Ruth Langan - Serie Highlanders 05 - El Highlander

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El highlander Ruth Langan

5º Highlander

El Highlander (1994/2014) Título Original: The Highlander (1994) Serie: 5º Highlander Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Harlequin histórica 228 Género: Histórico Protagonistas: Leonora Walthan y Dillon Campbell

Argumento: ¡Secuestrada! Arrancada a la fuerza de su castillo, Lady Leonora Waltham precisaba mucha determinación para resistir la fascinación por su raptor. Porque, aunque lo juzgara un escocés salvaje, enemigo de los ingleses, Dillon Campbell era un hombre valiente y diabólicamente atractivo. Lady Leonora era la garantía para que los hermanos de Dillon fueran liberados de la prisión en Inglaterra, pero la bellísima rehén demostró ser una mujer valiente, con un encanto capaz de vencer las defensas del más valiente guerrero y de derrumbar las murallas que protegían el corazón de su captor.

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Prologo Tierras Altas escocesas, 1281 — ¡Ingleses! ¡Nos atacan soldados ingleses! El grito de alerta rompió la tranquilidad de aquella tarde de verano en el verde prado escocés. Rápidamente los hombres del clan trataron de tomar sus armas. Las mujeres, hasta entonces entretenidas con una conversación animada, corrieron a proteger los niños que jugaban distraídos en medio del campo. Soltando su grito de guerra, el líder del clan salto en su caballo y embistió con la espada alzada contra el enemigo. De repente, alcanzado por un certero puñal, su montura cayó en tierra. Antes que le jinete consiguiera levantarse, dos de los ingleses lo rodearon, separándole la cabeza con un golpe de machete. Una mujer gritó, desesperada y corrió al lado de él, pero su voz fue silenciada para siempre. La joven que fue en su ayuda se vio rodeada por varios hombres con expresiones lascivas y sanguinarias. Por un buen tiempo el prado, antes placido y sereno, fue escenario de un combate desigual y feroz. En el aire resonaban el fragor de las espadas al alcanzar los escudos y armaduras, así como los gritos de pánico y gemidos de agonía. Cuando el sol comenzó a teñirse de escarlata, la hierba del prado ya se había coloreado de escarlata de la sangre de la gente. Hombres mujeres, niño, hasta los bebes habían sido eliminados sin piedad. Embriagados por el éxito del ataque traicionero y cobarde, los ingleses finalmente se habían retirado de vuelta a sus tierras. Un silencio profundo descendió sobre el escenario de la carnicería cuando un viejo fraile salió de un bosque vecino. Caminando lentamente por entre los muertos comenzó a suministrarles la extremaunción. De repente tuvo la impresión de ver algo moviéndose a su lado. Girándose deparo en un cuerpo sin vida de un muchacho de alrededor de doce años y sacudió la cabeza apenado. Seguramente el movimiento lo provoco la brisa soplando las vestiduras del muchacho. Nadie podría haber sobrevivido a tan terrible masacre. Para su sorpresa un gemido de dolor escapó en ese instante de los labios del muchachito. Sin dudar avanzo y arrodillándose coloco la mano en el hombro de él. Irguiendo con esfuerzo la cabeza el muchacho lo encaro con los ojos nublados por el dolor. El rostro cubierto de sangre, había sido cortado de la sien a la barbilla por un golpe de la espada. — ¡Dios sea Loado! — Exclamó el monje. — ¡Estás vivo! Calma, calma... — continuó, presionando un gran trapo contra la herida — esto va a detener la sangre, mi hijo. Verificando que la persona que fue a su rescate era realmente un pacifico siervo de Dios, el muchachito rodo a un lado. De ese modo expuso al fraile una cavidad en el suelo, donde se encontraban otras tres criaturas escondidas: dos niños gemelos de unos siete

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años y una niñita de tres o cuatro. Todos estaban ensangrentados y parecían aturdidos, pero se encontraban indiscutiblemente vivos. En cuanto se recupero de su sorpresa, el hombre santo los ayudo a sentarse y retirando del bolsillo del hábito un frasco de licor, obligo altos niños a que bebieran un trago. Todos obedecieron, menos el mayor, que sosteniendo el frasco permaneció con la mirada vacía girada hacia la carnicería alrededor. — ¿Cuál es tu clan? — preguntó el fraile. — Somos del clan Campbell — respondieron los gemelos, a una sola voz. Nuestro padre, Modric era el líder — ¿Y cómo fue que escaparon con vida de un ataque tan brutal? La niñita apuntó con orgullo al hermano mayor — Dillon nos escondió en ese agujero y nos cubrió con su cuerpo Con renovado interés, el fraile estudió al muchacho silencioso. Heroísmo en una persona tan joven era algo raro y precioso. — ¿Alguien más del clan consiguió escapar? Pareciendo despertar del letargo, el muchacho de nombre Dillon, miro alrededor. Después sacudió la cabeza lentamente, como subyugado por el descubrimiento de que eran los únicos sobrevivientes de todo un clan. — En ese caso — decidió el religioso, — voy a llevarlos conmigo al monasterio. Allí levantaremos oraciones a Dios agradeciendo por haber sobrevivido a las espadas inglesas. Conduciendo los niños en dirección a las torres espiraladas, visibles a la distancia, informo: — Mi nombre es fray Anselmo. Están a salvo, ahora. Nosotros, los frailes, cuidaremos de su futuro. Y tu niña ¿Cómo te llamas? — Flame, — respondió la niñita. Un nombre muy pagano, pensó el fraile Anselmo, carraspeando para limpiarse la garganta — Bien... Flame, puedes quedarte en la abadía vecina. Las buenas hermanas se encargaran de educarte como corresponde a una dama de buen linaje. Solo después de recorrer una pequeña distancia fue que el fraile se dio cuenta que el muchacho mayor no los acompañaba. Regresando, lo encontró arrodillado al lado de los cuerpos de un hombre y una mujer. El hombre, como todos los demás había sido cortado de manera salvaje. La mujer cuya ropas le habían sido arrancadas del cuerpo, había sido violada por los enemigos antes de que la muerte misericordiosa se la llevara. — Ven, hijo mío. Mañana regresaremos a sepultar tus muertos — dijo el fray Anselmo en tono compasivo

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El muchacho no dio muestras de haberlo oído. Permaneció inmóvil, de rodillas, el rostro son expresión. — Precisa olvidar lo que vio hoy — insistió el fraile apenado. — ¡Nunca! — Por primera vez el muchacho rompió el mutismo que había mantenido hasta entonces. Después apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, agrego, feroz: — ¡Nunca voy a olvidar! La dureza y determinación de esa criatura asombraron al viejo fraile. Solo había visto tal ferocidad antes en guerreros curtidos por tantas batallas. — Cuando crezca... — continuó hablando el niño a través de los dientes cerrados — juro, por el alma de mi padre y de mi madre, que vengare su pueblo. Los ingleses que hicieron esto, un día van a rendir cuentas a Dillon Campbell!

Capitulo 1 Inglaterra 1292 — ¡Moira! ¡Estoy viendo los salvajes! — De pie en el balcón de su cuarto, Leonora, única hija de lord Alec Waltham, observaba los verdes campos. Hasta donde alcanzaba la vista pertenecía a su padre. La mayor parte fue regalo del rey Edward, en agradecimiento a los servicios prestados por lord Waltham a la corona inglesa. Alec Waltham era uno de los más fieles amigos del rey y la generosidad de este para con los que le prestaban lealtad era legendaria, así como su temperamento volátil. Era bien conocido en los círculos de la nobleza, el hecho de que el rey Edward era autocrático, de genio explosivo, capaz de volverse violento frente a las críticas, hasta de sus amigos más fieles. — ¡Dios nos ayude! ¿Dónde? — la anciana aya salió al balcón y, protegiéndose los ojos cansados del sol, examino los alrededores. — Allí, en aquella colina. ¿Estás viendo el reflejo del sol en las espadas? — Si. — la vieja criada se persignó. — Nunca pensé que viviría para ver esos paganos durmiendo bajo el mismo techa que la gente civilizada. Ni comiendo a la mesa de tu padre. Ah las cosas terribles que tengo oído de ellos. — ¿Oído? ¿Quiere decir que nunca vio a un escocés? La mujer que había sido ama de crianza de la madre de Leonora, antes que de ella se estremeció. — No. Pero he oído muchas historias al respecto de esos salvajes. Son gigantescos, mi niña, andan con las piernas desnudad aun con temperaturas heladas, y visten poco más que trapos. — Viendo la expresión shockeada de Leonora, continuó: — Si, aquellos que ya los vieron dicen que son salvajes, violentos, con una manera ruda de hablar y las mejillas barbudas, horribles de contemplar.

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Los ojos de Leonora se agrandaron. — Ah, Moira, ¿Qué es lo que voy a hacer? Papá me mandó permanecer al lado de él para recibir esas… criaturas, — Se llevo la mano delicada al cuello. — Si le fuera prudente, habría ordenado que no salieras de tu cuarto hasta que esos paganos escoceses e fueran. ¿Quién sabe de qué maldades son capaces? — El aya bajo la voz — hay personas que afirman que comen niñitos ingleses y beben su sangre. — Tranquila, Moira. ¡No puedo creer en tamaño absurdo! Papá nunca los invitaría a nuestra casa si fuesen tan monstruosos así. — No olvides que no fue elección de su padre. Lo ordeno el rey este encuentro. — Si, ¿y tu creer que nuestro rey, colocaría a su más leal amigo en un situación tan peligrosa? La criada no respondió. Sabiamente guardo para si su verdadero pensamiento. Había espías por todos partes e infeliz de aquel que cayese en el desagrado del trono. La atención de Leonora, sin embargo ya se volvía a los tres jinetes que se aproximaban desde el foso que rodeaba el castillo. A un grito de mando, el puente levadizo fue bajado y el pesado portón levantado. Los tres escoceses avanzaron hacia adentro del patio e inmediatamente el puente levadizo y el portón volvieron a su posición inicial, impidiendo cualquier intento de retirada. — Esos escoceses, — comentó Leonora, preparándose para dejar sus aposentos, — son muy tontos o muy valientes. Al final son solo tres hombres contra más de cien de los mejores guerreros del rey dentro de las murallas. — Dicen que basta un escocés para derrotar un ejército entero de soldados ingleses. — Estas yendo demasiado lejos con esos comentarios, desleales. — Abriendo la puerta, Leonora salió del cuarto, los ojos brillando, indignados. — Esos hombres no son dioses. No pasan de simples mortales, como cualquiera de nosotros. — Por sobre el hombro, finalizó con altivez: — Y dado que estamos tan bien protegidos, pretendo verlos y sacar mis conclusiones, personalmente. En cuanto Leonora se apartó, la vieja aya volvió a persignarse, y cayendo de rodillas se puso a rezar. La muchacha era joven, tenía poco más de diecisiete años y era bastante obstinada y caprichosa. Pronto descubriría que el mundo a su alrededor no era ni por lejos tan civilizado como Inglaterra.

— ¿Y si ellos exigen que dejemos las armas, Dillon? — Rob dijo que debemos atender a las exigencias si queremos convencerlos de nuestra buena voluntad en relación al tratado de paz. — Desmontando con agilidad, Dillon Campbell entregó las riendas a un joven caballerizo, cuya boca quedo abierta con su aparición.

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Decidido a ignorar el efecto que había provocado, Dillon se sacudió el polvo del pasado capote de viaje, tirándolo enseguida displicentemente sobre uno de sus anchos hombros. Los dos gemelos, Sutton e Shaw, también desmontaron. Aunque fueran gemelos idénticos, con cabellos color del trigo y los ojos más verdes que azules, sus temperamentos eran muy diferentes. Desde su más tierna infancia, Sutton trato de imitar a su hermano mayor, aprovechando toda y cualquier oportunidad de usar la espada contra los enemigos de su pueblo. El gentil tierno Shaw. Influenciado por la sabiduría y generosidad de los religiosos que lo habían criado y sus hermanos, ya había prometido ponerse al servicio de la Iglesia. Era solo una cuestión de tiempo hasta que pudiera ingresar al monasterio, para vivir una vida de oraciones y contemplación. — ¿Todas nuestras armas? — Insistió Sutton, preocupado. La boca bien formada de Dillon se curvo levemente en los bordes, pero consiguió disfrazar la sonrisa — la verdad es que no importa mucho lo que Rob dijo, porque él está a salvo en Edimburgo, el hecho es que tenemos que dormir bajo el mismo techo que el enemigo. No confío ni un poco en los perros ingleses. Solo entregaremos las armas que ellos puedan ver. No hará ningún mal esconder una o dos dagas… — dijo en un murmullo — porque eso puede significar la diferencia entre vivir o morir. — Exacto. — Aliviado, Sutton llevo la mano a la daga escondida en su cintura. No tenía la menor intención de entregarla a los malditos ingleses. — Recuerden mi advertencia: No confíen en nadie. Observen todo. Estén atentos por su seguridad todo el tiempo. La pesada puerta que daba acceso al pasillo se abrió y varios soldados aparecieron formando una guardia de honor a cada lado de la entrada. A ejemplo del joven caballerizo que aun permanecía estático, sosteniendo las riendas de los caballos, los soldados se quedaron con la boca abierta delante de los tres escoceses. Su impresionante estatura excedía en por lo menos una cabeza al más alto de los ingleses. Atrás de los soldados iba un hombre con las ropas rojas de obispo, seguido por varios caballeros lujosamente vestidos. Todos lanzaron miradas especulativas a los extranjeros. Después en semicírculo, se giraron a la puerta donde otro caballero, llevando a su lado una bella joven, se había ubicado. El hombre con un elegante jubón adornado de armiño y calzas ajustadas de satín, solo podía ser el señor del castillo. Los cabellos plateados, el bigote bien cortado y la barba en punta moldeaban sus facciones nobles, en las que el punto culmine eran los ojos vivos e inteligentes. — Soy lord Alec Waltham, — anunció. — Sean bienvenidos à Inglaterra y a mi hogar. Escudando a sus hermanos con su cuerpo atlético, Dillon avanzo en dirección del lord.

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— Gracias, lord Waltham. — Presentando la espada agregó: — Soy Dillon Campbell, y estos son mis hermanos, Sutton e Shaw. Siguiendo el ejemplo del hermano mayor, los gemelos entregaron también sus espadas al anfitrión. Recibiendo las armas, lord Waltham se las pasó a su vez al capitán de la guardia. Después tomo a la hija de la mano y la presentó a los nuevos huéspedes. — Esta es mi hija muy querida, Leonora. — Milady. Consciente del contraste entre sus ropas rusticas y la elegancia de los anfitriones. Dillon dio un paso adelante y, levantando la mano de la joven se la llevo altos labios. De cerca la linda mujer exhalaba un delicioso perfume a rosas. La piel suave tenía el color y la luminosidad del alabastro y los cabellos eran negros como la noche. Por un breve instante, la mirada de Leonora se cruzó con la de él lo suficiente para que Dillon tuviera la sensación de estar mirando un campo de violetas en las Tierras Altas. Eran los ojos más extraordinarios que había visto. Recobrándose de prisa del deslumbramiento, soltó la mano de la muchacha y retrocedió un paso. Por su lado, Leonora correspondió con un rígido gesto de a cabeza, demasiado impresionada para lograr pronunciar el más elemental de los saludos. La voz del escocés era tan educada como la de cualquier noble ingles, solo se diferenciaba por un leve y encantador acento. La mano que tocó la suya, sin embargo, era áspera y callosa, con un apretón firme, que denunciaba la fuerza. Y cuando los labios de él se posaron en sus dedos, Leonora experimentó una sensación extraña y deliciosa, que no había conocido nunca antes. Moira tenía razón, los escoceses eran realmente gigantescos. Rudos e indomables gigantes que olían a caballo. La ascendencia vikinga claramente visible en la constitución maciza y los reflejos rojizos en los cabellos despeinados. Las ropas poco más que trapos. El tal Dillon debía ser considerado como muy bello por las mujeres rudas de su propia tierra. Tal vez realmente fuera bello, concluyo Leonora, si no fuera por la cicatriz que le marcaba el lado derecho del rostro, por debajo de la barba rojiza de varios días. No usaba camisa bajo el manto y la mirada de Leonora no conseguía apartarse del pecho desnudo y musculoso. Ningún caballero inglés se atrevería a ofender la sensibilidad de una dama de aquella manera. Aun así, por una razón inexplicable, ella no podía quitar los ojos de la insultante visión. Lord Waltham, entonces dirigió la atención de los recién llegados a los demás nobles que permanecían a la espera. — Permítanme que les presente al obispo de York. — Su bendición — dijo Dillon, inclinándose para besar la mano del representante de la Iglesia. — ¿Usted es cristiano? — El obispo no podía ocultar su sorpresa.

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— Si. Después de... la muerte prematura de nuestros padres, mis hermanos y yo fuimos criados por los santos frailes del monasterio de Saint Collum. El obispo sonrió satisfecho. Había imaginado que aquellos barbaros eran paganos. El hecho de haber sido educados por religiosos volvía mas prometedora la perspectiva de paz. Lord Waltham presentó en seguida otro de los caballeros ingleses. El hombre usaba un lujoso jubón de terciopelo azul y escarlatas y cazas de seda azul. — Este es el emisario del rey. Permítanme presentarle a George Godwin, duque de Essex. A pesar de la impasibilidad en las facciones del duque, Dillon podía leer la hostilidad en sus ojos. Así era mejor, pensó. Prefería saber lo que existía en lamente de un adversario antes de sentarse a una mesa de negociaciones. A la manera de los guerreros, Dillon levanto la mamo, que hasta entonces mantenía apoyada en la vaina vacía de la espada, en un saludo. El duque de Essex hizo lo mismo. — Y estos son lord James Blakely y su hijo, Alger, — dijo lord Waltham, con un gespt en dirección a los dos. Padre e hijo eran bien parecidos, con cabellos y barbas bien cortadas y porte garboso de soldados. El hombre más viejo saludo con un gesto rígido. Manteniendo la mano en la espada, el hijo se aproximo a lady Leonora, mientras media con la mirada al magnífico espécimen masculino enfrente. Era evidente que consideraba a la joven como su responsabilidad personal, y temía que aquellos extraños representasen una amenaza a la seguridad de ella. Algo en los dos hombres perturbó a Dillon. Un terrible recuerdo pareció querer asomas en su mente, pero enseguida se desvaneció. Decidido trato de apartar la extraña sensación, diciéndose que la visión de cualquier guerrero ingles fatalmente debería provocarle malos recuerdos. Por último, lord Waltham llamó a un anciano noble, de espaldas curvadas, calvo, que se aproximo con dificultad, apoyándose en un bastón. — Este, — presentó el anfitrión, es el consejero personal del rey. Lord John Forest. Dillon lo examino con atención, siendo igualmente evaluado. Los ojos del consejero no mostraban hostilidad, ni simpatía. Solo había una curiosidad mal disfrazada. — Sea bienvenido, — saludó el noble extendiendo la mano a Dillon. — Gracias, — agradeció este, aceptando el saludo. À medida que iba haciendo las presentaciones, lord Waltham observaba atentamente la reacción de los tres jóvenes venidos de las Tierras Altas. Separados de los ingleses por siglos de hostilidad y guerras, era importante que ese encuentro destinado a preparar un futuro a Tratado de Paz, donde hubiera buena voluntad y confianza. Sin embargo nada indicaba que tales sentimientos existieran, el menos en aquellos primeros momentos.

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En un intento de aliviar la tensión, se dirigió altos nuevos huéspedes diciendo con una sonrisa: — Imagino que deben estar cansados, después de tan larga jornada. Pero con seguridad apreciaran una bebida refrescante antes de ser conducidos a sus aposentos Con esas palabras, lord Waltham ofreció el brazo a la hija y regreso al interior del castillo. Dillon, haciendo una seña a sus hermanos los insto a seguirlo, tras el anfitrión. Entraron entonces en un inmenso hall, iluminado por una infinidad de antorchas, ubicadas en las paredes de piedra por soportes de hierro forjado. Mientras andaban, los tres jóvenes vigilaban furtivamente a los soldados que los seguían a una discreta distancia. En la extremidad opuesta del hall, el grupo se detuvo delante de una pesada puerta de madera, abierta inmediatamente por un criado. En el interior del aposento, varias sillas labradas, cubiertas de pieles de animales, se encontraban dispuestas alrededor de una enorme chimenea de piedra, donde crepitaba un fuego acogedor. Después de algunas palabras murmuradas con su padre, lady Leonora dio órdenes a una criada, yendo a sentarse enseguida en una silla al lado de lord Waltham. Inmediatamente, Alger Blakely fue a apostarse junto a ella, con aire de posesivo. — Vengan a sentarse aquí, junto al fuego, para calentarse — invito lord Waltham. Cuando los tres escoceses se acomodaron, la criada les ofreció jarros llenos de cerveza. A pesar de aceptar, ellos no bebieron hasta que lord Waltham tomo su primer trago. Asegurándose que la cerveza no estuviera envenenada, Dillon hizo una seña a sus hermanos, que ávidamente se pusieron a beber. En un instante los jarros fueron vaciados. Mientras tanto, otra criada servía gruesas rodajas de pan, mojadas en vino, lo que rápidamente restauro los ánimos. Bebiendo lentamente la cerveza, lord Waltham observaba a los huéspedes con interés. La hija, intimidada ante los extranjeros para comer o beber, se mantenía en silencio. — ¿Fue un viaje difícil? — Preguntó el duque de Essex. — No. — Dillon estiró las largas piernas en dirección a la chimenea, apreciando el calor en su cuerpo, después del primer gran trago de cerveza. Si los ingleses esperaban emborracharlos, tendrían que servir algo más fuerte que esa cerveza aguada. Los monjes que lo habían criado elaboraban cerveza y otras bebidas alcohólicas de calidad muy superior, las mejores de toda Escocia. — Después de vivir en las Tierras Altas — aclaró — una jornada de algunos días por los campos suaves de su país es un juego de niños. — ¿No están cansados? — Lord Waltham levanto una ceja, atónito. Sabía que sus soldados habrían considerado tal viaje exhaustivo. — No. Si tuviésemos que viajar hasta el palacio de su rey, en Londres, ahí tal vez sintiésemos necesidad de una bebida reconfortante. Pero este viaje no exigió un esfuerzo mayor que el de un día normal en las Tierras Altas.

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— ¡Oh! No fue eso lo que oí decir — En cuanto las palabras salieron de su boca, Leonora se arrepintió de haberlas pronunciado. La mirada intensa de Dillon se giro en su dirección, y la última cosa que ella deseaba era atraer la atención de los extraños. Y ahora todo de lo que tenía conciencia era de esos ojos oscuros y ardientes fijos en su rostro. — ¿Y qué fue lo que oyó, milady? Leonora miro de reojo a su padre, que le sonrió alentándola. Después de la muerte de su esposa, la hija se había vuelto su compañía constante en la corte. Dotada de inteligencia anormal, ella resultaba de gran ayuda en los asuntos de estado. Hasta el rey Edward había elogiado la facilidad con que la joven transitaba en medio de los cortesanos amigos de su padre. Por eso, lord Waltham creía que ella no tendría problemas al tratar con tres escoceses, tan poco refinados. — Oí decir que su tierra es… — Leonora se humedeció los labios secos —... una tierra indomable. — Si. — Dillon tomo un trago de cerveza mientras consideraba lo que iba a decir. — Las Tierras Altas son indomables. Una tierra adorable. Captando la pasión contenida en las palabras del escocés, Leonora sintió un estremecimiento. Adorable. Parecía estarse refiriendo a una mujer amada, una mujer bellísima, deseable. — Robert Bruce, su líder, debe tener gran confianza en el señor, ya que lo escogió como portavoz. — Mientras hablaba el obispo estudiaba al mayor de los tres hermanos, que permanecía descuidadamente recostado en la silla. Aunque rodeado por las espadas inglesas, el joven se mostraba completamente cómodo. ¿Serian ciertos los rumores de que los habitantes de las Tierras Atas desconocían lo que era el miedo? — Robert sabe que mi palabra es sagrada. — La cuestión es… — intervino el duque de Essex, con una media sonrisa burlona — Saber si sus coterráneos piensan de igual manera. La expresión de Dillon se mantuvo impasible. Al responder, sus palabras sonaron tan suavemente que todos en la sala estuvieron obligados a aguzar los oídos para entenderlo. Pero la amenaza presente en el tono cortante era innegable, así como la intensificación del acento de las Tierras Altas en a voz masculina: — Yo no estaría aquí, si no fuera así. — Por supuesto — Lord Waltham se levanto ansioso para acabar con la tensión que volvió a formarse en el ambiente. No podía permitir que un encuentro con objetivo de paz terminase antes de haber iniciado. Lo que era necesario para amenizar la situación era el toque suave de una mujer. — Si ya bebieron lo suficiente para calmar la sed, mi hija, Leonora los conducirá a sus aposentos. La joven le lanzo a su padre una mirada afligida, pero lord Waltham, la ignoro a propósito. Su mirada fue inútil en relación a su padre, pero para Dillon no paso desapercibida. Él lo habría hallado divertido, si no fuera tan insultante. Era evidente que la

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muchacha preferiría enfrentar una manda de gatos salvajes que conducirlo y a sus hermanos hasta sus aposentos que les habían sido destinados. — Yo acompaño a lady Leonora. — Se apunto más que de prisa Alger Blakely. — No, Alger. — Lord Waltham le dirigió una mirada de advertencia. En seguida se giro de nuevo hacia Dillon: — Si desean alguna cosa más para su comodidad, es solo pedirla. La comida será servida al anochecer. Un criado ira a llamarlos. — Gracias, milord — Dillon se inclino ligeramente antes de seguir a Leonora, acompañado por sus hermanos. Subieron por una elegante escalera curva en dirección al piso superior. Por el camino fueron observando el ambiente. La paredes de piedra estaban cubiertas de bellas tapicerías. Por todos los costados se observaban criados que se apresuraban puliendo pesados porta antorchas, o llevando ropa de cama y mesa del más fino lino blanco en los brazos. Era la prueba de una existencia de lujo y confort. La atención de Dillon se concentro en la mujer que los precedía. Ni siquiera en Edimburgo la sede del gobierno de su país, jamás había visto una mujer tan ricamente adornada. El tejido del vestido refulgía a la luz de las velas, A cada balanceo de caderas, de Leonora, el quedaba más fascinado por la curvas voluptuosas ocultas bajo las capas de tela. Los cabellos, atados por una redecilla de hilos de oro, descendían en un estilo austero, hasta los hombros. Contra su propia voluntad, Dillon comenzó a excitarse. De repente se vio imaginándola desnuda, con los largos cabellos negros golpeteando en la cintura estrecha. Aquellos, sin embargo eran pensamientos que no se podía permitir frente a la importancia de su misión y trato de reprimirlos. Poco después, Leonora se detenía delante de una gran puerta doble, que enseguida abrió la puerta daba acceso a una amplia antecámara, donde algunas criadas se ocupaban con los últimos retoques del arreglo. Obedeciendo una señal de Leonora, ellas se apresuraron a dejar el aposento, boquiabiertas ante la visión de los gigantescos escoceses. Un bello fuego ardía en la chimenea de piedra, alrededor del cual habían sido dispuestas algunas sillas de brazo. Sobre una mesa se veía una jarra de cerveza y tres copas de oro labrado. — ¿Este es nuestro cuarto? — Preguntó Sutton, abriendo una puerta al fondo. — Si. — Respondió Leonora, observándolo entrar en el aposento seguido por su hermano gemelo. Poco después los dos jóvenes regresaban llevando en los brazos algunas lujosas vestimentas. — Mira, Dillon, esto estaba sobre las camas. Mira que tejido más suave y elegante. Dillon miro los trajes con expresión de desagrado. — No precisamos esas cosas, hermanos míos. Devuelvan todo a lady Leonora. — Pero... — Inmediatamente. — Su tono sonó abrupto.

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Mientras ellos obedecían reticentes, Dillon se giro a la joven anfitriona: — ¿Cual es la razón de esto? — Preguntó. — Nosotros oímos decir… — interrumpiéndose ella se mordió el labio, sin saber cómo explicarse, sin ser perder la delicadeza. No podía decirle que se compadecía de sus ropas rudas y pocas. Y que le había pedido permiso a su padre para suplirlos con algo más adecuado al ambiente lujoso y la extraordinaria posición que ocupaban como representantes de su país. Ni podía hablarle de los cometarios que oyera sobre los habitantes de las Tierras Altas que se presentaban casi desnudos, aun en la presencia de mujeres. Siendo así, concluyo, con voz trémula: — Oímos decir que su jornada seria larga y difícil. Pensé que les gustaría lavarse y cambiarse de ropa. Dillon no elevó la voz, pero el tono fue cortante como un latigazo: — Somos guerreros de las Tierras Altas, milady. Nuestras ropas pueden parecerle toscas, pero fueron tejidas con amor — pensó en las largas horas que su hermana y las monjas de la abadía habían pasado al telar, tejiendo la lana, tiñéndola luego de verde azul y negro. Eran los colores que le agradaban porque lo hacían recordar los verdes valles de su amada Escocia, del azul de las gencianas, que florecían en los prados y de la tierra negra y fértil. — ¿Quiere que neguemos nuestras tradiciones y costumbres y nos transformemos en pavos reales, como sus coterráneos que están allá abajo? — No. No fue esa mi intención… — sintiendo enrojecer sus mejillas, Leonora bajo los parpados, orlados de pestañas largas y oscuras. — Perdónenme. No quería ofenderlos. Voy a mandar una criada a buscar las ropas que están usando. Les aseguro que estarán limpias y secas antes de la comida El acento escocés acentuado era la única señal de que el enojo de Dillon no se había aplacado — No hay necesidad de eso. Podemos ser personas simples, pero no somos los salvajes que parecen pensar. Trajimos otras ropas. Si tuviera la gentileza de enviar a un criado altos establos, nuestro equipaje esta sobre los caballos. — Como quiera. — Leonora retrocedió, ansiosa por escapar de ese hombre duro, enojado que tanto la perturbaba. Dillon, sin embargo, no pretendía dejarla huir tan fácilmente. La acompaño hasta la puerta. Que trato de abrir, cuando ella paso por el alto escocés, sus senos firmes rozaron el brazo masculino provocando en Leonora mutra deliciosa sensación, que la hizo estremecer entera. Una oleada de calor la envolvió, un calor que nada tenía que ver con el fuego de la chimenea. Consciente del ardor de la mirada masculina, ella bajo la cabeza en un intento de ocultar el traicionero rubor que le incendiaba las mejillas. — Un criado vendrá a llamarlos cuando sea la hora de comer. — Es muy gentil, milady. Muy gentil, realmente, pensó ella, apretando los labios y retirándose. Aquel escocés irritante se había estado burlando de sus esfuerzos por ser hospitalaria.

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Y por eso nunca lo perdonaría

Capitulo 2 El gran hall estaba repleto del burbujeo de voces masculinas, dominadas por agitadas conversaciones respecto de los tres escoceses. En uno de los extremos estaban los soldados relatando unos a otros las historias de las batallas entre los valientes guerreros de las Tierras Altas. En el lado opuesto, junto a la enorme chimenea de piedra, estaban lord Waltham y los demás caballeros ingleses. Leonora se encontraba cerca de su padre, mientras aguardaba la llegada de Dillon y sus dos hermanos. A pesar de las objeciones de Moira, se había esmerado más que de costumbre en los cuidados con su propia apariencia. El vestido de terciopelo purpura tenía un escote bajo cuadrado y el corpiño justo resaltaba los senos fiemes y llenos. Un cinturón de terciopelo y encaje marcaba su esbelta cintura. La amplia falda se levantaba de largo en largo en tejidos unidos por hilos de oro y piedras preciosas y su largo llegaba a los pies delicados, calzados con zapatillas de terciopelo bordados. Las mangas orladas de armiño, eran largas hasta el codo, ajustándose después al llegar a los puños, En el cuello Leonora llevaba una cadena de filigrana de oro, diamantes y rubíes. Aros de esmeralda adornaban sus orejas. La última vez que se vistió de forma tan esplendida fue en presencia del soberano de Inglaterra. Aunque el ama de cría hubiera argumentado que un traje tan suntuoso seria desperdiciado con los salvajes escoceses, la muchacha no se dejo convencer. Haría que le arrogante Dillon se arrepintiese de haber rechazado la gentileza de conseguirle a él y sus hermanos ropas decentes. Cuando llegasen con sus trajes groseros, iban a verse rodeados de un lujo que jamás soñarían qiue existiera. Aproximándose Alger Blakely se inclino, tomando la mano de ella en un saludo respetuoso. — Está adorable, milady. El más viejo de los Blakely sonrió, en aprobación, mientras el hijo continuaba sosteniendo la ,mano de Leonora por más tiempo del necesario. Lord James Blakely estaba consciente de la inmensa fortuna del anfitrión y había oído que la dote de la hija daría envidia a una princesa. Pero más importante aun era la amistad profunda que existía entre lord Waltham y el rey Edward. El hombre que se casase con la joven Leonora seria poseedor de gran poder, y su hijo, Alger poseía todas las cualidades capaces de conquistar un corazón femenino. Era fuerte, joven y buen mozo y James Blakely tenía intención de verlos comprometidos antes que el hijo regresase a los campo de batalla. — Tamaña belleza seguramente va a dejar aturdidos a los pobres escoceses. — Comentó, en tono suave. Lord Waltham, a su vez, lanzo una mirada a su hija repleta de admiración y orgullo paternal.

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— Estoy contento de que hayas dedicado tanto cuidado en tu apariencia, mi querida. — Atrayéndola a él, le beso la mejilla. — Se que los escoceses te asustan, pero es deseo de nuestro monarca que establezcamos lazos de amistad con ellos. Es imperativo encontrar una solución pacifica a las divergencias o en breve veremos a nuestros caballeros tener que enfrentarlos en el campo de batalla. — Si. — Concordó James Blakely, — incluido mi querido hijo Alger. La idea de que muchos de sus conocidos fueran obligados a luchar con esos gigantes provoco un estremecimiento en Leonora. Percibiéndolo, lord Waltham agregó: — Ellos son, sin duda, enemigos poderosos. Por lo tanto es mucho mejor presentarles nuestras manos extendidas en lugar de nuestras espadas. — ¿Usted realmente pretende hacerse amigo de esos bufones? — Con un gesto desdeñoso, el duque de Essex se llevo la copa de cerveza a la boca. — Claro. — Lord Waltham experimentó cierta irritación frente a la abierta demostración de hostilidad. — Como alguien que goza de la amistad de nuestro rey, George, tu deberías estar a la par de la importancia de este encuentro. — Pues yo preferiría clavar una daga en la garganta de ellos que comer en su compañía. — En ese caso, debía haber comunicado tus sentimientos al rey Edward, en vez de concordar en venir hasta aquí. — ¿Y perder la oportunidad de ver con mis propios ojos la apariencia de los salvajes? — Vaciando de un trago la cerveza, el duque miro alrededor, conforme con las risitas de los demás. — No sé por qué Edward nos hace perder nuestro tiempo con gente de este tipo. Sería mejor colocarlos en un chiquero con los cerdos. Tal vez pudiesen así firmar un tratado de paz con sus semejantes. Ni siquiera el obispo consiguió sostener la risa ante la burla. — Sin duda, son un bando de andrajosos. Estoy de acuerdo. No consigo entender por qué nuestro soberano se preocupa con eso mendigos. — Después, girándose a James y Alger Blakely, indagó: — Ustedes dos ya los enfrentaron en el campo de batalla. ¿Qué tal? ¿Esos escoceses son realmente valerosos o no pasa de una leyenda? — No, no es leyenda. — Respondió Alger. — Nunca enfrente enemigo más valiente. — dándose cuenta que había ganado toda la atención de Leonora, no pudo evitar alardear. — No es que les tema, Eminencia. — Continuó dirigiéndose al obispo de York. — Adoraría tener la oportunidad de enfrentar altos escoceses de nuevo. Tal vez pudiese enseñarles una o dos cosas sobre el manejo de la espada. — Pero aquí no es un campo de batalla. — El duque de Essex se apoderó de otra copa de cerveza de la bandeja ofrecida por una joven criada. — Proezas con espadas de nada servirán. Lo que es preciso para delinear un tratado que nos sea favorable es una mente aguzada. — Les hizo un guiño altos demás, — a juzgar por los tres que se encuentran en

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nuestro medio, los escoceses no fueron agraciados con tal cualidad. ¿Será verdad que cuanto más grande es el hombre más chico es su cerebro? En medio de la risa general, lord Waltham intervino, diciendo en tono forzosamente suave: — No sería tan apresurado en despreciar a los extranjeros que vinieron a nuestro encuentro. Robert Bruce podía escoger a voluntad entre sus súbditos aquellos que vendrían a representarlo. Ellos pueden parecer rudos y groseros para nosotros, pero deben ser tratados con el mismo respeto que daríamos a su líder. — El único respeto que le daría a Bruce seria este. — El duque llevo la mano a la espada. De repente, Leonora vio la sonrisa desaparecer de los rostros de la mayoría de los caballeros. Girándose, deparo en los tres representantes de las Tierras Altas parados directamente atrás de ella. Era imposible que no hubiesen escuchado los crueles comentarios respecto a ellos. ¿Cuánto tiempo hacia que estaban allí parados? ¿Cuánto habían escuchado? Las facciones de Dillon no demostraban ninguna emoción. Los hermanos más jóvenes, sin embargo, no teniendo tanta experiencia en el arte de la diplomacia, tenían los ceños fruncidos. Al ver que Sutton pretendía tomar la daga oculta en la cintura, Dillon se apresuro a interrumpir su movimiento, colocando la mano sobre la de él. — No. — dijo bajo. — Aun no es hora. — Pero, Dillon, ellos ofendieron... El mayor lo abrazo por los hombros, de modo de sostenerle los brazos al lado del cuerpo y murmuró: — Precisas aprender a tener paciencia con esos atolondrados, Sutton. La reacción de Dillon, así como sus palabras fue captada por los ingleses que observaban la escena en un silencio estupefacto. Con todo, solamente lord Waltham demostró pesar. — Perdónennos. — Dijo. — No nos dimos cuenta que habían entrado en el hall. — Eso es evidente. — Los bellos ojos oscuros de Dillon se estrecharon, mientras recorría atentamente a la personas a su alrededor. Una furia inmensa lo consumía, pero el había aprendido hacia mucho a ocultar sus propios pensamientos. Los caballeros ingleses, por otro lado, preferían evitar la mirada dura y desdeñosa del escocés. A pesar de la rabia, Dillon se mantuvo impecable en su educación al inclinarse frente a Leonora, tomándole la mano. — Buenas noches, milady. Cuando esos labios masculinos, calientes y suaves, le tocaban los dedos, Leonora se vio de nuevo invadida por la ya familiar sensación de que un fuego liquido recorría sus venas. Observando el alto y atlético escocés por debajo de las largas pestañas oscuras, rezo para que el no reparase en el rubor traicionero que le coloreaba las mejillas.

