línea, Morgan hablo entre dientes sin dejar dudas en cuanto a sus intenciones. — Iré a las Tierras Altas. O hasta el infierno, no me importa. Pero de una cosa estoy seguro, volveré a Inglaterra, y, cuando llegue, Brenna MacAlpin estará conmigo!

Capítulo 5 31

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En menos de una hora, Morgan y los cinco soldados bajo su comando forzaron sus monturas a entrar en las aguas heladas del rio Tweed. Escalaron la ribera opuesta, comenzando la lenta ascensión de las colinas escarpadas. Inmersos en el bosque, rodeados de densa vegetación, oían el ruido de agua corriendo, pero no divisaban la vertiente. À medida que subían mas y mas, el ambiente se volvía más sombrío, los rayos de sol no tocaban el suelo, impedidos por las copas gigantescas de los árboles centenarios. Penetraban en un mundo extraño y desconocido, de valles estrechos y profundos e desnudas colinas rocosas. Los picos escarpados brillaban en lo alto, a lo lejos, cubiertos parcialmente por las nubes muy blancas recortándose contra el azul esplendido del cielo. Hablaban en voz baja, como si estuvieran en una antigua y sagrada catedral, los iodos atentos a los sonidos de la naturaleza alrededor, el zumbido de los insectos haciendo contrapunto al coro melodioso de los pájaros. Para um oficial como Morgan Grey, nacido y criado en la vida refinada de la corte inglesa, el bosque primitivo presentaba un nuevo desafío. Hevia combatido innumerables enemigos en su propia tierra, pero había oído decir que los highlanders de Escocia luchaban con una bravura inagotable. Gigantes rústicos, expuestos a una vida ruda, podían vencer a los oponentes solo con su tamaño y su obstinación. Con precaución, admiraba la belleza del paisaje sin relajar la guardia. Tenía una misión específica, encontrar a Brenna MacAlpin y llevarla a Inglaterra, con la esperanza de no encontrarse a mitad camino con un grupo de guerreros del clan. Cuando finalmente divisó un par de pequeñas pisadas en el suelo, sonrió satisfecho. Desmonto y observo los rastros no mayores qué su propia mano, pertenecían sin duda a Brenna y la hermana. La complexión delicada de su anfitriona había llamado su atención. — Tomaron aquel rumbo — señalo —, en dirección al pico más distante. Montó e instigó al caballo a un trote veloz.

La noche caía temprano en las Tierras Altas y en breve e hizo oscuro para seguir las pisadas. Por otro lado, Morgan y sus hombres estaban tensos e irascibles, hasta los animales parecían inquietos. — Descansaremos aquí esta noche — ordenó en voz baja. Al enredarse en la capa de viaje para protegerse del aire frio nocturno, pensaba en la mujer que se le escapara de las manos. ¿Habría pensado en llevar ropa de abrigo? ¿Sería que las dos jóvenes tendrían algo para comer?

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Uno de los soldados le llevo una botella de cerveza y bebió con placer, todavía irritado con el ritmo vertiginoso de sus propios pensamientos. Maldita mujer. Si no fuera por ella, ahora podría estar a mitad camino a casa. Que pasara hambre, que se congelase hasta los huesos… pero que se mantuviera viva, imploraba Morgan. Por lo menos hasta encontrarla. Solo entonces el tendría le enorme placer de torces su lindo cuello.

Brenna apretó a su hermana entre los brazos, extendiendo la capa de pieles sobre los hombros de ambas. Mientras se hundían en un apila de heno, elevo una plegaria agradeciendo a los highlanders que juntaron el pasto seco para estibar. El heno mezclado a las ramas de brezos, formaban una cama acogedora para pasar la noche. — ¿Crees que el ingles se atrevió a seguirnos aquí? — cuchicheo Megan. — Si — respondió Brenna, recordando el rostro terrible del Bárbaro de la Corte. — No siquiera el desafío de atravesar las montanas lo detendría. — Entonces no deberíamos parar para descansar — dijo Megan, sentándose. — Precisamos continuar corriendo hasta llegar a los dominios de Brice Campbell. — Calma, Megan. No podemos continuar en la oscuridad., No tengas miedo, los ingleses también precisan descanso — la tranquilizó, estrechando los brazos. — ¿Pero y si el dueño del campo nos encuentra en estos parajes? — Megan temblaba, la voz entrecortada. — No consigo dejar de tener miedo de los hombres de las Tierras Altas. — Lo sé, pero ellos ahora forman parte de nuestra familia. Con el casamiento de Meredith con Brice no tenemos más nada que temer. — A menos que estemos en la propiedad de algún adversario de Brice. El mismo pensamiento ya se le había ocurrido a Brenna. — Duerme — murmuró. — Yo me quedare alerta. La luna se escondía por detrás de las nubes y Brenna se esforzaba por ver en la oscuridad. Los highlanders no la amedrentaban, ni siquiera los enemigos del marido de Meredith. Solo un hombre la asustaba esa noche, aquel ingles que quería separarla de todo lo que amaba.

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La excitación de la caza revigorizaba a Morgan y sus soldados. El despertó deprisa, la mente aguda, el pensamiento claramente dirigido a su objetivo. Ese día celebraría la victoria, casi podía saborear su gusto. Condujo el caballo hasta el rastro hecho por las marcas pequeñas de botas femeninas. El rastro desaprecia llegando a un valle cubierto de arboles altos. Ante que le primer rayo del sol se insinuara en el horizonte todos montaron. — Los hombres están hambrientos— dijo su auxiliar — Yo también. Habrá tiempo para comer cuando hayamos terminado nuestra tarea. Avanzaremos hasta encontrar a Brenna MacAlpin — respondió Morgan, tirándole un trozo de carne seca que siempre llevaba consigo cuando salía a la batalla. — Mastiquen un poco hasta calmar el hambre. Los cinco soldados los siguieron en fila, las expresiones serias. Cabalgaron por cerca de una hora y encontraron una campesina ocupada en ordeñar una vaca. Al ver le estandarte inglés, salió a la carrera desenfrenada en dirección a una pequeña cabaña. — No queremos lastimarla — gritó Morgan. Ignorando sus palabras, la mujer continuo corriendo. — ¡Deténganla! — En cuanto los hombres apuraban los caballos, Morgan agrego: — No la maltraten. Precisa entender que venimos en son de paz. Aunque la mujer pateaba u mordía, arañando los brazos que la agarraban, los soldados cumplieron la orden, llevando ante su líder. Ella quedo de pie malhumorada, silenciosa. — Estamos buscando dos jóvenes de las Tierras Bajas — dijo Morgan, levantándole la barbilla con la mano para que lo encarara. — ¿Las vio? — No vi a nadie — ¿Y si las hubiera visto, me lo diría? — No — respondió, con la mirada altiva y desafiante. — Me imaginaba. — Indicó con la cabeza el precario establo donde las vacas esperaban pacientemente el momento de ser liberadas a las pasturas y preguntó: — Había alguna señal de ellas en el refugio de los animales. La mujer negó con um gesto de la cabeza, pero Morgan ordenó: — Registren todo.

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Después de una completa inspección, los soldados retornaron confirmando las palabras de la campesina. — No hay ninguna pista. Soltando a la pobre mujer, Morgan decidió: — Entonces buscaremos en otro lugar. — ¿Que haremos con la muchacha? — preguntó el ayudante. — Si la soltamos, pronto tendremos un clan entero en nuestros tobillos. — Nuestra pelea no es contigo— le dijo Morgan con firmeza. — Ni con su gente. Cuando encontremos las mujeres que buscamos nos iremos ¿Entendiste? Era asintió con la cabeza, sin decir palabra. Cuando Morgan subía a la silla, la campesina lo escupió en el rostro girándose y partiendo a toda carrera hasta la cabaña. — Fue um error dejarla ir — murmuró el ayudante. — Por lo menos hasta que halláramos a las dos jóvenes. — Es un riesgo que tenemos que correr. Quiero mostrar a esta gente que no venimos a combatir. — Puede ser nuestra desgracia. — Tal vez. — Morgan estrecho los ojos estudiando los montículos de heno del otro lado de las pasturas. — ¿Será que las damas de las Torras Bajas se arriesgarían a dormir en el corral, tan carca de su enemigo? — continuó, instigando el caballo en un trote. — ¿O descansarían al aire libre, de donde podrían escabullirse al bosque con las primeras luces de la mañana? Los soldados lo seguían en su marcha en dirección al heno apilado. Desmontando, examino con atención la suave depresión en la paja. — ¿Lady Brenna durmió aquí por casualidad? Arrodillándose inhalo la ya familiar fragancia a lavanda mezclada con el olor de la paja seca y los ramos de brezo. — Ella estuvo aquí, sin duda. — Jamás olvidaría ese perfume profundamente grabado en su memoria. — Ella está cerca, puedo sentirla. — Un par de rastros siguen aquella dirección — apuntó un soldado. — Y el otro va para el este. — ¿Será que las muchachas se separaron? — preguntó el ayudante. — No — respondió Morgan sonriendo, recordando la calma con que Brenna enfrento la espada hasta que su hermana menor llego al castillo sana y salva. Ella haría lo que fuese preciso para proteger a Megan, todo menos dejarla sola a merced del peligro.

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— Es un plan inteligente — continuó Morgan. — Dividir nuestras fuerzas para divertirse a costa nuestra. — ¿Cuál de los rastros seguiremos? — No tiene importancia — respondió, encogiendo los hombros — Tengo la impresión de que ellas se juntarán nuevamente en un sitio ya acordado. Mientras los soldados avanzaban, Morgan se vio forzado a admitir muy a su disgusto, su creciente respeto por lady Brenna. En su lugar, habría hecho lo mismo. Parecía que por detrás de la apariencia delicada, ella tenía el instinto de un soldado. Siguieron uno de los rastros, hasta que desaprecio en un bosque de gigantes siempre verdes. El cielo se oscurecía por la espesa cubierta de las ramas llenas de flores. Gradualmente las plantas disminuían de tamaño y ellos se encontraron en una planicie de pastos verdes. Por um momento o sol golpeo con violencia, obligándolo a cubrirse la frente con las manos para mirar mejor, pero a medida que se acostumbraba a la luz, Morgan pudo apreciar el vasto campo de lilas, con sus flores de un suave violeta, extendiéndose hasta dónde alcanzaba la vista. Le recordó a Brenna. Las flores tenían el mismo color que los ojos de la joven que buscaba. Bien lejos de donde estaba, detecto un leve movimiento. ¿Habría sido un soplo de briza encrespando la superficie de las flores? ¿O podría el deslizamiento furtivo de alguien refugiándose bajo el manto florido?

Brenna salió del bosque, penetrando en la campiña puntillada de minúsculas flores y por un momento, se detuvo maravillada. Ni siquiera la desesperación que la afligía le impedía admirar la belleza del paisaje. ¡Qué sorprendentes les parecían las Tierras Altas! A veces salvajes y primitivas y al instante siguiente tan deslumbrante que quitaban el aliento. En un punto distante de la pradera, vio emerger a Megan entre los arbustos y espinos. Entonces su plan estaba funcionado. Habían rodeado el bosque en dos direcciones opuestas, consiguiendo reunirse sin dificultas. Ahora si el destino continuaba sonriéndole, llegarían hasta la fortaleza de Brice Campbell antes del mediodía. Una vez allí, ningún salvaje ingles se atrevería a tocar un solo mechón de sus cabellos. — Brenna — llamó Megan, agitando las manos cuando vio a la hermana. Brenna retribuyo el gesto, abriendo la boca para responder. Súbitamente, las palabras murieron en su garganta.

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Surgiendo del bosque oscuro por detrás de Megan, se destacaba la silueta de um jinete. A pesar de la gran distancia no tuvo dudas de la identidad ¡Dios del cielo Morgan Grey estaba casi en los talones de su hermana, como un lobo persiguiendo una corza desamparada! Otros varios jinetes seguían a su líder y Megan, de espaldas a ellos no tenía ni idea de que había sido descubierta. Sin pensar en su propia seguridad, Brenna se lanzo a correr, determinada a alcanzar a su hermana antes que los soldados. Nerviosa, agitada cubrió la distancia que las separaba, lanzando el cuerpo contra le de ella y tirándolas a ambas al suelo. — ¿Qué...? — Megan empujo a su hermana luchando por ponerse nuevamente en pie — ¡Quieta! — ordenó Brenna, cubriéndole la boca con la manó y arrodillándose con cuidado. — ¿Qué es? Brenna lanzo una mirada a Morgan y volvió agacharse. — Ingleses. Conté seis de ellos. — ¿Será que ya nos vieron? — No sé. — Fui tan cuidados al dejar el bosque. — Ellos son soldados, entrenados para rastrear al enemigo. No es tu culpa. — Brenna abrazó a su hermana y cuchicheo: — Oye y presta mucha atención. Desde ahora debemos seguir en direccione opuestas. — ¡No! — Megan se agarro al brazo de su hermana. Brenna volvió a hablar de modo extrañamente calmado, típico de cuando estaban en peligró. — No tenemos elección. Nos vamos a arrastrar por los arbustos, teniendo siempre en vista aquel pico distante. El castillo de Brice está en la ladera. Allí esta nuestra salvación. — ¿Pero por qué debemos separarnos? — Porque ellos son seis. Si se dividen, serán solo tres contra cada una de nosotras — respondió, sonriendo con la expresión valiente. — Todos saben que tres ingleses contra un guerrero escocés es una buena pelea A pesar de la situación alarmante, Megan se unió a la risa de su hermana. — Sin duda. Dios los ayude si nos encuentran. Después de un momento comenzó a sollozar abrazándose nuevamente a Brenna.

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— No quiero dejarte. No puedes obligarme. — Escúchame Megan, te quiero demasiado para permitir que seas sacrificada por los ingleses. — ¿Y tú? — Yo soy el jefe de los MacAlpin y te ordeno que partas de inmediato. Megan abrió a boca para protestar, pero Brenna insistió con toda la intensidad de su afecto: — Megan, mi querida hermana, puedo morir ahora, en este instante y encontrar paz eterna, si se que tu estas a salvo. Prométeme que no te detendrás ni a mirar atrás hasta llegar segura al castillo de Brice Campbell. Megan encaró a su hermana mayor, notando el dolor y el pesar que sentía No había manera de desafiar los deseos de su corazón. Suspirando, asintió. — Iré, pero solo porque el jefe de los MacAlpin me lo ordenó. Con los ojos llenos de lágrimas, Brenna deseo: — Ve con Dios, Megan. — Tu también. Arrastrándose por el suelo en medio de las plantas, Megan partió en dirección al bosque distante. Una brisa suave agitaba los arbustos, volviendo la pradera un mar ondulante de encrespadas olas azul celeste y lilas. Por varios minutos Brenna observó sus movimientos, deseando que la joven llegase a tempo a los brazos protectores de Meredith y su marido guerrero. Miro hasta verla correr y esconderse en el medio de un grupo de arboles altos. A salvo. Una vez en allí encontraría el camino y los ingleses no la encontrarían nunca. Entonces Brenna comenzó a arrastrarse en dirección opuesta. Si la brisa soplara su favor, los soldados no la verían en medio de los arbustos, pero si el viento cesaba… SE negaba a pensar en las consecuencias, limitándose al momento presente. Correría en cuanto pudiera, lucharía con todas su fuerzas y moriría si fuera necesario, pero no permitiría que la llevaran a Inglaterra contra su voluntad.

Morgan examinaba la danza ondulante de las flores silvestres, pestañeando repetidas veces debido al reflejo del sol. Observando con atención noto un movimiento singular. ¿Sería una ilusión generada por sus ojos cansados?

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Como todo soldado en tiempo de bátala, siempre confiaba en la intuición. Ahora, aunque no pudiese ver a lady Brenna, sentía su presencia. Ella estaba allí, tenía plena seguridad. Girando hacia sus soldados, ordeno — Peine el área. Arranquen todas las flores si es preciso, pero no regresen sin la muchacha. Mientras sus acompañantes se dispersaban para cubrir toda la extensión de la pradera, Morgan volvió a centrar su atención en el lugar donde vio el movimiento. Incitando a su caballo a paso lento, examinaba cada palmo del terreno. La vegetación exuberante podría muy bien esconder a un ser humano, especialmente el cuerpo delgado de Brenna MacAlpin. Bien enfrente suyo, reparo en unas ramas que se separaban y volvían a cerrarse enseguida. Aproximándose, vio de reojo una pequeña bota femenina. La sangre comenzó a hervir en sus venas. Brenna. Ella estaba allí. Sacudió las riendas y el caballo avanzó unos pasos más. Vislumbró la punta de la capa de viaje decorada con pieles. Sentía las manos transpirando. Estaba cerca, muy cerca. Y aun…

La capucha resbalo de la cabeza, revelando la negra cabellera ondulada, enmarañada y revuelta. Brenna se aparto un mechón del rostro, avanzando algunos pasos antes de darse cuenta de un sonido grave y profundo. ¿Sería su corazón? Se detuvo un instante, levantando la cabeza para espiar ansiosamente por sobre el hombros. El corazón se le paró una fracción de segundos y comenzó a latir desesperado en el pecho. ¡Santo Dios! Morgan Grey, montado en un imponente animal parecía más bravo y amenazante de lo que recordaba. — Es inútil intentar correr, milady — dijo, al deslizarse con facilidad al suelo. — A esta misma hora, mañana nos reuniremos con el resto de mis soldados en su viaje de… Las palabras murieron en sus labios. Levantándose las faldas, Brenna comenzó a correr con una agilidad que lo sorprendió. A pesar de pequeña y delicada, daba largas y rápidas zancadas a través del campo florido. Los pulmones casi no resistían el esfuerzo para escapar, y aunque la exasperación le diese fuerza no podía competir con su perseguidor, cuyas piernas largas y fuertes lo llevaron a alcanzarla, agarrándola enseguida por las muñecas. Se giro a él con un grito de furia. Morgan se detuvo, sorprendido al ver la empuñadura incrustada en piedras preciosas que ella aseguraba firmemente. Después de la duda inicial, una leve sonrisa apareció en sus labios.

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— ¿Acaso debo temer a una joven frágil y su daga insignificante? — Basta una pequeña daga para derramar la sangre de um inglés, milord. Y pretendo usarla ahora. Lord Grey dio un paso a un lado y cuando ella arremetió con el arma, la punta de la lámina traspaso la túnica bordada abajo del corazón y la herida comenzó a sangrar profusamente. Maldiciendo, Morgan la tomo por la mano, retorciéndole el brazo hasta que la daga cayó al suelo. Pero, cuando él se inclinaba a recuperarla, Brenna consiguió liberarse y empezó a correr. — Maldita sea — exclamó Morgan, lanzándose a la carrera detrás de ella. En pocos segundos la alcanzó, tirando su peso contra ella, y derrumbándola al suelo. Por algunos minutos, lucharon ferozmente con puños y punta pies hasta que Brenna no logro resistir. Exhausta se dejo caer para un lado, respirando profundamente para calmar el descompasado corazón. Morgan la aprisionó con as piernas sobre el torso, asegurándole las manos encima de la cabeza, la sangre de su pecho manchándole el frente del vestido y la capa. — Déjeme levantar — gritó Brenna, luchando para liberarse. — No soy tonto, mi pequeña gata salvaje. Hasta que no retraigas esas garras afiladas, vas a quedarte allí, quietita, donde yo puedo prevenirme de un nuevo ataque. — ¡Si insiste en llevarme para Inglaterra, le juro, Morgan Grey, voy a atacarlo todas las veces que pueda! Morgan la examinó por algunos instantes. Estaba linda con los cabellos oscuros sueltos como los de una gitana, y los ojos lo dejaban aturdido. Le tomo las muñecas con una mano y levantando la otra trazo con un dedo el contorno de la ceja descendiendo hasta el círculo rosado en la mejilla. — Oh, usted ira conmigo a Inglaterra, milady, no hay la menor duda. Los senos firme subían y bajaban con la respiración agitada y Morgan sintió el corazón acelerar. El la deseaba. En algún lugar de su mente el pensamiento comenzaba a ganar forma, forzando su pasaje hasta la consciencia. ¡Dios del Cielo! ¿Dónde se escondía su sentido común? En su búsqueda de la libertas, ella lo había herido y lo haría matado si hubiera tenido la oportunidad. Brenna era la persona equivocada. El cómo fiel soldado, había viajado hasta el infierno por su reina, combatido con bravura. Y Brenna era una dama. Fría, serena,

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delicada. No, se corrigió rápidamente, ni un poco delicada. La herida era demostraba lo contrario. Y lo peor de todo, el era ingles y ella escocesa. Por Dios... ¿Cómo podía ser tan encantadora? Adorable, mucho mas bella que cualquier mujer que conociera. Y a pesar del comportamiento sobrio y majestuoso, detrás de la fachada de virgen del hielo latía un corazón de mujer impetuosa y ardiente. Bajo la cabeza hasta llegar a pocos centímetros de los labios, inhalando la debilidad de la respiración. Sintió la garganta reseca. Un beso apenas. Mientras la mantenía prisionera, se permitiría un último beso. Y después la apartaría para siempre de su mente. Trazo el contorno de los labios con la lengua, cuando ella lo aparto enfurecida — ¡No! — Si, mi señora. — El nunca había actuado así. Jamás coaccionaba a una dama a rendirse a sus deseos. Y jamás el deseo llegaba al punto de hacerlo olvidar sus maneras de caballero. Con la mano libre el aseguró la barbilla, escrutando las profundidades de aquellos ojos extraños. No leía miedo en ellos, solo desafío. Y algo más… Algo indefinible. Inclinando la cabeza hasta sentir el aliento perfumado bien próximo, le cubrió la boca con beso ávido. Santo Dios, cuanta dulzura en los labios suaves como pétalos de rosa, frescos como el rocío matutino alimentando su excitación. Al primer contacto de los labios, Brenna retuvo la respiración. Las manos atrapadas en la de él, se relajaron y sin darse cuenta comenzó a responder. Tenía plena consciencia del cuerpo firme y rígido que la mantenía cautiva sobre las flores. La mano masculina descendió para acariciarla las mejillas y a pesar de estar obstinada a resistir, se sintió inflamar de pasión. Exactamente lo que ella mas temía, esa sensación desconocida nacía en su íntimo y se apoderaba de su cuerpo cada vez que el inglés la tocaba. Ella no lo deseaba, se decía con vehemencia, no podía siquiera soportar verlo enfrente, pero mientras la batalla interior no cesaba, los labios se entreabrieron, suaves y dulces. Al diablo con el sentido común, pensó Morgan, abrazándola. No importaba mas se había diferencias entre ellos. Absorbería el placer de aquel beso mientras durara, al final se había abandonado a la lujuria en el jardín del Castillo MacAlpin y había sobrevivido. El calor abrazador del deseo fluía ente ellos y Morgan se vio forzado a admitir que nunca había experimentado una sensación semejante. Jamás encontró una mujer que lo incendiase con um simple toque.

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Levantó la cabeza y miro a la joven en sus brazos, el cuerpo pulsando de pasión. Fue cuando oyeron el barullo de los soldados acercarse. No había señal de la hermana de los cabellos cobrizos, se lamentaban. Brenna, se tenso al oír con atención. El alivio porque Megan se hubiera escapado menguo un poco la rabia y el miedo por haber sido capturada. Estando su hermana a salvo, enfrentaría cualquier tortura con menos angustia. En un esfuerzo supremo, Morgan se levantó, y Brenna rolo a un lado, aspirando el aire de a grades bocanadas Mirando con displicencia la sangre que escurría de la herida, el reflexionaba. Cargaría las cicatrices el ataque de Brenna por mucho tiempo después de entregarla à la reina. Entregarla, pensaba con disgusto para calentar la cama de otro ingles. No esa idea conseguía aplacar la pasión que lo consumía. Precisaba regresar de inmediato a Inglaterra y caer en los brazos de alguna muchacha ardiente bien dispuesta, para finalmente calmar la fiebre de sus sentidos.

Capítulo 6 Escondida en el bosque, Megan asistió horrorizada a la manera en que el salvaje ingles tomo a su hermana, y la tiro a la silla del caballo. Brenna erguía la cabera en señal de desafío. Aun en ese momento de aflicción no se permitía mostrar debilidad. No habría lagrima sin suplicas para que la liberasen. El legendario orgullo de los MacAlpin permanecía intacto. Con dificultad para distinguir las siluetas, ella vislumbró uno de los soldados rasgando una túnica en tiras, aplicándolas en el pecho de Morgan Grey. ¿Herido? Megan se esforzó para distinguir bien. Si, el inglés estaba sangrando y no había duda de cómo se había herido. ¡Si al menso tuviera un arco! Apuntaría al centro del corazón de Morgan Grey y tendría la suprema satisfacción al verlo caer muerto. Los dedos se cerraron en un puño ¡Oh! Una espada. Arremetería decidida contra la compañía entera de soldados para salvar a su hermana. Mientras los ingleses montados en los caballos formaban un círculo de protección. — Perdóname mi debilidad, Brenna — susurró sin contener el llanto.

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Dio del cielo, la dulce y noble, Brenna estaba siendo raptada, apartada de su hogar, y Megan temía no volver a verla por el resto de sus días. Profiriendo una maldición que hubiera hecho enrojecer al más rudo de los soldados, se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Subiendo a un árbol, se quedo observando al grupo de jinetes desaparecer en el bosque. Entonces descendió, emprendiendo una vez más la marcha hacia su destino. Si encontrara rápido a su cuñado… El rescataría a Brenna con su ejército de highlanders.

Brenna permanecía tensa, rígida, entre los brazos de Morgan, deseando tragarse las lágrimas. Mientras los cascos de los caballos pisoteaban las flores, sentía el corazón latir descontrolado. Estaba todo perdido. Atravesaron la campiña donde ella y Megan había dormido y deseo ardientemente que el granjero y sus vecinos se revelasen, levantándose contra los ingleses que la despojaban de sus tierras. Con todo, solo vio miradas apáticas en los rostros silenciosos de los campesinos y sus esposas junto a sus hijos. Dejando las Tierras Altas atrás el paso de los caballos fue más ágil. Atravesaron con facilidad el rio Tweed, partiendo en rápido galope, venciendo los kilómetros de planicie que separaban a Escocia de Inglaterra. Al abandonar la amada tierra de su infancia, Brenna no consiguió contener su desesperación. Para no gritar se mordió el labio con fuerza, sintiendo el gusto a sangre. Las lagrimas se empeñaban en caer y ella bajo la cabeza rezando para Morgan no percibiese su descontrol. "Mi casa, mi hogar", pensaba desesperada. ¿Será que le robarían todo lo que amaba?

Morgan percibió el llanto silencioso. Experimento un súbita urgencia de abrazarla fuertemente junto a su pecho y confortarla, pero intuía que la majestuosa lady Brenna prefería lamentarse sin testigos. ¿Por qué se conmovía con las lágrimas? ¿No era esta, al final, la mujer que lo atacara, clavándole um puñal? Se no hubiera reaccionado a tiempo ciertamente estaría muerto Frunció la frente inquieto. La péqueña tonta descubriría en breve que estaba por disfrutar de una vida mucho mejor que la que abandonaba. La rutina del castillo MacAlpin era de austera simplicidades, a juzgar por lo que el observó.

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La corte de Elizabeth no se asemejaba en nada a una prisión, como Brenna suponia. Por el contrario, la esposa de un noble inglés tendría acceso a una vida de riquezas sin par, sin contar con los placeres de la intimidad. Ese pensamiento le molestó y se censuro por preocuparse por el destino de Brenna. Cuanto antes llevase esa beldad para a Inglaterra, tanto mejor. — Un día, muy próximo, el dolor se apagara de su corazón, dama de hielo. Llore ahora todas sus lágrimas, en breve olvidara el infortunio. Las palabras amortiguadas por el viento, la golpearon por razones diferentes a las que Morgan imaginaba. — No estoy llorando, eso es para criaturas asustadas. — En efecto — dijo Morgan con una sonrisa. — Y todos sabemos que no estoy cargando una criatura. Las manos fuertes se detuvieron en el cuerpo delgado a centímetros de los senos firmes. Ella endureció el cuerpo inmediatamente. — Puedo ser su prisionera, Morgan Grey, pero no seré insultada por su toque. La sonrisa de él desaprecio y sus palabras sonaron duras. — Mejor refrene su lengua muchacha. Mi temperamento irascible es leyenda entre mis hombres. — ¿Debo temerle, entonces? — Girando la cabeza, lo encaro con altivez. — ¿Olvida que soy una MacAlpin, la líder de mi gente? — No olvide nada. — "Especialmente el color de tus ojos cuando estas enojada", pensó Morgan. — En mi tierra tu eres una mujer sin títulos, ni poder, y te advierto seriamente no provocar mi ira — ¿Y que mas podrías hacer conmigo? Me robo mi bien más preciado, mi libertad,. Mi hogar y todo lo que amo en la vida, quedo atrás en Escocia. Le juro, Morgan Grey, que voy a huir de sus manos. Y, si no los consigo, luchare hasta la muerte. El coloco sus labios en sus cabellos y susurró. — Si continúas provocándome mujer, sentirás la fuerza de mi cólera. Brenna tembló. ¿De miedo? ¿O seria por la proximidad perturbadora de ese hombre atrevido? Aparto tales pensamientos. Estaba lidiando con un enemigo. A primera oportunidad que surgiera, huiría.

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Los caballos continuaban con la rítmica y el paso firme, hora tras hora. Sin darse cuenta, Brenna se reclinó sobre el pecho de Morgan, cediendo a la somnolencia. En reposo todos los signos de tensión habían desaparecido y en la luz del sol, la piel relucía como porcelana fina. Morgan reparaba en las cejas arqueadas, la nariz respingada, los labios sensuales y perfectos. La cabellera negra se derramaba sobre el pecho, levantándose con la brisa, tocando a veces su rostro pensativo. Mientras ella dormitaba, el reflexionaba sobre la belleza del trofeo que había conquistado. Belleza que sería solicitada por algún noble de la corte de la reina de Inglaterra. Morgan notó el agotamiento de Brenna y, haciendo una señal a los soldados ordeno — Vamos a parar e descansar un poco. La ayudo a descender del caballo y vio cuando ella presionaba las manos en la cintura arqueando el cuerpo hacia atrás. — Mucho tiempo en la silla para quien no está acostumbrado ¿verdad? — Si — respondió ella simplemente. Los ojos atentos a los soldados que se internaban en los matorrales entre los árboles. Percibiendo el gesto, Morgan se aproximó: — ¿Le gustaría tal vez un momento de privacidad? — Ella asintió con la cabera y el agrego : — Voy a encargarme de eso. Cambio algunas palabras con sus hombres volviendo enseguida. — Puede ir al bosque sin ser molestada, milady. Brenna sonrió con gratitud y levantándose las faldas camino hasta el lugar indicado. Cuando entro en los matorrales oscuros, se aseguro de estar sola. Morgan y lso otros la esperaban pacientemente al lado de los caballos. Se escondió detrás de un árbol y se giro a espiar. Tres hombres se habían sentado en el suelo con las espaldas apoyadas en un tronco retorcido y los otros dos hablaban en voz baja con Morgan, que se había sacado su casco adornado de plumas y se enjugaba la frente Dando una última mirada al cielo, Brenna comenzó a correr por entre los árboles. Ella sabía la dirección a seguir. Rumbo al norte. Para Escocia. Para casa. En pocos minutos oyó los gritos. Morgan Grey. Debía haber descubierto el error que cometió creyendo en ella. Continuó corriendo más de prisa, determinada a alcanzar la región más densa del bosque donde las ramas crecían muy próximos uno de los otros y el follaje espeso cubría el cielo, impidiendo el pasaje de la luz del sol. Allí se escondería hasta qué Morgan y sus hombres se vieran forzados a abandonar la búsqueda.

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El ruido de las ramas partiéndose detrás de ella, la dejo en pánico. Ellos estaba más cerca de lo que había supuesto. Se esforzó al limita de su fuerzas, sofocada, sin poder respirar, corriendo desesperadamente aferrándose a la única chance de escapar. Los soldados estaban muy cerca, ella podía oír sus palabras, cuando se llamaban y conversaban. Sin más alternativa comenzó a subir a un árbol muy alto, deseando que no se le ocurriese mirar para arriba. Si el destino le sonriese una vez más, pasarían por debajo de ella sin notarla. El borde del vestido se enredaba en las ramas dificultándole la subida. A cada paso dolorido, el tronco áspero y rugoso del tronco viejo le hería los brazos y las manos, hasta dejarle la piel en carne viva. Aun así continuaba subiendo y, con la punta de un pie alcanzo una rama muy alto, intentando varias veces aferrarse a él. Al conseguir agarrarlo lo doblo con fuerza, pero cuando estaba por saltar sintió un brusco tirón en el tobillo, miro para abajo asustada. — Entonces, milady. ¿Le gusta subirse a los arboles? Tal vez su marido inglés pueda comprar una mansión en el campo y plantar muchas árboles para jugar. Aunque las palabras de Morgan fueron pronunciadas con cierta ironía, ella noto la expresión enojada. — ¿Va a descender, milady? — Las palabras cortantes pretendían ofenderla.. — ¿O desea que la arrastre, sin que me importe su pudor? — ¡Al diablo con el pudor! — Ella pestañeo para evitar las lagrimas de frustración que amenazaban con nublarle la visión. Por poquísimo tiempo, unos minutos más y habría conseguido esconderse. Sin una palabra, comenzó a descender, los dedos de Morgan apretando con firmeza su tobillo. Finalmente cayó suavemente en sus brazos. Apretándola contra si mientras los soldados se reunían alrededor de él, susurró. — No le concederé ni un segundo más de privacidad. — No puede estar hablando en serio. Los ojos oscuros relampagueaban de rabia. — Estoy convencido, no puedo confiar en ti. Y es mejor que ruegue por no preciar del alivio de aquí hasta la residencia de la reina, Brenna MacAlpin. Porque no saldré de su lado ni un instante siquiera. — Eso es poco gentil de su parte, diría hasta nada civilizado. Con una sonrisa indefinible, el respondió: — Jamás afirmé que era um gentleman.

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— La bandera de la reina está izada en el Palacio de e Richmond, milord, señal de su presencia. Asintiendo, Morgan incitó al caballo exhausto a acelerar el paso a lo largo del camino sinuoso al margen del rio Támesis. Al llegar a las tierras reales, el cansancio parecía desvanecerse. Despreciando el polvo y las manchas en el uniforme, adquiridas durante el viaje accidentado, los soldados asumieron un porte marcial, erectos y rígidos. Pasaron por largas columnas de guardias que patrullaban los vastos jardines alrededor del palacio y entraron en una calle lo suficientemente ancha para permitir el desfile de doce hombre montadas lado a lado. Cabalgaron en silencio hasta que alcanzaron el patio de entrada. A su llegada, varios criados se aproximaron solícitos para ocuparse de los caballos. Hubo una cierta conmoción en los salones. Del majestuoso portal abierto surgieron varios caballeros elegantemente vestidos, al frente de los cuales iba Alden, el segundo comandante de Morgan. Sin embargo, en vez de lucir el uniforme de oficial, llevaba las ropas de un noble, con calzas de satín y una bella túnica con pasamanerías. — Finalmente! — gritó, yendo al encuentro de su jefe. Morgan descendió de la silla y cargo a Brenna en los brazos sin la menor ceremonia. — ¿Por qué demoró tanto, viejo amigo? — La señora nos dio mucho trabajo. — Sin embargo como siempre, tu triunfaste. Los dos compartieron una larga carcajada — Es hora de enfrentar su destino, dama de hielo. — No pode conducirme a la presencia de la reina de este modo, sin tiempo de arreglarme mi ropa. — ¿Por qué no? — devolvió Morgan con una sonrisa amenazadora. — Está adorable. Creo que todos los nobles presentes en la corte van a implorar por la mano de mi pequeña y sucia mendiga. — Por favor, le suplico, milord. No puedo ser presentada a la reina en este estado. Tomándola por el brazo rudamente, la atrajo hacia su pecho. — Esto no es un baile real, milady, y no está aquí para ser admirada. Hasta que la reina decrete lo contrario, la señorita es mi prisionera. Lanzándole una mirada llena de rencor, Brenna intento deshacerse del agarre, pero los dedos se cerraron con más fuerza en su brazo, posesivos, triunfantes.

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— Puede anunciarme a la reina, lord Clive — dijo el dirigiéndose la portero real. — Vine a su pedido, ella está a mi espera. El viejo sirviente asintió y entro en los salones, para regresar a los pocos minutos — La reina lo recibirá inmediatamente, milord. — Empujada por Morgan, Brenna sentía la garganta reseca solo de pensar en enfrentar a la soberana de Inglaterra. Si los rumores eran ciertos, la reina Elizabeth devisa ser una mujer fascinante, seductora, aparte de astuta e perspicaz. Alden miro con simpatía a la muchacha arrastrada a la fuerza por su amigo y comento. — Podría concederle uno minuto para que retoque su toilette. — No harías una sugerencia de esas si hubieras pasado los últimos días con nosotros, Alden. No puedo confiar en ella ni un segundo siquiera. Frente a la expresión seria y compenetrada de su compañero, Alden no insistió. Conocía lo suficiente a Morgan para saber cuando la situación había ultrapasado sus límites. El vasto salón hervía de gente, más de un centenar de personas reunidas en grupos hablando en voz baja. Al reparar en el estandarte de Morgan Grey, el murmullo aumento. El Bárbaro de la Corte no pasaba desapercibido, ni siquiera en medio de una multitud. Cuando las puertas dobles se abrieron con estruendo y una docena o más de personas vestidas con elegancia y esmero hicieron su entrada

en el salón, todas las

conversaciones se interrumpieron. La llegada de los caballeros arreglados como pavos y de las señoras impecables preanunciaba el inminente arribo de la reina a los salones de la corte. Elizabeth entró sin nadie a su lado en un deslumbrante vestido de terciopelo azul con un alto collar blanco plisado alrededor del cuello y largas magas adornadas con joyas. El corpiño del vestido ajustado, modelaba la cintura estrecha y se alargaba hasta las caderas de donde partían los drapeados de la larga falda bordad con piedras preciosas, exhibiendo el minucioso trabajo de las habilidosas costureras al servicio de la reina. Una magnifica tiara de diamantes y zafiros coronaba la frente entremezclada con los largos rulos rojizos. Se movía leve y rápido, como si tuviera prisa y una vez sentada en el trono, parecía irradiar una contagiante energía. Escrutaba la multitud con mirada ansiosa, al localizar a Morgan Grey, los labios se abrieron en una sonrisa. — Finalmente, mi bravo guerrero, volvió con su reina. Vega hasta aquí y cuénteme quien es la bella cortesana cuya cama lo aparto tanto tiempo de mi presencia.

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Brenna oyo asombrada las palabras crudas de la reina, y quedo espantada al oir las carcajadas con que los hombres y mujeres presentes festejaban la broma de la soberana. Mirando a Morgan, esperaba encontrar el ya familiar gesto enojado, pero el se deshacía en sonrisas. — Perdóneme, majestad, pero alguien tiene que cuidar los intereses del reino. — ¿Está sugiriendo que fueron los negocios e la corona los que lo retuvieron todo este tiempo? — Si, majestad. Si recuerda bien, me envió Escocia para investigar las posibilidades de un casamiento conveniente entre algunos de sus nobles con la líder del clan MacAlpin, cuyas tierras son fronterizas. — Recuerdo eso y mucho más, Morgan Grey. Recuerdo que te mostraste indignado con tal tarea, sugiriendo que estaban por debajo de sus cualidades de guerrero, siendo mas adecuada para los servicios de un lacayo. Y entonces, esta simple tarea te aparto de mi todo este tiempo. ¿No echaste de menos a tu reina? Morgan dio un paso al frente, dejando a Brenna en medio de un círculo formado por sus soldados, y respondió con la voz cálida y amistosa. — Si, majestad. Sentí falta de su belleza y también de su lengua afilada. Existen pocos en el mundo que puedan hacer juegos de palabras y ganarle a mi reina. Elizabeth dio una carcajada tirando la cabeza para atrás — Yo también extrañe nuestros duelos, lord Grey. Estoy encantada de saber que retornó. Ahora cuénteme los resultados de su viaje a Escocia. — Los habitantes aun desconfían de los ingleses, majestad. Y aunque les asegure que estaba en misión de paz, pude sentir que no creían en mí. — Ellos tienen la palabra de su reina. Morgan sonrió ante el súbito rayo de ira de la soberana, y completó: — Si, majestad, y yo considero muy sabia su decisión de unir los dos países a través de um casamiento. Ya perdimos muchos y buenos soldados ingleses en la frontera con Escocia. — Los jefes de las Tierras Altas ya dieron su lealtad a mi persona por el tratado de Edimburgo — dijo Elizabeth secamente. — Ciertamente, pero nuestras fronteras continúan presenciando actos de violencia. — Entonces, Morgan, apruebas estos casamientos de conveniencia — dijo la reina, extendiendo la mano y atrayéndolo más cerca, gesto observado con grana atencion por la

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mayoría de las mujeres presentes en el salón. Morgan Grey era un demonio seductor que conseguía afectar casi todos los corazones femeninos. Y la reina aun no se había casado… — Háblame de esta esclava, la líder de los MacAlpin. — hare algo mejor, voy a presentársela a Vuestra Majestad. A su orden, los soldados abrieron camino, revelando a Brenna. — Majestad, le presento a Brenna MacAlpin, líder del clan MacAlpin de Escocia. Se oyeron murmullos ahogados en la multitud, y Brenna irguió el rosto desafiante. La reina parecía perpleja y confusa. Demoró unos segundos para recobrar la compostura. — ¿Por casualidad puede ser la líder de su gente? ¿En tal aspecto de negligencia? El rostro de Brenna se incendio de un rojo intenso, sin embargo continuo enfrentando la mirada directa de la reina. Elizabeth levantó uña mano cubierta de joyas. —Miren solo a ella. Los cabellos sobre la cara y los hombros, cayendo por la espalda enredado de rulos y el vestido de viaje y la capa llenos de polvo y arrugados, ¿esto es sangre en la ropa, Morgan? El se ruborizo, avergonzado. — Si, majestad. — ¿Sangre de ella? — No, es mía. — ¿La sometiste a punta de espada? — Ella me atacó con una daga. La reina miro con atención a la mujer en pie enfrente y arqueando una ceja dijo. — Parece más una huérfana desamparada que una jefe de clan. — se dirigió a Morgan: — ¿reamente se trata de la MacAlpin, o estas compitiendo con el bufón de la corte? — Yo no hago bromas de este tipo, majestad. — ¿Y por qué la trajiste aquí como una prisionera común? — Porque ella intentó desobedecer sus deseos, majestad. Lady Brenna juro que se casaría con un hombre que ella misma escogiera. — ¿Ah, sí? — dijo la reina, cambiando rápidamente de expresión, la mirada de desde cediendo lugar a un agudo interés.

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— Si, majestad. Fui forzado a seguirla hasta las Tierras Altas, y, una vez allá, decidí que sería del mayor interés de Vuestra Majestad, que la mantuviese conmigo hasta que decidiese sobre su destino. — Ella escapó de ti— preguntó la reina, estucando atentamente a la joven. — ¿Esta pequeña mujer consiguió eludir a Morgan Grey? ¿Y también herirte en una pelea? — Los ojos de la reina chispearon con humor. — ¡Oh, es una gran broma! — continuos. — ¿Como és posible que el hombre que diezma ejércitos no pueda controlar a una mujer? Morgan detestó el comentario en público, los ojos oscuros fríos como el acero. — ¿Y te viste obligado a seguirla a las peligrosas Tierras Altas? — provocó la reina. El asintió con un gesto de cabera, sin pronunciar palabra. — ¡Que interesante! — La reina veía el esfuerzo que ambos hacían para no mirarse, las emociones descontroladas fluyendo entre ellos — ¿Entonces tú la trajiste contra su voluntad?— continuó Elizabeth, con una leve sonrisa. — Una decisión muy... sabia, lord Grey, aunque mi prima Mary de Escócia puede tal vez no estar de acuerdo. La reina se giro a Brenna. — ¿Tu quieres escoger tu propio marido? — Si, según la tradición de los MacAlpin. El tono ríspido de la respuesta provoco un silencio elocuente en la multitud, todas las miradas dirigidas a la soberana en el trono. A pesar de la poca estatura, Elizabeth era la misma imagen de la realeza y majestad y no toleraba a menor falta de respeto. Mucho menos de alguien que jurara lealtad a otro monarca. La reina observó la galería donde se sentaban inmóviles varios oficiales de la corte en trajes ceremoniales. La voz de Brenna se oyó claramente en medio de la multitud silenciosa — En mi país las mujeres no son mercadería para ser vendidas o canjeadas. Ni tampoco joyas, usadas como adorno. Somos valoradas por nuestras cualidades y, desde que la elección de un compañero produce cambios en nuestras vidas, nuestra voluntad es respetada. Un súbito brillo apareció en los ojos de la reina, aunque los labios se suavizaron en una sonrisa. Un audible suspiro de alivio recorrió a la multitud, una vez más la ira de la reina se había disipado. — Pediré al consejo mucha cautela con esta escocesa. Parece que vuestra reina no es la única que desea escoger su marido.

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Morgan dio una risa baja y grave y Alden a su lado rio en voz alta. Gradualmente los otros en el salón se juntaron a las risas y la atmosfera en el recinto de relajo. Girándose para Brenna, la reina dijo: — ¿Qué voy a hacer contigo, Brenna MacAlpin? ¿Debo hacer desfilar todos los nobles ingleses frente a ti, hasta que elijas alguno que suscite tu interés? — No, majestad. Aun no nació el ingles que pueda ganarse mi corazón. — ¿Será, tal vez, que existe algún escocés ya dueño do su afecto? Morgan aguardaba la respuesta, sin darse cuenta que inadvertidamente retenía la respiración. — No hay ningún escocés, majestad. Pero no seré negociada como un novillo gordo. La sonrisa de la reina se desvaneció — Le advierto señoría que tenga cuidado con su lengua afilada. Solo una persona aquí es capaz de decidir su destino. La reina advirtió el fulgor de furia en la mirada de Brenna antes de ella bajar la cabeza. Elizabeth admiraba su coraje, con todo no toleraría ninguna señal de falta de respeto. — ¿Y tú, Morgan Grey? — preguntó la reina, reparando en las miradas que dirigía a la joven. — ¿Estaría dispuesto a ejecutar la desagradable tarea de desposar una mujer que no lo desea? — ¿Majestad? — respondió, el tono de voz demostrando infinita. — Ya conoce mis sentimientos sobre el infeliz sacramento del infortunio. El comentario provoco algunas carcajadas en el salón. — Es verdad. Tú debes ser, creo, quien afirmo que el casamiento era la más baja y cruel forma de esclavitud. Alden trago la risa y miro fijamente a los mosaicos del suelo, evitando enfrentar a su amigo. En su excitación, Elizabeth se levantó del trono, avanzando hasta detenerse cerca de Morgan Grey y Brenna, diciendo en voz baja: — Estoy muy sorprendida, lord Grey. Y, debo agregar desilusionada. Ya que usted se atrevió a arriesgar la frágil paz entre nuestros dos países trayendo esta… mujer desarrapada contra su voluntad, yo lo declaro responsable por ella hasta que encuentre alguien dispuesto a desposarla. Morgan frunció la frente preocupado, intentando justificarse.

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— Solo seguí mis instintos de soldado, majestad. Estoy convencido que ella se habría casado con uno d sus coterráneos antes que Vuestra Majestad ejecutara sus planes. La reina suspiró, diciendo: — Si no fueras un bribón encantador, insistiría en que llevases tu obligación un paso más adelante y te cases con la muchacha. — Elizabeth exhibió uno de sus más bellas sonrisas al continuar: —Y claro que, ya que tu también desciendes de la realeza, siempre te consideré uno de mis probables pretendientes. Los ojos de Morgan centellearon con una risa atractiva y seductora. — Si pensase que tengo una chance al menos de conquistar su corazón, majestad, sabe que la brindaría con el mío sin reservas. Pero, como somos grandes amigos, temo que su corazón repose en otro lugar. La joven reina encaro el rostro masculino y bonito sintiendo una puntada de dolor. El sin duda era el tipo de hombre qué podía despertarle una ardiente pasión, como conseguía, según lo que todo indicaba, incendiar el corazón de todas las mujeres del reino. Pero ambos sabían que su temperamento impetuoso y combativo no soportaría pasar el resto de vida siguiendo las reglas del protocolo, mientras la esposa gobernaba,. La vida en la corte siempre fue la parte de la realeza que Morgan Grey menos apreciaba, lo que tal vez explicase por que partía para el campo de batalla con excesiva frecuencia. Elizabeth miraba alternativamente a ambos. — Dicen que los escoceses necesitarán de una mano muy firme si quisiéramos conquistarlos, y no hay en Inglaterra carácter más decidido que el tuyo. Tampoco caben dudas en cuanto tu lealtad, mi amigo. Pero supongo que no puedo pedirte este extremo sacrificio… El casamiento. — Ella río como de una gran broma. — y con esta extranjera... desaliñada. — Prefiero enfrentar una horda de invasores desarmado — respondió Morgan. — Con todo, no se preocupe, majestad, pronto encontrará una solución para el problema. Reconozco que la joven no será fácil de casar, especialmente cuando el pretendiente apropiado sepa cuán difícil le resultara dominarla. Ella es tortuosa, astuta y perspicaz. Llevando una mano à la herida, terminó: — Sin hablar de la habilidad don el puñal. Aunque la reina compartiese la risa franca de Morgan, no le pasó desapercibida la angustia de Brenna. ¿Acaso no había ella comprendido el deseo de la joven de escoger su propio destino? ¿Pero cuántos podían darse a ese lujo? Levantó la cabera con altivez. NI siquiera aquellos que habían nacido para coronar.

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— Sabe que no puedo rehusar ningún pedido suyo, Morgan Grey. Quede en deuda contigo por de cien veces por tu lealtad. Entonces no voy a ordenar que te cases con tu prisionera. A pesar de concordar con la sabia decisión de traerla a Inglaterra, hasta que lleguemos a alguna conclusión sobre su futuro, no puedo pedir a nadie más que se responsabilice por ella. Y, ya que es una descendiente de la nobleza de Escocia, me rehúso a tirarla en una celda en la prisión hasta que decidamos su destino. — Estoy de acuerdo que confinarla en la torre sería demasiado cruel. Brenna estaba paralizada, las palabras resonando en su cabeza. Ese absurdo no podía estar pasando, no podía ser real. Mientras centenas de extraños miraban desinteresados, su futuro era decidido sin la menor preocupación con sus sentimientos. Apretando las manos al lado del cuerpo, se mordía el labio para evitar las lágrimas, para no gritar contra la terrible injusticia. Morgan la miro, ignorando el odio y la rabia casi palpable. ¿No había acaso rabia en su propio corazón? El era un soldado, no una camarera. Había sido enviado a Escocia con una misión, que cumplió al llevar a la escocesa hasta Inglaterra. Ahora deseaba deshacerse del problema. Girándose a la reina le dijo. — No puedo responsabilizarme por la dama. Considero suficiente haberla traído hasta aquí. La reina estudiaba la mirada oscura, leyendo la evidente frustración imposible de esconder — La dama es su prisionera, usted es su carcelero. Ella lo seguirá donde quiera que vaya. Y nadie más será responsable de ella. — ¿Y si parto a una batalla? — Por el momento su lugar de maniobras queda aquí en Inglaterra. — Entonces le imploro, majestad, que decida el destino de la joven muy en breve. La reina no consiguió evitar una rápida sonrisa. — Todo a su tiempo, milord. — ¿Quiere decir... — la voz de Brenna parecía sofocada por la furia— que yo no tengo voz en cuanto a mi destino? ¿No puedo volver a mi tierra? ¿Voy a quedar aquí prisionera de este hombre? Morgan le ofreció una sonrisa indulgente y sarcástica — Parece que está enfadada de permanecer bajo mis… cuidados protectores — Si — dijo la reina rápidamente. — Llévesela de aquí y deshágase de ella. Instálala en una de tus mansiones, Morgan, hasta que yo encuentre un marido conveniente.

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Brenna no oyó nada más. Sintió la sangre desvanecerse de su cabeza, las mejillas lívidas. Las palabras de la reina se desvanecieron hasta transformarse en un murmullo indefinible a sus oídos, mientras el salón giraba vertiginosamente. Y cuando resbaló hasta el suelo se hundió en un túnel oscuro.

Capítulo 7 — Mon Dieu. ¿No le ofreció nada de comer a esta pobre criatura en el viaje? — decía una voz desconocida. Brenna sentía la presión de una tela fría y húmeda en la frente e intentaba abrir los ojos. La voz de Morgan, muy próxima, mostraba preocupación. — Intente ofrecerle alimentos, pero se negó todas las veces. — ¿Le permitió al menos descansar, mon cher? — ¿Descansar? Soy soldado, en misión especial para mi reina, y esperaba que ella soportase mejor el viaje. Brenna oyó intervenir otra voz femenina, reconociendo el tono grave y majestuoso de Elizabeth. — ¿No le concedió algunos momentos de privacidad? — Fui un tono al consentírselo solo una vez. Ella intento huir corriendo por el bosque. Mis soldados y yo perdimos un tiempo precioso buscándola. Vuelo a repetir majestad, ella precisa una mano firme. — Tenga cuidado, Morgan Grey — dijo la suave voz afrancesada —, para que su mano firme no la quiebre en pedacitos. — No soy fácil de quebrar —

dijo Brenna, la garganta reseca, los parpados

agitándose. En su campo de visión flotaba un rostro femenino desconocido, los labios sensuales entreabiertos en una sonrisa amable, los bellos ojos color de las almendras mostrando preocupación. — Ah, finalmente despertó. Te desmayaste, chérie. Con gran esfuerzo, Brenna intentaba sentarse, al mismo tiempo en que decía: — Imposible. Yo jamás me desmaye. — La idea de tal debilidad le era inconcebible. Colocando la mano sobre el hombro con gentileza, obligándola a permanecer acostada, la joven al lado de la cama hablaba con suavidad:

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— Puede ser, pero conozco mucha gente con reacciones inesperadas en circunstancias de gran tensión. Aunque sabiendo controlarse, a veces una mujer debe inclinarse ante las exigencias del cuerpo, chérie. — ¿Quién es usted? — Mi nombre es Madeleine d'Arbeville, duquesa de Eton. Y me dijeron que usted es Brenna MacAlpin, líder de un clan de la frontera en Escocia. — Exactamente — dijo Brenna con una sonrisa agradecida. — Gracias por su amabilidad ¿Dónde estoy? — preguntó, mirando de reojo las lujosas telas que caían en gracioso drapeados al lado de la cama. — En mis aposentos — dijo Elizabeth, aproximándose a ellas. ¡La cama de la reina! — Majestad, no pretendía causar esta molestia. Perdone mi debilidad — susurró Brenna, intentando sentarse nuevamente. Esa vez fue Morgan quien se lo impidió. — Descanse un poco mas — le dijo, con una expresión más gentil de lo que pretendiera. — Si — acordó la reina, exhibiendo una sonrisa cómplice. — Su breve indisposición me proporcionó la oportunidad de dispensar la corte y liberarme de las obligaciones ceremoniales por el resto del día, una rara oportunidad, t pretendo aprovecharla. Y ahora — dijo, agarrando el brazo de Morgan — tal vez pueda pasar algún tiempo con usted, mi caro embusteros, tenemos mucho que conversar. Morgan estudió el rostro de Brenna. Las mejillas recuperaban el color, felizmente. — ¿Te quedaras con ella, Madeleine? — Oui. Tendremos la oportunidad de conocernos mejor. Morgan y la reina se apartaron, retirándose a una pequeña y acogedora antesala. De pronto un criado fue a ofrecerles una copa de vino. Elizabeth y su leal soldado inclinaron la cabeza, en una conversación reservada y, aunque mantuvieron la voz baja, Brenna noto la tensión entre ellos. Cualquiera que fuera el asunto en discusión, debía ser de la mayor importancia. — ¿Le gustaría hablarme sobre usted? — preguntó Madeleine con gentileza. Brenna sacudió levemente la cabeza, negando. — Entonces voy a contarle sobre mi vida — dijo Madeleine con su acento francés. Brenna sonrió agradecida y aliviada por liberarse de la mirada penetrante de Morgan y de la reina.

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— Estoy casada con Charles Crowel, duque de Eton. El es uno de los mas confiables consejeros de la reina. — Usted no es inglesa. — Non — dijo Madeleine con una risita. — Jamás podría engañar a alguien con este acento. Mi hogar esta en Francia, donde me casé. — ¿No extraña su tierra? — Oh, claro que si, pero viajo con frecuencia para visitar la familia, y mis queridos hermanos vienen siempre a Inglaterra a pasar largas temporadas, por lo tanto no siento tanta falta de los míos. Brenna se quedo en, observando la reina conversar con Morgan. — Chérie — dijo Madeleine, reparando en la dirección de la mirada de la joven — usted se transformo en objeto de especulaciones de toda la corte. ¿Cómo se dejo capturar pro ese hombre fascinante? — No hay ningún misterio. El me dominó. — ¿Ningún misterio? — devolvió Madeleine, extendiendo la toalla húmeda a la criada y arreglando la almohadas en la cabeza de Brenna. — Morgan Grey no captura las mujeres, él las esquiva. Consigue escurrirse de las trampas de todas las damas ansiosas por conquistarlo. — Sonriendo con conocimiento de causa, continuó: — Y, chérie, confíe en mi, existen muchas a las que les gustaría aprisionarlos en sus redes. Hasta la reina quedo sin palabras cuando él la presentó en la corte. Por el modo furtivo con que la mira, creo que la desea intensamente. — El no me desea — exclamó Brenna, la voz trémula. — Solo quiere castigarme. — ¿Castigarla? ¿Por qué? — Porque conseguí arruinar sus planes y hui de el obligándolo a retrasar su vuelta a Inglaterra. El me trajo hasta aquí para verme casada con un inglés, así mis tierras y todas mis posesiones pertenecerán a su reina. — ¿Y ese es el motivo por el que la mira con tanto interés? No creo que quiera verla casada con otro, probablemente la desee para él. — El casamiento con um inglés será horrible, pero especialmente con el, um hombre cruel y vengativo. Colocando la mano sobre el brazo de Brenna, Madeleine sintió el estremecimiento de la joven. — No se deje engañar por el nombre con que lo conoció. El Bárbaro de la Corte es un soldado de la Corona, notable por la habilidad en el campo de batalla, y, de hecho,

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ejércitos enteros temen delate de su espada. Pero jamás demostró un trato cruel ni cometió actos de venganza. — Usted no lo conoce — susurró Brenna. — Aunque haga pocos años que estoy en el país, lo conozco bien, chérie — dijo Madeleine arreglando las sabanas sobre los hombros de la joven — El es encantador, un hombre de deseos intensos. — Con una sonrisa franca y sincera terminó: — Confío en Morgan Grey con todo mi corazón, es um hombre por encima de cualquier sospecha. Brenna giro el rostro para ocultar las lagrimas que surgían incontrolables. ¿Nadie en esa corte estaría de su lado? ¿Estaría realmente condenada a permanecer prisionera de ese oficial que odiaba, perdiendo para siempre su tierra, sus títulos y hasta su nombre? — Descanse, chérie. — Madeleine aparto los cabellos oscuros de los ojos de Brenna, instalándose confortablemente en una poltrona al lado de la cama. — Me quedare sentada aquí, mientras usted duerme, así cuando se despierta no se encontrará en medio de extraños. — Gracias — Brenna se limpio las lágrimas, esforzándose por enfocar el cuarto a través de los ojos nublados. El bello rostro de la francesa amable y gentil fue la última imagen registrada por su mente antes de caer en un sueño profundo.

— Ocurrieron varios… accidentes desde que partiste, Morgan — dijo la reina en un tono desafiante. En ese momento que los demás estaban adormecidos y los criados se habían retirado, ella se permitió elevar la voz. Morgan apenas consiguió disfrazar el sobresalto, alarmado. — ¿Cuénteme más detalles, por favor. — Uno de ellos fue con mi caballerizo particular. Mientras montaba un caballo destinado a mí, la silla se zafo y él se cayó, quedando gravemente herido. Morgan oía con atención, la expresión compenetrada. — Lord Windham sugirió que el pobre joven mintió para encubrir su descuido. Al oír el nombre del confiable ayudante de la reina, su humor empeoró. — Windham es un tonto. ¿Que más ocurrió cuando estuve fuera?

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— El carruaje real. Una rueda se salió de lugar en nuestro viaje al palacio de Richmond. Nadie salió herido y el cochero insistió en que fue un accidente. Sin embargo mi criado jura que había sido cuidadosamente inspeccionada antes de la partida. — ¡Dios del cielo! ¿Ocurrió algo más? — Elizabeth negó con la cabeza. — No. Solo... rumores. — Deme los nombres, majestad. ¿Quién desparrama los rumores? — No conozco los nombres. — Elizabeth se agitaba, ansiosa. — Una palabra susurrada aquí, otro comentario allí. El se aproximó, las manos sobre las rodillas. — Rumores, murmullos... no serian suficientes para llamar de vuelta un ejército entero. No me está diciendo toda la verdad, debe haber oído algo en concreto. Súbitamente la reina se levanto, mirando a la ventana, cerrando los brazos sobre su pecho. — Yo no olvido, Morgan. — ¿Olvidar qué? — La sensación de estar marcada para morir. — Temblando convulsivamente, continuó: — Desde mis épocas de niña, supe que aún los mas próximos querían verme muerta. Mi propio padre me rechazo y después sometido a presiones, aceptó con reticencia, instalarme en la orden de sucesión. Mi hermana Mary me mantuvo cautiva en la torre y me hubiera ejecutado si hubiera habido alguna prueba incriminatoria Bajando la voz, se dejo inundar por los recuerdos — No puedo olvidar los malos tratos a que me sometió mi madre. Viviré para siempre a la sombra de su terrible fin, cuando la decapitaron. — Vivimos en una era brutal. — Si, en una era brutal y bárbara. Toda mi vida me sentí amenazada. Y ahora vuelven los rumores, alguien planea mi muerte. Lo siento aquí. Diciendo eso se llevo la mano al corazón, girándose para encarar a su fiel amigo. A la luz pálida que entraba por la ventana el vio no una reina, sino una joven asustada. Y por un breve instante noto el terror en sus ojos. Levantándose de inmediato, la abrazó, protector. — Yo no tengo miedo, Morgan. Con una oleada de ternura provocada por su visible inseguridad, Morgan le beso la frente a la soberana. Poquísimas personas en el reino se atreverían a tomarse esa libertad

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con su reina, pero la amistad que los unía, nacida en la infancia de la reina, se había consolidado a través del tiempo, en los buenos y malos momentos. —Lo sé, majestad. Y su falta de miedo es conocido en todo el reino. — dijo con suavidad, manteniéndola entre los brazos hasta que disminuyeron sus estremecimientos. Cuando se calmó, Elizabeth se aparto un paso y toco la cara de su amigo. — Preciso que estés aquí conmigo, Morgan. No debes dejar Inglaterra de nuevo. Él le apretó la mano y aseguró. — No la dejaré. Voy a descubrir de donde vienen esos rumores y la causa de los accidentes. Pero debes prometerme que te quedaras aquí entre las paredes del castillo hasta que todo se aclare. — No puedo quedarme confinada en Richmond. — Si precisas viajar, yo estaré a tu lado. ¿Comprendido? Ella asintió con un gesto y Morgan noto que se relajaba un poco la tensión. Ambos se giraron al oír ruidos en el cuarto Brenna tiro las sábanas a un costado, pensado sobre los que había oído. ¿Sería posible que a reina de Inglaterra estuviese en peligro? ¿O solo lo habría soñado? Había despertado completamente, sin embargo no estaba segura. Miro a Madeleine d'Arbeville, que dormitaba en la silla, y dedujo que no podía confirmar su impresión. La reina se aproximaba a la cama, y por la expresión serena y majestuosa de su rostro. Creyó que se había imaginado las cosas. Una mirada de reojo a Morgan, tranquilo y serio, la convenció de eso. Ambos no debían haber discutido nada más importante que de la humedad y el tiempo en Inglaterra. —Entonces, Brenna MacAlpin, despertó. ¿Cómo se siente? — Estoy bien, majestad — respondió, sentándose, insegura en sus movimientos a causa del fuerte mareo. La duda no le pasó desapercibida a Morgan, que se aproximó y la aseguro del brazo. — No tan bien como imagina — le dijo en voz baja. — ¿Quien sabe podríamos demorarnos un día o dos aquí en Richmond antes de viajar hasta mis propiedades en el campo. Brenna se preguntó si Morgan se dio cuenta del temblor que le causo ese toque, aunque él no esbozase reacción alguna. — Es una excelente idea — concordó la reina, batiendo palmas.

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De pronto un séquito de criados entró en los aposentos y Madeleine d'Arbeville se despertó confusa, mirando alrededor — Mon Dieu, ¿cómo es posible que me haya adormecido? — ¡Seguramente porque paso largas noches alrededor de mi sala de juego! — La reina lanzo una risa agradable. — Madeleine, tenemos buenas noticias, Morgan acepto en quedarse un día o dos en Richmond. Brenna sintió renacer las esperanzas. Al menos había una chance de obtener una tregua. Con un poco más de tiempo, tal vez consiguiese persuadir a la soberana a dejarla regresar a casa, a su amada Escocia, sin comprometerse con ningún lord inglés. Elizabeth ordenó a los criados: — Preparen los aposentos de huéspedes para lord Grey y su... invitada. La expresión de la reina se había transformado en pocos segundos, ahora reflejaba una viva alegría. — Oh, Morgan. Hace tanto tiempo que no te quedas conmigo en palacio… Satisfecho por verla olvidar las preocupaciones por lo menos algunos instantes, Morgan retribuyó la sonrisa. — Quedo con gran placer, majestad. — Celebraremos la ocasión con una gran fiesta. Brenna, ¿usted tiene otras ropas aparte de esas? — No, majestad — respondió ella, recordando el estado deplorable de su traje. — No tiene importancia — comentó la reina, llamando una de las criadas. — Mande una costurera para proveer lo que fuera necesario. Asintiendo con una reverencia, la joven se retiro del cuarto, mientras nuevas órdenes eran distribuidas y os lacayos se apresuraban a divulgar la noticia de la fiesta sorpresa. — Madeleine, ¿podría rescatar su marido de las obligaciones oficiales y pedirle que asista a nuestra reunión? — preguntó Morgan. — Oui. El debe estar ansioso por verlo, Morgan. Lamentó mucho su larga ausencia. — Levantando levemente las faldas, ella hizo una reverencia a la reina. — Con permiso, majestad. Momentos después, Brenna abandonaba los aposentos de la soberana. Caminando lado a lado con Morgan, seguían a un lacayo que los conducía a través de um largo corredor en dirección a la otra ala del palacio. Varios soldados de Morgan cerraban la comitiva ¿Guardias?, se preguntaba Brenna alarmada. ¿Sería posible que el la mantuviese bajo vigilancia como a un criminal común, allí, en la residencia de la reina?

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La sala de estar, amplia e suntuosamente decorada, daba a los jardines simétricos y bien cuidados, característicos del disciplinado paisajismo inglés. Una fragancia envolvente de rosas y lilas penetraba a través de las ventanas abiertas del balcón, Las paredes de piedra gris habían sido cubiertas con magníficos tapices ilustrando el árbol genealógico de la soberana y tapetes ricamente decorados con motivos florales se extendían en el suelo. Frente a la inmensa chimenea que dominaba una de las paredes, habían sido dispuestas sillas y bancos cubiertos con pieles de animales para aprovechar el acogedor fuego. Brenna notó con agrado las dos portas en los extremos de la sala, suponiendo que conducían a dos cuartos separados. Por lo menos en ese aspecto no se sentiría humillada como una prisionera, podría dormir sola, lejos de la mirada perturbadora Morgan. Ella notó con alivio que no había tampoco candados en los cerrojos de las cerraduras. En los cuartos casi idénticos, había camas enormes con drapeados de seda y sabanas de lino, el ambiente calentado por la chimenea y velas encendidas en los candelabros de las paredes. Cuando los criados terminaron de mostrarles las comodidades, se retiraron en silencio, dejando a Brenna y Morgan a solas por primera vez desde que habían llegado a Inglaterra. Incomodada con la irada penetrante del ingles, ella intento mantenerse ocupada andando por el cuarto. Tiro la capa de viaje sobre una silla acariciando la piel del tapizado. Se detuvo frente a un tapiz, fingiendo estudiar el delicado trabajo bordado y finalmente murmuro de espaldas a él. — ¿Cuánto tiempo pretende mantenerme prisionera? — ¿Prisionera? ¡Milady, usted es una huésped de la reina! — No, milord. Yo soy una prisionera. A pesar del hecho de estar alojada en el palacio y no usar esposas, no soy libre. — ¿Preferiría ser tirada en un calabozo, milady, hasta que la reina encuentre al noble deseoso de desposarla? Girándose para encararlo, Brenna respondió: — No quiero casarme con un inglés, no es secreto para nadie. Morgan sonrió, enigmático. — Esas palabras defraudarían a las damas de la corte. Ellas no esperan otra cosa que ganar un marido poderoso. O un amante rico, tal vez. — Hizo una pequeña pausa sugestiva antes de continuar. — Supongo que varios hombres serian muy felices de tomarla como su esposa, milady. Sobresaltada, Brenna fue al balcón, dándole la espalda.

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Un barco navegaba por el Támesis. Oh, se pudiese estar en esa embarcion, lejos de allí, lejos de las garras del hombre que deshizo su mundo en pedazos. Oyó pasos aproximándose y supo que el estaba muy cerca. La voz grave y profunda le provoco un estremecimiento. — ¿No es un paisaje encantador? Ella se negó a responder. — No hay vista más deslumbrante en el mundo que el sol naciendo de las aguas del Támesis, coloreando por los cielos del este. — Entonces no conoce el cielo azul sobre las Cheviot en Escocia, plateadas por el rocío — dijo Brenna, la voz trémula, casi al borde de las lágrimas. — Vera su tierra de nuevo — dijo Morgan, tan cerca de ella que la asusto — ¿Cuando? — preguntó con un hilo de voz, sin desviar la mirada del barco a la distancia. — Cuando este casada y haya declarado lealtad a mi reina. Entonces le será permitido volver con frecuencia para visitar a su gente. — Cuanta generosidad la suya, milord. — Se giro para encararlo, sintiendo el miedo y le desprecio aflorar con intensidad. — Cuando ustedes, ingleses, hubieran robado mi tierra, mis cosechas y mi ganado, me dejara volver para ver a mi gente pasando hambre. — ¡Cuanta tontería! — Sin pensar, la tomo por los brazos con ganas de sacudirla. Pero en el momento que la toco, su palabras salieron llenas de emoción: — Nosotros no somos sus enemigos. Un rico noble inglés no precisa de su ganado, tierras o cosecha. La intención de la reina no es apropiarse de sus posesiones. — Ah, ¿no lo es? — Brenna tiro la cabeza atrás, intentando liberarse, sin embargo cuanto más e esforzaba el mas la apretaba contra él, hasta sojuzgarla en un abrazo. El pecho jadeante se agitaba con la respiración entrecortada, el cabello enmarañado se derramaba sobre los hombros y los labios cerrados dejaban entrever la rabia que poseía. Morgan tenía consciencia de no haber sido sincero. El no precisaba de las tierras y los bienes de esa escocesa, pero había algo, si que deseaba cada vez que la miraba, algo que deseaba intensamente. — ¿Entonces mi contacto es repugnante? — Los labios se detuvieron a escasos centímetros del rostro de Brenna. — Si, milord — respondió, aunque no luchase para deshacerse del abrazo. — Nao puedo decir lo mismo— susurró él, besándole la frente sintiendo el temblor casi imperceptible que su gesto provoco.

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Ella luchaba para no dejarse llevar por las emociones. ¿Por qué lo labios de él eran tan tiernos? ¿Y las manos que la aprisionaban gentiles como una caricia? — No haga eso, milord. El levantó la cabeza por un instante, y Brenna respiró profundamente, esperando aclarar los pensamientos. En vano. En ese momento Morgan llevaba su mano a los labios y, con suavidad, le acaricio los brazos subiendo hasta detenerse en el cuello. — Es una bella mujer, Brenna MacAlpin. Una bella mujer, cuya familia perpetúa las fuertes tradiciones del clan ¿no es cierto? — preguntó, pero cuando Brenna iba a hablar, la silenció con un dedo en los labios. — También desciendo de una familia tradicional. Desafortunadamente nos transformamos en seres civilizados. Los dedos ásperos y callosos delinearon el contorno de su boca suave, que se entreabrió a la caricia. — Hubo um tiempo — continuó Morgan — en que los miembros de la familia Grey, al ver una bella mujer con los cabellos negros como el carbón y ojos violetas seductores... Simplemente la tomaban para sí. Sin dar a Brenna tiempo de reaccionar, la beso apasionadamente. Una oleada de calor la invadió e, instintivamente, ella lo envolvió en los brazos. Sentía placer y no conseguía siquiera pensar en detenerlo cuando Morgan abandonó la boca y recorrió el cuello con los labios —Estas hecha de pétalos de rosa… Deliciosas rosas — el susurro y volvió a besarla. Brenna se dejo llevar por la excitación, intuyendo el peligro, los misterios secretos del deseo. Por alguna razón, que escapaba a su comprensión, sentía la desesperada necesidad de vivir esa experiencia. El ruido en la puerta abriéndose llego hasta ellos quebrando la magia del abandono. Maldiciendo en voz baja, Morgan levantó la cabeza. — Milady. Una criada los observaba e inmediatamente bajó los ojos, contrita. — Su majestad envió una costurera para comenzar el vestido para la fiesta, milady. —- Gracias — consiguió decir Brenna. Aturdida, acompañó la salida rápida de la vieja mujer y vio otra extendiendo rollos de telas sobre la cama. Intento liberarse el abrazo, pero Morgan continuaba agarrándola. Levantándole la barbilla, miro dentro de los ojos, leyendo el conflicto en que se debatía. — Creo, milady, que no me considera tan repugnante como había declarado.

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Ella sintió las mejillas arder. ¿Que había hecho Morgan con ella? ¿Cómo se perdió en las caricias al punto de olvidar quien era ella y lo que le representaba? — Puede irse ahora. Ocúpese de su traje de noche. Pero recuerde, lo que aconteció entre nosotros aun no término. Brenna se aparto, mortificada por su desliz. Apoyándose contra la balaustrada del balcón, mientras ella corría a la sala, Morgan observaba la embarcación que lentamente desaparecía en una curva del rio. Las manos temblaban. Tal vez Brenna tuviese razón a su respecto. Si no hubiesen interrumpido, el la habría poseído allí mismo, como um bárbaro maniático.

Capítulo 8 — ¿No es bueno estar de regreso en Inglaterra? — preguntó Alden, instalándose confortablemente frente al fuego. — Sin duda. Morgan, en pié, bebía una copa de cerveza. De las puertas cerradas del cuarto de Brenna, llegaba el sonido de las conversaciones, voces femeninas se superponían, ocasionalmente con una exclamación enojada. Las criadas, por lo que aprecia, estaban encantadas con los preparativos para la fiesta y querían dejar a la dama escocesa, huésped de la reina, a la altura de las señoras de la corte. — Entonces, esta vez te quedaras unos días. — Preciso quedarme. La preocupación por la seguridad de Elizabeth alteró mis planes. Seos rumores se confirman, voy a agarrar al infeliz que esta conspirando contra nuestra reina. Apretó la mano en la empuñadura de la espada. Elizabeth significaba mucho mas que la reina venerada, .era su amiga más querida, era su íntima confidente. Nadie la amenazaría y viviría para contarlo. Cuando terminase con esa tarea, pensaba, bebiendo otro trago de cerveza, podría poner fin a otro problema de su vida. — Mira, los guardias — Morgan hablo bajo, en tono conspirador. — No pueden perder la dama de vista ni un minuto, sin embargo deben ser discretos. — ¿Discretos en que sentido?

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— No precisan andar por el palacio con las espadas desenvainadas. Pero no pueden dejar de observarla todo el tiempo, a no ser cuando este en el cuarto. — ¿Tanto cuidado es realmente necesario? ¿Crees que ella puede huir de aquí? Morgan cerro os dedos en el pie de la copa. — No estuviste con nosotros en las Tierras Altas. No en el viaje de regreso. — Toco los vendajes de la herida. No olvidaría tan rápido las habilidades de Brenna con la daga. La dama tenía un temperamento decidió. — Es verdad, oí a los soldados comentarlo — mencionó Alden, ruborizándose cuando vio la expresión seria de Morgan. — Arrancaré sus cabezas si los encuentro desparramando chismes sobre la escocesa mientras ella este bajo mi protección. — Solo quise decir que lo hombres hablaron de ella con respeto — dijo Alden deprisa, al mismo tiempo que se levantaba. — Voy alertar a los guardias. Mientras Alden se encaminaba para la puerta, Morgan agrego: — Cuando terminemos este incidente, precisamos encontrar otro motivo para emprender una guerra, en algún lugar bien lejos de aquí, viejo amigo. — Pensé que estaba exhausto de las batallas. — ¡Ah! Eso fue antes de transformarme en la niñera de la muchacha fronteriza. Una sonrisa maliciosa acompañó el asentimiento de Alden. Cuanto antes la reina encontrase un marido para Brenna, Morgan pensaba enojado, mas deprisa su vida volvería a la normalidad. Su vida. Sea mundo. El había construido una vida satisfactoria. No importaba cuantos errores cometiera, los había- superado. Y esa escocesa no podría destruir su ordenada rutina. Las velas estaban encendidas, apartando la penumbra con un resplandor amarillo. Morgan fue hasta el balcón y mirando hacia abajo vio las luces centelleantes de las villas a lo lejos y de las antorchas de los barcos anclados en las márgenes del rio, quebrando la oscuridad de la noche. Sintió una puntada de nostalgia. Extrañaba navegar por el Támesis rodeado por el cielo el agua en ningún lugar específico, lejos de las intrigas políticas de la corte.

Oyó la puerta abrirse, junto al sonido de las sedas, cuando las criadas se retiraban de la sala. Cuando quedo solo silencio se giro lentamente.

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Brenna estaba en pié en el marco le la puerta del salón de estar, y Morgan creyó que retrocedía en el tiempo... Cierta vez, cuando Morgan era un joven imberbe, había desafiado un soldado cuya reputación de eximio jinete se desparramo por toda Inglaterra. Durante las pruebas de hipismo, el caballo del oficial salto sin problemas todos los obstáculos, pero el de Morgan se había asustado, reusándose a saltar, tirándolo por los aires, afortunadamente no había golpeado en los escalones, pero cayó en un arbusto cercano. Jamás olvidaría la sensación de quedarse completamente sin aire en los pulmones, peleando por respirar. Exactamente así se sentía en ese momento, aturdido por la belleza impactante de Brenna. El vestido de satín rojo con un generoso escote revelaba los senos altos y firmes y modelaba la cintura estrecha. La falda descendía en camadas leves cubriendo los zapatos del mismo tono y las mangas eran entrelazadas con encaje delicado, el mismo utilizado para el cuello alto y plisado que rodeaba el rostro partiendo de los hombros como un abanico abierto. Los largos cabellos oscuros habían sido peinados de lado y caían sobre el pecho en suaves ondas. No ostentaba joyas en la blanca piel del cuello, produciendo un contraste de extrema simplicidad y al mismo tiempo singular belleza. Morgan se vio asaltado por un súbito pensamiento. Todos los hombres e la corte iban a pedir su manso en casamiento, y la reina no encontraría dificultad en escoger un marido para la muchacha ¿Por qué la simple idea le provocaba tal malestar? La ´puerta de la sala de estar se abrió y Alden entró en el cuarto. Por un instante miro a su amigo y entones se volvió para admirar a la bella joven. Sorprendido, declaró: — Está encantadora, milady. Morgan no dijo nada.las palabras no conseguían describir su emoción. ¿Cómo decir que la piel blanca de esa muchacha extraña se parecía al alabastro, o que los ojos competían en belleza con las lilas que crecían salvajes en los claros del bosque? — Gracias, milord — respondió Brenna con una tímida sonrisa en dirección a Alden. Morgan habría dado todo por verla sonreírle a él así. Lady Brenna era bella cuando estaba enojada, pero deslumbrante cuando estaba feliz. La sonrisa se deshizo, dando lugar a una mirada tímida metras comentaba. —Las costureras de su reina parecen tener agujas mágicas. Yo soy muy habilidosa en la costura, pero jamás había visto algo tan esplendido como este vestido.

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Morgan atravesó la sala, tomando una copa de vino de una bandeja de plata. Al ofrecerla a Brenna, rozo sutilmente sus dedos con los de ella. — El traje no significaría nada sin la mujer que lo viste — elogio. Satisfecho, vislumbró un comienzo de rubor en las mejillas de Brenna. Al beber el vino, ella sintió el calor subir por su cuerpo. Sin duda seria la bebida, pensaba, y no la proximidad perturbadora de Morgan. El había cambiado el uniforme de soldado por calzas de satín y túnica negras de seda muy elegante, bordados con el escudo de armas de la familia. Aun así, emanaba un aura de peligro, y Brenna se esforzaba para no dejarse arrastrar por su fascinación Girándose a Alden, quiso saber: — No estoy habituada a las costumbres de la corte, milord. ¿Se espera de mi algo en especial en la fiesta de esta noche? — Nuestros hábitos no son tan diferentes de los suyos. Solo vamos a comer, beber y disfrutar de la compañía de buenos amigos. — Amigos... Deliberadamente Alden ignoró el sarcasmo del comentario. — Estas personas serán sus amigos también, si así lo permite. Ésta claro — agrego con ironía — que habrá muchos brindis a la salud de la reina. Acepte un consejo, milady. Cuidado con el vino, que puede subírsele a la cabeza. — Gracias. Recordare el consejo. Sin duda, precisaría mantenerse sobria y atenta. Alden y Morgan eran sus enemigos, así como todos los que esperaban abajo. Morgan vacio la copa antes de ofrecerle el brazo. El mero toque de la mano delicada le causo una tensión insoportable que disfrazo lo mejor que pudo. Cuando dejaban la sala, Brenna notó los dos soldados guardando la puerta de entrada. Después de saludar a su jefe los siguieron a pocos pasos de distancia. ¿Hasta allí, en el palacio de la reina le restringían la libertad? Se indignó ella. Desde las escaleras ya se oía el murmullo de las conversaciones, las risas ocasionales. Con todo, cuando entraron en el salón se huso un súbito silencio y todos los rostros se volvieron para ver a la pareja. Manos discretamente levantadas cubrían exclamaciones ahogadas y comentarios a media voz. Aquellos que habían estado en la corte a la mañana se sorprendían con la transformación de la escocesa. Se había desvanecido la imagen de la viajera exhausta y derrumbada dando lugar a una mujer soberbia.

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Los hombres envidiaban a Morgan Grey y de buen grado aceptaban la tarea de escoltar aquella joven; las mujeres lamentaban la presencia de la intrusa. "La dama de hielo no es tan imperturbable como desea demostrar ", pensó Morgan, sintiéndola tensar el cuerpo ante las miradas especulativas. Gentil, Morgan le apretó la ano para infundirla ánimo. Atravesaron el salón en dirección a la anfitriona, Brenna manteniendo la cabeza erguida, el paso seguro. Saludo a Elizabeth con una ligera reverencia mientras Morgan se curvaba en respetuosa reverencia, llevando la mano de la reina a los labios. — ¿Es posible que sea la misma mal vestida que nos presento en la corte, Morgan? — Si, majestad. Y lady Brenna declaró que sus costureras trabajan como por arte de magia. — Sin duda — concordó la reina, estudiando a la bella joven lentamente. — Tal vez brujería — agrego riendo. — Cuidado, mi amigo, para no ser hechizado. — Vuestra Majestad me conoce bien. — Sonrió, apartándose con Brenna para que Elizabeth continuase recibiendo los saludos de los invitados, que formaban una larga fila. Una vez que se presentaban a la reina, los nobles y sus acompañantes se detenían frente a Morgan, para conocer a la dama escocesa, motivo de tantas especulaciones. Después de una hora de inclinaciones, reverencias y sonrisas, Brenna daba señales de fatiga. — Tantos nombres, tantos títulos — susurró cansada. — Ánimo, de aquí a poco podrá considerarlos sus amigos. — Ellos son sus amigos, milord. Para mí no pasan de ser ingleses. Morgan no dio muestras de enojarse ante la respuesta. Madeleine D'Arbeville, duquesa de Eton, y su marido saludaron a Elizabeth efusivamente, y la reina lo retribuyo con afecto, sonriendo y haciendo comentarios, antes de girarse a Morgan y Brenna para incluirlos en la conversación. — Charles, su esposa parece haber hecho una nueva amiga hoy, aunque usted no la conoce aun. Morgan presenta a la dama. — Charles Crowel, duque de Eton, permítame presentarle lady Brenna MacAlpin, recién llegada de Escocia. El caballero se inclino para besarle la mano y ella aprovechó para observar al marido de la simpática francesa. Los s vivos ojs verdes, amistosos, reflejaban una sonrisa sincera.

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Vestía calzas oscuras y túnica verde esmeralda. Alto, de cabellos oscuros ya grises en las sienes, poseía encanto y elegancia. — Madeleine me hablo de usted, milady — dijo, soltando la mano de Brenna y entrelazando los dedos con su esposa en un gesto cariñoso. Charles y Madeleine formaban una bella pareja y notaba que eran una pareja feliz. Esa idea provoco un profundo dolor Brenna, consciente de que, cualquiera que fuera el arreglo que la reina hiciera, ella jamás sería verdaderamente feliz. — Nos gustaría mucho que nos viniera a visitar y conocer nuestra casa, mientras este en Inglaterra. Una súbita preocupación nublo su expresión. Así como la reina, esas personas estaban seguros de que ella se establecería en la corte y se casaría con un ingles. El simple pensamiento le causaba malestar, aunque hiciera un valiente esfuerzo, no conseguía ocultarlo. Morgan sintió un gran respecto por la escocesa determinada, que estaba manejando con habilidad el autocontrol en una situación extremadamente difícil. Charles y su esposa se retiraban para dar lugar a otros invitados cuando Madeleine tocó el braço de Brenna, diciendo: — Hoy a la noche tenemos poco tiempo para conversar, pero muy pronto, si Morgan lo permite, voy a concertar un té, chérie. Son muchos los que quieren conocerla. “Si Morgan lo permite” pensó Brenna, sofocando una inmensa ganas de llorar. Antes de poder responder, los nombres y os rostros se confundían en una imagen nublada. Un caballero solo se adelanto para saludar a la reina, girándose luego con la expectativa de ser presentado a la compañera de Morgan. — Ah, lord Windham. — Elizabeth parecía animada con la llegada del noble. — Aun no conoce a nuestra huésped escocesa. ¿Morgan, tu harías las presentaciones? — Brenna MacAlpin, permítame presentarle a lord Windham, secretario de la reina. ¿Sería su imaginación o había detectado una señal de tensión en la voz de Morgan?, se preguntó Brenna. — Lord Windham — dijo ella, observando los ojos grises, opacos como el cielo antes de las tormentas. Las ropas impecables en su cuerpo delgado. El rojo escarlata de la túnica le confería un aire majestuoso. Sin duda era el hombre mejor vestido de la noche. — Milady. — Los ojos fríos la recorrieron con insolencia, antes de que se inclinase para besarle la mano.

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Al levantarse, continuo asegurando a Brenna que, incomoda tiro su mano con firmeza para atrás. — La reina me contó que usted es el trofeo de guerra de Morgan Grey. Brenna contuvo el impulso de abofetearlo. En vez de eso levanto la cabeza y enderezo la espalda, respondiendo con altivez. — No soy trofeo de nadie. — ¿Ah, no? — provocó lord Windham. — ¿Quiere decir que vino a Inglaterra a buscar marido libre y por voluntad propia? — agregó sarcástico: — ¿Será que existen tan pocos hombres atractivos en su tierra que la señorita los abandona para cambiarlos por Morgan Grey? Brenna no respondió, shockeada y el levanto la voz para ser oído por los demás. — Oi decir que la reina pensaba organizar um torneo para decidir quién se quedaría con la señorita. Pero ya que esta aquí por voluntad propia, ¿quién sabe, quiera ir a la cama de un ingles con satisfacción? — Ya basta, Windham — dijo Morgan en voz baja, para que sólo el pudiese oír. Con todo, aunque hablase con aparente calma, el tono cortante no paso desapercibido para Brenna. — La dama espera um tratamiento más gentil por parte de los caballeros ingleses. — ¿Y por casualidad, tu sabes cómo se comportan los caballeros? El reino entero te conoce a usted y sus hombres, Morgan Grey. Son todos barbaros y solo se sienten felices cuando derraman la sangre del enemigo en batalla. — Por lo menos no soy un noble inútil cuyo único interés es despojar damas indefensas de su virtud. Ambos se encararon con rencor por algunos minutos, y fue la reina quien quebró el silencio. — Dos garañones no deben convivir en los mismos pastos — dijo secamente. Un largo y denso silencio corrió por el salón. Apoyando la mano sobre el brazo de Windham, Elizabeth preguntó: — ¿No trajo ninguna acompañante? — No, majestad. Hay tantas beldades en el reino deseando disfrutar de su hospitalidad… y yo soy solo uno, no conseguí escoger entre ellas. La reina se divirtió con la broma, tirando la cabeza atrás en una carcajada. — Por los chismes que andan por la corte, diría que tiene el vigor de diez hombres, milord.

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Compartiendo una sonrisa complica, el respondió. — No siempre debe dar oídos a los rumores — Si solo la mitad de los comentarios fueran ciertos, entonces su vida social le deja poco tiempo para otras actividades. — Debemos disfrutar del placer, donde quiera que él se encuentre. — Lord Windham miro a Brenna con aire especulativo. — Y tal vez la obligación de un hombre se vuelva su placer. — Morgan se quedo tenso, pero antes de que pidiera decir algo, Alden hablo: — Los súbditos queriendo demostrarle su cariño se están poniendo impacientes, majestad. Lord Windham le lanzó una mirada desagradable antes de apartarse. — Tenga cuidado, mi amigo — comentó Alden, à medida que el adversario de Morgan se perdía en la multitud. — Um día de estos Windham puede cansarse de soportar tus bravatas y levantar a espada contra ti. — Solo si fuera por la espalda. El es un cobarde y jamás se atrevería a enfrentarme. — Entonces mantente atento. Un cobarde es el peor tipo de enemigo. Nunca hace lo que se espera de él, actúa siempre de sorpresa. — No pierdas tú tiempo preocupándote por mí. Es la reina que esta precisando del máximo de nuestro cuidados. El mayordomo real anuncio el banquete. Con una sonrisa astuta la reina miro a su súbditos, analizando los hombres y las mujeres ricamente vestidos que formaban su círculo mas intimo en la corte. Ellos eran nobles, ricos y poderosos, con los que se sentía a gusto. Todos la miraban a ella con expectativa, ansiosos para ver a quien escogería para acompañarla a la mesa. Lord Windham la observaba con una sonrisa afectada. Si ella escogiera su compañero predilecto, la escocesa quedaría sin pareja y el pretendía ofrecer su brazo a lady Brenna. Sería muy divertido flirtear con ella, y, quien sabe, seducirla. Si, por otro lado, la reina permitiese que Morgan se quedara con la dama que había capturado, eso haría que Windham fuese la elección más adecuadas para escoltar a la reina. Con seguridad el seria el elegido. Por eso fue que no llevo acompañante en esa ocasión. Adoraría sentarse à la derecha de la reina por el resto de la noche, ávido como siempre por ocupar el centro de atracción. La reina sabía que no había gran compatibilidad entre Morgan y Windham. Aunque lord Grey fuese su mejor amigo, apreciaba mucho el humor corrosivo de Windham. Aparte

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de todo, el era un hombre de mundo, elegante y de conversación amena. Y un excelente compañero de baile. Ya que Morgan no parecía disponible, escogería al sarcástico Windham. — Lord Windham, acompañe su reina en la comida — Mirando con desdén en dirección de Morgan, Windham ofreció el brazo a la soberana, conduciéndola al salón del banquete, mientras eran seguidos por los invitados. — Morgan — llamó la reina —, usted y lady Brenna se sentarán en mi mesa. Morgan refunfuño en voz baja, sin dejar transparentar su desagrado. Precisaba de toda su fuerza de voluntad para ser civilizado con el detestable Windham. — Claro, majestad. Será un placer — respondió. Mientras los invitados tomaban sus puestos en las mesas enormes, Morgan y Brenna siguieron a la reina hasta la mesa principal, donde todos podían verlos. Morgan aparto la silla para Brenna y, en ese momento ella murmuró: — Parece que la reina y lord Windham son amigos muy íntimos. — Es verdad. El es continuamente solicitado para hacerle compañía. — ¿Y el señor, milord! — Yo también disfruto de una… relación muy próxima con mi reina. — ya me di cuenta. ¿Sería una pequeña muestra de celos lo que percibió en el tono de voz de Brenna? ¿O estaría solo suposiciones alocadas? El se sentó a su lado. Hasta entonces había detestado la idea de pasar una larga noche junto a los fútiles inconsecuentes invitados e la reina, pero súbitamente había cambiado de idea, esperando las horas siguientes con ansiedad. La escocesa parecía, no era tan indiferente a sus encantos como quería aparentar. Y no había nada más excitante para Morgan que un duelo. Especialmente con una bella y brillante mujer.

Capítulo 9 El grandioso salón de banquete en el palacio de Richmond mostraba toda la magnificencia de la corte de Inglaterra. Cada mesa era atendida por numerosos criados en libreas de satín con colores vivos, moviéndose silenciosamente. Transportaban enormes bandejas con lechones asados, así como bandejas con faisanes, perdices y codornices.

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Grandes cestas de mimbre con pan aun caliente estaban esparcidas por la mesa, junto a los bollos humeantes. Las copas y vaso nunca quedaban vacios, siendo continuamente llenados de vino y cerveza. Durante la comida, elevaban brindis por la reina, la país y su gente. Los lacayos arrodillándose frente a Elizabeth, mostraban las bandejas ricamente ornamentadas, a lo que ella respondía con un gesto, la expresión levemente aburrida. Entonces los criados llevaban las bandejas apara la apreciación de un súbdito sentado en la extremidad de la mesa de la reina vestido con un manto brillante. — ¿Quién es él? — susurró Brenna. — Lord Quigley, el probador oficial de la corte. Brenna miraba estupefacta mientras el hombre de cabellos blancos probaba un bocado de cada comida antes de dar su aprobación. Solo entonces el criado volvía a arrodillarse frente a la reina, esperando que un segundo lacayo sirviese las porciones en el plato. La rutina se repitió durante toda la comida, pero lord Quigley y Elizabeth no cambiaban una palabra ni siquiera una mirada. Brenna se sentó a la mesa entre Morgan y lord Windham. Aunque hubiera una febril actividad en torno de ellos, ella estaba hipnotizada por su compañero cuya voz grave y profunda contrastaba con los sonidos agudos de las risas de los otros invitados. La intensa mirada oscura atrapaba toda su atención. — ¿Como se hizo líder de los MacAlpin? — preguntó Morgan mientras una criada llenaba su vaso de cerveza. — Mi padre fue asesinado por un cobarde. Mi hermana mayor, Meredith asumió el liderazgo del clan. El noto el rencor en la respuesta y sintió una profunda compasión. — ¿Ese cobarde era inglés? — No. Fue uno de nuestros hombres, que codiciaba nuestras tierras. — Entonces no todos los villanos diabólicos en la faz de la tierra son ingleses. Brenna no apreció el humor sutil del comentario. — Con todo estamos hartos de los ingleses, ya tuvimos un sin número de problemas con ellos. — declaró. Morgan decidió desviar el rumbo de la conversación a un nivel más ameno, no quería iniciar un debate en presencia de la reina. — ¿Por qué su hermana ya no es líder de los MacAlpin?

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— Meredith se caso con uno de los jefes de las Tierras Altas y vive con él en su fortaleza de la montaña. — Su expresión se suavizo al recordar a su hermana, llenándola de amor y melancolía. — Y como en su ausencia yo soy la mayor, la responsabilidad de defender a mi gente recayó en mí. — ¿Crees que existe amor verdadero entre tu hermano y su marido? — ¿Por qué pregunta eso? — Porque pareces contenta la hablar de ellos. ¿Sera qué ese líder de las Tierras Altas hace feliz a Meredith? — Con seguridad — respondió Brenna, sonriendo abiertamente. Una vez más, Morgan reparó en su belleza cuando se relajaba. — El robó su corazón. Es un amor verdadero y fuerte. Lord Windham, oyendo la conversación, profirió un sonido burlón, diciendo con ironía. — Eso va a durar un año o dos máximo, mientras disfruten los placeres de la cama. Entonces el verdadero amor va a mostrar sus verdaderos colores. Brenna oyó horrorizada el comentario malicioso. — Yo presencie le infinito amor que unió a mis padres. Y ese mismo amor existe entre Meredith y Brice. Esta en los ojos, en los gestos, las palabras cariñosas con que se tratan. Resentido con la interferencia de Windham, Morgan intentó nuevamente desviar la conversación. — ¿Que ocurrió con el asesino de tu padre? Morgan Grey era muy hábil para cambiar de asunto cuando así le convenía, pensó Brenna antes de responder: — Está enterrado junto a sus compañeros que se atrevieron a enfrentar a los MacAlpin. Morgan examinaba a la joven a su lado. Sin duda, era una dama refinada y gentil, sin embargo el había descubierto otro lado. Su gente la respetaba, una gente sometida por generaciones y generaciones. Y él pensaba como un soldado. Por dos veces casi consiguió herirlo seriamente. Levantando la copa hasta los labios sonrió. Por dos veces ella había fallado. Sin duda, estaría encantado de enfrentar a la dama en un duelo. Duelo de palabras y de habilidades.

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A cada brindis por la reina, la multitud estaba cada vez mas excitada. A cada trago de vino, los nobles se volvían más audaces. En un determinado momento, lord Windham se levanto para ofrecer un brindis. — À mi graciosa soberana, Elizabeth, la más maravillosa monarca que Dios creó. — Windham se apoyo en la mesa con las dos manos para no caer, bajo el efecto del vino. Elevando la voz con emoción continuo. — A sus cabellos, que brillan con el esplendor propio del sol. A sus ojos, dos perfectos zafiros. A su boca, que solamente profiere perlas de sabiduría. Se detuvo enjugándose una lágrima de los ojos, conmovido por la propia exhibición de inteligencia, haciendo una pausa antes de continuar. Pero la reina se inclino a Morgan y Brenna, cuchicheando: — Olvido mencionar mis dientes, ellos aun son originales. Morgan rió con gasto y por un momento Brenna se sorprendió con el sarcasmo de la soberana. Después de un instante sonrió divertida. — A sus dientes — retomo Windham, pero Morgan elevó su copa, y los demás lo imitaron con sonoros vivas, cubriendo con sus voces cualquier otra palabra que el noble pretendía decir. El se sentó, colorado y feliz por lo que consideraba un estruendoso suceso. — ¿Qué opina de mi fiesta? — preguntó la reina, inclinándose frente a Windham para dirigirse a Brenna. — Maravillosa — respondió ella con sinceridad. — Nunca había visto tantos nobles e damas tan magníficamente vestidos. Y la variedad de comida es simplemente admirable. — Veo que no tocó su vino — dijo Elizabeth indicándola copa aun llena. — Me advirtieron que habría muchos brindis majestad y no quiero hacer el papel de tonta. — Estaría en buena compañía, el salón está lleno de tontos, ¿no es así, Windham? — Si, majestad — respondió el, arrastrando levemente las palabras, la expresión nublada por el alcohol. — Somos todos unos tontos enamorados de su belleza. — ¿Ve por que lo escogí como mi compañero esta noche, Brenna? Vive adulándome con sus palabras melifluas. Morgan dejo la copa en la mesa y se dirigió a la reina. — Una mujer con su fuerza e inteligencia no precisa de adulaciones vacías para llenar su cabeza.

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— Es en ese punto que tu y yo discordamos, lord Grey — dijo la reina con una risa alegre y jovial. — Aun una mujer inteligente y fuerte desea oír palabras bonitas. ¿No es así, Brenna MacAlpin? Brenna quedo espantada por la pregunta, pero no mintió al declarar. — Prefiero la honestidad a las adulaciones, majestad. — Usted realmente es una mujer fuera de lo común. Sin embargo creo que si el hombre indicado le hiciera elogios a su belleza, descubriría que también posee cierta debilidad y se deleitaría con ellos. La reina se giro para mirar en dirección a los músicos. De golpe se levanto, y la multitud la acompaño, quedando todos en pie. — Estoy cansada del banquete. Ahora quiero danzar — declaró, apoyándose en el brazo de de lord Windham. Se giro a Brenna. — ¿Usted danza? Ella negó con un gesto. — John Knox considera la danza como un instrumento del demonio, y ahora está prohibida en mi tierra. — Ah, sí, Knox — dijo Elizabeth con una risita. — Há de ser terrible para mi prima Mary, tan romántica y amante de la diversión, que ese hombre tenga tanto poder sobre su gente. Examinando a la adorable joven que llegara de Escocia, dijo a su amigo: — Morgan, traiga a nuestra… invitada. Mientras ella este en suelo ingles, vamos a olvidar ese profeta de la oscuridad y mostrarle la alegría de la sociedad inglesa, abierta y avanzada. Una vez más Brenna se vio obligada a tomarle el brazo de Morgan y seguir a la reina. Mientras la multitud se organizaba formando pares, los músicos comenzaron a tocar. En pocos minutos la reina y lord Windham, junto a las otras parejas formaron un círculo, girando por el salón. Morgan condujo a Brenna hasta una silla, ofreciéndole una copa de vino, antes de sentarse a su lado. Ella no pudo evitar reparar en las piernas musculosas moldeadas por las calzas de satín y ruborizada desvió la mirada. Observar a los danzarines tampoco la calmaba, por toda parte veía señales de flirteo y seducción. Las mujeres se inclinaban para adelante, exhibiendo los generosos escotes. Los hombres, de calzas ajustadas, andaban en círculos de modo pomposo y afectado y luego tomaban a las damas por la cintura en un apretado abrazo antes de dar los primeros

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pasos de danza, Brenna, aturdida, no entendía como las mujeres aceptaban el contacto íntimo sin mostrarse contrariadas. Y por los susurros t secreteos ellas parecían animar la intimidad. Al final de la música, los hombres se inclinaban y besaban las manos femeninas. Algunas damas les ofrecían las mejillas y una de ellas llego a s r besada en la boca por su compañero. Viendo esa escena, Brenna se ruborizó-, llevando la copa de vino hasta los labios para esconder su vergüenza. Morgan la observaba fascinado. — ¿Escandalizada, milady? Brenna sentía las mejillas arder, pero negó con vehemencia. — Solo estoy sintiendo algo de calor — Tal vez apreciase un paseo el fresco aire nocturno— la invito con calidez. — No. — Apenas respondió, dándose cuenta de que había rechazado la propuesta con demasiada vehemencia, dando a Morgan un motivo más para burlarse. — Supongo que no quiere danzar. — No puedo. — Entonces nos quedaremos sentados aquí, disfrutando de nuestro vino — Morgan levantó su copa. — Morgan, usted tiene que danzar, venga — llamó la reina, girando en los brazos de un nuevo compañero. El consultó a Brenna, que negó con un gesto y fijo la mirada en el suelo. — ¿Con miedo de John Knox? ¿Esa es la razón por la que no quiere bailar? — Morgan bromeo. — No creo que alguien aquí en la corte vaya a hacer intrigas y contar los suyos lo que ocurre esta noche. — No tengo miedo de John Knox. — Es el pecado en si ¿entonces? ¿Sera condenada si danza? — No considero que danzar sea un pecado, milord. — ¿Entonces por qué no quiere danzar? — Ella suspiró, resignada. — Excepto con mis hermanas y algunos pocos jóvenes en las fiestas de casamiento, nunca dancé. Tengo recelo de parecer… torpe Morgan sonrió gentilmente.

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— ¿Torpe? ¿La señorita? Eso es imposible. Venga — la invito levantándose y ofreciéndole la mano. — No sé cómo actuar — dijo ella, mordiéndose el labio. — Yo le enseñare. Morgan tomó la copa de vino de sus manos, colocándola sobre una pequeña mesa lateral. Mientras los músicos ejecutaban una balada sencilla, él le instruía sobre los intrincados pasos de la danza. — Permítame conducirla. En mis brazos, usted, solo precisa seguirme. — Pero yo voy para la derecha y usted para la izquierda. Ella sentía la presión de los dedos en la espalda, la mano firma pero gentil que la guiaba. — No mire los pies —susurro Morgan, levantándole la barbilla con un gesto delicado. Brenna lo miro aturdida. ¿Por qué s conmovía con su tacto? ¿Por qué el tenía que ser tan buen danzarín? Se sentía segura en el circulo de sus brazos que parecían hechos para acogerla así eternamente. Morgan la atraía mas moviéndose al compas de la música. Pronto Brenna acompañaba el ritmo con gracia y elegancia. — Espero que John Knox no decida escoger justamente esta noche para visitar a la reina de Inglaterra — murmuró Morgan en su oído. — Repito, milord no considero danzar un pecado. — Tal vez. Pero todos los que están mirándonos alrededor, se están dando cuenta de lo que estoy pensando. Y le aseguro que mis pensamientos son bastante pecaminosas, milady. Las mejillas de Brenna se incendiaron de rubor. Sólo um inglés vulgar podría hacer tal comentario de mal gusto. Ella mi siquiera como lidiar con tal atrevimiento. — Perdóneme, milady — se disculpó Morgan. — Puedo imaginar que una mujer reservada si siente perdida en medio de esta decadencia. La risa maliciosa con que acompaño la declaración la dejo furiosa. Brenna intentó desasirse del abrazo, sin embargo fue mantenida cautiva. La rabia duro poco. El placer de la proximidad volvió a saltarla nuevamente se dejo conducir por el salón. A través de la falda de satín podía sentir el contacto de las piernas

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masculinas, y se pecho se pegaba al de Morgan. Cuando el respiraba, Brenna sentía el aliento caliente rozarle los cabellos y lentamente casi contra su voluntad, cerró los ojos. Con un suspiro, se hundió en la irresistible sensación de rendirse a sus deseos reprimidos. Acariciándole los cabellos, relajo la tensión y enlazo los dedos de la mano derecha con la de su compañero. — Ée una excelente alumna, milady. Brenna suspiró una vez más, pensando que en verdad el profesor era excelente. — ¿Existe alguna otra cosa que desearía aprender? — insistió Morgan, seductor. Ella abrió los ojos de repente, encarándolo. — Recelo que no haya nada más que me pueda enseñar. — ¿Le importaría apostar veinte chelines? — provocó el, con una risa burlona que la lastimo. — No quiero danzar mas con usted, Morgan Grey. En ese instante un duque ya anciano toco el hombro de Morgan para solicitarle el honor de cambiar de pareja. — Parece que sus deseos son órdenes, milady — dijo, dando un paso para atrás, y, antes que pudiese darse cuenta de los que estaba ocurriendo, Brenna se encontró en los brazos del anciano noble. Al mirar por sobre le hombro, ella vio a Morgan danzando con la reina, mientras lord Windham permanecía en pié, solo en medio del salón, observando la pareja. Brenna no sacaba los ojos de Morgan, conduciendo con elegancia su pareja en rápidos y armoniosos giros. Por la facilidad con que se deslizaban, ella supuso que habían danzado juntos en diversas oportunidades. Elizabeth miro fijamente a sus amigos, diciendo algunas palabras que lo hicieron reír e inclinarse para susurrar la respuesta. ¿Qué seria esa extraña sensación que la asaltaba? ¿Celos? Descarto de inmediato esa hipótesis. ¿Cómo podía tener celos de quien no le interesaba en absoluto? Minutos después, estaba danzando con otro compañero, Charles Crowel, duque de Eton. — Mi esposa Madeleine está encantada con la señorita, milady. — El afecto es reciproco. Nunca olvidare la amabilidad que demostró para conmigo. — Madeleine posee un corazón generoso y gentil. No olvida lo que significa sentirse una extranjera en una tierra distante. Sin embargo mis amigos hicieron todo lo posible para recibirla bien en Inglaterra y ella está feliz ahora.

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— Su esposa es realmente una persona encantadora. Siento que al menos tengo una amiga en la Corte inglesa. — Mia cara, si nos lo permite., todos nosotros seremos sus amigos — Gracias, milord — respondió, con una sonrisa sincera de agradecimiento. — Es muy gentil de su parte. — Permítame decir que es muy bonita, querida. Temo que Su Majestad tenga más de veinte pretendientes disputando su mano en casamiento antes que esta fiesta termine. Brenna aun reia cuando de repente fue tomada por otros brazos masculinos. — Lord Windham — exclamó, y la sonrisa se desvaneció. — Aguardaba ansiosamente esta oportunidad — dijo él, tomándola en los brazos y apretándola firmemente contra si. Los ojos grises no se mostraban cálidos o de buen humor como os de Morgan; al contrario, centellaban con una intensidad atemorizante. — Fascino a todos — murmuró. — Parece que tendrá un buen número de ellos disponibles para escoger el que le agrade. — Tal vez — comenzó Brenna, intentando mantener la conversación en un nivel superficial —...yo no sería capaz de escoger um entre tantos. — Mejor aun. Me agradan mucho las mujeres que pueden complacer a varios amantes. — No quise decir... — Ella se mordió el labio, no valía la pena intentar explicar nada a ese hombre grosero. El la conducía graciosamente por la pista, entre la multitud. Brenna no se dio cuenta que estaban apartándose del salón en dirección a un balcón desierto. Sorprendida miro alrededor. — ¿Por qué me trajo aquí? — ¿Cual es el motivo mis común por el cual un caballero aparta una dama de las miradas indiscretas? — respondió Windham con una sonrisa maliciosa que la hizo estremecer e inseguridad. —Pensé que quería huir de Morgan Grey. — ¿Huir? ¿Y usted me ofrece una vía de escape, milord? El dio un paso al frente, acariciándole sugestivamente el brazo. Brenna intentó recular, pero no consiguió ir muy lejos, la piedra fría de la balaustrada le impidió la fuga. Lord Windham sonrió abiertamente al percibir el miedo. — ¡Está jugando conmigo, milady! Sabe flirtear muy bien.

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— Yo... — Ella se humedeció los labios intentando sofocar el miedo que le secaba la garganta. — No entiendo lo que quiere decir. — Oh, yo se que los sabe... — Windham se aproximó hasta apoyar su cuerpo en el de ella y al sentir un retroceso instintivo, le colocó una mano en el hombro con una risa fría y siniestra. — Usted me está provocando, milady, haciendo el papel de inocente. Le garantizo que está consiguiendo su objetivo. — Por favor, milord. Quiero regresar al salón ahora. — Todo a su tiempo — dijo Windham, presionando rudamente las manos en los hombros, hasta provocarle dolor. — Es una bella mujer. Muy deseable, Brenna MacAlpin. Fue mucha amabilidad de Morgan Grey traerla hasta aquí para mi placer. El aliento era a cerveza, la expresión amenazadora y ella luchaba inútilmente para deshacerse de las manos que impedían la fuga. Cuando se aproximaba inclinando la cabeza para besarla, Windham oyó el sonido de espadas desenvainadas. Sorprendido se giro y se encontró altos soldados de lord Grey encarándolo, con las armas levantadas amenazantes. Atrás de ellos el mismo Morgan observaba la escena. Brenna respiró aliviada la verlo, y casi cedió al impulso de tirarse a sus brazos. Dio un paso en su dirección, pero el rostro impasible de Morgan la detuvo — ¿No considera una falta de educación retirarse de las festividades antes de que la reina se retire, Windham? Lord Windham intentaba controlar su furia. — No tienes derecho a entrometerte, Grey. — Tengo todos los derechos. ¿Olvida que la dama es mi prisionera? Brenna quedo entumecida. Solo por um momento ella había olvidado que los guardias no estabas allí para protegerla, sino para impedir que se fugara, y que a Morgan Grey no le importaba su seguridad. El solo se preocupaba por su reputación. ¿Qué dirían los otros si ella se escapase, burlando la vigilancia de sus soldados? — ¿Por casualidad cree que la dama es de su propiedad privada? — preguntó Windham, y, al notar el cambio en la expresión de Morgan, comprendió que había tocado un punto sensible. Con una risa nerviosa, estridente, continuó: — Entonces es eso. Tú crees que eres el único que pude flirtear con a prisionera — Windham elevó la voz, agitado. — ¿Ya decidió como dilapidar la dote de la muchacha, como dividir sus tierras para obtener el mejor provecho?