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Dillon se había afeitado. Sin la barba de varios días, el rostro masculino era decididamente muy bonito. La frente amplia, los ojos oscuros revelando inteligencia y carácter, la nariz recta y la boca bien marcada y sensual, la barbilla firme, todo contribuía para hacer de Dillon Campbell el hombre más atractivo que viera. Usaba una camisa de color crema de la más suave lana y en las piernas unas medias negras, largas. Sobre estas, vestía un traje extraño atado a la cintura y cayendo suelo hasta las rodillas, formando tablas. El tejido también era de lana cuadriculada en azul verde y negro. El mismo tejido componía una especia de capa tirada elegantemente sobre uno de los hombros y atada al frente por un sello de oro labrado. Algunas gotas de agua brillaban como diamantes en los cabellos cobrizos aun húmedos del baño. Los hermanos estaban vestidos de manera similar. Aunque Leonora nunca hubiese visto alguien con aquellos trajes antes, estaba obligada a admitir a si misma que lso tres escoceses se presentaban de manera esplendida. Altos, viriles. Dominantes. En comparación, los nobles ingleses parecían… las palabras que había pronunciado Dillon con tanto sarcasmo volvió a su mente: Pavos reales emplumados. — ¿Cerveza, milords? — Una joven criada presentó la bandeja de bebidas a los recién llegados. — Si, gracias Mientras los tres hermanos se servían, Leonora reparó en la mirada de admiración de la criada, deteniéndose por más tiempo en las facciones masculinas y atractivas de Dillon. — Eso es todo, Velda. — El tono con que se dirigió a la criada sonó áspero a sus propios oídos, y Leonora quedo sorprendida con el extraño sentimiento que la llevo a una reacción tan inusitada. ¿Estaría celosa? Se pregunto. ¡Absurdo! El simple pensamiento era ridículo. Nunca le importaron los juegos entre las jóvenes criadas y los invitados de su padre. Además de eso, ese escocés arrogante no significaba nada para ella. Nada. Habiendo llegado a esa tranquilizadora conclusión, Leonora volvió a dirigirse a la criada, ahora en su tono habitual: — Pueden comenzar a servir la comida. Con una reverencia graciosa la joven Velda obedeció. La mirada de Dillon se dirigió a Leonora, que inmediatamente volvió a sentir el rubor cubrirle las mejillas. Tenía la impresión definitiva que e ese hombre desconcertante era capaz de leerle los pensamientos y que en ese momento se estaba divirtiéndose a sus costa. La sensación la llevo a levantar la nariz en un gesto desdeñoso. — Espero que hayan encontrado confortables sus aposentos. — Dirigiéndose a los jóvenes escoceses, lord Waltham intentaba apagar la mala impresión causada por las palabras del duque. — Muy confortables, gracias. — Dillon se llevo la copa a los labios y bebió un trago de cerveza. Aun luchaba para controlar la rabia que le hervía en el interior. Fue preciso un gran esfuerzo vencer el impulso de reaccionar con violencia ante los insultos dirigidos no solo a ellos, sino a todos sus compatriotas. En otras circunstancias tal ofensa merecería una respuesta a la altura. Sin embargo, durante el tiempo que estuvo escuchando en silencio

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las bravatas del duque, llego a la conclusión de que el noble ingles lo estaba provocando de manera deliberada. Por alguna razón oscura, el duque de Essex estaba intentado arrastrarlo y a sus hermanos a un combate. Sin embargo ese no era el momento. Una lucha antes aun de que las conversaciones se iniciaran, destruiría cualquier posibilidad de paz entre los pueblos. El encuentro debía tener lugar en un ambiente de respeto mutuo. Aliviado por verificar que el incidente parecía superado, lord Waltham invito todos a dirigirse al salón de banquetes. Dando el brazo a su hija, lidero el cortejo. En el centro del gran salón, la mesa principal fue colocada sobre una plataforma. Allí se quedaría le anfitrión, teniendo al lado a Leonora, el obispo de York y los invitados de honor, los tres escoceses. Las otras mesas desparramadas alrededor serian ocupadas por los nobles ingleses y por los dignatarios locales, invitados a testimoniar el encuentro histórico. Los soldados, extrañamente quietos después de la entrada de los guerreros de las Tierras Altas, se dirigieron al otro lado del salón a las mesas reservadas para ellos. — Dillon, estaría muy feliz si ocupases el lugar de honor al lado de mi hija. — Lord Waltham indicó el banco de madera tallada que corría a lo largo de la mesa. Cuando se instalaron ambos en los lugares indicados, la pierna musculosa de Dillon rozó la de Leonora, que se sobresaltó, como si se hubiera quemado. Percibiendo la reacción alarmada, lord Waltham se giro para mirar a su hija — ¿No te sientes bien, querida? — Estoy bien, padre. — Consciente de la mirada de Dillon, Leonora maldijo el rubor que de nuevo la atrapaba las mejillas. — Ocurre que…— lucho para ordenar los pensamientos tumultuosos —... estoy preocupada. No sé si la comida va ser del agrado de nuestros huéspedes. Girándose para mirar a Dillon y los hermanos, lord Waltham explicó: — Desde la muerte de mi esposa, Leonora se estuvo esforzando por tomar el lugar de la madre en la dirección de las tareas domesticas. Y lo ha hecho de modo admirable. Se volvió una joven dama de muchas y preciosas cualidades. — En ese caso, es un hombre afortunado, lord Waltham. — Los ojos oscuros de Dillon examinaron a Leonora con una intensidad que le hizo enrojecer las mejillas aterciopeladas aun más. — Una mujer de tanta belleza, encanto y virtudes domésticas debe cubrir de orgullo al padre y de felicidad al hombre que escoja para marido. En ese instante, para alivio de Leonora, los criados comenzaron a servir la cena. Grandes bandejas de plata fueron pasadas a los invitados, conteniendo salmón ahumado, seguido de carne de lechones enteros asados. Había también cestas repletas de pan caliente y crocante además de vasijas de plata con una salsa sabrosa donde mojaban trozos de pan. Entre un plato y el otro, jóvenes criadas circulaban por entre las mesas, llenado y volviendo a llenar las jarras de cerveza.

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A una señal del dueño de casa, los músicos que se encontraban en la galería alta destinada a ellos, comenzaron a tocar. Durante todo el tiempo Leonora tenía consciencia del magnetismo del hombre alto y atlético a su lado. Furtivamente, lanzaba algunas miradas a él, observándole las manos que partían el pan, en gestos elegantes. De repente se vio recordando la sensación de esas manos en la suyas. Tanta fuerza y al mismo tiempo un toque suave y gentil — ¿Mas bebida, milady? El sonido de la voz masculina y profunda en su oído hizo que Leonora se estremeciera, sobresaltada — Discúlpeme, estaba, distraída... — balbuceó. Dillon, sin embargo ya le llenaba la copa con la bebida dulce y deliciosa, entregando después la jarra vacía a una de las criadas. Después volviendo a dirigirse a Leonora preguntó: — ¿Come siempre así, tan poco, milady? — No estoy con mucho apetito hoy. Una sonrisa maliciosa curvo los atractivos labios del escocés. — Tal vez sea efecto de la compañía que está siendo obligada a aguantar. Los ojos color violeta se levantaron hacia él, fusilándolo — ¿Está burlándose de mí, milord? — ¡Lejos de mi tal pensamiento, milady! — Aunque la sonrisa había desaparecido, la diversión aun brillaba en la mirada de Dillon, en el tono de voz, aumentando aun más la indignación de Leonora. — Ocurre que en su rostro esta estampado el placer que siente… en poder servir de esta forma a su soberano. — Los ojos oscuros recorrían el amplio salón y el concluyó, irónico: — Así como todos los presentes. La mirada de Dillon se detuvo en Alger Blakely, cuya atención estaba centrada en su persona. Aun a la distancia el podía sentir la hostilidad del otro. Era obvio que el joven guerrero ingles estaba enamorado de la hija del Lord el castillo y estaba enojado por haber sido ubicado lejos de ella. — Pues sepa. — Leonora levanto la barbilla con altivez —... que daría la vida por mi rey. Una de las cejas de Dillon se levanto apreciativa. — Un sentimiento admirable, sin duda. Solo que ser forzada a entretener al enemigo en su propia casa, está lejos de ser gratificante ¿verdad? — Los ojos oscuros volvieron a brillar burlones. — Al contrario, debe ser bastante inquietante. — Es el señor el que vuelve las cosas incomodas para mí… — comenzó a protestar enojada Leonora — ¿Postre, milorde? — La voz suave de Velda, la criada, la interrumpió, y una bandeja llena de dulces fue introducida entre ambos. La mirada de la joven criada enfrentaba atrevida y seductora al bello escocés.

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— Prefiero que lady Leonora sea servida primero. — No quiero postre. — Respondió, enfadada. — Tal vez debiese reconsiderar, milady. — La voz masculina no disfrazaba la diversión — Dicen que los dulces mejoran la disposición amarga de las personas. Los ojos de ella soltaban chipas de fuego, pero con un gran esfuerzo consiguió mantener la voz baja: — Es obvio que mi padre no está lidiando con caballeros educados. — ¿Prefiere el sentido del humor depravado del duque de Essex, tal vez? Entonces él había escuchado realmente los insultos del duque. Leonora se sintió avergonzada por el hecho de que un huésped, aun siendo un salvaje escocés, hubiera sido maltratado bajo el techo de su padre. Dándose cuenta que había acertado en el punto sensible, Dillon continuó: — ¿O prefiere los galanteos tontos de Alger Blakely, milady? ¿Cuál de esos finos y honrados caballeros ingleses desearía que yo imitase? — ¡Está yendo demasiado lejos, señor! — No tan lejos como desearía. No piense que estoy engañado por esos… — ¿Cerveza, milord? — Velda, habiéndose librado del la bandeja de dulces, parecía determinada a conquistar la atención del atractivo y viril extranjero. Con una jarra de estaño en la mano se inclino sobre Dillon, ofreciéndole la visión de dos senos magníficos a través del escote bajo. — Si, acepto. Preciso apagar el fuego que me está consumiendo En cuanto la jarra quedo llena, él la llevo a los labios bebiendo de una sola vez el contenido y paspándola a Velda para que la llenase de nuevo. — Regreso enseguida, milord, para que su jarra nunca este vacía. — Con una guiñada maliciosa, la bonita criada se apartó balanceando las caderas provocantes y atrayendo con eso todas las miradas masculinas de alrededor. Habiendo observado la escena, Leonora se giró para el otro lado de la mesa desdeñosa. En ese instante, lord Waltham se puso de pie y levanto la copa, pidiendo atención a los demás. Cuando las voces se callaron y todas las miradas se enfocaron en su persona, hablo: — Propongo un brindis por nuestros huéspedes del toro lado de la frontera. Que podamos encontrar un terreno común donde las batallas dejen de existir y la paz prevalezca. Por un momento, reinó un silencio incomodo. Entonces, de apoco, los ingleses fueron levantándose e irguiendo las copas. Cuando todos se encontraban de pie, Dillon y sus hermanos también se pusieron de pie. Las copas fueron vaciadas y los hombres comenzaron a golpearlas contra las mesas, para llamar la atención de los criados.

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Lord Waltham hizo señal a los músicos, que volvieron a tocar. Un bufón salto a la plataforma y comenzó a hacer malabarismo con bolas de colores, divirtiendo a los invitados. Al terminar, se apresuro a recoger las monedas tiradas al suelo a sus pies. Mas brindis fueron propuestos hasta que los hombres, entibiados por el fuego de la chimenea, comenzaron a retirase del salón, hacia el piso superior en busca de sus cuartos. — Espero que hayan sido bien servidos — Dijo lord Waltham a sus invitados de las Tierras Altas, que también se habían levantado de la mesa. — Muy bien servidos. — Dillon puso cuidado de no quedar muy cerca de Leonora, para no irritarla con un toque casual. — Mis felicitaciones, milady y también la señor, Lord Waltham. Fue una comida que habría agradado hasta al rey. Y ahora, mis hermanos y yo les deseamos buenas noches. De pié al lado de su padre, Leonora se quedo observando los tres atléticos gigantes jóvenes retirarse. Los pocos soldados que habían permanecido en el salón quedaron en silencio al verlos pasar. Los escoceses, por su parte, no miraban para ningún lado, mientras con pasos firmes dejaban el lugar. — ¿Qué opinas de nuestros invitados, padre? Lord Waltham continuó acompañándolos con la mirada hasta que desaparecieron de la vista. Solo entonces se giro a su hija. — Creo... — dijo entono suave —... que esos tres son mucho más de lo que aparentan. Sería una actitud sabia de nuestra parte tratarlos con todo el respeto y consideración. Nuestro futuro, nuestras vidas pueden estar en las manos de ese hombre, Dillon Campbell.

Capitulo 3 Desde la antecámara, Dillon podía oír a sus hermanos discutiendo. De repente la puerta de comunicación se abrió con fuerza, y Shaw apareció llevando en los brazos algunos cobertores — ¿Qué paso? — preguntó el hermano mayor con el seño fruncido — Nada. Es decir, Sutton me pidió que desocupara el nuestro cuarto. Voy adormir, junto a la chimenea. — ¿Ora y eso porque? Encogiéndose de hombros, Shaw desvió la mirada. — Pregúntale a él. — Respondió. Con pasos rápidos, Dillon se dirigió al cuarto destinado a los gemelos. — ¿Que broma es esa? ¿Por qué diablos hiciste salir a tu hermano?

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— Porque Velda, la criada que nos sirvió la comida, viene a dormir conmigo. — Sutton, que acababa de lavarse con agua en una vasija, comenzó a secarse con una toalla de fino lino. Los ojos de Dillon se achicaron peligrosamente. — ¡Pues trata librarte de ella! El hermano se puso colorado. Desde que alcanzo la adolescencia, el sexo se había vuelto su punto débil. No por su culpa, como intentaba justificarse con fray Anselmo, pero si porque la mujeres, jóvenes o maduras, vivían arrojándose a sus brazos como abejas atraídas por la miel. — Pero, Dillon... ¡la pobre muchacha se enamoró de mí! Paso la noche entera ofreciéndome cerveza y los mejores pedazos de carne de la bandeja. — ¡Idiota! Esa criatura hizo lo ismos con cada uno de los hombres presentes. Inclusive conmigo. Y lo haría hasta con un perro, si tuviese algunas monedas para recompensarla. — Con pasos firmes, Dillon volvió a la antecama y, tomando los cobertores que Shaw había extendido en el suelo las arrojo dentro del cuarto. — Espero que entiendas — dijo con las manos en las caderas, las largas y musculosas piernas bien separadas. En una postura enojada, — que a cambio de algunos momentos de placer dudoso, te dispones a colocar nuestras vidas en peligro, en manos de una enemiga. La expresión de Sutton fue de perplejidad. — ¿Que daño puede hacer una muchacha frágil como esa? — Una pequeña daga, tomada con firmeza por una frágil muchacha es suficiente para arrebatarle la vida al más valiente guerrero, si este se encuentra dormido al lado de ella ¿La criadita vale ese riesgo, Sutton? Avergonzado el joven bajo la mirada — No había pensado en eso. Ocurre que… Bueno… Velda es tan bonita y…. — Lo entiendo. — Una sonrisa curvo los bordes de la boca perfecta de Dillon. — pero recuerda, hermano mío, no estamos aquí para disfrutar de ese tipo de placer. Somos los representantes de nuestro líder. Robert Bruce y, en consecuencia, de todo el pueblo escocés. Los ingleses van a juzgar a nuestros coterráneos por nuestra manera de actuar. Dándose cuenta que la rabia del hermano comenzaba a pasar. Sutton se relajó. — Perdóname... — dijo, extendiendo la mano. — Te doy mi palabra de que sabré honrar la confianza depositada en nosotros. Mi puerta estará cerrada cuando Velda venga. Sonriendo en aprobación., Dillon apretó la manos del otro. Shaw, que había observado todo en silencio, se puso a rehacer la cama que le habían destinado. — Dinos, — pidió Dillon,, — ¿Qué opinas de los ingleses que conocimos hoy? Estaba aliviado con la interferencia del mayor. Los asuntos del corazón del gemelo. Siempre envuelto con las mujeres, eran una fuente constate de inquietud para alguien que había escogido una vida de castidad y espiritualidad.

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Después de servirse de la cerveza que habían dejado sobre la mesa, Dillon fue a sentarse al pie del fuego. — Lord Waltham ... — dijo, en tono reflexivo, — me parece un hombre de honor Creo que el marcara el tono de las reuniones. El duque de Essex no confío ni un poco en el. Es evidente que no aprueba este encuentro y creo que hará lo imposible para que fracase el Tratado de Paz. — ¿Y qué pretendes hacer para impedirlo? — Depende del camino que el elija. — A pesar del tono casual de Dillon, los hermanos captaron la amenaza implícita en sus palabras. — ¿Y en cuanto al consejero del rey? — Lord John Forest es más difícil de entender. Creo que es un hombre cauteloso y que solo tomara partido después de que los términos del tratado sean definidos. — ¿Y de los Blakely? — preguntó Sutton. — El padre sin duda en un hombre astuto y un guerrero. Esas dos características lo hacen bastante peligroso. Disimula bien sus verdades ros sentimientos, pero una cosa es segura. Como soldado profesional no ganara nada con la paz. — El hijo, Alger también es un guerrero, — Recordó Sutton. — Si, pero está ciego de pasión. — El comentario partió de Shaw. — No quito los ojos de lady Leonora, durante toda la comida. — ¿Estará enamorado de la joven o de la enorme fortuna del padre de ella? — Sutton dio una risa burlona. — Ese no es problema nuestro — cortó Dillon. — Lo que importa es que Alger Blakely hora cualquier cosa para caer en gracia de la mujer amada. Y lady Leonora, como hija dedicada. A pesar de la desconfianza que siente hacha nosotros, hará todo para que la misión de su padre sea exitosa. — Olvidaste al obispo — recordó Shaw. Sabiendo que el hermano se había comprometido con la Iglesia, Dillon respondió con cuidado: — No quiero parecer irrespetuoso, pero, aun siendo siervo de Dios, el obispo de York no deja de ser una fantoche. Vivir en medio del lujo y la fastuosidad de la corte hizo que se acostumbrara a ceder ante los poderosos. Me temo que seguirá la opinión de la mayoría. — ¿Siendo así, que oportunidad tenemos de salir exitosos? — Reprimiendo un bostezo, Shaw se acomodó bajo los cobertores. — El único inglés con quien podemos contar es lord Waltham. — No se olviden que somos los representantes de un pueblo guerrero, que, aunque en inferioridad numérica, jamás se dejo sojuzgar por el enemigo. — Levantándose, Dillon colocó la copa sobre la mesa y camino a la puerta. Ambos hermanos ya se habían acostado. La dura jornada, el exceso de cómoda y bebida se combinaban para hacerle pesados los parpados de sueño. — Así como siempre supimos perseguir nuestros objetivos, hasta

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conquistarlos, — continuó. — Y nuestro objetivo ahora es obtener la paz. Si el de los ingleses fuera el mismo, el éxito estará garantizado. Si no... — se encogió de hombros en un gesto expresivo — Mañana, — dijo Sutton en medio de un enorme bostezo, — sabremos lo que nos aguarda. Viendo que Shaw ya dormía profundamente y el gemelo estaba listo a imitarlo, Dillon se retiro, cerrando la puerta detrás de sí. A pesar de lo avanzada de la hora, no tenía sueño, preocupado con los pobres con quien tendrá que lidiar al día siguiente. Toda la vida, desde muy pequeño, Dillon aprendió a odiar todo lo referido a los ingleses. En un gesto involuntario se paso la punta de los dedos por la leve cicatriz que le marcaba el rostro. Ese odio le calentó la sangre aun en los inviernos más duros y lo empujo a transformarse en el guerrero más valiente y audaz de toda Escocia. Y sin embargo el destino determino que fuera escogido para representar a su pueblo en esa reunión de paz. Un trago difícil de pasa, pero que acabo por aceptar. Paz a pesar del ardiente deseo de vengar la masacre de sus padres y todo su clan, Dillon decidió esforzarse por el bien de sus hermanos y las futuras generaciones de Campbell, para obtener una paz duradera entre los dos pueblos. El día siguiente le diría que esperar. Si los ingleses actuasen con lealtad, el les daría la suya. Inquieto, sin sueño, Dillon resolvió andar un poco por los jardines. Un paseo lo calmaría y lo ayudaría a dormir. Colocándose la pesada capa en los hombros, salió.

Sentada en un banco de piedra, en su rincón favorito del jardín, Leonora escuchaba los familiares sonidos nocturnos: El canto de las cigarras, el crickeo de los grillos, las ranas croando en el profundo foso que rodeaba las murallas. Una lechuza ululo en un árbol cercano. Levantando la mirada a las estrellas que centelleaban en el cielo, ella se sintió invadida por una oleada de soledad. Como necesitaba a su madre para guiarla en los momentos difíciles con su seguridad, esa mujer inteligente y comprensiva sabría que hacer para que los huéspedes extranjeros se sintieran bien recibidos, y como aliviar las tensiones entre sus compatriotas y los extraños. Pero por encima de todo sería capaz de apartar el miedo que le afligía el corazón de hija única. Miedo, si, pensó Leonora, mordiéndose el labio inferior. Y también algo más. ¿Que habría en ese salvaje, Dillon Campbell, que a perturbaba tanto? Ni en la corte, confrontada con la realeza y los más altos dignatarios del reino, se sentía tan insegura. Allá al menos, podía recurrir al código de buenas maneras para saber cómo actuar. Pero en relación al atractivo escocés, no había reglas que pudieran guiarla. En ese instante, un sonido de pasos la arranco de sus reflexiones. Pensado que se tratara de uno de los hombres de la guardia de su padre. Se levanto. Peor en vez del

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soldado que esperaba se vio frente afrente con el hombre que había ocupado buena parte de sus pensamientos. Alterada se llevo la mano a la garganta. — Oh... milord me asusto. La mirada de Dillon recorrió de arriba a abajo la figura cubierta por una capa con capucha, que casi se camuflaba entre las sombras de los arbustos. — Perdóneme, milady. No imaginé encontrar alguien en el jardín a esta hora. Pensé que era el único insomne. — Miro alrededor. — ¿No es peligroso que la señora este sola aquí? La pregunta irritó a Leonora. — ¿Peligroso? ¿Dentro de la propiedad de mi padre? ¿Mi propia casa? Si alguien intentara lastimarme, debería enfrentar una centena de soldados. — los soldados bebieron demasiado esta noche, milady. En este momento deben estar enterrados en el sueño. Estaría indefensa frente a un enemigo. Los lindos ojos color violeta se entrecerraron. — ¿Está intentando asustarme con esta conversación sobre violencia? ¿Es así que vive su gente? Impaciente, Dillon suspiró. La muchacha sabía ser tan desagradable como el resto de sus coterráneos. — En absoluto, milady. Pero es cierto que en mi país, las mujeres ya no se sienten seguras ni siquiera dentro de los muros de sus casas. — ¿Por qué, Señor? ¿Sus hombres se hicieron tan depravados que pasaron a atacar mujeres indefensas? La rabia de Dillon fue tan grande que preciso cerrar los puños con fuerza para controlarse. — ¡No son nuestros hombres, milady! — dijo entre dientes. — Son los suyos. Dillon comenzó a apartarse del lugar, pero una manito delicada lo sostuvo de la manga. Leonora estaba decidida a enseñarle a ese salvaje a comportarse en medio de las personas civilizadas. — ¿Está acusando a nobles ingleses de atacar a mujeres inocentes? Sin decir una palabra, Dillon fijo la mirada en la mano ofensiva en su manga. Inmediatamente, Leonora lo soltó, y la expresión de desprecio en los ojos negros, visibles a la luz de la luna, la hizo retroceder. — Si, —respondió el finalmente. — Y niños también. Si la sangre no le subiese a la cabeza, Leonora habría visto la rabia que consumía la bello escocés. Pero su propio temperamento exaltado la colocaba fuera de sí.

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— ¡Esta vez fue demasiado lejos! — Su reacción fue tan inesperada que la tomo por sorpresa hasta a ella misma. En una fracción de segundo, la mano femenina encontraba el rostro viril en una cachetada. La respuesta tan impulsiva como la agresión, no se hizo esperar. Con una fuerza controlada, que no había sufrido de parte de ningún hombre hasta entonces, Dillon la agarro por la muñeca. La furia que ardía en su interior podía sentirse a través de los dedos que se enterraban en su carne suave. A pesar de todo, Leonora se negó a pedir disculpas o retroceder. — Me está lastimando... — fue todo lo que consiguió decir con la voz entrecortada. Apretando aun más los delicados puños, Dillon la empujo contra su cuerpo, de modo que sus respiraciones se mezclaban. — La señora no sabe lo que es ser lastimada, milady. — Con un gesto de la cabeza indicó la puerta rodeada de antorchas que conducía dentro del castillo. — ¿Piensa que la comodidad y la seguridad están garantizadas, que se tienen ´por derecho? En cuanto a eso mi pueblo viene viviendo bajo la amenaza y el miedo de los ataques brutales de los ingleses. Leonora levantó la barbilla. Desafiante. — Si levanta la mano contra mí, estará actuando como aquellos que acusa. El desprecio se acentuó en el rostro masculino — No agredo mujeres. Esa es la forma de los ingleses. — Y la soltó, como si el simple toque le fuese repugnante Fregándose las muñecas doloridas, comenzó a apartarse a fin de buscar refugio dentro de las paredes del castillo. Pero no resistió la tentación de lanzar lo que pensó sería la última palabra. — ¡Nunca fui tan agredida! ¡En el jardín de mi propia casa! — ¿Agredida? — la voz de Dillon sonó estrangulada de furia. Agarrándola con rudeza la obligo a encararlo. Leonora intentó librarse pero las manos fuertes la sostenían con firmeza por los hombros, haciendo sus esfuerzos vanos. — Milady, —continuó el, — si mi intención hubiese sido causarle algún mal, estaría muerta a estas alturas. Miedo e indignación mezclados hicieron que Leonora perdiera el sentido común. — El duque de Essex tiene razón, — disparó. — El señor no pasa de un salvaje inmundo, que no es digno de permanecer entre las personas civilizadas. El brillo de peligro en los bellos ojos oscuros hicieron que ella cayera en sí y Leonora deseo poder retirar las palabras ofensivas. Pero era tarde. Dillon se encontraba, ahora, más allá de la razón. Apretándole os hombros hasta arrancarle un gemido de dolor, susurró. — ¿Un salvaje, no? Por lo visto esta precisando de una buena lección, milady. ¡Voy a acabar de una vez con esa arrogancia!

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Amedrentada ante las consecuencias de su locura, ella endureció el cuerpo. Dios, ella lo atormentó hasta hacerlo perder la cabeza. ¡Y ahora, Dillon iba a violarla! Su corazón batía enloquecido en su pecho hasta que le falto la respiración. Implacable, Dillon curvó la cabeza. — Nunca invite una serpiente a su jardín, milady, — murmuró, con los labios deslizándose por las mejillas suaves. La sensación fue tan deliciosa que el quedo shockeado. La piel de la joven inglesa era la más suave y perfumada que Dillon hubiera tenido la oportunidad de besar — ¡Eso! ¡El señor no pasa de una odiosa serpiente! — tuvo fuerzas ella para retrucar. — Solo que yo no lo invité Los labios masculinos se encontraban a milímetros de los suyos y el corazón de Leonora salto a su garganta. Aturdida ella se sentía presa de emociones conflictivas, miedo y una extraña excitación, como alguien al borde de un precipicio. Un pequeño movimiento y seria lanzada al vacio. Instintivamente endureció más el cuerpo. Las manos de Dillon comenzaron a moverse, acariciando el ancho de los hombros y brazos delicados. En los ojos color violeta podía ver miedo e inocencia y alguna cosa más. Desafío. Aun aterrorizada, Leonora no cedía terreno. Contra su voluntad, Dillon se vio admirando aquella fuerza interior, oculta bajo su aparente fragilidad. A pesar de la extrema juventud e inexperiencia, aquella mujer seria par para cualquier hombre. Aparte de eso, percibía en Leonora una sensualidad latente, inconsciente, lista para ser despertada. El buen juicio lo alertaba que alejara de ella, dejándola en paz, y Dillon casi dio oídos a la razón. Pero en ese momento ella levanto la cabeza con altivez, decidida a luchar. La mirada ardiente de Dillon fue atraída por la boca carnosa, sensual. Por un breve instante le dudo, dividido entre la razón y el deseo. El segundo venció y ahogando una palabrota, coloco los labios en lo de Leonora. La tentación era irresistible. Al contacto con la boca masculina, oleadas de shock sacudieron el cuerpo de Leonora. En un momento sentía frio del aire nocturno y al siguiente se encontraba ardiendo. Inicialmente, la idea de Dillon fue hacer del beso un castigo. Pero en el instante en que sus bocas se tocaron, esa intención quedo completamente olvidada. Dios del cielo, que suave eran los labios de ella, calientes y trémulos. Sin duda aquella era la primera vez que Leonora era besada de manera tan osada. Apartándose levemente, el pregunto con voz ronca que apenas reconoció como suya. — Milady. ¿Cómo es posible que nunca haya sido besada de esta manera? Humillada, Leonora abrió los ojos, encarándolo. ¿Cómo se atrevía a hacerle esa pregunta? — El señor no es un caballero, No es más que un bruto sin corazón.

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El highlander - 5º Highlander Una sonrisa perezosa curvó devastadoramente bello.

Ruth Langan los labios de Dillon, haciéndolo

aun mas

— Se pone más bella cuando se enoja. — Empujándola hacia si, se apodero nuevamente de la boca tentadora. Un delicioso perfume de rosas salía del cuerpo femenino y un tenue recuerdo de la infancia lo lleno de ternura. El beso se suavizó, y los labios de Dillon se volvieron gentiles, persuasivos. Leonora, que se había preparado para lo peor, aguardaba su destino con los ojos fuertemente cerrados, los puños cerrados haciendo de barrera entre su pecho y el del agresor. Estaba preparada para resistir la violencia de un ataque el que alimentaria su odio por el bruto. Pero el lado tierno de la naturaleza de Dillon la tomo completamente desprevenida. Hacia un tiempo que se venía imaginando cual sería la sensación de ser besada por un hombre. No uno de los pavos reales de la corte. Sino un hombre de verdad, fuerte, viril. Un beso que volviera su sangre en lava y la dejase temblorosa de pasión en los brazos de él. La realidad sin embargo, reemplazaba su fértil imaginación. Los labios de Dillon eran suaves, y la excitaban con caricias leves como plumas. El calor del cuerpo masculino irradiaba al suyo, y Leonora se sintió arder. Como si la recorriera un rio de fuego. El perfume de el, masculino, almizclado, llenaba sus narices, contribuyendo a excitarla aun mas. Maravillada, ella sentía los ángulos y planos del cuerpo atlético se ajustaran a las curvas suaves del suyo. Independientemente de su voluntad, los delicados dedos se abrieron y se aferraron a la capa que el usaba. Un suspiro inconsciente escapo de sus labios, y Leonora se entregó por entero al placer sensual de aquel momento. Experto en el arte de la seducción, Dillon profundizó el beso aun mas, dejándola perdida en medio de las nuevas y deliciosas sensaciones. De repente Leonora se ahogo, sorprendida. La lengua masculina invadía el interior de la boca aterciopelada, en una osada exploración. El beso se volvió intimo voraz. Cuando creyó que iba a desfallecer frente a tantas emociones extrañas y perturbadoras, el se aparto levemente, mirándola con ojos ardientes, lleno de pasión. Ella era tan dulce, tan sensual, pensó Dillon. Los ojos violetas estaban muy abiertos, luminosos a la luz de la luna. En ellos podía ver confusión, inocencia y algo más: Los primeros rayos del deseo sexual. Incapaz de resistirse al llamado inconsciente, Dillon la abrazo por la cintura, moldeando a su cuerpo las curvas voluptuosas. Sus labios se juntaron nuevamente, con un ardor, una pasión que los dejo agitados y aturdidos. El calor se transformo en un fuego abrasador, y Leonora necesito rodear el cuello de Dillon con los brazos para no caer. Ya no sentía miedo, solo una excitación, que nunca antes había experimentado. El era tan fuerte, podría lastimarla fácilmente y sin embargo la aferraba con el cuidado con que se sostiene una delicada flor. Aquella fuerza controlada solo servía para inflamarla más y más. Casi sin darse cuenta, su cuerpo se pego al de él. Los senos firmes y llenos se apretaban al encuentro del pecho vigoroso y los pezones, le

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latían. Transformada en una criatura ardiente, dominada por el deseo, Leonora se entrego al placer por entero. Tanta pasión excito a Dillon aun más. Con enorme esfuerzo el trato de controlar el deseo, antes de que perdiese por completo la cabeza y la poseyese allí mismo, ¿No acababa de advertir a sus hermanos contra las mujeres inglesas? Idiota, se censuró. Era huésped del padre de ella, y se encontraba en aquel país para desempeñar una misión que sellaría el destino de muchas generaciones. ¿Qué loco arriesgaría todo eso por el cuerpo de una mujer cualquiera? Reuniendo todo su autodominio, la aparto de si, esa vez a una buena distancia, a fin de huir de la tentación. Sorprendida, Leonora casi perdió el equilibrio. Después, regresando de repente a la razón, bajo los ojos avergonzada con su actitud. No fue solo sumisa, estuvo activa participando en todo lo que acababa de ocurrir. Ahora precisaba encontrar una salida honorable, que le aliviase la culpa y la vergüenza. Fregándose los labios húmedos con el dorso de la mano: — Acabó de probar que el duque tenía razón. El señor no es más que un salvaje, un grosero. — Exacto. — Dillon se inclino en una reverencia al mismo tiempo elegante y burlona, y sus ojos brillaban maliciosos, al atraerla una vez más junto a él. Inmediatamente el deseo volvió a asaltarlo, de forma avasalladora, mientras ambos intentaban convencerse de que no sentían nada. — En ese caso, —prosiguió, — tenga cuidado con los salvajes groseros y con las serpientes, milady. — Levantando la barbilla de Leonora, Dillon miro el rostro encantador. Los labios de ella aun hinchados por los besos ardientes. Esa visión hizo que su cuerpo masculino se estremeciese de pasión contenida. Leonora, por su parte, sintió el calor expandirse de nuevo por su interior, solo con el breve contacto de los cuerpos excitados. — La próxima vez, — el continuó diciendo para disfrazar la perturbación, — está serpiente será capaz de devorarla entera. De repente, Leonora se liberó. — Si osa tocarme de nuevo, escocés, va a tener que enfrentar las espadas de los guerreros de mi padre. El brillo malicioso de los ojos oscuros se acentuó aun más, lo que contribuyo a exacerbar la indignación de Leonora. Riendo, divertido, Dillon se giro para alejarse. Pero aun dijo sobre los hombros: — Si yo quisiera poseerla, milady, no habrá en Inglaterra soldados suficientes para impedírmelo. — En un instante desapareció en las sombras. Trémula, con las piernas incapaces de sostenerla, Leonora se dejo caer sobre el banco. Respirando hondo lucho por recuperar el control.

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En una cosa Dillon estaba en lo cierto: Nunca antes había sido besada de esa manera. En la corte, donde las pasiones, licitas o no, ocurrían a vista de todos, su padre estaba siempre a su lado, para defenderla. Algunos hombres, haciéndese valientes por el exceso de vino habían intentado seducirla con bellas palabras. Pero sus embestidas siempre le habían desagradado. Sin embargo el audaz y bello escocés, en un único intento supo arrancarle una respuesta que la dejo conmovida hasta lo más profundo de su ser. — ¡Oh! ¡Madre! — Murmuró, cubriéndose con la mano los labios temblorosos. — ¿Qué fue lo que hice? ¿Cómo voy a enfrentarlo mañana? — Rehusándose a ceder a la desesperación, Leonora de se levantó las faldas y corrió al castillo. — ¡Ah! ¡Maldito salvaje! — Iba repitiéndose mientras buscaba la seguridad de su propio cuarto. — ¡Y maldito el destino que lo trajo a Inglaterra! En otro rincón del jardín, el objeto de su rabia caminaba de un lado al otro en la oscura alameda como fiera enjaulada. Y se maldecía mentalmente con los más ofensivos epítetos.

Capitulo 4 La luz de una única vela era insuficiente para apartar las sombras del aposento en lo alto de la torre. Dos bultos encapuchados se sentaban frente a frente en una mesa. Entre ellos unas jarras de cerveza y dos jarros. Por la estrecha ventana enrejada se observaba un pedazo del cielo oscuro. — Como usted mismo vio, — la voz no pasaba de un susurro — el maldito escocés no se dejo caer en la trampa. Creo que es imposible arrastrarlo a un combate mediante provocaciones verbales. Sera preciso más que eso, ya que parece haberse dado cuenta de nuestra intención. — Cierto. — Una sonrisa malvada curvo los labios del segundo hombre. — Pero la provocación sirvió para que descubriera su debilidad. — ¿Debilidad? Campbell no tiene ninguna. El hombre es totalmente carente de miedo. — Por sí mismo, tal vez. Pero teme por sus hermanos. ¿Vio lo rápido que impidió que el joven, Sutton reaccionara a las provocaciones? — Si, pero por estar comprometido con la obtención de la paz. Unos dientes blancos brillaron a la luz de la vela. — No. Yo vi la expresión en la mirada de él. Es mucho más que eso. Esa preocupación con sus hermanos será su punto débil. Por um momento, se hizo silencio en el cuarto. Por fin el primer hombre hablo con cierta: — Tal vez tenga razón.

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— Estoy convencido de lo que digo. Dillon Campbell asumió la protección de los hermanos más jóvenes. Y nosotros podemos usar sus sentimientos en nuestro beneficio. — ¿Cómo? Ellos están siempre alertas. Y desde que llegaron Campbell no pierde de vista a los hermanos. — Eso no va a ser problema. Tengo un plan. Si todo sale bien, mañana mismo el maldito escocés estará en nuestras manos. Deje sus hombres preparados. Cuando de la señal, los dos gemelos deben ser apresados inmediatamente. Campbell será obligado a hacer lo que queremos si quiere ver a los hermanos con vida. — Si lord Waltham descubre que fue una trampa preparada por nosotros, irá al rey y estaremos perdidos. — No, si lo hacemos creer que el mismo Edward dio la orden. Y después que la guerra se reinicie, ya no habrá diferencia. Tendremos un nuevo rey. Un hombre de verdad, que se preocupe con la grandeza de Inglaterra. Y no un idiota que quiere obligarnos a negociar con esos salvajes en vez de enfrentarlos en el campo de batalla. Si para derrocar el trono tenemos que hacer que lord Waltham piense que la orden partió del rey, así se hará. — Cálmese, hombre — Con los ojos agrandados de miedo revidaron la oscuridad, como temiendo ver fantasmas con las espadas levantadas ocultos tras la sombras — la traición es un asunto peligroso. Su voz puede ser callada para siempre. — ¿Acaso es traición desear una Inglaterra fuerte, vencedora? — No. — Pues entérese que esa es mi razón de vivir. Y por la cual estoy dispuesto a morir. Port eso hare todo para impedir la firma de una Tratado de Paz con Escocia. Entonces, ¿Está de mi lado? — Hubo una pausa significativa — ¿O contra mí? — Concluyo. El interlocutor tomo un trago de cerveza, considerando la pregunta. — ¿Realmente cree que el escocés va a ceder a nuestras exigencias a cambio de la vida de los hermanos? — Lo creo. Y en cuanto firme le documento que preparamos, estará dando su palabra y asumiendo un compromiso en nombre de todos los escoceses. Entonces tendremos paz, si, pero en términos que nos sean favorables y no a ellos. Y si no firma, tendremos guerra. Respirando hondo, el otro extendió la mano. — Estoy con usted. — El plan tendrá que ser puesto en práctica por la mañana, temprano antes de que tengan inicio las conversaciones. ¿Puedo contar con usted para encargarse de eso? — Si. Levantaron los jarros en un brindis. — Por Inglaterra. Poco después, rápida y furtivamente, los dos conspiradores salían de la torre, dirigiéndose a sus propios cuartos.

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De pié en el balcón de su cuarto, Dillon miraba los campos que el sol naciente iba iluminando de a poco. No eran, sin embargo, las verdes colinas inglesas, o lo gordos rebaños de ovejas que le llamaban la atención y si el horizonte lejano, donde se ubicaba la frontera con su adorada Escocia. No era solo añoranza del hogar lo que lo perturbaba esa mañana. Había pasado despierto casi toda la noche, removiéndose en el lecho. En parte, el sabia que eso se debía al encuentro con la joven inglesa en el jardín. De nuevo el recuerdo lo llevo a maldecir al destino que los unió. Aun despreciando todo lo que fuera ingles, no podía negar la atracción que sentí por la bella lady. Los besos en el jardín no se olvidarían demasiado rápido. Ni la pasión que le mas simple toque provocaba. Sin embargo siendo un hombre que aprendió a ejercer un férreo control sobre sus propias emociones, Dillon juro a si mismo que lo que ocurrió el día anterior ni se repetiría mas. Otro fuerte motivo de su perturbación era el inicio del Consejo de paz dentro de pocas horas. El instinto lo alertaba, desde que había llegado al castillo, sobre la presencia de un peligro latente, aun no lo había identificado. Y a lo largo de la vida, Dillon también aprendió a confiar en sus instintos. ¿Cuánto de ese peligro seria real y cuanto imaginario? El tiempo lo diría. Pero en cuanto a eso, tendría que dedicar todo sus esfuerzos para completar la misión que le habían confiado. Y sin olvidar que, por encima de todo, era un guerrero de las Tierras Altas, que amaba la libertad conquistada por su pueblo en los campos de batalla. Libertad por la cual, antes de él, muchos habían dado la vida. No permitiría que sus muertes fueran en vano. Suspirando, Dillon verificó que era hora de despertar a sus hermanos. El día se anunciaba muy largo.

En el gran comedor, Leonora, de pie desde muy temprano, dirigía los trabajos de los criados. La reunión del Consejo de Paz, iniciaría en cuanto los hombres terminaran de desayunar y ella estaba determinada a hacer del desayuno una ocasión inmemorable. Su madre siempre decía que los hombres bien alimentados tenían mejor disposición en las negociaciones. Durante la madrugada los cocineros se habían atareado en la preparación de asada de cerdo, carnero paloma y peces, estos últimos pescados por los aldeanos en un rio cercano al castillo. Un delicioso olor a pan asado llenaba el ambiente. Así como la víspera, Leonora se había esmerado en los cuidados con su propia apariencia. No, como se intento convencer, para impresionar a Dillon Campbell, sino por el bien de Inglaterra. Contra las objeciones de Moira, insistió en usar un vestido lujoso en tonos de rosa y lila, que acentuaban el color de sus ojos. Una gran amatista, asegurada en un pasador de oro, reposaba expuesta en el valle entre sus seños, expuestos por el amplio escote. Los cabellos largos estaban como siempre, cubiertos por una red de malla también de oro, a la altura de los hombros.