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Furioso, Morgan replicó: — Sus palabras no merecen siquiera una respuesta. Poco me importa lo que piensa, Windham. — Pausadamente, con deliberado énfasis, hablo: — le advierto, la dama esta fuera del alcance de cualquiera, a no ser de aquel que le solicite la mano a la reina. — Tal vez fuese eso lo que lady Brenna y yo estuviésemos discutiendo — declaró Windham, las palabras desarticuladas por la acción del vino, empujando a los guardias y entrando en el salón con pasos atropellados. Brenna se quedo sola, encarando la mirada enojada y acusadora de Morgan.

Capítulo 10 — Agarre mi brazo, milady. — ¿No quiere oír lo que paso? El corazón de Brenna aun latía con violencia, y la voz trémula delataba su emoción. A pesar de la actitud distante de Morgan, ella había sentido un gran alivio cuando el apareció a rescatarla de aquella situación apremiante. Aunque siempre hubiera resuelto sus problemas sin ayuda de nadie, en esos momentos deseaba abrazarlos y llorar todas las lágrimas reprimidas. — No. Yá pasó. Termino. ¿Terminó? Ella estudiaba la expresión cerrada, la mirada dura de Morgan. — ¿Será que cree que vine aquí por mi propia voluntad con ese hombre diabólico? — Ya me dio pruebas suficientes de que haría cualquier cosa para escapar de mi. Sin embargo su cree que Windham puede ser su aliado, acaba de hacer una elección mala. Y ahora no hablaremos mas del asunto, milady. Con todo, este segura que no tolerare mas tonterías como esta. Brenna miro altos guardias, inmóviles, esperando las órdenes de su jefe. Con un suspiro de resignación, aceptó el brazo que Morgan le ofrecía. No había argumento posible para defenderse, el no consideraba justificación alguna. En la pista de baila. La reina giraba en os brazos del duque de Eton, mientras la multitud en circulo batía palmas. Cuando Morgan y Brenna se aproximaron, Madeleine se giro para saludarlos.

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Notando el rubor en las mejillas y la expresión indefinible de Morgan lanzo una risita. — Mon Dieu. Ustedes dos son muy atrevidos, huyendo de ese modo. No podían haber esperado hasta que terminara la fiesta. Brenna nada respondió, aun perturbada. Girándose para observar a su marido, Madeleine comentó: — Charles es el mejor bailarín de Inglaterra, ¿no concuerdan conmigo? Por algunos segundos la pregunta quedo sin respuesta. Luego, para quebrar el silencio embarazoso, Brenna dijo, aclarando la garganta. — Sin duda. El hace una bella pareja con la reina. — Notando el ligero temblor en su voz, Madeleine tocó las mejillas de su amiga: — Estas exhausta, chérie. Y por cause de este encantador embustero, Morgan Grey, ¿no es verdad? Sintiendo las lágrimas inundarle los ojos, Brenna balanceo la cabeza, pestañeando para no llorar. La mirada preocupada de Madeleine se transformo en súbita comprensión, algo desagradable debía haber ocurrido. — Ah, ya se. Tu estas muy cansada, chérie. Brenna asintió con un gesto, prefiriendo no hablar. Sentía una urgente necesidad de abandonar el salón, huir de todas aquellas personas. — Es una pena. Nadie puede irse antes que la reina, — Disgustada, Brenna se apoyo en el brazo de Morgan. El no dio muestra de notas su incomodidad y continuo mirando altos bailarines como si ella no existiera. Perdido en sus pensamientos, redoraba la escena que presencio, Brenna y Windham abracados. ¿Cómo podía ser tan tonta? ¿No se dio cuenta del peligro que encerraba jugar con un imbécil como Windham? Despiadado, cruel, acostumbrado a seducir y violentar muchachas inocentes, solo por su placer egoísta, dejándolas después con el corazón roto y a veces, de creer en los rumores, el cuerpo arruinado. Si ella estaba tan desesperada por escapar al punto de escoger a Windham para aliado, Morgan debía entonces defenderla de su propia insensatez. A música había terminado y la reina y el duque de Eton agradecían los aplausos. El condujo a Elizabeth hasta su acompañante, y la multitud abrió espacio para la reina y lord Windham, que caminaban en dirección a la puerta, saludando y señalando a los invitados. Elizabeth se despidió de Windham deseándole las buenas noches, agradeciendo la

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compañía y aceptando el beso en la mano servil del noble. Con un leve batir de las palmas, la soberana llamo a las criadas. Las damas de compañía y varias ayudantes la cercaron en medio de risitas y comentarios, se encaminaron para los aposentos reales. Windham, embriagado no solo por el vino y la cerveza, sino también por la atención que la reina, le había dispensado, deambulaba por el salón aceptando los saludos de sus amigos. Lo músicos volvieron a tocar y muchos invitados volvieron a la pista de baile, mientras otros se retiraban, despidiéndose de los conocidos. — Ahora puedes descansar, chérie — dijo Madeleine a Brenna. Charles abrazó a la esposa con cariño, preguntando: — ¿Quieres permaneces en la fiesta junto a nuestros amigos libertinos o prefieres retornar a nuestros aposentos, mi querida? — Creo que podría danzar hasta que salga el sol. El duque miro de reojo la puerta, como si lamentase el sueño que se veía forzado a perder, pero le hizo una caricia gentil en el ostro de su esposa. — Tus deseos son órdenes, mi amor. — Entonces se dirigió a Morgan. — ¿ustedes se quedan un poco más? — No. Nos veremos mañana.. Brenna deseó buenas noches a la pareja y acompañó Morgan en dirección a la puerta. No intercambiaron ni una palabra siquiera al subir las escaleritas que los conducía a sus cuartos. Morgan sostuvo la puerta abierta dándole paso y converso un momento con sus guardias, antes de entrar. Los aposentos habían sido preparados para el descanso nocturno. En la sala de estar el fuego ardía en la chimenea En una mesa lateral descansaba una bandeja con dos copas y una jarra llena de vino, al lado una bandeja de frutos secos. Un cuarto perfecto para dos amantes, pensó Brenna, observando el diván acogedor cubierto de pieles. Pero ella y Morgan Grey estaba lejos de amarse, ellos eran enemigos. Y cada día que pasaba, la falta de afecto aumentaba. Una criada levantó los ojos cuando ellos entraron y, al ver el rostro serio de Morgan, ase apresuro a servirle la copa de vino. Brenna abrió la puerta de su cuarto. El fuego entibiaba también ese ambiente. Las sabanas estaban abiertas sobre la cama, listas para recibirla. Sobre la colcha se extendía una linda camisola de gaza marfil con encajes trabajados a mano. Las costureras de la reina debían haber trabajado la noche entera para elaborara una prenda tan bella.

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Otra criada, arrodillada junto al fuego acomodaba trozos de leña, se levanto de prisa ayudar a Brenna a desvestirse, desatando los lazos del vestido y las enaguas. Una vez que coloco la camisola, la camarera deshizo el peinado y peino los cabellos que cayeron en suaves ondas hasta la cintura. Brenna recordó a Mora, su niñera desde criatura. Los dedos de la vieja criada se habrían enredado con los botones del sofisticado vestido. Y seguramente al peinarle los cabellos le habría tirado los mechones, pero cuanto extrañaba su rostro solícito y cariñoso. — ¿Desea algo mas, milady? — No, nada más, gracias La criada recogió las ropas. Por la mañana estarían limpias, planchadas y cuidadosamente colgadas, aguardando la oportunidad de ser usadas. — Buenas noches, milady. — Buenas noches. Antes que la puerta se cerrase, la sonrisa de Brenna murió. La sombra de un hombre se insinuaba en el umbral, recordándole que toda esa comodidad no modificaba su triste situación de prisionera. Morgan Grey no relajaría la guardia ni siquiera por un instante. En silencio, maldijo el inglés que la llevo a aquel lugar. Por su causa se había apartado de su hogar, sor su culpa sería obligada a casarse con un enemigo. Prefería enfrentar la muerte en manos de los guardias antes que someterse a ese destino. Cubriéndose el rostro con las manos, lloro.

Morgan dispensó a los criados. Precisaba quedarse solo. Para pensar, meditar y elaborar algún plan. Vacio el contenido de la copa, mirando fijamente las llamas crepitando. Aun temblaba de rabia al recordar la escena en la terraza. ¡Qué gran ironía se comenzara a generar algún sentimiento por la escocesa! No se juzgaba responsable por ella, solo había cumplido las órdenes de la reina. No tuvo otra elección a no ser llevarla al castillo, con todo esa decisión involucraba un gran peligro y. se daba cuenta ahora, un costo muy alto. Morgan vivía sólo por libre determinación y le gustaba el rumbo que había dado a su vida. Le molestaba estar atado a Brenna como si le hubieran encajado la obligación de cuidar un cachorro perdido. Más aun cuando descubría el tipo de mujer que mantenía bajo custodia.

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Lord Windham. Cerró el puño con rabia y se sirvió mas vino. Si ella se hubiera apartado con cualquier otro, menos Windham, tal vez el pudiese haber ignorado el incidente. Probó la bebida y cerró los ojos por un instante. No. Aunque hubiera sido otro hombre también se habría enojado. Solo de pensar en Brenna en los brazos de Windham... Vacio la copa, tirándola con furia contra la chimenea. Maldiciendo, avanzo en dirección al cuarto de Brenna. Al oír el sonido del cristal roto, lo siguió el abrupto abrirse de la puerta. Asustada, Brenna miro a Morgan Grey. Le llevo algunos instantes para recuperarse del shock y conseguir hablar, procurando imprimir el máximo de firmeza a las palabras. — No tiene derecho de invadir mi cuarto. — No venga a hablarme de derechos — declaró Morgan, controlando la rabia. — ¡Le ordeno que salga de aquí! — ¿Está dándome órdenes, milady? ¿Olvido que no está más en Escocia? ¡Aquí no manda a nadie, Brenna MacAlpin! La reina fue muy clara: hasta que ella decida su destino, usted es mi prisionera… Por lo tanto puedo hacer lo que quiera. — ¿Por qué vino aquí? Um leve temblor en la voz. ¿Miedo? La constatación dejo satisfecho a Morgan Yá era hora que Brenna sintiera el temor que su presencia inspiraba a todos los demás. Iluminada solo por la luz oscilante del fuego, Brenna parecía irreal, una imagen sacada de um sueño. Los cabellos negros caían leves sobre el hombro rodeando el rostro de terciopelo. La camisola inmaculada le confería un aire inocente que contrataba con la sensualidad vibrante que emanaba. Ella era una mujer, una bellísima y adorable criatura. A través del fino tejido podían vislumbrarse cada curva del cuerpo perfecto. Y hacia poco que él había tenido la prueba de que Brenna sabía muy bien usar sus encantos para subyugar a un hombre. Una mujer peligrosa, concluyo. En Escocia, tuvo la impresión de estar frente a una jovencita tímida e inexperta en cuanto a los artificios de la seducción, en ese momento su opinión había cambiado. Ella no era diferente de las mujeres de la corte. Observándola en su exuberante belleza sintió la excitación crecer, incontrolable. Ignorando um sutil aviso que se insinuó en su mente. La tomo por la muñeca sin darse tiempo a reflexionar. — Vine hasta aquí para darle una lección.

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— No — gritó Brenna, intentando inútilmente liberarse. El la apretón rudamente contra si, asegurándole las manos a la espalda. — Llevo mi paciencia la límite. Y no soy un hombre paciente. — susurró, el aliento caliente rozándole las mejillas. — Maldito sea, Morgan Grey — lo insultó Brenna, sin contener las lagrimas. — Váyase al inferno! — Oh, yo ya sé cuál es mi destino en la eternidad — se burlo él. La empujo por los cabellos y la obligo a mirarlo. No había ido con la intención de seducirla. Además no había motivo alguno para aquella visita. Sin embargo el no conseguía contenerse. Lenta, muy lentamente, inclino el rostro. Brenna sabía que iba a besarla, pero ninguna protesta salió de sus labios. La sangre corría frenéticamente en las venas, la respiración acelerada, espero por el momento en que la boca que ella miraba casi hipnóticamente se cerrase sobre la suya. Aquere beso era um ultraje y no una demonstración de afecto, intentó convencerse. En vano. Todo su cuerpo reacciono con violencia y pasión. En ese momento, se olvidaron del buen sentido y se entregaron a la locura. No hubo lugar para caricias seductoras y gentiles, para palabras dulces el deseo intenso ganaba fuerza, emergiendo a la superficie. Mientras la boca la aprisionaba, ella desistió de luchar, permaneció rígida entre sus brazos. Las manos masculinas se movían en su espalda, apretándola contra su pecho. Oleadas de placer le recorrían el cuerpo. ¿Cómo era posible que ese cruel tirano fuera el primero en despertarla al mundo de la pasión? Muy lentamente, casi instintivamente, Brenna enlazó la cintura de Morgan, amoldándose a él. Aunque atrapado por la excitación, Morgan registró el cambio de actitud, encantado con la inesperada receptividad. Por un instante levantó la cabeza, colocando un dedo en los labios húmedos, labios que parecían haber sido hechos para él y saboreó su conquista. ¿Qué secretos poseería esa mujer misteriosa para hacer resurgir en el una ternura olvidada por muchos años, por mucho tiempo negada? Le acaricio las mejillas y descendió las manos hasta la nuca, evitando mirarla, concentrándose en los labios seductores, entreabiertos invitantes. El no era un hombre delicado y romántico, pensaba contrariado. Toda la ternura que una vez sintió le fue cruelmente arrancada de su corazón mucho tiempo atrás. El amargo pensamiento fue nuevamente descartado cuando sus labios cubrían los de ella una vez más, en un beso apasionado y ardiente, dejándola sin respiración.

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Las manos fuertes se deslizaron por el cuerpo suave, deteniéndose en las caderas que presiono para arrimarla a él. Por un breve instante Brenna presintió la locura de lo que estaba por ocurrir y pensó en apartarse. Pero no consiguió moverse, no conseguía renunciar a las sensaciones que se agrandaban. Se sentía a la deriva, en un mundo que trascendía la razón un mundo de placer y delirio que solo comprendía el lenguaje de sus cuerpos. Suspirando, lo sintió deslizar los labios por el cuello, por el hombro, pero cuando Morgan comenzó a desarmar los lazos de la camisola, un relámpago de conciencia atravesó la bruma que le nublaba la mente. — Esto es una locura. — Es locura o que siento. — Por um breve instante, el levantó la cabeza, intentando aclarar las ideas. Miro los labios tentadores, y, aun sabiendo que no tenía derecho de seducirá, no conseguía detenerse. Ninguna otra mujer que conociera tenía ese sabor de dulce inocencia. ¿Sería ella realmente lo que aparentaba, o solo era una excelente actriz? Que bobadas pensar en eso en ese momento, todo lo que quería era abandonarse al placer. Con todos los sentidos despiertos, Brenna registraba la esencia almizclada e la piel de Morgan, el calor de su respiración mezclándose con la de ella, las manos fuertes y firmes, la fragancia de la cera perfumada de las velas y el olor de las leñas ardiendo que llenaban el aire, el sonido de sus corazones latiendo al mismo tiempo. Sorprendido por el desarrollo de los acontecimientos, Morgan reflexionaba sobre la insensatez de sus actos. Paró de besarla, pero la mantenía en un fuerte abrazo,. Pensó en su condición de soldado. Era probable que hubiera enfrentado en batalla algún miembro del clan MacAlpin, quizás el padre o los tíos o parientes. Brenna era una extranjera que odiaba su tan amada Inglaterra. Parecía tan inocente, tan inexperta para um hombre vivido como él. Si, su primer juicio había sido correcto. Brenna era virgen y esperaba el hombre correcto, que se casaría con ella, antes de tomar su virtud. Casamiento. La idea pareció surgir de la nada. Casarse con Brenna MacAlpin sería una aventura maravillosa. Era el tipo de mujer que evocaba el deseo de casamiento, hijos, amor para siempre. Volvió abruptamente a la realidad, cortando de inmediato aquellas divagaciones.. ¿Qué pavadas estaba pensando? Presintió que la había llevado muy lejos y demasiado rápido. ¿O seria ella la que lo conducía? Se dejaba estar sin querer romper el mágico contacto. Solo una beso más. Una caricia más.

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Saboreó por última vez la dulzura de los labios y se aparto. Ambos estaba sacudidos por la experiencia, sin embargo el orgullo les simpada reconocer y admitir la fuerza de la pasión en la que se habían hundido. Brenna se sorprendía con las nuevas sensaciones que había surgido en su interior. La sangre corría frenéticamente en las venas, las rodillas temblaban y para esconder la debilidad, permaneció inmóvil, la cabeza erguida en un gesto desafiante. Morgan, tenso, la miraba. Había entrado en el cuarto para retarla, para amedrentarla. Sin embargo termino entregándole una parte de sí mismo. Algo que había jurado no ofrecer nunca más a una mujer. Con voz áspera, dijo: — Decidí que mañana nos iremos para Greystone Abbey. — ¿Greystone Abbey? — preguntó Brenna, los ojos agrandados. — Mi mansión en Richmond. Donde estará a salvo de cualquiera que pueda ser persuadido a ayudarte a huir de Inglaterra. Una vez allá, no hará nada sin mi permiso. Y, donde vayas, mis soldados te seguirán. ¿Está claro? — Y... — Brenna no imaginaba que hablar le costaría esfuerzo. Trago intentando nuevamente. — ¿Y si quisiera tomar un baño, milord? ¿Tendrá al menos la decencia de permitirme cierta privacidad? — pregunto, destilando sarcasmo. — A menos que cambie de idea, ni siquiera ese privilegio puedo garantizarle. — Levantándole la barbilla, la obligo a encararlo mientras completaba: — Puedo, claro, complacerme en vigilarla mientras toma el baño. Ella le pego en la mano, apartándolo con fuerza. — No va a quedar sola un instante siquiera ¿Entendido? — Entendí que eres un animal sin sentimientos, frio y cruel. — Morgan fue tan rápido que ella no tuvo tiempo de reaccionar. Tomándola del brazo, la atrajo hacia él hasta que l s bocas quedaron a centímetros de distancia. Y una vez más ella se vio atrapada por la fascinación. — No soy frio ni insensible, milady, como ambos bien sabemos. Pero no hare el papel de tonto por su causa. Sospecho que usaras cualquier artificio o cualquier persona… — Sus pensamientos volaron à la escena de la terraza y la rabia volvió. —...para que la ayude a volver a Escocia. — Escocia — dijo Brenna, la voz quebrada por la emoción el labio inferior temblando mientras las lágrimas nublaban sus ojos. -— Sí. No descansaré hasta que me sea permitido regresar a casa.

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—Inglaterra es su casa ahora — declaró Morgan, dándole la espalda para no conmoverse con su dolor. — La reina ya firmo el decreto. Y yo pretendo estar atento para no dejarla escapar otra vez, como intento hacer con Windham. Salió del cuarto a pasos largos, súbitamente ansioso por apartarse de ella. Cuando se dirigía a su cuarto, oyó algo pesado siendo arrastrado en el dormitorio de ella. Maldita mujer. Ella le estaba impidiendo la entrada con algún mueble detrás de la puerta. Si no estuviera tan cansado, rompería la puerta y le sacaría todos los obstáculos. Entro en su cuarto se saco la ropa. El día siguiente la trataría con más rigor.

Capítulo 11 Brenna salió a la terraza para ver las primeras luces del amanecer coloreando las colinas del este. Los ojos rojos indicaban la mala noche que había pasado. Había girado en la cama durante horas inquieta, intentando apartar los demonios que incesantemente la torturaban en pesadillas. En el patio, los guardias se alternaban en sus caminadas vigiando toda el área. ¿Estarían todos a servicio de la reina? ¿O Morgan les habría ordenado que no descuidaran la guardia de la prisionera? Por detrás de la puerta cerrada, ella oía los sonidos del movimiento matinal. Velas nuevas se colocaban en los candelabros y e agregaba leña a las brasas de la chimenea. Los criados se atropellaban en los corredores, transportando toallas de lino y palanganas con agua. Algunas camareras asistían a sus señoras en la toilette, y del comedor llegaba el aroma pan caliente y carne asada. Brenna se tenso al oír pasos en la sala de estar y miro la pesada cómoda que cruzo a la puerta. Con todo antes de tener tiempo de apartarla, la puerta se abrió con un estruendo, derrumbando la cómoda y desparramando los cajones en el suelo. Morgan, en pie en el marco, los pies separados observaba los efectos de su gesto. Usaba una calza ajustada por dentro de las botas. Estaba sin camisa, los cabellos oscuros húmedos y una sombra de barba le oscurecía el rostro. Su primer pensamiento al despertarse esa mañana había sido dar una lección a esa mujer empecinada. — Si intentar impedir mi acceso en este cuarto otra vez, voy a obligarla a dormir en mis aposentos, donde pueda vigilarla. ¿Esta entendido?

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Ella levanto la barbilla, francamente desafiante. — Si me hubiese avisado de su presencia, milord, yo misma habría removió la cómoda. — En primer lugar, no hay ninguna razón para colocar obstáculos a su puerta. — Pensé que era necesario. Ella hizo un esfuerzo para encararlo. Nunca había visto un hombre recién salido de la cama, y aunque la postura arrogante y el rostro enojado Morgan la intimidasen, no pudo evitar sentirse extrañamente atraída por la apariencia negligente. Pensamientos tintos, meditaba. Solo un ingles atrevido y mal educado osaría presentarse delante de una dama en esa ropa indecente. Morgan noto la tela que ella había tomado apresurada de la mesita y con el cual se cubría los hombros en señal de recato. El casi rio con la actitud infantil. ¿Era que Brenna creía que ese paño conseguiría esconder su belleza? Recordó la manera como la vio la noche anterior. Por debajo del tejido fino de la camisola se vislumbraba cada curva del cuerpo que sus manos habían acariciado. Claro que deseaba más, y el deseo insatisfecho le provocó una larga boche de insomnio. Los largos cabellos oscuros en rulos revueltos invitaban a ser tocados y el erro el puño. Su mirada la recorrió con interés deteniéndose en sus pies desnudos. Tan pequeños y tan bonitos. Desvió la mirada a la cómoda derrumbada. Aliado por haber encontrado una ocupación, la recoloco en el lugar sin el menor esfuerzo, como si fuera un juguete de niños. Brenna reparaba fascinada en los poderosos músculos de la espalda y de los brazos y cuando él se giro de frente, noto los pelos oscuros que le recorrían el pecho, desapareciendo por debajo de la cintura de la calza. Las mejillas le ardían de rubor y se censuró a si misma al tiempo que decía. — Si fuese tan gentil de retirarse, podría comenzar mi toilette — ¿Y si no quisiera salir? Lo evaluó por un momento, girándose luego. — Si insiste en asumir el papel de carcelero... — Brenna puso agua en la palangana. — Como quiera. Ella se lavaba las manos y el rostro y Morgan, apoyado en el marco de la puerta observaba. Nuca vio una mujer moverse con tanta gracia. Suspendió en el aire una

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péquela toalla de lino para enjuagarse y el sintió el deseo súbito de besar cada gota minúscula en su rostro. Ese simple pensamiento lo excito. Con un peine de mango tallado, ella se llevo los cabellos a un costado, sobre el pecho, y a cada movimiento Morgan tenía que contener las ganas de tomar el peine y ayudarla a peinarse. Cerró los puños, contrariado. Oyeron golpes en la puerta y una de las criadas entro cargando en los brazos con cuidado un bello vestido de lana marfil y varias enaguas. Miro a Brenna, aun en camisola y luego al hombre semidesnudo que la observaba. Recelosa de invadir la intimidad de la pareja, se disculpó: — Perdón, milord — balbuceó, retrocediendo algunos pasos. — Volveré cuando la señora me llame. — No — replicó Morgan, riendo de la vergüenza de Brenna. Ella sabía que antes de terminar el día todos en el palacio oirían hablar de lo ocurrido.. — Quedes a ayudarla. Ya es tiempo de que me vista. De repente tuvo una idea maquiavélica. Atravesó el cuarto, y ante la mirada atenta de la criado, tomo el rostro de Brenna en las manos y la beso en los labios con dulzura. No imagino el flujo de emociones que el simple toque le provocaría. Sintiendo el inesperado shock, se obligo a apartarse, enderezando los hombros. — No se demore. Partiremos para Greystone Abbey en menos de una hora. Brenna estaba demasiado aturdida para responder. Había sido la primera vez que Morgan la besaba con ternura y, aunque supiera que no significaba nada para él, temblaba de emoción. Solo que ella conocía los motivos de la broma frente a la criada. El se divertía humillándola y quería que todos supieran lo indefensa que se encontraba. Mientras andaba por el cuarto, apretó con fuerza el mando del peine, deseando fervorosamente poder tirarla a la cabeza altiva de Morgan.

— Venga. Los caballos están listos. La ropa de Morgan, como de costumbre, era toda negra: calza, casaca y túnica. Pero el efecto estaba suavizado por una capa roja escarlata garbosamente tirada sobre un solo hombro. Brenna se arreglo el grueso abrigo de lana sobre los hombros empujando la capucha. Cuando Morgan le ofreció el brazo, ella se apoyó en el, recordando el encuentro ardiente

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en las primeras horas de la mañana. La imagen del cuerpo masculino, sin camisa perseguía su mente. Dejaron los aposentos seguidos por los guardas. En el patio más de una docena de caballos listos para partir, atendido por los pajes. — Greystone Abbey está a más de una hora de marcha, milady — dijo Morgan, dirigiéndose a un carruaje que relucía al sol, tirado por seis caballos blancos— La reina ofreció su carruaje particular. O, si prefiere, puede montar uno de sus briosos caballos. — Montaré, milord. El vehículo es un tanto opresivo. Morgan, extrañamente satisfecho con su elección, concordó. — Eu también prefiero la libertad de um animal al confinamiento de un carruaje. Sin embargo, no piense — agregó ríspidamente — que podrá aprovechar para huir. Mis soldados y yo estamos atentos. La yudo a acomodarse en la silla montando luego, mientras hablaba con el portero del castillo. — Lord Clive. Haga llegar a la reina, nuestra gratitud por su hospitalidad. Y dígale que volveré mañana a la mañana. — Puede decírselo personalmente — se oyó la voz de Elizabeth, y Morgan rio al verla rodeada pos sus damas de honor y algunos nobles de la corte. — Pensé que se estaba preparando para el desayuno, majestad, y no quise molestarla. — Lo que más me molesta es verte partir, Morgan, tenía la esperanza de persuadirte a quedarte en Richmond. — Estuve fuera de casa mucho tiempo, majestad, y tengo muchas actividades pendientes. — Cuando hayas resuelto tus negocios, espero que tu y la dama escocesa vuelvan al palacio. — Quizá pueda convencerla, Vuestra majestad a pasar algunos días de cacería en Greystone Abbey. Los ojos de la reina se iluminaron — Ah, conoces mis debilidades, tu bribón. Nada me agradaría más que la excitación de una cacería. ¿Se puede encargar de todo? — Considérelo hecho. La reina miro a la escocesa, cuyo caballo resoplaba entre dos guardias montados.

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— Buen viaje, Brenna MacAlpin. Que su destino pueda ser decidido pronto. Con una inclinación de cabeza, Brenna agradeció: — Gracias, majestad. Lord Windham se abrió camino entre los presentes, para detenerse junto al caballo de Brenna, tomándolo por las riendas. — Es una pena que deba partir justamente ahora que estábamos conociéndonos mejor. De cualquier manera — agregó en voz alta para que Morgan pudiese oírlo —, podre incluirme al paseo con la reina. — Sonriendo con escarnio, continuó: — Así podremos proseguir nuestra conversación, rudamente interrumpida en la terraza ayer a la noche. Arrancando las riendas de sus manos, Brenna instó su caballo a un trote ligero y, de pasada noto la mirada enojada de Morgan. La reina y su sequito se despidieron con deseos de buen viaje a medida que la comitiva de Morgan iniciaba la marcha. Antes de la partida de Brenna, Madeleine d'Arbeville había pasado por su cuarto para relatarle lo poco que sabía sobre la casa de Morgan Grey. Greystone Abbey, por lo que parecía era una mansión rural donde a Morgan gustaba quedarse solos. Nunca nadie había sido invitado a conocerla, ya que el ofrecía las fiestas y recepciones en su casa de Londres. Sin embargo circulaban insistentes rumores de que la reina frecuentaba la mansión sola, sin criados ni los otros nobles que normalmente la acompañaban en sus breves viajes de ocio al campo. ¿Qué secretos escondería Morgan sobre ese lugar? Aunque estuviera afligida de pensar en quedarse a solas con Morgan Grey, Brenna se sentía de cierta forma aliviada por tener algo mas en que pensar, en vez de quedarse sentada en un cuarto esperando que decidieran su destino. Tal vez hubiese alguna ocupación para llenar su tiempo en Greystone Abbey. O quizá existiera alguna posibilidad de escapar, pensó, con el corazón liviano y esperanzado. Viéndola pensativa, Morgan se aproximó con su caballo. — Se estuvieras tramando escapar de la casa de campo, milady, sugiero que reconsidere. No tengo la mínima intención de facilitarle los movimientos. — ¿Por qué no me ata a los pies de la cama? — Ella lo fulminó con una mirada llena de odio. — ¿Eso sería de su agrado, no? La idea no era tan mal, especialmente si ellos compartían la misma cama se imagino Morgan, los ojos brillantes.

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— Tal vez. Con todo, se fuera atarla, sería más probable que la llevase a la cocina así podría lavar los platos para pagar su hospedaje. — Algún día, cuando consiga liberarme de su tiranis, voy amostrarla como tratamos en Escocia a los palurdos como usted. Encontrare una forma especial de agradecer cada una de tus injusticias. Morgan estudiaba sus reacciones, los ojos violetas se oscurecían de rabia. ¡Como lo divertía ver a la fría y controlada escocesa perder la compostura! — Como quiera, milady — dijo malicioso, haciendo crecer la furia en Brenna. — Se está divirtiendo a costa de mi desamparo. — ¿Desamparada, milady? — Morgan dio una carcajada, llevando una mano la pecho. Aunque la herida estuviera cicatrizando deprisa una le causaba dolor suficiente para maldecir a la escocesa de vez en cuando. — No creo que en su vida se haya sentido desamparada siquiera una vez. Y puedo exhibir las marcas de su determinación. Brenna sintió el rubor subiendo por el cuello e inflamando sus mejillas. Muchos hombres se habría deleitado al aprisionar a alguien que los atacara con tanta violencia, y Morgan Grey, debía reconocer, había sido moderado con ella. Precisaba admitir también que la trató razonablemente bien; ella misma habría sido más dura en circunstancias similares. Se trago la respuesta que surgía espontáneamente en los labios. Si él la estaba provocándola a una pelea, no le daría esa satisfacción Ignorándolo, dejó caer la capucha, apreciando la sensación de la brisa revolviendo los cabellos, levanto el rostro al sol, aprovechando el calor del día y la vista magnifica del cielo azul intenso sin nubes. — Hábleme sobre su casa, milord. — Pertenece a mi familia hace varias generaciones. El padre de Elizabeth, el rey Henrique, construyo su palacio cerca de allá para poder encontrarse con mi padre cuando precisaba consejo. — dijo Morgan con gran emoción, como siempre ocurría cuando hablaba de su hogar. — Y ahora Elizabeth también está cerca, para cuando precisa de consejo... o de consuelo. — Sin duda — respondió divertido. — ¿Eso la molesta, milady! Brenna arqueó las cejas, altiva. — ¿Molestarme? ¿Por qué habría de molestarme la reina de Inglaterra y los hombres que ella escoge para consejeros? ¿O amantes?

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— Realmente, milady, no es de su interese. — El parecía provocarla. Al llegar a la cima de una colina refrenaron las monturas y Morgan apunto. — Allá, milady, vea. Ya podemos ver mi casa, Greystone Abbey. Brenna observó las verdes colinas ondulantes y las florestas densas que circundaban el castillo construido con piedra gris. A medida que avanzaban, se aproximaron a un pequeño villorrio calmo, y casi desierto. En cuanto corrió la noticia de que el señor del castillo había vuelto, y cuando los caballos entraron en la calle principal, la mayoría de los aldeanos se amontonaban para ver a Morgan Grey pasar. Las mujeres sonreían tímidamente, y muchas de ellas levantaban sus hijos para exhibirlos. Um leñador dio un paso el frente sacándose el sombrero. — Entonces, William — le dijo Morgan — ¿las cacerías fueron satisfactorias? — Si, milord. Gracias à Vuestra Alteza, todos estamos bien abastecidos. — La reina desea participar de um día de caza. Venga a Greystone Abbey por la mañana, y haremos los preparativos necesarios. — Claro, milord. Será un grande honor. — El hombre sonreía lisonjeado Brenna observaba los rostros de la multitud, levemente sorprendida. Había oído que la reina inglesa desperdiciaba comida mieras sus súbditos pasaban hambre. Sin embargo esos campesinos parecían saludables, felices y bien alimentados En poco tiempo atravesaron la villa, siguiendo una larga alameda que los conduciría al castillo. Al entrar en el patio, varios criados solícitos se aproximaron para ayudar a Morgan y los acompañantas a desmontar y cuidar de los caballos. Morgan descendió y tomo a Brenna por la cintura, dejándola en el suelo. — Sea bienvenido, milord. Es bueno tenerlo de vuelta en casa. — Gracias, Sra. Leems — respondió Morgan, dirigiéndose à la mujer rolliza parada en la puerta secándose las manos en el delantal. — ¿Richard sabe que llegamos? — Ya sabe, milord. Quedo muy ansioso cuando su mensajero nos aviso de sus planes. Desde las primeras horas de la mañana esta junto a la ventana Morgan tomó a Brenna por el brazo, conduciéndola hasta la puerta de entrada. — Sra. Leems, le presento a Brenna MacAlpin. Ella será nuestra... huésped. Brenna quedó tan shockeada con la inesperada amabilidad de Morgan que sintió ganas de llorar. La gobernanta se inclino en una reverencia.

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— Sea bienvenida, milady. — Gracias, Sra. Leems. Antes que ambas tuviesen tiempo de intercambiar saludos de cortesía, Morgan llevo a Brenna para dentro, atrapado por una visible impaciencia. Después de atravesar un largo corredor, Morgan se detuvo frente a dos puertas imponentes. Las abrió y llevo a Brenna al interior del gran salón, donde un hombre estaba sentado junto a unas ventanas. La luz del sol iluminaba los cabellos grises y los ojos oscuros se iluminaron de alegría. — ¡Morgan! Estuviste fuera de casa mucho tiempo esta vez — Es verdad. — A pasos largos, Morgan atravesó el salón, abrazándolo. — ¿Esos bastardos escoceses te atraparon en una batalla? ¿O encontraste las doncellas de aquellas tierras muy tentadoras? No puedo imaginar otra razón para que te hayas alejado por tantos días. — Refrene su lengua, estamos en presencia de una dama. — El hombre se giro para observar la figura delgada recortada en el marco de la puerta. — ¡Por todos los dioses! ¿No me digas que trajiste tu novia a casa? — Ya sabes, Richard, no juegues conmigo. Ella es la escocesa cuyo casamiento va a ser concertado por Elizabeth. — ¿Y porque está aquí? — La reina decidió que quedara bajo, mi responsabilidad hasta casarse, porque fui yo quien la trajo. — ¿Tu responsabilidad? — Richard dio una sonora carcajada. — ¿Quieres decir que la muchacha es tu prisionera? — Dirigiéndose a Brenna, pidió: — Ven hasta aquí muchacha, cerca de la ventana para que pueda verla mejor. Ella inclino la cabeza a un lado molesta. Poco le importaba ese hombre rudo que ni siquiera se molestaba en levantarse en su presencia. — Brenna MacAlpin — dijo Morgan suavemente —, quiero presentarle a mi hermano, lord Richard Grey. ¿Hermano? Claro, podía notar la semejanza en los ojos oscuros y en la manera como los labios se curvaban en una misma sonrisa maliciosa. El extendió el brazo y Brenna acepto el saludo.

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Solo entonces ella noto la manta de piel cubriendo sus rodillas. El cobertor se deslizo dejando ver las piernas enflaquecidas. Brenna sintió una untada de remordimiento por los pensamientos poco amables que había tenido. El hombre atractivo, hermano de Morgan, no se había levantado para saludarla porque estaba confinado a esa silla.

Capítulo 12 — Lord Grey. — Richard — corrigió el con su voz vibrante. — Si no nunca sabremos a cuál de los lordes se dirige. Estudiándola con atención, continuó: — Es una muchacha bonita. Entonces ¿vino a Inglaterra para casarse? — Para ser negociada — Brenna se apresuro a decir. — Por causa de la paz. — Ah... La vida es injusta, ¿No es cierto muchacha? Algunos hombres dejan su vida en los campos de batalla para preservar la paz. Tú tienes que renunciar a tu libertad. Y yo… — dio unas palmadas en la manta sobre las rodillas —, todo lo que puedo ofrecer fueron mis piernas. Brenna no quería demonstrar compasión. — ¿Como fue, milord! — Fueron aplastadas por una carroza cuando estaba muy herido en el campo de batalla de Norwich. Ahora ellas se debilitaron por la falta de ejercicio. Pero es un pequeño precio a pagar para dominar una rebelión. — ¿Pequeño previo? ¿No está amargado? — A veces hiervo de rabia por la injusticia de todo esto, las guerras, las matanzas. Sin embargo aprendí que la amargura es una enfermedad del alma, muchacha. Si la dejamos envenenar el espíritu, nos robara toda nuestra alegría de vivir. Mejor sofocarla y permitir que la salud mental prevalezca. Un poco de sabiduría que intenté enseñar a mi hermano, sin mucho éxito — finalizó con una risa irónica. Richard levantó el rostro, dirigiéndose al hermano.

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— La Sra. Leems coordinó todos los preparativos para la fiesta por tu regreso, mantuvo a los criados ocupados, corriendo de acá para allá. Ella sabe cuánto te gusta su comida. — Muy bien. Hoy nos alimentamos mal, estaba impaciente por llegar a casa. — ¿Cómo hallaste Greystone Abbey? — Maravillosa como siempre. Estoy feliz de regresar a este lugar tranquilo. Lo extraño mucho cuando estoy lejos. — Morgan retribuyo la sonrisa. — Lo sé, conozco esa sensación. Se quedaron en silencio por unos momentos y Morgan colocó la mano en el hombro de su hermano. — Conversaremos mas tarde. — Dirigiéndose à la puerta llamo a Brenna. — Si tiene la bondad de acompañarme, milady, le mostraré sus aposentos. Brenna salió sintiendo la mirada de Richard acompañándola. — Regresa pronto muchacha. Hace mucho tiempo que Greystone Abbey no es bendecida con tanta belleza. — ¿Cuantos años mayor es Richard que tu, milord? — pregunto mientras subían la escalera con Morgan. — El es un año más joven que yo — ¡Mas joven! ¿Y los cabellos están todos grises? — El vivió muy intensamente, gracias a Dios. Ahora solo ve la vida pasar. Ella comparó los dos hermanos. Uno inválido y el otro viviendo intensamente como si tuviera la vida por un hilo. ¿Por qué Morgan se arriesgaba tanto? Tal vez por temor de que en un pestañear todo podía serle arrebatado en una simple batalla. — Espero que se sienta a gusto aquí — Morgan deseo, mostrándole los aposentos del segundo piso. Brenna recorrió con la mirada las oscuras paredes de piedra cubierta de ricas tapicerías. Los gruesos tapetes se extendían por el suelo y los muebles grabados parecían muy acogedores. A través de la ventana del balcón, se veían las colinas verdes, punteadas de rebaños de ganado y ovejas. En todas partes había muestras de la enorme fortuna de Morgan; csin embargo el no parecía dejarse afectar por el poder. Los habitantes de la villa lo habían saludado como a un enemigo, y no como al distante y poderoso señor de las tierras.

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Brenna entró en el dormitorio y una criada la saludo con una ligera reverencia, al lado del solido guardarropa donde estaba colgada la capa de viaje. — Estoy segura que estaré muy confortable, milord. — De la terraza ella miro a los jardines y su expresión se puso tensa al constatar la presencia de guardias debajo de su ventana. Morgan enseguida comprendió su reacción. — En caso de que se le ocurra cualquier idea de fuga, milady, creo bueno avisarle…— se interrumpió para abrir una puerta que daba a otro aposento. — Mi cuarto esta aquí al lado y no permitiré que tranque la cerradura. La criada regreso con una jarra de agua, esperando del lado de afuera. — Puede refrescarse — dijo Morgan abruptamente. — La Sra. Leems la llamara pronto para el almuerzo.

Brenna se sentó frente al espejo mientras la camarera le peinaba el cabello atándolo con citas de color marfil. El corpiño fruncido del vestido modelaba los seños firmes y las mangas largas, incrustadas de pequeñas rosas de seda, se ajustaban desde las muñecas hasta el codo, abriéndose en amplios drapeados al llegar a los hombros. La fada voluminosa cubría los delicados zapatos de satín. Todo el conjunto realzaba la belleza natural de Brenna. — La señora está adorable, milady — elogió la camarera, apartándose para admirarla. — Gracias, Rosamunde. ¿Hace cuanto tiempo trabaja para lord Grey? — Desde criatura, milady — respondió con una sonrisa. — Mi madre comenzó como ayudante de cocina en el palacio de la reina cuando tenía nueve años. — ¿Es suficiente ser la hija de la ayudantes de cocina para transformarte en camarera particular en una mansión tan elegante como estas? — Cuando mi madre tenía quince años, ella tuvo un gesto de amabilidad para con la joven princesa Elizabeth, que estaba presa en la torre. — ¿En la torre? ¿La reina estuvo presa en su propia tierra? — La camarera asintió y Brenna se dio cuenta que no sabía suficiente de la historia de la soberana de Inglaterra. — ¿Y por que la princesa estaba en la torre? — Su medio-hermana, Mary, sospechaba que Elizabeth tramaba contra ella. La joven princesa sofrió dos meses en la prisión hasta que la reina se convenció de la falsedad de las acusaciones. — ¿Y de qué manera ayudo su madre a, Elizabeth?

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— Ella consiguió llevar comida caliente y mantas de lana, que lord Grey lee había mandado — dijo la joven orgullosa. — Hacia mucho frio en la torre, sin contar la humedad penetrante y la prisionera, aunque de sangre real, fue maltratada. Lord Grey advirtió a mi madre del peligro, ella sabía que si la descubrían la matarían por traición. Con todo, arriesgo su vida para no ver sufrir a la princesa. Cuando se volvió reina, Su Majestad recompensó a mi madre, invitándola a ser una de sus camareras particulares. Yo también trabaje en el palacio hasta alcanzar edad suficiente para vivir en Greystone Abbey. Mi vida, milady, tomó otro rumo debido al coraje de mi madre. Brenna intentó imaginar a la orgullosa Elizabeth, la altiva y arrogante reina de Inglaterra, como una prisionera humillada en la torre de Londres. La simple idea le causaba estremecimientos cuando un cesamiento empezó a tomar forma en su mente. La soberana podría recordar aquella terrible sensación de desamparo y tal vez, se compadeciese de los que debían enfrentar un destino cruel. Brenna sintió renacer las esperanzas. ¿Sería posible que encontrase en la reina una aliada? Notando la expresión compenetrada, la joven criada mostró su preocupación. — ¿Será que olvide algo importante, milady? — No, no. — Brenna balanceo la cabeza. — Estoy muy agradecida. Debe haber heredado el espíritu amable y generoso de su madre — Gracias, milady. Lord Grey mandó avisar que está en el salón con su hermano. — Gracias, Rosamunde — dijo Brenna, levantándose. Dubitativa, se arriesgó— ¿Está contenta trabajando para lord Grey? — Oh, sí, mucho, milady! El es um hombre amable y generoso. Los habitantes de la villa siempre fueron tratados con mucha justicia por lord Grey. Pensativa, Brenna descendió la escalera. Sentía la presencia de los guardias a sus espalda, aunque ellos no hicieran ningún ruido. La seguían en todos sus movimientos. Guiándose por el sonido de voces masculinas, se detuvo en la entrada de una sala cuyas paredes exhibían numerosos libros alineados en estanterías. Un fuego ardía en la chimenea y en le centro del ambiente se destacaba un escritorio cubierto de libros de anotaciones y documentos esparcidos. Los dos hermanos sentados cerca del fuego conversaban en voz baja. — Norfolk codicia le trono, asi como la reina de los escoceses, Mary. Aunque entre ambos, mis sospechas caen en Norfolk, el primo de Elizabeth. El tiene amigos influyentes en altas posiciones. — ¿Entonces tu cree que realmente existe una conspiración contra la reina? Morgan suspiró al responder:

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— No se con seguridad. Pero no creo en las coincidencias. Ambos se interrumpieron al notar la presencia de Brenna en la puerta. — Puede entrar, milady — convidó Richard. — No pretendía molestarlos. — Tonterías, venga. ¿Quiere tomar una copa de cerveza con nosotros? Brenna no consiguió evitar una sonrisa por la amistosa acogida. — Claro, milord. Morgan lleno un vaso y al ofrecérselo a Brenna, sus menos se rozaron. Ella miro para abajo, evitando encararlo. — ¿La reina ya marco la fecha de su contrato de casamiento? — preguntó Richard. — No. Ella solo me dijo que quería verme casada tan pronto algún noble pidiese mi mano. Ella quiere verse libre de mi, igual que su hermano — ¿Ah, sí? ¿El quiere librarse de ti? — se burlo Richard, mirando el rostro ceñudo de Morgan. Girándose a Brenna, continuó: — Después de conocerla, creo que debe haber muchos nobles interesados, milady. — Sospecho que está equivocada, milord. — Richard — corrigió él. — Cierto, Richard. De mi parte no tengo prisa alguna para transformarme en ser prometida a un inglés. — ¿Por qué? ¿Sería tan malo? — Sin duda. El rió a carcajadas con a vehemente respuesta. La gobernanta apareció en la puerta. — Señores, el almuerzo esta pronto. — Gracias, Sra. Leems. — Morgan dejo el vaso de cerveza para empujar la silla de Richard. — ¡Una silla con ruedas! — exclamó Brenna, maravillada con el invento. — Exactamente, fue idea de Morgan. El hizo los diseños y un herrero ayudo a construirla. Sin ella, estaría confinado a mi cuarto. Soy muy pesado para ser cargado como una criatura, aun por alguien tan fuerte como Morgan. El es muy inteligente, milady, mucho más que yo. — Entonces voy a golpearle dos o tres veces la cabeza para que recupere la razón.

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Los dos hermanos se divertían con los chistes, y Brenna se deleitaba acompañándolos en las risas alegres mientras al comedor, donde la Sra. Leems supervisaba el servicio. El salón como todos los otros cuartos del castillo tenía paredes oscuras y una enorme chimenea encendida. Los criados andaban de un lado al otro con gran agitación. Sobre la mesa se veían las bandejas de cordero y perdices y calderos con sopa humeante, lado a lado con las jarras de cerveza e hidromiel. Los soldados se apresuraron a sus lugares sirviéndose ávidamente. Richard y Morgan esperaron que Brenna se sentase y de inmediato se tumbaron sobre los platos, comiendo con apetito. No perdían tiempo conversando y acompañaban cada bocado con tragos de cerveza. Cuando terminaron, no había sobrado nada en las bandejas y la gobernanta sonreía llena de orgullo. — Desea alguna cosa más, milord! — No, Sra. Leems. Es suficiente — respondió Morgan, mirándola con una sonrisa amable. — Extrañe sus condimentos. Ahora estoy verdaderamente en casa. Radiante con el elogio, la gobernanta hizo una señal a los criados y comenzaron a recoger los platos. Brenna malapenas había tocado la comida de su plato. — ¿Algún problema, milady!— quiso saber Richard. — La dama time poco apetite — comentó Morgan, vaciando el contenido de su vaso. — Solo alguien enfermo no probaría la sopa de avena de la Sra. Leems. ¿No se siente bien, milady? — No es eso, milord... Richard. La verdad es que no me gusta mucho la comida inglesa. — Para ser sincera, tampoco le gustaba el comportamiento de ellos en la mesa, pero prefirió omitir el comentario desagradable. — Quiero un poco mas de cerveza — pidió Richard, levantando el vaso. Antes que el criado pudiese alcanzar la jarra, Brenna la tomo de la mesa, vertiendo el contenido en el vaso de él. Morgan acompañó la escena con interés. La atención y amabilidad de Brenna para con su hermano lo conmovían. Richard sonrió cordialmente, reclinándose en la silla. Una vez satisfecho, deseaba algunos momentos de conversación agradable. Estuvo solo mucho tiempo, ansioso por compañía y en esa ocasión además de su hermano, contaba con una dama encantadora. — Morgan me contó que es la líder de um clan guerrero, milady. — Somos amantes de la paz. Sin embargo, cuando nos provocan, sabemos mostrar nuestra habilidad con las armas.

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— Tuve ocasión de comprobar la destreza de la joven escocesa — murmuró Morgan. Con una guiñada cómplice, Richard se giro a Brenna, comentando: — Mi hermano me mostro la herida. Aunque no fuese mortal, sin duda revela gran pericia. Bien hecho, milady. — Se giro a Morgan: — Supongo que no exhiba las cicatrices de la lucha con mucho orgullo. Reparando el rubor en las mejillas de Brenna, Morgan respondió a la ironía de su hermano. — Ciertamente. No sería nada conveniente que mis soldados pensasen que puedo ser derrotado por una mujer frágil y delicada. A pesar de la rabia, Brenna se mantuvo en silencio. — Debe ser muy embarazoso enfrentar una mujer en una batalla — reflexiono Richard. — No tengas dudas. Nunca se sabe si tienes que desarmarla o seducirla. Aun ruborizada, Brenna recordaba las diversas luchas cuerpo que trabara con el hombre sonriente sentado al lado del hermano. Procurando que la voz no le temblara decidió preguntar sobre un asunto que le intrigaba hacia tiempo. — ¿Por qué Morgan y tu decidieron ser soldados, Richard? Los hombres de fortuna no suelen escoger esa vida. — Nuestro padre, lord Mattew Grey, era el jefe del consejo del rey Henrique. Nosotros crecimos en medio de la corte, participando del pequeño círculo de ricos y poderosos que, afortunadamente, tenían privilegio e convivir con la realeza. Esa circunstancia explicaría la intimidad de Morgan con la rain ha, Assam como su actitud indiferente a toda pompa y ceremonia existentes en palacio. — ¿Pero porque escoger la vida ruda y difícil de un soldado? — Morgan y yo hicimos un pacto cuando niños — respondió Richard, observando con displicencia los soldados que se retiraban del comedor. Una parte de su alma vibraba por estar entre ellos, informándose de las últimas aventuras. A pesar de todo había hecho las paces con la vida y también disfrutaba del placer de la conversación tranquila con esa joven encantadora. Ella no se parecía a la mayoría de las mujeres conocidas en la corte. Se mostraba verdaderamente interesada en todo cuanto la rodeaba, demostrando perspicacia e inteligencia. Y además no utilizaba las armas comunes de seducción de las mujeres bellas y deseables. Una combinación extraordinaria: inteligencia y belleza.

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— Cuando Elizabeth subió al trono, Morgan y yo acordamos ponernos al servicio de la reina. Ella significaba mas que una soberana para nosotros, era nuestra amiga, casi hermana. Sin embargo no nos crea tan nobles y desinteresados. — continuó alegremente. — Tanto Morgan como yo disfrutamos en grande nuestra vida aventurera. De otro modo, estaríamos hasta ahora desfilando en la corte sin mayores desafíos, a no ser alguna apuesta ocasional sobre el próximo pretendiente de la reina. — ¿Existen muchos interesados? — ¿Qué se quieren casar con Elizabeth? — El rio a carcajadas. — Veamos. Felipe de España, el Archiduque Charles, el conde de Arran. Arran pretende también o trono de Escocia, creo. — Brenna asintió, y Richard continuó: — Erick de Suecia, sir William Pickering, el conde de Arundel, lord Robert Dudley. Este último el mas mencionado en este momento. y, claro, sin excluir a Morgan. Entonces sus sospechas tenían fundamentos. Suspiro profundamente, mirando a Morgan. — Cuantos pretendientes... — Elizabeth es la líder del reino mas poderoso del mundo. — Y aun no se caso. — Ella es una mujer muy determinada, Brenna MacAlpin. Elizabeth va a escoger su propio destino. — Entiendo — reflexiono, pensativa. La puerta se abrió y Rosamunde, la joven camarera, entró seguida por dos criadas cargando vestidos y accesorios. — Milady — dijo ella con cortesía — lord Grey ordenó à la Sra. Leems que consiguiera algunas ropas. Ella espera que estas sean de su agrado hasta que la costurera elabore otras mejores. — Gracias por su amabilidad, milord — agradeció Brenna, sonriendo con gratitud para Richard, y se sorprendió con su respuesta. — Agradece al lord Grey equivocado. Fue mi hermano, Morgan, quien pensó en su guardarropa. Ella se ruborizo avergonzada, bajando los ojos. — Gracias, milord. — No hay de que, milady — respondió Morgan, con una sonrisa contenida.

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Brenna paseaba por la terraza, observando las colinas distantes. ¿Estaría muy lejos la frontera con Escocia? ¿Si ella huyese protegida por las sombras de la noche podría eludir los guardias? ¿Encontraría tal vez um campesino compasivo que se apiadara de ella, ofreciéndole un refugio seguro en el granero? ¿O la reina colocaría su cabeza de premio, haciendo su captura un desafío? Se volvió pensativa, encontrando a Morgan en la puerta que separaba los dos cuartos, mirándola fijamente. — ¿Tramando a fuga otra vez, milady? — Como era posible que el leyese sus pensamientos? — No tiene importancia. — El se abrochaba la espada y la vaina de cuero. Llevaba ropas de viaje. — Mis soldados recibieron órdenes bastante claras. Si intentas escapar, ellos te dominaran de la forma que sea necesaria. Ella lo siguió cuando Morgan salió del cuarto. — ¿Cree que temo la muerte en manos de sus soldados? Morgan se detuvo unos segundos en la escalera sin responder y comenzó a descender los escalones,. Brenna, con las manos en las caderas le lanzo una mirada de desprecio y se precipito detrás de el. — Prefiero enfrentar una espada enemiga que casarme con un perro inglés. El se giro rápidamente y la agarro por los hombros apretándola contra su pecho, mientras la apretaba contra la fría pared de piedra en el hall. Brenna podía sentir el aliento caliente rozándole las mejillas. — Es mejor que refrenes esa lengua muchacha. Estoy harto de oír esa voz suya impertinente. El mismo se sorprendió con la intimidad de su reacción esa mujer irritante tenía el poder de hacerlo perder el autocontrol. Brenna sacudió la cabeza, para no demonstrar ninguna señal de debilidad. — Y yo estoy descompuesta de ver su rosto, lord Grey. La única y obvia solución para nuestros problemas es liberarme y dejarme regresar con mi gente. — Yo veo una única manera de silenciar su voz. Sin previo aviso, bajo la cabeza, besándola con pasión. Emociones incontrolables lo asaltaron cuando los labios se encontraron. Morgan reconoció la insensatez de su gesto, pero era tarde, la pasión lo consumía. Brenna permaneció inmóvil, absorbiendo el shock inesperado, sintiendo un nudo en el estómago.

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Las fuertes manos en sus hombros relajaron la presión, pasando a acariciarla. Y el beso se volvió dulce y gentil. En el hall sombrío, así como la oscuridad de media noches ella podría reconocer los labios de Morgan, su toque, su sabor, que jamás olvido desde la primera vez que el la toco. Con los ojos cerrados consiguió trazar la línea de la boca, de la barbilla altiva. El ardor de Brenna hacia a Morgan olvidar la pureza inmaculada de la joven escocesa. A pesar de la inexperiencia, el podía sentir la pasión vibrante que la movía, y su esfuerzo supremo para mantener bajo control la urgencia de su deseo. ¿Cómo sería acostarse con Brenna y estimular esa lujuria, atizándola hasta llevarla al éxtasis? La necesidad de probar crecía en su interior. Cómo le gustaría ver desmoronarse esa frialdad controlada, deshaciéndose en susurros y gemidos de placer. El la deseaba, santo Dios. Cada vez que la tocaba. Y todas las negativas del mundo no alteraban ese simple hecho. Brenna provocaba su deseo como nunca ninguna otra mujer lo había conseguido. Dejando caer la mano, Morgan dio um paso atrás. Brenna inspiró profundamente, desorientada. ¿Sería que él había percibido su emoción? Cuando se besaban, ¿el habría experimentado todas estas sensaciones salvajes y tumultuosas, tan nuevas y atemorizantes? ¿O solamente ella estaría confusa y amedrentada por todo lo que estaba ocurriendo entre ellos? La mirada indescifrable de Morgan no revelaba nada. Al oír le ruido inconfundible de la silla de ruedas de Richard deslizando sobre el suelo e madera, ambos giraron la atención a el — Tu caballo está pronto, Morgan. ¿Volverás antes de caer la noche? — Estaré aquí para comer con ustedes. Tal vez quieras ocuparte de la muchacha. — Será un placer. Girándose a Brenna, Morgan repitió: — Los guardias cumplirán sus órdenes. Tome cuidado para no traspasar los límites de a paciencia de mi hermano, o responderá por eso. Brenna quedo de pie al lado de Richard, cuando Morgan se apartaba. Lentamente su corazón latió a un ritmo normal. Agradecía secretamente la penumbra del hall, porque en la luz del día seguramente Richard podría leer en sus ojos el mar de emociones conflictivas.

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Capítulo 13 — Preciso alejarme de Richmond cuanto antes, Morgan, o me volveré loca. El palacio huele a establo. — Viajar no es seguro en este momento, majestad. Ocurrieron muchos accidentes inexplicables. — Tú estarás a mi lado — dijo la reina, como una sonrisa persuasiva. — ¿Qué me puede ocurrir cuando tú estás conmigo? — No puedo estar en dos lugares al mismo tiempo. Quiere que vigile a la escocesa y que cuide de su seguridad, majestad. Elizabeth manifestó su mal humor con una frase cortante: — Quiero acabar con esta situación, preciso dejar el palacio. Morgan fue a la terraza a observar el paisaje bucólico. ¿Quién podría imaginar que se estaba tejiendo una trama macabra en un escenario tranquilo como ese? De repente se le ocurrió una idea. — ¿Le gustaría pasar algunos días en Greystone Abbey? La reina batió palmas, alegre, levantándose. — Oh, sí, Morgan. Estaba esperando tu invitación. Podremos cazar. Y tomar te en sus jardines esplendidos. Y dar una gran fiesta… Levantando la mano, el la interrumpió. — Pensé que viniera sola. — Pero preciso mis criados. Y e la cocinera. Tú sabes que no soporto la comida de la Sra. Leems. Y Madeleine y Charles. Y... La reina dudaba, dándose cuenta de la expresión cerrada de su amigo. Finalmente declaro. —- Llevaré solo aquellos absolutamente indispensables para mi confort y alegría, lo prometo, Morgan. Con um suspiro exasperado, el concordó: — Como quiera, majestad. Tomaré las providencias necesarias.

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— Voy a dar um paseo por el jardín, milady. — Richard se compadecía de la joven, encerrada en el cuarto la mayor parte del tiempo, mientras Morgan viajaba hasta el palacio de Richmond todos los días. Perspicaz, el percibió pronto la tensión entre ambos. Había algo indefinible entre Morgan y Brenna, algo más que la relación de una prisionera con su captor. — ¿Le gustaría acompañarme? — Claro. Pronto ella caminaba a su lado mientras un criado empujaba la silla de ruedas. Los caminos cubiertos con piedras se alargaban para dar lugar a bancos de madera en la sombra de viejos arboles retorcidos. Así como la casa, el jardín tenia la apariencia descuidado negligente, recordando sin embargo la desvanecida belleza de otrora. — ¿Prefiere quedarse al sol o a la sombra? — preguntó Brenna. — Al sol. Brilla con poca frecuencia para mi gusto. Quiero aprovecharlo al máximo. — De acuerdo. Brenna se detuvo para inhalar la fragancia de um botón anaranjado. — Sus rosas precisan de cuidados, milord. — Es verdad. Así como todo el resto, en Greystone Abbey. — Richard hizo una señal para que el criado los dejase solos. Tomo una rosa pálida llevándola a su rostro. — Como me gustaba cuidar de las rosas... Este jardín era el favorito de mi madre. Cuando ella vivía, nuestras flores causaban envidia, rivalizando hasta con los jardines de la reina. Pero desde que ella murió, nadie más les dedica cariño y atención. — Que pena, es un lugar tranquilo y encantador. — Supongo que yo podría volver a ocuparme de las flores. — Levantando la cabeza, siguió con la mirada el vuelo de un pájaro. — Si al menos tuviese alas... Brenna, estudiaba sus facciones mientras el hablaba, noto un destello agónico en sus ojos. ¨Poco después, pestañeó recuperando la serenidad. Girándose para examinar la casa Richard comentó: — Greystone Abbey también está decayendo por pura negligencia. Falta el toque femenino — Pensativo, completó poco después: — Tal vez todos nosotros estemos precisando de una mujer a nuestro lado. — Cuénteme sobre su madre. — Ella era hija de un noble escocés. — ¿De um escocés? ¿Su madre no era inglesa?

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— No — respondió Richard, riendo de la perplejidad de Brenna. — ¿Está escandalizada, muchacha? — Confieso que sí. — Ella se inclino hacia adelante, los ojos brillantes las facciones animadas. — ¿Y por que su padre no se caso con una mujer de la misma nacionalidad? — Los Grey nunca le dieron mucha importancia a las tradiciones. Cierta vez, cumpliendo una misión en Escocia para el rey Henrique, mi padre reparo en una joven que lo había impresionado por la belleza. Pidió informaciones sobre ella y le pidió al rey para que arreglara un encuentro con su familia. Cuando ellos se reusaron a dar permiso para el casamiento de su hija, mi padre juro que la conquistaría de cualquier manera. Amparado en las sombras de la noche, escalo las paredes de la terraza del cuarto y paso largas horas intentando convencerla. Por la mañana, ellos ya habían dormido juntos, intercambiando promesas de amor. El padre sabiendo que su hija se había entregado al ingles y que por lo tanto sería rechazada por los probables pretendientes escoceses consintió reticente el casamiento. Brenna agrando los ojos — ¿Y su madre no se arrepintió de la decisión precipitada? — ¿Arrepentirse? Nunca, querida. Jamás conocí dos personas tan felices como mis padres. Hasta el día que la muerta los separo, estuvieron profundamente enamorados uno por el otro. — ¿Y la familia inglesa de tu padre acepto el casamiento sin reservas? — Como ya dije, los Greys no se apegan a las tradiciones. Mi abuela paterna era del país de Gales y el hermano de mi padre se caso con una irlandesa Reparando en la mirada incrédula de Brenna agrego: — ¿Como mi abuelo acostumbraba decir: "La familia Grey habla varios dialectos, pero el corazón entiende todos ellos". Brenna inclinó la cabeza, fijando la mirada en las manos cerradas en el regazo. Intentaba absorber todo lo que había oído. ¿No ocurría también algo parecido en su familia? Ella se había horrorizado a saber que Meredith entrego su corazón a un bárbaro de las Tierras Altas. Sin embargo no podía negar el amor que los unía. — Ven, muchacha. Déjeme mostrarte el jardín. Mientras Brenna empujaba la silla, Richard apunto para los árboles ya crecidas, plantadas por Morgan y él cuando niños. Se aproximaron a la vieja fuente rota, en la que habían jugado en las tardes calientes de verano. — Morgan siempre tuvo el ímpetu de um toro salvaje, participando de todas las peleas, de puños cerrados, la sangre hirviendo de excitación por la disputa. Con frecuencia

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terminaba con la nariz sangrando y un ojo morado, pero nunca aprendía. Al día siguiente, ahí estaba el de nuevo dispuesto a luchar otra vez. Ella reía divertida con las historias graciosas de Richard y pensaba con simpatía en Morgan Grey cuando niño. — Greystone Abbey debe guardar muchos recuerdos felices para ti — dijo Brenna, mientras andaban hacia el patio. — Sin duda, es por eso que regrese a casa después de mi accidente. — Richard miró la manta sobre las piernas. — Londres era muy agitada, me sentía perdido allá. No había lugar para un lisiado que no podía luchar más en los campos de batalla. Reparando en el dolor reflejado en los ojos oscuros, Brenna se arrodillo tomándole las manos entre las suyas. — Por favor, milord... Richard, no hable con tanta crueldad de su aflicción — ¿Lisiado? ¿La palabra la perturba? — El acarició con afecto los largos cabellos oscuros, llevando la mano de Brenna a los labios. — Ya no importa, muchacha. Yo sé lo que soy. Acepto el hecho de no poder hacer todo lo que antes conseguía. Aquí encontré paz. Greystone Abbey siempre fue um refugio para mi familia. Para algunos de su familia, tal vez, pensaba Brenna, alisando las faldas y empujando la silla en dirección a la puerta de entrada, recordaba al otro lord Grey, tenso, enojado, preocupado con la seguridad de la reina. Había pasado la semana entera viajando constantemente entre su casa y el palacio real en Richmond. Aunque temiese al probable enfrentamiento cuan do el llegase, estaba atenta el ruido de los cascos de los caballo y cian finalmente el regreso el corazon de Brenna ltio acelerado. ¿Había ella empezado apreciar los duelos verbales con el inglés? No veía otra razón que justificase tanta ansiedad por el retorno de Morgan Grey. — Usaré esta ropa para la comida, Rosamunde. Brenna apunto a un vestido de satin lila con corpiño y mangas bordadas en pelas. — Es realmente muy bonito, milady — Con pocas palabras Rosamunde encargó a una criada preparar el baño, mientras otra arreglaba el vestido sobre la cama, junto con una profusión de enaguas y otros accesorios , medias, zapatos y broches con perlas para el cabello. — ¿Como conseguiste todas estas ropas maravillosas, Rosamunde? Estoy aquí hace poco tiempo y me sorprende cada día con un vestido nuevo.

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— No hay misterio alguno, milady. Lord Grey instruyo a las costureras para encargarse de todo lo que fuese preciso. — ¿Cual de los dos? ¿Richard o Morgan? — Lord Morgan Grey, milady. Brenna volvió a sentir la ya familiar ansiedad. ¿Por que una simple gentileza de Morgan podría causarle tanta alegría? — E, como la señora es tan discreta y no solicitó nada en especial, me tomé la libertad de ocuparme de todo. Riendo, Brenna comentó: — No preciso de todas estas ropas. Um vestido simples para las mañanas es suficiente. — Milady, si me permite, creo que pasa mucho tiempo en la cocina y las dependencias de servicio supervisando los trabajos y no se interesa o suficiente en su guardarropa. Una dama no debería preocuparse con las trivialidades como los quehaceres domésticos. En breve será la esposa de un noble rico y no precisará mas preocuparse de Greystone Abbey. Brenna sintió una puntada de angustia al oír las palabras de la camarera, e intentó no demonstrar su aflicción. ¿Por qué debería preocuparse con esa vieja mansión y sus habitantes? ¿No eran, al final, ingleses detestables? — Ye repare en el excelente trabajo hecho por la Sra. Leems. Pero, como ella está siempre muy atareada con la comida, pensé en colaborar. —La Sra. Leems comentó con todos nosotros sobre su amable ayuda. —Aprecio la oportunidad de tener alguna ocupaba. Ayuda a pasar el tiempo. Rosamunde colocó el último lazo en los cabellos de Brenna con una sonrisa satisfecha dispenso a las otras criadas del cuarto. Recogió la ropa usada, se preparaba para salir cuando Brenna la detuve, asegurándola por el brazo. —Desde que salí de Escocia, he pensado mucho en mi fiel camarera, Mora que me acompaña desde hace muchos años. A pesar de la vista defectuosa y las viejas manos ásperas, ella es verdaderamente un tesoro para mí. Así como tú. Por un instante, Rosamunde quedo dominada por la sorpresa. En todos sus años de servicio, nunca le había agradecido por su trabajo. Los ricos estaban acostumbrados a ser atendidos, y consideraban esa atención una obligación de los criados. —Yo también puedo ser su amiga, milady — murmuró.

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—Estoy agradecida. Una amiga puede serme muy útil. — Las dos mujeres oyeron los pasos aproximándose. Abriendo la puerta, Rosamunde hizo una reverencia y salió del cuarto. Morgan se detuvo en el marco admirando a la mujer frente a él. —Las costure iras de la villa hicieron justicia a su belleza. —Es mucha generosidad la suya,

milord. — Esforzándose para disfrazar las

emociones que la tomaron por asalto, atravesó el cuarto para saludarlo. — No preciso de tantos vestidos maravillosos. —No trajiste tu ropa y yo soy el culpable. Por lo tanto, es mi deber proveerte todo lo que fuera necesario para que estés cómoda. Tomados de los brazos descendieron lentamente la escalera. —La Sra. Leems me ha hablado de su habilidad e interés por los quehaceres domésticos. Ella me conto que sugeriste retirar las cortinas pesadas de las ventanas, permitiendo así que entre el sol ilumine los rincones más sombríos del castillo. — Espero que no le importe. Pensé que Richard tal vez pudiese admirar mejor el paisaje a través de las vidrieras descubiertas. El pasa tanto tempo en la ventana mirando el mundo allá fuera… — Te lo agradezco mucho, milady. Morgan reparaba en el suelo pulido y reluciente del hall mientras se dirigían al comedor. Las paredes oscurecidas por el tiempo habían sido barridas hasta casi brillas. Las enormes mesas de madera rustica resplandecían bajo las capas de cera y la chimenea finalmente funcionaba a la perfección, después de haber sido limpiada. Retiradas las cortinas, el salón se iluminaba con los pálidos rayos del sol poniente, destacando las figuras coloridas en el suelo de mármol impecable Greystone Abbey parecía haber despertado de un largo sueño. Los criados cuchicheaban sobre la dama que trabajaba junto con ellos, lustrando los candelabros, los adornos y los pasamanos. Parecía un capataz exigente, con la diferencia que no daba órdenes arbitrarias. — ¿Cuidabas tu casa en Escocia con tanto cariño, milady? — ¡La cuidaba, si! — respondió Brenna, a voz embargada por la añoranza. — Mis hermanas detestaban los trabajos femeninos, preferían entrenar en el uso de las armas con los soldados de nuestro padre. — Sin embargo me parece recordar que no carece de habilidad con las dagas, milady — bromeo Morgan, llevando la mano al pecho y dejando a Brenna desconcertada.

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— Si. Y con una espada soy capaz de derrotar varios de tus soldados, milord, porque luchar forma parte de nuestro entrenamiento, así como aprender a hacer pan o confeccionar una puntilla delicada. — Presta atención hermano mío, Una combinación explosiva — bromeo Richard, mirando a los recién llegados. — Una mujer que sabe cocinar, coser y manejar una espada. Sus oportunidades para obtener un buen contrato de casamiento aumenta a cada día, milady. Con las mejillas coloradas por el rubor, Brenna bajo la cabeza, no se dio cuenta de la expresión ceñuda de Morgan. Pero Richard si la advirtió. Entonces su hermano no quería librarse de la muchacha con la vehemencia que proclamaba. Decidió prestar atención al comportamiento de ambos mientras comían. Nada le gustaba más que provocar al obstinado Morgan, que nunca daba el brazo a torcer. Cuando los soldados ocuparon sus lugares en la mesa, los criados entraron en el salón cargando bandejas con faisán, venado y perdices, junto con cestas con pan caliente. Richard y Morgan se sirvieron grandes porciones, comiendo con la habitual voracidad. Brenna probaba pequeños bocados observando altos hermanos. Devoraban todo en poco tiempo, haciendo señas a los criados que se apresuraban a llenarles los platos. — ¿Qué hizo con este venado? — preguntó Morgan a la gobernanta. — Preparé una nueva receta. ¿No está de su agrado? — es lo mejor que he probado hasta ahora, Sra. Leems. La gobernanta sonrió, tímida, diciendo: — Lady Brenna me enseño a preparar la carne como hacen Escocia, según la tradición de la familia MacAlpin. Pensé que podía probar las nuevas recetas. Morgan apenas miro a Brenna, sin nada que decir. — El pan también tiene un sabor diferente. Pero sabroso. — agregó Richard. — Lady Brenna enseñó a los cocineros a preparar scones y crema acida. Deleitándose con las novedades, Morgan preguntó: — ¿Y qué es esto? — Pudin bañado en brandy — respondió la Sra. Leems, y, esperando que Richard probase un bocado quiso saber: — ¿le gusta, milord? — Muy sabroso. Al finalizar la ´porción, Morgan pidió que le sirviesen una segunda vez.

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— ¿Y por qué nunca antes lo había hecho, Sra. Leems? — No tenía la receta, milord — respondió la gobernanta, escondiendo una sonrisa cómplice. — Fue lady Brenna quien me enseño. — ¿Tu ayudaste a preparar esto también, muchacha? — preguntó Richard. — Era el postre favorito de mi padre. — Puedo imaginar la razón, es delicioso — comentó, sirviéndose otra vez, después de Morgan. — Querida — continuó —, ¿existe alguna cosa que no sapa hacer? Radiante con los elogios, Brenna sonrió abiertamente. — Estoy feliz de que te haya gustado la comida, Richard. — ¿Y tú, Morgan? — preguntó, mirando al hermano sentado enfrente. — Parece que hoy comiste más de lo normal. El respondió mirando a Brenna. — No recuerdo otra ocasión en que hubiese apreciado tanto el sabor de los platos.

Ella dejo el comedor en un aura de alegría. Morgan caminaba a su lado, empujando la silla de ruedas. Había comenzado a preocuparse, de manera incomprensible, de la opinión del ingles. Para ser sincera, debía admitir, retuvo la respiración durante toda la comida deseando que él no se disgustara por las modificaciones en el menú. Morgan se detuvo frente a la puerta de la biblioteca. — ¿Desea retirarse a sus aposentos? — No, milord. No estoy cansada. — Entonces quizás quiera quedarse con nosotros. — invitó. — Gracias — aceptó entrando en la acogedora sala, las paredes repletas de libros. Una criada llevo una bandeja con una botella de cristal y varias copas, dejándola sobre una mesa lateral. Un magnífico juego de ajedrez llamo la atención de Brenna, que admiró las figuras talladas con excepcional esmero. — Juega ajedrez, milady! — Mi padre era un excelente jugador. En raras ocasiones mis hermanas y yo conseguíamos vencer sus estrategias. — Entonces la desafío — dijo Richard.

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Con una risa espontánea, se sentó frente a él y efectuó el primer movimiento. En pocos minutos estaban inmersos en el juego. Del otro lado de la sala, Morgan se sirvió una coipa de vino mientras estudiaba la figura femenina, cuyos largos cabellos brillaban a la luz del fuego. Concentrada, la frente fruncida, Brenna movió una torre. Richard rio a carcajadas con su error evidente, deslizo suavemente la pieza fuera del tablero. Luego de un breve momento de duda, ella lo acompaño en las risas, enjugándose las lagrimas de reír. —No juego ajedrez hace muchos años y tu estas sacando ventaja de eso —Es como empuñar una espada, mi querida. La gente nunca lo olvida. —Ya voy estar en forma, y cuando eso ocurra, prepárese. —No tengo dudas. Es tu turno muchacha. —. Inclinándose sobre el tablero para estudiar las piezas, Brenna movió un caballo. Esa vez, Richard levantó las cejas, admirado. —Veo que está recordando de prisa. —Así parece. Luego de cuatro jugadas llegaron a un impase. Decidieron que no podrían. Richard le dirigió un guiño malicioso. — ¿Está segura que no juega hace años? —Bien, puedo haber enfrentado a mis hermanas, una que otra vez, no se… — ¡Ah! Y simplemente olvido mencionar ese hecho. Encogiéndose de hombros evito mirar al inquisitivo compañero —Quizás olvide ese detalle… Tirando la cabeza atrás el rio nuevamente. —Brenna MacAlpin, usted es diabólica, como un soldado en campo de batalla. Me haces bajar la guardia para poder descubrir mi estrategia. —Es verdad, pero no se quede enojado conmigo, es solo un juego. — asintió Brenna, sonriendo cordialmente. —Ni tanto. Para um combatiente que no puede ya enfrentar una lucha, el ajedrez es más que un juego. Es un desafío de inteligencia y habilidad. Si quiere vencerme deberá pensar como un soldado. —Tiene razón — Brenna lo observaba con atención por encima del tablero. — La próxima vez, Richard, lo vencer. —Quedo esperando nuestro enfrentamiento, muchacha.

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El miro a su hermano de pie cerca de la chimenea, apoyado displicentemente en la estructura de piedra. —Sírveme una copa de vino, , Morgan, para celebrar. Finalmente encontré alguien que me va a obligar a concentrarme en el juego. No como la mayoría de los que me desafían últimamente en esta casa— terminó, bajando la voz y guiñando a Brenna. Morgan lleno dos copas de vino y sonriente se las ofreció a Richard y Brenna. Apreciaba ver a su hermano tan animado. Qué ironía que fuese esa escocesa temperamental quien hubiese llevados tantos cambios a Greystone Abbey. Mientras extendía la copa, Morgan dijo, con una mueca libertina: — Vamos, Richard, tu solo me ganas por que yo te lo permito. — Créete eso. No me ganas en el ajedrez hace más de un año y yo solo acepto jugar contigo para no perder la mano. Morgan llenaba su propia copa y Brenna observaba las llamas en la chimenea, concentrada en el chirriar del fuego y el crepitar de los leños. Ninguno otro sonido invadía la calma del ambiente. — Este es un lugar tan pacífico — comentó, girándose para Richard. — Ahora entiendo por qué quería permanecer aquí. — No buscaba paz, solo deseaba un refugio para ocultarme de las miradas crueles, un refugio apartado para mi desamparo. Ella no respondió, conmovida con el dolor de la revelación. En pocos minutos, Richard emergió lentamente de los pensamientos sombríos, preguntando: — ¿No existen lugares así en su tierra? — Si mi pueblo pudiera disfrutar de una paz como esta… es mi deseo más ferviente. En cambio mi pobre tierra ha sido asediada por generaciones y generaciones. No hay refugios seguros para mi clan. — S cumplieras los deseos de Elizabeth, habría paz entre nuestros pueblos. — dijo Morgan abruptamente. — ¿El casamiento con un inglés es un precio tan terrible? Brenna permaneció inmóvil. La misma pregunta la había atormentado durante días. Aun mas, si la idea de ser entregada en sacrificio por el bien de su pueblo la repugnaba, el simple pensamiento de sacrificar también a su hermana la hacía insoportable. — Creo que puedo enfrentar ser privada del amor por el bien de mi clan. Si su reina asegura que mi casamiento será un lazo de unión y paz duradera, aceptaré su voluntad. Sin embargo, no permitiré que Megan participe de estos designios. — ¿Megan? — preguntó Richard, súbitamente interesado.

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— Mi hermana menor. Ella escapo alas Tierras Altas antes que me capturaran. Richard pareció impresionado. — ¿Ella escapó de tus soldados, Morgan? — Si. Siguiendo las instrucciones de la hermana, ella huyo a la seguridad del bosque donde desapareció. Pero no hubo necesidad de perseguirla, , lady Brenna era el premio que perseguíamos. Premio. Verdaderamente Brenna era una mujer admirable. Richard se giro a ella que sorbía lentamente el vino, y después observo en dirección a la mirada de Morgan, fija en la escocesa Terminando su vino, Richard disimulo un bostezo. — Me voy a retirar, Morgan. — ¿Tan temprano? — Lady Brenna me hizo pasar horas en los jardines hoy, supervisando la plantación de los arboles. Estoy cansado. — ¿Estuvo plantando árboles, milady? — preguntó Morgan, sorprendido e interesado. Brenna se ruborizo, presintiendo que había traspasado los límites de su situación en el castillo. — Perdóneme, milord. Pero varios árboles estaban descuidados y yo pensé... — Las mejillas se pusieron aun mas coloradas. — Se que no tenía derecho... —Si Richard consintió, tenías todo el derecho. Girándose a su hermano, inquirió: — ¿Y en qué lugar fueron plantados? —Cerca de nuestra vieja fuente. Ellos van a dar sombra al antiguo jardín de nuestra madre. Sintiendo una mezcla de satisfacción y desagrado, Morgan declaró —Mañana veré esos árboles Empujo la silla de ruedas hasta la puerta, donde aguardaba un criado y se despidieron. —Venga, milady — dijo Morgan abruptamente. — Voy a llevarla a su cuarto. Al subir las escaleras el comento casualmente.

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—Invite a la reina a una cacería en Greystone Abbey, y ella va atraer a Madeleine y Charles. Pensé que le gustaría verlos. Brenna sonrió feliz. —Ciertamente, milord. —Entonces voy a invitarlos a que pasen unos días con nosotros, si eso le da placer. —Muchas gracias. — Deteniéndose al lado de la puerta, agrego: — ¿Cuándo vendrán? —En cuanto resolvamos los últimos detalles Brenna se sintió animada. No estaría tan sola con Madeleine cerca. —Gracias, milord — volvió a agradecer. El la sorprendió tocándole el rostro gentilmente. —Si hubiera sabido que la visita de Madeleine le daría toda esa alegría, la hubiera invitado antes. La oleada de calor que la invadió la dejo atontada, la cabeza liviana. Por unos segundos él la miro fijamente y Brenna intuyo que iba a besarla. El corazón casi dejo de latirle. Ella esperaba, anticipando el toque de sus labios. Morgan dudo, jugando con la idea de probar otra vez el delicioso sabor de su boca. Sin embargo una alerta cruzo su mente. Sabia del peligro que encerraba un beso de esa mujer. Todas las veces que probo, necesito hacer un esfuerzo sobre humano para no poseerla. Estudiaba los labios suaves y seductores, la mirada invitante. Resistió y dio un paso atrás apartándose. Ya le era difícil dormir sabiendo que ella estaba tan cerca. Si la besaba el sueño no llegaría hasta que amaneciera el día. — Duerma bien, milady. Bajando el brazo se aparto a largos pasos.

Capítulo 14 Inmersos en las sombras del bosque, dos figuras conversaban en sordina, poco antes de que naciera el sol. A una cierta distancia se entreveían las torres del o Palácio Richmond, envueltas en la húmeda neblina del amanecer

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— ¿Por qué aun no se realizó lo combinado? — Lo intente... — Lo sé, pero fallo. Es imperdonable. — La reina nunca está sola. Desde que Morgan Grey volvió a Inglaterra, él la acompaña siempre. Ella se rehúsa a salir, donde quiera que sea, sin ese bárbaro a su lado. — Entonces elimínelo — El tono era enojado, cortante. — No le pago para que me dé explicaciones El trabajo tiene que ser realizado pronto, de otra forma perderé la confianza de aquellos que me apoyan para ascender al trono. Si tú no eres capaz de cumplir lo prometido, entonces voy a encontrar algún otro dispuesto a enfrentar los riesgos. — Sabe que no le temo al peligro. Ya me arriesgue hasta demasiado. Pero debemos ser cautelosos y escoger el momento adecuado para evitar testigos. — ¿Tienes un plan? — Lo tengo — respondió el interlocutor con una sonrisa diabólica. — La reina planea viajar a Greystone Abbey, la mansión de Morgan Grey, cerca de Richmond. Es un lugar muy aislado, parece muy conveniente El otro hombre se fregaba las manos impaciente — El lugar perfecto y la ocasión adecuada para un… accidente. ¿Pero cómo puede estar seguro de que será incluido en los planes de la reina? — Deje esos detalles por mi cuenta. — Tenga cuidado. Nuestro futuro y el de toda Inglaterra dependen de esta acción. Debes estar preparado para matar a todos los que se interpongan en nuestro camino. — Conozco la urgencia de la misión, mi amigo, no se preocupe. En, cuanto a las muertes... — la risa siniestra provoco un estremecimiento de pavor en su compañero —, yo me encargare de eso. Se apretaron las manos antes de separarse. En pocos minutos fueron tragados por la bruma sin dejar rastro.

Cuando los primeros rayos de sol se filtraron por las ventanas, Brenna saltó de la cama, ansiosa y excitada. Madeleine d'Arbeville llegaría aquel día junto con la reina. Su primera amiga en Inglaterra, que sensación agradable... Ella precisaba mucho una confidente para apartar la añoranza de su casa, que le pesaba en el alma.

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Mientras Rosamunde la ayudaba a vestirse, amarrando los lazos del corpiño tarareaba sin parar. — Nunca la vi antes tan animada, milady. — Es verdad. Estoy muy ansiosa por volver a ver a la duquesa de Eton, ella fue extremamente gentil conmigo en Richmond. Rosamunde terminó de abotonar el largo vestido y se levantó para peinar los cabellos. Al fin de la tarea, retrocedió unos pasos apreciando el resultado. — Está encantadora, milady. — Gracias a ti. — Brenna levanto levemente las faldas, girándose. En ese instante, reparo en Morgan que entraba en el cuarto, y miro espantada cuando él la tomo por los hombros — No me di cuenta de su llegada, milord — dijo, trémula. ¿Por qué su corazón se disparaba locamente cuando él la tocaba? — ¿Dónde estaba yendo tan apurada? — Tengo de supervisar el arreglo de los cuartos de los huéspedes antes de que Madeleine llegue. — Pero es justamente para eso que tenemos criados — comentó Morgan, divertido. — Sin embargo yo quiero asegurarme de que todo este perfecto para nuestros invitados. “Nuestro invitados”. Aunque Brenna pronunciase las palabras inadvertidamente, Morgan experimentó una extraña satisfacción. — ¿Tendrá tiempo de acompañarme en el desayuno, milady? ¿O precisa iniciar sus tareas de inmediato? Ella se ruborizo, descubriendo que estaba siendo objeto de la risa provocativa de Morgan. —Supongo que puedo perder unos minutos para comer, milord. —La Sra. Leems me prometió una comida especial — dijo Morgan, ofreciéndole el brazo y deleitándose con la suave presión de su mano. Su toque le provocaba una sensación agradable. Agradable y peligrosa. Las faldas de satín, producían un leve sonido, seductor, mientras ella caminaba a su lado. El no podía dejarse llevar por las apariencias, precisaba recordar en todo momento, que por debajo de tanta delicadeza y femineidad, se escondía una mujer determinada que no se detendría ante ningún riego para regresar a Escocia. — ¿Tendremos una nueva receta de su familia hoy en la mesa?

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— ¿Eso sería de su agrado? - replico ella, mirándolo de reojo. Morgan se encogió de hombros reticente de admitir sus sentimientos. — Um soldado aprende a comer cualquier cosa, con tal que sacie sea hambre. Sin conseguir evitar la risa provocada por el comentario pretendidamente ofensivo, Brenna declaró: — Entonces voy a pedirle a la Sra. Leems que le prepare una porfió de sopa de avena, milord. Seguramente será suficiente para calmar su apetito y hacerle recordar las batallas que tanta añoranza le provocan. — Es mejor que se muerda es alengua antes que ella la oiga — respondía Morgan, en tono amistoso. — ¿Que oiga qué? - preguntó Richard cuando ellos entraron. El ya ocupaba su lugar en la mesa. — Tu hermano no aprecia mi comida extravagante. El solo le interesa saciar el hambre. — Entonces es como yo pensaba— dijo Richard, frunciendo la frente. — Tantas batallas lo dejaron demente. El miraba a Morgan, sentándose al lado de Brenna, haciendo incalculables esfuerzos para ni siquiera rozarla ¿Por qué? ¿Sería posible que Morgan temiera tanto la proximidad de la? ¿O estaría amedrentado por las emociones que lo asaltaban? Richard disimulo una sonrisa ante la obvia incomodidad del hermano. — Una buena comida es como una bella mujer — dijo, satisfecho. — Ambas precisan ser saboreadas, no sólo para calmar los deseos del cuerpo, sino también los del alma. Morgan se sintió estremecer. Las palabras de Richard habían tocado un punto sensible. Había poseído muchas mujeres a lo largo de su vida, pero con ninguna de ellas había compartido los deseos más recónditos de su espíritu. Prefiriendo ignorar la mirada insistente de Richard, Morgan ordenó: — Puede comenzar a servir, Sra. Leems. — Claro, milord. La gobernanta dirigía los criados, que llevaban las bandejas de biscochos calientes y carnes humeantes, así como los panes untados con miel y conservas de frutas. Los soldados comieron en silencio, deleitados con los nuevos platos. Cuando ellos habían terminado, Morgan y Richard aun continuaban sirviéndose, hasta que por sin, plenamente satisfechos, se reclinaron en los asientos.

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— Congratulaciones, Sra. Leems — dijo Richard, llevando à la boca un pedazo de bollo mojado en caldo de frutas. La gobernanta, radiante, agradeció con una reverencia. Probando otra de las conservas, Morgan preguntó: — ¿Nuevas sugerencias de lady Brenna? — Exactamente, milord. Richard observaba con atención a la gentil escocesa sentada al lado de su hermano. — Le estoy muy agradecido por su interés, milady. Aguardo ansioso sus próximas sorpresas. Morgan la miro de reojo, a tiempo de ver una cálida sonrisa aflorar en sus labios. Aunque no hiciera ningún comentario, no podía negar los hechos, el también apreciaba los cambios sutiles introducidos por Brenna e Greystone Abbey. Cada día ella parecía sorprenderlos con una novedad. Mientras dejaba el comedor, Brenna se excuso: — Disculpe, milord. Tengo mucho de que encargarme antes de la llegada de Madeleine. Salió de prisa del recinto, seguida por la gobernanta y varias criadas. Morgan se quedo observándola hasta que sintió la mirada escrutadora de Richard. — La muchacha parece animadísima. — Sin duda. — Morgan frunció la frente pensativo. — La visita de Madeleine es muy oportuna. Brenna permaneció aislada por largo tiempo. — ¿Pero no era esa la intención de la reina con tu prisionera? Prisionera. Morgan sintió el golpe. Había comenzado a pensar en Brenna ya no como una prisionera, sino como una huésped. Una huésped deliciosa, a decir verdad. Precisaba no se dejar embriagar por una falsa sensación de seguridad. Los guardias deberían mantener su vigilia, si no Brenna podría aprovechar el menor descuido para escapar.

Morgan, en pié al lado del escritorio en la biblioteca, miraba por la ventana. Brenna paseaba lentamente por el jardín recogiendo rosas. Dos guardias la seguían discretamente, con la espadas preparadas para actuar si era necesario.. Olvidando por un momento los documentos sobre los cuales había trabajado la mañana entera, Morgan se apoyo en el alfeizar. La luz del sol se filtraba entre las copas de

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los arboles, salpicando la figura femenina con puntos luminosos. La brisa revolvía sus cabellos, tirándolos para atrás como un velo sedoso. Cuando ella levanto el rostro para seguir con la mirada a un halcón, Morgan pudo reparar en su perfil armonioso. La frente lisa, sin arrugas, la péquela nariz levantada, la boca curvada en una sonrisa extasiada. Sin pensar en lo que hacía, tiro los papeles al suelo en un gesto impulsivo y salió a largos pasos de la biblioteca. Pocos segundos después estaba en un atajo que conducía al jardín. Ella surgió en una curva del camino, cargando en los brazos los pimpollos coloridos. Morgan sintió la garganta reseca al verla. Dios del cielo, esa mujer adorable lo dejaba atónito, casi sin aire. Brenna se detuvo, dubitativa. — ¿Desea alguna cosa, milord? Una vez en el jardín, enfrente, el no tenía idea de que decir. No quería nada mas allá de una oportunidad de mirarla y estar cerca. —Pensé que precisaría de ayuda para cargar tantas flores. —Gracias, milord — respondió, disimulando hábilmente la sorpresa por la súbita aparición. Al extender los brazos para recibir las flores, inadvertidamente, Morgan l rozo los senos con las manos. Brenna dio un paso para atrás, no sin antes ruborizarse avergonzada. — ¿Qué va a hacer con las rosas? — preguntó el, viéndola curvarse para cortar un pimpollo bellísimo. Aun sintiendo el hormigueo en los dedos, provocado por el contacto sexual. —Voy a colocarlas en los cuartos de los huéspedes. — respondió Brenna, hundiendo el rostro en un mazo de pimpollos perfumados. Luego los unió al ramo colorido que aseguraba Morgan. — La fragancia va a perfumar el aire. Aspirando profundamente, Morgan comentó: —Pero se van a marchitar y morir en pocos días —Entonces, cuando eso ocurra, secare los pétalos y los colocare en las gavetas y en los guardarropas, milord — comentó Brenna, deteniéndose frente a una bella flor púrpura. — Y su fragancia perdurará por mucho tiempo, para recordarnos de esta magnífica tarde de verano. El la observaba moverse graciosamente entre los canteros floridos, como una mariposa en primavera. No precisaría de ningún artificio para recordar ese día maravilloso, bastaría cerrar los ojos y pensar en ella.

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Aunque supiera que Brenna no pasaba de ser una marioneta en un juego político, no podía negar que su imagen comenzaba a quedar impresa de manera indeleble en su corazón.

—Los carruajes están llegando, milady. Brenna terminó de arreglar las últimas flores y descendió corriendo al patio, donde Morgan estaba aguardando los visitantes. Cuando los vehículos se detuvieron frente a los portales de entrada, una frenética actividad se apodero de los criados. Desamarraban los pesados baúles de la parte de atrás de los carruajes, tranquilizaban los caballos, tomaban las capas de viaje de los recién llegados. Los ayudantes de Morgan se juntaban a los lacayos de la comitiva real. — Ah, Morgan — dijo Elizabeth al salir del vehículo, descendiendo el escalón con cuidado. — Como siempre, volver a Greystone Abbey es como llegar a casa. El la tomo de la mano, conduciéndola por entre las dos hileras de servidores ansiosos por saludar a su reina. Ella sonreía y cambiaba palabras cordiales con cada uno de ellos. Brenna notó el afecto reciproco entre aquella gente y su soberana. Todos estaban profundamente conmovidos con el gesto cordial y amistoso con que ella retribuía sus amabilidades. Varios jóvenes y señoras emergían de los carruajes, así como los nobles que estaban en la corte, en Richmond, y habían sido invitados por la reina para acompañarla. — Chérie. — Madeleine descendió los escalones, arrojándose a los brazos de Brenna, estrechándola en un caluroso abrazo. Se aparto unos pasos, observando a la amiga con interés. — Siempre quise tanto conocer este refugio privado, que Morgan guarda celosamente... ¿Cómo está suportando la soledad en este lugar apartado de todo? — Estoy bien, como puedes comprobar. A decir verdad, las mejillas coloreadas y el aire saludable contrastaban con la palidez enferma con que Madeleine la conociera en Richmond. Arqueando una ceja, inquisidora, se giro a Morgan. — ¿Y tú, mon Cher? — le dijo besándolo en las mejillas. — ¿ustedes dos declararon finalmente una tregua? — Por lo menos mientras tu estés aquí.

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— Cuidado, mi viejo amigo — recomendó Charles, aproximándose. — Mi esposa puede querer extender su visita por semanas, solo para asegurar la paz entre sus dos amigos. Morgan rió de buen grado. Al abrirse las puertas de otro de los carruajes, emergió un joven muy elegante ayudando a una muchacha a descender. Madeleine se aproximó, tomándolos por las manos, y, dirigiéndose para el anfitrión, dijo con alegría: — Tuve una sorpresa extremamente agradable. Mi hermano y mi hermana vinieron de Paris a visitarme, y la reina insistió en que los trajera con nosotros — Estoy feliz por que hayan tomado esa iniciativa — aseguró Morgan.. — Habrías partido el corazón de Brenna si hubieses cancelado la visita. Madeleine reflexionaba sobre lo que había oído. ¿Sería posible que a Morgan Grey le importasen los sentimientos de su prisionera? Dando un paso al frente, ella hizo las presentaciones. —Brenna MacAlpin, Morgan Grey, permítanme presentarles a mi hermano Gérard y mi hermana Adrianna. Gérard era um joven muy bonito, seguro de si, con el mismo rosto anguloso y los grandes ojos almendrados de Madeleine. Los cabellos rubios caían ondulados sobre el cuello impecable de la túnica, y en la brillante luz del sol reflejaban los mechones de oro. Tenía consciencia de su porte atractivo, era obvio que se deleitaba encantando a las mujeres. —Milady. — Encaró a Brenna por un largo momento, cautivado por su belleza. La visible admiración del joven no paso desapercibida a Morgan, en pié muy próximo. ¿Celos? Sentimiento poco común en Morgan, que se debatía con una emoción nueva y apremiante. ¿Sería posible sentir celos de ese jovencito imberbe e inexperto? Se censuro por su conducta infantil, espantado antes tales pensamientos. Sin embargo recordó la manera insistente y aduladora con que Hamish MacPherson había cortejado a Brenna en Escocia, y la forma con que ella retribuía el interés. Gérard se inclinaba graciosamente llevando la mano de Brenna a los labios, y, al levantar la cabeza, um tenue rubor le cubría las mejillas. Girándose a Morgan, declaró:

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—Sugerí a mi hermana que nuestra visita seria inconveniente, después de todo somos extranjeros en su tierra. Con todo, Madeleine insistió para que la acompañásemos, y, ahora que conocí a lady Brenna, le estoy muy agradecido por su hospitalidad. —Mi casa está siempre abierta para la reina y todos sus invitados — dijo Morgan con cortesía, sin embargo sin su habitual amabilidad. — Adrianna. — Brenna tomó a la joven

de la mano, dándose cuenta de su

retraimiento al encontrarse en medio de tantos extraños. — La visita a su hermana es un acontecimiento maravillosos. La va a reconfortar atenuando su soledad en estas tierras. — Su acento no es inglés — dijo Adrianna. — Soy de Escocia. Sonriendo tímidamente, Adrianna comentó: — Es un gran alivio saber que no seré la única huésped extranjera en esta bella mansión. — Siendo la hermana de Madeleine — dijo Morgan, curvándose galante sobre su mano —, es más que una huésped en mi casa. Este entre mis amigos — Es mucha bondad la suya. — Cuando levantó el rosto para encarar la expresión severa de su anfitrión, las mejillas revelaban un ligero rubor. Adrianna era baja y delgada, los cabellos castaños rojizos caían en grandes rulos acaracolados hasta la cintura. Usaba un vestido de satín verde esmeralda que realzaba los reflejos verdosos de los ojos color ambas. Dejaba transparentar una dulzura que acrecentaba en encanto de su belleza sin artificios. — Estoy muy agradecida por su hospitalidad, milord. De repente, Morgan reconoció al hombre que descendía del último carruaje. Intento mantener el control sin demostrar la irritación provocada por la inesperada aparición. Lord Windham hizo una ostentosa ceremonia la saludar a Brenna. Llevando su mano hasta los labios, acarició la piel suave, enlazando los dedos entre los de ella. — Está adorable, milady. — La mirada penetrante la traspasaba insidiosamente y Brenna sintió un temblor de repulsión ante el tono de artificial intimidad. Desde su adolescencia, Windham sabía como utilizar los juegos de salón y las palabras melifluas que seducían a las mujeres de la corte. Esa escocesa, reflexionaba, no sería diferente. Tal vez solo más experta en disfrazar sus reacciones. — Que delicia — dijo, girándose para incluir a los demás en la conversación. — Viajar con mujeres tan bellas me dejo la sangre hirviendo de ansiedad por la cacería.

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— Ah, ¿pero nosotros vamos a cazar animales de cuatro patas, no es cierto Windham? — provocó la reina, riendo. — Quien sabe, majestad. Con todo, no vejo problema en agregar alguna otra criatura encantadora en nuestra cacería. ¿Tú qué crees Grey? Morgan se limitó a mirar a Windham con aire deferente, sin proferir palabra, girándose luego a Elizabeth. — Si me permite, majestad, ahora voy a acompañarla a sus aposentos. Afectado por el desprecio de Morgan, Windham ofreció su brazo a Brenna, que fingió ignorarlo. En vez de aceptar su compañía, tomo a Madeleine de la mano, y ambas siguieron a Morgan y la reina a través del portal abierto. Brenna intentaba calmarse, respirando hondo. Temblaba de pensar en Windham. ¿Por qué la reina habría llevado a ese hombre despreciable? — Estoy tan feliz, que días maravillosos pasaremos aquí — susurró Madeleine. — Quería tanto conocer la casa de Morgan... Adrianna y Gérard se juntaron à las dos jóvenes, seguidos por el resto de los invitados. Charles demostraba su irritación. La Sra. Leems permanecía en el patio, instruyendo a los criados sobre la distribución de los equipajes. Cuando entraron en la mansión lord Windham miro alrededor, admirando los ricos tapices que adornaban las paredes, así como los delicados tapetes que amortiguaban el sonido de los pasos. — Entonces este es Greystone Abbey. Me pregunto, ya que es tan bonita por que Grey se rehúsa sistemáticamente a recibir visitas en su mansión. Una voz grave y fuerte surgiendo del costado opuesto del salón sorprendió a Windham al responder: — Tal vez mi hermano quisiera proteger mi privacidad. — ¿Hermano? Después de la luz brillante del patio, los invitados tuvieron que forzar la visión para distinguir en la penumbra la silueta de un hombre sentado junto al fuego. — Si, hermano. A una breve orden, el criado empujó la silla de ruedas, llevándola mas cerca, Richard inclinó la cabeza en señal de respeto a la reina. — Sea bienvenida, majestad. Elizabeth saludo a su viejo amigo, volviéndose luego a los demás.

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— Este es lord Richard Grey, el hermano Morgan. — Muchos de los presentes se sintieron tensos. Varias damas giraron el rostro, recelosas de ser vistas contemplando con pesar al lisiado que no podía levantarse para hacer una reverencia a la reina. Cediendo a un ardiente ímpeto de protección, Brenna avanzó rápidamente para quedarse al lado de Richard, colocando su mano en el hombro de forma casi posesiva Su reacción no pasó desapercibida por Morgan, en pié junto a la puerta de entrada. — Ah, yo oí hablar con frecuencia sobre el encantador hermano de Morgan — dijo Madeleine deprisa, para romper el embarazoso silencio. — Pero no sabía que vivía en Greystone Abbey. Es una pena esconder del mundo todo su encanto. Richard retribuyó el comentario gentil con una sonrisa, revelando la importancia del elogio. Lo consideraba solo un acto amable de una mujer delicada. — Es mucha gentileza la suya, milady. Madeleine ofreció la mano extendida, y él la rozo con los labios, cortes. Luego ella indico a sus dos hermanos, que se aproximaban siendo formalmente presentados. — Este es mi hermano, Gérard, y esta mi hermana, Adrianna. Gérard y Richard intercambiaron los saludos habituales. Cuando Richard tomo la mano de Adrianna, sintió una fuerte emoción, súbita e inesperada. Hacía mucho tiempo que sitio esa excitación, el pulsar de la pasión. Tomado por sorpresa, estudio a la joven por un largo momento. La bella francesita irradiaba tal inocencia, tanta gracia juvenil, que el sintió como si um rayo luminoso de brillo dorado se hubiera derramado sobre ambos. Richard aseguraba la mano de Adrianna entre las suyas, pensando en la facilidad con que otrora fascinaba a las mujeres. En otra época de su vida, todas las damas, las muy jóvenes y también las más maduras, se congregaban a su alrededor, atraídas por su encanto provocador, su risa seductora. Pero hacia tanto tiempo ya… Una vida entera, cuando el tenia salud y su futuro se presentaba promisorio, brillante como la estrella de la mañana. Recordó agonizante de esa parte de su vida, ahora cancelada. Las oportunidades no existían más, habían muerto como los miembros inútiles que ni siquiera soportaban mas su peso. El no sería objeto de miradas femeninas. Nunca. Con estudiada displicencia llevó la mano de Adrianna a los labios. —Sea bienvenida à Greystone Abbey, milady. — Reuniendo toda su fuerza interior, consiguió no dar muestras de inquietud

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— Merci. — La francesa lo miraba fijamente. Al solo roce de los labios masculinos sobre su piel, sintió el pulso acelerarse y se censuro por su tontería. Obviamente el no había sentido nada. Brenna notó las mejillas ruborizadas de Adrianna cuando Richard soltó su mano, y se puso a observar la forma con que se miraban cuando pensaban que nadie percibía la emoción que compartían. —ustedes deben querer descansar después del viaje — dijo Morgan. — Voy a mostrarles sus cuartos. Ofreció su brazo a la reina, atravesando juntos el salón. Madeleine y Brenna, de brazos dados, subieron atrás de el la larga escalera que conducía la piso superior, seguidos por los demás huéspedes. Richard permaneció en el hall, observándolos. Un ala entera de la mansión, en el segundo y tercer piso, estaba destinada a los visitantes. Los tapetes más valiosos de la colección de los Grey, después de limpios y aireados, había sido dispuestos en el suelo de la sala de estar. Varias sillas cubiertas de terciopelo se desparramaban alrededor de la chimenea donde ardía un fuego acogedor. El ambiente estaña adornado con numerosos jarrones llenos de flores frescas sobre las mesas, inundando el aire con su fragancia. — Mon cher — dijo Madeleine, girado su rostro sonriente a Morgan. — Su casa es magnífica, y su hospitalidad supera ampliamente mis expectativas. — Greystone Abbey es um lugar encantador — murmuró la reina. — Sin embargo nunca habia visto los salones tan resplandecientes o decorados con tanto gusto. — Brenna es la responsable. Dirigió a los criados sin misericordia hasta que Greystone Abbey fuese digno de Vuestra Majestad. Brenna se ruborizo de placer por el elogio y para disfrazar su embarazo propuso: — ¿Le gustaría conocer su antecámara privada y su cuarto, Majestad? El fuego crepitaba en los dormitorios adyacentes a la sala de estar. Las suaves camas contaban con doseles drapeados que caían a los cuatro lados, ofreciendo privacidad y comodidad. El suelo de piedra estaba cubierto con gruesos tapetes de lana de motivos floreales. Se destacaban en la decoración dos jarrones altos de porcelana a ambos lados de la chimenea con elaborados arreglos de rosas del jardín cuyo perfume endulzaba el aire. — Hay acomodación suficiente para todos sus criados — dijo Brenna, indicando varias puertas, correspondientes a los cuartos menores para las camareras. A reina admiraba o recinto, deteniendo por fin su mirada en el rostro de Brenna.

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— Estoy impresionada. Brenna no cabía en sí de satisfacción. Se precisaba de mucho talento para impresionar una reina acostumbrada a lo mejor durante toda su vida. Lord Windham intervino secamente: — Tal vez todos debiésemos solicitar una prisionera como esta, majestad. Mi casa podría beneficiarse grandemente con su buen gusto y habilidad. Sintiéndose foco de todas las miradas, Brenna que tensa. Morgan fue a socorrerla con una sugerencia. — Cuando ustedes hayan descansado, nos encontraremos en el salón principal de primer piso. Mientras descendían la escalera en dirección al hall, Morgan hablo con delicadeza, percibiendo la vergüenza de Brenna: — Tu trabajo y dedicación no fueron en vano. Todos quedaron deslumbrados con su extraordinario buen gusto. Cuando ella apoyo la mano en su brazo, Morgan preparó el cuerpo anticipando la reacción inevitable, mezcla de placer y reticencia. —Estoy muy feliz por Madeleine. Mi mayor deseo era que su primera visita fuese perfecta. El saboreaba el aire despreocupado de la conversación ya que raramente hablaban entre sí sin rencor. — ¿Tu siempre cuidabas de todos los detalles cuando recibías huéspedes en tu casa en Escocia? La casa en Escocia. El dolor volvió, agudo, lacerante. ¿Seria para siempre tan doloroso el recuerdo? — Yo supervisaba todo. Había siempre muchas visitas, nuestras puertas estaban abiertas para todos. Recuerdo el castillo resonando con el sonido de voces y risas. Al abrir la porta del salón, Morgan sintió la presión del cuerpo femenino al pasar junto con él. La fragancia de las rosas y siempre-vivas aun estaba impregnada en los largos cabellos y las ropas. — Me gustaría que considerase Greystone Abbey como su propia casa, milady. En los próximos días le imploro que se relaje junto a Madeleine y los otros, y desfrute de esta ocasión memorable.

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— ¿Debo considerar el gesto como una suspensión temporaria de la prisión, milord? — al recordar su identidad y su verdadera condición. — ¿Antes que a reina me condene a una vida de cautiverio? — ¡Maldita sea, con todos los diablos! — Sin reflexionar, Morgan la tomo rudamente por los brazos y en el momento en que la toco percibió su error. ¡Dios quería tocar, acariciar, poseer esa mujer! Bajando la voz hasta convertirla en un susurro encolerizado el dijo. — ¿Por qué todo contigo se reduce a un enfrentamiento desgastante? ¿No puedes olvidar un momento siquiera que tú eres escocesa y yo inglés? — Aumentando la presión sobre el brazo, continuó: — ¿No podemos simplemente ser dos personas comunes, divirtiéndose en compañía de buenos amigos? El sollozo de dolor le revelo que la estaba lastimando. De inmediato relajo las manos transformado la presión en una caricia deslizando los dedos por la piel sueva. Ella quería desesperadamente ignorar el calor que se esparcía por todo su cuerpo. Ese inglés la perturbaba y aun estando con rabia, se sentía atraída por él. — ¿Pretende hacerme olvidar que soy su prisionera, milord? ¿Quién seria, en verdad, el prisionero?, se preguntó Morgan, aturdido. Mirando los ojos violetas, vio su propia imagen reflejada en ellos. El deseo de besarla sobrevino con fuerza inusitada, obligándolo a ejercer todo su autocontrol para resistirse. — Voy a llamar a la Sra. Leems. Nustros huéspedes precisan alimentarse — dijo, girándose para salir. Las manos temblorosas y las gotas de sudor se habían formado en su frente, no se debían al calor del fuego. Habían sido provocadas por la fría y distante mujer a su lado.

Capítulo 15 La Sra. Leems se agitaba, alborozada, de un lado a otro del salón, verificando la vajilla de plata y el servicio de te, las bandejas de bollos y scones con crema acida, los potes de conservas de frutas. Las chimeneas ya habían sido encendidas como las velas, aunque la noche aun no había caído. A medida que se cambiaban de ropa, recuperándose del cansancio del viaje, los invitados descendías la escalera e grupos de tres o cuatro. El tintillear de los cristales y el murmullo de las conversaciones fueron paulatinamente llenando el salón.