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En ese instante, la vieja aya entro apresurada en el salón llevando un chal de un bordado precioso, que coloco sobre los hombros de Leonora. — Puede re4sfriarse sin esto, criatura. — ¿Qué haría sin ti, querida Moira? — Realmente. He cuidado de ti desde que naciste Leonora sonrió, mirando al aya con cariño. — Nunca pensé que, con el miedo que le tienes a los escoceses, tomaras coraje para salir del cuarto La vieja criada se persigno. — ¡Esos paganos! Pero es muy temprano para que ese tipo de gente muestre la cara. Antes que me vean voy a estar a salvo en mi cuarto. Con eso. Moira giro los talones, lista a irse. Entonces un gritito de susto se le escapo de la garganta y quedo petrificad en el lugar. Girándose para ver que había ocurrido, Leonora sintió un flujo de sangre subirle a las mejillas. Los tres garbosos escoceses en sus trajes de gala, estaban parados en la entrada del salón. Inmediatamente, ella maldijo su reacción. ¿Por qué la visión de Dillon Campbell le aceleraba el corazón? Después de todo, el no era más que un salvaje, bello sí, pero un bruto. En ese momento el bruto, avanzo en su dirección seguido por los hermanos. — Buen día, milady. — El se llevo la mano de Leonora a los labios, e intentó ignorar la corriente de deseo que lo invadió, ante el simple toque. Igualmente excitada, Leonora no conseguía desviar la mirada de esa boca masculina que tanto la había besado la noche anterior. Aun podía sentir en los labios el gusto embriagador de los besos de Dillon. Para disfrazar la perturbación se lanzo a hablar nerviosa: — Esta es mi ama de crianza, Moira, que está en nuestra casa desde mucho antes de mi nacimiento. — Madame. — Dillon saludo a la anciana mujer con un gesto de la cabeza y observo divertido que ella se persignaba varias veces, yendo luego a colocarse al lado de Leonora, como una gallina protegiendo la cría. En seguida, volvió enfocar su atención en la bella dama, reparando que el color del vestido que usaba acentuaba la tonalidad violeta de los ojos esplendidos. — Espero que haya dormido bien, milady, — dijo con un dejo de malicia — después de su paseo por los jardines. — Muy bien, señor. — Por nada del mundo Leonora lo dejaría saber que paso la noche entera andando de un lado al otro o revolviéndose en su lecho.

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— Imagino que no habrá encontrado más serpientes, milady — El brillo malicioso de los bellos ojos oscuros se acentuó. — Ninguna, — respondió ella, con altivez. Después, captando la expresión desconfiada de Moira maldijo en silencio al maldito Dillon Campbell. El ama de cría la oyó andar toda la noche y por la mañana la había interrogado por el motivo que la perturbaba el sueño. Ahora que Moira se había enterado del encuentro con el escocés en el jardín, las preguntas seria infinitas. Pero Leonora nunca sería capaz de contar a nadie respecto a los besos. Era algo muy íntimo. Y muy perturbador. En ese momento, lord Waltham y los otros nobles entraron en el salón. Mientras saludaba a los huéspedes escoceses, las criadas comenzaron a servir bebidas. Aceptando una copa el duque de Essex dirigía la palabra a Dillon — Cuéntenos sobre su primera noche bajo un techo inglés escocés. ¿Fue capaz de dormir o el pensamiento de estar rodeado de tantos soldados ingleses le quito el sueño? Apretando los dientes frente a una provocación más, Dillon se esforzó por controlar la rabia. — Creo que tales soldados están aquí para mi protección, ya que estoy en una misión de paz. Por lo tanto la presencia de ellos no me perturbo el sueño. — Me alegro de saberlo. — Intervino lord Waltham, para aliviar la tensión que ya se formaba en el ambiente. Después girándose a la hija agrego: — la visión de tu belleza le hace bien a mi corazón, mi querida. — Con eso esperaba apartar la incomodidad provocada por el duque. Leonora, sintiendo la mirada ardiente de Dillon en su persona, endureció de nuevo. — ¿Podemos iniciar el desayuno, padre? — Claro. Creo que todos estamos con hambre. Con el reborde del ojo, Dillon vio a la criada de nombre Velda aproximarse a Sutton y cuchichearle algo. Sonriendo, el joven se apartó algunos pasos con ella y continuaron hablando bajo. Eso distrajo la atención de Dillon, impidiéndole una rápida reacción frente a la invitación hecha por lord James Blakely: — ¿Qué tal que sus jóvenes hermanos se sienten en la mesa en compañía de mi hijo, Alger? Antes que Dillon pudiese encontrar una forma no ofensiva de rehusarse, lord Waltham intervino, entusiasmado: — ¡Buena idea! Es bueno que ellos prueben hacer amistad. Gracias, James. — Después, girándose para Dillon: — El señor se quedara a mi lado y de mi hija, mientras Shaw e Sutton desayunan en compañía de Alger Blakely y su padre. Con un corto gesto de cabeza, Dillon concordó, enojado por haberse dejado manipular con tanta facilidad. Rehusarse en ese momento, sería una descortesía y no

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podía insultar al anfitrión. Mientras era llevado a la mesa principal, junto a Leonora y su padre, Shaw y Sutton fueron a sentarse en otra mesa con James y Alger Blakely. Aunque intentase mantener a los hermanos en su línea de visión, Dillos se dio cuenta que era imposible. Los soldados estaban entrando y ocupando sus lugares en las mesas. Docenas de siervos comenzaron a circular por el salón sirviendo la comida en ¿bandejas humeantes. El escenario era de gran agitación y Dillon no conseguía observar a los gemelos. — Hábleme sobre su clan, Dillon. ¿Como líder, usted es una especie de rey? — No, no soy rey. — Respondió Dillon honestamente. Tomando un trago de su cerveza, se puso a pensar la mejor manera de describir, de manera comprensible, una vida tan diferente a la de lord Waltham. — En las Tierras Altas —, prosiguió, — un líder de clan debe ser no solo el guerrero más valiente, sino también un padre para su pueblo. Gobernando siempre para el beneficio de todos. Tiene que dividir la tierra de modo de proveer igualmente la subsistencia de cada uno, inclusive los enfermos y los ancianos. — ¿Y no es eso lo hace nuestro rey? — preguntó Lord Waltham, con gentileza. — Por lo que oí decir, su rey recompensa a los amigos con vasta propiedades, mientras despoja a los enemigos de todo lo que poseen. — El tono de voz de Dillon se hizo más bajo — Y lo que es peor, cuando muere, su heredero asume el trono, sin ser necesario probar ser valiente en el campo de batalla, u honrado en su trato con los demás. ¿Por qué el pueblo tiene que aceptar un hombre como ese de rey? — El es rey por derecho hereditario, en vista de su linaje, — explicó Leonora, con toda la paciencia, como si hablase con una criatura. — Si, pero el linaje solo no garantiza que un hombre sea digno de la corona real. Muchas veces no pasa de ser un tirano, y el pueblo tiene que sufrir bajo su dominio hasta que muera y algún otro, tal vez aun peor, ocupe su lugar. Leonora estaba escandalizada. — ¡Lo que está diciendo es traición! Una leve sonrisa surgió en el bello rostro de Dillon. — Para los ingleses, milady. Como Edward no es mi soberano, no preciso temer su ira. No le debo lealtad. — ¿Si el hijo de un líder no puede heredar — intervino lord Waltham, — quien asume su lugar? — En mi tierra cuando el líder muere, otro es escogido por el clan. La elección debe ser sabia, porque entiempo de paz, el líder tiene la palabra final en cualquier disputa y en tiempo de guerra, conduce los clanes a la batallas. A cambio los miembros del clan le dan su completa lealtad. — De la manera que habla, sus líderes parecen más dioses. —. Leonora no pudo evitar un dejo de sarcasmo.

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— Al contrario, milady. Somos simples mortales, con los defectos y debilidades humanas. Peor nuestra lealtad al líder es incuestionable. Estoy aquí no por deseo mío, y si por cumplir una solicitud de Robert Bruce. Aunque él no sea rey, es el líder por elección de todos los escoceses y un excelente amigo. Por lo tanto, hare todo para obtener un Tratado de Paz, mientras los términos sean justos para mi pueblo. — ¿Y si no lo hicieran? — Quiso saber Leonora. — En ese caso, yo... Sus palabras fueron interrumpidas por el súbito ruido de una escaramuza algunas mesas amas adelante. Voces alteradas, ruido de lucha se oyeron en el súbito silencio que cayó sobre el salón. Mirando en esa dirección, Dillon vio a los dos hermanos de pie, rodeados por caballeros ingleses. Sutton y Shaw se debatían, sus brazos aferrados a sus espaldas. Algunos soldados avanzaban hacia el grupo. Dillon maldijo su propio descuido. Desde que llego sus instintos le venían alertando sobre el peligro, pero se permitió ignorar los avisos. Y ahora habían caído en una trampa. Lleno de furia aparto el banco y antes que pudiera detenerlo había saltado por sobre la mesa y corría en auxilio de los hermanos. Bandejas de comida y jarras cayeron al suelo, pero él no se detuvo. En un segundo la daga escocesa que llevaba escondida en la cintura se encontraba en su mano. De la mesa principal, lord Waltham gritó, enfurecido: — ¡Suelten inmediatamente a los jóvenes! ¡Esto es un ultraje! ¡Ellos son mis huéspedes! — ¡No! — berreo el duque de Essex en respuesta. En seguida, viendo que Dillon ya estaba casi sobre él, apoyó la punta del puñal en el cuello de Shaw. A su lado, lord James Blakely y su hijo casi no podían sostener al enfurecido Sutton, que pateaba y se debatía demostrando ser una presa difícil de ser atrapada. — Esos jóvenes, — prosiguió el duque, manteniendo ña daga firmemente segura, — sacaron las armas que traían escondidas bajo las ropas y nos atacaron sin motivo. — ¡Mentira! — Gritou Shaw, pareciendo indiferente al riesgo que corría. — ¡Solo tomamos las armas después que fuimos atacados! — ¿Quien los atacó? — preguntó Lord Waltham, el semblante endurecido. — Fue... — las palabras de Sutton fueron cortadas por el apretón del brazo con que James Blakely le rodeaba, por atrás, el cuello. Con los ojos oscuros chispeando de odio, Dillon embistió contra los caballeros ingleses, pero decenas de soldados ya iban en auxilio de ellos. la visión de la mortífera daga en la manos del gigante escocés hizo que los primeros al llegar se detuvieran a una distancia cautelosa. Esperaban atrapar un banco fácil. Un apresa desarmada. Y todos conocían sin embargo la fama de los habitantes de las Tierras Altas en el manejo de esa arma. Saltando para arribe de una mesa vecina, Dillon gritó para lord Waltham:

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— Mi hermano Shaw está comprometido con la Iglesia. Jamás afirmaría una falsedad. Si dice que fueron atacados primero, creo en el. — También soy un hombre de la Igresia. — Se levanto el obispo de York tan de prisa que el banco en que estaba sentado cayo para atrás. —Y vi altos dos jóvenes sacar las armas. — Yo también, — dijo calmamente lord John Forest. — Y en mi condición de consejero del rey, exijo que sean llevados a las mazmorras a fin de asegurar nuestra seguridad. — Esto es una trampa. Suelten a mis hermanos — Dillon avanzó, amenazante. Todos frente a él abrieron camino, ansiosos para escapar de su furia. —Hagan lo que él dice — ordeno lord Waltham. Inmediatamente siguió la contraorden del duque: — Blakely. —Gritó, — Le ordeno que llame a sus soldados. Ya. Alger Blakely y su padre, miraron de un noble al otro, indecisos. — ¿En nombre de quien, milord? — Preguntó el más viejo. — ¡En nombre del rey! — La voz de Essex transmitía autoridad y convicción. — Perdóneme, lord Waltham, — respondió entonces James Blakely al anfitrión — pero todos los ingleses leales tienen que colocarse a las órdenes del rey por encima de cualquier otra. En ese instante, padre e hijo hicieron señas a sus soldados que avanzaron con las espadas en ristre. A pesar de armado solo con una daga, Dillon saltó sobre ellos. Los soldados sentían miedo del feroz escocés, pero el hecho de ser mas en número los volvió más osados. Aun luchando poseído por el demonio de la furia, la daga de Dillon no constituyó contrincante para tantas espadas. Los gemelos ahora aferrados por varios hombres, fueron obligados a observar la lucha sin poder hacer nada. Agarrada al brazo de su padre, la respiración cortada, Leonora asistió en una mezcla de admiración y horror al intrépido escocés, lanzarse solo contra más de una docena de soldados fuertemente armados. A pesar de su lealtad a Inglaterra, no consiguió evitar el sentimiento de profunda admiración ante tal valentía. Por fin, con la camisa en harapos y la sangre corriendo de varias pequeñas heridas en los brazos y el tórax, Dillon se vio acorralado contra una pared por decenas de espadas y fue desarmado. Los soldados, humillados y enfurecidos frente su superior destreza en combate de un solo hombre contra tantos, aprovecharon la oportunidad para infringirle nuevos sufrimientos apoyándole las puntas de las espadas. Las ropas de Dillon enseguida quedaron empapadas de sangre. Cubriéndose la boca con la mano para ahogar un grito, Leonora giro la cabeza al otro lado, shockeada y asqueada. Dillon había luchado con nobleza y coraje. Con seguridad

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que merecía un tratamiento digno de parte de los soldados de su padre, ahora que había sido vencido. Lord Waltham, igualmente alterado ante la demostración de violencia, levanto las manos a medida que los guerreros ingleses formaban un círculo alrededor de los prisioneros. Mientras el duque de Essex y los dos Blakely mantenían las dagas apoyadas en la garganta de los jóvenes escoceses. — Ain con la tregua rota — gritó lord Waltham, — vamos a resolver esta divergencia y continuar como habíamos planeado. — ¡No! — la voz del duque sonó aun mas alta, ahogando las palabras de moderación del anfitrión — Antes de hablar de paz, estos salvajes deben ser conducidos a las mazmorras y desnudarlos para que no quede duda que no tienen más armas escondidas. — Es una trampa, Dillon, — dijo Sutton. — Una vez que nos hayan separado. Nunca más seremos libres. — Lo sé. — Viendo que la atención de los soldados estaba concentrada en el duque y en lord Waltham, Dillon decidió aprovechar su última chance de escapar, por más tenue que fuese está. — ¡Pero no lo van a conseguir! Entonces reuniendo lo que le restaba de fuerza, golpeó con el codo el pecho de Alger Blakely. El golpe fue tan violento que le joven soldado, completamente sin aire, cayó de rodillas en agonía. En medio de la confusión que siguió, Dillon salto sobre las mesas y volvió a la plataforma. En un pestañear saco otra daga, oculta en una de las botas y pasando el brazo pro el cuello de Leonora, apoyo la lamina en la garganta de la joven. Conteniendo la respiración, la multitud quedo mirando en un silencio petrificado. El hecho de que el escocés se atreviera a tacar a una joven inglesa de alto linaje era tan ultrajante e inesperado que todos fueron incapaces de reaccionar. La sangre en las manos de Dillon ya marcaba la carne blanca de su rehén, cuando lord Waltham finalmente recobró el habla. — ¡Suelte a mi hija! — Ordenó. — Solo si mis hermanos también son liberados — respondido Dillon en voz peligrosamente suave. Desesperado, lord Waltham se giro a los soldados: — Liberen a los escoceses inmediatamente! Os soldados se apresuraban a obedecer, bajando las espadas y retrocedieron, pero los nobles que sostenían a los gemelos se negaron a seguir el ejemplo. — Essex, — pidió el anfitrión, — ¿Usted no me oyó? Libere ya a esos hombres para que mi hija no sufra más indignidades. — El escocés puede ser loco, pero hasta un loco sabe que no hay como huir de este castillo. Antes de eso tendría que enfrentar centenas de soldados ingleses. Y como si eso no bastara, estaría obligado a viajar centenas de kilómetros a través de territorio ingles. — Essex lanzo una risita de desprecio. — ¿No lo está viendo, Waltham? Si soltamos los

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hermanos de él, Campbell estará libre para ejercer su venganza sobre lady Leonora. Usted vio como son de traicioneros. Fingieron entregar todas las armas, pero se guardaron las dagas. ¿Cuántas armas más tendrán escondidas? Lord Waltham se giro entonces a Dillon, que continuaba inmóvil, con la daga a pocos milímetros de la garganta de Leonora: — Por todo lo que es más sagrado, le suplico que libere a mi hija y olvidaremos lo que paso. Sus hermanos serán liberados, se lo prometo. — creo en su palabra, milord. — la voz de Dillon sonó con una frialdad mortal. — pero quiero oír lo mismo de la boca de los demás. Lorde Waltham se giro al duque: — Por favor, Essex, le pido. Acabe con esta locura. — Liberare a los amados hermanos de Campbell, — aseguró el otro, — cuando el firme el tratado de Paz que ya está preparado. — Arrojo un pergamino en dirección al obispo que rápidamente lo extendió al anfitrión. Lord Waltham leyó el pergamino con atención., En cuanto termino, levanto la mirada y pregunto entono severo: — ¿Quién es responsable por esto? — Fue redactado a pedido del rey — fue la respuesta de Essex. — Imposible. Edward no habría traído a los escoceses hasta aquí con tales falsedades. — El rostro de lord Alec tenía una expresión ultrajada. — Esto es un ardíd. — No es un ardid. Ahora escocés, coloque su firma en el pergamino o… — Essex apretó el brazo que rodeaba el cuello de Shaw, al mismo tiempo que le presionaba la punta de la daga contra la garganta. Un hilo de sangre se escurrió, manchando el frente de la túnica del joven. La furia de Dillon llego a un punto sin retorno. Con los ojos oscuros ardiendo de odio, la voz fría y cortante como la daga apuntada a Leonora, habló: — Ingleses malditos, ustedes acaban de sellar el destino de esta mujer. Antes que alguien consiguiese esbozar un gesto, tiro a su rehén por sobre el hombro como si fuese un saco de cereales y voló escaleras arriba en dirección a la puerta que conducía al gran hall. Allí se giro para encarar a los nobles y soldados estupefactos. — Lo que sea que le hagan a mis hermanos le será hecho a esta mujer — disparó. — Y a no ser que ellos regresen a mi ilesos, nunca más la verán. Sin que lord Alec y los demás se atreviesen a detênerlos, Dillon y su prisionera desaparecieron rápidamente por el pasaje en arco.

Capítulo 5 37

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Con la garganta contraída por el pánico, Leonora no conseguía creer que aquello pudiese estar ocurriendo. Debía ser una terrible, y aterrorizante pesadilla. Las palabras de la vieja Moira sobre los habitantes de las Tierras Altas le volvieron a la mente: “Paganos. Salvajes. Beben la sangre de los niños ingleses y uno solo de ellos es capaz de derrotar un ejército ingles”. La ultima visión de su padre, al ser llevada fuera del salón, mostraba una expresión de shock y miedo. Y ella nunca había visto a lord Alec demonstrar miedo. Siempre fue fuerte, orgullosos, un hombre de coraje y honor. Desde muy pequeña, Leonora se sintió protegida por él. Como el mismo Dillon afirmara, había creído que su seguridad era algo garantizado. Nadie se atrevería a hacer daño a la hija del amigo privado del rey. Nadia hasta que apareció ese salvaje. Una vez en el patio, Dillon la dejo caer en el suelo de tierra sin la menor ceremonia y girándose sobre sí mismo, se preparo para avanzar hacia un caballerizo que se aproximaba llevando un bello caballo de las riendas. Viendo la daga en la mano del gigante escocés, el joven empalideció y largando el animal retrocedió unos pasos. — No quiero hacerle daño, joven —, dijo Dillon, apoderándose de las riendas — pero si no tratas de huir bien deprisa, me veré obligado a matarlo. — ¿Pero y lady Leonora? — Eso no es problema suyo. Si ama la vida — agrego Dillon, blandiendo la daga, — salga de aquí mientras tiene tiempo. Captando la furia apenas controlada en las atractivas facciones del enemigo, el joven caballerizo no dudo más y trato de obedecer. Sin siquiera mirar atrás, se batió en retirada. Con dificultad, Leonora fue tratando de ponerse en pie, decidida a imitar el ejemplo del criado. Pero antes que consiguiese dar el primer paso, Dillon ya había saltado a la silla e inclinándose, la agarro sin ningún esfuerzo colocándola sobre el caballo, frente a él. En vano ella se debatió, pateo y mordió su mano. No era contrincante para la fuerza de su captor. Por fin, con los ojos llenos de lágrimas de frustración, se vio obligada a sujetarse a la prisión de sus brazos atléticos. — Por favor, se lo suplico — ella luchaba para no dejar transparentar su desesperación —, aun está a tiempo de liberarme y poner fin a esta locura. Si hace eso, estoy segura de que mi padre lo perdonara. Y encontrará un medio de reiniciar las conversaciones de paz. — ¿Perdonarme? — la voz de Dillon revelaba todo su desprecio. — Su padre es el que debería estarme implorando perdón. Fue él el que nos trajo a una trampa con sus mentiras. ¡Conversaciones de Paz, ja! — Mi padre no mintió. El nunca miente. Realmente creía en la posibilidad de la paz. — Yo también lo creía. Y mire lo que me ocurrió. Yo que habría dado la vida por mis hermanos, no pude hacer nada parara liberarlos — ¿Nada? — Ironizó Leonora, pensando en los innumerables soldados que en ese momento debían estar contando las heridas infringidas por Dillon.

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Los bellos ojos oscuros brillaban de rabia. — Si. Fui obligado a huir con una insignificante rehén como única garantía de la integridad física de mis hermanos y Dios permita que eso sea bastante — ¿Insignificante? Pues entérese que... — Cierre la boca mujer, No quiero oír una palabra más. — Con esas palabras finales, Dillon golpeo los tobillos en los costados de la montura que se disparo en dirección al puente levadizo. — No puedo creer que este pretendiendo escapar de un castillo tan bien cuidado como el de mi padre — Leonora no conseguía permanecer callada, como le habían ordenado. — Aun no fue construido en Inglaterra, el castillo capaz de detener a un escocés contra su voluntad. En ese momento, por encima del latir desacompasado de su corazón y de los cascos del caballo en galope desenfrenado, Leonora pensó oír los gritos y las pisadas de los soldados. Girando la cabeza esperanzada, los vio irrumpir en el patio y correr en persecución del fugitivo. — Ve, ¿No se lo dije? Está rodeado. ¿Por qué no se apresura en soltarme y entregarse? Es su única oportunidad de conservar la vida. Sin tomarse el trabajo de responder, Dillon incitó aun más el caballo. Antes de alcanzar el puente sin embargo, el grito de alerta ya había sido oído por los centinelas — ¡Detengan ese hombre! ¡No lo dejen huir! Los guardias se apresuraron en tirar de las gruesas cadenas que sostenían el puente levadizo al mismo tiempo que soltaban las amarras de sostenían el portón de rejas. Otros guerreros, de vigiad en las torres y murallas se arrodillaron apuntando arcos y flechas, preparado para tirar. Viendo que el puente comenzaba a ser levantando y el portón a descender, Leonora soltó un suspiro de alivio, la única ruta de fuga estaba cerrándose. La pesadilla en breve llegaría al fin y regresaría a la protección de su padre, Pero su alivio duro poco, y fue sustituido por el pánico, en cuanto se dio cuenta que el escocés no tenía la menor intención de parar. En vez de refrenar el animal, se puso a golpearle los flancos, instigándolo a continuar a una velocidad frentica. Indiferente al peligro, Dillon la envolvió entre sus brazos y curvo los cuerpos de ambos hasta por debajo de la cabeza del caballo. En esa posición consiguieron pasar por una fracción de milímetros bajo el portón. Ni un instante el intrépido escocés dejaba se azuzar el animal hasta que llegaron a la punta del puente, y con un salto espectacular se precipitaron al espacio. Durante algunos segundos el corazón de Leonora olvido latir. Cerrando los ojos, ella se aferro a Dillon, y se quedo esperando el impacto del agua del foso y la muerte. De repente los cascos del caballo tocaron tierra firme, con la fuerza de una explosión. Por un momento las piernas se le doblaron y el animal falseo el paso. Deprisa recupero el

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equilibrio y bajo la experimentada conducción de Dillon continuó corriendo, como si no hubiera habido ningún obstáculo. Finalmente, Leonora junto suficiente coraje para abrir los ojos y mirar para atrás. Entonces vio que el puente levadizo se había cerrado en su totalidad. Serian necesarios preciosos minutos para volverlo abajar, impidiendo la inmediata persecución. La última visión del castillo, le lleno los ojos de lagrimas y la garganta se le cerro de aflicción. ¿Cómo fue que le ocurrió semejante desgracia? Era rehén de ese salvaje escocés y se encontraba a su merced. Pero no por mucho tiempo, decidió. No se entregaría a la desesperación. Era una dama inglesa, hija de un noble poderoso, con un ejército a su disposición. Su captor, en cambio se encontraba solo en un país hostil. Pronto los guerreros de su padre irían a rescatarla y llegaría el momento de que Dillon Campbell experimentara la humillación del cautiverio. Mientras avanzaban kilometro a kilometro, Leonora luchaba para mantenerse rígida sobre el caballo. Ni por un instante dejaba de tener consciencia de los brazos fuertes que la envolvían ni de las manos vigorosas que sostenían las riendas y se apoyaban en su estomago. La incomodidad era inmensa, agravada por el hecho de ser la primera vez que cabalgaba a la forma masculina, con las faldas levantadas por encima de las rosillas, exponiendo sus piernas de una manes indecente. Y aun peor, podía sentir las piernas musculosas de Dillon presionadas contra su piel desnuda. La experiencia era tan ofensiva a su pudor que no lograba apartar el malestar y la tensión. Si permitiese al cuerpo relajarse, su espalda acabaría apoyada en el pecho Dillon, apenas cubierto por la camisa rasgada. Y esa última indignidad no sería capaz de soportar. Perdida en su sufrimiento, Leonora tardo en darse cuenta que le caballo había adoptado un paso firme y regular. Confundida miro alrededor, tratando ubicarse. Se encontraban en una región que le era totalmente desconocida, un denso bosque. Durante varias horas lo atravesaron sin ver un solo ser humano. Algunas veces bandas de perdices y faisanes huían volando, asustados por la intrusión en sus dominios. El aire se llenaba con el ruido de alas y la espectacular visión de las graciosas aves. Ocasionalmente veían grupos de siervos, que se ocultaban deprisa entre los árboles., la vegetación era tan espesa, las copas de los arboles tan frondosos que la luz del día no conseguía atravesarlas. Para Leonora, se asemejaba a un laberinto. Dillon, sin embargo, ni una vez se preocupo en disminuir en ritmo torturante, Ni siquiera demostraba dudar en cuanto al rumbo que seguía. Nada lo detenía, ni riachos caudalosos, de aguas turbulentas, que a veces cortaban el bosque, ni subidas o bajadas cubiertas de neblina. Al fin de la tarde, finalmente, Dillon permitió una parada para descansar, en un claro en medio del monte cerrado. A pesar de las muchas horas pasadas sobre la silla y las heridas, el se deslizo con agilidad felina. Leonora sin embargo, al ser puesta en el suelo por Dillon, se dio cuenta que sus piernas temblaban tanto que no eran capaces de sostenerla. Entonces se dejo caer en la hierba húmeda y miro al escocés, que arrodillado al costado de un riacho que cortaba el claro, bebía con avidez el agua fría y cristalina.

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Captando su mirada, el giro la cabeza en dirección a ella. — Es mejor que beba también — sugirió en tono ríspido. Eran las primeras palabras que pronunciaba desde la espectacular fuga del castillo. Leonora lo encaro con altivez. — No me voy a arrodillar en el barro y beber agua como un animal. — Como quiera, milady. — Por algún tempo, Dillon se ocupo en lavarse el rostro y los brazos aun sucios de sangre coagulada. En contacto con el agua la sangre volvió acorrer de las heridas más profundas, pero el aprecia indiferente al dolor. — Solo quiero avisarle que no voy a volver a parar hasta que estemos en suelo escocés. — ¿Ni siquiera en caso de… alguna necesidad? Los bordes de la boca masculina se curvaron divertidos frente a la barbilla levantada en desafío de la joven inglesa. Pero ni siquiera las necesidades fisiológicas de esa muchacha arrogante lo detendrían. — Si está sintiendo necesidad de aliviarse, milady. Es mejor que trate de hacerlo ahora. Porque no tendrá otra oportunidad muy pronto. La franca rudeza de Dillon ofendió el sentido de dignidad y buenas maneras de Leonora. — Sabe, Essex tenía razón. El señor no es más que un cerdo…. — dijo, irritada. De un salto, Dillon se aproximó y, agarrándola con fuerza, la obligo a ponerse de pie. — ¡O atiende sus necesidades ahora, milady, o tendrá que aguantar hasta que lleguemos a Escocia! Ella le lanzo una mirada del más puro odio. — En ese caso, va a tener que permitirme cierta privacidad. Por un instante él se la quedó mirando con dureza. Después encogiéndose de hombros, se apartó y fue a quedarse a cierta distancia, dejando algunos arbustos como biombos entre ambos.

Después de aliviarse atrás de una mata, Leonora fue a arrodillarse a la vera del riacho. Con las manos en forma de copa, bebió se dienta el agua fresca y pura. Con un suspiro de deleite, la sintió descender por la garganta reseca. Nunca había bebido algo que la satisficiera tanto ni jamás lo admitir delante del odioso escocés. Por sobre el hombro, disimuladamente, se quedo observando el bello perfil de Dillon, que controlaba los arreos del caballo. Consciente de que aquella podía ser su única oportunidad de fuga, ella se levantó de un salto, precipitándose una loca carrera dentro del bosque.

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Las ramas de los arbustos se enganchaban a sus cabellos y ropas, dificultándole el avance. Los espinos le arañaban la piel delicada que enseguida comenzó a sangrar. Ella no tenía conciencia de nada, aparte de la necesidad de escapar. Atrás de si podía escuchar el golpear de los cascos del caballo indicando que Dillon iban en su persecución. De repente, diviso frente a ella una mata cerrada y sin dudar se tiro dentro de ella, segura de que aquel seria un bien escondite. Para su sorpresa, sin embargo la mata salvadora ocultaba un barranco sin pasto. Incapaz de detenerse, Leonora fue rodando entre ramas quebradizas cuesta abajo, hasta que son un grito de terror se vio arrojada al vacio. Poco después, con un ruido sordo, aterrizaban sobre una espesa cama de musgo que amortiguó su caída. Aturdida se dio cuenta que había ido a un nivel más bajo del bosque, y al intentar levantarse se vio rodeada por un grupo de soldados ingleses. — ¡Miren, es una mujer! — Grito uno de ellos. — ¡Caída del cielo! Un presente de los dioses — agrego otro, inclinándose y comenzando a levantar las fadas de Leonora. Con un golpe ella aparto las manos atrevidas y trato ponerse rápidamente de pie, exclamando encantas: — Soldados ingleses. — Claro que somos soldados ingleses, muchacha. ¿Qué quería que fuéramos? — ¡Gracias a Dios, estoy salvada! — Ella recorrió la mirada por el grupo e hombres — ¿Quien de ustedes es el líder? Un sujeto rechoncho de cabellos grisáceos, usando una túnica sucia y desabotonada que le acentuaba la protuberante barriga, se abrió camino y fue a ponerse frente a ella. Con una mirada de apreciación la examino de pies a cabezas. — Estos hombres están bajo mi mando — Mientras hablaba se acerco bien cerca de ella. De repente, dirigiendo una de las manos entre los sedosos cabellos de Leonora, los tiro con violencia. Los ojos color violeta se llenaron de lágrimas de dolor. En ese momento, siguió con una risa lasciva — voy a dar órdenes para que olviden las tara de cobrar impuestos a los campesinos, que era lo que íbamos a hacer. Por el momento tenemos algo mucho as agradable en que ocuparnos. El toque se ese hombre, enojo a Leonora, estremeciéndola. Mientras los compañeros caían en risas, el líder la empujo cerca de él y comenzó a mover las manos sucias por su cuerpo. Luchando y debatiéndose Leonora consiguió liberarse y agitada hablo: — ¡Ustedes me tienen que escuchar! Soy Leonora Waltham, hija de lord Alec Waltham. Fui secuestrada por um escocés salvaje, que está llevándome a la fuerza para Escocia. ¡Ustedes me tienes que ayudar! — Oh, pero nosotros vamos a ayudarla, milady — El líder hizo una reverencia burlona antes de extender las manos y agarrarla por el frente del vestido. De un rápido tirón el corpiño fue rasgado al medio revelando la diáfana camisola intima que apenas le cubría los senos.

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Shockeada, Leonora agarro la tela rasgada del corpiño, forzándose a mantener la dignidad intacta. — Ustedes no me entendieron... — imploró, desesperada. — Mi padre es un lord muy rico. Va a recompensarlos generosamente si me devuelven salva — Tal vez la distracción que tengo planeada valga más que el oro — replicó el líder, en medio de la carcajada general. — Exacto, — se entrometió un viejo enclenque y desdentado — Y en cuanto hayamos acabado de divertirnos con ella aun la podemos devolver al padre a cambio de oro. Ultrajada, Leonora replicó: — El no va pagar nada, si ustedes osaran lastimarme La carcajada del líder resonó estruendosa. — ¿Quien nos va a impedir de tener placer con la señora y luego matarla, milady? Hasta podemos llevarle el cuerpo a su padre y recibir la recompensa, diciendo que quien la mato fue el escocés que dice que la rapto. Los otros soldados se aproximaron, los ojos brillando de lujuria. Mirando de unos a otros y viendo que ninguno iría a protegerla, Leonora entró en pánico. Pero el orgullo no le permita dejar de luchar. — Ustedes alegan ser ingleses — dijo con altivez. — Pues sepan que eso me deja avergonzada y enojada. ¡En realidad no son más que animales! — Si, milady. — Mientras hablaba, el líder volvió a agarrarla, besándola brutalmente en la boca. Después sin dejar de agarrarla con fuerza agrego: — Somos realmente animales y por el momento estamos sintiéndonos como perros frente a una perra en celo. Los otros volvieron a caer en las carcajadas y el líder, apretándola aun con más fuerza, le cubrió la boca con la suya. El aliento fétido le revolvió el estomago Leonora, aumentando su desesperación. Había cambiado un infierno por otro. ¡Y este era definitivamente peor — Yo voy a ser el primero en disfrutar de la dama — anunció entonces el hombre, empujando la cabeza de Leonora con violencia para atrás y agarrando los cordones que cerraban su túnica el frente. — Y después todos ustedes tendrán su turno para rodar en la hierba con ella. — ¡Por favor! — Leonora se debatía en vano en los brazos del — ¡Se lo imploro! — ¿Están viendo? — Se vanaglorió el líder — la dama esta implorando por lo que tengo para ofrecerle Los demás aun reían cuando los ojos del líder se agrandaron. Inmediatamente, la mano que comenzaba a desatar los botones de la ropa intima de Leonora quedo flácida y el cayo sobre ella. En cuanto Leonora lo empujó un lado, el hombre se tumbo inerte en la hierba. El cabo de una daga sobresalía en su espalda y la sangre manchaba su túnica. Los compañeros tomados por sorpresa, se pusieron a correr de un lado al otro en busca de las armas. Con un grito terrorífico, Dillon saltó en medio de ellos, blandiendo

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una gruesa rama de árbol cono si no dejar de ser un bastón y derrumbando varios enemigos. Asustados con a la altura y la fuerza del atacante, los ingleses se desbandaron buscando los caballos. Los más lentos fueron dejados atrás, e iban siendo derrumbados por los golpes certeros de Dillon. Uno de los soldados, furioso por perder el placer que pretendía obtener de Leonora, avanzó en dirección de ella, decidido a llevarla consigo. Penando rápido ya actuando con rapidez aun mayor, Leonora se agacho y arranco la daga enterrada en la espalda del líder del grupo. Al hacerlo, la sangre chorreo manchando su mano. Aunque temblaba visiblemente, ella levanto el arma y se preparó para la lucha. Viendo el aire de determinación en el rostro de la muchacha, el soldado cambio de idea y dando media vuelta, fue a unirse a sus compañeros en fuga. Fue así como la encontró Dillon cuando el último ingles se batió en retirada. Con la sangre del líder mancando sus manos, el frente del vestido rasgado, los cabellos desarreglados, Leonora nada tenia de la altiva lady inglesa que el conociera en el castillo de lord Waltham. Por largos minutos ella quedo enfrentándolo, la daga en posición de ataque. — No me toque, avisó. — Ellos ya se fueron, milady. No precisa más tener miedo. Leonora continuó encarándolo con los ojos grandes. — Le dije que no se acercara — reforzó. — Si osa tocarme de nuevo, voy a clavar esta lámina en su corazón. Dillon ya había visto esa expresión de shock anteriormente en los campos de batalla. Hombres fuera de sí ante tanta violencia, tenían que ser arrancados de su tormento interior a la fuerza. En un súbito y repentino movimiento el golpeo el brazo de Leonora, haciendo que la daga cayera de sus dedos insensibles. Los ojos violetas se agrandaron y después lentamente, como si despertase de una pesadilla, ella se los refregó Inclinándose, Dillon tomo la daga y la puso en su cinto. Después tomo la mano de Leonora. — ¿Ellos la lastimaron? — Aunque le tono de voz fue impersonal, al simple pregunta impresiono a la joven inglesa aunque ella no supiese la razón. — No. Pero querían violentarme. Si no fuese por usted… — ella levanto los ojos y lo miro. — No entiendo, son soldados ingleses. ¿Por qué iban a hacer eso con una dama de su propio país? Por un rápido instante recuerdos de muchos combates que presenció en la infancia fueron a poblar los recuerdos de Dillon, imágenes terribles de víctimas inocentes suportando las peores atrocidades.

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— La guerra transforma las personas, llevándolas a cometer actos que jamás haría en circunstancias normales. — Pero yo soy inglesa. Siempre creí que los soldados de mi país no... — la voz de ella falló y Leonora apretó los brazos alrededor de su cuerpo para impedir se temblar. Tenía frio, mucho frio. En un impulso, Dillon la atrajo hacia si. Ella no ofreció resistencia. En realidad, a pesar de despreciarse por eso, la orgullosa lady se sentía bien en los brazos de él. Solo por un momento, estaba necesitando el calor de otro cuerpo. Mirando el lindo rostro apoyado en su pecho, Dillon le apartó los cabellos de las mejillas. Su atención concentrada en su boca carnosa y de repente recordó los besos ardientes en el jardín del catillo. La necesidad de experimentar nuevamente la delicia de esos labios lo domino. Aun podía sentir el gusto de la boca aterciopelada en su lengua. Sin embargo era necesario contenerse. En un supremo esfuerzo de voluntad, Dillon se apartó. No podía olvidar lo que significaban uno para él otro: Captor y cautiva. Leonora había visto la expresión de deseo en los ojos de él. Por un momento, tuvo miedo de que Dillon la besase, como en el jardín, la noche anterior. Débil como se encontraba, no habría como luchar. El problema era saber si tendría voluntad de hacerlo. Lo más probable era que retribuyese el beso con igual pasión. ¿Eso sería suficiente para aparte el frio terrible que la envolvía? Cuando él se apartó fue como si un enorme vacio la engullese. “Idiota” pensó. Entonces, la sensación familiar de rabia volvió y con ella el calor en su sangre. Tomándole la mano, Dillon la condujo al lugar donde había dejado el caballo. Con estoica dignidad, Leonora suportó la humillación de ser colocada de nuevo sobre el animal, entre las pernas de su captor. Aun parcialmente en estado de shock, ella cayó en un silencio aturdido. El encuentro con los soldados ingleses había dejado a Leonora aun más consciente de los peligros de su situación. Aunque consiguiese escapar del escocés no podía confiar en sus compatriotas. Una mujer sola, lo sabia ahora, era presa fácil, sin importar su condición social. Su pensamiento volvía a cada rato hacia el hombre que la mantenía prisionera. Era fuerte, atlético, invencible. Enfrento un grupo furioso sin la menor señal de miedo y los hizo huir aterrorizados. Si quisiese, podría imitar los depravados soldados y obligarla a entregarse. En cambio, aunque odiase admitir lo, él la hacía sentir extrañamente a salvo en su compañía. Aun sin saber por qué. Entonces otro pensamiento se introdujo en su mente. No podía debilitarse en su resolución. Nuca estaría a salvo mientras fuera mantenida prisionera. No era contrincante e fuerza para Dillon Campbell, pero precisaba encontrar una manera de huir, mientras estuviese en territorio ingles. Si no regresara pronto junto a su padre el corazón de él se partiría.