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El murmullo ceso cuando la reina hizo su entrada en el recinto. Elizabeth simplemente resplandecía en un espectacular vestido de satín rojo escarlata con hilos de oro. Las mangas y el corpiño habían sido bordados con suntuosos arabescos, motivos que se repetían en el casquete de filigrana de plata y oro con piedras incrustadas en medio de la exuberante masa de cabellos rojizos. Para completar el traje majestuoso, usaba collar y aros de rubíes y diamantes. Fue recibida con una elegante reverencia mientras un criado colocaba una silla de brazos cerca del fuego al lado de Richard. La Sra. Leems le entregó una taza de té y un plato de scones para lord Quigley, que, después de probarlo, los devolvió a una criada. Entonces ella los ofreció a la reina, y a la primera mordida Elizabeth arqueó las cejas, sorprendida. — Sus scones son los milores que haya probado, Sra. Leems. Por favor ensené a mi cocinera a hacer estos biscochos deliciosos. La gobernanta no cabía en sí de satisfacción. — Ah — suspiró la reina, complacida. Girándose a Richard, comentó: — Sentí mucha falta de la paz y del sosiego de Greystone Abbey. — Puedo imaginarlo, majestad. Conozco ese sentimiento. — Ella miro a su amigo con expresión soñadora. — À veces te envidio, Richard. Envidia. Richard disimulo una sonrisa. — Siempre hay tantas personas solicitándome, queriendo un consejo. Nunca estoy sola, con tiempo para meditar, para juntar mis pensamientos. La soledad es un lujo que ningún monarca se puede permitir. — Tal vez, cuando su consorte sea escogido — insinuó Madeleine inocentemente —, el pueda tomar para si algunos encargos y aliviar el peso de sus obligaciones. Los ojos de la reina brillaron intensos. — Mi marido. Me parece injusto que no pueda decidir sobre ese asunto. — Dirigiéndose a Brenna, continuó: — pero entonces, como ya tuvo ocasión de comportar la vida nunca fue justa con las mujeres ¿No es cierto? Sonriendo, Brenna respondió: — Cuando niña, acostumbraba imaginar cual sería mi destino si hubiera nacido reina de mi territorio Ahora me doy cuenta que la vida tiene sus reglas inflexibles. Tanto en palacio como en una cabaña, siempre existirán los nacimientos y las muertes, el amor y el odio, y las obligaciones a cumplir, no importa cuán desagradables puedan ser.

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— Es muy sagaz para su edad, Brenna MacAlpin — dijo la reina con una expresión indescifrable. — Y a mí siempre me gustaron los desafíos. Girándose a Madeleine, preguntó interesada: — ¿Cómo se siente tenido a sus hermanos con usted? Adrianna, estirada en el banco la lado de Gérard, mantenía los ojos bajos. Con excesiva frecuencia, miraba a Richard, per, cada vez que el notaba el gesto, ella se ponía colorada y volvía a mirar la suelo. — Sin duda, majestad. Siento mucha la falta de ellos cuando estamos separados. La nuestra es una familia numerosa y feliz. — Familia. — La reina pronuncio la palabra con evidente nostalgia. — No me resta nada da familia. Desee con tanto ardor que Edward pudiese sobrevivir... Brenna notó el dolor con que la soberana se refería al joven príncipe, muerto de tuberculosis muy temprano, a los dieciséis años. — Yo adoraba a mi medio hermano. Así como tú y Richard, Morgan. — Lo sé, majestad — dijo Morgan suavemente, colocando su mano en el hombro de Elizabeth. — Richard y yo enseñamos a Edward a montar, así como hicimos contigo. La reina dio una risita al recordar. — Ustedes eran profesores muy impacientes. Siempre me dejaban caer sobre mi real... — se interrumpió, recordando que había extraños en el salón. — Yo los amenazaba diciendo que iban a llevarse una buena zurra ¿recuerdan? Morgan y Richard reían divertidos. — ¿Cómo olvidar aquella ocasiones memorables?? Nosotros nos escondíamos en la bodega para escapar del castigo. Y cuando finalmente aparecíamos estábamos tan borrachos que no recordábamos nada — ¿Ustedes dos se bebían el vino real? — preguntó Elizabeth sorprendida ante de juntarse a la risa general. — ¿Y que mas podíamos hacer en la bodega real? Teníamos que esperar a que tu temperamento se enfriase. — Muchas veces me pregunto — dijo la reina, enjugándose las lágrimas — como ustedes dos consiguieron sobrevivir hasta hoy, conociendo las aventuras estruendosas de su juventud. — Es una pregunta que también pasa por nuestra mente de vez en cuando. — ¿Recuerdan cuando les implore para que ustedes dos fueran mis ministros?

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— Nuestro argumento siempre fue el mismo. Ansiábamos una vida excitante, llena de percances, lejos de las rígidas reglas de la corte. — Es verdad. Elizabeth miraba a sus viejos amigos con infinito afecto. Del otro lado del salón, Windham asistía a cena con una furia creciente. Como envidiaba la amistad de los hermanos Grey con la reina... Brenna sorbía lentamente su té, mordisqueando una porción de bollo, perdida en sus pensamientos. Le era difícil imaginar a Morgan cuando niño. Aunque conviviendo con la realeza, parecía que siempre mantuvo su personalidad, habría sido un joven provocador, amante de la diversión listo para embarcarse en cualquier aventura. Sonrió, no conseguía concebir la idea de Morgan haciendo travesuras con Richard y haciendo bromas a la reina. Mirando de reojo a Richard, meditaba. ¿Cómo sería perder la posibilidad de andar, correr, luchar? Para un hombre fuerte y viril como él, constituía sin duda una horrible pesadilla de la cual nunca despertaría. Aun así, Richard daba la impresión de importarle menos que la propio Morgan, visiblemente angustiado por la situación del hermano. Brenna notaba la mirada insistente con que Richard seguía a la bella francesita. Y también el interés demostrado por Adrianna, sobre todo cuando pensaba que nadir la observaba. No había pena ni conmiseración en la lánguida mirada femenina, solo admiración por el hombre atractivo sentado al lado de la reina. Por primera vez desde que llegara de Escocia, Brenna se sentía completamente relajada. ¿Sería tal vez porque la reina se empeñaba en ser amable? ¿O porque consiguió ver a Morgan como una persona y no como su carcelero? Generalmente, cuando estaban cerca, ella sentía una tensión inexplicable. — ¿Y su infancia en Escocia, Brenna? ¿Fue muy diferente? — preguntó Elizabeth. — No creo. Aprendí a montar cuando apenas podía andar. Mis recuerdos más antiguos se remontan al tiempo en que aún criatura, me sentaba a lomos de Shaggy, el caballo colorado de mi padre. Y él a mi lado, me incentivaba con palabras de aliento con aquella voz suya grave y profunda. Morgan oía con interés. Poquísimas veces Brenna hablo de su infancia. — Cuéntanos sobre la ocupación de las mujeres — pidió Madeleine. — Mi madre se desesperaba con sus tres hijas que nunca teníamos tiempo para dedicarnos a los trabajos manuales, al bordado o a la cocina. Nosotras adorábamos a nuestro padre y queríamos compartir su vida y sus tareas. — dijo Brenna sonriendo. — Después de la muerte de mi madre, las innumerables tareas de la casa quedaron bajo mi responsabilidad. Debo admitir también que aprecio mucho la aventura de las cacerías.

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— Entonces el hombre que se case con usted tendrá lo mejor en todas las áreas… una esposa y una guerrera! — Gérard miraba a Brenna con la más exaltada admiración. Morgan, levemente apartado del grupo, sintió una oleada de odio y antipatía por el joven elegante y buen mozo que devoraba a Brenna con la mirada. El francés, impecablemente vestido, combinaba mas con a corte de la reina que con um campo de batalla. Esos jovencitos de mejillas coloradas, cuyas manos no estaban aun callosas por el uso de la espada o por el trabajo duro para sustentarse se sentían invariablemente atraídos por la bella Brenna. Notando sea incomodidad, Madeleine preguntó: — ¿Hay algo mal, mon Cher? ¿Los bollos no son lo suficientemente dulces para su gusto? El aparto el plato con displicencia. — Ya como suficiente, no quiero más dulces. — ¿Cerveza, milord? — ofrecía la Sra. Leems, pidiendo a un criado para que llenase la copa Morgan agradeció con una sonrisa amable. — Comienzo a pensar — dijo lord Windham a la reina —, que la escocesa será de hecho un premio para cualquier noble ingles. Ella es bonita, atractiva y habilidosa en las lides domesticas. Diciendo eso lanzo una mirada penetrante a Brenna, que sintió sus mejillas arder, los ojos oscurecidos de rabia. Ese inglés despreciable la observaba, hablaba de ella como si fuera un trofeo conquistado. — ¿Olvida su temperamento indómito, Windham? — La reina se recostó en el espada de la silla, divertida. — No, majestad. Pero aprendí que una mujer puede ser controlada del mismo modo que un caballo brioso: una mano firme, riendas cortas y — con una sonrisa cruel agrego — um castigo, cuando todo el resto falla.. Mirando de reojo, Brenna sintió un estremecimiento helado al reparar en el rostro del miserable. La expresión no demostraba simpatía, no siquiera humor. Ella no tuvo dudas, era un tirano y obtenía placer con el dolor ajeno. Morgan cerró las manos con fuerza al lado del cuerpo. ¡Un castigo! El percibió el temor en los labios de Brenna antes que ella girase la cabeza, sintiendo una urgente necesidad de aproximarse y ofrecerle consuelo y seguridad. Si bien tendría mayor placer en el momento de darle con un chicote en la cabeza a Windham y pegarle sin piedad hasta que implorara misericordia.

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Richard reparaba en Morgan, y, siguiendo la dirección de la mirada de su hermano, noto el rostro asustado de Brenna. Limpiándose la garganta, dijo — Espero que el té y los bollos hayan sido de su agrado, majestad y este mas revigorizada después del viaje. La Sra. Leems planeó una comida especial, pero antes de eso, creo que desea reposar un poco. — Claro. Pero un momento por favor. — Elizabeth frunció los labios, pensativa, para luego declarar: — Fui informada de que una delegación de guerreros de la Tierras Altas solicitaron audiencia conmigo en Londres. El corazón de Brenna vibró de alegría. Megan había llegado a làs Tierras Altas y Brice venia a sacarla de ese lugar. Elizabeth continuó hablando: — Parece que pretenden entregar una petición de de mi prima, Mary de Escocia, intercediendo por Brice Campbell, para que liberemos a la hermana de su esposa. Todos los presentes miraron a Brenna, cuyo rostro se ilumino con la noticia. — Envié un recado con un mensajero, avisando que no puedo recibirlo por le momento. Recomendé con insistencia que retornasen a Escocia, asegurándoles que la mujer que buscan está en buenas manos. La reina se levanto y los otros la siguieron. — Dormiré una hora o dos antes de la comida — finalizó. Morgan rompió el silencio embarazoso — Entonces le deseo un buen descanso, majestad. Richard beso la mano de Elizabeth, lo que fue imitado por Morgan. Cuando la reina y sus acompañantas salieron del salón, Brenna se precipitó a la privacidad de sus aposentos. Todavía, cuando todos dormían, ella andaba inquieta de un lado a otro del cuarto, intentando desesperadamente calmar la tempestad de furia que la invadía. Se había permitido bajar la guardia, seducida por el ambiente apacible, pero no estaría segura en ningún lugar de Inglaterra. La reina no tenía la mínima intención de liberarla. Y su última esperanza, sus hombres la habían abandonado. En cualquier momento, ella presentía, la reina decidiría su destino. Un destino que podría unirla en casamiento a un noble inglés, aquel que solicitase su mano. Aunque fuese un loco alucinando. Las palabras de lord Windham habían infundido el terror en su corazón.

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— Te estoy diciendo que pretende pedir la mano de Brenna en casamiento — Richard hablaba bajo sin esconder su nerviosismo. — ¿Y qué quieres que haga? Morgan, en pié junto à la ventana, miraba desolado para el cielo rojizo de la puesta del sol. — Dios del cielo, hombre. Yo note la manera que que la miras, no pretendas engañarme, tú no eres inmune a sus encanto. Girándose para encararlo, Morgan dijo, ríspido: — No puedo casarme con ella. — Richard cerró los puños impotente — Si mis piernas me sostuvieran te tumbaría en el suelo y te golpearía con fuerza como cuando éramos niños, hasta que recuperes el sentido común. — No me convencerías ahora, como tampoco lo conseguías antes, Richard. — Cierto. Tú siempre fuiste obstinado. El hombre más obstinado de toda Inglaterra. Generalmente esos comentarios del hermano provocaban una sonrisa picara. Pero en ese momento Morgan estaba tan enfadado que ni siquiera dejo trasparentar el brillo de buen humor en la mirada. Levantando los ojos, tenso, comenzó a andar en dirección a la puerta. En su rabia incontrolable, Richard tomo una cipa de cristal de la mesa cercana y con violencia la arrojo contra la pared. Rompiéndola en mil pedazos junto a los hombros de Morgan, que se cubrieron de fragmentos afilados. — ¡En esta casa el lisiado eses tu! — gritó Richard. — Después de todos estos años, aun no quieres recuperarte. Sin demonstrar ninguna emoción, Morgan se sacudió los trozos de vidrios de su túnica y abrió la puerta. Al cerrarla tras sí, Richard se quedo observando el aposento vacio por largos, silenciosos momentos, antes de girarse al fuego.

La comida seria una conmemoración formal. Todos los invitados estaban reunidos en el salón cuando un lacayo anuncio la llegada de la reina. Se abrieron las puertas, y Elizabeth surgió al lado de Morgan. Ambos vestían ropas del mismo color, rojo escarlata, la túnica masculina en un tono más oscuro. Los dos parecían muy serios, solemnes, entretenidos en una conversación intima. Los huéspedes se curvaron en señal de respeto y la reina respondió con un leve gesto, aceptando una copa de vino.

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— La comida está servida — comunicó la Sra. Leems. — Estoy hambrienta — dijo Elizabeth. — Después e los excelentes dulces servidos hoy à la tarde, estoy ansiosa por descubrir las otras sorpresas que preparó para mí. — Lady Brenna colaboró en la elección del menu, majestad. — Entonces todos tendremos la oportunidad de evaluar sus habilidades culinarias. Con el costado del ojo, Brenna vio a lord Windham atravesando el salón yendo as u encuentro, pero justamente en ese momento Gerard le ofreció el brazo, galante. — ¿Puedo acompañarla durante la comida, milady? — Gracias — respondió, apoyando su mano sobre el brazo del joven francés. Ambos pasaron al lado de Windham, sin dignarse a mirarlo, ignorando su expresión malhumorada. Recuperándose deprisa, el ofreció el brazo a Madeleine. Los demás los siguieron en pares hasta el comedor. Un lacayo empujaba la silla de Richard, y Adrianna, al verlo, se adelanto algunos pasos para acompañarlo. Richard miro a la adorable francesita con insistencia, profundamente amargado por no poder escoltarla como un caballero. Cada vez que creía haber hecho las paces con su mal, surgía algún acontecimiento para provocarle dolor por la impotencia. Algo o… alguien. — Su casa es magnífica, milord — dijo Adrianna con dulzura. El quedo maravillado con el acento afrancesado que suavizaba sus palabras. — Gracias. En verdad pertenece a mi hermano, él es el mayor, el heredero natural. — Pero usted vive aquí. — Si. Londres es muy agitado para mi gusto. — Ya visite a mi hermana en Londres. — ¿Le gustó? Encogiéndose de hombros, Adrianna respondió: — Es como Paris. Como usted dijo, muy agitada. Sin embargo aquí… — Ella miraba alrededor al entrar en el amplio comedor iluminado. — Aquí el tiempo tiene otra dimensión, se puede pensar, sentir, respirar. — Ciertamente, respirar. El aire de esta región es el más puro y dulce de toda la tierra. Sonriendo tímidamente, Adrianna agregó:

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— Tuve ocasión de comprobarlo. Desde mi cuarto puedo sentir la fragancia de las rosas del jardín, son deslumbrantes. — ¿Le gustan las rosas? — Oui. Son mis flores favoritas. El rostro de Richard se ilumino con una sonrisa. — Entonces preciso mostrarla el jardín de rosas de mi madre. — Me encantaría. — Mañana — susurró él, mientras se sentaban en sus lugares a la mesa. — Después del desayuno. Adrianna asintió, complacida, mirando luego a Morgan, que ofrecía un brindis por la reina. Richard apenas contenía la ansiedad. Se sentía como un joven aprendiz, listo a participar en su primer torneo.

— Nunca probé una comida tan deliciosa, Sra. Leems. La reina, una mujer acostumbrada a lo mejor que existía, se reclino en su silla, contenta y satisfecha. Esa vez la gobernanta de Morgan se había esmerado. — Me tome la libertad — dijo Elizabeth a Morgan — de invitar mis músicos ¿No te importa? — En absoluto. Es mucha gentileza de su parte. — Cuando no preciso permanecer en la corte, quiero divertirme. Quiero danzar, reír, olvidar los problemas de la Corona. — Entonces vamos a danzar, majestad. Ofreciéndole gentilmente la mano, Morgan quedo de pie, seguido por Elizabeth. Alrededor de la mesa, los invitados también se levantaron, acompañando a la reina y su pareja hasta el salón principal, donde los músicos ya estaban reunidos. A una señal comenzaron a tocas. Los nobles y las damas que habían acompañados a Elizabeth desde Richmond tomaron sus posiciones para danzar. Brenna, apartada del grupo, admiraba la escena. Con sus largas faldas drapeadas balanceándose al compas de la música las mujeres parecían flotar en los brazos de sus compañeros.

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La reina acepto la mano extendida de Morgan, mientras Charles besaba a Madeleine tiernamente antes de conducirla al salón de baile. Gerard se inclino frente a su hermana, sorprendiéndose de que ella rechazara la invitación. — ¿No vas a danzar? — Ahora, no. Prefiero quedarme aquí y observar a los demás. — respondió Adrianna, sentándose al lado de Richard. Mantenía todo el tiempo la mirada baja, evitando encararlo. Richard sonrió abiertamente, radiante de felicidad por la compañía. Aproximándose a Brenna, Gérard la invitó: — ¿Le gustaría danzar, milady? Ella dudo por un breve instante, antes de tomar su mano. Con una risa seductora, Gérard la llevo al centro del salón, y luego se mezclaron a las parejas sonrientes, girando en el salón. Al finalizar de danzar, Brenna y Gérard regresaron cerca de las columnas laterales, donde los criados habían arreglado algunas mesas y sillas confortables. Agitada, ella pretendía descansar, cuando reparo en Morgan a su lado. Sin decir palabra, él la tomo de la mano, llevándola de nuevo a la pista. Compenetrado, la enlazo en un estrecho abrazo, moviéndose al compás de la música. Brenna, extasiada, seguía sus movimientos con tanta facilidad como si hubieran bailado innumerables veces. — No olvidaste los pasos del baile. — susurró él a su oído. — No olvide nada, milord. Ni siquiera la manera posesiva como sus brazos la rodeaba, ni la gentileza del abrazo, cuidadoso con que la aseguraba como quién agarro un cristal frágil. Tampoco olvido la locura de su corazón desacompasado cada vez que estaban juntos. Si al menos el no fuera ingles… Si se hubieran encontrado en otro lugar, en otra situación. Ella podría hasta haberlo amado con pasión. Amor. Agrandando los ojos, levanto el rostro para encararlo, temerosa de delatar sus sentimientos. — ¿Qué ocurre, milady? — La garganta seca el impedía hablar. — ¿Algo está mal, Brenna? — Si.

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Algo estaba completamente mal. Las lagrimas surgieron repentinas y ella cerro, los ojos para no dejar transparentar su fragilidad. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué sentía esa extraña sensación de desamparo? — Dime, cual es el motivo de tanto desasosiego, milady —“Tu”, pensó Brenna. "Tú eres el culpable de todo mi dolor, todos mis temores, todas mis pesadillas inquietantes. Y ni siquiera tienes conciencia del poderoso poder que ejerces sobre mí”. Sin premeditación, su mirada se suavizó, transformándose en la dulce expresión de una mujer enamorada, los labios entreabiertos, invitantes. — No se con certeza, milord. Algunas veces me siento… perdida, confusa — Tú no estás perdida, dama de hielo. Él la apretó contra si, aumentando la presión de su mano. Se estuviese a su alcance, él la protegería para siempre. Para siempre. Que idea singular, cuando el sabia se trataba de una utopía. Para siempre. Un sueño tonto, un extravagante concepto infantil, sin lugar posible en su mundo. Aunque, pensándolo mejor, el desease ardientemente lo intangible. La música había terminado demasiado rápido y ambos eran reticentes a separase. Al apartarse, las mejillas Brenna mostraban un leve rubor, y su rostro se iluminaba con un modo inesperado. Pero, antes de tener tiempo de aceptar la copa de vino que Morgan le ofrecía, lord Windham la agarro por el brazo rudamente. — ¿Podría me concederme el honor de este baile, milady? — Preciso algunos momentos para recuperar e, milord. — Ella intentaba liberarse, pero Windham no aflojaba la presión. — Luego tendrá tiempo suficiente para tomar aire puro — dijo, colocando una de las manos sobre su hombro y empujándola a la círculo de las parejas. Brenna sentía la mano en la cintura, y se esforzaba por no demonstrar ninguna emoción. Todo no pasaba de una simple danza, pensaba, intentando conformarse. Todavía, no conseguía olvidar las cueles palabras de ese hombre, sus emociones demoniacas. — Está llamando la atención de muchos de los hombres aquí presentes — murmuró Windham mientras se deslizaban por el suelo en círculos. — No precisa alabarme, milord. — Yo la deseo, milady, así como sé que me desea. El color de las mejillas de Brenna se intensifico y sus ojos demostraban sorpresa e indignación por el atrevimiento.

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El continuaba encarándola fijamente, como traspasándola con la mirada lasciva. — Deben existir muchos cuartos aquí, en la casa de los Grey, donde un hombre y una mujer puedan esconderse de las miradas indiscretas. Brenna sintió la sangre revelarse al oír el tono siniestro de la voz de Windham. Nunca mas permitiría que ese hombre la forzase a otra situación comprometedora, como hizo en el banquete de la reina. Con un empujón imprevisto consiguió liberarse de sus brazos y cuando el intento agarrarla, dio un paso atrás. — Debe perdonarme, lord Windham. Creo que preciso reposar unos minutos para recomponerme del cansancio de la danza. Levantando las faldas, Brenna se aparto casi corriendo para escapar de el. Cuando llego al lado de Morgan, agitada, Windham la alcanzó. El dueño de casa reparo en las mejillas coloradas de Brenna, los ojos asustados y, notando el tono amenazante en la expresión de Windham, se colocó frente a ella desafiante. Windham, percibiendo el aire posesivo con que Morgan se ponía en defensa de la escocesa, esbozo una sonrisa maliciosa. ¿Entonces, Morgan Grey se había transformado en protector de Brenna MacAlpin? Nada le daría mayor satisfacción que colocar al sujeto en su lugar. Maquiavélico, se giro a la reina. — Majestad. — El tono agudo del llamado, despertó la atención de todos. — Me gusta pedirle su bendición para un… asunto delicado. El pedido aguzo la curiosidad de Elizabeth. — ¿No podemos dejarlo para resolverlo después en la Corte? — No, majestad. Su alteza expresó el deseo de resolver esta cuestión lo más rápido posible. — ¿De qué se trata, lord Windham? — Solicito su permiso para desposar lady Brenna MacAlpin. Dichas esas palabras, se oyó el murmullo perplejo de la multitud, y a continuación un súbito y atónito silencio. Brenna se quedo inmóvil, el shock la dejo paralizada. La cabeza inclinada, las manos crispadas, intentaba desesperadamente aferrarse al fino hilo del autocontrol. Aquella situación era inconcebible. No podía ser real. Por favor, santo Dios. ¡El casamiento con este hombre, no! Aunque tiempo atrás había creído que todos los ingleses eran parientes cercanos del demonio, ahora sabía que no era verdad. Algunos entre ellos, poseían un espíritu generoso y temperamento amable. Y uno de ellos allí presente ya tenía

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reservado un lugar en su corazón, aunque ella se negase a admitirlo. Había en lord Windham um toque perverso, de refinada maldad, que la aterrorizaba. El no pedria su manso por amor, no. Algún recóndito y miserable motivo lo llevaba a tomar tal decisión. Algo abominable y solo de pensarlo, Brenna sentía o terror corroerla. Morgan no demostraba la menor emoción, aparte de la mirada seria que estudiaba a Windham, reparando en el aire triunfante de sus facciones. Si sin duda Windham adoraría exhibir a Brenna a su lado como un trofeo duramente conquistado en un torneo. Desde adolescentes, ese miserable siempre deseaba el mejor caballo, la mayor y más requintada mansión, las más bellas mujeres. La mayoría de sus posesiones habían sido conquistadas por medios ilícitos y, cuando se cansaba de ellas, las descartaba, buscando algo más exótico. Como la reina no respondiera a su pedido, el enderezó el cuerpo, altivo, levantando la cabeza en una pose arrogante. — Como todos sabemos, majestad, el temperamento de la dama seria um problema para la mayoría de los hombres. Pero estoy seguro que puedo controlarla. Deseo ardorosamente cumplir con tan noble misión y tomarla como esposa. Brenna temblaba convulsivamente, apretando las manos con fuerza. Cuando la reina abrió la boca para hablar, la encaro con una mirada suplicante, tragando el nudo en la garganta que amenazaba sofocarla, preparando su espíritu para oír el tono imperioso del pronunciamiento. — Cuanta amabilidad la suya, lord Windham, ofrecerse para aceptar el desafío de casarse con la escocesa. — la voz de Elizabeth, sonora y firme, ocultaba una pizca de sarcasmo. — Si al menos todos los súbditos leales fuesen tan abnegados… Brenna cerró los ojos, rezando para no desmayarse otra vez, repitiendo el papel ridículo que hiciera en la corte. Aun muriendo de miedo, mantenía la cabeza erguida, la espalda erecta, oyendo su sentencia como una verdadera escocesa. — Desgraciadamente — continuó la reina, disfrutando de la carga dramática del momento —, llego demasiado tarde. Brenna trago en seco. La declaración de la reina provoco otra conmoción entre los invitados. — Morgan Grey ya ha pedido a la muchacha en casamiento.

Capítulo 16 145

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— En breve escogeré el día para las celebraciones oficiales de las nupcias — declaró la reina. La

multitud

irrumpió

en

vivas,

exclamaciones

de

alegría,

aplausos

y

congratulaciones. Brenna oyó solo una palabra. Nupcias. No con lord Windham, sino con Morgan Grey. Emociones conflictivas se apoderaron de su corazón. Alivio por haber sido salvada del castigo, el casamiento con el cruel Windham. Afrenta, porque su destino había sido sellado de forma insensible, sin consideración por sus sentimientos. Sin embargo en el fondo, a pesar de no querer admitirlo, sentía una puntada de excitación. Ese hombre cuyo mero toque la perturbaba, había solicitado su mano en casamiento. Inglés o no, él la incendiaba de pasión como ningún otro lo había conseguido antes. Morgan permanecía inmóvil, estudiando su reacción. — Chérie, que maravilla. — mientras los demás se aproximaban, Madeleine estrecho a Brenna en un caluroso abrazo, girándose después a Morgan con una risa alegre. — ¿Como conseguiste mantenerlo en secreto durante el té, tu bribón? ¿Cuándo será el casamiento? — En cuanto haya terminado con otra misión que me ha sido encomendada por la reina — dijo Morgan, mirando a Elizabeth con expresión grave. Richard tiro a su hermano de la manga, abrazándolo con vigor. — ¿Secretos, Morgan? Pensé que confiábamos uno en el otro, que no contábamos todo. — Lo habría hablado contigo, su al menos hubiera tenido tiempo libre. — Pero no me adelantaste nada. — Es cierto. Ciertas acciones deben ser tomadas en el momento correcto. — Estoy feliz por ti — dijo Richard, mirando el rostro severo de su hermano. Tirando la cabeza atrás en una sonora carcajada continuó: — Sonríe Morgan, si no todos van a pensar que estás planeando un funeral y no un matrimonio. Morgan forzó una sonrisa por obligación y su reacción no paso desapercibida para Brenna. Gérard palideció, pero solo por un instante. Recobrándose del desanimo provocado por la noticia, beso al mano de Brenna. — Milady, agradezco el privilegio de estar presente en un momento tan importante en su vida. Le deseo toda la felicidad. — Gracias.

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Tiritando por la tensión, los labios pálidos, Brenna rezaba para no cair en llanto luchando contra las lagrimas. Desde niña, soñó con un enamoramiento romántico y una bella ceremonia rodeada por sus hermanas para atenderla y todos los miembros del clan a su alrededor, compartiendo su alegría. Había sido una niña tonta e ingenua… Tragando el nudo sofocante en su garganta, penaba en los sueños románticos que abrigara. Girándose a Morgan, Gérard le extendió la mano. — es muy afortunado, lord Grey, nunca había conocido una mujer tan encantadora como la suya. Morgan reparó en la sinceridad del joven francés. Aunque aun considerara a ese jovencito imberbe un atrevido, acepto el apretón de manos. Lord Windham demostraba una aversión abierta y declarada. Por largos momentos estudio el rostro de la escocesa, y después dirigió la atención al hombre que conquistara su mano, excluyéndolo. ¿Cuántas veces Grey lo había superado en el pasado? Sintió un incontrolable acceso de furia. Incontables, innumerables ocasiones. Su necesidad de venganza crecía, hasta convertirse en algo vivo, palpable. Pero, se prevenía, el duelo final aun no había sido ganado. Cuidadosamente se recompuso antes de inclinarse sobre la mano de Brenna. — Una pena, milady, que deba ser sobrecargada con un equipaje raido y usado. — ¿Equipaje usado? — preguntó, perpleja. — ¿No lo sabía? — Los labios se curvaron en una sonrisa de escarnio. — Su pretendiente ya estuvo casado. ¿Casado? ¿Morgan tuvo una esposa? Brenna se sintió atontada. Mientras se giraba a Morgan para asegurarse de la veracidad de la afirmación, Windham continuó: — Siempre fueron muy comunes los arreglos de este tipo. Como ya hizo anteriormente, Grey adquiere ahora otra extensión de tierras, y usted gana un título ingles. En pocos meses as ustedes dos se sentirán libres para avanzar en busca de nuevas conquistas. — La sonrisa irónica aumentó. — Y de otros amantes. — Brenna se tenso de espanto con la alusión perversa. Girándose a Morgan, cuya única señal visible de rabia eran los labios apretados, Windham continuó: — Felicitaciones, Grey. Deseo fervorosamente que esta dama le permanezca fiel y leal, por lo menos hasta la fecha del casamiento. Los invitados permanecían atónitos en un silencio apremiante.

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— Ya basta, Windham — dijo Elizabeth. La reina batió las palmas ordenando a los músicos que tocaran una balada suave y romántica. — Esta será la música de los novios. Morgan, dance con su prometida. Morgan reparó en la palidez de Brenna, que decía: — Me temo estar dominada por la… emoción, milord. El la mantuvo firmemente en los brazos y Brenna contuvo las ganas de llorar. La orden de la reina solo aumentaba su sufrimiento. ¿Cómo podían pedirle danzar frente a todas esas personas cuando su vida entera había sido alterada para siempre? — Por favor, milord. Me siento desfallecer. La boca masculina se cerraba en una línea severa. Maldito Windham por no haber dejado margen a explicaciones. Y maldito el destino que forjo esa situación embarazosa. Cerca del rostro lívido de Brenna, Morgan cuchicheó. — Danzará conmigo y observara las reglas del protocolo. No debe salir hasta que la reina nos dispense de su compañía. Entonces y solo entonces, hablaremos respecto a lo que ocurrió. Cuando estemos solos en nuestros cuartos. A solas. El corazón de Brenna casi se detuvo. Y a través de los dientes semicerrados, casi desmayándose murmuro — Si, seguiré su juego, Morgan Grey. Hasta quedarnos a solas. —El la besó tiernamente en la frente. Ninguna explicación habría tenido mejor efecto sobre ella, la pasión renació bajo la leve caricia. — ¿Y entonces, milady? La mano en la cintura aumento la presión de forma casi imperceptible. Aun enojada, ella sentía la reacción involuntaria de su cuerpo, amoldándose al de él. ¿Que milagro la estimulaba de esa manera cada vez que estaban cerca? Todos los ojos fijos en ellos. Aunque detestase el deseo que se apoderaba de ella de forma tan incontrolable, no podía negarlo más. — Cuando estemos finalmente a solas, voy a mostrarle como luchan los escoceses. Morgan sonrió para ella, una sonrisa seductora. — Y yo, milady, voy enseñarle como aman los ingleses.

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Cuando la reina se retiró del salón, las mujeres cuchicheaban, las voces agudas y vibrantes como un coro de pájaros agitados. — ¿Ustedes vieron como Morgan devoraba a la escocesa con la mirada? — Si, ¿y repararon como susurraban mientras estaban en el salón de baile? — ¿Será que es amor? — alguien preguntó a Madeleine. — ¿Como podría ser de otro modo, chérie? ¿No forman una bella pareja? — ¿Ella es muy rica? — Oí decir que comanda un ejército entero de escoceses. — ¿Que títulos va adquirir al casarse con Morgan Grey? — El recibió muchos honores de la reina, agradecida por sus favores. Su esposa tendrá muchos títulos. — Existen joyas fabulosas en la propiedad de los Grey. ¿Será que el va a usarlas todas en su esposa. O guardará algunas para sus futuras amantes? — ¿Y la casa de Londres? ¿La muchacha la conocerá antes del casamiento? Mientras Brenna permanecía de pié al lado de Morgan, despidiéndose de los huéspedes que se retiraban a sus aposentos, oía algunos comentarios. La cabeza giraba vertiginosamente, en medio de las palabras de congratulaciones e insinuaciones murmuradas. Riqueza. Joyas. Amantes. ¿A nadie le importaba el hecho de que toda esa situación le había sido impuesta contra su voluntad? Richard percibió su desamparo. Tomándola de las manos, la empujo para darle un beso en la mejilla. — Siempre quise tener una hermana — murmuró, deseando aliviar um poco su dolor. — No puedo imaginar mejor adquisición para nuestra familia que una esposa para Morgan, cocinando como los ángeles y manejando una daga como el mismo Satanás. — Sus palabras provocaron una sonrisa contrariada. — Descanse ahora, querida. Y, cuando quieras hablar, estaré aquí para oírte. — Gracias, Richard. Un criado empujo la silla de ruedas fuera y Adrianna siguió a Richard con mirada enternecida. Cuando todos los invitados se retiraron, Brenna y Morgan se dirigieron al piso superior

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Al llegar a la antesala, el corazón de Brenna latía desacompasado. Tantas preguntas le atravesaban la mente… Había tantos detalles que desconocía sobre ese hombre. Y ellos irían a casarse ¡Dios del cielo! ¿Cómo se había sentido su madre cuando se comprometió altos quince años? ¿Y Meredith. Cuando supo con seguridad que amaba a Brice, su bárbaro de las Tierras Altas? Oh, sí al menos ella pudiese pedirle consejos... Si hubiese dedicado um poco más de tiempo a aprender las artes del amor entre hombres y mujeres! En la sala de estar la chimenea ardía y las velas estaban encendidas. Una jarra de vino y dos copas de cristal descansaban en una bandeja de plata. En el cuarto de Brenna reinaba la oscuridad. El fuego no fue encendido y desde la puerta ella miraba perpleja el aposento. Las sabanas y almohadas habían sido sacadas, junto con su ropa. — No entiendo... — balbuceó, girándose. Morgan apuntaba para su propio cuarto. — Los criados colocaron sus pertenencias en mi dormitorio, milady. Yendo hasta el fuego, Brenna apretó los brazos contra el pecho estremeciéndose. — El vino va a calentarla — dijo él, ofreciéndole una copa. Ella aceptó. Agradecería cualquier bebida o remedió que aliviase la sensación de desánimo, el frio que la hacía temblar. — Lamento que haya sido forzada a soportar esa… exhibición, milady — dijo Morgan, mirando fijamente le fuego. — Se estuviese en mi alcance, se la habría ahorrado y preparado su espíritu. Pero no tuve tiempo. — Como Brenna no dijo nada, el continuó: — Con respecto a la sorprendente noticia de mi casamiento anterior y de conocimiento público entre los chismosos de Londres. Lógicamente nunca se intereso por estos asuntos y por eso no lo sabía. Brenna se giro para encararlo. La mirada de Morgan vagaba pensativa por las llamas oscilantes y su boca traicionaba una gran amargura. — Yo era tan joven cuando nos casamos... y en menos de um año ella había muerto. Brenna deseaba confortarlo, pero no sabía cómo. — Lo siento mucho, milord. Aun ahora después de tanto tiempo, veo que no consigue hablar del tema sin ocultar su dolor. — ¿Dolor? — El se giro para enfrentarla. — Confundes amargura con dolor. No puedo lamentarme por lo que nunca fue mío. Si entender, Brenna preguntó: — ¿Qué está diciendo?

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— La muchacha amaba a otro hombre. Solo me uso para provocar celos en su amante. Y para dar un nombre a la criatura de él. — ¡Criatura! ¿Tiene un hijo, milord? — No — respondió secamente, bebiendo el vino de un trago y volviendo a llenar la copa. — La criatura murió antes de nacer. Sin pensar en lo que hacía, Brenna le toco el brazo suavemente. — Lo siento mucho, milord. Morgan se aparto, rompiendo el momento. — No quiero su conmiseración. Brenna lo vio vaciar la copa por segunda vez. No encontraba palabras para expresar sus sentimientos confusos. ¿Cómo formular las preguntas que le corroían la mente? — Por qué... — Tragando en seco, lo intento de nuevo. — ¿Por qué, si esta tan amargado pidió mi mano? Es obvio que no desea casarse otra vez. ¿Por qué, verdaderamente? El se preguntaba lo mismo innumerables veces. Su rostro se volvió una máscara impenetrable. — Después de todo lo que ocurrió... en fin, soy responsable por haberte traído Inglaterra. Cuando sospeche que Windham te pediría en casamiento, supe que no podía permitirlo. No soportaría la culpa de tirarte a las garras de ese hombre cruel. — Encogiéndose de hombros, finalizó: — Decidí aceptar mi responsabilidad. — ¿Su responsabilidad? — En su furia, Brenna apretaba la copa en la mano. — ¿Su responsabilidad? Explotaba el temperamento guardado bajo el más estricto control. Se giro a el con toda la rabia de la mujer herida. — No me casaré con hombre alguno solo

por algún tortuoso sentimiento de

obligación. — ¿Preferiría que la hubiese dejado casar con Windham? — No. Hay una solución mucho más simple para el problema. Permítame volver a mi casa en Escocia. Con infinita paciencia, como si estuviese dando una difícil explicación a una criatura, Morgan comenzó: — La reina decretó... — ¡Al diablo con la reina! ¡Y maldito seas tu también, Morgan Grey! — Con inesperado furor, ella tiro la copa contra la chimenea, desarmándola en mil pedazos.

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Antes que pudiese girarse, el la agarró brutalmente por el hombros. Los ojos de Morgan insinuaban un destello de humor. — Entonces, como sospechada. Detrás de la fachada fría y controlada esconde un carácter bravío — Ya le dije que le iba a mostrar como luchan los escoceses — dijo Brenna, intentando inútilmente apartarse. Atrayéndola para sí, Morgan murmuró: — Y yo avise que le enseñaría como aman los ingleses. — No. Tú no puedes... El interrumpió la protesta, cubriéndole los labios con un beso ávido. Brenna fue invadida por un torrente de calor insoportable y el temblor mezcla de deseo y ansiedad, se apodero de su cuerpo. Golpeo el pecho de Morgan con los puños cerrados hasta quedar exhausta por el esfuerzo, sin embargo el continuaba inmovilizándola sin dificultad, como a una criatura. — ¿Alguna vez un escocés la besó así? — murmuró junto a sus labios. Insistiendo, él la forzó a entreabrir los labios, invadiendo la dulzura de su boca. Confusa y espantada, Brenna quiso recular, pero no lo consiguió. Cuando él se aparto, la encaro por un largo momento, reparando en el destello de rabia que oscurecía sus ojos, haciéndolos del mismo azul profundo del cielo de medianoche. Manteniendo el rostro suave entre las manos, Morgan comenzó a besarla lentamente, profundizando la caricia cuando sintió que ella le correspondía con el mismo ardor. — ¿Algún escocés ya consiguió inflamarla de pasión? — Vete al infierno. — Ya estuve en el. — Enredando los dedos en los mechones oscuros aprisionaba la cabeza de Brenna, que intentaba liberarse. Al inclinar el rostro la beso nuevamente y una vez mas y otra hasta que ella se vio forzada a luchar por el aire, inspirando en espasmos convulsivos. Entonces el deslizo las manos por la espalda, le toco levemente el cuello y volvió a descender un poco deteniéndose en los senos. Sintió su reacción inmediata y sonrió. — Estoy loco por probar lo que tiene para ofrecerme. Viéndola flaquear en su determinación de resistir continuo. — ¿Ya fue acariciada así por algun escocés? — Pare. Precisa parar.

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— Si, voy a desistir. — la beso de nuevo y esa vez, Brenna no intentó recular no apartar su boca de la masculina. — Voy a desistir cuando tú me digas que me odias, que no puedes soportar mi presencia, ni mis caricias. — Murmuró junto a los labios, antes de aprisionarle la boca nuevamente. Sin darse cuenta, Brenna se dejo besar. Agarrándolo ´por los brazos se apoyaba apara no caer — Dime, Brenna — pidió el —, ¿algún escocés ya provocó ese hervor en su sangre? Cubriéndole el seno con la mano, sintió los latidos descompasado del corazón. Descontrolado como el suyo. — Dime — ordenó el. — Yo... — Brenna intentó hablar, pero las palabras no surgían. Entonces aproximándose a él ofreció los labios. La simple idea de su rendición contribuyo para aumentar la excitación de Morgan. El deseo le corroía el cuerpo, lo hacía perder todo el orgullo. El imploraría, se arrastraría a los pies de esa mujer para poseerla. — Puedes negar sus emociones cuanto quieras, milady, pero tu cuerpo me dice la verdad. Cuando consiguió hablar, las palabras fueron acompañadas de las lágrimas. — Estoy tan asustada. Nunca estuve antes con un hombre. — Si, el presintió eso. La linda Brenna era dulce e intocada, como um botón de rosa que aun no abría. Morgan se vio invadido por una oleada de repulsión por el acto infame que casi cometía. Él la había enloquecido con su propia lujuria. Casi la poseía allí mismo, en el suelo duro y frio como a una mujer de la taberna. Atónito, desconcertado, dejo caer las manos a lo largo del cuerpo. Brenna se sintió desprotegida, quería que él la abrazara nuevamente, pero al encararlo no vio mas la llama del deseo. En los brazos de él se había sentido viva y seductora por primera vez en su vida. Aunque la intensidad de las emociones era atemorizante, había sido excitante. Ahora se sentía desamparada, con frio, confusa. ¿Por que ningún otro hombre la había provocado esas emociones? ¿Habrían estado allí, latentes, esperando por Morgan? Por algunos segundos no había importado el hecho de que él era inglés y ella escocesa. Habían actuado simplemente como un hombre y una mujer, compartiendo el más puro deseo. No comprendía el súbito silencio de él. — Perdóname, Brenna — dijo Morgan con dulzura, llevando una mano al rostro delicado, enjugando las lágrimas. — A tu lado soy como un loco. Nunca intente imponer mi voluntad, nunca forcé a ninguna mujer. No tengo ese derecho.

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Brenna quería decirle que compartía sus sentimientos, pero no conseguía expresarse. Las sensaciones aun eran muy nuevas, las emociones paralizaban su razón. Con un enorme esfuerzo, ella se levantó. — La copa... — indicó el cristal astillado junto a la chimenea — No te preocupes. Los criados limpiaran todo mañana. — ¿pero quién se ocuparía de su corazón despedazado? Se arriesgó a mirar de nuevo a Morgan, reparando en las manos cerradas, la expresión severa. — Buenas noches, milady. Dormirá en mi cuarto y yo me quedare aquí en la antesala. — Buenas noches. Era todo lo que el quería, pensó Morgan, y no iba a tener.

Capítulo 17 La débil iluminación en el cuarto de Morgan provenía de la chimenea encendida y de una vela en un candelabro de plata en la mesita al lado de la cama, donde también se encontraba la vasija de porcelana y la jarra de agua perfumada con pétalos de rosas. Los drapeados del dosel pendían alrededor de la cama y la colcha había sido doblada en la cabecera. Entre las sabanas cuidadosamente abiertas, se desparramaban pétalos de rosas, y Brenna notó una bellísima camisola de gaza y encajes extendida sobre le cobertor de pieles. Frunciendo la frente, Brenna entendió enseguida el motivo de todo ese arreglo. Los criados ya habían oído la noticia del noviazgo y se encargaron de preparar los aposentos de Morgan para la primera noche de los amantes. Amantes. Las lágrimas brotaron de sus ojos, y ella las enjugo rápidamente. No lloraría por Morgan Grey, el no merecía su llanto. Morgan no la amaba, lo había demostrado con su comportamiento. De hecho, pensaba Brenna mientras luchaba con los botones de su vestido, probablemente el fuera incapaz de amar a alguien, excepto su propia persona. Hundido en el odio y la amargura por tanto tiempo, no parecía haber lugar para el amor en su corazón. “¿Donde estaría Rosamunde?”, pensó con mal humor. ¿Las criadas habían conspirado para dejarlos a solas con Morgan, imaginando que el la ayudaría desvestirse? Un súbito rubor le cubrió las mejillas. Exactamente. Se habían recogido temprano a sus cuartos en la seguridad de que los dos amantes preferirían estar solos.

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A solas. Se sentía inmersa en la soledad desoladora. Su corazón se agitaba ansioso, en presencia de Morgan, todas las veces que se encontraban. Pero el oficial solo demostraba rencor y pena. ¿Cómo sería casarse con alguien completamente sin ilusiones? ¿Cuánto dolor habría sufrido amanso de una mujer tan despreciable? Inmediatamente se censuro por la debilidad. ¿Sus hermanas no se habían cansado de repetir que ella era extremadamente compasiva en relación a la aflicción del prójimo? En breve comenzaría a apiadarse de Morgan, en vez de detestarlo. Se desvistió rápidamente, poniéndose la camisola. Andando por el cuarto en la penumbra, colgó el vestido en una clavija de la moldura del armario y regreso a la cama, apagando la vela. Mientras se cubría con los cobertores suaves, miraba las llamas oscilantes, recordando e calor que fluyó entre ella y Morgan. ¿Cómo permitió que el ingles atrevido la estimulase de esa manera lasciva?? Siempre había creído en su fuerza interior, capaz de resistir cualquier amenaza, pero bastaba Morgan la tocase y una especie de debilidad se apoderaba de su cuerpo y de su alma. El solo la usaría para su placer, reflexionaba. Aprovechara su cuerpo sin culpa ni vergüenza y después la descartara, porquera incapaz de amar a alguien. Sintió los párpados pesados. Exhausta cayó en el sueño.

Brenna se despertó sobresaltada. El fuego se había consumido y de las brasas solo restaban las cenizas. El cuarto estaba inmerso en la más profunda oscuridad. ¿Había oído algún ruido? ¿O seria que estaba soñando? Permaneció inmóvil, escuchando. Fuera en la terraza se oían el sonido de las alas de los insectos nocturnos, el murmullo de las hojas en los arboles, el susurro del viento. Tenso el cuerpo al oír nuevamente el sonido irreconocible. ¿Una puerta abriéndose tal vez? Concentrada, escrutaba la oscuridad. ¿Sería la puerta de su cuarto? Se sentó en la cama, llena de aprensión. — ¿Morgan, eres tu? Por largos momentos solo hubo silencio, y después un levísimo movimiento cono si alguien estuviese paralizado al oír sus palabras. — Morgan — dijo tensa, enojada. — Se que estás ahí. — ¿Estas esperando a tu amante? Un aliento caliente, oliendo a cerveza acompaño la pregunta susurrada. — Quien...

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— Ya que está sola, yo seré su amante también, milady. Por breves segundos Brenna se quedo paralizada por el miedo. Entonces intento girarse en la cama, pero una mano fuerte la aseguro inmovilizándola. Antes que pudiera gritar, la otra mano le cubrió la boca impidiéndole emitir cualquier sonido. Ella sentía el acero frio de una lamina junto al cuello. — Hará exactamente lo que yo diga ¿Entendido? —Brenna asintió con la cabeza, aterrorizada, incapaz siquiera de tragar para evitar herirse con la punta de la daga. — Bien. Así está muy bien, milady. Ella oyó una risa ahogada, tan siniestra que ina oleada de terror incontrolable la asalto. El intruso estaba loco, sin duda y no dudaría en matarla. Oh, una daga en la cintura o una espada al lado de la cama… "Si no fuese una prisionera en este maldito lugar, tendría un arma para defenderme”. Pero la habían dejado desamparada. — Quítate la camisola. — Por favor... — Olvidaste mi primera lección. Voy a tener que repetir todo otra vez. Brenna sintió un dolor agudo y luego un calor húmedo descendiendo por el brazo. Se demoro unos segundos en darse cuenta que su atacante la había cortado. Con un gemido de furia, Brenna enterró los dientes en el brazo del hombreo, mordiéndolo con fuerza hasta que el aulló de dolor. Blasfemando enfurecido, la abofeteo repetidas veces, tirándole la cabeza a los lados con la fuerza de cada golpe. Mientras el intentaba esquivar el ataque la lamina afilada rasgaba el tejido e la camisola, abriéndola desde el ruedo al corpiño. — Y ahora — dijo el atacante con una risa lúgubre, que parecía más estridente à medida que se sucedían los actos infames, — Le voy a enseñar mi segunda lección.

Morgan se había sacado la camisa y descansaba en una silla que empujo cerca del fuego, la jarra de cerveza al alcance de la mano en una mesa al lado. Pretendía beber todo el contenido, si era posible. Por lo menos la embriaguez le garantizaría el sueño. La rabia que le envenenaba el espíritu por tanto tiempo, disminuía frente a la repugnancia que sentía en aquel momento.

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Desde el primer minuto que vio a la altiva y distante escocesa, se había comportado como um imbécil. Si fuese absolutamente sincero consigo mismo, debería admitir que la había arrastrado a Inglaterra no para obedecer el pedido de la reina, sino para que ella no pasase mas um segundo siquiera cerca de Hamish MacPherson. En aquellos días en el castillo, el había experimentado los primeros celos y su orgullo le impidió admitir la evidencia. De hecho, pensaba mientras sorbía otro trago de cerveza, desde el comienzo había sido su orgullo herido el causante de sus actitudes insensatas. El pretendía que Brenna se deslumbrase, se rindiese a su encanto como todas las otras. Pero esa majestuosa dama de hielo, no reacciono según lo esperad. Si ese era el tormento, ella era diferente a las mujeres que conocía. Luchaba contra Morgan cuando el menos esperaba, y luchaba como un bravo soldado. El admiraba su fuerza de voluntad, y había apreciado combatir con ella, viendo los ojos violetas oscurecerse como una noche de verano antes de la tormenta. Adoraba su apariencia tan suave y femenina, y le encantaban las constantes sorpresas de su carácter, siempre diciendo o haciendo lo inesperado. Amaba el color de sus cabellos negros como la noche y la piel pálida como el alabastro. Se sirvió una copa más y detuvo la mano en el aire con la súbita comprensión de sus pensamientos. El la amaba. ¡Dios del cielo! El la amaba. Todo tan simple… Su corazón se contrajo afligido. Todo tan complicado. ¿Pero qué hacer? Su primer casamiento había sido um escarnio de todo cuanto era sagrado, y había dejado cicatrices indelebles. ¿Qué le había dicho Richard? Ah, sí, el estaba más lisiado que su hermano, reflexionó consternado. La verdad saltaba a los ojos. Y después de tanto tiempo no tenía seguridad de confiar en alguien otra vez. Después de la escena ignominiosa con Brenna en la sala, podría haber arruinado su última oportunidad. Una dama tan delicada y él había ofendido su sensibilidad con su pasión desenfrenada. Otra oleada de disgusto lo abatió. Levantó la mirada al oír un ruido. ¿Un pájaro tal vez? Aproximó la copa a los labios y se detuvo atento. Un sonido distinto provenía de su cuarto. ¿Brenna estaría llorando? Santo Dios. ¿Habría llorado todo ese tiempo? Dejando la copa en la mesa, se levanto. No invadiría su privacidad, ya se habia excedido antes. Solo escucharía atrás de la puerta.

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Brenna sintió el colchón ceder con el peso de su atacante cuando él se acostó sobre su cuerpo. En la desesperación ella agarro el candelabro golpeado furiosamente la cabeza del agresor. Profiriendo una maldición él lo rescato de si mano tirándolo con ímpetu al suelo. Le tiro de los cabellos mientras Brenna se debatía para apartarse de sus labios. El terror la dominaba sofocándola y ella giro el cuerpo determinada a eludir sus crueles manos. — ¡No! — gritó. — ¡Va a tener que matarme primero! — Entonces, como quiera. Ella vio, aturdida la sombrea siniestra del invasor elevarse en la oscuridad, la daga amenazante por encima de su cabeza. En un movimiento repentino rolo para un lado y la daga se enterró sin misericordia en la almohada, en el lugar exacto donde estaba su cabeza segundo antes. Aturdida, alto de la cama y correo a pasos atropellado en dirección a la puerta. Antes de conseguir abrirla, sintió un brazo agarrarla del cuello siendo brutalmente empujada contra el cuerpo del bandido. Aunque luchase con toda la fuerza nacida de la desesperación no podía respirar. Con ambas manos clavo la uñas en el brazo surculoso, intentando liberarse, pero el maldito hombre poseía una fuerza descomunal. Ella podía sentir su resistencia disminuyendo, luces extrañas danzando frente a los ojos y un insistente zumbido llenándole los tímpanos. Y entonces cuando ya estaba perdiendo la consciencia, su atacante reculo súbitamente aflojando la tensión del brazo en el cuello. Ella cayó al suelo intentado deserradamente respirar. — ¡Dios del cielo, Brenna! Oía a lo lejos la voz de Morgan, y notaba la claridad de la sala de estar filtrándose por la puerta, iluminando o lugar donde yacía aterrorizada La sangre escurría del brazo, descendiendo en finas línea y manchando el tapete. Morgan se aproximó afligido acurrucándola en un estrecho abrazo. Brenna se apretaba contra él, luchando con los sollozos reprimidos en su garganta dolorida. Oyeron el ruido de la puerta externa cerrándose con fuerza señal de la fuga del agresor. Como soldado, el primer pensamiento de Morgan fue correr atrás de el para vengarse del cruel ataque. Pero al mirar a Brenna, sollozando, temblorosa y desamparada, todas sus ideas de venganza se desvanecieron. Ella precisaba de él, nada mas importaba Reparando en la sangre, el blasfemó duramente levantándola en los brazos con infinita ternura y cargándola a la cama. — Estas feria — decía, desolado. — Oh, ¿Qué te hizo, amor?

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Amor. Al oír el tratamiento cariñoso, ella no consiguió detener las lágrimas. — Dios del cielo ¿te lastimo? Ella se enjugaba incesantemente las lágrimas. — No fue um corte profundo — susurró, tocando la herida. — Existen otras formas más odiosas de lastimar a alguien. ¿El te violento mi querida? — No. El intentó, pero lo detuviste a tiempo. Morgan sintió un enorme alivio. Enterrando su rosto en los largos cabellos revueltos, la abrazaba fuertemente, meciéndola con ternura como su fuera un bebe. — Gracias a Dios. Si el te hubiese causado algún mal... Brenna podía percibir los temblores que recorrían le cuerpo de Morgan. Que milagro... ¿Sería posible que Morgan Grey estuviese tan shockeado como ella? Al recuperarse de la emoción, el cubrió la pálida desnudez de Brenna con los cobertores y se aproximó a la chimenea para encender algunas brasas calientes. En minutos el fuego acogedor crepitaba en el cuarto. Manteniendo en lato el candelabro con una vela encendida, se inclino sobre la cama a examinar la herida. — Aunque continué sangrando, no va a doler mucho tiempo. — Por lo menos tengo la satisfacción de haberlo lastimado bastante al infeliz — murmuró. — ¿Lo heriste? ¿Pero, como, amor? Los ojos de Brenna chispeaban de rabia. — Le mordí el brazo con toda ni fuerza. Y le arañe el pecho hasta hacerlo sangrar. Y con el candelabro lo golpee con fuerza en su cabeza. No va a ser difícil descubrir quien fue. Morgan levantó los ojos, estudiándola por um momento, y después rio a carcajadas. — Perdóname, mi majestuosa dama de hielo. Creo en ti. Vamos a encontrarlo así tengamos que examinar los brazos, pechos y cabezas de cada uno de los ingleses. — Si al menos me hubiera sido permitido tener un arma… ahora etaria tendido en un charco de su sangre. Morgan la miro un instante diciendo después — De hoy en adelante tendrás tu arma. Brenna, de ojos muy abiertos, no creía lo que oía. — ¿Hablas en serio?