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Cuando al final dejaron al protección del bosque, la noche cubría la tierra. Dillon llevó el caballo hasta una senda muy usada e iluminada por la luna. En cuanto avistaron una población, salieron se la senda y se pusieron a atravesar los campos, Cuando la aldea quedo atrás, regresaron a la senda. El cuerpo de Leonora protestaba contra las largas horas pasadas en una silla. Pero a pesar del dolor y la incomodidad, ella no pretendía dar a su captor la menor oportunidad de oírla quejarse. Apretando la mandíbula se enderezó en la silla determinada a resistir a cualquier costo. A cada kilómetro recorrido era más difícil para Dillon vencer la imperiosa necesidad de parar a descansar. Sus manos estaban prácticamente insensibles y todo el cuerpo le dolía debido a las varias heridas. Sabía que su debilidad era a consecuencia de la pérdida de sangre, pero ni podía arriesgarse a parar mientras aun se encontraran en territorio ingles. A pesar de no haber, hasta el momento, la menos señal de los soldados de lord Waltham, estaba seguro de que estaban detrás de él. Al final, lord Alec era rico y poderoso, y contaba con la amistad del rey. Sería capaz de obtener un ejército entero para recatar a su hija. El pensamiento lo llevo abajar la mirada a Leonora, que ya no se mantenla rígida sobre el caballo. Al contrario, su cuerpo oscilaba y se abría caído si no fuese por el hecho de encontrarse segura en los brazos de él. Empujándola hacia él, Dillon la levantó levemente, colocándola sobre su regazo. Leonora continúo durmiendo profundamente. Poco después, percibiendo un temblor recorrer el suave cuerpo femenino, el los cubrió a ambos con el grueso manto de lana. El brazo de ella rodeo su cintura y suspirando, Leonora hundió el rostro en el pecho vigoroso. Sintiendo los labios presionando al encuentro de su garganta, Dillon preciso de todo su control para vencer la súbita onda de deseo que lo invadió. Su boca se curvó en una sonrisa irónica. Si la orgullosa Lady descubriera lo que le estaba causando, quedaría escandalizada. Y furiosa como una gata salvaje, también. No podía negar que Leonora se venía comportando mucho mejor de lo que él esperaba. Al final ella no era más que una joven delicada y protegida de la nobleza, nada acostumbrada al rudo tratamiento que venía recibiendo. Y sin embargo, en vez de una criatura llorosa, rezongona e histérica, se mostraba dueña de una fuerza de voluntad férrea y una naturaleza desafiante. Al verse en medio de ese grupo de soldados depravados e impiadosos, en vez de desmayarse, les dio combate. Por mucho tiempo, Dillon guardaría la imagen de esa frágil lady enfrentando a su perseguidor con una daga en las manos ensangrentadas. Bajando la mirada, examino el vestido sucio y rasgado. Los cabellos negros desparramados alrededor de las mejillas. Por los labios entreabiertos escapaba la respiración perfumada y tibia, que acariciaba la mejilla de Dillon. De nuevo el se censuro por el rumbo que tomaban sus pensamientos. Siempre detesto todo lo fuera ingles, y no haría excepción por una mujer tan linda como Leonora Waltham. Su único

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valor era el hecho de ser la garantía de la seguridad de Sutton y Shaw. El recuerdo de los dos hermanos lo lleno nuevamente de furia. — Malditos ingleses! — Y maldita mujer que lo hacía olvidar, aun por breves momentos cuanto odiaba aquella gente. Irguiendo la mirada al cielo punteado de estrellas, se lleno de fuerza y determinación. Conduciendo el caballo por la vieja y pisoteada senda, seguía rumbo a Escocia. En breve estarían en casa.

Capitulo 6 El estallido de las ramitas alertó a Dillon, que inmediatamente salió de la senda, conduciendo el caballo aun escondite entre los arboles cerrados. El súbito movimiento despertó a Leonora, que confundida miro alrededor. Entonces descubrió que sus brazos rodeaban la cintura del escocés y su rostro se encontraba aployado en el pecho vigoroso. Contrariada, se apartó, retomando su postura empertigada anterior. ¿Cómo pudo comportarse de un modo tan impúdico durante el sueño? Antes que pudiese decir nada, sin embargo, la mano de Dillon le cubrió la boca silenciándola. En ese instante, ambos pudieron oír nítidamente el golpe de cascos de varios caballos avanzando. Os ojos de Dillon se estrecharon, mientras la esperanza renacía en el corazón de Leonora. ¡Los soldados de su padre estaban buscándola! Con ánimo renovado, comenzó a luchar para liberarse de la mano que le tapaba la boca. Precisaba gritar, hacer que supieran de su presencian. Cuanto más se debatía, en cambio, mas fuerte era la presión hasta que respirar se le hacía difícil. Puntitos negros bailaron delante de sus ojos y su cabeza giraba. Cuando imaginaba que se iba ahogar, el ruido de los cascos se perdió en la distancia. Dillon retiró la mano que la oprimía. Agitada, lleno varias veces de aire los pulmones hasta conseguir hablar explotando de rabia. — ¡Pudo haberme matado! — ¿En serio? ¡Y usted podría haber causado mi muerte, si gritaba! Leonora levanto la cabeza desafiante. — ¿Y cree que me importaría? Asegurándola con fuerza de la barbilla, Dillon la obligo a encararlo. — ¡Pues debería! ¡Porque si yo muero, juro que usted morirá conmigo! — En vano ella intentó liberarse, mientras el continuaba hablando: — Aparte de eso, milady, creo que olvido un detalle muy importante. ¿Y si los caballos que oímos no fuesen los soldados de su padre y si de los que se encontró en el bosque?

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Viéndola empalidecer, se dio cuenta que dio en el banco. Aunque desesperada por huir, Leonora no se arriesgaría a caer de nuevo en las garras de aquellos hombres depravados. Poco después, convencido de que el peligro había pasado, Dillon retomó la marcha. De ahí en adelante, solo el canto ocasional de algún ave nocturna rompió el silencio del bosque. En la quietud que precedía el alba, la neblina fantasmagórica que se formaba en la madrugada comenzó a disiparse. En algunos tramos, sin embargo, permanecía agarrada a los arboles, como hilos de algodón. Con los primeros rayos del sol naciente, los últimos trozos de neblina se desvanecieron, permitiéndoles ver, desde la cima de una colina, el techo de una cabaña, en los campos de abajo. Esa vez, en lugar de intentar esconderse, Dillon incito la montura en dirección a la modesta casa. Espantada, Leonora oyó un grito de saludo. La puerta de la cabaña se entreabrió y un rostro barbudo espió por la abertura. En seguida la puerta se abrió del todo y un hombre con ropa rustica de agricultor fue la encuentro de ellos. Levantando la mano en un saludo a Dillon se presentó. — Buen día. Soy Dillon Campbell, de Argyll. — Está muy lejos de casa. — la mirada del campesino paso de Dillon a Leonora y regreso al primero. — Yo soy Brodie de Moravshire. ¿Precisan abrigo? — Si. Y de un poco de comida para recuperar nuestras fuerzas. — Todo lo que tenemos es suyo. Entremos. El hombre regreso al interior de la cabaña y Dillon desmontó con agilidad y ayudo luego a Leonora a hacer lo mismo. Después de tanto tiempo sobre el animal, ella se sintió atontada y se vio obligada a sostenerse de él para no caer. Tomándolo con firmeza por el brazo, Dillon la condujo dentro de la cabaña. — Siéntense. —El hombre indicó una mesa rústica, con toscas banquetas alrededor. En cuanto se acomodaron una mujer joven, que estaba inclinada sobre la chimenea, cuidando un caldero, se giro a ellos y los observó en silencio a los huéspedes inesperados. A pesar de la sangre y del polvo en las ropas de Leonora, la campesina pronto se dio cuenta que la recién llegada pertenecía a la más alta nobleza. El vestido lujoso, el collar de oro en el cuello, el aire aristocrático de aquella bellísima mujer, señalaban su condición superior. Atrás de la madre, espiando tímidamente por entre los pliegues de la falda, se veían dos niños de tres o cuatro años. De repente se oyó el llanto de un bebe, llegando desde una cuna rustica de madera. Ignorando el llanto, la mujer lleno dos vasijas con un grasoso guiso y las coloco frente a los huéspedes, junto con un plato lleno de rodajas de pan recién hecho y pedazos de carnero frio.

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Solamente después de servida la comida, la joven madre se dirigió al la cuna y tomo al bebe, que berreaba desesperado. Sentándose, entonces cerca del fuego, se llevo a su hijo al seno. E inmediatamente el llanto cesó. Fascinada, Leonora observaba a encantadora escena. La serenidad e el rostro de la campesina hicieron que recordara una imagen de la virgen y el niño, en la capilla del castillo de su padre. El recuerdo el contrajo el corazón. — ¿Por casualidad, recibió hoy al vista de soldados ingleses? — preguntó Dillon, entre cucharadas del guiso. — Si, — fue la respuesta lacónica. — ¿Hace cuanto tiempo? El campesino se encogió de hombros. — En este momento ya deben estar a medio camino de Glen Nemis. Relejándose visiblemente, Dillon continuó comiendo en silencio. Había tomado cuidado de servirse solo una pequeña porción de comida, sabiendo que sus hospedantes no tenían mucho para compartir. Al terminar se puso de pie diciendo: — Precisamos descansar un poco antes de seguir viaje. El campesino señalo en aceptación y lanzando una mirada significativa a las ropas ensangrentadas de Dillon, sugirió: — Mi mujer, Anthea, sabe un poco de preparara hierbas medicinales. ¿Le gustaría que ella le diese un poco de ungüento cicatrizante? — Estaría muy agradecido. Mirando el plato vacio, Leonora se dio cuenta que había comido todo lo quine le habían ofrecido, aunque no conseguía recordad el sabor de nada. Solo sabía que nunca antes se había sentido tan satisfecha al terminar una comida. Ni un fuego ardiendo en una chimenea, jamás le pareció tan acogedor. Sus ropas se habían mojado por la neblina y en consecuencia había estado helada hasta los huesos. Ahora sin embargo, estaba seca y somnolienta. Lo más impresionante de todo, sin embargo era que los campesinos no hubieran hecho preguntas, ni Dillon les ofreció explicaciones. Y aun así les habían dado alojamiento son dudar, compartiendo con ellos su comida. Que pueblo extraño. Hundida en sus pensamientos, Leonora no vio al dueño de casa levantarse y hacer señas para que los siguieran. Hizo falta que Dillon la tomase del brazo y la obligase a acompañarla hasta el otro cuarto. El se suelo se vean algunos camastros y rústicos arcones donde debían guardar la ropa. La campesina, Anthea, entró en seguida llevando en la mano un saco de piel de carnero, que entrego a una asombrada Leonora. Con eso el marido y la mujer se retiraron dejándolos solos.

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Curiosa, Leonora abrió el saco y examino el contenido haciendo una mueca ante el olor desagradable de ungüento que estaba guardado ahí. — ¿Qué es esto? — Preguntó, con el ceño fruncido. — La mujer usa ese ungüento para cicatrizar heridas. Usted va a tener que pasármelo en mis heridas. Arrojándole la bolsa, Leonora le dio la espalda. — Eso es problema suyo, — dijo con arrogancia. — Me rehúso a tocarlo. Ni bien acabo de hablar, las manos de Dillon la agarraban con rudeza de los hombros obligándola a girarse hacia él. — Ya le avise para que tuviera cuidado con lo que dice. — la voz de Dillon adquirió un toque peligrosamente suave. Empujando la vaina de la daga corta, la movió entonces de un lado a otro haciéndolo brillar al sol. — Tiene dos alternativas. Puede facilitar o complicar las cosas para sí misma. Para mi es indiferente, pero le aseguro una cosa. Si es coge el camino difícil va a tener que terminar fregándome el ungüento de todas formas y al final le arrancara de su cuerpo el placer que hace mucho estoy deseando. Leonora sabía que perdió la batalla, pero se consoló diciéndose que era solo una batalla no la guerra. — Tendrá que sacarse esos trapos que llama ropa primero. — dijo, la furia latió por debajo. Sin dignarse a responder, Dillon dejo caer el manto sobre la paja y se quito la camisa harapienta. Durante todo el tiempo no quito la mirada del rostro de Leonora y no le paso desapercibido la mezcla de admiración e inhibición de la joven inglesa frente a su desnudez. Pronto, sin embargo, ella levantaba la barbilla con la altivez que el comenzaba a respetar: — Es muy alto. Va a tener que arrodillarse para que pueda tratarlo. Dillon asintió y, arrodillado, se puso a mirarla meter la mano dentro de la bolsa de cuero. Después de un instante de duda, Leonora tocó con los dedos embadurnados de ungüento, al piel masculina y caliente. Era la primera vez que tocaba un hombre de modo tan íntimo. ¡Y qué hombre! Pensó. Sus hombros eran anchos, los músculos firmes y bien definidos bajo los dedos de ella. Por un breve instante dudo, alterada con las sensaciones que la dominaban, sensaciones puramente sensuales, excitantes. De repente volviendo en sí, se censuró por permitirse que un salvaje como Dillon Campbell alterara de esa manera sus emociones. Tragando en seco, se concentro en tratar las heridas. El ungüento realmente olía mal, pensaba Dillon por su parte y ardía como el fuego del infierno. Apretando los dientes el ahogo un gemido de dolor. Su reacción provocó una sonrisa satisfecha en los labios de Leonora. Había encontrado la manera perfecta de apartarse de las extrañas sensaciones que la alteraban. — ¿Está ardiendo, milord? — Preguntó, en un tono falsamente inocente.

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— No. — Apretando de nuevo los maxilares, continuó, entre dientes: — Es solo una punzada tonta. Tomando una generosa cantidad de ungüento, Leonora se puso a refregar vigorosamente los hombros y el pecho de Dillon. A pesar del ardor, el era perfectamente consciente del toque de los dedos femeninos en su carne. Para impedir la excitación proveniente de la intimidad del gesto, se concentró en el dolor. Al oírlo respirar hondo, Leonora refregó aun con más fuerza, claramente disfrutando esa péquela venganza. — ¿Y eso? ¿Fue solo una puntadita también? En ese instante los dedos fuertes de Dillon se cerraron alrededor de la muñeca delicada, y ella no pudo contener un gemido. — ¡Ay! — Disculpe, milady, pero esta fregando con tanto vigor el ungüento que hasta olvide que no es más que una débil mujer. — Entonces, milord ¿Ya es suficiente? — Si. ¿Y para usted? — Dillon aumentó la presión en la muleca de Leonora, que se mordió el labio inferior para contener el gemido — Suficiente — Respondió, tragándose le orgullo. Tomándole de la mano el recipiente de cuero, el lo coloco a un lado. Después tomo del suelo la camisa sucia de sangre y acabo de romperla en tiras. — Acuéstese. — Dijo entonces con dureza. Los ojos violetas se agrandaron aterrorizados. ¿Hasta donde ese bruto llevaría su deseo de venganza? — ¿Qué va a hacer? — Preguntó, trémula. — Nada de lo que está pensando. Ocurre que preciso descansar y la única manera de asegurarme es estando seguro de que no puede huir. Por eso milady, voy a atarla. Leonora intentó recular, pero fue agarrada sin dificultas, tirándola sobre uno e los colchones de paja, Dillon le ato rápidamente los pies y las manos. En vano se debatió, intentando liberarse. — Está desperdiciando sus energías, milady, — dijo él. — Seria mejor que aprovechase para descansar. Si encontró el viaje hasta aquí difícil. Lo que tenemos por delante es mucho peor. Sin más palabras, se acostó al lado de ella, cubriéndolos a ambos con el manto. Inmediatamente su respiración se hizo lenta y acompasada, y Dillon se hundió en un sueño exhausto.

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Leonora, sin embargo permaneció mucho tiempo despierta, dominada por la más negra desesperación. Al llegar a esa casa, había alentado la esperanza de que la pareja de campesinos se diera cuenta de su situación y la ayudase a huir. Pero ante la facilidad con que habían aceptados la presencia de su captor, se convenció de que ya debían estar en territorio escocés. A cada kilometro sus esperanzas habían disminuido. Pronto estaría en las tierras de los Campbell, prisionera de un grupo de gente primitiva y grosera. De repente, Dillon se movió en sueños y quedo frente a ella. El brazo vigoroso se deslizo por la cintura estrecha, la mano descanso en las caderas de Leonora. Atada como se encontraba, no tenía como huir al toque, rodando para alejarse. Cerrando con fuerza los ojos, lucho para controlar la histeria que amenazaba con atacarla. No debía, no podía pensar en Dillon Campbell como en un hombre y un hombre muy atractivo, sino como un enemigo, un cruel escocés. Su captor. Precisaba concentrarse en soportar su destino de la mejor manera posible y sobrevivir. Y por encima de todo en escapar. Un día entonces, tendría ventaja sobre Dillon Campbell, y lo tendría a su merced.

Dillon despertó con la sensación de un cuerpo suave y curvilíneo peligrosamente acurrucado a él. Durante el sueño había colocado una pierna sobre las de Leonora. Atrayéndola al círculo de sus brazos. Inmóvil. Quedo aspirando el suave perfume que se elevaba de la cabellera negra y sedosa. Desde el primer momento en que sus ojos cayeron sobre ella, había imaginado como seria con los cabellos sueltos, ahora libres de la red, le caían en ondas suaves sobre los seños. Por un instante, Dillon se permitió el placer de contemplar esa visión. Las pestañas largas y curvabas sombreaban las mejillas satinadas. La blanca piel no tenia siquiera una imperfección. Los labios rojos fruncidos en el sueño, imploraban besos. Todas las curvas y contornos de ese cuerpo joven eran perceptibles bajo el vestido que, a pesar de sucio y rasgado, aun conservaba cierta elegancia. La mirada de Dillon entonces fue atraída por el escote profundo y por el valle entre los senos voluptuosos. Una onda de deseo paso por su cuerpo, sin embargo con férrea determinación, se controlo y desvió los ojos de aquella tentación. Por un costado los rayos del sol entraban por la ventana, calculó que ya debía ser mediodía. A pesar de la ansiedad en llegar a la seguridad de sus dominios en las Tierras Altas, no se arrepentía de las horas que perdió durmiendo. Ni él ni Leonora habrían viajado mucho mas sin colapsar debido a estar exhaustos. Un leve temblor en los parpados femeninos le indico que la prisionera se estaba por despertar. Apartándose con cuidado, Dillon se levanto, vistiéndose deprisa el manto que los abrigo durante la noche. Cuando finalmente Leonora abrió los ojos, el se encontraba en la ventana mirando las verdes colinas en busca de posibles perseguidores. Por un instante ella se quedo inmóvil estudiando su bello perfil. Se sentía aliviada e que Dillon no estuviera más a su lado. Se había despertado con la sensación de estar siendo observada, una sensación muy perturbadora.

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— ¿Puede desatarme ahora? — Preguntó. ¿O serie obligada a soportar este suplicio por el resto del viaje? Sin responder, ele se aproximó y, con la daga, cortó las ataduras. Liberada, la muchacha comenzó a fregarse las muñecas dormidas. Viendo eso, tomó una de ellas entre las manos y la levanto para estudiarla. Viendo las marcas rojizas en la piel blanca, Dillon fue dominado por el remordimiento. — Perdón, milady, — dijo, con delicadeza. — No tuve intención de lastimarla. — ¡Claro! — Fue la respuesta sarcástica. — Debe haber sido por eso que me ato tan apretado. La sensación de culpa fue sustituida por la rabia. — Usted misma provoco ese tratamiento, no lo olvide — Soltándole la mano, Dillon fue hacia la puerta, pisando duro y habló por sobre el hombro: — Además, no es mi huésped, es una prisionera. Voy a tomar todas las medidas que sean necesarias para evitar que huya. — ¡Tal vez tenga que matarme! — gritó ella desafiante. Levantándose con dificultad, debido a las piernas dormidas. Girándose él la encaró. — Si fuera preciso, milady, no dudaré. Con esa amenaza salió dejándola sola.

Brodie, el campesino, acababa de regresar de los campos y se encontraba sentado a la mesa para almorzar. Al verlos entrar, trato de ponerse en pie respetuoso. Junto a él, la esposa repartía tranquilamente los escasos restos de la comida matinal, mientras los dos niños la observaban con aire hambriento. La vergüenza y culpa dominaron a Leonora. Había devorado todo lo que le ofrecieron por la mañana, sin pensar en la consecuencias para aquella pobre gente. Iban a pasar hambre ese día, por culpa de la generosidad hacia ella. — Quiero agradecerles por el alimento y el abrigo, — dijo Dillon, sonriendo. — Y también por el excelente ungüento. Su poder de cura ya comenzó a actuar sobre mis heridas. Anthea le retribuyo con timidez la sonrisa, desviando enseguida la mirada, apenada. De um pequeño saco de cuero atado a la cintura, Dillon retiró algunas monedas de euro, que ofreció al anfitrión. — No quiero pago, — protestó este, orgulloso. A pesar de la mirada suplicante de la esposa. — Es un placer poder ayudar a un compatriota.

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— En ese caso, — una bella sonrisa ilumino las facciones masculinas de Dillon, haciéndolo más atractivo — acepte mi eterna amistad. — Y ambos hombres se dieron las manos visiblemente emocionados. Con el rabillo del ojo, sin embargo, Dillon no había dejado de vigilar a Leonora. Asi reparo cuando ella saco la gruesa cadena de oro con el dije de amatista que usaba la cuello y pensando no ser vista, dejó que cayera en la cuna del bebe dormido. Para disimular, acaricio la cabecita cubierta de suave pelo, diciendo a la joven madre que, del otro lado del cuarto no pudo ver el movimiento inicial. — Es un bello bebé, Anthea. ¿Es una niña? Encantada con el elogio saliendo de tan noble dama, Anthea lo confirmo. — Vámonos, — interrumpió Dillon, que no se había perdido nada de la escena. Mas que deprisa, Leonora lo siguió fuera de la humilde cabaña. El dueño de casa, que los había antecedido, regresaba del bosque vecino llevando el caballo por las riendas. — Su animal está alimentado y descansado, — informó. — Una vez más acepte mi gratitud, Brodie, — dijo Dillon, saltando a la silla. Después, como si Leonora no fuese más que una pluma, la levanto y la acomodó delante de él. — Que Dios les bendiga la jornada, — fueron los deseos del campesino. Con un gesto, Dillon incito al caballo a un trote rápido y en breve la cabaña que les había servido de refugio desaparecía en la distancia. Sólo entonces comentó: — Vi lo que hizo, milady. Fue un gesto generoso y digno. — Solo quise pagar mi deuda. Esa joya era solo una de las muchas con que mi padre me regaló, pero para esa pobre gente puede significar muchos meses tal vez hasta años de alimento y abrigo. — Ella se forzó a hablar en tono casual, pero Dillon consiguió captar la emoción tras la fachada de indiferencia. ¿Quién podría esperar que una noble inglesa se preocupase con el destino de humildes escoceses? Había mucho más en esa muchacha, además de belleza y altivez., concluyó. Inmediatamente, sin embargo, trato de censurarse por permitirse que un pensamiento bondadoso lo llevase ablandarse, aunque fuera por un segundo, olvidándose de su misión. Esa mujer continuaría siendo tratada como prisionera hasta que sus hermanos fueran liberados. El terreno se fue volviendo cada vez mas agreste y desafiante. Las suaves colinas y praderas fueron siendo sustituidas por altas montañas cubiertas de bosques y escarpadas colinas. Picos cubiertos de nieves eternas se erguían en toda su grandeza, a veces hasta sobrepasando las nubes. Ríos caudalosos cortaban los verdes valles. — ¡Mire! — Leonora no consiguió contener una exclamación de asombro. — ¿Qué es eso?

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Siguiendo la dirección hacia la que apuntaba, Dillon vio el ágil y gracioso felino que saltaba de una rama a otra, en un punto de la montaña por debajo de donde se encontraban. — ¿Nunca vio um gato salvaje? — Nunca. Es un bello animal. — Lindo y peligroso. — Pensativo, Dillon llevo una de las manos al hombro, donde había una antigua y tenue cicatriz. — Fui atacado por uno cuando era niño. — ¿Y consiguió sobrevivir? — preguntó ella, admirada. — No tenía elección, — fue la respuesta, dicha con simplicidad. — Si él me matase, mataría luego a mis hermanos. Creo que fue saber eso lo que me dio fuerzas para luchar, y ganar. Por um momento, Leonora quedo callada. — Parece que vive dedicando su vida a proteger a sus hermanos. — dijo finalmente. — No había más nadie para hacerlo. — ¿Y sus padres? — Nuestros padres fueron asesinados cuando yo tenía trece años. Pensando en su propia infancia, en el cariño de sus padres. Leonora se estremeció y Dillon empujó el manto para cubrirla también. El aire era más frio y el viento más cortante a esas alturas. Después incito al caballo a escalar una subida pelada. La respiración de Leonora se detuvo antes la belleza espectacular del paisaje que se abría a sus pies. Entre montañas escarpadas se extendía un verde y fértil valle, con solidad casas desparramadas a lo largo. Rebaños de ovejas y cabras pastaban pacíficamente en las laderas. A medida que recorrían el camino que atravesaba el valle, hombres y mujeres salían de las casas o paraban su trabajo en el campo, gesticulando y gritando calurosos saludos. Dillon los retribuía con cariño e igual entusiasmo. Muchos llevaban sus niños, que el también saludaba llamándolos por sus nombres. Un niño montado en un pony, les salió al encuentro. — Sea bienvenido, milord. ¿Le gustaría que fuera a avisar a las personas de Kinloch House? — Si, Duncan. Pero antes me gustaría saber si las muertes misteriosas continúan ocurriendo. — Desgraciadamente, señor. En los últimos días fueron encontradas muertas la mujer de un labrador y una niña de trece años. Leonora no contuvo el temblor que la recorrió. ¿Cuándo aquellos salvajes se iban a cansar de tanto derramamiento de sangre? ¿Se habían rebajado al punto de asesinar mujeres y niños?

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Hubo un breve intercambio más de palabras y el muchacho partió al galope en el pony, desapareciendo en medio de una nube de polvo. En silencio, Dillon y Leonora continuaron su viaje. Poco después dejaban el verde valle y comenzaban el ascenso a otra montaña, más alta que las anteriores. El paisaje era aun más primitivo y grandioso. Cascadas espumosas se despeñaban de las rocas abruptas precipitándose en una cañada. Los arboles retorcidos se agarraban las rocas con tenacidad. En las laderas más bajas el bosque se extendía tan cerrado que a veces no se veía ni un tramo de cielo. Al final llegaron a la cima, un espacio abierto. Frente a ellos surgió entonces un castillo fortificado que se erguía entre dos simas puntiagudas. Una cenicienta y sombría mole de piedra, con torres y murallas, inexpugnables, se destacaba contra un cielo teñido de rosa y anaranjado de una espectacular puesta de sol. — ¡En casa, al fin! — Suspiró Dillon. Las palabras dichas con apasionado ardor, abatieron a Leonora, llenándole los ojos de lágrimas. ¿Algún día vería de nuevo su propio hogar? ¿O seria obligada a permanecer allí, en medio de esa gente salvaje, hasta que la muerte misericordiosa fuera a buscarla? Con atención, estudió el lugar que sería su prisión. Debido a su ubicación, en un lugar de difícil, acceso, el castillo no tenía necesidad de foso que lo rodeara, como los castillos ingleses. La única forma de entrar o salir era atravesando el valle, lo que daba a los moradores el tiempo necesario para preparar la defensa contra el enemigo. En cuanto entro en el patio, las enormes puertas dobles se abrieron y un grupo de personas, aparte de diversos perros, salieron al encuentro de ellos. Después tres galgos avanzaron ladrando y abanicando las colas. Desmontando, Dillon los llamó por los nombres. Uno a uno los perros lo rodearon, saltando sobre él y casi tirándolo a la tierra, en su impaciencia por las caricias del dueño. — Sea bienvenido, milord. — Un hombre anciano, de espaldas curvadas, se aproximo y sostuvo las riendas del caballo. — Gracias, Stanton. — Dillon fingió no darse cuenta de la irada curiosa que el viejo le dirigió a Leonora. En seguida fue el turno de una mujer de mediana edad, rechoncha y colorada, de aproximarse para saludar a su amo. — Bienvenido al hogar, milord. Lo extrañamos. — Se lo agradezco, señora MacCallum. No imagina lo bueno que es estar de vuelta. — ¡Dillon! ¡Dillon! — Gritando de alegría, un muchachito vestido en ropas rusticas obligo al caballo que montaba a bajar en un galope suicida por una ladera desnuda a corta distancia del castillo. — ¡Virgen Santa! — Exclamó Leonora, llevándose la mano a la boca. Convencida de que el animal falsearía el paso y el jinete se rompería el cuello en la caída, cerró los ojos.

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El muchachito solo detuvo el soberbio animal a pocos centímetros de Dillon. Inmediatamente el jinete se dejo caer del lomo de la montura, directo a los brazos de Dillon. Más atrás venia un segundo caballo, a un paso más cauteloso. Al llegar, el joven que lo montaba desmonto también, situándose al lado en silencio. — Duncan avisó que estabas de vuelta, pero yo no lo creí, — dijo el primero. De cerca, Leonora se dio cuenta que el muchachito en los brazos de Dillon era en realidad una muchacha de alrededor de catorce años. Usaba unos pantalones rústicos y una túnica de campesina, y sus pies estaban descalzos. En ese momento la capucha que usaba se deslizo a la espalda y los largos cabellos rubios cayeron en mechones desordenados hasta debajo de la cintura. La sonrisa en los labios de Dillon era radiante, sin sombra de duda. Intrigada Leonora observó la transformación que se operaba en el. Sin la expresión cerrada y el ceño fruncido a que ella estaba acostumbrada, era positivamente bello. El amor que debía sentir por esa joven mujer había puesto de nuevo, en los bellos ojos oscuros, un brillo que hasta entonces estuvo apagado. — ¿Y por qué no lo creíste? — preguntó Dillon, aun abrazando a la muchacha. Sin responder, ella rodeó su cuello con los brazos, besándolo con entusiasmo. Después apartándose un poco, miro alrededor, deteniéndose en la mujer aun montada en el caballo de Dillon. — No lo creí. — Dijo al final, sin quitar los ojos de Leonora, — porque Duncan dijo que Sutton y Shaw no venían contigo. La sonrisa de Dillon desapareció. — Es verdad. — Pronunció bajo, parecía más un gemido de dolor. La muchacha se giro a él con aire interrogante y se quedo esperando una explicación. Sin embargo, Dillon no le dio ninguna. En lugar de eso, se aproximó a Leonora y agarrándola con rudeza por la cintura la coloco en el suelo. — Flame, —presentó, — esta es lady Leonora Waltham. Las dos jóvenes se quedaron midiéndose mutuamente, desconfiadas. — ¿Por qué trajiste a eso inglesa para acá? — Con las manos en las caderas, los ojos oscuros reflejando confusión, la muchacha rubia insistió: — ¿Y dónde están Sutton y Shaw? Ignorando la pregunta, Dillon se volvió al acompañante de Flame, que, en silencio, observaba la escena. — Rupert, — llamó. Inmediatamente, el muchacho dio un paso al frente. A pesar de parecer tan joven como Flame, era de la misma altura que Dillon, y sus hombros y brazos eran tan musculosos como los de un guerrero adulto. Con todo, su mirada era vaga y distante, llevando a Leonora suponer que era corto de inteligencia.

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— Conduce a lady Leonora para mis aposentos, — ordenó Dillon, — y asegúrate que ella no salga de allí. — ¿Tus aposentos? — El asombro de Flame crecía a cada momento. — ¿Trajiste a casa una esposa inglesa? — No, pequeña. — Con el brazo sobre los hombros de la muchacha, Dillon la fue conduciendo en dirección a la puerta del castillo, donde el grupo de criados aguardaba para saludar a su señor. Rupert, por su parte, sosteniendo el brazo de Leonora, la forzó seguirlo. Por un momento ella se sintió dominada por el miedo. Las manos del muchacho eran enormes, capaces de aplastar sus huesos sin el menor esfuerzo. Sin embargo su toque era sorprendentemente gentil. De repente Leonora estuvo segura de que no le haría daño alguno, mientras no ofreciese resistencia. — Si ella no es tu esposa ¿Por qué la trajiste contigo? — Insistió Flame. — La mujer es mi rehén. La información shockeo a todos los presentes. El viejo caballerizo, la rechoncha gobernanta y hasta el mismo Rupert parecieron paralizados de espanto. Un silencio tenso, cargado de expectativa, cayó sobre el grupo de personas. El tono de Dillon no dejaba dudas de que allí, en las Tierras Altas escocesas, el era el líder y señor, y no admitía oposición à su voluntad. — Ella va a permanecer como prisionera hasta que Sutton y Shaw regresen, sanos y salvos, de Inglaterra, — concluyo.

Capítulo 7 — Una mujer inglesa, — alguien susurró. — Si, prisionera de lord Dillon. Leonora podía sentir las miradas, algunas hostiles, otras solo curiosas, a medida que los sirvientes se apartaban a su paso. Nunca antes fue tratada como enemiga. Era desagradable ser mirada como si en cualquier momento pudiesen salirle cuernos y cola de diablo. Algunas personas escupían cuando ella pasaba. Otras se persignaban, como la vieja Moira, tan asustada frente a los escoceses. Manteniendo los hombros erectos y la cabeza erguida con orgullo, fue caminando sin mirar a los costados, o para nadie. Aunque no pudiera ver a Dillon, era capaz de sentir la mirada de él perforarle la espalda. La voz de Flame, exigiendo respuestas à sus preguntas, la siguió escaleras arriba.

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— ¿Pero porque precisaste traerla acá, Dillon? ¿La hija de un perro ingles debajo de nuestro techo? Las últimas palabras hicieron que Leonora se detuviera y lanzara una mirada hacia atrás. — ¿Nuestro techo? No había dudas en cuanto al tono posesivo de la frase de Flame. Con una mirada de reojo, pudo evaluar la razón de por qué la muchacha había conquistado el corazón de Dillon. Era linda, de una manera salvaje, primitiva. Y aparte de todo, se hacía evidente que los dos compartían muchas características, inclusive la más completo falta de miedo sobre el lomo de un caballo. Y un odio mortal por todo lo que fuera ingles. Sintiendo un tirón en el brazo, Leonora fue obligada a caminar nuevamente al lado de su guardián. Rupert no aflojo el apretón en su muñeca hasta que entraron en lo ella presumió serian los aposentos de Dillon. En cuanto se vio liberada trato de masajearse la muñeca que el muchacho estuvo sosteniendo. A pesar de la fuerza impresionante de este, se vio obligada a reconocer que no la había lastimado. — Salgan — dijo Rupert a las criadas que esperaban la llegada del lord para servirlo. La voz de él era una extraña mezcla de ronco susurro y voz áspera. En cuanto las criadas se retiraron, el muchacho tomo posición frente a la puerta con los brazos cruzados y los pies firmemente plantados en el suelo. En la antecámara, un bello madero ardía en la inmensa chimenea. Agradecida por el calor, Leonora se aproximó. Mientras e calentaba el cuerpo aterido de frio, su mirada fue atraída por la espada sujeta en la pared, encima de la chimenea. Era una bella arma, con el puño de oro puro, bordado de piedras preciosas. De repente, recordó la espada que Dillon Campbell había entregado a lord Alec: un arma común, del tipo de las usadas por los hombres del pueblo en toda la región ¿Dillon habría desconfiado desde el inicio que sería traicionado? Ella se mordió el labio. Y aun así arriesgo su vida por la paz. Un noble gesto, sin duda. Pero Leonora se apresuro en rechazar cualquier admiración por el enemigo. Si un aposento era capaz de reflejar la personalidad de su ocupante, Dillon Campbell era una contradicción. Primitivo y educado, al mismo tiempo. Lord y campesino. El techo estaba sostenido por pesadas y rusticas vigas. Varias sillas se había agrupado alrededor del fuego, cubiertas de con pieles para que fueran mas cómodas. Un antiguo tapiz, representando un león y un águila, colgaba en una pared. Se detuvo estudiar el intrincado diseño que trazaba la historia del clan desde tiempos muy antiguos. En una gran mesa tallada se veían un aparato para decantar bebidas y varias copas de oro. Leonora hubiera apreciado que le ofrecieran algún refresco, o aun cerveza, pero resistió el deseo de servirse, temerosa de incitar a su guardián, y este volviera a restringirle los movimientos. No era tanto la fuerza de él lo que la asustaba sino la expresión extraña en la mirada de Rupert.

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Su atención entonces se vio atraído por el balcón. ¿Que habría más allá de el? tal vez le ofreciera una oportunidad de fuga…. Intentando no despertar sospechas, se fue moviendo como por casualidad por el aposento tocando un objeto aquí y allí hasta alcanzar el balcón. Aproximándose al parapeto se arriesgó a mirar por sobre él. Para su desilusión había un guardia armado en el patio de abajo. Con las esperanzas destruidas, regreso al interior de la antecámara a tiempo de captar una fugaz sonrisa en los labios de Rupert. Sus intenciones habían sido tan obvias, que hasta ese muchacho simplón pudo adivinarlas. Precisaba aprender a ser menos transparente, a esconder mejor sus pensamientos. Enojada consigo misma, Leonora reinicio la exploración del lugar. A través de una puerta abierta, podía divisar las sombras proyectadas en una pared por otro fuego encendido. La luz de la chimenea en otro aposento, iluminaba le enorme y rustico lecho de madera con las cubiertas de lino ya dobladas para recibir a su ocupante. Avanzando algunos pasos, Leonora examinó con atención el dormitorio. Las velas temblaban en candelabros de hierro a lo largo de las paredes. Sobre una mesa, se veía una jarra de agua y una vasija, destinadas al lavado de manos y rostro, junto con varias toallas del más puro lino. Una silla de brazos cubierta también con pieles se encontraba junto al fuego. También sobre el lecho se veían pieles suaves y calientes que debían servir para proteger contra el frio cortante de las Tierras Altas. Oyendo que alguien llamaba a la puerta de la antecámara, Leonora se apresuro a regresar para allá, Rupert ya estaba abriendo la porta, permitiendo la entrada de una criada con una pesada bandeja de plata. — Milord desea que la señora se alimente, milady — dijo la criada colocando la bandeja sobre la mesa. El temperamento explosivo de Leonora, adormecido desde su llegada al castillo, se reveló. — Diga a milord que no es comida lo que preciso. ¡Es libertad! — Si, milady. — Con una mirada tímida la muchacha se batió en retirada Ni bien la criada salió, se oyó otro golpe, esta vez impaciente y alta. Antes que Rupert pudiese hacer un gesto, la puerta se abrió y Flame entró, como un huracán. Con las manos en las caderas, se quedo estudiando a Leonora de los pies a la cabeza. — Dillon me contó que Sutton y Shaw están presos en las mazmorras del castillo de su padre. — Es verdad. — Leonora enfrentó la mirada hostil de la otra con la barbilla erguida. — Y van a quedar presos hasta que yo regrese a casa. Sana y salva. Como un animal salvaje circundando la presa, Flame rodeó a la joven inglesa. A los ojos de Leonora, todo parecía primitivo e indomable en esa muchacha. Desde los rulos colorados, desparramados alrededor del bello rostro, hasta los pies descalzos que ella parecía avergonzada de verla.

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—Su rey es un mentiroso — afirmó Flame después de un corto y tenso instante, — su única premisa era como planeaba traicionarnos. —No formo parte del sequito del rey — replicó Leonora, a la defensiva — no estoy segura de si el rey actuaria así. Tal vez haya sido una conspiración por parte de su pueblo. Los ojos de Flame lanzaron chipas de rabia, mientras se ponía a andar de un lado al otro — ¿Conspiración? Dillon, Sutton y Shaw fueron al encuentro de ustedes sin protección de otros guerreros. Tres hombres solos. ¿Eso significa conspiración? — Deteniéndose, encaró a Leonora. — Ellos hasta entregaron las espadas ¿Llama eso una conspiración, inglesa? Sin responder directamente, Leonora apuntó para la espada ornamentada sobre la chimenea. — Veo que Dillon Campbell no se arriesgo a entregar aquella espada al cuidado de mi padre. — Si. Y ahora debe estar feliz de no haberlo hecho. Al fin de cuentas la espada perteneció a su padre y antes de él a su abuelo y al bisabuelo. — la voz de Flame bajó de volumen, pero conservo el tono de despreció. — Dillon, Sutton y Shaw confiaron en la palabra de los ingleses y vea cual fue la recompensa. — De nuevo ella se puso a nadar de allá para acá demasiado agitada para permanecer quieta. — Por causa de su buena fe, mis hermanos ahora están languideciendo en los calabozos de su padre. — ¿Hermanos? — Por un largo momento, Leonora quedo callada, observando a la otra. Claro ¡Que tonta había sido! Debió haber notado en seguida la semejanza, principalmente en los ojos y en la boca. No sabía muy bien porque, pero estaba feliz de saber que aquella bella criatura era la hermana y no la amante de Dillon. En el mismo instante que se dio cuenta de esa satisfacción, se puso a censurarse por los extraños caminos que estaban siguiendo sus pensamientos. Después de todo esa muchacha y su hermano representaban al enemigo. — No voy a descansar hasta que mis hermanos no estén de — anunció Flame, dirigiéndose para la puerta. Durante algunos segundos, se quedo allí parada, mirando a la prisionera, altiva y orgullosa, en pie frente a ella. A pesar del vestido rasgado, Leonora era, a los ojos de Flame, la imagen de una verdadera dama inglesa. Noble, arrogante, y nada amedrentada. De nuevo una furia ciega invadió el interior de la muchacha. Con una última mirada concluyó: — Y usted tampoco debería descansar, inglesa. Porque Dillon juro que el destino de ellos será el suyo. Por lo tanto es mejor que rece para que mis hermanos estén siendo tratados bien por su pueblo, o usted va a sufrir los mismos malos tratos a manos de Dillon. Sacudiendo los largos rulos rebeldes y pisando fuerte, Flame dejo el aposento. Sin perder un segundo, el joven gigante retomó su puesto delante de la puerta cerrada.

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Fue el momento de Leonora de ponerse a andar de un lado al otro. Ay si fuese hombre, pensó. En ese mismo momento tomaría la espada de encima de la chimenea y lucharía hasta recuperar la libertad. Pero no era hombre, y si una débil mujer. No poesía la fuerza y la destreza necesaria para sostener una espada. Y nada sabía respecto a las luchas. Su padre la había educado para ser la señora de un castillo y una dama. ¿Qué armas podría usar, entonces? Apretándose las sienes, se obligó a pensar. Deteniéndose junto a la ventana, se quedo mirando al cielo que enseguida se oscurecería. Podía dirigir los empleados domésticos, guiar altos criados, cocinar, coser y bordar. Decían que era muy inteligente y que sabía conversar tanto con reyes y cortesanos así como con simples soldados. ¿Pero qué potras habilidades poseería? Siempre tuvo la capacidad de observar y aprender, y si era necesario, podía soportar las más duras condiciones, como ya había probado en su viaje hasta allí. Y si esas eran las únicas armas con las que podía contar, encontraría una manera de usarlas. En primer lugar, razonó, precisaba conservar las fuerzas, de modo que, cuando la oportunidad de huir se presentara, tuviese las energías necesarias para escapar de la prisión. Así que, aunque aborreciese aceptar la hospitalidad de su captor, trataría de comer. Levantando la tapa de plata de la bandeja, constato que la comida consistía en panecillos duros como piedras y pedazos fríos de carne de carnero. Comida mas apropiada para los perros que vio en el patio, que para seres humanos, pensó con disgusto. Después de tragar con dificultad algunos bocados, tomo una copa de vino caliente especiado y se obligo a beber. Por el momento, no importaba que la comida no tuviera gusto y estuviera fría, significaba nutrición e iba a precisar de todas sus fuerzas para enfrentar al detestable Dillon Campbell.

— ¿Qué paso por tu cabeza, hombre, para traer a esa inglesa a tu casa? — Camus Ferguson, bajo y rechoncho, con piernas gruesas como troncos andaban de un lado a otro delante de la chimenea sudando profusamente. Los húmedos cabellos rojos caían en su frente. Dillon y el se habían conocido en el monasterio, dos muchachos huérfanos bajo los cuidados de los monjes. Los lazos de amistad que los unían eran profundos y sólidos, permitiendo que Camus dijese a Dillon todo lo que quería, sin preocuparse del enojo de su amigo. —Creo que sello su propio destino…— continuó. — Ahora los ingleses van a desear su muerte. — No tuve elección. — retruco a un lado en una silla de brazos, con una copa de cerveza en la mano. Dillon dispenso a la criada que le había estado lavando y cuidando de sus heridas. — Sin ejército y sin armas, precisaba ganar tempo — concluyó.

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— Tempo... — Graeme Lamont vacio su jarro y extendió la manos para que la criada volviera a llenarla de cerveza. Al reparar en la sonrisa invitante que ella le dirigió, Graeme, jugando, le dio una palmada en el trasero. Con un pie apoyado en un banquito y el codo sobre la rodilla estudio a sus dos amigos, Dillon y Camus. Hijo de madre soltera, una joven campesina, y no formando parte de ningún clan, también había sido criado por los monjes. Los tres jóvenes habían crecido juntos, estudiado juntos y se habían hecho adultos, viviendo sus primeras aventuras sexuales con las muchachas de la villa más próxima. Y también, juntos, habían luchado en muchas batallas. De los tres, Dillon era el guerrero mis valiente, Camus, el más analítico y Graeme, el que más éxito tenia entre las mujeres. — Ya tuvimos tiempo de sobra para conocer la justicia inglesa — prosiguió. — ¿Realmente crees, Dillon, que Sutton y Shaw aun están vivos? Dillon dio un salto en la silla tan de prisa que nadie tuvo tiempo de reaccionar. Agarrando a Graeme por el frente de la túnica, la cara retorcida de rabia explotó — Ellos están vivos, si. De eso no tengo duda. Lo sabría en mi corazón si no lo estuvieran. Rehusándose a retroceder, Graeme insistió: — ¿Por cuánto tiempo más? Entre dientes, Dillon susurró: — ¡Cállate! No admito que digas esas cosas frente de mi hermana Flame observaba la escena con los ojos grandes, el miedo cerrando su garganta. No tanto por las palabras de Graeme, como por la reacción de su hermano. Esa súbita explosión de violencia era señal, ella lo sabía, de la desesperación interna de Dillon. Para desfardar lo que sentía, dijo: — Dillon tiene a la mujer inglesa. Ellos no se van a atrever a hacer daño a Sutton y Shaw, sabiendo que era puede sufrir el mismo destino. — Tal vez. — Los ojos de Graeme se estrecharon mientras observaba a su amigo darle la espalda. Con manos trémulas, se arreglo la túnica y se llevó a los labio la jarra de cerveza que vacio de un solo trago. Más de una vez había experimentado la dureza del temperamento de Dillon, pero nunca como en ese momento. La situación en relación a la dama inglesa había transformado a su amigo en una fiera lista a atacar. Los pensamientos de Flame eran igualmente sombríos y perturbadores. En busca de consuelo moral, miro al viejo monje que había oído todo en silencio. — ¿Qué opina de todos esto, Fray Anselmo? — creo que Dillon tiene razón al creer que sus hermanos están vivos. El noble ingles que los mantiene prisioneros hará todo para preservarles la vida, a fin de tener a su hija de regreso sana y salva. — Pero y en cuanto a….

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— También creo que tú y yo debemos ir ahora a la capilla a rezar, criatura. — Con esfuerzo, el viejo monje se levanto de la silla. — y dejar la conversación sobre ejércitos y venganzas a los guerreros — Pero yo quiero quedarme y oír…. Sacudiendo la cabeza, Dillon le hizo un gesto para que saliese. — Ve con fray Anselmo, Flame. Tenemos asuntos muy serios que discutir. — No soy más una criatura. — protestó, ella petulante. Dillon le tomo la mano y la sorprendió besándole los dedito con galantería — Cada vez me convenzo más de eso. Pero ahora quiero hablar en privado con mis amigos. — Antes que la muchacha pudiera abrir la boca para protestar, concluyo en tono suave: — Y yo necesito tus oraciones desesperadamente, dulzura. Así como Sutton y Shaw. Callada, Flame siguió obediente a fray Anselmo fuera del gran salón. Al quedarse solos, Dillon dirigió la mirada de Camus a: — Preciso reunir un ejército — dijo. — ¿Para cuándo? — preguntó Camus, muy calmado. — Mañana no sería demasiado temprano. — la respuesta de Dillon fue acompañada de una sonrisa amarga. — pero debe llevar quince días o mas hasta que podamos reunir hombres, caballos y armas en cantidad suficiente. Camus hizo un gesto concordando — Mañana partiré para Pertshire y Dumfries. Se giro a Graeme: — ¿Y tú? Después de um breve silencio, este respondió: — Voy para Galloway y Cowal. Dillon ofreció la mano a cada uno de los amigos, agradecido por su lealtad. — ¿Y los soldados? — Indagó Camus. — ¿crees que intentaran rescatar a la mujer? — ¡Que intenten! — Dillon se dirigió junto a la chimenea y apoyando uno de los brazos en la repisa se quedo contemplando las llamas. — Después de la vergonzosa traición de esa gente, seria gratificante derramar alguna sangre inglesa — concluyó. — Si desea la sangre de ellos, siempre está la mujer inglesa — sugirió Graeme, con una mueca. — ¿Tu la matarías? — Había espanto en los ojos de Camus. — No estoy hablando de matar. Hay muchos otros medios de obtener venganza. Principalmente cuando es una mujer la prisionera. Sería más que justo se la devolviéramos desflorada

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El seño de Dillon se frunció. — Eso nos volvería tan bestias como los ingleses — Tal vez. ¿Pero, por que deberíamos ser mejores que ellos? Apretando los puños, Dillon respondió: — Porque nuestra causa es justa — ¡Justa! — Graeme golpeo la jarra contra la mesa. — Pues yo creo que ya es tiempo0 de que los ingleses experimenten un poco de la hiel que fuimos obligados a tragar toda la vida La voz de Dillon bajo peligrosamente: — Nunca olvido lo que ellos le hicieron a mi madre. Y no voy a colocarme al nivel de aquellos que violan mujeres inocentes. — Fijadno en Graeme una mirada penetrante, agregó: — la muchacha inglesa significa solo el rescate de Sutton e Shaw. Di mi palabra de que sería devuelta sana y salva, mientras mis hermanos también lo fueran. — ¿Y si eso no ocurre ¿ ¿Si los mataran? — Graeme captó el brillo de emoción en los ojos de Dillon, antes que se recompusiese. — En ese caso, ella perderá la vida también. Una sonrisa taimada afloro en los labios del otro. — Entonces quiero pedir un favor amigo mío, en retribución al ejército que voy a ayudar a reunir Dillon arqueó una ceja. — Pide. — Se la lady tuviera que perder la vida, concédeme algunos minutos a solas con ella antes de eso. — Viendo la expresión enojada de Dillon, Graeme desató a reír. — ¿Ves lo que los monjes hicieron con nuestro amigo, Camus? Ni siquiera consigue bromear con esas cosas. — Aproximándose, dio un golpecito amistoso en la espalda vigorosa de Dillon. — Solo tuve una rápida visión de la mujer inglesa, pero tú estuviste mucho tiempo con ella. ¿Es tan boinita como supongo? Dillon se encogió de hombros, fingiendo indiferencia: — No reparé. Con una risita maliciosa, Graeme replicó: — Nunca supiste mentir, mi amigo. Cuidado, o vas a tener que confesarte con fray Anselmo. Camus se juntó a Graeme en las risas. — Es verdad, Dillon. Hasta los criados están murmurando que la muchacha es una belleza — Si. Sólo un ciego no vería eso. — Graeme hizo un guiño malicioso a Camus. — Creo que aquí nuestro amigo, reparo demasiado y ahora quiere guardar la muchacha toda

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para él. — Girándose entonces a Dillon: — Y entonces, Dillon, aun no me respondiste ¿Puedo quedarme unos minutos a solas con ella, o ella es solo tuya? — ¡Basta de bromas idiotas! — A pesar de saber que los amigos estaban bromeando intentando provocarlo, Dillon sentía su gonio comenzar a calentarse — Entonces ambos pasaran la noche en Kinloch House, antes de partir en sus misiones. Pero exijo que la prisionera sea tratada con el mismo respeto que dedicarían a una mujer escocesa. — Yo voy a respetarla. — Graeme vacio otra jarra de cerveza y tropezó al intentar alejarse de la mesa para volver a servirse. — Pero solo después de haber disfrutado de sus encantos. Viendo la expresión de ira en los ojos de Dillon, Camus se apresuro a aliviar a situación: — Graeme no sabe o que está diciendo. Bebió demasiado. Por la mañana va a lamentar haberse excedido tanto. Vamos amigo. — Pasando un brazo por los hombros del otro comenzó a conducirlo hacia la puerta. Desde allí agrego: — Estoy feliz porque hayas regresado a salvo. Mañana temprano iniciaremos la tarea de rescatar a tus hermanos. — Gracias. — Dillon esperó hasta que ambos saliesen para regresar a contemplas las llamas, sombrío. Ahora que se encontraba de vuelta en sus dominios, alimentado y abrigado, la enormidad de la situación en que se había metido, caía sobre él. Había secuestrado a la hija de un importante noble ingles y era el único responsable por su regreso seguro al hogar. Los comentarios de Graeme, aunque hechos en broma, habían dado en el blanco. Habría muchos en las Tierras Altas que compartirían el punto de vista de Graeme; que no le importaría herir a Leonora, para vengar alguna de las crueldades infringidas a ellos por los ingleses, a pesar de ella ser inocente y de lo necesario que era su regreso a salvo para la supervivencia de los gemelos. Si, habría muchos hombres dispuestos a usar a Leonora para satisfacer su sed de sangre. Vaciando el jarro de cerveza, Dillon llego a la conclusión que precisaría vigilar todo el tiempo para garantizar la seguridad de su prisionera. No solo para mantenerla como moneda de cambio., sino también por no desear que una inocente pagase por los pecadores. Dejando los galgos dormidos al pie del fuego. Salió del salón y comenzó a subir la gran escalera. Una profunda tristeza lo oprimía. Su regreso al hogar debería ser un acontecimiento feliz, marcando el inicio de la paz entre Escocia e Inglaterra. Debería ser un tiempo de conmemoración en todas las ciudades y aldeas. Con todo, una vez más serian forzados a recurrir à la violencia y al derramamiento de sangre. ¿Cuando todo eso llegaría a un fin? ¿Algún día aquella tierra linda podría prosperar y florecer? ¿Su pueblo sería capaz de vivir en seguridad y dignidad?

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Seguridad. Aun sin los ingleses, aun había problemas de asesinatos que aterrorizaban la región. En los últimos años varias mujeres jóvenes y adultas, indistintamente, venían siendo violadas y luego asesinadas. Como líder del clan, cabía a Dillon la responsabilidad por la seguridad de su gente. Entretanto la identidad del misterioso asesino permanecía desconocida. Apretando los puños con rabia, continuó subiendo. A pesar de estar agotado no podía entregarse al repodo. Tenía que lidiar con Leonora, por cuya seguridad, así como la Sutton e Shaw, era el único responsable.

Capítulo 8 Poco antes de que la pesada puerta se abriera, Leonora que oyó el ruido de pasos. Concluyo que Dillon llegaba. De pie junto a la chimenea aguardo tensa, el enfrentamiento que inevitablemente surgiría. Por la abertura pudo ver de reojo, los dos guardias apostados en el corredor al lado de la entrada. En seguida Dillon Campbell lleno todo su campo de visión, parecía aun más bello ahora que se había lavado y retocado la barba, se había cambiado la ropa ensangrentada. Sus ojos oscuros, sin embargo, tenían una expresión nada acogedora,. — ¿Milady dio trabajo, Rupert? — No. — Los labios del joven se curvaron en una leve sonrisa. En su siseo agudo, agrego: — Pero vio al guardia en el patio inferior, si no creo que habría saltado del balcón para huir. En un movimiento brusco, Dillon se giro en dirección a Leonora. Tendría que reforzar sus precauciones. No podía permitir que la loca saltara a la muerte. Al hablar su voz sonó más ruda de lo que pretendía. — Habría sido un gesto de locura, milady. Todo lo que lograría con ese esfuerzo seria quebrarse los huesos y mucho dolor. Y aun continuaría siendo mi prisionera. — A no ser que muriese. En ese caso quedaría libre y usted, sin su rehén — ella se burlo. — Su error, milady. — El tono de voz de él se hizo más profundo. — Aun muerta no se libraría de mi. Porque si su padre quisiera un entierro cristiano para su hija, tendría primero que negociar conmigo. Conservaría su cadáver aquí hasta que mis hermanos fueran liberados s. — Con una sonrisa fría, Dillon continuó: — Por eso, le aconsejo no dar oídos a las ideas de martirio. Sería una muerte dolorosa que le serviría de nada. Leonora le dio la espalda, los labios apretados rehusándose a demostrar su abatimiento ante las palabras de él. Eso sería admitir su derrota, cosa que jamar haría. Girándose de nuevo al muchacho que cuidaba la puerta, Dillon pregunto — ¿Ella comió, Rupert?

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— Un poco. Levantando a tapa de la bandeja, el espió el contenido. — Muy poco, a lo que parece. — Lanzo entonces una mirada a las espaldas empertigadas de Leonora. A pesar del vestido rasgado y sucio, los cabellos cayendo en salvaje desarreglo hasta la cintura, su actitud era la de una reina. — Esperaba encontrarla durmiendo a esta hora, milady, después de una jornada tan exhaustiva. Ella se giro abruptamente. Los ojos color violeta echando chispas. — ¿En serio? ¿Y donde esperaba que durmiera si puedo saber? — En mi cuarto, evidentemente. — ¿En su qué? Fingiendo no dar importancia a la rabia de Leonora, Dillon la ignoro y se dirigió al joven guardián: — Está dispensado por esta noche, Rupert. Hiciste un perfecto trabajo. El rostro del muchacho se ilumino de satisfacción — Si milord lo desea puedo quedarme de guardia toda la noche — ofreció. — Eso lo sé y agradezco tu lealtad. Pero ya coloque dos guardias del lado de fuera. Puedes ir a descansar, Rupert. — ¿Va a precisar de mi por la mañana? — preguntó el joven antes de obedecer la orden del amo. — Si. — Leonora tendría que ser vigilada día y noche. No solo para ser protegida contra quien quisiera atacarla, como para impedir que intentara huir. Aunque la tentativa pudiera resultarle en heridas o su muerte. — Decidí que serás el guardia permanente de lady Leonora, y responsable por la seguridad de ella — informó. El muchacho se estiro en toda su estatura que era considerable y ensancho el pecho. — Es un honor, milord. Viendo la extrema devoción de Rupert al bárbaro que la secuestrara, Leonora suspiró, exasperada. ¿Qué inspiraría tamaña lealtad? En cuanto el joven salió cerrando la puerta, Dillon tomo su lugar poyándose en el marco. Con los brazos cruzados, las piernas musculosas bien apoyadas en el suelo, se preparó para el combate que sabia estaba por ocurrir. Aunque exhausto, no podría ceder al cansancio mientras esa muchacha obstinada no estuviera sojuzgada de forma definitiva. Los ojos de Leonora tenían un brillo que le comenzaba a conocer muy bien. — ¡No puede estar creyendo que voy adormir en sus aposentos! — explotó Ella. — Por el momento se trata del único lugar donde puedo estar seguro de no va a intentar huir.

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— ¿Y cómo puede tener esa seguridad? — Como guerrero, tengo el sueño muy liviano, milady. Si intenta escapar, voy a oírla, puede estar segura. Voy a sentir sus movimientos. El corazón de Leonora comenzó a latir locamente y con gran esfuerzo ella intento ocultar el miedo que sentía. — No va a pretender que yo… duerma en la muisca cama que — dijo, toda trémula. — Es exactamente eso lo que quijero. Hasta que puedan organizarse otros arreglos. — Exijo un cuarto solo para mí, ¿oyó? — ¿Exige? — Los labios de él se apretaron en una línea rígida. En seguida, cediendo a la necesidad de liberar algo de la furia que venía creciendo en su interior desde la captura de sus hermanos, avanzo hacia ella hasta que solo los separaban unos centímetros. — Permítame recordarle, milady, de que es mi prisionera. Si quiere puedo dejarla atada en las mazmorras, donde podrá tener toda la privacidad que desea. Al contrario de las de los castillos ingleses, donde los calabozos están llenos de enemigos del rey, nuestras mazmorras se encuentran vacías. No hay otros prisioneros en Kinloch House. ¿Es suficiente privacidad para usted? Cada vez se hacía más difícil para Leonora disfrazar su miedo. Nunca le habían permitido visitar las mazmorras del castillo paterno, pero Moira y los demás criados vivían contando historias tenebrosas respecto al lugar. Ratas así como todo tipo de insectos corrían por el suelo tierra movida, siempre húmedo. Las celdas se encontraban llenas de excreciones humanas y el aire saturado de olores fétidos y gritos de desesperación. Fingiendo un coraje que no sentía, ella arriesgo: — Prefiero las mazmorras que dormir en la misma cama que usted. Dillon se quedo encarándola con el seño fruncido. — Lo creo — dijo dándole las espaldas, harto de esa discusión inútil. — Pero guerra es guerra, milady. Y los que van a los campos de batalla tienen que aprender a soportar todo tipo de incomodidades. Para su propia seguridad va a tener que permanecer a mi lado toda la noche. Lágrimas calientes le quemaban los ojos a Leonora y ella pestañeo varias veces para apartarlas. Tenía conocimiento de las cosas terribles a las que sometían a las mujeres en tiempos de guerra. ¿No había ella experimentado una parte de los malos tratos en su breve encuentro con los soldados ingleses en el bosque? Se había convencido de que Dillon Campbell estaba por encima de ese tipo de comportamiento y le dolía darse cuenta que se había creado una falsa idea de seguridad. En sus propios dominios y rodeado de las personas que le fieles, el pretendía ahora, volver a los métodos primitivos, usándola de manera desvergonzada. ¿Al final, no era eso lo que se esperaba de um bárbaro escocés? Pero Leonora Waltham no caminaría dócil como una oveja al matadero. Al contrario, lucharía por su vida, aun estando destinada a la derrota final.

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Mirando alrededor, busco un objeto con que pudiera defenderse. Viendo el decantador de cristal, lo agarro sin dudar. Frente a ella, Dillon se dirigía al cuarto. — Venga, milady. Estoy con sueño y quiero acostarme. — El hablo sin mirara para atrás. Por el canto del ojo, sin embargo, vigilaba la sombra de Leonora, proyectada en la pared. Al ver la mano levantarse, se dio media vuelta instintivamente, evitando por milímetros recibir un golpe en la nuca. En ez de eso, el pesado objeto le acertó de refilón en la sien, aturdiéndolo por algunos segundos. Lo siguió el ruido de cristal quebrado y desparramándose a sus pies. El olor acre del vino subió a las narices de Dillon a medida que la bebida se escurría por su cuello y los hombros. Era lo que faltaba para acabar de una vez con su paciencia ya saturada y hacerlo explotar. En un rápido movimiento la agarro de la muñeca con tanta fuerza que ella grito de dolor, encogiéndose frente a tal ferocidad. — Entonces es así como me agradece. — El rostro atractivo de Dillon estaba retorcido de rabia. — ¡Y pensar que le ofrecí comida, mientras mis hermanos deben estar pasando hambre en los calabozos de su padre! Leonora sacudió la cabeza con desprecio, rehusándose a entregar los puntos. — En mi casa, la comida que me sirvieron no sería dada ni a los cerdos. Los bellos ojos de Dillon se estrecharon en señal de peligro. — Su tierra es rica y tiene todo en abundancia. Aquí, el pueblo está obligado a pasar la vida defendiéndose de los ataques de su gente y no tienen tiempo ni disposición necesaria para prepara las comidas tan finas. Aun así, compartimos con usted, una despreciable prisionera, lo ´poco que tenemos. — Furioso al punto de perder el férreo control que siempre ejercía sobre sí mismo, Dillon la empujo con violencia junto a su cuerpo. Su respiración caliente tocaba la frente de Leonora y sus pulgares se enterraban en la carne tierna de sus brazos delicados. — Estoy ofreciéndole una cama, al tiempo que mis hermanos tienen que conformarse con el suelo frio y húmedo de una mazmorra. ¿Y así retribuye mi bondad? — ¿Bondad? — Ella consiguió apartarse un mínimo para encararlo. — Se muy bien lo que pretende hacer conmigo. Es igual que esos hombres depravados que me atacaron en el bosque. Solo que es un hipócrita y esconde sus intenciones detrás de bellas palabras, Dillon Campbell. Pero no va a conseguir engañarme. Cuando estemos en su cama, me va a violar como querían hacer los soldados. — ¡Cállese la boca, mujer atrevida! — las grandes manos se cerraron en los hombros de ella. A través de los dientes cerrados, Dillon dio aire a la rabia retenida por tanto tiempo. — Váyase al infierno, usted y su pueblo maldito que tanto sufrimiento han causado a mi pobre gente. — ¡Váyase usted!

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El no tenía intención de besarla. En verdad era la última cosa que le pasaba por la mente. Pero la furia que lo consumía lo llevo a hacer exactamente aquello delo que lo acusara. Su boca cubrió la de Leonora en un beso rudo, destinado a castigarla. En el instante la sintió tensarse y comenzar a luchar para librase de él. Lo que solo sirvió para inflamarlo más. ¿Entonces la muchacha quería desafiarlo? Le iba amostrar lo que tal desafío acarrearía. La abrazo con fuerza, apretándola contra su pecho vigoroso. Profundizo el beso. Una oleada de calor, de magnetismo fluía de uno al otro. Tan poderosa que en poco tiempo ambos se hallaban totalmente sometidos, entregados al más primitivo deseo. No fue imaginación, Dillon recordó la pasión e aquel primer encuentro en el jardín. Al más simple toque ocurría todo de nuevo, inflamando de nuevo las brasas, siempre presentes entre ellos. Y tampoco había imaginado la inocencia e inexperiencia de Leonora. Lo había deducido por la manera como ella reaccionó al primer beso, que, antes de él nunca había sido besada por otro hombre. Ahora tenía la absoluta certeza de ese hecho. Leonora mantenla las manos entre ambos, como una barrera para impedir una aproximación mayor y los labios y los ojos fuertemente cerrados El medo que ella estaba experimentando era captado por Dillon. Como a un depredador, eso lo excitaba. Quería sentirla temblar, acobardarse frente a él. Aunque eso no compensase lo que le fuera hecho a sus hermanos, satisfaría el instinto primitivo que lo incitaba a buscar venganza sobre su enemigo — Abra los ojos, mujer. Frente a la brusca orden, los ojos color violeta temblaron y al final se abrieron., Por un breve instante quedaron agrandados de miedo, en seguida se estrecharon y oscurecieron de rabia. — ¡Suélteme, so bruto! No soy una criada cualquiera, ansiosa para satisfacer al lord del castillo en celo. — No, milady. – Una sonrisa peligrosa curvo sus labios de Dillon Leonora pudo sentir la tensión que lo dominaba. — No siquiera merece el honor de ser considerada una criada. No pasa de ser una miserable prisionera. Nunca olvide eso. — Su... su... — frente a tanta arrogancia, Leonora levanto la mano dispuesta a atacarlo. Sin el menor esfuerzo, él lo impidió asegurándola de nuevo por la muñeca — Así es mejor, milady. Prefiero verla enojada que amedrentada — ¡No tengo miedo de usted, so bárbaro! — Pues debería tenerlo. En vano ella se debatió. Una vez más Dillon se apodero de los labios de ella.

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Esa vuelta, el beso, a pesar de aun destinado a castigarla, se volvió más posesivo, más dominante, aumentando en Leonora la voluntad de resistir. Cuanto más luchaba, más fuerte se hacia la necesidad de Dillon de someterla. Presa en la trampa de los brazos musculosos, sintió que el cuerpo comenzaba a traicionarla. La piel satinada se incendio al toque masculino. Sus labios empezaron a temblar bajo lo de él. El cambio de leona furiosa a gatita aturdida, provoco la misma reacción en Dillon. Aun manteniéndola cautiva, su toque se hizo más gentil, los labios se suavizaron. Con eso, sensaciones extrañas y deliciosas la recorrieron de pies a cabeza. De repente no tenía miedo, ni rabia. Un toque de alerta sonó en su mente. Ese hombre representaba al enemigo, no podía flaquear frente a él. Aunque la razón le dijera eso, Leonora no lograba evitar la excitación que la recorría a medida que esos labios sensuales la devoraban. Dillon, solo pretendía darle una lección a esa inglesita insolente. Pero en el momento que le beso se suavizó, quedo perdido. Estaba fascinado por los labios de ella. Suaves como pétalos de rosa, con el frescor de un arroyo escocés. Eran dulces, puros, intocados. En un gesto involuntario, las manos de el subieron para rodear el delicado rostro al mismo tiempo que sus labios continuaban despertando la sensualidad hasta entonces reprimida de Leonora. Ella no sabía que un simple beso era capaz de provocar um deseo tan avasallante. Hasta conocer a Dillon Campbell... mientras las caricias continuaban lentas y apasionadas, Leonora cerró los ojos, saboreando los nuevos sentimientos que la invadían. Se sentía indefensa frente a tanta habilidad, tanto ardor. Los labios de Dillon eran calientes, firmes y experimentados en el arte de la seducción. En seguido todo el cuerpo de Leonora pasó a latir de deseo, las sensaciones aumentando hasta volverla una masa temblorosa y agitada en los brazos de él. En la lengua de Dillon aun había un leve sabor a cerveza y su olor limpio, masculino subía a las narices de Leonora aturdiéndola, tentándola, excitándola más allá de la razón. Todos los recelos fueron olvidados. Por iniciativa propia, sus manos lo agarraron del frente de la túnica, atrayéndolo más cerca de su cuerpo. Dillon, por su parte, se puso a acariciarle los hombros, las manos descendían insinuantes por la espalda femenina. A cada toque, cada caricia, ondas de placer recorrían el cuerpo de Leonora, transformando en fuego la sangre que corría por sus venas. Suspirando ella se movió de manera de ajustar mejor sus curvas al cuerpo masculino excitado. Estaban tan pegados que ambos sentían el latir del corazón del otro como si fuera propio. La lengua atrevida de Dillon invadió entonces los huecos de la boca perfumada, saboreándola por entero. Asustada, ella intento apartarse pero los brazos atléticos la aprisionaban. En pocos segundos, vencida por la pasión, Leonora comenzó a retribuirle el osado beso, su lengua suave peleando con la de él.

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El deseo de Dillon, por su parte se encontraba a punto de explotar con una violencia que shockearia la sensibilidad de una joven tan inexperta. De repente, volviendo en sí, se dio cuenta del error que había cometido. En el momento que se permitiera ceder a los sentimientos de ternura, estaría perdido. Y ahora se encontraba al borde de un abismo. Un paso, un movimiento en falso, y seria arrojado al espacio sin retorno. Precisaba poner fin a esa locura, antes de que fuera demasiado tarde. Aun así, prolongo el momento de apartarse de la tentación. Solo un beso más, un último beso. Finalmente, reuniendo toda su fuera de voluntad, Dillon levanto la cabeza y dio un paso atrás. — Ahora que quedo bien claro quién es el señor y quien la criada, vamos a dormir. — dijo entonces en tono burlón. — ¡Espero vivir lo suficiente para verlo arder en el fuego del infierno! — dijo ella con los dientes apretados — Si eso ocurre, milady, será porque usted estará allí conmigo — Dándose cuenta que sus manos aun temblaban, Dillon volvió a enfurecerse consigo mismo. Era absurdo que esa muchacha tuviera tal poder sobre él. Esforzándose por hablar en tono calmado, agrego: — Lastima haber desperdiciado un vino tan bueno— Luego, esquivando los trozos de vidrio y los charcos de vino se dirigió con pasos firmes al cuarto. En un tono que igualaba el de él, Leonora replicó: — En mi opinión, fue muy bien utilizado. Que mejor uso que ese: ¿Lavar un animal? Recompensada por el fruncir del ceño masculino, ella supo que su provocación había dado en el blanco. Esa vez son embargo, Dillon se limito a mirarla con desprecio antes de desaparecer en el interior del cuarto. Por un momento, Leonora permaneció parada en el lugar, esperando que los latidos violentos de su corazón se calmasen. ¿Cómo era posible que solo unos minutos antes estuviera experimentando la más ardiente de las pasiones con ese bruto? ¿Cómo pudo permitirse tales intimidades, como correspondió de buena voluntad a sus caricias? Dominada por una profunda vergüenza, levanto el ruedo de la falda para pasar por los destrozos del decantador. Tendría que mantener la guardia lata durante toda la noche. Su captor probo ser más peligroso de lo que había supuesto.

Capítulo 9 Enojada, Leonora permanecía de pie en el marco de la puerta del dormitorio, hacia ya algunos minutos.

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Ignorándola a propósito, Dillon trataba de sacarse las botas, sentado en una silla. Terminando el se levanto y se saco la camisa por sobre la cabeza, desvistiéndose hasta quedar con el pantalón que se ajustaba a su cuerpo perfecto como una segunda piel. Después de lo que había ocurrido entre ambos, Leonora era aun más consciente de su masculinidad. Era preciso un esfuerzo enorme para impedirse quedarse mirando fascinada aquellos hombros magníficos, o los músculos firmes moviéndose bajo la piel bronceada cuando él se inclino para la pila de leña colocada a un costado. Atravesando el cuarto, Dillon tiro una pesada leña al interior de la chimenea y se quedo observándola prenderse fuego y comenzar a crepitar. A cierta distancia, Leonora lo observaba atenta a cada ágil y preciso movimiento. Por más que eso la contrariase, no podía dejar de admitir la perfección de las formas viriles. Poco después, satisfecho con el fuego reavivado, Dillon se giro y comenzó a caminar por el cuarto, apagando las velas. Finalmente, la única iluminación que restaba era la producida por las llamas de la chimenea. Su atención se dirigió entonces a la prisionera, y la expresión que ella vio en los ojos de él, era la de un depredador evaluando la presa en el bosque — Acuéstese— ordeno, indicando la cama a Leonora. Ella no salió del lugar. Con un suspiro resignado el volvió a atravesar el cuarto y se aproximo a Leonora, la agarro por la muñeca, empujándola junto a la cama, dijo entono áspero: — Muchacha, no me provoque mas esta noche, porque estoy agotado. Acuéstese de una vez por todas, si no quiere que yo pierde de nuevo la paciencia. Consciente, Leonora encontró mejor obedecer. Con toda la dignidad que consiguió juntar, recogió alrededor de su cuerpo los pliegues de la falda y se acostó en uno de los lados de la cama. Dillon la sintió encogerse cuando también se acostó. Fingiendo indiferencia, el tiro sobre ambos una de las pieles que estaba a los pies de la cama. Al hacerlo, su brazo rozó uno de los senos suaves. Leonora se sobresalto como si la hubiera picado una serpiente. La tensión era tan grande que amenazaba con ahogarlos. Los dos se encontraban con los nervios a flor de piel. Pero nada podía hacerse para aliviar el estrés emocional. Maldiciendo, Dillon rodo para el lado opuesto, decidido a no tocarla de ninguna manera. Por su parte, Leonora, con los ojos cerrados, se concentraba en vigilar el sonido de la respiración leve y lenta de Dillon. A cada minuto, esperaba que él le arrancase las ropas y la violase. El miedo y la expectativa eran peores que el hecho en sí mismo. Al menos, pensaba, si el demostraba su verdadero carácter, probando no ser más que un hombre cruel y depravado, ella podría encontrar alivio en combatirlo. Pero la espera era la peor de las torturas. Sus puños estaban tan apretados que las uñas se le enterraban en las palmas haciéndolas sangrar.

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No sabía cómo podría aguantar toda la noche al lado de aquel bárbaro, sabiendo que a en cualquier momento el podría tacarla. Era imposible dormir o Dillon tendría la ventaja de su vulnerabilidad. El rostro querido de su padre, apareció en su mente. Como debería estar sufriendo, sabiendo los horrores que su hija tendría que enfrentar. Y la vieja Moira… debía estar arrasada, imaginando si Leonora regresaría un día a casa y en que que condiciones. Las lágrimas ardientes le llenaron los ojos y sin aviso, comenzó a sollozar, de modo incontrolable. Para ahogar el sonido, apretó las manos contra la boca. Al lado, Dillon oyó los sollozos y sintió el cuerpo de su prisionera sacudirse por el llanto. También se dio cuenta del tremendo esfuerzo que hacia ella para controlarse. Su primer impulso fue abrazarla y tranquilizarla, afirmándole que estaba a salvo al lado de él y que no le harían ningún daño. Pero, se advirtió a si mismo, esa era una guerra. Leonora era un prisionera y él había dado su palabra que estaría a salvo solo mientras que Sutton y Shaw también lo estuviesen. Decir lo contraria en ese momento seria contraproducente. Ella tenía que creer que su salvación se hallaba ligada a la de los gemelos. A pesar de conmocionado por las lágrimas de Leonora, Dillon decidió que no le ofrecería el consuelo de su abrazo. Endureciendo el corazón se quedo inmóvil aguardando en estoico silencio que le llanto cesara. Poco apoco ella se fue calmando. Aun contra su voluntad fue vencida por el cansancio y cayó en el sueño.

Los rayos del sol de la mañana entrando por la puerta ventana del balcón, fueron a calentar los cuerpos enrollados en las gruesas mantas de piel. Dillon despertó, revigorizado por el sueño tranquilo. Sentándose, empujó los cobertores y se desperezó satisfecho. De repente quedo inmóvil, fascinada frente a la visión de la mujer en su cama. Leonora estaba acostada de lado, una mano bajo sus mejillas. Su respiración lenta indicaba que aun se encontraba dormida. El frente rasgado del corpiño se encontraba totalmente abierto revelando lo seños redondos y firmes, los pezones rosados visibles a través de la fina de la camisa íntima. Con la respiración atrapada en su garganta, los labios secos, Dillon se quedo contemplándola a la luz de la mañana. El rostro de belleza incomparable tenía la piel traslucida y aceitunada en contraste con las largas pestañas oscuras. Los labios llenos y sensuales parecían implorar ser besados. El recuerdo de los besos intercambiados la noche anterior y la inocente sensualidad de la muchacha dormida fueron suficientes para provocar en Dillon una nueva y avasallante soleada de deseo. Consciente de que no podía dar rienda suelta a su lujuria, trato de dominarse, pensando en sus hermanos. Se deslizo de la cama en silencio y después de avivar el fuego se dirigió a la antecama para llamar a las criadas.

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Poco después, el sonido de las voces despertó a Leonora, que por um momento se quedo inmóvil, completamente desorientada. Aquel no era el sonido y los olores del castillo paterno. No se encontraba acostada en su cama suave. De repente la verdad la golpeo con un impacto como si fuera un golpe físico. Estaba en la inexpugnable fortaleza de Dillon Campbell, en las salvajes Tierras Altas escocesas. Era una prisionera. Sentándose en la cama, aparto de los ojos las mechas desarregladas de la abundante cabellera negra. En ese instante se abrió la puerta para dejar pasar a Dillon seguido de algunas criadas. Cubriendo los senos con los pedazos rasgados del vestido, Leonora reparó en las miradas maliciosas de las criadas, frente al estado de sus ropas y de las sabanas revueltas en la cama. Sabía que estaban pensando y un fuerte rubor le cubrió las mejillas. — Coloque las cosas de la prisionera aquí — ordeno Dillon, — y pueden retirarse en seguida. Después de agregar más leña al fuego y llenar dos vasijas con agua de las jarras que llevaban, las criadas dejaron el aposento. Una de ellas, sin embargo, una muchacha de alrededor de catorce años, que rengueaba visiblemente al andar, quedó atrás, demorándose en arreglar algunas ropas femeninas sobre la silla. — ¿Debo ayudar a la señora? — Preguntó, con timidez. — No, Gwynnith. — El tono de Dillon era áspero. — Tienes otras tareas que cumplir. La señora es capaz de vestirse sola. — Yo soy criada de cuarto, milord. Una dama de la nobleza nunca debe vestirse sin ayuda. — Su corazón es demasiado bondadoso, Gwynnith, pero no precisas preocuparte por Lady Leonora, atenderá sola sus necesidades. Recuerda que, en Kinloch House, ella no es más que una prisionera. Mirando de Leonora para Dillon, la muchacha hizo un gesto de asentimiento y con una reverencia se retiro. — Ahora trate de lavarse — dijo ríspido a Leonora. — y después vamos a descender a desayunar Sin mirar para ver si ella cumplía las órdenes, Dillon se inclino delante de una de las vasijas y dio inicio a su aseo matinal. Del otro lado del cuarto, Leonora lo miraba con rabia. ¡Como detestaba a ese! Que satisfacción seria mantenerle la cabeza dentro del agua hasta que implorara misericordia La idea el dibujo una sonrisa en los labios. ¡La venganza sería tan dulce! Juró que se vengaría al final. Su mirada continuó observando los movimientos mientras él se lavaba. Estaba fascinada por los poderosos músculos saltando y contrayéndose en los hombros y la espalda bronceada. Como era de diferente el cuerpo de un hombre… ¡y qué bonito! El pensamiento la shockeo. Era absurdo pensar tal cosa del bruto que la arrancó de todo lo

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que más amaba. Del bárbaro enemigo de su pueblo, que la mantenía como prisionera, humillándola de todas las maneras. Decidida a no dejarse derrotar por el desanimo, Leonora se levanto y fue a lavarse con el agua de la otra vasija llevada por las criadas. Mientras lo hacia su mente hervía con planes de fuga. En algún momento de aquel día la atención de su captor se distraería, estaba segura, y cuando eso ocurriera, la oportunidad no sería desperdiciada por ella. Vistiendo una sencilla túnica de lana sobre la calza ajustada, Dillon se sentó al costado de la cama para ponerse las botas latas de montar. Terminando levanto la mirada en dirección a Leonora y una sonrisa le curvo los labios. Ella se había enrollado una gran toalla de lino alrededor de los hombros para ocultar el cuerpo mientras se lavaba. Interesado, Dillon busco un ¿a posición mejor y apoyado en la mesa de cabecera, se quedo deleitándose con el espectáculo encantador. Con un simple tirón de los cordones, la camisa íntima cayó al suelo a los pies de Leonora. La mirada de Dillon acompaño cada movimiento mientras ella e pasaba un paño enjabonado sobe le cuerpo protegido por la toalla y después se enjuagaba. Cuando llego el momento de retirarse las enaguas, el vislumbro unas bellísimas y bien torneadas piernas, antes de que la toalla las ocultara nuevamente. — Apuesto — dijo él en tono burlón — que no muchos de sus compatriotas ingleses tuvieron oportunidad de apreciar una visión tan deliciosa como la que estoy disfrutando. Leonora se giró, agarrando con firmeza la toalla. Al darse cuenta que Dillon la había estado observando todo el tiempo, sus ojos chispeaban de rabia. — Un caballero inglés se habría girado de espaldas, permitiendo a una dama conservar su privacidad. La sonrisa se convirtió en una franca carcajada. — Si — concordó él. — Siempre supe que los ingleses eran idiotas. — Estas abusando, Dillon Campbell. Me gustaría que saliese ahora para que pueda arreglarme en paz. — Está queriendo mucho, milady. — El avanzó hacia ella con aire amenazante. — Es mejor que comience a vestirse y bien rápido. Por que cuando yo esté listo para descender, usted vendrá conmigo, vestida o no. El shock se estampo en la cara de Leonora — ¿Me obligaría a parecer desnuda delante de su gente? — La elección es suya, milady. Ya desperdicio mucho tiempo. Con una exclamación de disgusto, se apresuro en obedecer. Aunque los ásperos trajes de campesina que le habían llevado, le rozaban la piel delicada, era un alivio librarse de las ropas sucias de barro y rotas que venía usando por los últimos dos días. Solo después de amarados los cordones de la camisa íntima y las enaguas, Leonora dejó caer la toalla de lino que le resguardaba el pudor.