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— Sin duda. — Con una mirada profunda, Morgan llevo su mano a los labios y la beso tiernamente — Nunca más voy a dejarte desamparada, Brenna. Cuando el dejo el cuarto por un instante, Brenna volvió a temblar convulsivamente. Al regresar, Morgan constató su terror. — Discúlpame, no debí dejarte sola— dijo, corriendo a su lado para abrazarla, esperando que se calmase. — Pero quería darte esto. Extendió una daga con la empuñadura de oro macizo y grabado con rubíes y diamantes centelleando como los reflejos de las llamas. Brenna sintió la lámina, afilada como una navaja. — Pertenecía a mi padre y está conmigo desde mi adolescencia. — ¿Como sabes que no la usaré contra ti, milord? — Pueden haber existido oportunidades en que me lo merecí. Pero imploro que me des otra oportunidad de ganar tu respeto. — Colocando la daga en sus manos, continuó: — Llévala siempre contigo. Al notar el aire solemne, ella asintió. — Si, milord. Siempre. Puede estar seguro. Morgan hundió un paño de lino en la vasija con agua perfumada y comenzó a lavar la herida. Aunque Brenna hubiere reculado ante la ofensiva del agresor, permanencia inmóvil consciente de que Morgan no le haría mal alguno. Noto el toque gentil y con los ojos cerrados, se entregó a sus cuidados. Una vez removida la sangre, Morgan vendo el brazo. Entonces cubriéndola con las sabanas comenzó a levantarse. — No me dejes — imploró, tomándolo por el brazo. — No te preocupes, Brenna. No te dejaré sola. Estaré en la sala de estar. — No, por favor. Quédate aquí, conmigo. Dios del cielo. Morgan se preguntaba se ella tendría consciencia de lo que le estaba pidiendo. Estar tan cerca y no poder tocarla sería un tormento terrible. Sin embargo podía leer la desesperación en sus ojos, en el modo en que se aferraba a él. — Está bien. Si es lo que quieres. — No podría suportar quedarme sola esta noche. Mientras este conmigo, estaré segura.

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Pocas horas atrás ella no habría dicho eso. Morgan se saco las botas, acostándose a su lado en la cama, con cuidado de mantener los cobertores arrugados entre sus cuerpos — Abrázame, Morgan. Con toda la ternura de que fue capaz, Morgan la estrecho en los brazos. ¡Oh, dulce tortura! Utilizaría toda su fuerza de voluntad para quedarse junto a Brenna hasta la mañana solo abrazándola. Ella suspiró reconfortada. — Duerme, pequeña. — ¿No me vas a dejar? — Te doy mi palabra. Ella cerró los ojos, pero el corazón aun le latía desacompasado Morgan la atrajo más cerca de sí. Después de un tiempo, que a Morgan le aprecio interminable el ritmo de su respiración se regularizo y los dedos aflojaron la tensión sobre sus brazos, mientras ella se deslizaba la sueño profundo.

Morgan se estremeció de frio y cubrió a Brenna con la colcha, moviéndose con lentitud y cuidado, para no perturbar su descanso. Miraba con cariño la frágil figura, luchando en sueños contra la imágenes aterrorizantes. El también tenía sus fantasmas. La mujer acostada a su lado, acurrucada en su pecho era tan suave, tan invitante… Los cabellos oscuros desparramados sobre su brazo ofrecía un agudo contraste con las sabanas inmaculadas. Inclinándose, aspiro el perfume de rosas. La fragancia invadía el cuarto, llevada por la brisa fresca y de los pétalos esparcidos en la ropa de cama. Brenna retorció el cuerpo entre sus brazos y el se imaginó que la pesadilla volvía. Los dedos se cerraban rígidos sobre su brazo, los parpados inquietos, los labios se movían en una protesta silenciosa. Besándole la frente, Morgan se sintió inundado por el amor. Si pudiese, absorbería todo su dolor, toda su incomodidad. Ella había luchado tan valientemente contra su agresor… recordó la primera vez que la vio enfrentando decenas de guerreros ingleses con aquel altivo aire de desafío. Podría sojuzgar al enemigo con una simple mirada. Y aun así era la mujer más generosa y compasiva que conocía.

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La observaba detenidamente, hasta que la respiración recobro su ritmo normal, los dedos entrelazados con los suyos. Dormía pacíficamente ahora, como un niño. Pero ni así Morgan relajo la silenciosa y atenta vigilia.

Brenna se despertó sintiéndose desorientada. Un brazo masculino la rodeaba apretándola contra el pecho. Por una fracción de segundo la angustia volvió. ¿El atacante infame había regresado para finalizar lo que comenzó? Entonces recordó la promesa de Morgan: el se quedaría a su lado protegiéndola de todos los peligros. Entonces encontró el rostro severo de Morgan mirándola con intensidad Suspirando profundamente, dijo: — Sabía que estarías aquí. Feliz con la afirmación, el sonrió. — ¿En serio? — En serio. Estaba segura. — confirmó Brenna. — ¿Conseguiste dormir? El negó con la cabeza. — Pero yo no quería privarte de tu descanso, milord. — Preferí mirarte. Además, fue suficiente saber que descansabas tranquila. — ¿Cuánto tiempo dormí? — Una hora o algo más. — Me siento tan descansada como si hubiera dormido la noche entera — Aun falta mucho para amanecer, milady. No precisas tener miedo, no te abandonar mientras duermes. Con la voz baja y seductora, Brenna decía: — No preciso dormir mas ahora. Percibiendo la nueva inflexión, Morgan se tensó. — ¿Quieres que me vaya? — No, milord — respondió ella, tomándolo de la mano. Morgan se quedo perplejo. Nunc antes la dama se había comportado de esa manera tan provocativa. ¿Sería posible que el estuviese confundiendo el significado de sus palabras?

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— Si no piensas dormir, yo no me debo quedar. — Quiero que te quedes conmigo. — Brenna le acaricio el brazo cubierto de pelos sedosos y músculos bien formados, tensionándolos a un simple toque. — Estás pidiendo mucho, Brenna, mas allá de mis fuerzas. Soy un hombre, no un santo. ¿Cuánto tiempo crees que puedo quedarme acostado a tu lado sin tocarte? Brenna se pasó la lengua por los labios resecos. Reparando en el gesto, Morgan tuvo que controlarse para no ceder a la tentación de besarla. — Entonces, puedes tocarme, milord. Por un instante, el no creyó en lo que oía. Sus ojos flameaban con intensidad. — No estoy jugando, milord. — Ni yo. — Tomándola por la barbilla, la forzó a levantar el rostro — Acabas de despertar. Tal vez aun estas confundida. — No esto confusa. — Entonces te sientes agradecida porque te salve de tu agresor. No mezcles gratitud con otras emociones más profundas, Brenna. — No es gratitud lo que siento — afirmó ella, asustada con su propia osadía. Morgan mantuvo la expresión severa y el tono de voz cortante, para perturbarle la serenidad. — Si te acaricio, no vamos a parar como antes. No tengo fuerza de voluntad para irme otra vez. Pretendo hacer el amor contigo, Brenna, de la manera que un hombre ama a una mujer. Y quiero que tú me ames también. — Es eso… lo que quiero, milord — respondió Brenna, sin apartar la mirada El esperaba una reacción de miedo, o al menos duda. Pero lo que vio fue una inconmovible determinación y las primeras y suaves puntadas del deseo.

Capítulo 18 El fuego se había apagado, pero las brasas incandescentes iluminaban el cuerto con un leva luminosidad rosácea. El silencio envolvía a la pareja acurrucada en la cama como si las criaturas de la noche conspiraran para no molestar a los amantes. No se oía otro sonido a no ser el suave murmullo de la respiración y los latidos desacompasados de sus corazones.

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— ¿Estás con miedo, mi amor? Morgan diseñaba con los dedos la curva de la frente, el volumen de las mejillas, los lindos labios. "Mi amor." La ternura de las palabras la conmovía profundamente. — Sí, estoy aterrorizada. Rozando levemente sus labios, murmuro: — No existen razones para tener miedo. Prometo que no voy a lastimarte. Nunca te haría daño alguno, Brenna. — No es ese mi temor — dijo ella, apartándose. — Tengo miedo de no gustarle. Morgan la apretó contra él. — Tu ya me gustas, Brenna. — El nombre resonaba suavemente en su mente. Nunca se cansaría de repetirlo, pensó Morgan. — Eres la criatura más adorable que conocí. Toda la belleza y bondad del mundo están en tus ojos. Ella sonrió, tímida, y Morgan notó su incomodidad. Con una sonrisa alentadora, pidió: — Confía en mi. Es cierto que tendremos una nueva experiencia y lo desconocido es siempre atemorizante. Pero nosotros estaremos juntos, mi amor. La besaba en lo cabellos, en el rostro, sintiendo el pulsar de la emoción. Esforzándose por avanzar lentamente, movía sus labios por la mejilla, hasta llegar a la punta de la nariz. — Una naricita respingada, tan altiva. Brenna rió, relajándose en sus brazos. — ¿No le gusta mi nariz? — ¿Como no me va a gustar? Y sus labios... — Morgan l besaba el borde de la boca, hasta que ella, suspirando de impaciencia, giro su rostro para besarlo. — Son perfectos. Las palabras se mezclaban con el aliento dulce de Brenna. El se demoró en la boca, deleitándose con su sabor. Labios tan suaves... Morgan recorría con las manos la espada desnuda, despertando su sensibilidad, provocando — Eres tan pequeña, Brenna, tan delicada. — Apoyándose en el codo se irguió para estudiarla. La piel bañada por la luna resplandecía. Con lentitud, acariciaba la curva de las caderas, llegando a la cintura estrecha y subiendo hasta los senos.

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— Tan bonita. Brenna cerró los ojos y el cubrió sus parpados de besos. Ella se relajaba dejándose hundir en una nube de alegría. Los labios masculinos recorrían la línea de la ceja, las mejillas, las orejas. Con la lengua trazaba los contornos de los labios, saboreando toda su dulzura. El beso representaba la promesa de placeres mayores. Mucho mayores. Tomando una de las manos entre las suyas, Morgan le beso la palma, cerrando el puño para guardar el beso. Antes que ella pudiese prever sus movimientos, Morgan inclinó la cabeza, rozando los labios en la cintura. Estremeciéndose, sorprendida, Brenna intentó retroceder, pero él la sostenía. Inmersa en la sensación placentera, sentía los besos cubriendo el abdomen, y subiendo más. Nunca imaginó que esas caricias pudiesen proporcionar un placer tan intenso. Morgan notó la respiración entrecortada, cuando le toco el seno y el gemido espontaneo al chupar un pezón. Brenna sintió un shock y entonces, lentamente, una llama comenzó a incendiar su cuerpo. Un deseo arrasador, pulsante, obligándola a agarrarse a las sabanas, arqueando el cuerpo tenso. Mientras el besaba un seno y después el otro, Brenna sollozaba agarrando la cabeza de Morgan con las manos, buscando desesperadamente sus labios. Con un gemido él la abrazo cubriéndole la boca en un beso ardiente. Brenna se abrazo a el movida por la urgencia de tenerlo más cerca a sí. Podía percibir su esfuerzo en refrenar los impulsos, para darle tiempo, preparándola para una unión completa. Brenna quería, tenia recelo de tocarlo. Apoyo la mano en su pecho y retrocedió, avergonzada de su propio atrevimiento. — Tócame de nuevo, Brenna. Entonces ella deslizo la mano por la espesa cama de pelos oscuros. — Hace cosquillas — dijo el sonriendo. Que mujer maravillosa, deliciosa... Aun insegura, Brenna rozo los pezones masculinos, que se endurecieron al contacto. Aparto la mano, pero Morgan a recondujo a su pecho-. — No, no pares, mi pequena.

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Ella deslizaba la mano por los hombros, sintiendo los músculos poderosos bajo las palmas. De repente encontró la cicatriz, y su sonrisa se desvaneció. — No puedo creer que te cause tanto dolor. — Ya paso. No me duele más, Brenna. — Pero fui yo la que causo esto — dijo y, sin reflexionar, beso el lugar lastimado. Sintiéndose abrasado por el deseo, Morgan dejo escapar un gemido profundo y grave. Más audaz, ella le acaricio la barriga, apenas pudiendo creer que tuviera el poder de dominar a ese hombre. — ¿Con miedo, milord? — preguntó, riendo. — No, mi querida. Sólo tengo miedo que tú te detengas. Aceptando la provocación, ella comenzó a abrir la hebilla. En instantes, ambos estaban desnudos, sin la barrera de las ropas, sin inhibiciones Feliz con la confianza que ella le daba, Morgan se esmeró en compartir con ella cada momento da excitante intimidad. Podría satisfacerse en ese instante, si siguiera los impulsos alucinantes de sus sentidos. Pero postergo la consumación del acto, conociendo el mismo la superación de todos los placeres. — Yo te amo, Morgan — confesó ella con naturalidad. Aunque aquella fuera su primer experiencia con un hombre, reconocía en cada gesto de su pareja una fuerte ternura, una inesperada atención. Se sentía feliz, conmovida. "Yo te amo..." Las palabras resonaban en la mente de Morgan. Era más de lo que podía esperar de la vida tener sus sentimientos correspondidos, nuevamente. Miro la intensidad, los ojos bañados por las lágrimas de emoción. Estaban unidos en todos los sentidos y no había mas motivo para esperar. Cubriendo su cuerpo, rompió con cuidado la fina membrana de su virginidad. Ella gimió pero no permitió que él se apartara. El placer suplantaba el dolor y juntos, en un ritmo loco de deseo, cabalgaron hasta que las ondas de placer los arrastraron al auge de la pasión.

Acostados juntos, en un estrecho abrazo, ninguno de los dos quería quebrar el lazo mágico que los unía. Pero cuando Morgan le beso el rostro se asusto. — ¿Estas llorando? Dios, ¿Te lastimé?

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Hizo el gesto de apartarse, pero Brenna lo atrajo de vuelta hacia ella. — Es una tontería, lo sé. Pero tuve ganas de llorar. — Comprendo, mi amor. — Con besos leves, probo el sabor salado de las lágrimas — Oh, Morgan — suspiró, dejando fluir el llanto que había reprimido. — Yo sé que no puedo compensarte por lo que te ocurrió en el pasado, pero si estuviese a mi alcance, pagaría le dolor de tu corazón. Morgan quedo inmóvil, absorbiendo la sorpresa de la declaración. Girándose de lado, enjugo el rostro húmedo. — No llores por mí, Brenna. Todo lo que ocurrió en el pasado se apago con el tiempo. — Pero tú dijiste que nunca más te casarías. Y ahora… ahora… Colocando un dedo sobre los labios para silenciarla, Morgan dijo con infinito cariño: — No digas mas nada, amor. Olvida todo lo que dije antes, fueron solo pretextos para esconder de mi mismo, mis sentimientos. Con ojos grandes, ella preguntó — ¿Qué quieres decir? — Solamente esto. — Tomando un mechón de cabello, observo los hilos sedosos escurriendo entre sus dedos. — Te amo, Brenna. Creo que te amé desde el momento de nuestro primer encuentro. Brenna se arrodillo en la cama, los largos cabellos cubriéndole los senos. — ¿Me amas? ¿De verdad? — De verdad. — ¿No me estás diciendo esto solo para consolarme? El rió, feliz. — Yo la amo, milady. Con toda mi alma y todo mi corazón. — Y yo te amo, Morgan — repitió ella con un aire de veneración, abrazándolo. — Dime, ¿Cuándo te diste cuenta por primera vez que me amabas? — ¡Ah! ¿Por qué las mujeres siempre insisten en conocer esos detalles? — Es nuestra vanidad— respondió Brenna, besándolo con amor. — Ahora dime. Morgan la enlazo, empujándola para costarse otra vez. — Yo no quise admitir hasta que te retiraste a mi cuarto. En ese instante me di cuenta de que no quería lastimarte de ninguna manera. — Sus dedos jugaban con los cabellos

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sedosos, y sintió el deseo surgir nuevamente. Dios del Cielo, ¿cómo era posible querer poseerla de nuevo? — Tuve mucho miedo de haber perdido la oportunidad de ganarte. — Entonces, milord — ella comenzó a deslizar la punta de los dedos por el pecho musculoso — ¿Qué iba a hacer después de ese descubrimiento de su amor? Reconociendo el brillo malicioso en su mirada, replicó: — ¿Estás provocándome, mi pequeña? — No, milord. Simplemente quiero saber si me habría hablado de su amor, algún día Morgan se puso serio y con sinceridad afirmó. — Se que te cause mucho dolor, Brenna. Te saque de tu casa, de todo lo que amabas, tirándote al medio de los buitres de la Corte. Mi intención fue cumplir las órdenes de la reina, casarme contigo y luego devolverte a tu gente, donde podrías vivir en paz. — ¿Quieres decir que me amas tanto que viviría sin mi? — Brenna lo sorprendió rozando los labios levemente en su boca, insinuante. — Entonces nunca deberíamos haber realizado este acto vergonzoso — Es verdad. — Brenna continuó acariciándolo, fingiendo displicencia. — ¿Y ahora que pretendes hacer, mi querida? Los ojos de Brenna centelleaban con un destello de humor. — Mi intención es acumular la mayor cantidad de actos vergonzosos, milord. Por si luego decides enviarme lejos,. Tirando la cabeza hacia atrás, Morgan exploto en una carcajada. Pero al momento siguiente, mientras las manos de Brenna continuaban descendiendo, la risa murió en sus labios. Con un gemido de placer él la empujo hacia sí, cubriéndole la boca con un beso ardiente. Brenna suspiraba, se insinuaba, hasta hacerlo resbalar nuevamente al límite de la locura. Nunca, nunca antes había conocido una mujer como ella. En algún momento, pronto, cuando pudiera volver a razonar, enumeraría todos los cambios introducidos por Brenna en su vida. Pero no ahora. Ahora no podía pensar en nada. Entre suspiros y besos, ambos se perdieron en ese refugio maravilloso reservado para los amantes.

El constante tamborilear de las gotas de lluvia en el pórtico lo despertó. Morgan sintió un peso en el b tazo que le impedía levantarlo. Abriendo los ojos, encontró a la bella mujer que dormía con el rostro girado hacia él.

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Se habían amado la noche entera, durmiendo y despertando uno al otro para vivir su pasión. El observaba la frente ancha, sin arrugas, los labios carnosos. ¿Cómo pudo imaginarla fría y altiva? Su pequeña dama de hielo... Se mostraba tan vibrante, tan dispuesta para el amor. Nunca se cansaría de ella, nunca. Su espíritu seguiría a la dulce Brenna para siempre. Percibió el sutil temblor de los parpados, en cualquier momento, despertaría. Súbitamente lo asalto un pensamiento siniestro. ¿Qué ocurriría si, a la fría luz de la mañana ella se arrepentía de la noche de abandono? ¿Y si ella se hubiese dejado llevar por el dolor de la soledad, un instante de debilidad? O lo que sería peor, ¿si ella hubiese confundido gratitud con amor? Brenna abrió os ojos, y el contuvo la respiración, ansioso. Aunque hubiera enfrentado centenas de enemigos en el campo de batalla, aquella mujer lo dejaba amedrentado. Ella despertó sin prisa, sintiendo el peso de la pierna de Morgan sobre su cuerpo, y su aliento contra la mejilla. Aunque con los ojos cerrados, conocía profundamente a ese hombre acostado a su lado, su toque, sus caricias. El había dejado una marca impresa en su cuerpo y en su corazón. Al abrir los ojos, vio a Morgan mirándola fijamente, la frente fruncida. — Buen día — susurró, tocándole las mejillas y, antes que él pudiera responder, le beso la frente. — ¿Está pensando en cosas tristes, milord? Morgan dio un largo suspiro de alivio. Ella no se había ruborizado, ni tratado de cubrir su desnudez. Al contrario, lo había saludado como si ellos siempre hubieran despertado juntos. — Temía que te hubieses arrepentido, mi amor — Solo lamento una cosa. — Notando la preocupación, se aproximo mas, recostándose en el cuerpo de el — Lamento que tengas una casa repleta de invitados que esperan ser atendidos desde el amanecer hasta la caída del sol. Boquiabierto, Morgan no atinaba a entender. Entonces rio y Brenna lo acompaño en las risas que diluirían sus temores. — Supongo que debemos vestirnos y saludar a nuestros huéspedes. Besándolo levemente en el hombro, ella se giro para salir de la cama. Pero Morgan la detuvo — La reina dormirá una hora más. Le mordisqueo leve los labios mientras ella lo abrazaba.

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— ¿Y cómo puedes estar tan seguro? — Por el momento, mi amor, solo tengo una seguridad. — Rolando para un lado, la aprisionó con su cuerpo. — Si la reina de despierta temprano, ella precisara conformarse con estar privada de nuestra presencia. Hasta que podamos volver a esta cama a la noche, el día promete ser el más largo de mi vida.

Capítulo 19 Rosamunde y las criadas cuchicheaban, agitadas, sofocando las risitas, mientras preparaban el baño para lord Grey y lady Brenna. Morgan y Brenna parecían ajenos al mundo que los rodeaba, excepto la intensidad de el afecto mutuo. Cuando Rosamunde terminó de arreglar en cabello de Brenna, salió del cuarto con una reverencia. Antes de cerrar la puerta, aun pudo ver a lord Grey en pié junto a la muchacha, las manos en sus hombros, observándola por el reflejo del espejo. El rostro de ambos irradiaba un amor tan intenso, tan abrasador, que la criada no tuvo más duda. Los rumores y chismes probaron ser verdad. Lord Grey había solicitado la mano de la escocesa por los mejores motivos, por amor. Pero Rosamunde vio algo más, y quedo profundamente perturbada. Había una marca fea en la piel de Brenna. Aunque su señora insistiese en que no pasaba de un arañazo, la camarera desconfiaba. Ya había visto muchas heridas provocadas por daga para engañarse. La cuestión se reducía a descubrir quién podría haberle infringido tal dolor a la adorable Brenna MacAlpin. ¿Y por qué? El mismo pensamiento martillaba en la cabeza de Morgan mientras acompañaba a su novia al comedor Cuando todos estuvieses reunidos, pretendía estudiar atentamente los invitados y también a sus criados particulares. Uno de ellos debía ser un loco maniático y respondería por sus actos bajo su espada. Una idea fija lo perturbaba. ¿La intención del atacante había sido atacar a Brenna? ¿O habría llegado a ella por error? Muchos criados sabían que las ropas y las pertenencias de Brenna habían sido llevadas para su cuarto. Y en una mansión como aquella, lo que un criado sabia, todos los otros lo descubrían también. Aun así el pensamiento persistida. ¿Habría sido ella realmente la victima buscada? Al entrar en el comedor, Morgan vio a Elizabeth y sus damas de compañía sentadas a la mesa.

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— Entonces, finalmente consiguieron salir de la cama, ustedes dos — dijo la reina, escrutando los rostros de ambos. Brenna se ruborizo de inmediato al sentirse blanco de todas las mitradas. Morgan al contrario, radiante y seguro de sí mismo, pareció no incomodarse con el examen minucioso de Elizabeth. Mirando alrededor, pregunto en tono casual — ¿Donde están los otros? — Madeleine y Charles fueron llamados al cuarto de Gérard hoy de mañana — dijo la reina. — Parece que el joven se cayó de la escalera, durante la noche. — Una caída... — Morgan se mostró interesado. — ¿Y por qué no fui informado? — Los criados dudaron en molestarlo, mi amigo, sabiendo que estabas… ocupado en otros quehaceres — respondió la reina, con una sonrisa maliciosa. — ¿Y dónde está lord Windham? — Salió para dar um paseo a caballo bien temprano. — ¿En esta lluvia? — Dijo que precisaba ejercitarse, para estar en forma. — ¿Ustedes lo vieron? — No, mandó un recado por su lacayo. ¿Por qué? — preguntó Elizabeth, desconfiada. Encogiéndose de hombros. Morgan respondió con displicencia. — Por nada en especial. ¿Y mi hermano? — Richard y la francesita fueron a pasear por el jardín. — Un paseo en la lluvia. — Tirando la servilleta en la mesa, Morgan aparto la silla. — Acabo de darme cuenta que todo el mundo enloqueció — ¿Adónde va? — inquirió la reina. — Voy a ver cómo se siente el hermano de Madeleine. — Cuando Brenna insinúo un movimiento para acompañarlo, el colocó una mano en su hombro, pidiendo: — No, milady. Quédese aquí haciendo compañía a la reina. Yo regreso enseguida.

— Sea sincera — pidió Richard, observando el rosto encantador de la joven, sentada en un banco bajo el follaje denso de un viejo árbol. — ¿No le molesta la lluvia?

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— No, milord. Siempre salgo a caminar sola en la lluvia, en París. — ¿Y por qué una bella joven como usted andaría sola? — Bella... — Ella bajo la mirada, sintiéndose ruborizar con el elogio. — No soy bonita, milord. — ¿Eso cree? — provocó Richard, tomándola por la barbilla y levantando su rostro para examinarla. Adrianna se ruborizo hasta la raíz de sus cabellos. — Para um hombre como usted yo debó parecer sin gracia. Mis ojos son muy grandes, la nariz pequeña, y mis cabellos tan comunes... — Comunes... — Richard se demoraba en su contemplación y ella se sentía a punto de desmayar. — Querida Adrianna, no hay nada común en usted. Cuando la observo, veo los cabellos magníficos, del color del cobre pulido — dijo tocando las trenzas húmedas por la lluvia. — Sus ojos son más verdes que las aguas del Támesis al amanecer y son grandes también. Ella levantó la mirada y Richard lanzo una risa profunda y alegre al continuar. — Suficientemente grandes, creo, para que un hombre se ahogue en ellos. Adrianna desvió el rosto, negándose a encararlo. — No debería decir todas esas cosas. — Es necesario. ¿O prefiere que mienta? — No vine aquí en busca de elogios. — Cierto. Ni yo estoy aquí para ofrecerlos. Ambos vinimos — dijo Richard mirando alrededor — para apreciar el jardín de las rosas. Vea como las flores levantan sus pétalos para beber el agua de la lluvia. — Todo parece tan vivo, tan refrescante. — Usted es refrescante, pequeña Adrianna. Es como una bocanada de aire fresco para mis ojos cansados. Nuevamente ella evitaba su mirada. — Las palabras le salen con tanta facilidad, milord. Pienso que no le resulta difícil decir lo mismo a todas las mujeres. — ¿Es lo que piensa? — Richard tomó ambas manos en las suyas. — Míreme, Adrianna. Ella encontró su mirada, desviando el rosto luego.

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— ¿Por qué no quiere mirarme? — Como no obtuvo respuesta, el insistió: — ¿Tiene miedo de mirarme? — Ella trago en seco. — Si. Richard sintió que el corazón se le contraía. Tintamente se había arriesgado al dolor del rechazo. Toda la noche se había torturado, soñando con aquella ocasión. El jardín, a solas con la bella Adrianna. Todo en vano. Ella tenía miedo. Medo de su condición. Y, a decir verdad, probablemente sintiese una profunda compasión al verlo. ¿Cómo podía haber sido tan ciego, tan tonto? Ahora necesitaba salir de aquella situación con la máxima dignidad posible. — Lo siento mucho, milady — dijo, soltando sus manos y girándose para tomar un pimpollo de rosa. — Estas eran algunas de las flores preferidas de mi madre. — Puedo imaginarlo. Son magníficas. Richard sintió volver la vieja desesperación. ¿Cuántas veces se permitiría tener esperanzas para ver después todos sus deseos despedazados? ¿Cuándo aprendería que la vida no correspondía a la imagen de sus fantasías, provocándolo, atormentándolo con promesas? — Si no le importa empujar mi silla, Adrianna, podemos entrar ahora. Sintiendo una puntada de dolor, ella se puso en pie. No había pensando en otra cosa a no ser aquel hombre maravilloso desde el primer encuentro. Estuvo tan agitada que apenas podía respirar y ahora, el estaba dispensándola cruelmente. Tal vez el paseo lo hubiera enfadado, sin embargo parecía tan ansioso por estar con ella minutos atrás… Siempre fue así, todo por culpa de su timidez. Su hermano y Madeleine constantemente la alertaban, pero no dominaba el arte del flirteo y la conversación inteligente. — Prometía mostrarme el lugar donde jugaba con su hermano cuando eran pequeños. ¿Por qué ella estaba prolongando su agonía? Richard apunto en dirección a las hileras de arboles recién plantadas. — Es por allí. Adrianna empujaba la silla por sobre las piedras gastadas del camino. — Había una fuente aquí — dijo Richard con añoranza. — Brenna sugirió que los trabajadores comiencen a escavar y tal vez, si mi hermano está de acuerdo, al fin del verano tendremos una fuente nuevamente. — Es un lugar encantador. — Su voz baja, grave, flotaba en el aire y el sutil acento francés le agregaba un encanto seductor. — Tan tranquilo... Siento cierta envidia de su

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madre. Este debe haber sido un lugar maravilloso para acompañar el crecimiento de los hijos Hijos. ¿Ella no se daba cuenta como la daga se clavaba en su corazón y se retorcía con la simple idea intangible? ¿Qué mujer se interesaría en tener hijos con un hombre que no podría correr y jugar con ellos? ¿O enseñarles a mantenerse firmes en el lomo del caballo? — Oh, mire, milord!— apunto Adrianna, aproximándose a una rosa roja como la sangre, cuyos pétalos mostraban un suave tono amarillo en el interior. — Este botón es único, maravilloso. — Es verdad. — A pesar de los pensamientos amedrentadores, Richard sintió un estremecimiento de placer. — Yo tome una rama de las rosas cerca de cerca y las injerte en esta otra planta. El resultado es una especie totalmente nueva y este el primer pimpollo. — Sin ceremonia cortó la flor, ofreciéndosela gentilmente a Adrianna. A ella le encanto el gesto. — ¡Milord! Esta es una flor especial, diferente a todas las otras. No debió haberla cortado y desperdiciarla conmigo. Ásperamente, casi descortés, el murmuró: — Las flores son mis, puedo disponer de ellas como quiero y quise ofrecérsele esta a usted. — Suavizando el tono, finalizó: — Ella combina con usted, Adrianna. Usted es una mujer inigualable. Oh, ¿por que ella no se parecía a Madeleine? ¿Por qué no tenía una personalidad más extrovertida? ¿O si no porque no poseía le encanto de Gérard? Jugaba con la faja en su cintura entre los dedos, evitado encararlo. Si pudiese encontrar las palabras adecuadas… "Adrianna no quiere mirarme", pensaba Richard. Prueba suficiente de que me acompañó en este paseo por el jardín movida solo por la compasión Sin apartar los ojos del rostro juvenil, dijo COM delicadeza: — Está lloviendo fuerte, milady, pronto estará empapada. Es mejor entrar. — Claro. — Inhalando el perfume de la rosa por última vez, se aproximo a la silla. En el momento de agarrar el espaldar, sus dedos tocaron los hombros de Richard. El contuvo la respiración, saboreando el contacto delicioso. Hacia tanto tiempo que una mujer lo toco… Como deseaba ese placer que le era negado por largos años. — Milord... — Adrianna... Ambos se silenciaron avergonzados.

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Ella comenzó a empujarla silla pesada. Cuando se aproximaban a una pérgola cubierta por una rosa trepadora con perfume, se oyó el estruendo de un trueno y el cielo pareció abrirse para dejar caer un torrente de agua mojándolos hasta los huesos. — Es mejor esperar aquí um momento, hasta que la lluvia amaine — Claro, milord. Se detuvieron allí, oyendo el ruido de la lluvia torrencial. Llevándose la punta del chal al rostro, Adrianna se enjugaba las gotas de agua de las mejillas, al verla, Richard experimentó um súbito deseo de besarla. La dulce jovencita quedaría shockeada si adivinase sus pensamientos. Mirando alrededor, el comentó — Lamento, no hay lugar para sentarse aquí. — No me importa permanecer de pié. Una pizca del antiguo humor sutil reapareció a los labios de Richard. — Si pudiese, cambiaria de buen grado mi lugar con el suyo, milady. Adrianna rió con el comentario tonto, y su risa fue como um bálsamo reconfortante. Acompañándola en la risa el comento — Pero si a usted no le importa, será un placer compartir esta silla. Mirándolo tímida, balbuceo. — No hay espacio suficiente para nosotros dos, milord. — Lo hay si se sienta en mi regazo. — ¿No voy a lastimarlo si lo hiciera? Sería el dolor más dulce que jamás enfrentara. Simplemente dijo: — Mis piernas no duelen, Adrianna. Generalmente no tengo ninguna sensación. — Oh, milord... Inesperadamente ella se agachó, abrazando las rodillas inmóviles. La risa murió en su garganta, en su lugar, las lágrimas le inundaban los ojos. — Disculpe, milord, no sé por qué estoy llorando. Ni tampoco porque estoy conmovida con su aflicción Richard no sabía que decir. Mientras ella lloraba solo podía mirar su llanto. Finalmente acarició los largos cabellos mojados. Tan suave, pensaba, como una nube de seda brillante. Emocionado, con la voz temblorosa, pidió

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— No llore por mí, Adrianna. — No es por usted que estoy llorando. Ella levantó la cabeza y Richard tomó el rostro triste entre las manos, sintiendo el corazón saltarle del pecho al oír la confesión: — Lloro porque tengo mucho miedo de demonstrar lo que estoy sintiendo. Frunciendo las cejas en una expresión de perplejidad el preguntó — No entiendo, muchacha. ¿Qué está sintiendo? — Mi lengua que prese en su presencia. — Llevando una mano al pecho, a la altura del corazón, continuó: — Todas las emociones que guardo aquí dentro están pidiendo ser liberadas. Pero usted el valiente soldado Richard Grey, amigo devoto de la reina, el héroe conocido por toda Francia e a Inglaterra. Y yo no merezco… alimentar estos sentimientos respecto a usted. — ¿Sentimientos? ¿Por mi? El tocaba con la punta de los dedos la suave curva de su rosto y Adrianna se apoyaba en la palma abierta, disfrutando de la caricia. Richard sentía su corazón incendiándose y temía alimentar demasiadas esperanzas. Pero ya era tarde. Una alegría incontrolable se apodero de él solo de imaginar que a esa tímida y dulce criatura pudiese importarle él. — ¿Está intentando decirme que no le causo desagrado verme así? — ¿Desagrado? — Ella se aparto, consternada. — Yo lo admiro profundamente, milord. Es tan buen mozo, tan fuerte… ¿Ella lo hallaba buen mozo? ¿Fuerte? — Usted conversa con tanta facilidad con la reina, con los criados, con una extranjera como yo. Richard la observaba en silencio, enjugando las últimas lágrimas del rosto serio. Entonces con voz grave, apasionada susurro. — hablar siempre fue fácil para mí. Tal vez haya llegado el tiempo de aprender a oír también. Quédate aquí conmigo muchacha, cuéntame sobre ti, tu vida, tus sueños. — Mis sueños están fuera de mi alcance, presumo. — Ruborizando, se vio impelida a abrir su corazón a ese hombre como nunca antes confió en alguien. — Querría morar en un lugar tranquilo como Greystone Abbey, y despertar todas las mañanas con el canto de los pájaros y el perfume de las rosas. Las esperanzas de Richard comenzaron a ganar forma. — ¿Y habría algún lugar para mí en ese sueño suyo, muchacha?

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Con un gesto casi imperceptible de la cabeza, Adrianna asintió, enrojeciéndose violentamente — Usted es todo lo que yo soñé desde el primer momento en que lo vi. — Oh, mi querida. — Tomándola por las manos, la atrajo hacia el, hasta sentarla en su regazo. Emocionado, apoyo los labios en su mejilla, murmuró. — Querría que esta lluvia durase una eternidad.

— ¿Qué historia es esa de una ciada? — preguntó Morgan, entrando con pasos decididos en el cuarto de Gérard. Madeleine, sentada en un diván, ataba un trozo de lino limpio en la mano de su hermano. Su marido asistía a la escena de pie junto a la chimenea. — Soy muy torpe— dijo Gérard, levantando el rostro lastimado. — En principio pensé que me habían empujado, pero Madeleine me convenció de que estaba imaginando cosas. ¿Quién mas podría estar descendiendo la escalera a esa hora avanzada de la noche? ¿Y por qué alguien iría a empujarme? Morgan, atento, insistió: — Quizás podría darme más detalles. — No hay mucho para contar. Me desperté agitado, buscando algo para calmar mi sed. Como no quise molestar a los criados, pensé en bajar hasta la cocina. Pero cuando estaba en la parte de arriba de la escalera me pareció haber visto un bulto corriendo en mi dirección. Al girarse a su hermana, se dio cuenta de la desaprobación en su rostro. Ellos eran, al final, huéspedes de Morgan Grey y de la reina. No sería adecuado sugerir que en la casa del anfitrión habría alguien cometiendo algún acto impropio. — Confieso que estaba muy escuro, milord. Quizás, como sugirió Madeleine, lo que yo vi no pasaba de la sombra de un tapiz en la pared. De todos modos, creí haber visto alguien o algo un segundo antes de sentir una mano empujándome cuando bajaba los primeros escalones. Antes de darme cuenta lo que estaba pasando, había rodado todo un tramo de escalera. — ¿Alguien lo empujo? — Tal vez... — Gérard trago en seco. — En mi confusión lo imagine todo. — El tapete en la parte superior de la escalera, esta suelto, mi viejo — intervino Charles.

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Tomando la mano de Gérard, Morgan examinó los vendajes. — Esta herido. — Solo un poco de sangre, no es nada, milord. Debo haberme cortado con algún trozo de vidrio o una piedra puntiaguda. Mi hermana se preocupa demasiado. — Veo que se golpeo la cabeza también. — Efectivamente. — Gérard tocó con las puntas de los dedos el lugar dolorido cerca de la sien. — Al llegar abajo me golpee la cabeza con fuerza en el suelo. Muy interesado, analizando la situación, Morgan preguntó: — ¿Tiene alguna otra herida? — Arañazos, contusiones. De menor importancia. — Quedo aliviado de saber que no ocurrió nada mas grave dentro de mi propia casa. Morgan noto el sutil bulto por debajo de la túnica de Gérard. Obviamente habían aplicado otro curativo en su pecho. Bajando la voz en un tono misterioso, finalizo: — Tomaré duras medidas si ocurren nuevos infortunios. — Venga — invito Charles, tomando a su esposa por el brazo. — Fue una noche larga y complicada. Vamos a tomar el desayuno. Madeleine ayudó a Gérard a levantarse, y, tomados de la mano salieron del cuarto. Morgan los seguía a pasos lentos, su mente hirviendo, inquieta. El desgraciado que atacó a Brenna sabía que podría ser identificado por las heridas que ella le causo. ¿Gérard sería capaz de forjar la historia de la caída solo para explicar sus contusiones? Sintió una momentánea puntada de culpa. Madeleine era una de las mujeres más honestas y correctas que conocía, y su amistad con Charles se remontaba al tiempo de sus padres .Aunque todo fuera posible, le resultaba difícil admitir en su corazón que alguno de ellos hubiera tomado parte en esa tramoya. Pero Gérard era um desconocido. Y había quedado embelesado con Brenna en el instante que la vio por primera vez. Morgan aparto la idea. El ataque de la noche anterior no había sido realizado por un hombre enamorado. Solamente un desequilibrado, un perverso podría haber cometido tal atrocidad. Había un motivo más oculto, mas depravado y el debía descubrirlo. Gérard era um francés leal que juro fidelidad a Carlos IX, el rey de Francia. ¿Seria posible que ese joven patriota fuese tan lejos, al punto de manchar el buen nombre de su

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hermana, aprovechando su amistad para ganar acceso a la reina? ¿Sería Elizabeth el blanco pretendido? Como todo soldado, Morgan había aprendido a confiar en sus instintos. Y su intuición le sugería que esa agresión a Brenna se relacionaba con las amenazas a la seguridad de la reina. Se tejía una trama alrededor de ellos y a menos que él desenmascarase pronto al bribón, todos podrían quedar atrapados en la trampa de una tragedia fatal.

Capítulo 20 — Bien, parece que al menos la mitad de los huéspedes ya está a la mesa. — Después de la aprobación por lord Quigley, la reina probo con placer una rebanada de pan recién asado, cubierta de jalea de frutas. — Es una pena que se haya lastimado, Gérard — continuó. — Espero que el accidente no le impida aprovechar la hospitalidad de Morgan. — De modo alguno, majestad. — El joven francés se mostraba avergonzado, atrayendo la atención de todos los presentes. — Aguardo ansioso el resto de las festividades. — Nosotros debemos... — La reina se interrumpió súbitamente cuando miró por detrás de Gérard a la figura en la puerta de entrada Morgan y los demás levantaron la mirada de los platos, mientras lord Windham se aproximaba a la mesa. Cubierto de lodo, sangraba, la túnica y la calza rasgadas, manchadas. En uno de los lados de la cabeza, se notaba una mancha purpura de un agrave herida y llevaba la mano ensangrentada a la altura del pecho. — ¡Dios del cielo! — exclamó Morgan, apartando su silla. — ¿Qué ocurrió con usted? — Mi caballo resbaló en una pendiente escurridiza y antes de darme cuenta de lo que estaba pasando, me encontré rodando por el declive y aterrizando de cabeza en el suelo. — Usted precisa de cuidados — dijo la reina, preocupada, apresurándose en llegar a su lado. — Majestades. — Mirando a los demás invitados reunidos se disculpó: — Pido me perdonen por no juntarme a ustedes más tarde — Por supuesto — estuvo de acuerdo Elizabeth deprisa. — Morgan, convoque a sus criados. — Claro.

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Morgan tiro la cuerda para llamar a los empleados y de pronto apareció la Sra. Leems. Viendo el estado deplorable de lord Windham, se retorció las manos afligida y salió corriendo a buscar a los sirvientes. — Usted es un jinete extraordinario, Windham — puntualizó Morgan, analizando el estado físico del noble. A no ser por la mano lastimada, se veía poca sangre, aunque era difícil de calcular la extensión de las heridas bajo la espesa capa de lodo — Hasta el mejor de los jinetes se vería en un aprieto en esta lluvia. La Sra. Leems llegó. Haciendo una reverencia a la reina y los demás siguió a los criados fuera de la sala comentando: — Preciso de um buen baño, y de ropas limpias. — Mandaré buscar um médico — dijo Morgan rápidamente. — No. — Windham se giro en sus talones, autoritario. — Será um inconveniente. Uno de sus criados puede cuidar de las heridas. Enseguida me restableceré. — No es molestia alguna. El médico de la reina puede estar aquí antes de que repiquen las campanas del Angelus. — No, insisto. Ya voy a mejorar. Morgan se quedo observando mientras Windham subía la escalera atrás del grupo de empleados. Reuniéndose de nuevo a los demás en la mesa de comer, Morgan dejaba la conversación fluir a su alrededor, sin participar, perdido en profundos pensamientos. Se había convencido de que Gérard fue el atacante de Brenna la noche anterior, pero ahora no estaba tan seguro. ¿Podría Windham haber inventado esa caída del caballo, solo para disfrazar las heridas causadas por Brenna? El flujo de las ideas fue interrumpido por la aparición de Richard. El entraba por la puerta que daba al jardín, su silla empujada por Adrianna. Ambos sonreían, las mejillas coloradas. Abstraídos en su mundo y las maravillas recién descubiertas, ni prestaban atención a los cabellos mojados por la lluvia, ni las ropas empapadas pegadas al cuerpo. — Mon Dieu. — Madeleine se levantó, agitada. — Ustedes pueden morir de frio con esas ropas empapadas. — Oui — dijo Adrianna, sonriendo, y extendiendo para su hermana la rosa que Richard le había ofrecido. —Mira, Madeleine. Richard cultivó una nueva especie de rosas. Y esta es la primera flor. Madeleine miraba espantada a su hermana, generalmente tímida y retraída. Nunca la había vito tan radiante y animada.

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— Es bellísima. — Disculpen nuestra apariencia — dijo Richard, inclinando la cabeza levemente en dirección a la reina. — Está lloviendo allá fuera — ¿En serio? No lo había notado — exclamó Elizabeth, disfrazando la sonrisa. — No muy fuerte, espero. — No, apenas una neblina húmeda, una deliciosa garua, ideal para pasear en el jardín. — Richard sonrió a Adrianna y luego precio regresar a la realidad. — Debemos cambiar de ropa. — Sin duda. — Elizabeth levantó la mano en um gesto condescendiente. — No me gustaría que permanecieran en esas ropas incómodos. Cuando ambos desaparecieron, camino de sus aposentos, todos rieron. Girándose para Morgan, la reina comentó: — estabas en lo cierto. Todo el mundo enloqueció hoy a la mañana. Mirando al hermano ya lejano y la francesita, Morgan concordó: — Así parece. — Vengan — llamó Elizabeth, dirigiéndose a sus damas de compañía. — Vamos al salón de estar hasta que la lluvia disminuya. Brenna, júntese a nosotras. Reticente, Brenna acompañó el grupo de mujeres risueñas y conversadoras. Hubiera preferido quedarse con Morgan, pero el pedido de la reina era una orden. Inadmisible pensar en rehusarse. Cuando todos salieron, Morgan permaneció sentado, solo, mirando las llamas en la chimenea, inmerso en sus pensamientos.

La comida con la reina resultaba siempre un acontecimiento solemne. Elizabeth y sus acompañantes habían llevado sus vestidos más ricos y elegantes y pasaron horas preparándose para la ocasión. En sus aposentos, Morgan y Brenna aprovechaban la oportunidad de pasar algún tiempo solos, lejos de las miradas indiscretas de los huéspedes. Mientras permitía que Rosamunde la ayudase con los botones del vestido, Brenna sabía que Morgan la aguardaba, inquieto, al lado de la puerta de la ante cámara. — Sus cabellos, milady. — Están bien así, Rosamunde. No insista.

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— Si, señora. Cuando la camarera se giraba, Brenna la tomo por la mano. — No pretendía ser ruda contigo. — Sus ojos brillaban con visible excitación. — Es solo que yo... — Lo entiendo, milady. Lord Grey está aguardando con impaciencia. Con una sonrisa cómplice, Rosamunde salió del cuarto. Si demorarse frente al espejo, Brenna abrió la puerta y Morgan se giro para enfrentarla. Ella usaba un vestido de terciopelo violeta, con un escote generoso. La falda caía en suaves frunces desde la cintura estrecha hasta la punta de los zapatos de satín En cuanto ella se aproximaba, Morgan buscó dentro de la túnica, revelando un saquito de terciopelo. Al extenderlo a Brenna, ella levantó el rostro con una mirada interrogante — Es la única dama que no usa joyas. Quiero que hoy se coloque estas, milady. Aflojando el lazo de terciopelo, Brenna quedo admirada por el brillo de las piezas. Un magnifico collar, los diamantes rodeaban una enorme amatista con forma de gota del tamaño de una nuez. Y los aros del conjunto repetían la disposición de las piedras, reflejando la luz de las llamas. — No puedo aceptar esto, Morgan. — ¿Por qué? Brenna intentaba devolvérselas, aunque él se negaba a aceptarlas de vuelta. — No soy aun tu esposa. No tengo derecho de aceptar un presente tan esplendido. — Acepta, por favor, me daría um gran placer. — Y yo me sentiría muy mal. — ¿Puedes explicarme por qué? — preguntó Morgan. Tragando antes de hablar. Brenna declaró: — Muchos van a pensar que yo... le concedí ciertos favores por um puñado de joyas. — No me importan los chismes y tu tampoco deberías preocuparte con ellos Ella evaluaba las joyas en su mano. — Eres muy generoso, Morgan. Son tan valiosas... Servirían para pagar el rescate de um rey.

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— O de una líder de clan escocés. — Morgan tomó el collar de sus manos, colocándolo alrededor de su cuello. — Este fue un presente del rey Henrique, agradeciendo una importante misión realizada por mi padre. Era una de las joyas favoritas de mi madre. — Entonces será un objeto de gran e valor para mi, milord. — No tanto como yo valor la mujer a quien pertenece ahora. — Con todo, prefiero no usarlas antes de nuestro casamiento. — Permíteme insistir. Apreciaría mucho verlas en tu bello cuerpo hoy a la noche. Aproximando el rostro a la suave piel del cuello, sintió una oleada de excitación mientras la besaba. Sin apartarse le acaricio los hombros y la observo colocarse los aros. — Cuanta dulzura, cuanta belleza. — Morgan noto le leve estremecimiento de Brenna bajo sus caricias. — ¿Será que a la reina le importa si su anfitrión se atrasa para la comida? — susurró con voz ronca cerca del oído. Riendo, Brenna dijo, incrédula: — No puedes estar hablando en serio. El la giro en los brazos, encarándola con una mirada significativa — El dia entero pene solo en ti. Inclinando la cabeza, mordisqueo el cuello de Brenna, que arqueó el cuerpo, suspirando. — Hoy à la noche temo que la reina va a permanecer en el salón hasta muy tarde. Al contrario que nosotros, ella no tiene ninguna prisa por volver corriendo a su cuarto. — Pero si la fiesta fuera insoportablemente larga ¿Que podemos hacer? — Esto — dijo Morgan, recorriendo con las manos los botones del vestido, comenzando a abrirlos. — Morgan... — Brenna disfrazó un gemido cuando el vestido cayó de sus hombros. — La reina se va aponer furiosa si la dejamos esperando — Tal vez. Pero nosotros estaremos tan felices, mi amor… Y vamos a atrasarnos solo un poquito. Al levantarla en brazos y llevarla a la cama, ella lo beso antes de hundirse una vez más en un mundo de placeres indescriptibles.

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— Estoy con celos — dijo la reina, reparando en las magnificas piedras que adornaban el cuello y las orejas de Brenna. — Sus joyas opacan gasta las mis. — Me dijeron que fue un presente de su padre. — Orgullosa, Brenna llevo una mano al collar, mientras se sentaba en la silla al lado de Morgan. — Es verdad. Y, aunque haya oído hablar de las esplendidas joyas de los Grey, nunca tuve ocasión de verlas antes. Son deslumbrantes. Morgan debe gustar mucho de ti — agrego con una sonrisa maliciosa. Brenna sintió el calor inundarle las mejillas, y Morgan, para librarla de la vergüenza, comentó — Brenna no quería usarlas hoy à la noche. Considera estas joyas una tanto demasiado opulentas para su gusto. Pero la convencí a usarla solamente en esta ocasión para complacerme. Después las usara en nuestro casamiento. Del otro lado de la mesa, lord Windham observaba a Morgan y Brenna con la mirada llena de odio. Saltaba a la vista que se habían hecho amantes. Exhibían descaradamente su intimidad enfrente de su nariz la de todos los otros. ¡Como odiaba a Morgan Grey! La vida entera el oficial había logrado todo lo que deseaba intensamente. Las más bellas mujeres. Las joyas más exóticas y deslumbrantes. Aquella bella mansión en una de las regiones más bellas de Inglaterra. Pero llegaría el día, y ya estaba próximo, en que Grey vería toda su vida convertida en cenizas. — Estoy desilusionada con tanta lluvia — decía la reina, mirando por la ventana el cielo cubierto. — Tenía tantas ganas de cazar… — El tiempo es lo único, en toda a Inglaterra, que no obedece sus órdenes — bromeo Morgan. — Vuestra Majestad va a encontrar una manera de sojuzgarlo a sus pies, no tengo duda — dijo Charles con una risita. — Tomara. Si al menos yo pudiese. — Elizabeth probaba la nueva receta de apto asado que la Sra. Leems le presentaba recuperando el buen humor. — Si no podemos cazar, debemos encontrar otros medios para divertirnos. ¿Richard, es un juego de ajedrez el que vi en la biblioteca? — Si, majestad — asintió él. A su lado, Adrianna permanecía quieta, feliz de tomar u mano. Ellos imaginaban que el mantel escondía el gesto a los otros, pero todos en la mesa se dieron cuenta de la manera especial en que se habían sentado, los hombros próximos, las miradas insistentes, intimas, apasionadas. — Entonces lo convoco a una partida después de comer.

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— Acepto el desafío, pero prepárese. Aunque sea un súbdito leal, no voy a dejarla ganar deliberadamente — Si lo hicieras, no habría gracia alguna en el juego. Sin embargo le advierto, caro amigo, que yo no sé perder. — Quien sabe hoy a la noche tenga su primera lección sobre derrotas, majestad — dijo Richard, una sonrisa seductora en los labios. — Embustero... — Sorbiendo lentamente su te, la reina preguntó: — ¿Y tú, Madeleine? ¿Cuál es su esparcimiento preferido? — Ya conoce mi gusto. Y mi vicio. Las cartas, majestad. — Ah, sí. Las mesas de juego. — Elizabeth miro por sobre la mesa para el hombre enfadado que no dijo nada hasta entonces: — ¿Windham, sus heridas lo están molestado? — No, majestad. Ellas cicatrizaran pronto. El pareció volver súbitamente à la realidad. Había estado toda la noche absorto, pensando en el mal tiempo. Todos sus planes se centraban en un accidente de caza. Habría sido tan fácil esconderse y apuntar una flecha que la sacaría del trono de Inglaterra. ¿Pero cómo actuar si la lluvia continuaba y ellos no tuvieran oportunidad de cazar? Distraído, declaró: — Prefiero las cartas a otra noche de danzas. — ¿Y usted, Gérard? ¿Se está sintiendo bien?,¿ quiere acompañarnos en el juego? — No me lo perdería por nada en este mundo, majestad. — Me temo que el hermano de Madeleine comparte la misma debilidad que mi querida esposa. — dijo Charles con un suspiro exagerado. — El tampoco se resiste a un juego de cartas. Windham pareció despertar de repente, interesado. — Entonces podemos jugar por dinero, y no solo por el placer de la victoria. — Pero es lógico — replicó Madeleine. — ¿Que gracia tendría jugar sin apuestas? La sonrisa diabólica de Windham creció. El adoraba jugar. Especialmente si pudiese encontrar la manera de arreglar las cartas a su favor. Cuando terminaron de comer, la reina se levantó y fue seguida por los demás invitados. — Tal vez el juego sea más estimulante que la cacería, al final. Todos estaban animados. La lluvia no lograría arruinar ese viaje la campo, después de todo. Había aun muchas otras firmas de ejercitar las habilidades de cada uno.

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La biblioteca, acogedora, constituía el escenario perfecto para la distracción de la reina y su comitiva. Un fuego reconfortante ardía en la chimenea y varias mesitas habían sido colocadas en el ambiente, preparadas para los diversos juegos. En una mesa lateral se encontraban bandejas repletas de dulces al lado fe botellas con vino y cerveza — ¿Juega a las cartas, milady?— preguntó Windham a Brenna. Ella retrocedió ante su toque y aunque el percibió sus reacción la única indicación fue una sonrisa tensa. — Juego, milord. Pero hace mucho tiempo que no ejercito mi habilidad. — Espléndido. Todo juego precisa de un chivo expiatorio. Morgan aproximó una silla para Brenna a la pequeña mesa de juegos; Gérard, Madeleine y lord Windham se acomodaron en los otros lugares. — Tenga cuidado, milady — murmuró Morgan, en tono suficientemente alto para que todos oyesen. — Se habla de grandes apuestas en las mesas de juego últimamente. Y sus compañeros no juegan solo por deporte. — ¿Verdad? — Brenna lanzó una mirada inocente a sus compañeros. — Ustedes no van a sacar ventaja de una extraña en su medio ¿verdad? Madeleine y Gérard intercambiaron sonrisas maliciosas. — Chérie. Somos todos amigos aquí. Cual puede ser el peligro de una, apuesta amistosa? — Realmente, ¿qué riesgo puedo correr? — dijo Brenna, tomando sus cartas. — Va a precisar dinero para apostar— explicó Morgan, colocando una gran suma delante de ella, lo que provocó sonrisas de placer en los otros participantes. — ¿Cuánto dinero hay aquí, milord? — El equivalente a cincuenta soberanos de oro. — Cincuenta... — Brenna agrando los ojos. — ¿Ustedes no dijeron que sería una apuesta entre amigos? — Por cincuenta soberanos de oro, milady, seremos muy amistosos — rio Gérard. Del otro lado del salón, Richard y la reina se acomodaban frente a la mesa de ajedrez, comenzando el juego. Brenna lo miro, reprimiendo una sonrisa. Adrianna estaba sentada a lado de Richard, interesadísima en cada movimiento de su amado. La reina, determinada a ganar, estudiaba su oponente con el rigor de un general en el campo de batalla. Algunas de las damas acompañantes de la reina se sentaron en el suelo sobre almohadones suaves oyendo la música cautivante del laúd ejecutado por uno de los músicos de la corte.