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Aun así, Dillon tuvo una rápida visión de los hombros bancos y la cintura delgada, antes que ella se pasara por la cabeza el modesto vestido de lana. Alisando la falda, Leonora se sentó para calzarse las suaves botas de cuero de cabra. Finalmente con un peine que encontró al lado de la vasija, desenredo los largos cabellos, atándolos hacia atrás con una cinta blanca. La imagen reflejada en el espejo oval hizo que ella dejara escapar un suspiro de desanimo. Como le hacía falta su vieja ama. Era la primera vez que se veía obligada a vestirse y penarse sola. A pesar de los dedos reumáticos la fiel Moira era capaz de hacer peinados maravillosos. — Mientras se queda admirándose en el espejo, mujer, la mañana está pasando. Vamos a descender. — El tono de Dillon era de enojo pero aun así, le ofreció el brazo como un caballero. Ignorándolo deliberadamente, Leonora paso por él, y quedó esperando que le abriese la puerta. Del otro lado, en la antecámara, Rupert ya se encontraba en su puesto. Todos los vestigios de la batalla de la víspera habían sido removidos, no viéndose un solo trozo de vidrio ni una gota de vino en el suelo. Viendo que Leonora pretendía de nuevo pasar frente a él, Dillon la agarró por la muñeca. — Va a caminar a mi lado — dijo entre e los dientes apretados. — O, si prefiere puede ir atrás, con las manos atadas y Rupert vigilándola. — Prefiero la compañía de él a la suya. — Y es lo que va a tener en cuanto terminemos de desayunar. Los dos aun se miraban con rabia al entrar en el gran salón comedor. En el instante, los galgos fueron a rodearlos, saltando y moviendo los rabos de alegría. Un una simple orden de Dillon se calmaron. Tomando el brazo de Leonora, la condujo hacia el grupo de personas que parecían aguardarlos. Los galgos y Rupert los siguieron atrás humildemente. A pesar de todo, Leonora miro alrededor con interés, curiosa respecto a la manera de vivir de esos extraños escoceses. El salón enorme era semejante en tamaño al del castillo de su padre, con chimeneas de piedra ennegrecidas por el humo en cada costado y varias hileras de mesas rusticas destinadas a acomodar el gran número de personas que comían allí. Toda y cualquier semejanza sin embargo terminaba allí. No había una alta plataforma para la mesa del lord, Por su manera, Dillon Campbell no se colocaba en su posición de líder, prefiriendo comer junto a los guerreros. Tampoco se veía la galería de los menesteres, ni elegantes tapicerías en las paredes o frascos aromáticos por el suelo perfumando el ambiente. A medida que se aproximaban, Leonora podía sentir las miradas curiosas que le dirigían. Deteniéndose, Dillon la presento:

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— Esta es lady Leonora Waltham. — Y para Leonora, fue diciendo, indicando los presentes: — Mi hermana, Flame, usted ya la conoce. Reparando en la mirada enojada de la muchacha escocesa, Leonora la saludo con un rígido movimiento de la cabeza — Este es mi amigo, Camus Ferguson. El robusto joven la encaro con franca curiosidad, antes de inclinarse levemente en un saludo Dillon pasó el brazo por los hombros de un monje, de barba y cabellos grisáceos, diciendo: — Este es fray Anselmo, nuestro sacerdote. — la nota afectuosa de la voz fue captada por Leonora, aun en tan breves palabras, ella se curvo basando respetuosamente la mano del religioso. — Imagino que desearle bienvenida no sea lo apropiado, mi querida hija, ya que esta aquí contra su voluntad. Pero deseo que tenga una agradable estadía en nuestra tierra y un feliz regreso a su hogar. — Gracias, fray Anselmo. — esa era la primera sonrisa que le dirigían desde su llegada, y tal vez por eso Leonora la retribuyo. Finalmente, Dillon presentó al último miembro del grupo, un bello joven de pie al lado del monje: — Y este es Graeme Lamont. Encarándola de arriba abajo de manera insolente, dijo a Dillon: — Veo que escogió muy bien a su prisionera, mi amigo. Si yo tuviese que huir de Inglaterra habría buscado la misma deliciosa compañía. — Sin importarle las expresiones serias de los demás concluyó con una carcajada: — Por lo menos las noches habrían sido más agradables. La voz de Dillon al responder, tenía el tono peligrosamente suave bien conocido por todos. — Voz a recordarle, que lady Leonora debe ser tratada con respeto, Graeme. Mientras esté aquí en Kinloch House, no permito que hagan comentarios irrespetuosos sobre ella. Inmediatamente, la sonrisa de Graeme desapareció, substituida por una expresión cautelosa. Invitando a los presentes a acompañarlos, Dillon condujo a Leonora a la mesa. En cuanto el se instaló en su lugar, las criadas comenzaron a servir la comida. Había bandejas de un guiso, así como bandejas llenas de panes pequeños y rodajas de carne fría. Todo acompañado de jarras llenas de cerveza. Como la noche anterior, Leonora decidió esforzarse para tragar algunos pedazos de los secos panecillos y unas pocas rodajas de carne dura lo que solo consiguió,

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empujándolas con cerveza. El resto de la carne ella se la tiro altos perros, que esperaban las migajas debajo de la mesa. En seguida se aglomeraron a sus pies, ansiosos por más. Flame, sentada a la derecha de su hermano, levanto los ojos del plato y pregunto: — ¿Vamos a prepararnos para un ataque, Dillon? — Si. Voy a mandar colocar centinelas en las ciudades y villas próximas para que nos alerten de movimientos de los ingleses. Si fueran avistados, las mujeres y los niños serán traídos dentro de las murallas del castillo, donde tendrán nuestra protección. Espero verte trabajando con la señora MacCallum en la preparación de la comida y abrigo para tanta gente. El rostro de Flame se nublo. — Comida y abrigo — rezongó. — Ese es trabajo para las criadas. Prefiero trabajar junto a los aldeanos afilando espadas y preparando las armas. O liderar un grupo de cazadores para obtener reservas de carne. — Todo trabajo ennoblece — replicó Dillon con una sonrisa. — Y la señora MacCallum, a pesar de su buena voluntad, no tiene fuerzas necesarias para cuidar con eficiencia de una invasión tan grande de aldeanos. Ella va a precisar de tu ayuda, Flame. La hermana permaneció obstinada. — ¿Por qué fui a nacer mujer? Los hombres tienen todas las aventuras, mientras las mujeres son obligadas a esconderse tras las puertas cerradas, cuidando de bebes llorones. — Es verdad — dijo Dillon en tono suave. — Pero si hubieses nacido hombre, ahora estarías padeciendo en una mazmorra inglesa, en vez de poder darte el lujo de protestar por tus obligaciones. Afectada por la censura, la muchacha bajo los ojos a la mesa. Su labio inferior comenzó a temblar. — Perdóname, Dillon. No tuve la intención de parecer ingrata. — Lo sé, niña. — Colocando la mano grande y fuerte sobre la más chica y delicada, Dillon la acaricio. — Recuerda una cosa. En estos momentos todo lo que hacemos lo hacemos por Sutton y Shaw. Las vidas de ellos dependen de esto. Y aun la más humilde de las criadas hará una heroica contribución. Los dos hermanos se dieron las manos afectuosamente, observados de cerca por Leonora. — Camus y Graeme se ofrecieron para recorrer la región y reunir hombres dispuestos a juntarse a nosotros en la batalla. — anunció Dillon, poco después, a todos. — Cuando regresemos — dijo Camus, — tendremos um ejército lo bastante grande para conquistar toda Inglaterra. Leonora reparó que las criadas se pusieron a abrazar sonrientes a los dos hombres, llenándoles de nuevo los platos y las jarras. Con las manos apretadas debajo de la mesa. Ella vio que la atmosfera adquiría un aire festivo. Como si una batalla contra los ingleses nos fuera más que una corrida por el prado escocés.

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En ese momento, Dillon la miró, reparando que no comía y que su rostro estaba muy pálido. — ¿No tiene hambre? — Preguntó. — ¿O fue la conversación sobre la guerra con los ingleses lo que le hizo mal? Leonora levanto la barbilla con altivez — No tengo miedo de la guerra. Si eso fuera necesario para que me vengan a liberar, que así sea. Aparte de eso, todos saben que nuestro ejército es más numeroso que el de ustedes. A través de la bravata, Dillon percibió el intento que hacia ella para no dejarse abatir y se negó a entrar en una discusión con la muchacha. — No voy a permitir que regrese con su padre con apariencia débil y enferma. — haciendo una señal a la criada con una bandeja de comida en las manos, retiro varios pedazos de carne que coloco en el plato de Leonora. — Coma — ordenó. Ella apretó los labios, obstinada. — Está comida fue hecha para perros. Pero solo para los que tuviera los dientes bien afilados. — Mientras hablaba, fue tirando la carne a los animales debajo de la mesa. Los ojos oscuros se estrecharon peligrosamente — haga como quiera muchacha. Pero vaya sabiendo que no recibirá otra comida hasta la hora del almuerzo. Si es obligada a sentir hambre, tal vez termine apreciando nuestra hospitalidad. Rupert — llamó. Inmediatamente este se materializó a su lado, pronto para servir. — Conduzca a lady Leonora para mis aposentos y vigile para que no pueda salir hasta que yo regrese. — Sí, señor. — Respondió el joven en un susurro ronco. Después tomando a Leonora por el brazo, la obligo a levantarse de la mesa. — Y, Rupert... — Deteniéndose, el muchacho se giro a mirar a Dillon. — No pierda a la dama de vista, por ninguna razón. Este atento. Ella es muy astuta. Rupert balanceo varias veces la cabeza, para mostrar que comprado la orden. — Ella no se me va a escapar — afirmó. Después, tomándola con firmeza por el codo, la condujo fuera.

Capítulo 10 Desde el balcón en los aposentos de Dillon, Leonora observaba los preparativos para la partida de Camus y Graeme. Dos bellos caballos ya habían sido llevados al patio y aguardaban a sus jinetes. Mientras Camus intercambiaba algunas palabras alegres con el jefe de caballerizas, , Graeme Lamont se aproximó a una joven criada, a quien levanto en los brazos, besándola en la boca. Ella intentó librarse, pero sus esfuerzos solo parecieron

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inflamar aun más al hombre. Con una risa maliciosa, Graeme le apretó los senos rudamente. Los gritos de la criada hicieron Camus frunciera el seño y hablara en tono áspero con el amigo antes de subirse en las silla. Graeme, por su parte, se encogió de hombros y trato de montar también, al hacerlo miro por casualidad hacia arriba y vio Leonora en el balcón. Un gesto de mofa le torció los labios. Después con una inclinación exagerada en dirección a ella, instigo e caballo al galope frentico hasta alcanzar a Camus en lo alto de la colina. Los dos amigos gritaron algo ininteligible y se separaron tomando rumbos diferentes para cumplir sus respectivos misiones. Poco tiempo después Dillon surgió en el patio. Desde su puesto de observación, Leonora lo vio preparándose para partir al poblado más próximo. Ya montado en un magnifico garañón, dio unas últimas instrucciones a la señora MacCallum y al jefe de caballerizos, Stanton. Antes de ponerse en camino, su mirada corrió indiferente por el balcón. Aunque no diera muestras de haber reparado en su presencia, Leonora sabia que la había visto, porque la sonrisa desapareció de los labios de él y su espalda se enderezó. Sin otra mirada, Dillon partió al galope. Algunos minutos pasaron antes que Flame apresurada, vestida como un caballerizo, surgiera también en el patio. De un salto ágil se instalo en el caballo que la aguardaba y en una nube de polvo, desaprecio por una senda que atravesaba un prado elevado. La hermana de Dillon, pensó Leonora, parecía estar siempre en medio de un tornado. En seguida se quedó pensando como la muchacha habría convencido al hermano a dejarla salir a caballo, evitando así las tareas domesticas que tanto detestaba. Tal vez estuviera haciendo eso sin permiso, el pensamiento llevo una sonrisa a los labios de Leonora. Si, tal comportamiento estaría más de acuerdo con el carácter rebelde e impetuoso de Flame Campbell. Después del ruido de tantos cascos de animales, un súbito silencio cayó sobre el castillo, haciendo que Leonora se sintiera sola y desamparada. A mitad de la mañana, el sonido de pasos sonó en el corredor a medida que las criadas se apresuraban a cumplir sus tareas. En el patio los trabajadores y artesanos podían verse en el desempeño de sus ocupaciones. En los campos distantes, los campesinos cuidaban de sus plantíos. Todos tenían tareas a hacer. Hasta el muchacho silencioso frente a la puerta, cuyos ojos vigilantes no la abandonaban, tenía un deber que cumplir. Qué ironía, pensó Leonora. ¿Cuántas veces había deseado aparatarse, solo por algún tiempo, de las innumerables actividades necesarias para mantener en pleno funcionamiento el castillo paterno? Desde la muerte de su madre, había sido sobrecargada con tantas responsabilidades… y ahora estaba enojada por no tener nada que hacer aparte de sentarse a esperar. ¿Esperar que? ¿La guerra? ¿El rescate? ¿La muerte a manos de su captor? no, decidió de súbito, llenándose de ánimo. No iba a quedarse sentada esperando. Tenía que actuar si quería escapar de la prisión. ¿Pero qué podia hacer? Agitada, comenzó a andar de un lado al otro de la antecámara. Cada vez que pasaba frente al balcón, su mirada era atraída fuera. En algún punto, más allá de las montañas verdes, estaba la frontera con Inglaterra. El hogar paterno. La libertad.

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Planes y mas planes de fuga le pasaban por la mente, algunos eran descartados. El más simple era también el más obvio, distraer la atención de Rupert y escabullirse fuera. De repente un osado curso de acción fue tomando forma. Girándose al joven guardián se puso a hablar en tono imperioso. — Preciso de algo en que ocupar mis mano, o voy a terminar enloqueciendo. Podría bordar, se me consigue un paño, hilos y agujas. El pobre joven no había recibido ninguna orden al respecto de su amo y dudo un instante antes de responder. — ¿La señora no va a salir de aquí? — Preguntó, en su extraño siseo. Ante su anuencia, el salió, cerrando la puerta detrás de sí. En cuanto se vio sola, Leonora corrió al cuarto, escondiéndose debajo de la cama. Al oír los pasos del joven regresando se quedo absolutamente inmóvil, rezando para que su respiración entrecortada no fuese oída por él. — ¡Milady! — Fue el grito alarmado. Los pasos pesados se oyeron en la antecámara hacia el cuarto y de nuevo a esta. Después con una palabrota ahogada, Rupert llamo altos guardias, Leonora esperó hasta que los sonidos de muchos pasos desparecieran para salir del escondite y deslizarse por el corredor en dirección opuesta a ellos. Como no conocía el castillo, no tenía noción de hacia dónde dirigirse. Todo lo que sabía era que cualquier otro aposento sería preferible a continuar compartiendo los aposentos de Dillon. Oyendo pasos, ella se apresuro a abrir una puerta que daba, como pronto se dio cuenta, a un cuartito de guardar cosas. En uno de los costados había una gran pila de pieles y fue debajo de ellas que se escondió Leonora. Del corredor llegaba el sonido de voces alteradas y de personas que corrían de un lado a otro en una frenética búsqueda de la prisionera desaparecida. — Ella aun no salió de Kinloch House — la voz de Rupert sonó en algún lugar cercano, — o los centinelas la habrían visto. Voy a llamar a lord Dillon. Y nadie va a descansar hasta encontrarla. Hundiéndose aun mas en medio de las pieles, Leonora procuro quedarse tan quieta como la presa al presentía al cazador, en el bosque. Poco después, vencida por el cansancio de las noches mal dormidas, se durmió.

Voces ahogadas fueron penetrando de a poco en la conciencia de Leonora, despertándola. Las siguió el ruido de la puerta del cuartito abriéndose con violencia. Con los ojos bien cerrados ella se puso a rezar para que no la encontraran. De repente las pieles que la cubrían fueron apartadas y empujadas lejos. Ella vio el bello rostro Dillon, contraído de rabia. Sin una palabra, el la agarró de la muñeca y la arrastró de regreso a sus

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aposentos. Una vez allí dentro, llamo a Rupert a los gritos, que aterrorizado y tembloroso fue a parase frente a él. — Perdón, milord — susurró. — Milady me pidió para que le buscara agujas e hilos. — ¿Y si ella hubiese pedido una espada, que habrías hecho? — El tono de Dillon se había clamado considerablemente, pero el continuaba luchando contra su propio temperamento Incapaz de encontrar una respuesta, Rupert quedo mirando el piso. Girándose entonces a Leonora, Dillon concluyó: — Ya obtuvo lo que pidió. — El apunto a los lindos y coloridos hilos y las agujas encima de una pila de telas de lino blanco. — Y también decidió su destino. No va a salir de este cuarto para nada. Girando los talones, Dillon abandonó el aposento, dejándola a solas con el guardia.

Por varios días, después de eso, las personas en Kinloch House hacían todo lo posible para evitar al lord, cuyo ánimo estaba, sin duda terrible. Para Leonora, los días fueron pasando en una agónica espera. Los aposentos de Dillon y el joven silencioso que la vigilaba se volvieron su universo. Si no fuera por lo poco que lograba observar por el balcón, se habría sentido abandonada del mundo. Y, con excepción de los bordados, no tenía nada con que ocuparse a no ser lamentarse de su propia suerte y planear su fuga. Las tardes no eran mejores. Una bandeja de comida, consintiendo siempre de pan, carne y guiso era llevada al cuarto. Cuando Rupert descendía para comer junto a los demás, otro guardia iba a sustituirlo. Cada vez que la puerta se abría, ella podía ver dos guardias armados en el corredor. Y uno más vigilaba debajo en el patio, debajo del balcón. Dillon Campbell, por lo que parecía, no dejaba nada al zar. No pretendía perder su precioso triunfo en ese juego mortal. Las noches eran sin duda, el peor momento del cautiverio que le fuera impuesto. Leonora se acostaba en la cama completamente vestida y arreglaba las pieles alrededor de su cuerpo como medida extra de protección. Dillon sin embargo, solo regresaba al los aposentos cuando la noche estaba bien avanzada. Y aunque siempre fingía estar durmiendo, ella no podía dejar de quedar atenta a los leves ruidos que él hacia al moverse por el cuarto, quitándose la ropa, apagando las velas y reavivando el fuego. Cuando al final Dillon se acomodaba en la cama, Leonora se obligaba a controlar la respiración para que el no descubriese que estaba despierta. El hecho de tenerlo acostado a su lado era suficiente para hacer que su corazón se dispara en su pecho. El sueño huía entonces hasta que las primeras luces del amanecer aparecían en el horizonte.

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Las horas de insomnio cobraban su precio y Leonora veía sus energías agotándose y los nervios cada vez más tensos. Bien temprano por la mañana, Dillon se levantaba y trataba de vestirse antes que ella despertase de su sueño exhausto y salía del aposento como para evitar cualquier contacto con la prisionera, lo que la dejaba bastante agradecida.

— Me gustaría hablar contigo. Fray Anselmo hizo un esfuerzo por acompañar los pasos elásticos de Dillon que andaba de un lado para el otro en la alameda oscura del jardín. De repente se le ocurrió al viejo monje que en los últimos tiempos el líder del clan pasaba buena parte de la noche en caminatas por el jardín. ¿Dillon estaría evitando sus aposentos y a la mujer que se encontraba en ellos? Por un momento, fray Anselmo estudió el bello y determinado perfil. El muchacho de firmes principios que había alcanzado la edad adulta bajo la guía de los monjes, no cedria con facilidad a la tentación representada por la bella joven inglesa. Para un hombre Dillon, eso sería una admisión de debilidad. Como líder del clan, precisaba seguir un estándar más elevado de que el que imponía a los demás. Fue con un nuevo respeto que fray Anselmo lo encaró. Dillon nunca escogía el camino más fácil. — Si, padre, ¿de qué se trata? — Interrumpiendo la caminata, Dillon esperó que fray Anselmo recuperase el aliento. — Se trata de la prisionera. Quería pedirte un favor. — El monje coloco la mano en el brazo de Dillon. Podía sentir la tensión de los músculos a través de la manga de la camisa. — Me gustaría tener tu permiso para visitar a lady Leonora. — ¿Y esa visita seria de amigo y consolador? ¿Está cambiando de lado, padre? — la voz de Dillon temblaba de rabia reprimida. — ¿O pretende contrabandear comida o un arma con que ella pueda defenderse del cruel captor? — No, Dillon. Tui me conoces demasiado bien para suponer algo así. Pretendo visitarla como sacerdote y confesor. — Fray Anselmo se quedo pensando en el motivo de tanta tensión en su joven amigo. ¿Sería el precio de los hermanos? ¿O la convivencia tumultuosa con la linda prisionera? Cualquiera que fuese la razón, la tensión en el era algo vivo, casi palpable. — Y no voy a llevar nada que ella pueda usar como arma. Masajeando la vieja herida del hombro, Dillon se tomo un tiempo para responder. Al final dijo en tono cortante: — De acuerdo, puede visitarla. — Comenzó a alejarse, pero cambio de idea. Volviendo de nuevo al lado del religioso agrego, la voz llena de sarcasmo al recordar el ataque que sufrió con el decantador. — Cuide sus sandalias y el libro de oraciones. La muchacha es capaz de apoderarse de ella y encontrar un amanera de usarlos en su propia ventaja.

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El monje sonrió. Si no lo conociera tanto, pensaría que Dillon Campbell comenzaba a arrepentirse de haber secuestrado a la joven inglesa.

Ante el golpe en la puerta, Leonora levanto los ojos del bordado, sorprendida. Era demasiado temprano aun para la llegada de la bandeja con el almuerzo. Abriendo la puerta, Rupert dio un paso a un lado, permitiendo la entrada del viejo monje. — ¡Fray Anselmo! — El placer en la voz de Leonora era verdadero. Colocando a un lado el bordado ella se levantó y fue junto a él, extendiéndole las manos. — ¿Cómo consiguió venir a visitarme? — Obtuve el permiso de Dillon. Estoy aquí como siervo de Dios. Señalando alegremente, ella fue conduciéndolo hasta una silla al pie del fuego. — Estoy muy feliz al verlo. Me gustaría ofrecerle un refresco, pero no tengo nada aquí. El monje la estudio con una mirada gentil. — No es preciso, milady. Soy yo quien debería haberle traído alimento y bebida, pero todo lo que puedo ofrecerle es alimento para el espíritu. Ella cruzó las manos sobre el regazo, asumiendo una pose recatada. — Lo estoy precisando padre. Me estoy sintiendo tan sola, y aislada… — ¿Está deprimida, milady? — Intento no estarlo — respondió Leonora, encogiendo los hombros. — Pero a veces, principalmente a la noche, me encuentro pensando que nunca más volveré a ver a mi querido padre. Fray Anselmo le cubrió la mano con una de las suyas. — No debe perder las esperanzas, hija mía. Su padre y Dillon Campbell desean lo mismo, o sea, que sus seres queridos sean liberados. Teniendo eso en común, seguramente llegaran a un acuerdo. — Mi padre es un hombre de honor — dijo ella con sentimiento. — Dillon también. — ¿Cómo puede afirmar tal cosa? — Agitada, ella se levanto y comenzó a andar frente a la chimenea — Porque lo conozco desde que era un niño. Nunca voy a olvidar el día que nos conocimos. ¿Le gustaría oír la historia de Dillon? Deteniéndose de golpe, Leonora encaró al religioso. No tenía el menor interés por esa salvaje, pero sin duda la historia serviría para ayudarla a pasar el tiempo.

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— Si — dijo entonces. — Si el señor quisiera… Con aire de reminiscencia, fray Anselmo se puso a describir el fragor de la lucha, los gritos que lo habían arrastrado hasta aquel prado de las Tierras Altas y los cuerpos de hombre mujeres y niños desparramados por sobre la hierba teñida de sangre. Le hablo del muchacho que valientemente protegía con su propio cuerpo el de los hermano y la hermanita, indiferente al peligro que el corría. Leonora quedo tan envuelta por la narración que, cuando el buen monje terminó, se vio obligada girar el rostro para ocultar las lagrimas. Recordaba su propia infancia privilegiada y protegida y se sentía avergonzada. — ¿Quien los recogió después? — Preguntó, con los ojos fijos en las llamas de la chimenea. — Dillon, Sutton y Shaw fueron a vivir con nosotros en el monasterio. Flame fue enviada a un convento en las cercanías, donde fue criada ´por las hermanas hasta que los hermanos mandaron a buscarla. Sabiendo cuanto adoraba la muchacha a sus hermanos, Leonora dijo en tono suave. — Debe haber sido terrible para ella vivir separada de ellos. — Si — respondió fray Anselmo, pensativo. — la larga separación volvió a Flame celosa de sus hermanos. Acostumbra encontrar una rival en cada mujer que se aproxima a ellos. en especial del mayor. Para ella Dillon es un noble y fuerte protector y así será siempre. Girando la cabeza en dirección al viejo monje, Leonora vio que le la observaba atentamente. Una oleada de rubor le cubrió las mejillas, pero ella prefiero atribuirla al calor del fuego. — ¿Qué tipo de niño era Dillon, padre? — Preguntó, acomodándose de nuevo al lado de fray Anselmo. — Un muchacho serio, que parecía estar siempre separado de los demás. Aunque cediese a veces a los impulsos y bromas de la mayoría de los niños de su edad, Dillon parecía impaciente por crecer y alcanzar la edad adulta para vengar la muerte de sus padres. El odio que ardía en su anterior era terrible de ver. — ¿Odio contra los ingleses? — Al principio, si. Pero con el tiempo ese odio se fue transformando en un sentimiento más profundo y general. Odio a todo tipo de injusticia. Por eso Dillon fue la elección perfecta para discutir los términos de paz con su gente. Su carácter justo y leal es conocido en toda Escocia. — ¿Un hombre justo me encerraría en esta prisión? — indagó ella, en un desafío. En respuesta, fray Anselmo deslizó la mirada por el confortable aposento, por el fuego acogedor y por las pieles suaves que forraban las sillas. Levantándose lentamente hablo en tono amable.

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— Le pregunto, milady, si cree que los hermanos de Dillon están siendo encerrados en una prisión semejante a esta. ¿O estarán confinados en una fría y oscura mazmorra? Avergonzada, Leonora bajó la cabeza. Fray Anselmo colocó la mano en el hombro de ella. — ¿Le gustaría recibir la bendición antes que me retire, milady? — Mucho. — arrodillándose, ella junto las manos en oración y se inclino para recibir la bendición. Poco después, fray Anselmo intercambiaba unas breves palabras con Rupert y se retiraba.

Era con expectativa y ansiedad que Leonora aguardaba las visitas del bondadoso monje. Las horas pasaban de prisa en su compañía. Fray Anselmo era un excelente contador de historias. Los dos e sentaban juntos gozando del calor de la chimenea y a veces, tomando una copa de vino, cuando el religioso conseguía contrabandear una botella entre los frunces de su habito. A través de las palabras de él, Leonora comenzó a conocer a Dillon en su adolescencia. El retrato que se formo en su mente fue el de un muchacho fuerte, valiente de sólidos principios morales, que asumió la responsabilidad completa por sus hermanos. Un líder natural, capaz de obtener la confianza y la lealtad de todos a su alrededor, haciendo que lo siguieran. — ¿Cómo fue que él se hizo líder del clan? — Preguntó Leonora cierta tarde. Fray Anselmo tomo un trago de vino y chaqueo los labios antes de responder: — No es suficiente para nosotros los de las Tierras Altas, que un hombre será un líder natural. La verdadera prueba de capacidad es realizada en el campo de batalla. Y en ellos, milady, , Dillon Campbell no tiene competidores. Es valiente y atemorizador al mismo tiempo. Una combinación mortal. — La voz de fray Anselmo bajo hasta ser un murmullo. — Yo lo vi varias veces después de una batalla. La expresión en su mirada… — sacudió la cabeza. — El es un hombre obstinado, que nunca desiste de sus objetivos y los persigue son temor. Recuerdos de la manera como, valientemente el escocés salto en defensa de los hermanos, enfrentando las espadas de decenas de soldados llenaron la mente de Leonora. La expresión en los ojos de él… magnifica. Era la única palabra que se le ocurría cuando recordaba la escena desarrollada en el castillo de su padre. Si, Dillon era el guerrero más espectacular que ella hubiera visto.

Aburrida y frustrada con la prolongada prisión, cierto dia Leonora interrogó a su guardián

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— ¿Qué acostumbra a hacer cuando no está vigilándome? Rupert pestañeo varias veces. Por un momento pareció inseguro en cuanto a que decir. Después de una larga e incómoda pausa, el dio muestras de llegar a la conclusión de que le bella inglesa merecía una respuesta. — Algunas veces, salgo para cabalgar con Flame. La muchacha esta bajo mi responsabilidad. — ¿Su responsabilidad? — Si, por orden de los hermanos. La muchacha es obstinada y hace muchas cosas arriesgadas. Mi deber es cuidar que ella no se lastime. — ¿Flame sabe eso? El joven se puso colorado. — No. Dillon me hizo jurar que no le diría nada. Ella se pondría furiosa si lo supiese. — De repente, Rupert se dio cuenta de que acababa de revelar el secreto y se quedo preocupado. — ¿la señora no le va a decir nada ella, verdad? Sacudiendo la cabeza con cariño, Leonora contesto: — Quédese tranquilo. Va a ser nuestro secreto. — Rupert quedo aliviado. — Aparte de eso — ella agregó, — dudo que Flame quiera hablar conmigo. Es evidente que comparte el odio del hermano por los ingleses. Viendo que el joven volvía a ruborizarse, Leonora se dio cuenta que había tocado un punto sensible. Todos los que vivían en los dominios de Dillon Campbell, a lo que parecía, experimentaban el mismo odio. Resolvió cambiar de asunto. — ¿Y qué hace cuando no está cuidando de Flame? Por primera vez, una sonrisa de verdad ilumino las facciones del joven escocés. — Cuido de mis palomas. — ¿Tienes palomas? El asintió. — Construí un palomar bajo el tejado de la torre este del castillo. Las palomas son mis amigas. Conocen mi voz y cada vez que voy alimentarlas se posan en mis manos o en mis hombros. — ¡Qué maravilla! — Leonora sonrió. — Me gustaría poder verlas. El rostro de Rupert reveló animación; sus ojos brillaban, llenos de felicidad. — En ese caso, voy a pedirle permiso a Dillon. Leonora bajo la mirada al suelo — Dillon nunca lo va a permitir. — Me temo que no.

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Ella lo encaró, con su más persuasiva e encantadora sonrisa. — Podíamos ir a ver las palomas ahora y regresar antes que el llegue. ¡Ah, como le gustarte a Rupert de poder visitar seis adoradas palomas! Las extrañaba tanto... pero ni siquiera esa sonrisa deslumbrante podría inducirlo a desobedecer de nuevo al lord tan amado. Por eso sacudió la cabeza. — No sería correcto. Milord dijo que la sonora no puede salir de los aposentos de él. — Pero este sería también un secreto. Dillon no precisaría saberlo — Pero yo lo sabría y no podría vivir feliz. Milord me dio una tarea y voy a cumplirla, aunque tenga que morir para eso. El muchacho estaba tan serio, tan convencido de los que decía, que Leonora no consiguió encontrar argumentos para convencerlo. Además, a decir verdad, ella también se sentía culpable por haber intentando inducirlo de nuevo, mediante trucos, a desobedecer al amo. Tal vez si Rupert lo desobedeciese Dillon lo castigase severamente, hasta con la muerte. Po lo menos era lo que se esperaría de esos salvajes escoceses. — Entiendo, Rupert — dijo entonces, pensativa. — No quiero que sea castigado por su amo. — Milord jamás me castigaría, milady. Seria castigo suficiente saber que lo desagrade. Después de eso, ambos quedaron hundidos en tristes pensamientos. De todo corazón, Rupert deseo poder traer de vuelta aquella linda sonrisa a los labios de la bella prisionera inglesa.

— Lady Leonora pidió para ver las palomas, milord. Dillon encaró a Rupert, con el ceño fruncido. El primero en caer victima de los encanto de esa criatura peligrosa fue el fray Anselmo. Dillon había sentido el olor a vino en sus aposentos, una de las veces que el viejo monje había estado y al día siguiente manteniéndose vigilante, había sorprendido al monje ocultando una decantador entre los dobleces de su habito, minutos antes de su vista a la prisionera. Era evidente que hasta el mismo hombre santo de Dios se rindió al encanto de Leonora. Y ahora, aunque tuviese prohibido Rupert hablar con la mujer inglesa, se hacía obvio que él le había contado sobre las palomas que criaba. — ¿Hablaste con la prisionera? Las mejillas del joven se pusieron rojas. — Debo haber hablado una palabra o dos. La… la dama tiene una enorme curiosidad sobre todo. Pero yo le avise que no podría salir a ver las palomas, milord. Después de una rápida pausa, Dillon lo sorprendió diciendo:

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— No veo ningún mal en eso. La verdad era que el venia sintiéndose mal hacía ya algún tiempo, por el duro trato que le impuso a la muchacha. Pero ella precisaba aprender las reglas de una guerra como le tocaba a todos los prisioneros. Durante todo ese tempo, la comida de Leonora había consistido en biscochos duros y el graso e insulso guiso que apenas eran tocados. Y claro, el vino que fray Anselmo escamoteaba. Cada noche acostado al lado de ella, Dillon tenía que luchar contra el deseo creciente de besarla otra vez. Pero sabía que bajo la protección de la noche, un beso llevaría a otro y el acabaría perdiendo el control que venía ejerciendo a duras penas sobre el deseo de poseerla. Leonora, odiándolo como lo odiaba, no consentiría en entregarse de buena voluntad y la idea de forzar una mujer, aun siendo una enemiga, iba contra todo lo que él creía. Esa era la razón de las caminatas por el jardín hasta altas horas. Retrasaba así el regreso al cuarto y la tortura de tener, acostada junto a él, una mujer que no podía poseer. Durante el día, la evitaba lo más que podía, ocupándose con la conducción de los negocios del clan y agotando el cuerpo con todo tipo de ejercicios y actividades. Leonora, por su parte, aunque mucho más delgada y abatida, conservaba su espíritu inquebrantable. Se volvía más desafiante cada día, no solo rehusando la comida, como también a hablar con él a no ser que fuera obligada. Rupert le había contados que para llenar las largas horas, ella comenzaba a imitar las voces de las mujeres a su alrededor. La imitación favorita era la de la señora MacCallum de quien conseguía reproducir cada inflexión. Tal vez si la dejase ver las palomas, pensó Dillon, eso sirviera para mejorarle la deposición hacia él. Los ojos de Rupert burilaron de genuino placer ante la perspectiva de compartir sus preciosas palomas con la prisionera. — ¿El señor va a decírselo a ella, milord, o voy yo? — Yo iré a buscar a la prisionera, Rupert. Tú puedes ir a la torre a esperar. Dirigiéndose a sus aposentos, Dillon dispensó a los guardias hasta su regreso. Al abrir la puerta, la encontró de pie en el balcón con la mirada perdida en el horizonte distante. Al verlo, ella murmuró, en tono de desafío: — Ah, si yo pudiera volar como los pájaros, estaría libre. Libre de usted y de este cautiverio Dillon ignoró la provocación. — Hablando de pájaros ¿le gustaría ver las palomas de Rupert? La sorpresa se transparentó en los expresivos ojos color violeta. Había imaginado que su deseo fuera fríamente rechazado.

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— Si, con su permiso. — Concedido. — Ante la expresión encantada del bello rostro, el agrego: — Yo voy a acompañarla. — ¿Para estar seguro de que no huiré? — Limitándose a sonreír, Dillon se giro para salir. Ella se apresuro a seguirlo antes de que el cambiase de idea. Recorrieron largos corredores y subieron varios tramos de escaleras antes de llegar al lado de una de las torres. Rupert ya se encontraba allí, aguardando ansioso por ellos. Leonora y el habían pasado tanto tiempo juntos que, aunque raramente se hablaban, había desarrollado un cómodo compañerismo. — Desde esta ventana, milady — dijo el joven — puede verse claramente Inglaterra. — Y apunto en una determinada dirección, que ella acompañó con una mirada extasiada. — ¿Allá es Inglaterra, en serio? — Si. Atrás de los dos, Dillon la observo juntar las manos y apretarlas hasta que las uniones de los dedos quedaron blancas. Él le permitió un tiempo considerable para dedicar la vasta a los fértiles campos de las Tierras Bajas escocesas y más allá de ellas un trecho de las colinas inglesas, antes de decir en tono ríspido: — Vamos a ver esas palomas de una vez, Rupert. — Si, milord. Inmediatamente, el joven abrió la pesada puerta que daba a la pasarela que rodeaba la torra por la parte externa, comunicándose con las murallas del castillo. Allí el había construido el palomar de madera, dividido en pequeños compartimentos. En cada uno arrullaba una paloma Con la aproximación de Rupert, los arrullos se fueron haciendo cada vez más fuertes. El entonces se puso a abrir las puertitas, liberando las aves. Con un fuerte sonido de alas, palomas blancas, grises y negras levantaron el vuelo poniéndose a circular graciosas sobre la cabeza del joven. Del bolsillo del gibón el saco un puñado de semillas. Tan rápido como habían subido el aire, las aves bajaron, yendo a posarse a los hombros, brazos y manos del joven. Por un instante, continuaron batiendo las alas como mariposas gigantes. Poco apoco sus movimientos se fueron clamando y arrullando, comenzaron a picotear las semillas que Rupert les ofrecía. Leonora observaba la escena, encantada. — ¡Como confían en ti! — Murmuró, en tono suave. — Si, milady. — la expresión de Rupert era casi reverente. Al lado de ella, Dillon se estremeció. Confianza. Si al menos pudiera confiar en esa mujer… pero tal sentimiento era algo a ser conquistado lentamente a través del respeto mutuo.

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Cosa que un lord escocés y una dama inglesa jamás podrían soñar en obtener uno del otro. — ¿Llevo mucho tiempo para que ellas confiaran en ti, Rupert? — Leonora continuaba fascinada. — Si, pero valió la pena. — El aproximó una de las palomas a los labios y el ave le toco gentilmente con el pico. — Soy amigo de ellas. Por más lejos que vuelen, siempre regresan a mí. Y aunque no regresen, sé que no me olvidaran. — Entonces es mucho más que confianza. Es amir de verdad, — las palabras Leonora perturbaron a Dillon, que sintió un nuevo temblor recorrer su columna. — ¿Quiere sostener una de ellas, milady? — Ofreció Rupert. — ¡Oh, sí! — Ella batió las palmas excitada. — ¿Pero ellas me van a dejar? — Claro. Es solo hacer lo que le voy a decir: No haga movimientos bruscos. Quédese bien quieta y deje que ella se acostumbre con la señora. Tomando la mano de Leonora, Rupert transfirió una de las palomas a ella, colocándola sobre uno de los dedos de ella. El avecita gris se quedo observándola mientras ella la aproximaba al rostro. En voz dulce, Leonora comenzó a murmurarle palabras tranquilizadoras. Como hipnotizada, la paloma se puso a arrullar. Dillon se quedo observando, con expresión desconfiada. ¡Como era gentil! ¿Qué sintonía con ese joven grandote y bondadoso… como dos personas tan diferentes habían formado tal unión? La mirada de él se dirigió a la paloma, ahora calmada y confiada. Rupert le entregó un puñado de semillas a Leonora, que las ofreció al ave. Aunque dudosa al principio, al final se puso a picarlas. Cuando todas las semillas fueron comidas, Leonora se puso a reír deleitada — Oh, Rupert. Ellas son tan lindas. Ahora entiendo por que le dan tanto placer. Las facciones del joven se iluminaron de alegría. — Muchas personas aquí en Kinloch House creen que soy bobo por pasar tanto tiempo con las palomas. Al final ellas no son útiles como los caballos o nuestros defensores como los perros. — Todas las criaturas de Dios tienen um propósito, Rupert. Aunque sea el de hacer el mundo más bonito, más agradable de vivir. La verdad, tal vez sea esa la más noble de las finalidades. Agregar luz y belleza en nuestras vidas oscuras. Esas palabras hicieron que Dillon la observara con un interés aun mayor. — Si, milady. Fue eso lo que ocurrió. Las palomas trajeron luz y belleza a mi vida. Pero no todos entienden eso. — Entenderían, si pudiesen verlo como estoy viendo ahora.

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Rupert levanto los brazos y las aves levantaron el vuelo con gran sonido de alas. Por algunos minutos quedaron haciendo evoluciones en círculos. Entonces una simple orden, y volvieron a posarse en el. Dándose cuenta que el joven precisaba quedarse solo con sus amadas palomas, después de tanto tiempo privado de la compañía de ellas, Leonora se apresuro a decir: — Gracias por haberme mostrado a sus amigas, Rupert. Ahora me retiro Girándose, ella siguió a Dillon para el interior de la torre, mirando por la ventana vio que Rupert aun se encontraba rodeado por las aves, teniendo en el rostro una expresión de encantamiento. Dillon la condujo por las sombrías escaleras hasta alcanzar de nuevo los aposentos de él. Y sus pensamientos no estaban en la oscuridad el lugar, sino en toda la luz y belleza que irradiaba de esa mujer.

Capítulo 11 Al día siguiente el peso del confinamiento forado volvió a abatirse sobre Leonora. Demasiado agitada para bordar, comenzó andar por la antecámara. Al caminar, un olor desagradable le subió a las narices proveniente de las esterillas de junco que recubrían el suelo de piedra. Deteniéndose ella miro a Rupert, como siempre de guardia frente à la puerta. — ¿Cuánto tiempo hace que se colocaron esas esterillas? — Preguntó, con la nariz fruncida. El joven se encogió de hombros — No estoy seguro. Creo que un año o un poco más. Yo ayude a cortar el junco. — Un año... — agachándose, Leonora levanto una punta de la esterilla. — Están pudriéndose — dijo con aire enojado. — Tienen que ser quemadas y cambiadas por nuevas, inmediatamente. — Ocurre que no hay nadie para hacer eso. Por el momento todos están ocupados con los preparativos para el sitio. — ¿Y qué es lo que los criados estuvieron haciendo el ultimo año? ¿También preparándose para posibles sitios? ¿Es solo eso lo que su gente sabe? ¿Luchar? ¿Y en cuanto a comportamientos civilizados? ¿No hay nadie para asumir la dirección de esta propiedad? Rupert se puso colorado ante la avalancha de preguntas. — Dillon encargó a Flame de supervisar a la señora MacCallum y a los criados. Pero la muchacha prefiere cabalgar por las colinas y cazar en vez de ocuparse con asuntos domésticos. Siendo así el trabajo permanece por hacerse. Flame llama a tales tareas como insignificantes.

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— ¿Insignificantes? Entonces es eso lo que vengo haciendo desde que me conozco como persona. Sabes, Rupert, ya que tu y yo no tenemos nada que nos ocupe en estos largos y aburridos días, bien podemos dar una ayuda a la señora MacCallum en esas insignificancias. Por lo menos en estos aposentos. — Juntando la acción a las palabras, Leonora se arremango las mangas y comenzó a juntar las esterillas enrollándolas a un costado. Había conseguido una manera de descargar su rabia y frustración. El trabajo pesado siempre la ayudaba a calmarse. Boquiabierto de espanto, el joven quedo mirando a esa noble y fina dama inglesa cargar una brazada de esteras y tirarlas por sobre el balcón, al patio de abajo. Poco después, Leonora era recompensada con las imprecaciones del guardia, en cuya cabeza las esterillas habían caído. — Pero, milady... ¿quién va a cortar nuevos juncos? — Creo que tu y yo somos lo suficientemente jóvenes y fuertes y perfectamente capaces. — La señora tiene prohibido salir de estos aposentos. Y yo tengo que quedarme de guardia. ¡Caramba, el joven era difícil de convencer! Bien, por lo menos lo había intentado. Con la más inocente de las sonrisas, Leonora replicó: — En ese caso parece que Flame y la señora MacCallum van a tener que mandar a uno de los criados a hacer eso. En cuanto a mi… — inclinándose, ella tomo una porción más de esterillas, que siguieron el mismo camino que las primeras — no voy a pasar otra noche en un cuarto que es más adecuado para los animales que para los seres humanos. Mientras su guardián la observaba impotente, Leonora se puso a remover todas las esterillas de los aposentos de Dillon. Cuando terminó, se volvió a Rupert diciendo con altivez: — Ahora es mejor que vaya a llamar una criada, Rupert. — Viendo que el aun dudaba agrego: — Dillon no me prohibió limpiar sus aposentos. Solo dijo que no podía salir de aquí. — Si, milady. Aun reticente, Rupert salió y, llamando a una criada que pasaba por el corredor le ordeno que fuese a buscar a la señora MacCallum. Poco después, la rechoncha gobernanta entraba apresurada en la antecámara, sudando profusamente. Era evidente que la subida de las escaleras la dejaron en tal estado, contribuyendo a acidificar su deposición. Al reparar en el suelo de piedra desnudo, se giro a Rupert con aire acusador: — ¿Qué hiciste con las esterillas de los aposentos de milord, tu muchacho tonto? — No fui yo, señora MacCallum! — En su aflicción, el ronco siseo de Rupert se hizo más marcado. — Fue la dama inglesa.

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Con las manos en las caderas voluminosas, la gobernanta se volvió a mirar desconfiada a Leonora, ocupada en sacudir los cobertores de piel y colgarlos en el balcón para airearse. — ¿Cree que va a conseguir algo haciendo eso niña?— Preguntó. — Claro. Un lugar más habitable. — Dirigiéndose al dormitorio, Leonora arrancó las sabanas de lino de la cama. Colocándolos en los brazos de la señora MacCallum, dijo en voz de mando: — Preciso de sabanas limpias y junco recién cortado para extender en el suelo. — No recibo ordenes de gente como usted. Sugiero que hable al respecto con el lord. Leonora, que ya había anticipado tal respuesta, se limitó a encogerse de hombros indiferente. — Como quiera, señora MacCallum. Pero no creo que Dillon Campbell vaya a estar muy contento de encontrar el suelo sin esteras y su cama por hacer cuando venga adormir esta noche. — Con eso, ella le dio la espalda a la gobernanta y comenzó a sacar el polvo de la mesa de cabecera con un paño mojado con agua de la vasija. Por un buen tiempo la señora MacCallum se quedo observándola. Después pareció llegar a una decisión — Va a tener lo que pidió, milady. Pero ni puedo disponer de ningún criada para ayudarla a arreglar lo aposentos de lord Dillon. Va a tener que hacerlo sola con Rupert. — Gracias, señora MacCallum. Vamos a hacerlo muy bien, puede creerlo. Sin parar de limpiar la mesa, Leonora mantuvo el rostro bajado para ocultar la sonrisa de victoria. Ya que no podía salir de ese lugar, iba a mantenerlo lo más tolerable posible, dadas las circunstancias. Habiendo encontrado un objetico, sintió inmediatamente un nueva disposición de ánimo.

Rengueando debido al defecto en su pierna, Gwynnith iba descendiendo el corredor cuando su atención fue atrapada por el grupo de criadas reunidas frente a los aposentos del lord. Ellas murmuraban excitadas, pero se callaron al ver la recién llegada. — ¿Qué están haciendo aquí? — preguntó Gwynnith. — Si la señora MacCallum descubre que no están haciendo sus tareas se va aponer furiosa — Ocurre que esa inglesa arrogante pidió junco fresco para los aposentos del lord — respondió una de las criadas de pie al lado del carrito de madera repleto de ramas de junco. — Tuve que ir hasta el bosque para cortarlos. — Y yo estoy trayendo sabanas limpias para la cama de milord — explicó otra, con los brazos llenos de blancos sabanas almidonadas. — Y — dijo una tercera. — Yo tuve que buscar cera de abeja

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— Y yo lavanda y salvia del jardín. — Una risa nerviosa escapo de la garganta de esa última. — ¿Y qué dijo la señora MacCallum al respecto? — Preguntó Gwynnith, sorprendida. — Ella mandó que cumpliéramos los deseos de la lady. — ¿Y que están esperando? — Estamos con miedo — respondió la más vieja de las criadas. — La lady es inglesa, y por eso lleva el mal dentro de ella.¨ Puede lanzarnos un hechizo. La joven Gwynnith colocó las manos en las caderas, en una excelente imitación de la señora MacCallum. — ¿Dónde oyeron decir semejante tontería? — ¿Para qué mas ella habría de querer las hierbas del jardín? Solo si fuera a hacer brujería Las otras hicieron gestos concordando — Tonterías. — Es verdead — replicó la que llevaba las hierbas. — Siempre oí decir que los ingleses arrancan los corazones de los enemigos y se los dan a comer a los niños. Los ingleses con diablos. Sin responder, Gwynnith golpeó las puertas de los aposentos de Dillon. Rupert abrió y se puso a un lado parta permitir el paso de las criadas. Con las mangas arremangadas hasta los codos, el rostro colorado por el esfuerzo físico, Leonora corrió a recibirlas. Inmediatamente las mujeres retrocedieron con gritos asustados. Sorprendida, Leonora se detuvo y se quedo mirando de Rupert a Gwynnith, esperando una explicación Fue Gwynnith quien respondió: — Ellas tienen miedo de la señora, milady. — ¿Miedo de mi? — la expresión de Leonora era de incredulidad. — Si. Ellas oyeron decir que los ingleses comen el corazón de los enemigos — balbuceó Gwynnith. Leonora recordó que a la vieja Moira y las historias que contaba sobre los escoceses. — Oí decir lo mismo sobre su pueblo — dijo entono suave. Todos parecieron quedar shockeados. Girándose a las criadas, acobardadas del lado de fuera, Leonora agregó: — Veo que trajeron lo que les pedí. Muchas gracias. Pueden dejarlas aquí y salir Rupert y yo haremos el resto. — dándoles la espalda ella se dirigió al otro lado del aposento a fin de calmar sus recelos.

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Con un ojo en ella, las criadas se apresuraron lo que habían llevado en la cuarto y después trataron de huir lo más rápido posible. Cuando Leonora volvió a mirar a la puerta, solo Gwynnith había permanecido, al lado de Rupert. — ¿Tú no tienes miedo de mi? — Preguntó entonces — No. – la joven criada parecía sin embargo insegura si huir o quedarse. — Rupert está aquí para protegerme. De repente, lo absurdo de la situación alcanzo a Leonora, que comenzó a reir a carcajadas. Ella era la prisionera en ese castillo-fortaleza. Prisionera de un salvaje, peligroso guerrero escocés y aquella gente la consideraba como algo que debían temer. Era realmente gracioso. El sonido de la risa llevo una sonrisa altos labios de los dos jóvenes escoceses. La lady inglesa, considerada por las criadas como peligrosa y arrogante, estaba usando un vestido de paño crudo de campesina, tenía los cabellos desalineados y una mancha de suciedad en la punta de la nariz. En tales circunstancias parecía igual a cualquiera de ellos. — ¿Puedo ayudarla en algo, milady? — Gwynnith ofreció, tímidamente. Sorprendida, Leonora arqueó una ceja. — Nao quiero apartarla de sus tareas, Gwynnith. La señora MacCallum puede enojarse contigo. — Si — concordó Rupert. — Es mejor que tu vayas a ayudar a preparar el almuerzo, muchacha. Asintiendo, Gwynnith se retiró, no sin antes ponerse a disposición Leonora, que agradeció, encantada. En cuanto la puerta se cerró, Leonora comenzó a retirar las ramas de junco del carrito, poniéndose a tejerlas rápidamente y extenderlas por el suelo. Bajo el junco, mezclaba las hierbas aromáticas a fin de dar al ambiente un suave perfume. Desde su puesto, Rupert se quedo observándola moverse de rodillas por el aposento. No paro a descansar ni una vez siquiera, aunque su cuerpo desacostumbrado al trabajo pesado debiera estar protestando dolorosamente. De repente, la girarse para tomar una brazada mas de junco, Leonora se sorprendió al ver a Rupert a su lado, removiendo las ramas y entregándoselas a ella. Agradeciéndole con una bella sonrisa, Leonora volvió a su ocupación. De ahí en adelante trabajaron juntos tejiendo las rusticas esteras y extendiendo las por el suelo hasta que los dos aposentos quedaron listos. Entonces, mientras Rupert retomaba su lugar junto a la puerta, ella lustró los muebles con cera de abejas, hasta que brillaron como metal precioso. En seguida arreglo la cama con las sabanas de lino.

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Rupert nunca había visto un aposento tan inmaculadamente limpio. Respiró hondo, inhalando el olor delicioso de la lavanda y junco recién cortado. En unas horas, la inglesa había transformado las habitaciones del lord. ¡El lord! Sobresaltado con el recordatorio, Rupert se preguntó por primera vez lo que pensaría el amo de todo aquello. Como en respuesta a sus pensamientos, la puerta fue abierta violentamente y Dillon aprecio en el umbral. Leonora, de rodillas frente a la chimenea, donde se encontraba limpiando las piedras oscuras de hollín, levanto los ojos sorprendida. — ¿Qué fue lo que hizo para dejar a la señora MacCallum tan fuera de si? — atronó él. — La pobre mujer no para de hablar sobre hechicerías, y las criadas están con miedo de que usted le coma los corazones. — Ellas no precisan tener miedo — dijo Leonora, poniéndose de pié de un salto. — No es el corazón de ellas el que voy a comer ¡Es el suyo! Atrás de Dillon, Rupert trató de disimular la sonrisa que le asomo a los labios. Parecía imposible que aquella mujer calmada y gentil, que paso horas de rodillas trabajando, pudiera transformarse en una gata salvaje en un pestañear. Y sin embargo, allí estaba ella, enfrentando al poderoso Dillon Campbell como un guerrero en plena batalla. — ¿Qué es lo que estuvo haciendo por aquí? — Los bellos ojos de Dillon se estrecharon anunciando la tempestad. Sin esperar por la respuesta, se giro hacia Rupert. — ¿me desobedeció, muchacho? ¿Dejo salir a la prisionera? —No, milord. — Rupert se estiro en toda su altura enorme. — Sabe que moriría antes que desobedecerlo. — ¿En ese caso cual es el motivo de tanta confusión? ¿Qué le hizo la prisionera a la señora MacCallum y las criadas? — Dillon respiró hondo, notando de repente una suave fragancia esparcida por el ambiente. Miro alrededor y vio los rayos del sol reflejándose en la madera lustrada. Las esteras a sus pies parecían suaves y flexibles, emanando un delicioso aroma a salvia y lavanda. — Milord, lady Leonora no hizo nada, excepto limpieza en sus aposentos — ¿Limpieza? — En rápidas zancadas, Dillon fue junto a la chimenea, donde ella había estado arrodillada y examino las piedras. Se encontraban tan limpias que la luz del fuego se reflejaba en ellas. — ¿Que truco es este ahora? — preguntó, aun lleno de sospechas. — ¿Truco? ¿Truco? — Con las manos en las caderas y furia en la mirada, Leonora avanzo junto a él, sin dar la mínima importancia a la furia idéntica es la mirada de los ojos oscuros. — ¿No basta con que sea mantenida aquí contra mi voluntad e impedida de salir de este cuarto inmundo? — Inmundo e...

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— Inmundo, si. Si esta tiene que ser mi prisión, por lo menos voy a volverla más soportable. Tal vez a un guerrero escocés no le importe dormir en un cuarto que parece más un chiquero, pero una dama inglesa precisa algo mejor. Sin dejar de encararla, Dillon dijo entre los dientes apretados: — Rupert, ya puedes salir. — Si, milord. — El joven que había estado observando la escena con los ojos grandes, sintió una ligera desilusión. Nunca había oído a nadie hablarle de aquella manera al líder del clan, Aunque no dudase de que pudiese vencer a cualquier hombre en la faz de la tierra, no le gustaría hacer una apuesta sobre el resultado de aquella batalla en particular. Con reticencia, el se retiro. Tenía que reconocer que la muchacha inglesa poseía un enorme coraje. Tan pronto se cerró la puerta, Dillon volvió al ataque con la furia de un oso herido. — Mujer, usted no está en Inglaterra, viviendo su vidita de muchacha mimada y rica. En mi casa, soy el dueño y señor. Todas las órdenes que doy se cumplen inmediatamente. Si lo ordenara, su vida tendría fin en ese mismo minuto. En vez de asustarse, Leonora lo enfrento con la barbilla erguida, con una altivez que lo dejo aún mas enfurecido. — No tengo miedo de usted, Dillon Campbell. No puede ordenar mi muerte mientras no sepa el destino de sus hermanos. — ¿Eso cree? — De repente la mano de él se cerró alrededor de la delicada garganta. Los ojos color violeta se agrandaron, lo que le dio a Dillon una pequeña victoria. Por lo menos en ese momento la hizo callar la boca. En su ropa de campesina, con los largos cabellos oscuros cayendo por los hombros y la espalda en una masa de rulos, Leonora parecía una niña frágil y desamparada. Así de cerca, el podía ver manchas de hollín y polvo en una de las mejillas aterciopeladas y en la punta de la naricita petulante. De repente, lo único que Dillon quería era limpiar con besos húmedos la suciedad. El pensamiento lo golpeo como si fuera físico. ¿Qué estaba ocurriendo con él? Aquella mujer no era más que una rehén, una pieza de un juego mortal que venía jugando con los ingleses. No podía olvidarse de ese hecho. Además era por ese motivo que la venia evitando todo ese tiempo. Ser obligado acostarse al lado de ella cada noche era la peor de las torturas. Pero Dillon sabía que, si la deshonrase, su causa estaría perdida. Enfadado ante su propia debilidad frente a esa muchacha desafiante, apretó los dedos alrededor de la garganta de Leonora, y le enfrento la mirada desafiante con frio desprecio. — Cuidado, milady. Como sabe, hay cosas peores que la muerte. — Viendo el brillo asustado en los bellos ojos tan cerca de los suyos, Dillon supo que había marcado un punto. Para reforzar la ventaja conquistada, susurró: — Por eso, mientras este bajo mi techo, trate de controlar esa lengua indomable si no quiere sufrir las consecuencias.

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Librándose del apretón de los dedos, Leonora retrocedió unos pasos. Había visto el deseo con que Dillon la miraba momentos antes y sentido la tensión en su cuerpo masculino. Por muy poco el no la había besado otra vez. Y eso ella no lo podía permitir. Aquel hombre era demasiado peligroso. Cuando la tocaba, las cosas más extrañas comenzaban a ocurrir en su corazón. Aun sabiendo que era un enemigo, Dillon tenía el poder de hacerla olvidar todo lo que no fuese el placer que el proporcionaba. En ese momento, con el cuerpo dominado por la excitación que la proximidad de él siempre le provocaba, Leonora descubrió lo precaria de su situación. Tenía que encontrar un medio de, mantener a aquel bárbaro a distancia, si quería salir del cautiverio… intacta.

Capítulo 12 — La señora MacCallum ya va a servir el almuerzo. Trate de arreglarse para descender. — ordenó Dillon en tono ríspido, para dejar bien claro quien estaba al mando. Al apartarse al otro lado del cuarto, el noto que sus manos aun temblaban. Procuro convencerse de que no era el deseo por aquella mujer. Era la rabia que ella le vivía provocando. Pensó entonces en varias palabrotas con las que podría desahogarse y que la harían morir de vergüenza, pero a duras penas consiguió controlarse. Sorprendida y encantada con la inesperada concesión, Leonora lleno con agua una vasija y rápidamente comenzó a lavarse. Mirando alrededor, Dillon prestó atención, por primera vez, a la transformación producida en sus aposentos. ¿Cómo era posible que aquella frágil muchacha, sola, produjera tantas diferencias? Las superficies de los muebles relucían de tan lustradas, las piedras de la chimenea, antes negras de hollín, brillaban. El ambiente exhalaba un olor fresco y limpio a bosque. Su mirada fue nuevamente atraída por la prisionera, que habiéndose quietado la mugre del rostro, brazos y manos, se ocupaba en ese momento de desenredarse los largos cabellos. Lo invadió unas ganas irresistible de hundir los dedos en esa masa sedosa, y fue preciso todo su autodominio para mantenerse impasible. Por fin, alisando de la mejor manera posible las faldas, ella se giro a su captor. Por más que intentase mantenerse indiferente, Dillon volvió a experimentar la misma perturbación que siempre lo acometía con aquella mujer. A pesar de los trajes humildes de campesina, la nobleza y la belleza impactante de Leonora eran indiscutibles. — Vámonos. Ya perdimos mucho tiempo. — Para enfado de Dillon, su voz sonó ronca y no muy firme. Intentando disimular, atravesó el aposento en rápidos pasos, obligándola a correr para acompañarlo. Abriendo la puerta, el quedo de lado para dejarla salir. Al pasar, el cuerpo suave y curvilíneo de Leonora rozó el de él, casualmente. El simple toque los dejo incendiados de deseo. Deseo que ambos se esforzaron en dominar.

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Lado a lado, descendieron la larga escalera, teniendo cuidado para estar bien lejos uno del otro. Rupert, que los aguardaba con paciencia al pie del último escalón, miro fascinado a la magnífica pareja: el alto y atractivo guerrero y la linda y delicada mujer. Parecían haber nacido uno para el otro, pensó. Y sin embargo, tantas cosas los separaban... Precedidos por los galgos, que, como siempre, olfateando la presencia del dueño, se habían aproximado en busca de mimos, y seguidos por el fiel Rupert, la pareja se encamino al salón. Los recibió un gran murmullo de voces. Decenas de hombres del pueblo se encontraban reunidos allí para ayudar a trazar los planes de combate contra los ingleses. Al ver toda aquella gente, hablando y riendo excitadamente, usando los colores del clan Campbell, Leonora sintió un shock de reconocimiento. Cuantas veces había presenciado las mismas reuniones en el castillo de su padre antes de cada batalla, había el mismo aire de anticipación, de expectativa. El mismo deseo de aventura, la misma camaradería. — ¡Dillon! — Flame, vistiendo la habitual calza y la túnica gastada e caballerizo, nada adecuadas a su posición social, se precipito en dirección al hermano, agarrándole el brazo. — Hoy fui a caballo hasta Kilmartin y conseguí la adhesión de doce hombres. Ellos vendrán a unírsenos en quince días, en cuanto terminen la cosecha. Sonriente, Dillon desarreglo aun más los rulos de la hermana. — Debí haber imaginado que acabarías suplantando a Camus y Graeme y siendo la primera en traerme refuerzos. El lindo rostro de la muchacha se ilumino de satisfacción ante el elogio de su adorado Dillon. Pero la sonrisa desapareció de los labios cuando reparo en la presencia de Leonora. — ¿Qué está haciendo la maldita inglesa aquí? — Vino a almorzar. ¿Le niegas ese derecho? — Le negaría la vida, si pudiese. — Respondió Flame, la voz destilando todo su rencor. — No deberías obligarnos a mirar la cara de esa persona, cuyo padre encarceló a nuestros hermanos. Los hombres que se encontraban cerca hicieron gestos en concordancia, murmurando palabras de odio contra los ingleses. Viendo eso, Dillon amonestó a la hermana en voz baja, más ríspida: — Sea bien educada, muchacha. No voy a tolerar una rebelión en mi propia casa. Esa turba está sedienta de sangre. Una única palabra puede ser el disparador para actos violentos contra la prisionera — ¡Como si yo fuera a llorar por eso! Dillon la agarró rudamente por el brazo. En su voz había un inconfundible tono de furia reprimida:

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— En ese caso, llore por sus hermanos. Cualquier violencia contra esta mujer puede significar la muerte para Sutton y Shaw. ¿Es eso lo que estas queriendo? Empalideciendo, Flame miró con odio a la causante de la rabia de su hermano para con ella. Entre los dientes cerrados, respondió: — No, Dillon. Tu sabes que no. — Entonces trata de pensar antes de abrir la boca. Con la cara enfurruñada, Flame le dio la espalda. Um pesado silencio cayó entre los observadores de la pequeña desavenencia, hasta que fray Anselmo, que había asistido a todo desde lejos, fue a apostarse al lado de Leonora. — ¡Ah, mi querida hija, como me alegro de verla! — Gracias, padre. — Leonora se relajo visiblemente. El rostro sonriente y amistoso del viejo monje le alivio el corazón amargado. — Hoy oí algunos comentarios sobre usted hija mía. — Fray Anselmo aceptó una jarra de cerveza ofrecida por una joven criada. — Dicen que anduvo pidiendo cosas extrañas. — Si. Conseguí organizar algo en que ocuparme. — Ah... ¿Y qué fue lo que hizo? — Lady Leonora hizo fajina en mis aposentos. — La intención de Dillon era obviamente la de humillarla. Fray Anselmo arqueó las blancas cejas. — ¿Fajina, milady? — Preguntó, espantado. — Si. — Leonora irguió orgullosa la cabeza, consciente de que las personas más cercanas habían dejado de hablar para oír su respuesta. Con una risita de desprecio, Flame comentó: — Trabajo más que adecuado para una perra inglesa. Frente al exabrupto verbal de la muchacha, fray Anselmo se apresuro a censurarla con firmeza: — No diga eso, hija mía. Servir a los otros, no importa de qué manera, es una bella y digna misión. Intrigadas, varias de las criadas que pasaban con bandejas de cerveza se detuvieron para oír. Y comenzaron a mirar ala inglesa con un nuevo respeto. ¿Una dama de la más alta estirpe se había rebajado a limpiar los aposentos del líder del clan? — ¿Seguramente, Rupert la ayudo, no? — Fray Anselmo estaba realmente interesado. Mirando de reojo al joven, Leonora se dio cuenta que este desviaba la mirada, demostrando nerviosismo. Su corazón de compadeció de su evidente aflicción

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Se dijera que si, el quedaría desmoralizado frente altos coterráneos. — No — respondió en tono calmo. — El trabajo de Rupert es vigiar para que yo no huya, lo que el cumple admirablemente. El joven escocés le dirigió una rápida mirada, lleno de gratitud y después, disimulando, se inclino para mimar a uno de los perros. Su alivio era tan grande que todo su cuerpo temblaba. El alivio del joven no paso desapercibido para Dillon, que estuvo observando el intercambio de miradas. Frunciendo el ceño, tomo una copa de cerveza que una de las criadas le ofrecía y la entrego a Leonora. El gesto inconsciente de delicadeza fue captado por fray Anselmo y también por Flame, que miro con una hostilidad aun mayor a la joven inglesa Con la entrada de mas criadas llevando bandejas de comida, todos se apresuraron a tomar sus lugares en las mesas. Leonora se vio sentada entre Dillon y fray Anselmo y, aunque intentara trabar conversación constantemente con el monje, tenía plena consciencia de la presencia silenciosa y magnética del otro hombre cuyos hombros y piernas vigorosas rozaban su cuerpo con cada movimiento. — Dígame, lady Leonora, ¿cómo fue que una dama noble como usted aprendió… a… hacer fajina? — Fray Anselmo aun no satisfacía por completo su curiosidad. — Aprendí con mi madre que el trabajo siempre funciona mejor cuando es supervisado de cerca. Muchas veces, en el castillo de mi padre, trabaje al lado de las criadas para que ellas entendiesen como yo quería que el trabajo fuera hecho. Algunas de las muchachas recién llegadas de las ladeas nunca habían realizado las complejas tareas que una propiedad como la nuestra exigía. Papa acostumbra a decir que soy exigente, pero que tengo mucha paciencia para enseñar. En silencio, Dillon oía el intercambio e palabras entre el amigo y su prisionera. No sabía que era más sorprendente: Que la muchacha supiera realizar tan bien los trabajos domésticos, o que tuviera paciencia. Esa era una virtud que o esperaba encontrar en la mimada hija de un lord ingles y mucho menos en aquella rebelde. Durante algún tiempo la conversación prosiguió animada entre fray Anselmo y Leonora. De repente, Dillon se dio cuenta de que, después de unos pocos pedazos de pan remojados en salsa, la joven había colocado el plato a un lado. — De nuevo no está comiendo — comentó el, en voz baja, para no ser oído por los demás. — No tengo hambre. — En realidad ella estaba hambrienta, pero después de algunos pedazos de carne dura e insulsa y del pan humedecido con la salsa sin gusto, había perdido el apetito. — Esta más delgada. Trate de comer, porque no quiero que su padre piense que la obligué a pasar hambre.

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El genio explosivo de Leonora subió a la superficie. Aquel hombre tenía una irritante manera de transforma todo lo que decía en una orden superior. ¿Estaría pretendiendo llevarla deliberadamente a una pelea? Si eso era, lo había conseguido. — No recibo ordenes suyas. ¡Y menos aun para comer esa porquería! La mano de él, oculta bajo la mesa, le apretó la muñeca con fuerza, haciéndola gemir de dolor. — No diga ni una palabra más, muchacha atrevida — murmuró Dillon por entre los dientes cerrados, bien junto al oído de ella, — si no quiere que pierda la cabeza. Si no quiere comer, al menos aprenda a ser más educada. — ¿Como su hermana? — El rostro encantador estaba muy cerca al de él, los ojos violetas reflejando la rabia. Estremeciéndose, Dillon se apartó levemente. ¿Cómo era posible que fuera capaz de mantener bajo control centenas de hombres al mismo tiempo, pero no pudiera controlar a dos muchachas peleonas y de lengua indómita? No había la menor semejanza entre Flame y la inglesa, pero el genio de las dos, era idéntico. Ambas eran obstinadas como mulas y capaces de desafiar la paciencia de un santo, cosa que sin duda, el no era. — ¡Basta! Cállese la boca! — Soltando la delicada muñeca, Dillon se llevo a los labios la jarra de cerveza y la bebió de un trago. Al lado, Leonora se masajeo la muñeca dolorida y se consoló imaginándose que había veneno en la cerveza de Dillon. Después, para distraerse, se pudo a mirar alrededor observando a los demás comensales. Para su disgusto, en todos encontró miradas hostiles, casi de odio. Se dio cuenta de que Dillon Campbell era el único que hacía de barrera entre ella y la muerte. Qué extraña ironía… el estaba siempre amenazándola, y sin embargo, sin su protección, estaría sola en pleno cubil de víboras. Recordó entonces el incidente con los soldados ingleses en el bosque. ¿Sería sensato cambiar el peligro conocido por el desconocido? Para sobrevivir, precisaba mantener la buena voluntad de Dillon. Inclinando la cabeza, Leonora se esforzó para comer algunos pedazos mas pan con salsa y de ahí en adelante se mantuvo en prudente silencio. Dillon, por parte, se ocupo de su jarra de cerveza, que varias veces las criadas habían llenado. Su mente estaba en turbulenta. Cada día que Sutton y Shaw tuviesen que pasar en esa mazmorra representaba um riesgo para la integridad física de los dos. Aunque confiara en el honor de lord Waltham, que lo llevaría a tomar la actitud correcta y soltarlos a cambio de su hija, había otros que se beneficiarían con la muerte de los rehenes, destruyendo así cualquier esperanza de paz entre Escocia e Inglaterra. Se esos hombres probasen ser más fuertes que Waltham, todo estaría perdido. Tempo... era tan poco el tempo de que disponla. Y precisaba de el para reunir un ejército. Para abortar por anticipado el ataque inglés. Para cabalgar de regreso a Inglaterra y obtener la libertad de los hermanos a cambio de la mujer. La mujer. Prefería pensar en ella en esos términos, a personalizarla como Leonora. Un lindo nombre para una linda mujer. ¡Maldición! ¿Por qué ella tenía que ser tan bonita?

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Odiaba la manera como el simple hecho de pensar en ella lo distraía de sus deberes más importantes. Disgustado consigo mismo y con el rumbo que tomaban sus pensamientos, Dillon empujó para atrás el banco, levantándose de la mesa. — Es tiempo de regresar al cuarto — dijo a Leonora, en tono aun más ríspido. — Tengo mucho trabajo por hacer y no me voy aquedar aquí perdiendo el tiempo. — Hasta luego, fray Anselmo — dijo Leonora, tratando de levantarse. El viejo monje la despidió con una sonrisa afectuosa que sirvió de bálsamo para la joven dama. La mirada de Leonora se poso entonces en Flame, que la encaraba en el más absoluto silencio. Como a la llegada, Dillon camino lado a lado con su prisionera, seguidos de cerca por Rupert y por los galgos. Al llegar a los aposentos de Dillon los recibió una escena inesperada: La señora MacCallum y más de una decena de criadas, algunas de rodillas, estaban inspeccionando las esteras que Leonora había tejido y desparramado por el suelo. Avergonzadas, se pusieron de pie, ante la llegada del lord. — ¿Qué significa esto, señora MacCallum? — El tono de Dillon era severo. Las mejillas regordetas de la gobernanta quedaron coloradas. — Queríamos ver el tipo de trabajo que hizo la lady inglesa, milord. — Tímidamente, ella se giro a Leonora. — ¿Cómo consiguió que estos aposentos quedaran con olor tan agradable, milady? — El junco debe ser recién cortado y entremezclado con lavanda y salvia. Además de perfumar el ambiente, las hierbas ahuyentan los insectos dañinos. La señora MacCallum pareció quedar aliviada. — ¿Quiere decir que las hierbas eran para entremezclar en las esteras? — Claro. ¿Para qué mas habrían de ser? — Realmente, ¿para qué? — Desviando la mirada la gobernante murmuro a las criadas— Brujerías, ¡cómo no! — ¿Que conversación es esa de brujerías? — preguntó Dillon, desconfiado. — Nada, milord. — Sacudiendo la cabeza la anciana mujer se puso a andar por el aposento. — Solo tonterías de una de las criadas. ¿Y en cuanto a los muebles, milady? Nunca los vi tan lustrosos. — Es solo usar cera de abeja y lustrar, lustrar y lustrar. — Un plan osado comenzó a formarse en la cabeza de Leonora. ¿Tendría coraje de llevarlo adelante? Sin detenerse a pensar, pregunto: — ¿Le gustaría que le enseñase a las criadas? — ¿Haría eso? — Las cejas de la señora MacCallum se levantaron en una expresión de asombro. — Seria un placer. Y ayudaría a que el tiempo pasara más de prisa. — Leonora se giro entonces hacia Dillon. — Esto es, si milord no tiene objeción

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— ¿Y entonces, milord? — preguntó la señora MacCallum, esperanzada. Los bellos ojos oscuros se estrecharon. Dillon tenía que admitir que sus aposentos nunca habían presentado un aspecto más agradable, lo que causaba vergüenza al resto de Kinloch House. Sería también una manera de mantener alguien tan competente encerrada a siete llaves. Además la muchacha estaría entretenida y fuera de su camino, aun mas ahora que el tendría que ausentarse por varios días a fin de reclutar soldados. Las criadas también podrían sacar provecho del conocimiento adquirido, convirtiendo el castillo más agradable. Tomando una decisión respondió: — Siempre que Rupert permanezca todo el tiempo a su lado, creo que puedo permitir que ande libremente por Kinloch House. Pero queda avisada, milady: Si intenta huir será confinada de nuevo a mis aposentos, esta vez con las manos y los pies atados ¿Entendido? La sangre de Leonora hervía en sus venas, no solo debido a las amenazas, sino principalmente porque Dillon eligió decirlas enfrente del personal domestico. A mitad tarde, seguramente, todos los habitantes de la propiedad ya estarían al tanto de los insultos que fue obligada a oír. Pero diciéndose que cuanto más libertad tuviera , mayores serian las posibilidades de escapar, trato de tragarse el orgullo. Aun así, Dillon noto le fuego que chispeaba en los ojos violetas antes de que ella bajara la cabeza, diciendo en voz excesivamente suave: — Si, entendí todo. — La dama va a descender enseguida, señora MacCallum. Ahora querría dejarnos solos. Ah y mande a buscar a mi hermana, quiero que ella también aprenda lo que la inglesa va a explicar. La gobernanta salió apresurada, seguida dócilmente por las criadas. Cuando Rupert iba a cerrar la puerta, Dillon se dirigió a el: — Puede esperar fuera, en el corredor. Quiero hablar con lady Leonora a solas. En cuanto el joven cumplió la orden, Dillon fue junto a la chimenea, donde Leonora ya estaba tratando de calentarse. La voz de él, cortante como la lamina de una daga, rompió el silencio: — No piense que me engaña con su carita ingenua, muchacha. Entendí muy bien su juego. Ella lo encaró con la barbilla levantada, preparándose para enfrentar la tempestad que con seguridad iba a desatarse sobre su cabeza. Sabía que Dillon estaba listo a perder el rígido control que ejercía sobre su propio temperamento exaltado. — ¿Juego? ¿Qué juego? Todo lo que deseo es llenar las largas y solitarias horas que soy obligada a vivir aquí. ¿O usted preferiría encontrarme todos los días tirada en la cama, llorando mi desgracia? El se aproximó aun más apretando los puños contra las musculosas piernas.

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— No sé por qué, pero no consigo imaginarla así, milady. Lloros y lamentos no combinan con usted. — Ni las amenazas vanas con usted, milord. — ¿Vanas? — Agarrándola, Dillon hizo que casi se apoyase en el cuerpo de él. Tomada de sorpresa, Leonora no consiguió colocar los brazos entre ambos, para servir de barrera. En vez de eso, colgaban impotentes al lado de su cuerpo. — Yo soy el líder del clan — dijo él entre los dientes apretados — Si resuelvo mandarla a azotar, seré obedecido sin discusión. Luchando contra el miedo que de repente amenazaba paralizarla, Leonora resolvió que no permitiría que aquel bruto percibiese el efecto causado por sus palabras. — Si usted se atreve a mandarme azotar, va a tener que responder a mi padre. — No respondo a ningún hombre. Mucho menso a un tirano que está manteniendo preso a mis hermanos. — ¿Tirano? — Ella sacudió la cabeza con desprecio. — ¡Miren quien fue a hablar! ¡Usted es mucho peor! — Si. Y no se olvide de eso, mujer— Sus dedos se enterraron en a carne tierna de los brazos de Leonora al atraerla más cerca, hasta obligarla a ponerse en punta de pies, encarando esos ojos más oscuros que la noche. La leve cicatriz sobresalía, pálida contra la piel bronceada y los labios de él se torcieron en una cruel sonrisa. — Hay otros medios de castigarla y acabar con el honor de su querido padre. Cuando el horror de esas palabras atravesó la mente de ella, el miedo le contrajo la garganta a Leonora, amenazando con ahogarla. — ¡No es más que un salvaje! — Si. — la mirada inflamada de Dillon se detuvo en su boca tentadora, a pocos centímetros de la suya. Su acento escocés se intensifico con la rabia. — Salvaje e indomable como la tierra que me vio nacer. Y su boca cubrió la de ella en un beso violento, brutal. En el momento que sus labios se encontraron un rio de fuego recorrió sus venas, incendiándolo de pasión. Aun aflojando el apriete de los brazos de ella, Dillon se perdió en ese beso devastador. Incapaz de librarse de las llamas que lo consumían, era atraído cada vez más hacia su centro, donde el sabia que sería consumido por entero. No había planeado nada de aquello. Su intención fue solamente la de sojuzgarla, reducirla a la más completa sumisión. Pero ahora, teniendo en sus brazos el cuerpo voluptuoso, femenino, perfumado, se olvido de todo, excepto del deseo de poseerla. Profundizando aun más el beso, introdujo la lengua en el interior de la boca aterciopelada. Sintiéndola temblar, Dillon se admiro de que un simple beso pudiese ejercer tal efecto sobre aquella gata salvaje. ¿Simple? No. Lo que él estaba sintiendo y luchando para resistir, podía ser todo menos simple. A pesar de su primer resolución de castigarla, de repente se vio conmovido ante el miedo que la dominaba. No tuvo la intención de seducirla, pero cuando se dio

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cuenta, sus manos estaban acariciando suavemente la espalda delicada, confortándola, excitándola, mientras sus labios posarían los de ella en una invitación apasionada. Entre tanto, extrañas sensaciones recorrían a Leonora. Todo su cuerpo latía, vibraba, quemaba. Nunca experimentó tanto placer, tantas emociones desencontradas. Y el hombre que provocaba todo eso era su enemigo. Ella lo odiaba. Y al mismo tiempo se derretía en los brazos de él. Sus manos, hasta entonces apretadas contra las piernas, ahora subían para agarrarlo por la cintura. El corazón latía alucinado en su pecho. El tiempo parecía suspendido. Por más que intentase endurecer los sentimientos y resistir la pasión, veía su cuerpo traidor correspondiendo ardorosamente a la seducción de las caricias de Dillon. Sintiendo los temblores que Leonora no conseguía dominar, el levanto la cabeza y miro el lindo rostro levantado en su dirección. Ella tenía los ojos bien cerrados. — Mujer, abre los ojos. Los parpados delicados se estremecieron y se abrieron. En los ojos color violeta el pudo ver el reflejo de sí mismo. Por un momento su respiración quedo atrapada en su garganta y experimentó la sensación de estarse ahogando en esa mirada. El pensamiento lo conmociono profundamente. Había deseado atormentarla con sus besos, atrapándola en una trampa hasta que ella implorara para que se detuviera. Y al final el que cayó en una trampa fue el. Una trampa armada por el mismo. El la deseaba. La deseaba como jamás había deseado a otra mujer. No como castigo por el hecho de que su padre hubiera encarcelado a Sutton y Shaw, sino porque era una linda y adorable criatura, que le transformaba la sangre en lava. Reuniendo todas sus fuerzas, Dillon se aparto levemente y se puso a estudiarla con el ceño fruncido. De alguna forma ella lo había hechizado, y si no tenia cuidado estaría preso para siempre. Por suerte tenía que ausentarse por algún tiempo. Lejos de ella conseguiría razonar con más claridad. — Ahora que ya se dio cuenta, como me seria de fácil poseerla, milady — dijo en voz ronca — voy a advertirle por última vez. No me provoque más. Si hace una cosa mas para enfadarme, mi respuesta será rápida y terrible Entonces dejo caer las manos que la sostenían por los hombros, como si el simple toque lo ofendiese. En realidad tenia recelo de continuar tocándola, porque eso acabaría por llevarlo a poseerla. La necesidad de hacerla suya aun la tia en su cuerpo ardiente, lo que hizo su tono más áspero de lo que pretendía al preguntar: — ¿Entendió, milady? — Si. — Leonora estaba espantada con la dificultad que sentía para hablar. Respirando hondo, agrego con expresión de odio en la mirada: — Prefiero tirarme por el balcón y morir, antes que permitir que me toque de nuevo. Para recuperar el autodominio, Dillon deliberadamente le dio la espalda dirigiéndose a la puerta. Llegando se giró hacia ella: — Si me provoca de nuevo, milady, tendremos chance de verificar se sus acciones van a corresponderse con las palabras. — Y con eso. se retiro.