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Los criados circulaban por el salón, con bandejas de copas llenas de vino y cerveza. En esa atmosfera despreocupada, hasta la reina bebió una segunda copa. Como un perfecto anfitrión, Morgan iba de mesa en mesa, observando el juego de ajedrez y de cartas. — Parece que gane — exclamó Brenna excitada, depositando a última carta en la mesa. — Usted tuvo mucha suerte. — declaró Gérard, contrariado. — esta vez voy a doblar mi apuesta Brenna recogió el dinero que había ganado y cubrió la apuesta. — ¿Y tu, Madeleine? Refunfuñando, ella buscaba más dinero en el bolso escondido en su corpiño. Lord Whindham examinaba sus cartas, aceptando mirar el juego siguiente. Cuando todas las cartas estaban sobre la mesa, se descubrió que Brenna había ganado otra vez. — Nunca vi tanta suerte en el juego. — Madeleine se giraba a su marido, que observaba la partida de ajedrez. — Charles, yo preciso... Notando la mirada de desaprobación, ella interrumpió la frase. Levantándose, apartando la silla — Ya sobrepase mi límite — Yo también — dijo Gérard, riendo. — Pero no puedo permitir ser derrotado por una mujer sin pretensiones. El y lord Windham compartieron una sonora carcajada. — Una vuelta más, milady y veremos quien acaba con todo ese dinero. — Cierto, Gérard. Es justo que la dama le dé la oportunidad de recuperar el dinero perdido. — Con sarcasmo, preguntó luego: — ¿Podemos doblar la apuesta otra vez? — Preferiría no hacerlo — dijo Brenna mirando al francés, intentando desanimarlo. — Pero yo insisto. — Gérard tiro sobre la mesa sus últimas monedas. Windham colocó su dinero y Brenna, reticente, los imitó. Repartieron las cartas y Brenna miro de reojo las suyas, haciendo el primer movimiento. Los otros la siguieron y cuando todos habían descartado, ella tomo la pila de monedas del centro de la mesa. Al sonido de su risa, los presentes los presentes en la sal volvieron su atención a ella.

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— ¿Podría prestarme dinero para jugar de nuevo? — preguntó Gérard, embarazado. — Seria una insensatez de mi parte — dijo Brenna con mirada compasiva. — No quiero dejarlo ahogarse en deudas por causa de um simples juego. — Ah, pero no es un juego para mi, milady. Me siento compelido a intentar una vez más. Sé que puedo ganar. ¿Puede prestarme al menos lo suficiente para una sola apuesta? Antes que ella pudiese responder, Windham se dispuso: — Yo le prestaré el dinero, mi joven amigo. Gérard agradeció con una inclinación de cabeza. — Le quedo muy agradecido. — Y en cuanto a la señorita... — Sosteniendo una moneda de oro entre los dedos, Windham se giro a Brenna. — Su suerte precisa acabar. Jugaremos otra vuelta, se quiere, pero esta vez la apuesta será de doscientos soberanos de oro. — Doscientos... — Brenna reparó en el brillo avaricioso de la mirada de Windham y también en la manera con que Gérard miraba las monedas. El dinero después de todo, había sido de ellos antes de que ella ganara. — Está bien. Ustedes dos merecen al oportunidad de recuperar lo que perdieron. Ella miraba a Windham barajar las cartas con habilidad. Morgan atravesó la sala y quedo de pie detrás de Brenna mientras jugaban. Cuando la última carta fue descubierta, Brenna había ganado otra vez. — Creo recordar que la apuesta fue por doscientos soberanos, milord. — Los ojos de Brenna brillaban divertidos. — En efecto. — El rostro de Windham permanecía inexpresivo mientras contaba el dinero, pero sus ojos reflejaban su rabia y frustración. — Y doscientos de mi parte — dijo Gérard. Lord Windham contaba otra suma y, rudamente, dijo al francés. — Espero su pago hasta mañana a la mañana. — Claro, milord. Agradezco su generosidad. Aunque en este caso, la advertencia de lady Brenna fue acertada. No debí haber hecho la última apuesta. Morgan observaba como Brenna recogía calmamente su dinero. — No puedo creer que esta sea su primara experiencia con el juego de cartas, milady. Con una sonrisa, ella respondió:

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— Mi padre hubiera quedado espantado si hubiera sabido que mis hermanas y yo fuimos iniciadas en el arte del juego por mi camarera Mora y nuestro portero, Bancroft. Con frecuencia, en las noches de invierno, mis hermanas y yo huíamos hasta los aposentos de los criados y pasábamos una hora o dos jugando. El viejo Bancroft no tenia misericordia con nostras, aunque fuéramos las herederas de los MacAlpin. La única manera de ganar siempre fue superando su estrategia. Y eso, nosotras lo conseguíamos, eventualmente. — Gérard. — Charles llamó a su cuñado. — Parece que usted y lord Windham fueron tomados por sorpresa por esta mujer que parecía tan inocente. Los demás invitados cayeron en una risa general y mientras Morgan los imitaba, sentía um creciente respecto por la mujer que continuaba tranquilamente contando su dinero. Había tantos detalles sobre ella que desconocía. Pero el aprendería poco apoco. Su sonrisa aumento con la idea maravillosa que cruzo por su mente. Si, el aprendería. Tendrían una vida entera para conocerse. Brenna se giro a Morgan, extendiendo las monedas. — Creo que este dinero es suyo, milord. — Tu lo ganaste, mi amor. Es tuyo, quédate con el — No lo necesito — dijo Brenna, colocándolo en las manos de Morgan. A través de la mesa, los labios de Windham se curvaban en una sonrisa al observar a la mujer que había hechizado a todos. Las magnificas joyas en las orejas y el cuello reflejaban la luz de los innumerables candelabros encendidos. Un plan comenzaba a tomar forma en su mente. Um plan que podría derrumbar a la Corona, Morgan Grey y todos a su alrededor. Y, en al proceso, Windham podría acabar también con la escocesa. Una trama brillante. Y, si manejase la situación correctamente, no podría perder. La inclinación la juego del francés, seria la llave de todo.

Capítulo 21 —Doscientos soberanos de oro o el equivalente. — Lord Windham miraba por la ventana la neblina ceniza que cubría el paisaje. —Cierto, milord. — Gerard sentía el sudor escurrir bajo la túnica. — Como ya le dije soy un hombre de palabra. Pretendo saldar mi deuda. Pero si pudiera concederme algunos días…

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—Usted acepto pagar por la mañana. Hoy es un nuevo día, mi joven. Y guardo el pagare, si no me veré forzado a recurrir a la reina para… — Windham hizo una pausa aumentando el efecto dramático— llevarlo a prisión por no honrar sus compromisos —Milord, soy un huésped en su país. Mis recursos están todos en Francia. —Su hermana está casada con un hombre muy rico. Estoy seguro que si hablase con ella… — ¡No! — interrumpió Gerard levantando la mano. — No puedo solicitar nada a Madeleine y Charles. Como usted sabe, mi hermana también contrajo deudas de juego muchas de ellas con usted inclusive. Presiento que Charles no apruebe lo que considera su debilidad. La relación de ambos es muy armoniosa, pero un pedido de mi parte seria un motivo de discordia. Gerard andaba de un lado para otro de la sala, las manos en la espalda, preocupado. —Si usted aceptase una nota de compromiso firmada legalmente, yo le enviaría los fondos por el mensajero, en cuanto regresara a Francia, de aquí a unos días. — ¿Usted piensa que soy un imbécil? — Lord Windham hablo con súbita rudeza: — Usted va a pagar su deuda, mi joven. O tendrá que pagarla en la prisión. Gerard se dejo caer en una silla, cubriéndose el rostro con las manos. —Por favor, milord. No puedo provocar este escándalo en la familia. Mi hermana construyo una buena reputación en la Corte y ama apasionadamente a su marido. —Amor... — murmuró Windham con una sonrisa cruel. — Es um sentimiento tan frágil. Puede fácilmente transformarse en odio. — Endureciendo la expresión, continuó: — ¿Usted no tiene amigos? — Soy um extranjero en su tierra. No conozco a nadie. Windham volvía a mirar displicentemente por la ventana, calculando cuanto demoraría aun para que el francés se hundiera en la desesperación. Modulando la voz, falso perverso, dijo con apariencia calmada, como si pensara en voz alta. — Supongo que la joven escocesa, de corazón tan dulce y generoso, podría estar dispuesta a acudir a un amigo. Especialmente alguien que enfrenta la sombría perspectiva de la prasio. Gerard levantó la mirada ansioso: — ¿Cree que lady Brenna podría saldar mi deuda? — Usted reparo en las joyas que nuestro anfitrión le dio a ella. La facilidad con que le dio el dinero pata el juego. Doscientos soberanos de oro serian una suma despreciable para ella.

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El rostro de Gerard se iluminó con la idea. — Y puedo convencerla a ser… discreta. — Sin duda. — Windham asistía a la transformación en el espíritu del francés. — Lady Brenna parece ser su última esperanza. El ingles se aproximo, fingiendo estar inmerso en profundos pensamientos. Dándose cuenta de la expresión de disgusto del Gerard al imaginarse abriendo el corazón a la encantadora Brenna, aprovecho para agregar, impaciente: — Y además de todo, el buen nombre de su familia no sufriría ningún daño. Gerard pensaba en Madeleine, cuyo esposo disfrutaba de una sólida posición junto à la reina. Ella quedaría arrasada se cualquier escándalo lo golpeara. Y la pequeña y dulce Adrianna. La luz en sus ojos cada vez que estaba con Richard Grey no dejaba dudas, estaba enamorada por primera vez en su vida. Y su alma frágil se rompería irremediablemente si la deshonra se abatiera sobre ellos. — ¿Cree sinceramente que lady Brenna me puede ayudar? Windham escogía las palabras con cuidado. — La dama también tiene hermanas. Si fuera muy sincero, y le expusiera sus temores por la reputación de Madeleine i Adrianna, no tengo dudas de que saldrá en su auxilio. Asintiendo con um gesto, Gerard se levantó. — Hablare con ella inmediatamente — Yo esperaría... — dijo Windham, tocándole el braco cuando abría la puerta de su cuarto — Hasta poder hablar con ella en privado. Morgan Grey puede no ser tan simpático à su causa como lady Brenna. — Tiene razón, milord. Escogeré el momento apropiado. Al quedarse solo, lord Windham caminó hasta la ventana, evaluando las prosperas tierras de los dominios de los Grey. Cuando el nuevo rey de Inglaterra sea coronado, tal vez, el le concediera Greystone Abbey para el responsable por la caída de Elizabeth. Parecía muy fácil. Todo en la vida se reducía a un juego de azar. Pero siempre ayudaba tener cartas marcadas en las manos.

— Otro día y aun llueve. — La reina saludo a los presentes en el comedor, dirigiéndose a la ventana para observar, taciturna, el cielo plomizo. Intentando mejorar el mal humor de Elizabeth, Richard comentó:

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— Puedo derrotarla en el ajedrez hoy también, majestad. Se sentó junto a Adrianna en la mesa, mirando embobado a la joven tan fresca como un día de primavera. La noche anterior, después de que todos se habían retirado a sus cuartos, ella había permanecido sentada a su lado, conversando casi hasta salir el sol. Le había permitido, incluso, algunos besos castos antes de recogerse, cuando las primeras pinceladas rosadas surgían en el cielo. — Tengo algunas novedades que van a animar su día, majestad. — Colocando un pergamino enrollado frente a ella, Morgan continuó: — Los habitantes de la villa proclamaron hoy un día especial de fiesta en su honor. Al pronunciar esas palabras, el vio el destello de alegría en la mirada de la reina. No era secreto para nadie que Elizabeth apreciaba la pompa y la ceremonia que la acompañaba por dondequiera que fuese. Correan rumores de que viajaba con frecuencia de un palacio al otro, solo para tener oportunidad de entrar en contacto con la gente. Todos los habitantes de las villas y aldeas por donde pasaba corrían para rendirle homenaje y ella se deleitaba con las muestras efusivas de cariño y afecto. Aunque se quejase a veces de los largos discursos que debía soportar, en público cumplía majestuosamente el papel de monarca benevolente. — ¿Usted ya respondió? — preguntó Elizabeth al terminar la lectura. —No, majestad. Un mensajero acaba de traer el aviso de parte de los dignatarios de l la villa. Ellos esperan su decisión. — ¡Qué maravilla! — Ella miraba a sus damas de compañía, entusiasmada. — Si no podemos cazar, al menos vamos a participar de un banquete y de las celebraciones en la aldea. Con un arabesco florido, depositó su firma al pié del pergamino, devolviéndolo a Morgan. En el extremo de la mesa, Windham observaba la reacción de la reina con interés. El fue hasta allí por un único motivo, encontrar un momento adecuado para realizar la tarea para la cual lo habían reclutado. Durante la cacería, sin duda se presentaría una oportunidad. Había grandes chances de encontrar a la reina sin compañía, al final, Morgan Grey no podría pasar todos los minutos al lado de Elizabeth, protegiéndola. Apuntar y arrojar una flecha a su corazón, escondiéndose luego en el bosque, sería cuestión de segundos y nunca nadie descubriría la identidad del asesino. Y aquel que subiera el trono, contraería una enorme deuda con Windham. Sin embargo, el mal tiempo arruino el plan forzándolo a cambiar de estrategia. Debía encontrar otra manera para que la reina se quedara sola. A sola. Era la cuestión central del

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problema. Por lo tanto tenía que eliminar a Morgan Grey. Exaltado, comenzaba a pensar que encontró la solución perfecta. Windham ambicionaba no solo riqueza, sino poder. Nunca más Morgan Grey tendría influencia sobre el trono de Inglaterra. Seria lord Windham a quien el nuevo monarca consultaría en tiempos de crisis. Y seria Windham el más admirado y envidiado en todo el reino. — ¿La idea de una fiesta en la villa no le agrada, Windham? Recomponiendo las facciones él eligió las palabras con cuidado. —Vine hasta Greystone Abbey por una razón, para gozar del privilegio de su compañía, del brillo de su personalidad, majestad. Pero está claro que también esperaba acompañarla en la cacería. —Es verdad, se lo había prometido. — Elizabeth sonreía feliz. — Pero el pueblo desea demostrar cuanto me ama. ¿Cómo puedo privarlos del placer? — dijo, encogiéndose de hombros. Como siempre, el procuraba agradar a la reina. — Puedo entender la devoción de los súbditos, majestad. A todos nos agrada transmitir nuestro cariño e lealtad a nuestra amada soberana. Morgan oía la conversación molesto. La reina no se daba cuenta de la superficialidad se las lisonjas, la falsa adulación interesada de Windham? Pensaba en las palabras pronunciadas por Elizabeth en la corte. Aun una mujer poderosa como la reina de Inglaterra deseaba oír adulaciones gratuitas de vez en cuando. Aunque ocultase la verdad. — Entonces está decidido. A un gesto de Elizabeth, Morgan llamó a la Sra. Leems, que comandó a la legión de criados en el servicio de desayuno de la reina y los invitados. — Cuando toquen las campanadas del Angelus del medio día, partiremos a la villa.

Los habitantes de la aldea de Greystone Abbey siempre se habían enorgullecido de la tradicional devoción a la Corona. Se habían preparado para la visita de la soberana adornando la plaza con banderas, estandartes te telas coloridas, proclamando el día de la reina. Las mujeres de la villa habían preparado el banquete, dispuesto sobre grandes mesas cubiertas con finos manteles y los mejores cristales y platerías de cada uno. Grandes tiendas de colores vivos protegían las mesas de la lluvia.

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También habían pensado en um presente preparado de prisa. Recogieron un impuesto en monedas de todos los habitantes para llenar un cofre de madera. Cuando Morgan oyó hablar del tributo insistió en colaborar con una gran suma, para que los aldeanos no sacrificases todas sus economías, y ofreció también varios ciervos y venados de su despensa para aumentar el brillo del banquete. Cuando los carruajes de Greystone Abbey llegaron à la villa, los habitantes se empujaban para registrar las primeras imágenes de la reina. Muchos de ellos levantaron sus hijos en los hombros, para que también la viesen. Elizabeth descendió del bello carruaje, magnifica en su largo vestido de terciopelo con la capa real con bordes de armiño y una centelleante tiara de diamantes. Por toda parte se oyeron gritos de salutación y vivas de alegría. Las campanas de la iglesia repicaron por diez minutos, llenado el aire de júbilo. Entonces, cuando ella quedo de pie junto a los acompañantes, orgullosa y altiva, la multitud reunida quedo súbitamente en silencio, inclinándose en respetuosa reverencia aguardando su bendición. Elizabeth observaba a los súbditos con atención. Hombres y mujeres vestían sus mejores ropas. Las criaturas, saludables y coloradas, se mantenían quietas, portándose bien, mirando fascinadas a la mujer de cabellos rojos, con el porte de la verdadera realeza. — Majestad. — El anciano más viejo de la villa se adelantó, pálido y tembloroso en presencia de su reina. — Las palabras no pueden expresar el amor que su pueblo le devota. Aun sin merecer todo este honor, agradecemos efusivamente su visita a nuestra humilde aldea. Reparando el temblor incontrolable de sus manos, la reina lo agracio con una de sus más dulces sonrisas. — Soy yo quien debe agradecer. — Su voz se elevaba por sobre el llanto de los bebes y el murmullo del viento en las hojas. — Agradecer el amor y la lealtad de personas buenas como ustedes. Mientras ella se aproximaba a las personas, Morgan permanecía muy cerca, a su lado. Sus soldados, cuidadosamente instruidos, se habían mezclado en la multitud, verificando que ninguna persona cargase cualquier tipo de arma. Aunque conociese los riesgos del paseo, no se atrevió a negarles la oportunidad de ver de cerca a su monarca. Aun así, no podía relajar la guardia hasta el final del día, cuando Elizabeth estuviese sana y salva en su casa otra vez. El anciano conducía a la reina hacia la plaza, donde el banquete aguardaba. Sentándose en la cabecera de la mesa, ella sabía que debería soportar discursos interminables antes de poder disfrutar de la comida. Lord Quigley ya probaba cada porción de los platos que le serian ofrecidos.

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Cuando todos ya se habían sentado en las hileras de bancos rústicos preparados para la fiesta, el prefecto de la villa se inclino ceremoniosamente frente a la reina y comenzó a recitar su ensayada pieza de oratoria. La voz resonaba, ora balbuceante, ora enérgica en un estilo forzado ya artificial. Sus rodillas temblaban, pero aunque pareciera aterrorizado, continuaba hablando, hasta que la reina disimulo un bostezo. Después del prefecto, vino el delegado, que probo ser un buen orador. Tan bueno que hablo y hablo hasta darse cuenta que los participantes inclinaban la cabeza, aburridos. Reticente, se giro al juez, qué también daría un discurso antes de entregar a la reina el cofre como regalo. Cuando finalmente le entregaron la urna con el dinero, ella se levantó, majestuosa. — Les estoy muy agradecida. Pero todo lo que yo siempre quise fue el corazón y la lealtad genuina de mi buen pueblo. Entonces, extendiendo el presente a Morgan, ordenó el comienzo de la fiesta. Sentado a su lado, Morgan intentaba contener la risa. A pesar de sus negativas, el noto que la reina no devolvió el presente de oro. Ni lo haría cuando terminase la fiesta. Ella podía anhelar la lealtad de sus corazones, pero apreciaba, y mucho, el dinero también. Una vez consumido el banquete hasta el último bocado, la reina y sus amigos fueron homenajeados con una representación teatral Los actores presentaron una pieza en la cual comparaban la reina con las divinidades griegas. Bellas jóvenes interpretaban danzas antiguas al son de la música ejecutada por los flautistas. Y, finalmente, un muchacho recito un largo poema con loas a la belleza e integridad de la reina. Al caer la noche, presentaron un espectáculo magnifico de fuegos artificiales. Y cuando la reina y su comitiva partieron en los carruajes, las campanas de la iglesia volvieron a repicar. — ¿Que estás pensando, Morgan? — preguntó Elizabeth mientras el vehículo rodaba por el camino en dirección a Greystone Abbey. —Creo, majestad, que los aldeanos comentaran sobre esta fiesta por generaciones. Las madres van a contarlo a sus hijas y estas lo repetirán orgullosas a sus hijos, hasta que esta grandiosa vista de la reina se transforme en una leyenda —Es verdad — dijo Brenna con un suspiro. — Fastas como estas constituyen um bello material para las leyendas. Nunca había visto tanta efusividad, tanto afecto.

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Elizabeth reclinó la cabeza en el respaldo, cerrando los ojos. ¿Qué necesidad tenia de un consorte? Ese amor alimentaba su alma. Con tanto cariño, ¿cómo había podido sospechar por um momento que su vida corría peligro?

Brenna despertó del sueño profundo oyendo las insistentes golpes en la puerta de la sala de estar. Por un segundo la asaltó el temor, recordando el ataque de la noche anterior. Los golpes continuaban, y ella decidió ignorarlos. Si alguno de los criados deseaba entrar, tendría que esperar y volver por la mañana. Morgan descansaba de espaldas, profundamente dormido, el brazo protector envolviéndola, las piernas entrelazadas con las suyas por debajo de las sabanas. Habían disfrutado de una larga y placentera noche de amor, y su cuerpo aun guardaba el recuerdo de las tiernas caricias. Los golpes reiniciaron y ella abrió los ojos. Por la oscuridad que reinaba en el cuarto, Brenna calculó que faltaban algunas horas aun para el amanecer. ¿Quien estaría buscándola a esas horas? Ciertamente no sería el atacante de la otra noche, haciéndose anunciar. El corazón se le contrajo de repente ¿Y si fuese Madeleine? ¿O un mensajero de la reina. Alguien estaría enfermo? Deslizándose silenciosamente de la cama, tomo la daga de la mesita lateral, escondiéndola en el faja de la cintura. SE cubrió los hombros con un chal y fue, descalza, hasta la antecámara. Abriendo la puerta, quedo espantada al ver a Gérard con la mano en el aire, apunto de golpear nuevamente — Milady — susurró —, preciso urgentemente hablarle. — Por un momento, Brenna: — Por la mañana... — No. — El sostuvo la puerta, manteniéndola abierta. — Lo que preciso decirle no puede esperar hasta mañana. Con ojos grandes, Brenna se asustó: — ¿Algún problema con Madeleine? ¿O Adrianna? — No, milady. El problema es mío. Podría acompañarme hasta el salón del primer piso para que conversemos sin ser oídos

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Brenna dudaba, desconfiada. Pero la mirada suplicante de Gérard y la inquietud de su voz la persuadieron. Cerró la puerta detrás de sí, caminando a su lado hasta llegar al salón desierto. Ella atravesó la distancia que la separaba de la chimenea. Aunque el fuego estuviera apagado, los brasas calientes aun ayudaban a combatir el frio e la madrugada. Girandose a él inquirió. — ¿Qué es tan urgente, Gérard, para que me saques de la cama a esta hora inoportuna? —Es mi deuda de juego con lord Windham — comenzó a explicar. — ¿Que ocurre con ella? Se oyó una voz glacial surgiendo del extremo mas apartado del salón. — El prometió pagarme hoy — dijo Windham, emergiendo de las sombras. Brenna sintió un temor incontrolable invadirla e instintivamente llevo la mano a la cintura, empuñando la daga. — De aquí a poco amanecerá un nuevo día, y este joven francés aun no saldó su deuda. A menos que esta cuestión se resuelva aquí , ahora, me ve´r obligado a recurrir a la reina y demandar la prisión de Gérard por farsante. — Seria una medida muy extrema, milord. — Brenna miraba alternadamente para ambos. — ¿Y qué tengo que ver yo con esta situacion? —Yo tenía la esperanza, milady — dijo Gérard, pálido y trémulo —, que pudiese comprar mi deuda con lord Windham. — ¿Comprar su deuda? — Se giro a Windham, incrédula. — ¿Y usted desea vender ese derecho? No entiendo. —En efecto, milady. Por la suma debida. Doscientos soberanos de oro. Encogiéndose de hombros, un tanto confusa, Brenna respondió: —Hablaré con Morgan. —No, milady. — Gérard se adelanto unos pasos y ella pudo reparar en la expresión ansiosa de su mirada. — Mi hermana, Adrianna, parece enamorada de Richard Grey. No puedo permitir que su hermano conozca los graves defectos de la familia, eso podría despedazar el frágil corazón de Adrianna. Y Madeleine y Charles sãon dos amigos muy queridos de Morgan, um escándalo como este podría arruinar su amistad. — Con la voz suplicante pidió: — Todo lo que le pido es que pague los doscientos soberanos a lord Windham. Cuando regrese a Francia, en retribución por el gran favor, le enviare la suma de doscientos cincuenta

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Tomando entre las suyas las manos heladas de Gérard, ella dijo: — Dos o doscientos, no significa nada para mí. No tengo dinero mío en este país, dependo completamente de la generosidad de Morgan Grey. Sus palabras produjeron el efecto de una daga rasgando el corazón de Gérard. —Milord. Ya oyó a la dama. ¿Cómo puedo persuadirlo a concederme más tiempo? —Su tiempo se agotó. — Windham hizo una causa y continuo sugestivo. — A menos que... — ¿De qué se trata? — Gérard preguntó ansioso, un tenue hilo de esperanza surgía en su mente. — Puedo hacer cualquier cosa, dígame. Windham desvió la mirada para examinar le rostro de Brenna, como si s ele estuviera ocurriendo una idea de repente. — Puedo ser persuadido a aceptar algún objeto de valor, hasta que salde su deuda, como garantía. Gérard estaba perplejo y desorientado. —No tengo nada de valor, milord. —Quizás lady Brenna tenga... Windham esperaba, excitado, deleitándose à medida que sentía crecer su poder sobre el joven desesperado. Ellos aun no habían entendido, pero en pocos segundos mas caerían en su trampa. —No, yo tampoco tengo nada — dijo Brenna. — Me trajeron a Inglaterra solo con la ropa en mi cuerpo. —Usted tiene joyas. — dijo Windham con displicencia, para disfrazar su creciente excitación. —Son las joyas de Morgan — retruco, Brenna, pacientemente. — Pertenecen a la familia desde hace muchas generaciones. —El collar que usó la noche pasada le pertenece. — Encarando a Gérard para confirmar sus palabras, insistió: — ¿Usted no oyo a Morgan Grey afirmando lo mismo? —Es verdad — asintió el francés. — Pero ellas valen muchísimo más que los doscientos soberanos de oro que le debo, milord. —Cierto. Esa es una cantidad irrisoria para una dama tan rica como lady Brenna. Puedo tan solo quedarme con las joyas como garantía hasta que usted vuelva a Francia y me envía el dinero.

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Brenna sentía la protesta indignada subirle por la garganta. Girándose a Gérard, declaró: — No pudo tomar tal decisión sin la autorización de Morgan. Me siento como si de alguna manera estuviese traicionando su confianza. — Lo entiendo, milady. Gérard se giro a Windham como quien encara su verdugo. Insinuante, la voz del detestable inglés se derramaba con la suavidad de la seda: — Sin duda, si las joyas significan tanto así, milady, al punto de rehusarse a ayudar a un amigo, yo lo entiendo, también. — Suspirando, como si el asunto estuviese cerrado, continuó: — Lamento verme forzado a incomodar a la reina. Y lamento la vergüenza que Madeleine pasará frente a su marido. Como es lógico, la dulce y tímida Adrianna no podrá enfrentar la mirada de Richard Grey nunca más. Ella es tan joven, extremamente vulnerable. Y el ya fue severamente arruinado por el accidente. No suportará un escándalo de tales dimensiones, acabará por despedazar sus corazones. Brenna empalideció. Pensaba en sus hermanas y en el orgullo altivo con que defendían el honor de la familia. Entonces recordó la primer mujer que la recibió con amistad en la nueva tierra. Madeleine. Y Adrianna y Richard... ninguno merecía más que ellos una oportunidad de ser felices. — ¿Usted solo se quedara con las joyas como garantía, milord? ¿Y cuando Gérard pague su deuda, me las devolverá? — ¿No fue esa a mi propuesta, por casualidad? Brenna dudo un momento más, reparando en la expectativa del joven francés. Ella no tenía coraje de destruir su última esperanza. Apresurada fue hasta la puerta, determinada a cumplir su tarea rápidamente, antes de cambiar de idea. En pocos minutos regresaba con el saquito de terciopelo, conteniendo el collar y los aros. — Usted no va a decir una palabra a nadie — dijo, colocando el envoltorio en las manos de Windham. Los ojos brillaron de codicia al desamarrar el lazo y sentir el peso de los diamantes y la belleza de las amatistas. — Mis labios están sellados para siempre. —Y usted — dijo Brenna a Gérard — me va a dar su palabra de que nunca mas va a apostar lo que no tiene en un juego.

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—Se lo juro, milady. — Cayendo al suelo de rodillas, beso las manos con gratitud.. — Soy su devoto servidor por el resto de mi vida. Mientras Brenna volvió a sus aposentos, sentía un peso extraño en el corazón. Todo había sucedido tan de repente… En su cansancio, en el estado de agotamiento en que se encontraba, no tuvo tiempo de pensar y solo ahora su mente comenzaba a reaccionar. No podría dormir mas esa noche. Mientras se aproximaba a Morgan, abrazándose a él deseaba absorber su calor, su fuerza. Había ayudado un amigo, pero no estaba tranquila. No conseguía apartar los malos presentimientos que Windham siempre le provocaba, con su diabólica perversidad. Y ella sentía la amenaza de que por detrás de aquella situación se escondía algo mucho más grave que una simple deuda de juego.

Capítulo 22 —Parece cansada muchacha — observó Richard, desviando la atención de las rosas que estaba cuidando. —No dormí bien ayer a la noche. ¿Adrianna no está contigo? —No. Ella y Madeleine están haciendo compañía a la reina. Pensé que tu estarías en la sala con las señoras. —Yo pedí permiso para venir a buscarte. — Mordiéndose el labio, continuó: — Cierta vez me dijiste que si precisaba hablar, estarías dispuesto a oírme. Richard colocó las tijeras de podar sobre las rodillas, enderezándose en la silla. — ¿Cual es el problema, querida? ¿Qué te está preocupando? —Oh, Richard... Las lágrimas le inundaban los ojos. —No podría contarte sin traicionar la confianza de quien me pidió secreto. Sin embargo presiento que cometí un acto terrible. Si Morgan lo supiera, jamás me perdonaría. — ¿Tu, muchacha? — preguntó Richard, incrédulo, mirándola fijamente al tomarle las manos entre las suyas. — Tú eres el mejor presente que mi hermano podría soñar. Conseguiste devolverle el amor, la alegría, todo lo que estaba enterrado bajo un dolor infinito. Por tu causa, el aprendió a vivir de nuevo, a reír- Y lo que es más importante aún, a confiar otra vez. Confiar. Brenna sentía el corazón partirse en mil pedazos.

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— Por ayudar a un amigo, puedo haber destruido su confianza para siempre. Adelantándose hacia ella, Richard apoyó un dedo sobre sus labios para interrumpirla. — Escuche, Brenna. Nunca creí que Morgan se recuperase de la desastrosa experiencia de su casamiento anterior. Lo que hiciste por él es casi un milagro. — ¿No entiendo. Porque el quedo tan dolido y amargado? —Cuando u hombre es joven y honesto, cree que el mundo entero es igual. Y queda destruido al darse cuenta que existe personas superficiales, o crueles, cuyo único interés en la vida son ellas mismas. — Richard hizo una pausa y entonces prosiguió: —Mi hermano era aun un muchacho la primera vez que se caso. Tenía veinte años y ella veinticinco — ¿Cómo se llamaba la esposa? Frunció la frente, entristecido por los recuerdos. — Ella era prima de la reina, Catherine Élder. ¡La propia prima de Elizabeth! Tímidamente, Brenna preguntó: — ¿Y era una mujer bonita? —Mucho. Ella había conquistado el corazón de todos los hombres de la Corte. Sus cabellos tenían el color de las monedas de oro, y su cuerpo era de una perfección escultural. —Sin embargo, entre los hombres que la pretendían, Morgan gano su mano —Pero el precio que pago no valió la pena. —No entiendo. —Morgan había conquistado su mano, pero otro había tobado su corazón. Ella fue a la cama matrimonial cargando el hijo de otro hombre en las entrañas. — ¡Qué horror! —Puede imaginar. Cualquier otro marido la habría expulsado de la casa. Pero Morgan siempre fue muy comprensivo, el dedujo que salaria el honor de la dama, aunque todos supieran la historia. El amante se había rehusado a asumir su responsabilidad, entonces mi hermano soporto la humillación. Pero pocas semanas después del casamiento, ella volvió a caer en las redes de la fascinación delirante por su antiguo amor. — ¿Nadie conoce su identidad? —No. Ella se rehusó a revelar su nombre, ocultándolo inclusive a su propia familia. — Encogiéndose de hombros, Richard continuó: — En ese momento pensábamos que estaba tan enamorada que simplemente no quería compartir su secreto con nadie. Pero

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después, cuando ya era demasiado tarde, descubrimos que el sinvergüenza la había amenazado de muerte para que no revelase su identidad. — ¿Como podía el amarla y amenazar su vida al mismo tiempo? —Catherine estaba ciega de pasión, y no hacía preguntas, chica. Ella solo quería creer que el miserable la amaba. Pero en realidad el la uso todo ese tiempo, obligándola a robar parte considerable de la fortuna de Morgan. La farsa continuó por varios meses, y habría pasado desapercibida si no fuera por la ambición desmedida del sujeto. Imaginando a Morgan cuando joven, noble y crédulo, Brenna volvió a llorar. Limpiándose las lagrimas, aunque le pasado la martirizase, se veía compelida a conocer toda la historia. — En la biblioteca, Morgan descubrió una caja fuerte abierta cuyo contenido desapareció. Al confrontarse con Catherine, ella confesó que había entregado los valores a su amante. Furioso, él le ordenó que desenmascarase al hombre que la había arrastrado a los abismos de la ignominia. Brenna, tensa, apretaba las manos. Podía imaginar al joven Morgan, tan honesto, consumido por el odió, endureciendo el corazón para siempre por obra de la traición. — Catherine debe haberse aterrorizado más con la furia del marido que con la del amante y acepto en recuperar los objetos de valor robados. Como ella salió y demoro en regresar, Morgan envió los criados en su busca. Muy tarde, bien avanzada la noche, la encontraron al costado del camino, herida y sangrando sin más posibilidad de salvación. Había sido atravesada por una espada. Con su último suspiro, ella pidió perdón, declarando que en el comienzo había amado verdaderamente a mi hermano, pero que fue seducida por su antiguo amante. Ella admitió que quiso un padre para su hijo, y que había esperado ser una buena esposa para Morgan. Pero el dominio que el amante ejercía sobre ella había sido demasiado grande. Murió pidiendo el perdón de Morgan, asegurando en las manos el contenido de la caja. Brenna sintió la garganta reseca. Súbitamente comprendió, sin preguntar, cuáles eran los objetos robados. Pasando la lengua sobre los labios, susurró para confirmar su sospecha: — Dime, Richard. ¿La caja contenía las joyas de los Grey? — Si, las joyas de los Grey. Inclusive las piezas que Morgan te dio la noche pasada. Cuando te vi usándolas, me sorprendí, porque es la primera vez que ellas son sacadas del cofre desde aquella noche fatídica. Dios del cielo. ¿Qué había hecho? Brenna sintió una onda de náuseas. Windham la había coaccionado a tomar una actitud indigna, la única que Morgan no perdonaría jamás.

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Llevándose la mano a la boca, ahogando un grito salió corriendo del jardín.

— Preciso hablar con lord Windham. Cuando Brenna entro en los aposentos de Windham, um criado levantó el rostro, suspendiendo sus quehaceres. —Lord Windham se fue, milady. — ¿Se fue? ¿Dónde? —El dijo que tenía asuntos urgentes que tratar en la posada del Árbol torcido, en la villa. — ¿Cuando regresara a Greystone Abbey? —No va a regresar, milady. Llevó todas sus cosas, preparándose para viajar para Londres. Londres. Brenna se vio atrapada por el pánico. Windham no podía llevar las joyas para la ciudad. Ella precisaba detenerlo, y recuperarlas antes que fuese demasiado tarde. Apresurada, corrió a su cuarto, vistiendo una capa de viaje y llamando a Rosamunde: —Ordene a los caballerizos que me ensillen mi caballo. —Pero... milady... —Ahora, Rosamunde, deprisa. No hay tiempo para explicaciones. Minutos después, Brenna descendió la escalera corriendo y salió al patio, donde el paje esperaba asegurando las riendas del caballo. —Si lord Grey pregunta, ¿Qué debo decirle, milady? ¿Dónde va la señora? —Dígale que fui recuperar algo de inestimable valor y que, cuando regrese, le explicare todo. Montando, instó el caballo al galopa. Mientras vencía los kilómetros que la separaban de la villa, su corazón latía acelerado, al compas del ruido de los cascos ¿Qué había hecho? ¡Dios del cielo! Cometió un acto terrible... A pesar de la hora, el fin de la tarde, antes de caer la noche, el salón de la posada ya estaba lleno, y las voces roncas de los viajantes se mezclaban con las risas de los mercaderes.

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Brenna se detuvo en la puerta, avergonzada por las miradas curiosas de algunos de los presentes. Una criada susurraba al oído de un hombre robusto, vestido como un navegante. El rio empujando la muchacha por el brazo para sentarla en su regazo, y el beso ruidosamente. Ella correspondió al gesto íntimo. Cuando noto la presencia de Brenna, se levanto alisándose las faldas. — Buenas, señorita. ¿En qué puedo servirla? —Estoy buscando a lord Windham, recién llegado de Greystone Abbey. —Ah, sí. ¿Un hombre bonito y elegante, de cabellos rubios y ojos que la desvisten a una cada vez que la miran? — Ella parecía evaluar a Brenna por um momento y después continuó con una sonrisa cómplice. — Dijo que una bella dama lo buscaría pronto. Las palabras de la joven desconcertaron a Brenna. ¿El habría marcado un encuentro con alguna mujer? Entonces se enfurecería con la interrupción. Pediría disculpas y terminaría la conversación raídamente —Está comiendo en su cuarto. Segundo piso. —Gracias. Brenna subió la escalera, penando en lo que le diría a Windham. Apelaría à su honor de caballero y a su amistado con su anfitrión si todo fallaba, imploraría que le devolviera las joyas, cambiando la garantía por un documento firmado, atestiguando la deuda a nombre de Gerard. Sabía que corría um riesgo peligrosísimo. Pero no tenía más nada que perder. Si intentase y fallase, perdería a Morgan. Pero si no hacía nada lo perdería también. Una idea desesperada resonaba en su mente. Si lo consiguiera,

entonces tendría todo lo que

deseaba su corazón. Se detuvo frente a la puerta, determinada, golpeo tres veces. — Entre. Brenna abrió la puerta y entró. Lord Windham estaba sentado al lado del fuego de la chimenea, disfrutando de una espléndida comida. Sonrió encantadoramente. —Milady. Venga. Únase a mí y acompáñeme en este banquete. —Disculpe mi invasión. No demoraré más que um momento. —No diga eso. — La sonrisa de Windham aumentó. — Usted forma parte de la celebración. Brenna sintió un estremecimiento de inquietud

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— ¿Qué está celebrando, milord? —- Una nueva era para a Inglaterra. Un tiempo de gran riqueza y poder para mi... —Riqueza. — Ella interpretó mal el sentido de las palabras. — usted se refiere a las joyas de los Grey. Y justamente sobre ella es que… — ¿Estas aquí? — interrumpió Windham, levantando el pequeño envoltorio de terciopelo. —Sí. Yo vine a pedirle que me las devolviera —Ah, está claro que vino para eso. — ¿No le importa? — ¿Importar? — Windham tiro la cabeza para atrás en una carcajada sonora — Milady, todo está ocurriendo exactamente como lo planee. Perpleja, Brenna lo encaraba. — No entiendo. Levantando la copa de vino a los labios, Windham vacio el contenido de un solo trago. Empujo la silla para atrás, levantándose — Venga hasta aquí, milady. Como ella dudaba, la tomo violentamente por el brazo, atrayéndola hacia el casi con brutalidad. Su voz, hasta segundos atrás jovial y bien humorada se transformó. — Cuando yo le dé una orden, usted debe cumplirla inmediatamente, ¿entendido? — dijo, amenazador. Brenna sentía el aliento caliente a cerveza y recordó súbitamente el atacante de su cuarto. Con los ojos grandes, atónita balbuceo. — Fue usted. Aquella noche en el cuarto de Morgan, fue usted. — Con una sonrisa diabólica, el se divertía con el miedo visible en la mirada Brenna. — ¿Recuerda la lección que le enseñe? Sin reflexionar, ella levanto la mano a la cicatriz del brazo. Windham empujo una silla, ordenándole que se sentara. Como Brenna se rehusara, él le dio una bofetada con tal violencia que rostro se giro para un lado con la fuerza del golpe. — Y ahora — continuó, calmo como se nada hubiese pasado — hará lo que yo le mande. Siéntese.

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Ella recordó la noche que la ataco. Solamente un loco podría comportarse de tal modo, ora calmo, casi sereno y al segundo siguiente perverso y cruel. Brenna llevó la mano a la cintura en busca de la daga y Windham, como si leyese su mente, se la arranco violentamente del puño, golpeándola nuevamente en la cabeza con furia inesperada. Brenna cayó en la silla, observando como Windham retiraba un pergamino de la gaveta y comenzaba a escribir. Al terminar la nota, escribió una segunda y llamo a los empleados tirando de una cuerda al lado de la cama. Minutos después una criada aparecía en la puerta. Windham le dio las cartas y varias monedas, explicando detalladamente las instrucciones sobre la entrega de las mismas. Sentándose nuevamente à la mesa, lleno la copa y bebió tranquilo. — No precisaremos esperar mucho. — Sus ojos ardían con un brillo febril. — Entonces todo lo una vez perteneció a Morgan Grey será mío. Incluyéndola a usted, milady. La reina leyó la carta recién recibida, profiriendo exclamaciones de alegría. — ¡Que final perfecto para mi estadía en Greystone Abbey! Morgan dice que le tiempo está mejorando. Levantando las faldas, corrió a la ventana. — Es verdad. Aunque aun está nublado, puedo ver el sol elevándose por detrás de los arboles. Tirando al suelo el pergamino, se giro a sus damas de compañía. — Precisamos apresurarnos y cambiar de ropa. Nos vamos de cacería

Morgan levantó el rostro de los documentos cuando la Sra. Leems entró. —Un mensajero de la villa desea verlo, milord. —Hágalo entrar. El espero que o lacayo y la gobernanta se retirasen, para rasgar el lacre del mensaje. Um pequeño objeto cayó sobre el escritorio al desenvolver el pergamino. Un aro, noto Morgan tomándolo entre los dedos. La bella pieza de amatista y diamantes Leyó el contenido de la carta inmediatamente, sintiendo lentamente una progresiva sensación de repugnancia. Por largos minutos permaneció mirando estático las llamas de la chimenea, reviviendo la vergüenza y los horrores del pasado. Blasfemando

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descontrolado, rasgó el papel tirándolo al fuego. Entonces atravesó el salón con pasos largos y tomo su espada. Esta vez no era un jovencito inexperto, cuya cabeza loca solo alojaba nobles pensamiento. Esta vez se encargaría de la dama a su manera. Y de su amante también Mientras salía apresurado de la biblioteca, las palabras del mensaje martillaban insistentes en su mente. "Una vez mas seduje la mujer que amas. Y esta vez ella me trajo tus tesoros antes aun del casamiento”

A través de una onda de dolor, Brenna asistía a la tranquilidad con que Windham continuaba disfrutando de su comida. La cabeza aun le flotaba, atontada, a consecuencia de los golpes, y luchaba por aclarar sus ideas. De algún modo cayó en su trampa, el dijo que estaba esperándola ¿Por qué? ¿Y que significaban las joyas en todo eso? Muchas piezas para armar ese rompecabezas. Sin embargo hasta ubicarlas en los sitios correcto, solo le quedaban dudas y preguntas. Debía aprovechar el tiempo, pensado alguna manera de escapar. — ¿Entonces, viniste por las joyas? — preguntó Windham, cortando una porción de faisán y llevándola a la boca. Inmediatamente alerta, Brenna respondió: —Exactamente. — ¿Morgan notó su falta? —No. —Entonces — dijo con una mueca maliciosa —, su consciencia se hizo escuchar. —Sí. Yo no tenía derecho a disponer de lo que no me pertenece La mirada de Windham recorrió el corpiño del vestido, causando una fuerte aversión en Brenna. Recordó la descripción de la criada, realmente esa mirada tenía el poder de desvestirla desvergonzadamente. Calculó la distancia hasta la puerta. Jamás alcanzaría. Sin embargo si encontrar un medio de distraer su atención, quien sabe tuviera tiempo de correr. —Yo no concedo fácilmente mis favores— dijo, luchando con el enojo que le producía el solo pensamientos del toque de ese miserable. — Y su propia reina decretó que debo casarme con Morgan Grey.

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—Aun no estás comprometida, Aparte de eso — continuó Windham, sonriendo al depositar la servilleta de lino al lado del plato —...si Grey estuviese muerto, serias libre de casarte con otro. — ¿Muerto? ¿Morgan? ¿Qué significa eso? Lord Windham aparto la silla, aproximándose a la ventana. Reparaba en un caballo y su jinete atravesando la campiña. Había solo un hombre que podría lanzar su cabalgadura en tan frenético galope, Sintió un estremecimiento de anticipación. Al oír le leve sonido de seda, se giro en el momento en que Brenna corría a la puerta. Cuando la mano se cerraba sobre el picaporte, Brenna fue brutalmente agarrada de los cabellos con tal fuerza que las lágrimas le nublaron los ojos. Windham la tiro contra la pared. Esforzándose para enfocar con mayor nitidez, Brenna reconoció su puñal, la daga de oro que Morgan le dio, apuntada a su cuello. —Pequeña imbécil. ¿Crees que llegaría tan cerca de mi objetivo y dejaría que se me escurriese entre los dedos? —Es Morgan, ¿no? — Brenna estaba al borde de la histeria. — Fue eso lo que planeo. De algún modo lo atraería a este lugar para matarlo. Oír la risa siniestra aumento su aprensión — Tu amante ya está aquí. En cualquier momento el va a subir para enfrentar la muerte. Pero Grey es solo la mitad de la trama. La otra mitad es aun mejor. Brenna sentía el frio acero de la lámina afilada presionando su cuello. Estaba segura de nada podría causarle más dolor que la idea de la muerte de Morgan. Pero las siguientes palabras de Windham la paralizaron de absoluto terror. — Cuando Grey sea eliminado —murmuró —, la reina quedará desprotegida. Y el futuro de Inglaterra estará en mis manos.

Capítulo 23 La criada acompaño a Morgan hasta la escalera y se quedo observándolo subir de tres entres los escalones. Como le gustaría ver la expresión de los amantes cuando ese caballero irrumpiese en el cuarto… Las facciones distorsionadas ´por el odio, su mano se cerraba en la empañadura de la espada.

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Morgan era incapaz de pensar, de razonar, en su corrida enloquecida desde Greystone Abbey. La única idea que martillaba en su mente decía que la historia no podía repetirse. No otra vez. Aun en ese momento, cuando subía la escalera, no podía creer que encontraría a Brenna con Windham. A pesar del mensaje, a pesar del caballo que vio amarrado fuera de la posada, y que el reconocía como uno de sus animales, tenía la esperanza secreta de que todo no pasase de un horrible error. La mujer que compartía su cama, la mujer que el amaba mas que a su vida, sería incapaz de la traición y codicia mencionada en la carta. Sin embargo, en un rincón alejado de su mente, permanecía la sensación de ya haber vivido esa experiencia. Pero, se estaba repitiendo. Sin molestarse en formalidades, ni golpeo la puerta. La derrumbo de una patada formidable,

quebrado

estruendosamente

la

vieja

madera.

Avanzo,

la

espada

desenvainada, deteniéndose atónito en medio del cuarto. Windham estaba de pié junto à la pared del fundo, manteniendo prisionera a Brenna Con una de las manos le agarraba los brazos por detrás de la espalda y con la otra apuntaba una daga a su cuello. La daga de Morgan. — Viniste muy de prisa, Grey. — La voz de Windham vibraba de excitación. — Apenas tuve tiempo de prepararme — rió, una risa aguda y provocante. — Esperaba que me encontraras acostado en la cama al lado de su amada, para aumentar tu malestar. Pero la muchacha, ah, ella no quiso cooperar. Morgan frunció la frente, observando atentamente la escena frente a él. Por la apariencia desgreñada de Brenna, supuso que ella ofreció una gran resistencia, aunque inútil ya que Windham la superaba en fuerza y habilidad. Aun así, bastaba saber que ella no tomaba parte voluntariamente en esa trama macabra. — ¿Qué estás haciendo aquí, Brenna? — La voz de Morgan aparentaba calma. Excesiva calma. Ella reconocía el control sobre-humano ejercido por Morgan sobre su temperamento. —La persuadí a qué me pagara la deuda de juego de Gerard — intervino Windham. Morgan decidió ignorarlo y continuó hablando con ella. —Tú no tienes dinero, Brenna. —Es verdad. Pero lord Windham dijo que, a menos que la deuda fuese saldada antes de la media noche, enviaría a Gerard a prisión. Yo sabía la vergüenza que sus hermanas pasarían, por ese motivo, entonces acorde en cederle sus joyas a lord Windham como garantía, hasta que Gerard pudiera pagar lo que debe. — A voz comenzaba a temblar y

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ella sabía que las lágrimas estaban listas a caer. Con esfuerzo consiguió controlarse y continúo. — Hoy de mañana, cuando Richard me contó sobre tu primer casamiento, me di cuenta de mi error y quise recuperar el collar antes de que tu descubrieras lo que paso. Ese fue el motivo de mi presencia aquí, vine apara implorar la devolución de las joyas . Pero caí en una trampa, el me estaba esperando. —Deja que la dama se vaya, Windham. El asunto es entre nosotros dos. —Si la libero me atravesaras con la espada — dijo Windham con una sonrisa diabólica. — Sin embargo, a menos que bajes tu arma, voy amatar a la joven con tu propia daga. — haciendo una pausa dramática, estudiaba la furia en la mirada de Morgan. — Entonces — provocó —, ¿Cuál de los dos va a morir? Sin proferir palabra, Morgan dejo caer la espada al suelo con estrepito. — Muy astuto, Morgan. ¿No nos gustaría que la joven terminara como la otra no? Morgan quedo inmóvil, paralizado por la revelación insinuada en el comentario. Los ojos chispeando de rabia. — Como podrías saber cómo murió Catherine, a no ser... — La expresión se endureció aun más. — Fuiste tú, ¡Dios del cielo! Todos estos años... ¡Fuiste tú! Windham se divertía con la estupefacción estampada en el rostro del enemigo. — Ella no luchaba tan bien como lady Brenna. Quizás, el bebe le restaba fuerzas, o tal vez hubiera perdido las ganas de vivir. De cualquier modo, me di cuenta que no me servía mas, y tenía mucho miedo que la convencieras a revelar mi nombre. La voz de Morgan apenas pasaba de un susurro: —Ella cargo consigo el secreto hasta la muerte. ¿Por qué te estás arriesgando ahora contándome toda la verdad? —Porque no tengo nada que perder. Tú nunca abandonaras este cuarto. Mi secreto muere contigo. —Había tantas mujeres bellas, Windham. ¿Por qué escogiste a Catherine? — ¿Y porque tú la preferiste a las otras? Ambos éramos jóvenes y ansiosos por probar el néctar de todas las flores del reino. Pero tu parecías conseguir siempre antes que yo todo cuanto yo deseaba. La mansión más lujosa. Las más preciosas joyas. Y entonces, vi la mujer más deslumbrante que yo había conocido. No podía dejarte ganar otra vez. Jure conquistar a la mujer para hacerte sufrir. —Eres un hombre rico, no precisabas de mi oro o de mis joyas. ¿Por qué la obligabas a robar?

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—Ella era muy orgullosa. La prima de la reina, no lo olvides. Me agradaba verla arrastrándose como un vulgar ladrón. Y sabía cuánto lo avergonzarían esas actitudes —Eres una herida destilando odio, siento repulsión desde nuestra juventud. Brenna percibió el dolor en los ojos de Morgan, reforzado por el tono amargo de su voz. — Entonces la pelea es entre nosotros dos. — Se esforzaba por permanecer calmado, evitando que Windham explotase y tal vez lastimase a Brenna. — Déjala ir, y yo enfrentare desarmado tu colero, tu sed de venganza. —Pretendo mantener a la joven conmigo. — Windham elevaba la voz, aguda y descontrolada. — Y cuando a ti, ya no representes ningún peligro Estas condenado a ser destruido. — ¿Por que este plan elaborado, Windham? ¿Por qué, ahora? Morgan calculaba mentalmente la distancia que los separaba. De algún modo debía alcanzar al rival y sacarle el puñal antes que lo usara contra Brenna. Por el momento mantendría a Windham entretenido con la conversación. —Si querías verme muerto — continuó —, ¿por qué te tomaste el trabajo de atraerme aquí? Podrías haberme atacado en Greystone Abbey, con mucha facilidad. —Lo intente, pero me encontré con la joven en tu cama. Aparte, hoy debía alejarte de la casa. — ¿Por qué? — inquirió Morgan, tenso. Windham soltó una risa estridente. —Precisaba que estuvieras lo más lejos posible de la reina — Morgan sintió la sangre congelarse, intuyendo la tragedia. — ¿Qué tiene esto que ver con la reina? —En este preciso momento, Elizabeth se está preparando para una casería. Y no sospecha que la presa de hoy es ella misma. —Elizabeth no irá al bosque sin mí. —Ella acaba de recibir una nota firmada por tí, comunicando que fuiste llamado para resolver una cuestión urgente, pero que deseaba su participación en la cacería en el bosque. Entonces su intuición no había fallado. Morgan se sintió invadido por una oleada de culpa y aversión. Aunque conociera los peligros a que se exponía la reina, había permitido que sus problemas personales lo cegaran. —Fuiste tu quien causo los misteriosos accidentes.

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—Accidentes, si. Y todas las veces algún obstáculo impedía la realización de mis planes. Pero no esta vez. Hoy los dioses me sonríen a mí, Grey. Hoy la soberana será abatida por mi mano. Dando risas compulsivas, deleitándose con la sensación de importancia, exclamó: — ¡La reina está muerta. Viva el rey! — ¿Quien compró tu lealtad, Windham? Windham jamás se atreverá a revelar sus aliados. Con todo, con la proximidad del suceso, se sentía más expansivo. —Norfolk — pronunció el nombre con reverencia, como si se refiriera a una divinidad —El es el primo de la reina. Con seguridad no va a ordenar su asesinato. —El codicia el trono hace tiempo. Y Elizabeth no da señales de abdicar, o morir de causa natural. —Entonces está loco. Los súbditos no van a apoyarlo cuando sepan los medios que usó. —El pueblo jamás lo sabrá. Elizabeth morirá hoy en un accidente durante la casería. Sus súbditos van a llorarla desconsoladamente, y Norfolk los acompañará en el luto. Morgan observaba el leve temblor de las cortinas con la brisa. Se arremetiese contra Windham, la inercia podría llevarlos a caer por la ventana abierta. Pero si no fuera lo suficientemente rápido, Windham podría herir a Brenna. Debía calcular muy bien los riesgos. Hubo un tiempo en que habría enfrentado el peligro sin pensarlo, en ese momento su amos por Brenna cambiaba drásticamente las cosas. — ¿Qué vas aganar con esta acción indigna? Windham apretó mas los brazos de Brenna, provocándole un dolor casi insoportable. —El nuevo rey, agradecido, me va a conceder cualquier favor. El primero será el permiso para casarme con la dama que robo tu corazón. —Prefiero morir antes de que pase eso — dijo Brenna entre dientes. — Y voy a contar a todo el mundo lo que has hecho hoy. Morgan se estremeció, perturbado, al notar el coraje de Brenna, enfrentando hasta el fin aquel maldito cobarde — Despacio, milady. Si comienza a volverse un inconveniente, voy a tener que cumplir sus deseos y matarla. — Continuó, hablando como si hubiera sido interrumpido. — Mi segundo pedido serán sus tierras y sus títulos, Grey.

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— Mi hermano Richard es el siguiente en la línea de sucesión. El se opondrá bravamente a sus pretensiones. — Después del accidente de la reina, Richard va a sufrir un ataque fatal. Tal vez consiga empujar su silla sobre una daga casualmente ubicada. Morgan sintió una nueva oleada de repulsión por ese monstruo que planeaba con absoluta calma la muerte de todas las personas que amaba. Apretó las manos al lado del cuerpo. No había tiempo para planear ninguna estrategia. Avanzo tomando a Brenna por el brazo y tirándola a un lado. Rápido, Windham lo hirió con la afilada lamina de la daga, cortándolo desde el hombro hasta la muñeca. Antes que Morgan pudiese recular, Windham atacó con feria renovada. — Prepárate para encontrarte con el creador, Grey. Brenna vio, horrorizada, la daga enterrarse en la túnica de Morgan a la altura del corazón. Cuando Windham la retiró, la sangre chorreaba profusamente, empapando la ropa en un círculo creciente. Morgan comenzó a quedar lívido, a pesar de herido, peleaba con Windham, tirándolo al suelo. Ambos se debatían contorsionándose y peleando por el control de la daga. Brenna corrió para tomar la espada justamente cuando Windham consiguió recuperar el puñal, arrodillándose sobre el cuerpo extendido de lord Grey. En el momento en que daba un golpe brutal, Brenna lanzo la espada, apuntando al corazón de Windham, pero en el último instante él se giro y la lámina lo alcanzó en el hombro. Con un agudo grito de dolor el rodo para un lado, pero antes que Brenna pudiese dar otro golpe, Windham levantó el puñal, enterrándolo en el cuerpo de Morgan. — Ahora, milady — dijo Windham con escarnio — me temo que va ajuntarse con su amante en el frio descanso de la muerte. Arremetió contra ella, levantando el puñal para el golpe final. Mientras la lamina descendía, Brenna sintió rasgar la carne hasta llegar al hueso. Un dolor insoportable la hizo caer, soltando la espada. — La dejo a gusto para que vea la sangre de su amado desparramarse en el suelo de una taberna infame. Junto con la suya. Yo, por lo pronto, tengo una cita con el destino. En algún recóndito lugar de su mente, ella sintió los pasos firmes en el pasillo y después descendiendo la escalera. Gritando de dolor y de rabia, Brenna se arrastró para alcanzar a Morgan. Todas las lágrimas reprimidas hasta ese momento salieron, mezclándose con la sangre que escurría de sus heridas.

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Una niebla densa e impenetrable cubría las aguas del Támesis. Morgan luchaba desesperadamente para mantener la cabeza en la superficie, pero, cada vez que intentaba respirar la neblina se cerraba sobre él, sofocándolo. Al pelear para emerger, puntadas de un dolor insoportable se desparramaban por su cuerpo. Los pulmones le ardían, el brazo, el hombro se despedazaban. El dolor lo superaba. El deseaba deslizarse otra vez a las profundidades del rio o flotar a la deriva hasta que la vida se desvaneciera lentamente. Solo la muerte le proporcionaría alivio para ese sufrimiento. Oía la voz de Brenna muy distante. Brenna. Su amada Brenna. Solo para ver su rosto otra vez, para oír su voz, se arriesgaría a soportar el dolor. Solo una vez más. Después abandonaría la batalla. Apretando los dientes para minimizar la tortura, lucho para emerger a la superficie. La voz de ella estaba más próxima, podía oírla repitiendo su nombre. Abrió los ojos y fue asaltado por luces encandilantés. Centenas de velas relucientes le quemaban los ojos. Pestañeando intento nuevamente. Esa vez, aunque la luz fuera muy brillante, ya no lo cegaba. Movía los labios, pero no emitía ningún sonido. — Morgan. Por favor, Morgan, debes intentarlo. ¿Nadar?, se preguntaba el. ¿Ella quería que el nadase? Podía sentir el agua a su alrededor, templada, pegajosa. Mirando su brazo, vio que le agua del Támesis se había convertido en sangre roja. ¡Sangre! ¡Él no estaba en el agua! Y, aunque Brenna se sacaba, desenfrenadamente, tiras de tela del vestido, no podía parara el flujo, la sangre continuaba escurriendo por sobre la seda. Asistía petrificado como Brenna apretaba una venda en su brazo y la sangre disminuía a l tamaño de un hilo. Trabajando de prisa, ella aplico otra tira, girándose para examinar la herida del ´pecho. A la débil luz de la vela, ella noto angustiada la mirada vidriosa de Morgan, intuyendo que el dolor se hacia insoportable. — Luche, Morgan. Precisas pelear con el dolor y permanecer vivo. La reina te necesita. La reina. El intento. Mientras Brenna amarraba fuertemente la tela, se mordió los labios para n o gritar de dolor. Y con el dolor vino el recuerdo. Windham había salido para matar a la reina. Debía detenerlo a toda costa.

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— Ayúdame a ponerme de pie. — Si, venga. — Brenna apoyo el brazo por debajo del hombro, sosteniéndolo. El se sentó y muy lentamente consiguió pararse. — Mi espada. Ella la deslizó cuidadosamente en la vaina sostenida a su cintura. Con la ayuda de Brenna, caminó hasta la escalera. Cada paso le producía un terrible dolor, agudo, cortándole la respiración. Finalmente descendió los escalones y al subir en la silla, Brenna notó los labios blanquearse. Con todo, tomando las riendas partió al paso, mientras Brenna montaba en su caballo para seguirlo. Reparando que Brenna encogía el brazo, preguntó: — ¿Estas herida? —Sí. Windham pensó que nos había matado. Fue esa seguridad lo que nos salvo. Si no se habría quedado a terminar el trabajo. —Mi pequeña y valiente Brenna. Perdóname por el sufrimiento que te cause. Ella aproximó el caballo para andar a su lado. —Soy yo la que pide que me perdones por haber sido tan tonta de caer en la trampa. —No digas mas nada, mi amor. Aun tenemos mucho trabajo por delante. Precisamos encontrar la comitiva de la reina. —Sí, pero ellos pueden estar en cualquier lugar de este bosque ¿Cómo haremos? —Conozco bien o bosque. Richard y yo lo recorrimos palmo a palmo durante toda nuestra vida. Los encontraremos. Brenna reparó en las gotas de sudor que le cubrían la frente, mientras instaba el caballo al galope. A lo lejos se avistaba la línea ondulada de la vegetación. Mientras penetraban en el b bosque, denso, el corazón de de Brenna latía desacompasado. En algún lugar, muy cerca, la reina estaba siendo amenazada por un perverso asesino.

—Allá, majestad. Un bello antílope. —Cierto, lord Windham, ya lo vi. La reina tenso el arco, haciendo puntería cuidadosamente. La flecha voló por los aires con un sonido particular. En el último momento e animal levanto la cabeza, como si

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presintieses el peligro, pero la flecha encontró su blanco. Con un salto en el aire, el antílope ejecuto una siniestra danza mortal cayendo sobre sus frágiles patas. — Un tiro certero, majestad. La reina recibió el elogio con um leve gesto de la cabeza. — Si se apresura, puede obtener otro trofeo. Estoy viendo um animal escondiéndose por detrás de aquellos árboles. —No lo veo, Windham. ¿Está seguro? —Sí, majestad. La reina miro alrededor para localizar su comitiva, que se había dispersado entre los árboles. — Vamos a perder los otros de vista si no les decimos para donde vamos. —Yo volveré y les indicare la dirección que tomamos. Puede continuar por esta senda, hasta el otro lado de aquellos arboles altos majestad y yo le mostrare donde se esconde el gamo. La reina dudaba. — Mi paje... — El está cuidando de la presa abatida, majestad. Deprisa. Si no vamos a perder el más bello antílope que haya visto. — ¿En serio? ¿Es grande? La voz de Windham vibraba con una puntada de excitación. — Por lo menos um metro veinte de altura. — Ah, preciso encontrarlo — dijo Elizabeth, instando su caballo a proseguir. — Espere a que Morgan vea lo que conseguí. — Sin duda, majestad, quedara impresionado. — No estoy interesada en impresionarlo. Quiero que lamente haberse perdido este día maravilloso. Windham giro el rostro para esconder una sonrisa sádica. Espero que la reina desapareciera por detrás de la línea de arboles, estudiando con cuidado la posición de la otras personas para asegurarse de que nadie lo veía. Sacudiendo las riendas, obligo a su caballo a hundirse en unos arbustos espesos y saco una fleca de la aljaba que robo del cuarto Morgan. Cuando la reina llegase al lugar marcado, el pretendía estar pronto para actuar.

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Morgan permanecía sentado en la silla solo por la fuerza de voluntad. Sentía toda la energía perderse al agacharse hacia adelante evitando las ramas de poca altura. A corta distancia, Brenna escrutaba los arbustos y las hojas, sin importarle las espinas que se prendían a sus cabellos y arañaban su piel. — Estoy viendo algo moverse, Morgan. — Su voz no pasaba de un leve susurró. — ¿Donde? Ella apuntó y Morgan condujo su caballo más cerca. Vieron una súbita manca colorida, que desapareció al instante y, con cuidado de no ser oídos, avanzaron en esa dirección. El lugar donde se encontraban había sido el lugar preferido de Morgan en la infancia. Densamente arborizado, cubierto de arbustos y lleno de cuevas entre las rocas donde lso pequeños animales buscaban refugio. El sudor le corría por la espalda, mojándole la camisa, cuando se le ocurro un pensamiento. Ese sería le escenario perfecto para servir de escondrijo a alguien que quisiera pasar desapercibido, a espera de su presa. Haciendo una señal a Brenna, Morgan desmontó y amarró el caballo. Estirándose silenciosamente, avanzo por el bosque sombrío, cuando un leve movimiento llamo su atención. Escandiéndose atrás de un árbol, apunto para el frente y Brenna se aproximó, estudiando el área hasta divisar la figura de un hombre perfectamente inmóvil a cierta distancia. En pié, al lado de um grueso tronco, el arco y la flecha listos para disparar, la cuerda tensa. Siguiendo la dirección de la mirada, Morgan, sobresaltado, retuvo la respiración. La reina, montada en su caballo, estaba exactamente en la línea de mira del asesino. Morgan y Brenna examinaron la situación, concluyendo que por pocos minutos habían llegado demasiado tarde. Antes que Morgan pudiese cubrir la distancia que lo separaba de Windham, la flecha seria lanzada. Si gritasen para alertarla, la reina dudaría, permitiendo a Windham los segundos necesarios para apuntar con cuidado e disparar el proyectil mortífero. Aunque no hablaban entre sí, Morgan y Brenna actuaban en perfecto acuerdo. El avanzo contra Windham, mientras ella se precipitaba en dirección à la reina. Levantándose las faldas, Brenna saltaba los troncos cuidos, intentando evitar las salientes puntiagudas de las rocas. Corriendo, se sentía agradecida del entrenamiento que había recibido junto a los soldados de su padre. Con un desesperado esfuerzo, a toda velocidad, salto con ímpetu, saltando en el aire y abrazando a la reina, la empujo con

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fuerza, tirándola al suelo. Ambas cayeron en un revuelo de brazos, piernas y faldas rodando por el pasto. Elizabeth reacciono con violencia, sintiéndose ultrajada. — ¿Cómo se atreve? Intentaba pararse, torpemente, mientras su proverbial temperamento explosivo se manifestaba — Escocesa, acaba de sellar su destino. No será el casamiento mi condena... Será la horca, por osar lastimar a la reina. — Perdóneme, majestad. Brenna se levantó, ofreciéndole apoyo. Elizabeth rechazo la ayuda, dando un violento golpe en la mano extendida y irguiéndose con dificultad, consiguió quedar de pie. — La horca es una pena leve para ti. Voy a... Interrumpió la frase al ver la flecha clavada en el árbol. Miro a Brenna, nuevamente para la flecha. En un instante comprendió que el proyectil estaba en el exacto lugar desu cabeza cuando esta montando el caballo. — ¿Estaba dirigida a mi? —Si, majestad. — ¿Quién? — Al girarse, vio altos dos hombres enredados en una lucha desesperada. — ¿Morgan? ¿Lord Windham? — Si, majestad. Morgan y yo descubrimos la trama de Windham para matarla. Teníamos mucho miedo de no llegar a tiempo. Mientras asistían desde lejos, vieron la espada de Morgan escurrirse de sus dedos, golpeando las rocas. Con un valiente esfuerzo se tiro sobre Windham, pero las heridas habían minado sus fuerzas. Windham consiguió liberarse y le dio un puntapié violento que lo hizo caer de rodillas. Tirando el caballo de Morgan por las riendas, monto deprisa, desapareciendo entre los árboles. Brenna y la reina corrían angustiadas. — ¿Está bien, majestad? — preguntó Morgan. —Lo estoy. Gracias a Brenna y ti. Pero veo que estas seriamente herido, mi amigo. —Mis heridas van a sanar. Ahora tenemos que encontrar a Windham. —Deja esa tarea para tus soldados. Nosotras debemos llevarte de vuelta Greystone Abbey y cuidar las heridas.

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—Greystone Abbey. — Brenna se giro a la reina súbitamente angustiada con un terrible presentimiento. — ¿Quién se quedo en Greystone Abbey? Elizabeth pensó por um momento. —Aparte de los criados — respondió —, solamente Richard y Adrianna. — ¡Dios del cielo! — Brenna miro a Morgan que había llagado a la misma conclusión y ya estaba intentando levantarse. — ¡Precisamos montar y partir. Recemos para que aun haya tiempo!

Capítulo 24 Richard estaba solo en el jardín, cortando decidido los tallos llenos de espinas. Cuando terminó la poda, se dio cuenta que había mutilado el tronco. Pobre flor, pensó con cierto remordimiento. No era un día adecuado para un trabajo tan minucioso, el estaba muy agitado. Decidió suspender la tarea, apoyando las tijeras de podar sobre el regazo. Había pedido a un criado que lo llevara al jardín, donde podría ordenar sus pensamientos. Pero cuanto más reflexionaba, más aumentaba su confusión mental. Había permanecido mucho tiempo lejos de las mujeres. En la soledad comenzaba a tener fantasías, y ya se había acostumbrado, ellas no lo molestaban, mientras pudiera distinguirlas claramente de la realidad. Pero desde que Adriana llegara, parecía posible creer en milagros. Ella poseía todas las cualidades que siempre soñó en una mujer. Muy inteligente, de carácter dulce, una deliciosa compañía. E, a pesar de su natural timidez, su vitalidad contaminaba el ambiente. Aunque se mostraba dócil, aprendió a tomar sus propias decisiones contra los consejos sobreprotectores de sus hermanos. Si, ella era todo lo que Richard podía desear, pero, ¿Y en cuanto a las expectativas de ella, lo que ella deseaba de la vida? Cerró los puños, golpeando con rabia los brazos de la silla de ruedas. “! Esta odiosa silla!" Cuando Morgan la ideara, le había ofrecido cierta libertad. La libertad de recorrer los salones, hasta de salir al jardín. Pero también se transforme en una prisión, que lo alteraba y lo atormentaba con la idea de poder ser libre otra vez. Mientras, su libertad se reducía a mirar de lejos, sin poder participar activamente de la vida. En esa silla, se limitaba a sentarse y mirar pasar la vida frente a él. Sus pensamientos regresaron a la noche anterior. Adrianna fue espontáneamente a su cuarto. Se quedo al lado de la cama, usando una vaporosa camisola de gaza y encajes,

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deslumbrante como una novia. Contemplándola, Richard sintió surgir la pasión y emocionado, recibió la entrega de su amor como el presente más dulce y generoso que jamás le hubiera ahecho alguien. Cuanto coraje demostró la tímida y virginal Adrianna para ir hasta el… Sin embargo debío actuar con desprendimiento y honradez. Aunque sus instintos primarios lo compelían a tomar los que ella ofrecía y deleitarse con los placeres por tanto tiempo negados, Richard creía que Adrianna merecía un destino mejor. Si se dejase arrastrar por el imperioso reclamo de la pasión, ella estaría para siempre marcada a los ojos de otros hombres. ¿Quién se casaría con una joven que hubiera entregado su virtud a otro? Adrianna le había implorado que reconsiderase. Juró que lo amaba y que sólo quería permanecer a su lado. Como se había elevado su corazón a las alturas al oír tan dulces palabras… Dios del Cielo, cuanto la deseaba. Con todo, sabia que su naturaleza buena y generosa le impedía comprender con claridad la verdad. ¿Cómo podría amarlo toda la vida? Cuando la pasión se enfriase, ella tomaría consciencia de las terribles dificultades del camino que escogió. Un hombre que no podía caminar se transformaría en una carga pesada. Y entonces, aunque ella pensara que Richard la rechazaba, desconocía su real intención, el la salvaba de una elección irreflexiva. Refrenando la pasión le pido que se fuera para guardarse para quien verdaderamente la merecieses. Richard no consiguió dormir, asaltado por el dolor de la soledad. Esa mañana Adrianna partiría con Madeleine y Gerard, y su vida volvería a ser como antes. En realidad, peor aún. A partir de ese día pasaría a atormentarlo la renuncia a la felicidad. Hasta en sueños ella estaría presente, respiraría su perfume, su fregancia, recordaría el sabor de los besos en cada gota de miel. El objeto de tantos devaneos se aproximaba lentamente por el camino del jardín, y Richard la observaba con expresión seria y concentrada. Como siempre, el deseo lo dominó, pulsante y poderoso, pero disfrazo la emoción esforzándose por recomponer las facciones. — La Sra. Leems me informó que estaría aquí, en el jardín — dijo Adrianna, aproximándose hasta detenerse frente a Richard. El estaba extrañamente aturdido. — Si, hay bastante trabajo para hacer. He descuidado mucho mis rosales. Tomando la tijera, se giro a un tallo largo y corto un botón magnifico dejándolo caer displicentemente en el suelo. Sin preocuparse corto otro y otro más, hasta que una hilera entera de plantas quedo totalmente despojada de sus flores.

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—Tal vez deba dejarlo — dijo Adrianna, con voz suave —, antes que destruya su bello jardín de rosas. —Es mejor. Creo que ya hablamos lo necesario ayer a la noche. —Sobre ayer a la noche... — Adrianna percibió la vacilación de Richard e hizo una pausa. Entonces humedeciéndose los labios, se obligo a continuar. — No me arrepiento de lo que hice, milord. Sé que fui muy atrevida, e siento que mi actitud lo escandalizó, pero no los lamento. Lo único que me aflige es su rechazo. ¿Podría ella oír el latir descontrolado de su corazón? ¿Dios del cielo, cuanto mas tendría que soportar? Con la voz trémula por la pasión, Richard respondió: —No hablaremos mas sobre lo que ocurrió anoche. —Oui. Nunca más tocaremos ese asunto. Y yo regresare a Francia, solo porque no me permites quedarme aquí contigo. Pero, quédate sabiendo, lord Richard, no das ordenes a mi corazón, y el permanecerá aquí, atu lado, para siempre. Te amo y te amare mientras viva. —La criatura generosa que vive en ti pronuncia esas palabras. Tú crees que me amas, confundiendo el sentimiento con la noble necesidad de ayudar a los menos afortunados. Pero cuando regreses a casa, me agradecerás por dejarte libre para amar del modo que te mereces. Por um instante, el fuego ardiente que la consumía la saco del rígido control. — ¿La criatura? No, milord. Quién habla es la mujer. Estaré eternamente agradecida por haberlo conocido, milord. —- la voz trémula parecía presa en su garganta. — Pero jamás lo perdonare por haberme enviado que me fuera. Adrianna se giro, los ojos llenos de lágrimas. Repentinamente, Richard le tomo la mano, apretándola entre las de él, con infinito dolor murmuró. — Por el amor de Dios, Adrianna, Déjame. Ahora. Antes que desfallezca. — ¡Que... conmovedor! Ambos levantaron la mirada, sorprendidos la ori el sonido caustico de la voz de lord Windham. — ¿Solos? Reparando en la túnica rasgada y manchada de sangre, as calzas sucias, Richard comentó: —Parece que sufrió otra caída desagradable, Windham. —Sin duda — dijo él, los labios curvados en una sonrisa cruel. — Fue um lapso de ingenuidad.

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— No entiendo o que... Windham saco la espada de la vaina, examinándola displicentemente — Mi vida entera, mi ascenso al poder fue dificultada por um hombre. — Levantando la mirada encaro a Richard. — Tu hermano. — ¿Morgan? ¿De qué está hablando, Windham? Lord Windham se adelanto un paso más de manera siniestra — Morgan Grey piensa que estoy vencido, pero el no gano el juego. Aun puedo realizar algunas acciones que van a herirlo mucho. Instintivamente Richard aparto a Adrianna con rudeza a un lado. En un tono agudo y perentorio que ella nunca oyó le dijo secamente — Va a la casa, Adrianna, ahora. Y no mires para atrás. — La sonrisa cruel de Windham aumentó, al decir: — ¿Quiere ahorrarle a esta criatura la visión de su muerte en mis manos? Espantada, Adrianna exclamó: — ¿Qué está diciendo? —Vete, Adrianna — ordenó Richard, moviendo las ruedas de la silla de modo de interponerse entre ella y Windham. — Te estoy dando una orden, vete ahora — ¡No, milord! — Aunque el rostro se hubiera transformado en una máscara lívida y la voz le temblara de miedo, ella no se movió. — Ayer a la noche, lo obedecí y me equivoque. Debí haberlo enfrentado y quedarme, como yo quería. Pero ahora no puede obligarme. Si va a morir por las manos de este hombre, prefiero morir a su lado que vivir sin usted. —No estoy viendo grandes desafíos por aquí — dijo Windham, burlón, levantando la espada. — Uno no tiene piernas y la otra, no tiene coraje. Richard revivió la ansiedad que lo dominaba antes de las batallas. El corazón disparado, sus manos sudaban y el sentía la sangre pulsando en las venas cuando la lucha comenzaba. En ese momento, como se no hubiera existido el largo intervalo de años, las sensaciones los azotaban con brutal intensidad. Miro de reojo las tijeras en sus rodillas, eran su única arma. Pero el haría lo que fuese preciso, la vida de Adrianna dependía de su gesto. En cuanto a la de él, no tenía importancia. Cuando Windham le apunto con la espada, Richard se encogió en el asiento, a la espera de la aproximación d esu adversario. Entonces con un golpe certero consiguió

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cortarlo en el brazo. Maldiciendo, Windham dejó caer la espada al suelo, agarrando desesperadamente el brazo ensangrentado. — Por cada herida que me provoque, tu y esa mujer recibirán una docena. Y antes de acabar con ambos, estarán implorando para que los mate. Oyeron el sonido de cascos de caballo, pero ninguno de los dos conseguía desviar los ojos del hombre que los amenazaba. La voz de Windham crecía en rabia y frustración, tornándose insoportablemente aguda y estridente. — Me va a pagar por esto, Grey. Tú y tu hermano. Quiero verlos a ambos destruidos. — gritaba. Al inclinarse para recuperar la espada, vio un pie delicado presionando con fuerza la rica empuñadura incrustada en joyas. Boquiabierto, miro para arriba y vio el rostro de la joven francesa, cuyos ojos chispeaban de odio. —Usted no va a lastimar a Richard. — ¿Lastimarlo? — Windham rió, diabólico. — Voy a matarlo. Y a usted también, tonta. —Tírame la espada, Adrianna! Richard miraba petrificado como ambos luchaban por obtener el control del arma Entonces lord Windham levantó la mano, abofeteándola con tal ímpetu que Adrianna cayó pesadamente al suelo. El horror de Richard se transformó en una furia descontrolada. — ¡No! Mientras Windham elevaba la espada por sobre la cabeza de Adrianna, Richard juntó todas sus fuerzas arremetiendo con el peso de la silla contra él, derrumbándolo. Montados en sus caballos a toda velocidad, la reina, Morgan y Brenna asistían sin poder intervenir, cuando los dos hombres chocaron, los puños en alto, las voces resonando en gruñidlos de dolor. Por largos y agonizantes minutos, ambos permanecieron absolutamente inmóviles. Nadie se atrevía a hablar, ni a moverse, paralizados de miedo y aprensión. Finalmente Richard levantó el torso apoyándose en los brazos musculosos, mirando el hombre acostado sobre su cuerpo. Lord Windham yacía de espaldas, las tijeras de podar profundamente enterradas en su pecho. La boca crispada se contorcía en una muda exclamación de furia y sus ojos abiertos, sin vida, vagos se fijaban en un punto distante.

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Adrianna se tiró en los brazos de Richard, sollozando. — Oh, mi amor... Nunca, nunca permitiré que me mandes irme otra vez. Apretándola en un estrecho abrazo, el murmuro junto a las cabellos ondulados. — Jamás voy a pedirte que me dejes. Cuando vi que podía perderte, descubrí cuanto te amo. Y solo pido a Dios me permita darte al menos la mitad de la felicidad que me trajiste. Mientras se alegraban por le triunfo, Brenna se sintió inundada por una debilidad incontrolable y se giro a Morgan, la cabeza floteando. El alivio al verlo a su lado se convirtió en pánico cuando vio la sangre manchando sus ropas y el rostro lívido. Los labios se movían pero no emitían ningún sonido, y los ojos giraban atemorizantes. Entonces el se deslizo de la silla, desparramándose en el suelo. Brenna desmontó deprisa, ahogando u grito angustiado, y corrió para abrazarlo. Cuidaría de Morgan, aunque para eso tuviera que morir ella misma.

Morgan despertó lentamente, embotado, como quien despierta de un pesado sopor. Los rayos del sol filtraban por las ventanas de la terraza y herían sus ojos sensibles, pestañeó para poder soportar la luz. Miro alrededor del cuarto, sus aposentos desde niño, y el ambiente familiar le llevo un reconfortante alivio. Notando un leve estremecimiento a su lado, giro la cabeza. Hasta ese simple movimiento la causó una oleada insoportable de dolor. Brenna estaba acostada de lado, el rostro girado hacia él. La visión encantadora lo reanimo. Fragmentos de los sueños atormentados aun nublaban su mente. En cada uno de ellos su amada Brenna había sufrido las torturas del inferno. La examino con atención y excepto por la venda en el brazo, parecía no estar lastimada seriamente. Los parpados de Brenna temblaron abriéndose, y al verlo, una sonrisa ilumino sus afecciones — Por fin regresaste a mí. Arrodillándose, coloco una mano en la frente de e Morgan y suspiró aliviada. — Oh, mi querido — dijo, los labios temblando, las lagrimas nublándole los ojos.

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Durante los largos días e interminables noches de su vigilia silenciosa, ella había reprimido cuidadosamente sus temores, pero en ese momento, en que el peligro se apartaba, se dejo llevar por el emoción, llorando todas sus lágrimas. — Tenía tanto miedo de perderte. — ¿Cómo podría dejar este mundo ahora, cuando tengo tantos motivos para vivir? Morgan la acurruco en el pecho envolviéndola con sus brazos protectores, ofreciéndole su fuerza y su calma. En ese instante, la reina y sus criados entraron en el cuarto. Avergonzada, Brenna intentó apartarse, pero Morgan la tomó por la mano obligándola a quedarse a su lado. — Entonces, amigo mío -- decía Elizabeth mientras atravesaba el aposento para detenerse al lado de la cama. — regresaste al mundo de los vivos. Tus heridas eran gravísimas, todos estábamos muy preocupados. Brenna no se aparto un segundo siquiera de su lado. — Morgan miraba a Brenna lleno de ternura. — Cuando mi médico insistió en sangrarlo, Brenna lo expulso de aquí y decidió encargarse ella de cuidarte Esas palabras hicieron que Morgan largara una risa. — ¿Echaste al mismo medico de la reina? —Habías perdido mucha sangre. Si lo hubiera dejado actuar de ese modo, me temo que no te hubiera sobrado ni una gota. —La joven es realmente una heroína — dijo Elizabeth. — Ella no te abandono ni un minuto, haciendo hasta las comidas aquí mismo, en tu cuarto. Es difícil encontrar tanta devoción, Morgan. El notó el rubor coloreando las facciones de Brenna. — ¿Y su alteza? — preguntó Morgan, estucando a la reina. — ¿Salió ilesa? —Gracias a ti y tu novia, no me lleve ni un arañazo. Y para demostrarles la gratitud de su reina— dijo Elizabeth, majestuosa —, participaremos de una ceremonia en la capilla de Greystone Abbey, en cuanto te recuperes. Tú y Richard recibirán el mas lato galardón de su país. Y Brenna MacAlpin podrá solicitar el favor que quiera, que la reina agradecida, se lo concederá. —No es necesario, majestad. Saber que no le ocurrió nada grave ya es premio suficiente. —Es mi deseo que toda Inglaterra sepa de tu bravura y la importancia de tus actos. Elizabeth acarició levemente las mejillas de Morgan, e Brenna estuvo segura de ver lágrimas en los ojos de la reina

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— Descansa ahora, mi valiente amigo — murmuró, retirándose en medio del susurrar de las sedas.

Morgan estaba en una pequeña ante-sala da capilla, esperando a llegada de Brenna. Rosamunde había insistido en cuidar de los cabellos de su señora y arreglar los últimos detalles del vestido antes de la ceremonia. Después de todo, se trataba de una ocasión extraordinaria. Nobles de todo el reino se habían reunido en la capilla de Greystone Abbey para congratularse con la reina y los dueños de casa. Morgan fue hasta la puerta de la antesala y miro a la multitud de hombres y mujeres ricamente vestidos. Que ironía, pensaba, que ellos hubieran ido ese día para homenajearlos. Ele habría preferido, sin duda, la simple gratitud de la reina. Con todo, Elizabeth había insistido en la realización de la ceremonia. El y Richard serian consagrados Caballeros del Reino, allí en la capilla de Greystone. La abadía original había sido construida casi doscientos años antes. Cuando uno de sus ancestros defendió con éxito a los monjes contra el ataque enemigo, el premio concedido por el rey fue el convento y las pequeñas villas alrededor. Morgan pensaba en todos sus ancestros, cuyas sangres mezcladas corrían por sus venas. Cuantas batallas habían enfrentado… Cuantas victorias conquistaron… Pero la más dulce recompensa, el sabia, era la victoria del corazón. Con Brenna a su lado, se sentía capaz de todo, de conquistar el mundo si era necesario. Sin ella... había pasado años estériles y áridos, en los cuales endureció du corazón contra el amor. Brenna fue la única capaz de abrir las terribles ataduras, liberándolo para amar nuevamente. Oyó las trompetas resonando, señal de la llegada de la reina. Abriendo la puerta, vio a Elizabeth andando en dirección al altar central, levantando la mano y bendiciendo a la multitud. Los hombres se inclinaban respetuosos, las mujeres hacían graciosas reverencias a medida que ella avanzaba. Una vez sentada en el trono, ordeno el inicio de la ceremonia. Morgan miro al fondo de la abadía y, al ver a Richard en la silla, se unió a el —Sir Morgan — dijo Richard, haciendo un guiño. —Claro, sir Richard — respondió Morgan, dándole un golpecito en el hombro a su hermano. Ubicándose detrás de la silla. Comenzó a empujarla Ambos se aproximaban por la nave central en dirección a la reina.

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La ceremonia fue breve y conmovedora. Elizabeth mencionó la bravura de sus dos nobles soldados, que habían arriesgado sus vidas para salvar a la reina. Con una espada reluciente toco los hombros de ambos, pronunciando palabras que los distinguirían para siempre de los demás mortales. Fueron elevados a la categoría de caballeros, y sus gloriosos hechos serian registrados para la posteridad. Un murmullo ahogado recorrió la multitud, y Morgan miro hacia atrás, con gran expectativa. Brenna había entrado por la puerta principal, y mientras se dirigía al trono el volvió a pensar en esa mujer maravillosa que se negó a abandonar su cama antes de que sus heridas sanaran. Día y noche estuvo a su lado, atendiéndolo, cuidando de el con la misma clama y dignidad que había aprendido a admirar. La observaba en ese instante, majestuosa en cada gesto, en cada paso, como su amada reina. Nadie entre los invitados podría creer que ella luchaba como una tigresa y usaba la espada como un soldado. Ni imaginarían como amaba esa mujer. Sentía el resplandor cálido del afecto sincero. La noche anterior se habían amado con una pasión abrazadora, que lo dejo sin aliento. Brenna se inclinó frente à la reina y después levanto el rosto para mirarla. — Brenna MacAlpin — dijo Elizabeth con voz firme, audible en todo el reciento. — Aunque no es ciudadana de esta tierra, arriesgó su vida para que yo no muriese. Proclamo delante de esta multitud aquí reunida que la reina agradecida está dispuesta a concederle su más fervoroso deseo. — Elizabeth miraba a la joven, en pie frente a ella y recordaba la orgullosa y altiva escocesa que la desafiara en su primer encuentro. — ¿Entonces cual es su pedido, Brenna MacAlpin? El corazón de Brenna parecía querer saltar del pecho, latiendo desacompasado. Tuvo varios días para reflexionar y desde que la reina le informara de la celebración, no hizo más que meditar seriamente. La reina le aseguraba que todo estaba a su disposición, oro, titulo, joyas, tierras. Pero Brenna sabía desde el primer momento que su deseo era uno solo. Ella amaba a Morgan. Lo amaba con todo su corazón. Pero iría ante el libremente, por elección propia. El entendería, porque era un hombre que apreciaba su propia libertad. A su lado, Morgan resplandecía. No tenía dudas de cuál sería la elección de Brenna. Ella lo amaba, siendo retribuida en su amor. Escogería, con seguridad, quedarse junto a le para siempre. — Libertad, majestad. Me gustaría volver a mi tierra como una mujer libre.

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Morgan retuvo la respiración como su una daga hubiese atravesado su corazón. No podía ser verdad., ella no pediría un favor como ese. ¿Dejarlo? ¿Volver a Escocia? Mientras la reina pronunciaba las palabras que garantizaban la concesión del pedido, Morgan sentía la alegría del día transformarse en cenizas. Entonces se oyó el sonido majestuoso del órgano, creciendo dramático a medida que Brenna se retiraba por el corredor central. Adrianna dejo su lugar en la primera fila de bancos y se aproximo corriendo para abrazar a Richard. Inclinándose en una reverencia a la reina, Morgan dijo con la voz embargada por la emoción. — Supe que Alden está organizando um ejército para atacar el País de Gales. —Es verdad — respondió la reina, mostrándose perpleja. —Me gustaría ir con ellos. — ¿Tu, Morgan? Apenas acabas de recuperarte. — Estuve lejos del campo de batalla por mucho tiempo, majestad. Estoy cansado de estar ocioso como un viejo. Por favor concédame su bendición. Elizabeth miro por encimadle hombro del amigo, hasta el fondo de la capilla, donde Brenna aguardaba. —Este pedido está relacionado con la libertad solicitada por la a dama en cuestión ¿verdad? —Tiene que ver con mi libertas, majestad. La dama conquistó la suya y no voy a retenerla. Escojo libremente ir a la guerra. Colocando una mano en el hombro de Morgan, Elizabeth se aproximó, susurrándole al oído. — Sabes que no puedo negarle ningún pedido, mi caro amigo. Pero me temo que esta vez fue demasiado lejos. Ella te ama. ¿Pero cuanto tiempo estará obligada a esperar mientras luchas con tus propios demonios? — Teno su permiso para ir al País de Gales? Elizabeth dio un largo suspiro. — Claro, mi amigo. Puede ir, pero prométame permanecer vivo. Él le beso la mano y se giro. Entonces, tenso por la confrontación final, recorrió el corredor para detenerse junto a Brenna.

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— Debo decirle, adiós, milady. — Brenna lo miraba espantada, sin comprender. — La reina me esta enviando al País de Gales para sofocar una rebelión. —Gales. ¿Por cuánto tiempo? Pensé que me acompañaría en mi viaje de regreso a mi hogar. —Enviaré varios soldados de toda confianza. —Tenía la esperanza de que conocieras a mis hermanas… — Como ve, milady, es um pedido imposible de atender. Mi obligación para con la reina va en primer lugar — Ciertamente. Brenna sentía el labio inferior comenzando a temblar, y se lo mordió con fuerza. ¿No había sido el muy claro tiempo atrás? ¿No dijo que no se quería casar nuevamente? Intentaba recordar las palabras exactas. "Prefiero enfrentar desarmado un ejército entero de invasores." Ella había sido avisada, pero como todas las mujeres desde el principio de los tiempos, creía que la fuerza de su amor podría hacer cambiar el rumbo de los acontecimientos. — Voy a extrañarte, Morgan. ¿Iras a visitarme a Escocia cuando esta... rebelión sea sofocada? Morgan desvió el rostro, incapaz de sostener su mirada. — Si yo supiera lo que va a ocurrir en el futuro, Brenna... Haciendo un supremo esfuerzo, tomo la mano llevándola a los labios. Sintiendo la súbita conmoción, respiro hondo. Precisaba ser fuerte solo unos segundos más. —Adiós, Brenna. —Hasta pronto, Morgan. Ve con Dios. —Tú también, Brenna. Morgan se retiró y ella preciso apoyarse en la pared para que sus piernas la sostuvieran. El dolor era infinito y temía caer en un llanto incontrolable Desde su lugar en el trono, en el altar central, la reina asistía a todo con interés. Cuando Morgan y Brenna se separaron, sintió el dolor de ambos como si fuera propio.

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Apoyado en la balaustrada de la terraza, Morgan miraba la vasta extensión de sus dominios. Greystone Abbey siempre le hacía proporcionado paz y sosiego. Después de cada batalla el retornaba ansioso a su propiedad para descansar la mente, el alma, el cuerpo. Pero todo cambio después que conociera a Brenna, y esa vez no conseguía reencontrar la calma. Tal vez, pensaba tristemente, nunca mis tuviese tranquilidad. Todos los lugares por donde pasaba le llevaban recuerdos de Brenna. Los salones alegres que habían sido tan sombríos, el comedor, donde la Sra. Leems aun servía las comidas escocesas. Su propio cuarto, en el aire perfumado por los pétalos secos en las gavetas y el guardarropa. El jardín de rosas, donde una nueva fuente danzaba bajo las ramas de árboles centenario, el mismo lugar en que Richard y el jugaban en la infancia. Morgan miro para abajo y vio a Adrianna sentada en el regazo de Richard, los brazos al redor de su cuello. Desvío la mirada sintiéndose un intruso al invadir la intimidad de su hermano y su esposa. Había retornado de Gales a tiempo de asistir al casamiento. La ceremonia fue conmovedora, provocando las lágrimas emocionadas en la multitud presente. La mayoría aun permanecía en Greystone Abbey. La reina había quedado fuertemente impresionada por el atentado de Windham contra su vida. Morgan intuía que el hecho la había hecho tomar consciencia de su condición de mortal, perturbándola. Elizabeth volvería pronto a Londres, pero retrasaba la partida, deseando embeberse de la paz que el campo le transmitía para enfrentar los largos días de tensión cuando regresara a Richmond. Morgan se giró la oír un golpe en la puerta. — Puede entrar. Elizabeth entró sola en el cuarto. — ¿Dónde están sus inseparables damas de compañía, majestad? —Ellas me esperan en mis aposentos. Mi músico está entreteniéndolas. —Siéntese, majestad. Voy a llamar a una criada —No — dijo Elizabeth, tonándolo por el brazo. Entonces con un gesto juguetón, deslizo las manos por los músculos. — Eres muy fuerte, amigo mío. Quizás demasiado fuerte — ¿Qué quiere decir? La reina hizo una pausa, escogiendo cuidadosamente las palabras — ¿Tienes noticias de ella? — ¿De quién?

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—Tú lo sabes. — Elizabeth notaba el sutil cambio en la expresión del rostro de su amigo. — Brenna. —No. No tuvimos contacto. — ¿Por qué? Morgan se encogió de hombros, detestando la emoción provocada por la simple mención de ese nombre. —Cada uno escogió su destino. Nuestras vidas siguen caminos diferentes. —Tal vez, si la amases mas, irías hasta ella. —Si ella me amase lo suficiente, se habría quedado conmigo —Ella es la MacAlpin, Morgan, la líder de su pueblo. Cuando la trajiste aquí, contra su voluntad, Brenna dejo atrás muchas tareas importantes. Era su deber cuidar de sus responsabilidades. —Está bien, pero yo tengo mis obligaciones, también. — Morgan volvió su mirada intensa a la reina. — ¿O tal vez ella pretendía que me apartara de usted, de todo lo que amos, y me colgase de sus faldas, me arrastre a sus pies? — ¿Tu, Morgan? ¿Arrastrarte? — Elizabeth reía, divertida con la imagen. — Inconcebible. — ¿Entonces cual es la solución? Ella tiene su vida en Escocia... Yo tengo la mía en Inglaterra. La reina suspiró profundamente. — Brenna es una mujer orgullosa. Yo puedo entenderla, porque también lo soy. — ¿Y qué hay de mí orgullo? — Es verdad, esa es la cuestión. — La reina examinaba el perfil determinado de Morgan, y ensayó una sonrisa. — Mi bárbaro orgulloso, voy a pedirte un favor. — Lo que quiera. Levantando la ceja ella dijo: —Facilitas las cosas con tu leal disposición —Estoy a sus órdenes, majestad, lo sabe bien. —Se habla de una rebelión en la frontera con Escocia. —Morgan la miraba incrédulo. —No oí hablar de desordenes. — Acaban de darme la noticia — dijo Elizabeth, haciendo una pausa. — Recluta tus soldados de confianza y encárgate del asunto.

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— No voy a ver a Brenna mientras este allá. —No me atrevería a pedirte tal sacrificio... — Asintiendo, Morgan declaró: —Partiré al amanecer. Elizabeth se levanto, dándole un beso en las mejillas a su amigo. — Vuelve deprisa, tu reina te necesita

Morgan había olvidado el verde resplandeciente de las campiñas y el azul intenso del cielo. Pequeñas villas se esparcían a los pies de las colinas puntilladas con rebaños de ovejas. Cuando los caballos alcanzaron la cima de un peñasco, el podía distinguir a lo lejos las torres del castillo MacAlpin. Había patrullado en esa tierra idílica en busca de algún indicio de rebelión contra la reina. Todo en vano, no encontró nada. Al contrario, hallo paz huidiza que se le escapaba de las manos desde la partida de Brenna. En todos los lugares por donde pasaba había visto bellas jóvenes, orgullosas, con largos cabellos enrulados danzando en la brisa y miradas alegres y soñadoras. Y todas ellas lo conmovían profundamente, haciéndolo pensar en aquella que lo cautivara desde el primer momento en que la vio. Alden instigó su montura galopando a lo largo de la columna de soldados hasta alcanzar a Morgan. — En la otra margen del rio puedo ver más de cien hombres reunidos. Finalmente creo que encontramos nuestra rebelión. Morgan se concentró en la tarea a cumplir: —Dile a los soldados que prepararen sus armas. Envía dos de tus mejores hombres adelante para evaluar el número y las fuerzas del enemigo. —Cierto. Alden partió al galope. Morgan tocó la daga en su cintura y después desenvaino la espada. El día parecía perfecto. El sol brillaba en la inmensidad azul del cielo sin nubes, y una brisa leve agitaba las hojas de los aboles. Todo tan alegre y apacible, no estimulaba la derramamiento de sangre. Morgan galopó a toda velocidad para alcanzar el frente del destacamento. Alden se giro en la silla, justamente cuando los dos soldados volvían de su evaluación.

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—Ellos insisten en que no hay rebelión, milord. Dicen que están celebrando un casamiento. Pero están vestidos con los uniformes de guerra y también vimos muchos highlanders entre ellos. — ¿Highlanders? —Sí, milord. Son gigantes, inmensos y también están vestidos con trajes de batalla. Barbaros sin calzas con las piernas gruesas como troncos de arboles. Están armados con sables de lámina larga, arcos y también espadas y dagas. — ¿Y ellos insisten que es una celebración? —Sí, milord. Y uno de ellos hasta me dijo que estábamos invitados todos a reunirnos a la fiesta. Desconfiado, Morgan frunció la frente. ¿Qué tipo de complot seria ese? Girándose a Alden, ordenó: —Quédate de esta margen con la mitad de los soldados. Yo voy a conducir a los otros a través del río. Si precisamos de tu ayuda te mandare a avisar. —Sí, milord. Inquieto, Alden acompañó a Morgan a reunir ña tropa. Tomando la delantera, lord Grey comenzó a atravesar el rio. En la margen opuesta, encontró varias hileras de Highlanders, observando en silencio su lento pasaje en medio de ellos. — Bienvenidos a nuestra fiesta de casamiento — gritó uno de ellos. Morgan se giro para ver al hombre de cabellos cobrizos, cubriéndole la amplia frente, más alto aun que los demás, casi gigantesco, los hombros tan anchos como el largo de un sable. —No queremos perturbar su celebración — dijo Morgan, refrenando el caballo. — Fuimos enviados por la reina Elizabeth para investigar rumores de una rebelión en la frontera. —Nuestra reina, Mary — respondió el highlander sin demostrar ningún recelo —, pidió que nuestra gente viviera en paz con el suyo. —Cierto. No vi señal de descontento en ningún lugar. Pero esta multitud reunida nos inquietó, y decidimos investigar. Los highlanders reían y hablaban entre si y aunque todos cargaban sus armas, parecían más interesados en divertirse que en luchar. —Disculpen nuestra invasión — dijo Morgan. — Nos iremos…

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—No — el hombre lo interrumpió con una risa. — Por favor, quédese con nosotros — No creo que sea conveniente. Una mujer muy bonita atravesó el terreno, parándose al lado del highlander. Cargaba en los brazos un bebe cuyos dedos gorditos jugaban con los largos pelos castaños de la madre. El bravo guerrero coloco el brazo sobre el hombro de la joven con un gesto protector. Cuando ella levantó el rostro para encarar a Morgan, el sintió su corazón dejar de latir. Aunque jamás la había visto, sabía que debía ser la hermana de Brenna. —Usted es Meredith. Y usted — dijo Morgan al highlander — es Brice Campbell. —Exactamente — Meredith confirmó con una sonrisa amistosa — Y usted es Morgan Grey. Brenna nos hablo mucho de usted. Ella siempre se recordaba de todos con mucho cariño. Su mirada fue atraída por la jovencita que saltaba en el pasto, avanzaba en su dirección Megan, la hermana más joven, usaba un vestido dorado realzando el brillo de los cabellos cobrizos. Con una ropa tan formal y elegante parecía absurdo que llevase una cría de oveja en los hombros. Ella se movía por el pasto con la levedad y gracia, pero al ver a Morgan, sus ojos chispearon, llevándose la mano a la cintura en busca de la daga. —Vine en misión de paz, Megan. — Morgan disfrazo una sonrisa al darse cuenta del atrevimiento de la joven al encararlo. —Brenna vive proclamando que el Bárbaro de la Corte es bueno y noble — dijo Megan. — Aunque yo solo recuerdo la arrogancia del soldado ingles, no voy a discutir con mi hermana en este día tan especial. — ¿Entonces, tú te casas hoy? — preguntó Morgan. — No. Yo no — respondió, tirando la cabeza hacia atrás, altiva. Morgan no pudo contener la sonrisa al oírla declarar: — No hay ningún hombre en el mundo que pueda cautivar mi corazón. — ¿Entonces de quien es el casamiento? Megan miro de reojo a Meredith y volvió a encarar a Morgan — Pensé que lo sabía. Hoy es el día del casamiento de Brenna. Aturdido, Morgan apretó las riendas hasta que los dedos le quedaron heridos. El corazón parecía haberse detenido y aunque todos conversaban y reina a su alrededor, el no oía nada. El día del casamiento de Brenna. Sintiendo un dolor agudo, apretó los dientes con fuerza. Pero decidió que no sufriría, Brenna no merecía su dolor.

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La rabia sustituyó la angustia. Una furia creciente lo envolvió. Ella no lo amaba, jamás lo había amado. Si no, no habría encontrado otro pretendiente tan rápido. Solo lo había usado. Usado su amistad con la reina para asegurarse la libertad. —Deseo que transmita a lady Brenna mis mejores votos de felicidad. —Puede felicitarla personalmente — dijo Meredith amable, percibiendo el dolor en sus ojos. Su corazón se conmovió con la decepción del ingles. El era tan valiente y tan amargado… — Brenna se retiro a su lugar favorito para estar sola antes del casamiento. —No importa, milady. Debo reunirme a mis solados del otro lado del rio. — Comprendo — dijo Meredith. — Pero a Brenna le gustaría verlo, para agradecerle lo que hizo por ella. — No preciso de sus agradecimientos. — Brice le mostrará el camino — continuó Meredith, como si él no hubiera dicho nada Morgan vio al highlander montando y partiendo al galope, y aunque no tuviera intención de seguirlo fue lo que termino haciendo. Brice no se detuvo una vez siquiera, ni miro para atrás. Su caballo avanzaba velozmente por entre las colinas hasta llegar a una escarpada sin pasto. Atravesaron el campo de un granjero,. Y el saludo con gesto a la familia en la puerta de la cabaña, desapareciendo luego en el bosque. Morgan continuaba atrás de el. Cuando salieron del bosque, estaba ni un extenso campo repleto de lilas. Morgan miro el mar azulado. La brisa leve ondulaba las flores y se inclinaban, emanando su perfume. El aspiro profundamente, embriagado con la dulce fragancia. Parecía apropiado ver a Brenna por última vez en ese lugar perfumando de las Tierras Altas. ¿Sería en ese escenario que recordaría siempre, a la altiva y majestuosa escocesa? La mente retrocedió hasta su primer encuentro con ella allí, aun podía verla frágil, sola intentando valientemente escapar de el. ¡Qué mujer sorprendente! Miro alrededor. No vio más a Brice Campbell. Protegiendo los ojos de la luz ofuscan te del sol, escudriñaba la inmensidad azul. En medio del campo, vio un bulto blanco. El corazón se disparo de emoción. Avanzo en dirección a ella lentamente, como si flotase en nubes y estuviera por alcanzar un sueño. — Brenna — murmuró, los ojos brillantes con la visión diáfana de la mujer que amaba. —Morgan. La reina dijo que vendrías. —La reina… ¿Cuándo viste a la reina?

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—Ella llego hace solo unas horas atrás — ¿Aquí? ¿Ella está aquí, en Escocia? —Sí. Ella vino para mi casamiento. ¿Cómo podía hablar tan livianamente del casamiento sabiendo que la partia el corazón? —No espero mucho, milady. —Esperé demasiado. Pero mi amado estaba lejos realizando tareas urgentes. — ¿El es un oficial? —Sí. Brenna se aproximó, la leve falda revoloteando —Nunca imaginé que fueras una mujer cruel, Brenna. —Cuando precisamos comandar una nación, debemos endurecer el corazón en muchas situaciones. Su reina me enseño esa regla. —Elizabeth es una mujer notable. Pero yo no la tomaría ´por esposa. — Espero que no, milord. — Morgan la miraba sin comprender — Um hombre puede tener una sola esposa. Y usted ya está comprometido. — ¿Yo? No, yo no tengo esposa. —Pero tendrá una muy en breve Una breve sonrisa encantadora basto para el al final el supiese lo que pasaba. Con todo precisaba estar seguro. Desmonto, pero evito tocarla. — ¿Que estás diciendo, Brenna? — Fue muy importante para mí regresar a mi país como una mujer libre. Y también fundamental que yo pudiera escoger mí marido por libre y espontanea voluntad. Y a la manera de los MacAlpin. El alivio que comenzaba a aliviar la agonía de los últimos momentos le renovó el coraje y el sentido del humor — ¿Y qué ocurriría si el marido que escogió no le retribuyese su amor? —Ah, pero él me lo va a retribuir… No sería tan tonta de escoger una pareja que no me desease. —Tal vez el tuviese una pésima experiencia que lo hubiese dejado amargado — Yo voy a aliviar sus heridas.

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— Quizás el deber lo obligue a alejarse del hogar — Lo esperare. A menos por supuesto que el dejase que lo acompañase. — ¿Y si el jurase lealtad a otra reina que no fuese la tuya? —Entonces me sometería a su reina — ¿A la de él? —Sí. Y a todo lo que el ame. — ¿Y tu pueblo? —Siempre habrá una MacAlpin. En este caso, Megan. — ¿Confiarías el destino de tu gente a esa pequeña llama incendiaria? Brenna rió, y el sonido cristalino de la risa lo emociono — Sin duda. Ella será una líder espectacular. Y, si hubiera cualquier rebelión en nuestra tierra, con seguridad estará al frente del ejército. Morgan dio un paso al frente, tomándole el rostro entre las manos — Parece que pensó en todo, milady. — Claro. Falta apenas un detalle. El hombre a quien entregué mi corazón aun no consintió en casarse conmigo. — Ah. Lentamente, Morgan trazó el contorno de los labios y los vio entreabiertos e invitantes. — ¿Cómo podría algún hombre resistirse a una oferta tan tentadora? Brenna abrió una sonrisa radiante. — ¿Quieres casarte conmigo, Morgan? — Ya que la celebración comenzó, no veo motivo para desperdiciar la ocasión. — ¿Esa es la única razón por la que acepas? — ¿Debería haber alguna otra? — Si. — Brenna le enlazo el cuello, mirándolo muy seria, sugirió: — Deberías murmurar dulces palabreas de amor y decirme que tu corazón se partiría en mil pedazos si no pudieras permaneces a mi lado para siempre. Morgan cerró los ojos deleitado con el contacto del cuerpo suave — Oh, mi pequeña y orgullosa dama de hielo. Como me atormento tu recuerdo todo este tiempo…

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—Así está mejor — ella susurró junto a sus libios. —Te extrañaba cada vez más a medida que el tiempo pasaba. — Colocó los labios en la frente de Brenna, apretándola con fuerza. — Yo te amo mas que nada en la vida Suspirando, ella le besaba el cuello — Más, mi amor. Diga más. Morgan le recorría con los labios los parpados, las mejillas, el borde de la boca. —Preciso de ti como un hombre hambriento necesita alimento{ —Entonces ven conmigo hasta la campiña donde rodos nos están esperando. Iremos a la iglesia para jurar nuestro amor — No, Brenna. Temo no poder ir. Boquiabierta, Brenna sintió las palabras morir en su garganta. Morgan le mordisque el lóbulo de la oreja — No puedo ir a lugar alguno antes de amarte, aquí, ahora, en medio de estas flores. — Pero los demás están esperando... — Brenna, ten piedad de mí. Estuve en tierras distantes en una misión para mi reina. — Acariciándole tiernamente la espalda continúo: — Ahora volví a casa, a sus brazos. El Bárbaro de la Corte se rindió a sus encantos. Juntos, se acostaron en el suelo cubierto de petaros perfumados, extasiados pop la alegría de compartir un sentimiento tan bonito — Donde tú vayas, Morgan Grey, yo iré también. En tus brazos encontré mi hogar.

Fin

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Ruth Langan - Serie Highlanders 02 - El Brezo De Las Tierras Altas

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