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Leonora se giro a la chimenea cuando Rupert entró, reasumiendo su posición delante de la puerta. De espaldas ella se cubrió el rostro febril con las manos, desesperada. ¡¡Como detestaba a Dillon Campbell! Como jamás había detestado a otra persona. Y aun así… sus, mejillas volvieron a ponerse coloradas al recordar la manera como reacciono a las acaricias y besos de él. La pasión, el deseo que le provocaba eran hasta entonces desconocidos y contrarios a todo en lo que creía. Ese hombre era un escocés, un salvaje y ella una dama inglesa de la más alta estirpe. Si lo dejase cumplir su amenaza estaría manchada para siempre. Ningún hombre decente iría a quererla después. Con todo, un delicioso estremecimiento la recorrió de la cabeza altos pies al recordar aquellos brazos fuertes al abrazarla, los labios acariciando los suyos. Ningún otro hombre, con sus manos desarregladas y besos toscos la había hecho sentir lo que sentía con Dillon. ¿Qué podría hacer si el decidiera poseerla? La respuesta le llego clara e instantáneamente: Saltaría a la muerta antes que llevar la deshonra al nombre paterno.

Capítulo 13 — ¿Milady? — Rupert aguardó hasta que Leonora interrumpiese su agitado caminar por el aposento. Ella encaró al joven guardián, firme como una rocha delante de la puerta. — ¿Si, Rupert? — me gustaría agradecerle. — ¿Por qué? — Con los pensamientos concentrados en Dillon, ella pareció no entender. — Por mantener en secreto el hecho de que yo la ayude. —Ah, — una sonrisa amble iluminó el rostro hasta entonces sombrío de Leonora. — Fue muy poco frete a su bondad para conmigo. Y queda tranquilo. Serra un secreto para siempre entre nosotros. — Atravesando el aposento, ella se aproximó a él. — Ahora creo que es tiempo de ir al encuentro de la señora MacCallum, ¿no? Lo que ella ansiaba en realidad, hasta más que antes, era usar la recién conquistada libertad de andar por el castillo para descubrir una manera de huir. Y el mejor medio de lograr su objetivo era aprender lo que fuera posible sobre la estructura de aquella verdadera fortaleza. Encontraron a la gobernanta y su ejército de criadas en el cuarto donde se lavaba la loza, ubicado cerca de la cocina. Allí se distribuían las tareas entre los criados. Flame, de brazos cruzados, observaba todo en un silencio mal-humorado.

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Con la entrada de la dama inglesa, las voces se callaron y las cabezas se giraron en su dirección. La señora MacCallum pareció estar realmente incomoda. Era obvio que nunca antes diera órdenes a una dama noble de origen. Consciente de cuán importante era conquistar su confianza, Leonora resolvió facilitar las cosas para la gobernanta. — Tal vez fuese mejor si comenzamos pro el gran hall —, sugirió. Desde la primera vez en que vio el hall, ella tuvo la seguridad de que aquel era el centro de la fortaleza. De allí salían varios corredores secundarios y uno de ellos podría ser su ruta de fuga. Para apartar el sentimiento de culpa por estar traicionando la confianza de Rupert, trató de convencerse de que, en una guerra, todos los medios eran medios validos. Por encima de todos precisaba regresar a salvo junto a su padre. La gobernanta agrando los ojos y en seguida miro incrédula para Flame. El cavernoso gran hall era el mayor de los cuartos del castillo. La tarea de mantenerlo limpio era un desafío constante y solamente las criadas más humildes en la jerarquía domestica eran encargadas de ese trabajo. Flame, compartiendo los pensamientos de la mujer, permitió que una sonrisa ladina asomas a sus labios. Era exactamente el tipo de trabajo que daría a la perrita inglesa. — Si, milady, — respondió al final la señora MacCallum. — Es un excelente lugar para comenzar. Diga que vamos a precisar. — Poco más que brazos y espaldas fuertes, fregonas y baldes con agua. Como el día ya está por la mitad, vamos a remover las esteras y enrollarlas para quemar. Después trataremos de barrer y fregar el piso. Mañana colocaremos el junco fresco. ¿Está bien así, señora MacCallum? — Oh, sí. — La mujer balanceo tan vigorosamente la cabeza que sus mejillas temblaron. Después, recordando las buenas maneras, se giró a la hermana del lord: — ¿Y usted niña? ¿Está de acuerdo? Flame se encogió de hombros con indiferencia. — Mi hermano dijo que precisaba quedarme y observar., pero no dijo que tendría que trabajar o hablar con la prisionera. Continúe, señora MacCallum. Para dejar bien claro quien estaba al mando, la señora MacCallum se dirigió entonces a Rupert, diciendo en tono severo: — Tú vas a quedar al lado de la prisionera todo el tiempo. Y yo, por supuesto, iré a dar una mirada de vez en cuando al trabajo para ver si está siendo hecho como se debe. Con una sonrisa satisfecha, Leonora se encamino para el gran hall, con las criadas y Flame la seguía en silencio. Llegando, Rupert tomó posición en frente a la puerta cerrada. Callada, Leonora comenzó ajuntar las esteras, formando grandes rollos que iba colocando junto al chimenea a fin de ser usados para alimentar el fuego. A cada vuelta que daba alrededor del aposento, iba anotando mentalmente las puertas, determinada a descubrir a donde conducían.

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Después de quedarse mirándola por varios minutos, las criadas fueron comenzando a imitarla, enrollando las esteras. A pesar de trabajar al lado de ella, seguían el ejemplo de Flame y no decían una palabra. Con todo, Leonora sentía que, aparte de la animosidad, había también una gran curiosidad respecto a ella, pero no sabía como quebrar la reserva. Después de una hora de trabajo silencioso, con alivio vio la llegada de Gwynnith. Su sonrisa franca y el comportamiento amigable eran un bálsamo después de todas aquellas caras serias y reservadas. — Vamos, milady, — dijo la joven criada al ver a Leonora de rodillas enrollando las esteras — deje que yo y las otras hagamos este trabajo. — Tomándola por el brazo, Gwynnith la ayudo a levantarse. — la señora se va aquedar aquí, al pie de la chimenea viendo que todo se haga de la manera correcta. — No precisa mimarla, Gwynnith. — cortó Flame en tono ríspido. — Al final la inglesa se vanaglorió de ser capaz de trabajar duro. — Si yo no supiese eso, la vista del aposento de lord Dillon me habría convencido. Pero lady Leonora ya trabajo demasiado para un solo día. Las consecuencias de tanto esfuerzo van a aparecer pronto, apuesto. Los músculos de Leonora ya comenzaban a protestar por causa del trabajo pesado, pero ella estaba resuelta a ignorar la incomodidad. — No se preocupe, Gwynnith. Preciso estar ocupada con algo, sino voy a volverme loca. A pesar de la insistencia de Gwynnith, Leonora volvió al trabajo al lado de las otras. Mientras ejecutaba la tarea comenzó a hacer preguntas amables a la criada: — ¿Nació en este poblado? — No, milady. Naci a alguna distancia de aquí, en la villa de Cawdor. — ¿Y cómo fue que vino a parar a Kinloch House? — Mi poblado nao existe más. Fue destruido. Tampoco tengo familia. Todos fueron muertos por los… — la muchacha hizo una pausa tensa. Después tragando en seco término de un solo aliento: — Por los ingleses. Dillon Campbell me encontró y me trajo para acá. — Y hizo de ti una criada — concluyo Leonora con cierto desprecio, para disimular su propia incomodidad al pensar en el sufrimiento causado por los soldado de su país. — En absoluto, milady. El me dio un hogar. Fue mi elección retribuir tanta bondad sirviéndolo — Gwynnith lanzo una mirada su pie deformado, que la obligaba a renguear. — Sin la generosidad de Dillon Campbell, ¿Qué habría sido de mí? — Apenada, Leonora preguntó: — ¿Cómo le ocurrió eso? Una sombra nublo la mirada alegre de la criadita. — Uno de los soldados pasó por encima de mí con un caballo. Seguramente no esperaba que yo sobreviviera— El pensamiento de una niña pequeña teniendo que sufrir

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tal brutalidad hizo que Leonora sintiera que se el estrujaba el corazón. Lo que se intensificó aun más ante el dolor de Gwynnith al proseguir: — Ningún hombre va a querer a una mujer con un defecto como este. Pero ya que nunca podre ser esposa y madre, por lo menos encontré una razón de vivir aquí en Kinloch House. Esta gente se volvió mi única familia. Las otras criadas se habían juntado alrededor de ambas para oír el relato — Milord también me salvó, — contó una de ellas, tímidamente. — Los ingleses mataron a mis padres y mis cuatro hermanos. Yo aun era bebe y fui abandonada en la nieve para morir. Peor los hermanos de Dillon me encontraron y me trajeron para acá. Desde aquel día encontré un hogar en Kinloch House. — Yo también —afirmó una tercera. — Mi hermano y yo fuimos obligados a presenciar el asesinato de nuestra familia. Dillon nos encontró vagando por el bosque y nos trajo a su casa. MI hermano está aprendiendo a ser caballerizo y yo a cuidar de una casa. Si no fuese por la bondad del lord, habríamos muerto de hambre y frio. Como aquel también, — agrego indicando a Rupert, aun de pie junto a la puerta. — Háblenme de Rupert, — pidió Leonora, en tono gentil. — ¿El també fue rescatado por Dillon? — Si, milady. — Gwynnith hizo una pausa y Leonora reparó que toda su fisonomía se iluminaba. Era obvio que la muchacha tenía tiernos sentimientos por Rupert en el corazón. — El vive aquí en Kinloch House desde los ocho años de edad. Toda su familia fue muerta en un ataque. — Aunque la criadita tuviese cuidado de no mencionar a los soldados ingleses de nuevo, Leonora ya sabía que la mayor parte del sufrimiento y las desgracias de aquella gente había sido causada por sus coterráneos. — ¿Y cómo fue que el escapó? — Dillon siempre dice que fue um milagro. Cuando encontró a Rupert, el se encontraba mas muerto que vivo. Los soldados lo habían colgado por el cuello para ahorcarlo. Es por eso que el ahora habla tan lento. Y su voz no es más que un susurro. Lágrimas caliente llenaron los ojos de Leonora, que bajo la cabeza para ocultarlas. Le dolía pensar en el dulce y bondadoso Rupert siendo víctima de tanta crueldad. Su mente se encontraba en carne viva. El joven tenía todo el derecho de odiarla por lo que sus compatriotas le habían hecho a él y a su familia. Gwynnith también. Y en cambio, aquellas dos bondadosas criaturas no abrigaban rencor alguno en sus corazones. ¿Cómo podría ella hacer menos? Por algún tempo Leonora permaneció en silencio, considerando las cosas que acaba de oír. Había esperado estar al tanto de la maldad de Dillon. En cambio esa gente parecía considerarlo como una criatura maravillosa, un líder sabio y magnánimo. Recordó entonces la conversación que habían tenido en el castillo de su padre y la manera apasionada como él se refería a los deberes del líder de un clan para con su pueblo. De repente um pensamiento desagradable invadió su mente, llevándola a fruncir el ceño: Soldados ingleses.

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En cada una de las terribles históricas que acababa de oír se revelaba la crueldad de los guerreros de su país. Hasta ser capturada Dillon, no habría dado crédito a tales relatos. No creería en sus queridos compatriotas fuesen capaces de tales barbaridades. Sin embargo desde su experiencia en el bosque, en mano de aquellos animales, sabía que todo debía ser verdad. Durante toda la vida oyó hablar de las atrocidades de los salvajes escoceses. Ahora escuchaba el otro lado de la historia, una versión muy diferente. En ese momento se acordó de lo que había dicho Dillon en el bosque, después de rescatarla de los soldados ingleses: la guerra cambia a los hombres. Debía ser verdad. — ¿Los escoceses son todos tan nobles como su líder? — Preguntó, interesada. Las criadas intercambiaron miradas. Pero fue la joven Gwynnith quien respondió: — Desgraciadamente no, milady. Existe un hombre que anda por el bosque y que ataca como un animal feroz. Varias mujeres, algunas aun niñas, fueron violadas y muertas por él, pero hasta hoy nadie descubrió quién es, y ninguna mujer de la región se atreve a andar sola en el bosque. Un estremecimiento recorrió la columna de Leonora, que quedo agradecida por el trabajo duro que estaba haciendo. De cierta manera era más fácil lidiar con los pensamientos amenazantes que acababan de surgir estando con las manos ocupadas y la espalda dolorida. Al fin del día al recibir la bandeja con la comida, Leonora comió poco, como de costumbre, pero esa vez trato de guardarse las sobras en una servilleta de lino, que metió en un bolsillo del vestido. Más tarde trataría de esconderlo bajo la cama. Un plan de fuga comenzaba a esbozarse en su mente. Un plan que precisaba ser muy bien estudiado Iba a necesitar comida, un arma, ropas más calientes si quería sobrevivir a los rigores del clima y los peligros de las Tierras Altas. Ni siquiera el terror del hombre que atacaba en los bosques, la desanimaba de huir. Con todo, cuando la noche cayo y la oscuridad se hizo presente, ella quedo agradecida por poder hundirse bajo los cobertores de piel, donde un sueño exhausto acabo por vencerla. Ansiosa por cómo se desarrollaría el nuevo día, Leonora despierto con los primeros claros del alba. Aquel sería el primer día que pasaría por entero fuera de los aposentos de Dillon. Y pretendía aprovechar cada minuto de manera útil. En cuanto termino el desayuno, Rupert la acompaño hasta el piso inferior. Flame y las criadas ya se encontraban esperando en el gran Hall. Como el suelo estaba libre de las esteras, algunas criadas se pusieron a barrer. Mientras tanto, Leonora fue mostrando a las demás como refregar el hollín y la suciedad alrededor de las chimeneas, usando piedra molida hasta transformarse en un polvo fino. Viendo que ellas eran reticentes en usar métodos nuevos, trato de convencerlas simplemente poniéndose manos a la obra. Ahora que las criadas habían comenzado a bajar las defensas en su presencia, la conversación fluyo con más facilidad. La única que se mantenía en silencio, apartada, era Flame, enfurruñada por encontrarse impedida de correr libremente por los campos. — Háblenos de hogar en Inglaterra. — Pidió Gwynnith en un momento dado.

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— ¿Es tan bonito como Kinloch House? — Preguntó otra criada. — Es parecido. — Leonora se sentó en los talones, fregando automáticamente la piedra que estaba lustrando. — No tenemos la protección natural de las montanas como ustedes aquí en las Tierras Altas, pero tenemos un foso y un puente levadizo para impedir la invasión del enemigo. — Su tono, se suavizo y el amor y la añoranza estaba presente en su voz — Cuando era pequeña, los establos eran mi lugar favorito. Por primera vez, el interés de Flame se despertó. ¿Entonces a aquella inglesa delicada le gustaba cabalgar? — Pero después que mi madre murió — continuó Leonora, — quede demasiado ocupada con la dirección de la casa para tener tiempo de cabalgar. Ahora mi lugar favorito del castillo son los jardines. Y allí acostumbro a refugiarme cuando estoy triste o preocupada. — ¿Cómo fue que el lord consiguió sacarla de allí? — preguntó una de las criadas más atrevida. Las otras contuvieron la respiración, a la expectativa de que iban a oír. Inmediatamente, Flame se aproximó, tan ansiosa como las demás. — Cuando vio a los hermanos amenazados, el entro en combate con decenas de soldados y al darse cuenta que sería dominado, me agarro y huyo , llevándome como rehén. Las criadas quedaron boquiabiertas, mientras Flame sonreía. Conociendo bien al hermano, esperaba que hiciera eso mismo. En cuanto Leonora pasó a describir el dramático y espectacular salto del puente levadizo, y la fuga por el bosque, la atención de las mujeres era total. — Oh, milady, — comentó Gwynnith, llevando la mano à la garganta, — la señora debe haber estado aterrorizada. — Si. Y muy infeliz. Melancólica, —agregó ella — siento añoranza de mi padre y de mi casa. — Caramba, esa historia me dejó toda estremecida — afirmó una criadita, con voz entrecortada. — A mi también — dijo otra. Y después, mirando curiosa a la dama inglesa, agrego: — Nuestro lord es fuerte y bello ¿no cree? Leonora se ruborizo — No reparé. — Y volvió a lustrar la piedra con furor mientas las criadas intercambiaban miradas maliciosas. Por su parte, Flame frunció el celo y miro con nueva hostilidad a la detestada inglesa. ¿Estaría alimentando alguna pretensión en relación a Dillon? Si fuese así, que se cuidase, si no quería salir mal. Poco más tarde, Leonora comenzó a tejer las ramas de junco en un patrón intrincado. Lo hizo lentamente para que las criadas pudieran acompañar cada paso de la tarea. Al

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terminar, iba extendiendo las esteras por el suelo, siempre colocando las hierbas aromáticas bajo ellas. Cuando la primera hilera fue completada, las criadas se pusieron a acompañarla en la tarea. Algún tiempo después, la señora MacCallum entró en el gran hall y fue sorprendida por la escena, todas las mujeres, incluyendo a Flame y la prisionera reían y conversaban con animación. La gobernanta miro alrededor admirada. — Entonces, milady, una vez más estoy viendo que consiguió hacer brillar un aposento. ¿Cuál es su secreto? — Esta vez el merito no es solo mío. Este es el resultada de la colaboración de muchas personas de buena voluntad. — Con um gesto, Leonora indicó todas las criadas, que sonreían, satisfechas con el elogio inesperado. — Es mucha generosidad de su parte, milady — susurró Gwynnith, al lado de ella. — Fue la señora la que cargo con la mayor parte del trabajo. — No, yo nada podría haber hecho sin la ayuda de ustedes — Leonora se giro entonces a la gobernanta. — Es una mujer de suerte, señora MacCallum, por poder contar con auxiliares tan competentes y dedicadas. — Si. — La mujer parecía confusa. Sabía que aquella inglesa era una enemiga, una prisionera del lord, pero no podía impedirse simpatizar con ella, lo que la dejaba bastante perturbada. — Es hora de regresar a los aposentos de milord. — anunció, para encubrir los propios sentimientos. — mañana temprano vamos a limpiar el cuarto de lavado — Está bien. — Levantándose lentamente, Leonora siguió a Rupert para fuera del gran hall, aparentando docilidad. A la salida, su mirada atenta noto el perchero donde colgaban varias casacas y capas. A la primera oportunidad trataría de apoderarse de unos de ellos y lo escondería junto con las provisiones, debajo de la cama. No podría sobrevivir en las Tierras Altas usando solo aquel vestido de campesina.

— Preciso de algunas criadas para que vengan a ayudarme a preparar la comida — anunció la señora MacCallum para aquellas que se encontraban fregando el suelo del cuarto de lavar a la tarde siguiente. — A mi me gustaría colaborar — se ofreció Leonora. La gobernanta quedo tan asombrada que no consiguió encontrar las palabras educadas con que rechazar el generoso ofrecimiento. Desde que se uniera a ellas, la prisionera se venía ofreciendo para las tareas más difíciles. — Está bien. Venga conmigo, entonces. Leonora y las demás que se habían ofrecido siguieron detrás de la señora MacCallum, junto con Flame y el fiel Rupert. Mientras caminaban corredor abajo, Leonora

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iba grabando en la memoria cada pasaje, cada giro. El castillo era parecido a un laberinto, con sus corredores oscuros y aposentos cavernosos, cerrados por pesadas puertas. Pero ella había comenzado a familiarizarse con el lugar. En la enorme cocina de techo ennegrecido por el hollín, lechones enteros estaban siendo asados sobre carbones en brasa, mientras un venado era girado lentamente sobre el fuego abierto. Deteniéndose al lado de una muchacha que hacia masa de pan, Leonora se puso a ayudarla. Terminada la tarea se aproximo a una asadera llena de perdices para ser asadas y comenzó a sazonarla con hierbas secas. Mirando alrededor y viendo que nadie le estaba prestando atención a sus movimientos, tomo un cuchillo pequeño y muy afilado, escondiéndolo en el bolsillo del vestido. Después continuo trabajando. Pronto estaba hundida en los agradables olores y la tarea que le era tan familiar. Su sonrisa encantadora y conversación animada conquistaron la confianza de las cocinaras y auxiliares con tanta facilidad como el trabajo duro y la determinación habían conquistado a las limpiadoras. — ¿Al lord le gustaría comer tortas hoy à la noche, señora MacCallum? — Preguntó en un momento dado una de las cocineras. — ¿O sería mejor um cocido? La gobernanta demoró en responder, considerando la pregunta. — ¿Por qué no las dos cosas? — Sugirió Leonora. La gobernanta la miro sorprendida. Después asintiendo levemente su aprobación respondió — Es verdad, ¿por qué no? — Y girándose a la cocinera, agrego: — la dama inglesa va a ayudarla. Una sonrisa de alivio asomó a los labios de Leonora. El trabajo duro de los últimos días le había despertado un enorme apetito, por lo menos ayudando a prepara la comida iba a poder saciar el hambre con una comida más sabrosa. Rupert, en pie junto la puerta, de vigía, apretó el estómago que roncaba hacia varios minutos. Tantas carnes asándose, tantos dulces siendo preparados, los aromas, en el exacto momento que pensó no aguantar más tanta hambre, Leonora se aproximó. — Creí que le gustaría probar esto — dijo, presentándole un pedazo humeante de torta. — ¿La señora leyó mis pensamientos? — Preguntó el joven. Después, clavando los dientes fuertes en la comida, cerró los ojos y suspiro de placer. — Nunca probé nada tan delicioso, milady. — En ese caso voy a darle otro. Gwynnith — llamó Leonora. La muchacha se aproximo rengueando y la joven dama le susurro al oído: — Traiga otro pedazo de torta para Rupert. Gwynnith parecía estar desempeñando la más placentera de las tareas al entregar, después, otro pedazo Rupert. Al hacerlo sus dedos se tocaron. El la miro, justo a tiempo de

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ver las pestañas descender, ocultando los ojos azules y un colorado encantador subir por las mejillas de la muchacha. Sin dejar de observarla, el se llevo al torta a la boca, masticando con aire deleitado. Ya no sabía si su placer era solo debido a la torta o al encanto de la que la ofrecía. De repente se abrió la perta con violencia, asustando a todos y Dillon entró furioso en la cocina. Las risas y las voces fueron extinguidas y se hizo un pesado silencio. Rupert masticó rápidamente, queriendo tragar de prisa la prueba del crimenLa voz de Dillon sonó irritada cuando se dirigió a Leonora: — Estuve buscándola por todas partes. ¿Por qué no estaba en mis aposentos? Ella lo encaró desafiante, pero su corazón se había disparado en el pecho. ¿Por qué ese bruto tenía que ser tan lindo y masculino? — ¿Olvido que me dio su permiso para trabajar con las criadas Es lo que estoy haciendo, ayudando a preparar la comida Las criadas oyendo la atrevida respuesta, contuvieron la respiración. Nadie jamás hablaba con el líder de esa manera. Los ojos oscuros de Dillon recorrieron a Leonora de los pies a la cabeza, demorándose en las curvas del cuerpo voluptuoso, principalmente en los senos, visibles a través del generoso escote. Ella se puso colorada y después e estremeció de miedo, recordando la daga que había escondido en el bolsillo. ¿Podría descubrirla Dillon? ¿Habría adivinado su plan? Si dejar de encarar a Leonora, el preguntó a la gobernanta, en tono severo: — La muchacha realmente trabajo, señora MacCallum? Atravesando de prisa la distancia que la separaba de el, la gobernanta fue a apostarse al lado de Leonora. Parecía ansiosa por calmar la explosión de temperamento que sabia lista a irrumpir de parte de su querido amo. — Si, milord. La dama inglesa nos dejo avergonzadas con su disposición para el trabajo. No hay nada que se rehusé a hacer, ni siquiera las tareas más pesadas. Impasible, el se giro a Leonora. — Usted va a regresar conmigo al cuarto. — Pero…, yo aun no termine de… Los dedos vigorosos se cerraron alrededor del brazo de ella, empujándola para adelante — ¡Ahora mujer! Cuando el lord ordena, solo le resta obedecer — dijo entre los dientes. Y girándose a Rupert, agrego: — No voy a precisar más de usted, muchacho, hasta mañana a la mañana. — Si, milord. — Tragando el último pedazo de torta, el joven se quedo observando al líder conduciendo a la prisionera fuera de la cocina.

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Un silencio opresivo cayó sobre el ambiente, mientras los criados se afligían con el destino de la muchacha inglesa. En los últimos días, ella se había convertido en una de ellas. Una compañera. Y ahora, era de nuevo la prisionera del lord. Muchos de ellos no conseguían evitar un sentimiento de pena. Hasta la misma Flame se vio imaginando el motivo de hermano para exhibir irritación y mal genio siempre que estaba cerca del la prisionera. Aunque despreciase a la inglesa, estaba obligada a admitir que esta vez ella no había hecho nada mal. — Vamos. — La señora MacCallum batió palmas para llamar la atención de todos. — De vuelta al trabajo. Milord va a querer comer temprano,. Y solo Dios sabe cuántos soldados estarán presentes en la mesa esta noche. Para Flame, la ausencia de Leonora significaba que podía correr para los establos y salir cabalgando por los prados, durante una bendita hora de libertad. Y como era su costumbre, se deslizo para fuera sin ser percibida.

Capitulo 14 — ¿Y entonces, milady, está listo el plan de fuga? La abrupta pregunta hizo que el corazón de Leonora fallara. Tragando en seco, arriesgo una mirad ala enojado perfil de Dillon, y rezó para que su propia fisonomía estuviese mostrando suficiente inocencia para apaciguarlo. Viendo que Leonora no pretendía responder, el continuó el ataque: — No piense que su idiota, muchacha. Descubrí lo que está planeando. — Aunque caminase al lado de ella, Dillon tomaba cuidado para no tocarla, ya que eso sería su perdición. — Se muy bien por qué se ofreció para ayudar a la señora MacCallum. — La verdad, y comprensión de los motivos que debían estar por detrás de las extrañas actitudes de Leonora sólo lo alcanzaron cuando cabalgaba de regreso a casa, después de reclutar nuevos soldados para su ejército. Aunque a disgusto, tenía que admitir que admiraba el ingenio y la determinación de la prisionera — Es realmente inteligente. Tendría que poner un número mayor de guardias para vigilarla de ahora en adelante, pensó. Hombres que no se podría dar el lujo de disponer. Y todo porque se dejo manipular por esa mujer, permitiéndole andar libremente por el castillo bajo falsos pretextos. En ese momento ella ya debía haber descubierto cada puerta, cada pasaje, señalando los que eran mejores para la fuga. Al darse cuenta de las intenciones de Leonora, el hizo regresar el caballo en una galope desenfrenado, arriesgándose a romperse el cuello. El alivio que sintió al encontrarla en la cocina fue tanto que su cuerpo aun temblaba. A aquellas alturas había imaginado que ella estaría lejos en el bosque y eso lo dejaría loco. — Pues sepa, milord — Leonora intentaba disfrazar el miedo con una bravata, — que tendría que dividirme en diez personas para hacer eso de lo que me está acusando. — Ella

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sabía que no le restaba otra opción a no ser negar las acusaciones por más acertadas que fueran. Después de tantas horas escuchando las charlas de los criados, el pesado silencio del largo y sombrío corredor oprimía sus oídos. Se le hacía cada vez más difícil acompañar los pasos agiles de Dillon. Sus pies se arrastraban por el piso de piedra, y la subida de la escalera le aprecia tan penosa como la escalda de una montaña. Estaba segura de que el había encontrado las provisiones que escondiera bajo la cama. Solo así podría haber descubierto sus planes de fuga. Cuando al final llegaron a los aposentos de Dillon, Leonora ya estaba con los nervios à flor de piel. ¿Qué le haría? En cuanto entraron en la antecámara, Dillon fue directo a la mesa donde había una jarra de cerveza y se sirvió una jarra. Mientras tanto, Leonora miraba disimuladamente alrededor, esperando ver expuestas las pruebas de su crimen. Sin embargo no había señal de las provisiones que había escondido. ¿Sería posible que Dillon no hubiera descubierto nada y estuviera solo haciendo suposiciones en la expectativa de hacerla confesar? Viéndola tan pálida, el se apresuró a llenar una segunda jarra para ella. Sin protestar, Leonora tomó un largo trago. La bebida la calentó por dentro, restaurando su energía. Entonces reparando en la intensa mirada de Dillon, que la observaba de cerca, se apartó junto a la chimenea, donde fingió contemplar la danza de las llamas. Debió haber desconfiado que un hombre como el no sería engañado por mucho tiempo, se censuró. El sonido de la voz profunda, baja enojada su lado la sobresalto. — Fue muy hábil ensuciando sus ropas y manos, para dar la impresión de que realmente estuvo trabajando con las criadas. Leonora se enderezó, ofendida, pero no pronuncio una palabra en su defensa. En el estado e animo que se encontraba en ese momento no le creería igualmente. Viendo la manera como Leonora irguió la cabeza, Dillon supo que sus palabras habían dado en el blanco. Lo que lo estimulo a seguir. — Fui un idiota en creer que una dama inglesa, rica y mimada, se rebajaría a trabajar lo lado de humildes criadas. Debe haberse quedado sentada, exigiendo que la entendieran todo el tiempo ¿no es cierto? Ella apretó los maxilares, pensando en todas las cosas que le gustaría arrojarle a la cara a ese cretino, pero se encontraba demasiado exhausta para iniciar una discusión. Manteniendo la mirada fija en las llamas, se irguió unos centímetros más la cabeza orgullosa u enderezo los hombros no le iba a dar el gusto de responder. Vaciando la jarra, Dillon la coloco sobre la piedra de la chimenea. Después se giro a la prisionera que se rehusaba a encararlo, permaneciendo con la mirada obstinadamente fija en las llamas. — Está bien, finja que la conversación no es con usted, inglesa mentirosa. — rezongo Dillon. — No va a servir de nada. Conozco sus planes y no voy a permitir que sean exitosos. Va a continuar prisionera hasta que Sutton e Shaw sean liberados. Aunque se

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tenga que podrir aquí. ¡No me importa! ¡Lo único que me interesa es la vida de mis hermanos! Las últimas palabras finalmente, hicieron que Leonora perdiera la cabeza y se giro hacia él con odio en la irada. — Sus hermanos, sus hermanos, ¡estoy harta de oír hablar de ellos! ¿Sabe lo que creo? No es la libertad de ellos lo que le interesa y si la guerra entre nuestros pueblos. Lo he visto y a tu hermana y sus amigos saliendo a reunir soldados y armas. Ansia por la sangre de los ingleses y no por justicia. Declarar lo contrario no es más que una deslavada mentira. Por un momento Dillon quedo sin palabras frete a la violenta explosión. Sus ojos se abrieron sorprendidos. Después, sin aviso, los bordes de sus labios se curvaron y el comenzó a reír. Esa no era la reacción que ella esperaba, y el sonido de la carcajada sirvió combustible para alimentar aun más su furia

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— ¿Cree que dije algo tan gracioso? — Preguntó, indignada. Enjugándose una lágrima que le escurría del ojo, Dillon lucho para recomponerse — No es lo que dijo, muchacha. Es se manera. ¡Mire su cara! Tomándola por los hombros él la obligó a mirarse en el espejo. Leonora vio entonces reflejado el vestido inmundo, lleno de manchas de polvo y hollín. Los cabellos despeinados caían alrededor del rostro en rulos húmedos de sudor. Al ver la harina pegada a sus mejillas y el hollín en su frente y la punta de la nariz, un fuerte rubor asomo a su rostro. Su propio padre no la habría reconocido. Por su lado, Dillon también la estaba observando. El deseo de pasar los dedos en aquella piel delicada, limpiando la harina y la suciedad que la machaban fue tan grande que preciso toda la fuerza de voluntad para mantener las manos inmóviles al lado del cuerpo. Su sonrisa, sin embargo se apago al recordar que todo eso formaba parte del plan de fuga de Leonora. — Representó muy bien su papel, milady, — dijo entonces en tono abrupto, sin el menor vestigio de risa de momentos antes. — Ahora, trate de lavarse para la comida, ¿oyó? Dándole la espalda, Leonora fue para el cuarto y llenando una vasija con agua de la jarra, comenzó a lavarse. Su mente giraba repleta de planes e ideas. Viendo que Dillon permanecía en la antecámara, aprovechó para sacar la daga del bolsillo, escondiéndola debajo de la cama. Ya que su captor solo sospechaba del plan, pero no tenía pruebas concretas, decidió llevarlo adelante. Del balcón había conseguido divisar una puerta en el muro de uno de los jardines. Si conseguía llegar hasta ella trataría de descubrir a donde llevaba esa puerta. Su intuición le decía que era la salida para la libertad. Con recelo de que Dillon fuese hasta el cuarto, tomo una de las pieles de la cama y se la tiro en los hombros para resguardar su intimidad, mientras lavaba el cuerpo y se

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encargaba de limpiar el vestido. Se saco entonces las botas el vestido la ropa de debajo, lavándose lo más rápido que pudo. Colocando después solo una camisa intima, comenzó a desenredarse con un peine los largos cabellos oscuros. Sus movimientos eran lentos y torpes. La poca comida sumada a los trabajos extenuantes y los dolores musculares provocados por el esfuerzo físico, conspiraban para minar sus fuerzas. Dándose por satisfecha, se encargo de su ropa, con agua y jabón refregó las partes manchadas del vestido, hasta que este adquirió un aspecto más presentable. Hecho eso, lo extendió en una silla al pie del fuego y decido descansar un poco, mientras esperaba que la tela se secase. Su cabeza estaba tan pesada, llevando una de las manos a la frente, Leonora la sintió caliente. Sin duda esa erra consecuencia de la cerveza que bebió tan ávidamente, la bebida embotaba sus sentidos, impidiéndole razonar con claridad. Envolviéndose en la manta de piel se acostó en el suelo, toda enrollada frete a la chimenea. No podía permitirse tomar le sueño por recelo de atraer de nuevo la rabia de Dillon. Iba solo a descansar por un momento... sus párpados estaban pesados y ella lucho para mantenerlos abiertos. Podía oír los pasos de Dillon sonando impacientes en la antecámara, pero no logro librarse del letargo que se había apoderado de su cuerpo. Era tan bueno estar allí acostada quietita… no podía dormir, se recordó a sí misma. Tenía que estar lista para descender para comer en cuanto Dillon fuera a llamarla. Y ese fue el último pensamiento coherente antes de hundirse en un sueño profundo y sin sueños. Con el brazo descansando en el borde de la chimenea, Dillon contemplaba las llamas, perdido en pensamientos. Sutton y Shaw, creía verdaderamente que aun estaban vivos. Sabría en su interior si ellos estuvieran muertos. El simple hecho de creerlo, sin embargo no bastaba. ¿En qué condiciones se encontrarían los dos? Innumerables veces Dillon pudo ver, con sus propios ojos, en los cuerpos de ex prisioneros escoceses, la prueba de cómo habían sido tratados en las mazmorras inglesas. Por eso, cada día que demorase en atacar representaba un día más de tortura para los cautivos. Dos líneas de acción, se extendían a su frente. Por un lado su parte racional lo aconsejaba a reunir primero un ejército capaz de destruir todo lo que se colocase en su camino de la liberación de los hermanos. Por otro lo que gobernaba sus emociones, Dillon ansiaba partir inmediatamente, solo si fuera preciso, a fin de cuidar de sus seres queridos, como venía haciendo toda su vida. Mientras el ejército iba creciendo a los ojos vistas. Ese mismo día, dos docenas más de guerrero de las aldeas vecinas habían ido a jurar lealtad a él. Pero precisaría de unos quince días más antes de conseguir el número necesario de soldados para atacar a los ingleses. ¡Dios del cielo, como odiaba aquella espera! Cerrando los puños, giro la espalda a la chimenea, con la intención de ir a desahogar su rabia con su blanco favorito Leonora. ¿Por qué ella lo irritaba tanto? ¿Y cómo era posible que en menos de um minuto consiguiese levarlo de los abismos de la furia a los más intensos ataques de risa? ¿Qué poderes mágicos poseía para encantar a todos los que convivían con ella? Aunque hubiese intentado ignorarlo, Dillon percibió muy bien la reacción de los criados cuando le hablo ásperamente en la cocina poco antes. Era prueba de que ya la habían acogido entre ellos. ¿Y qué decir de Rupert? El muchacho tenía todos los motivos del mundo para detestar a los ingleses que tanto mal le habían hecho. En cambio, su mirada seguía a Leonora con la

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adoración de um cachorrito por su duela. Y hasta la señora MacCallum. El corazón de la fiel gobernanta nunca abrigaría la menor simpatía por que llegara de Inglaterra. Pero había afirmado sin pestañear, que la muchacha inglesa había trabajado con ahincó todo el tiempo al lado de las criadas. De una cosa, sin embargo, Dillon se había convencido. Nada iría a hacer que se le ablandase el corazón en relación a la mujer inglesa. Mientras los hermanos fuesen mantenidos como prisioneros, el la trataría con la dureza que merecía. El destino de Leonora Waltham estaba irremediablemente atado al de ellos. Entrando en el cuarto vio sorprendido la figura arrodillada junto a la chimenea — ¿Qué está haciendo mujer? Tenemos que… Confuso con la falta de reacción, Dillon avanzó, dejándose caer sobre una de las rodillas al lado de la mujer dormida. Su garganta quedó seca con la deliciosa visión frente a él. Sobre un almohadón de pieles, Leonora dormía un sueño profundo. La manta en que se envolviera se había escurrido y su blanco cuerpo, voluptuoso, estaba claramente visible a través de la transparencia de la camisa íntima. Las llamas de la chimenea lanzaban reflejos dorados sobre la piel satinada, creando misteriosos juegos de luz y sombra. No era de aquel modo, con sensual abandono, que ella se acostaba al lado de el todas las noches. Al contrario hacia un enorme esfuerzo para preservar su pudor conservando no solo el grosero vestido de campesina, sino también envolviéndose cobertores alrededor del cuerpo de forma de que ninguna parte de sí misma pudiera quedar expuesta. Maravillado, Dillon dejo que su mirada recorriese lentamente el cuerpo tentador que se ofrecía a su observación. Era sin duda la mujer más bella que viera, y el tuvo una buena cuota de bellas mujeres ardiendo de pasión en sus brazos, pero ninguna de ella llegaba a los pies de Leonora. Todo en ella era perfecto, desde los blancos hombros delicados, los senos llenos y firmes, de pezones rosados claramente delineados a través del tejido diáfano de la camisa íntima. La cintura era tan fina que el podría abarcarla con las dos manos, y las caderas redondeadas y femeninas seguían unas piernas bien moldeadas. Si era una visión deslumbrante, de tentar hasta el más santo de los monjes. Un suspiro escapó de los labios carnosos, y Leonora se agito en el sueño. En ese instante, Dillon se vio arrancado de su fascinación por un detalle que manchaba aquel cuadro de absoluta perfección. Tomando en sus manos una de las de Leonora, y después la otra, giro la palmas para arriba exponiendo las feas ampollas y profundos arañazos que marcaba la suave piel. Un remordimiento profundo lo invado. La había acusado a la pobre de fingir, cubriéndola de insultos. Peor, había concluido que su silencio era admisión de culpa. Con infinita ternura, poso los labios en las manitas maltratadas. Después la levanto cuidadosamente en los brazos. Aun dormida, Leonora suspiró. Obedeciendo al instinto, pasó los brazos alrededor del cuello de Dillon, la cabeza apoyada en el pecho amplio vigoroso. Por un breve y delicioso instante, el se quedo inmóvil. Poseído por un sentimiento de cariño hasta entonces desconocido en relación a Leonora. Después, con cuidado aun mayor, la deposito en la cama, arreglándole los cobertores alrededor. Solo entonces salió en busca de la señora MacCallum y de su preciado ungüento curativo.

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Leonora se desperezo, pero el bienestar que sentía era tan grande que no quería despertar. Tenía conciencia del calor que la envolvía y de encontrarse segura y protegida. No se acordaba de sentirse así hacía mucho tiempo. Como si aun soñase, algunas impresiones flotaban en su mente, la sensación de haber sido cargada por brazos fuertes, como si fuera una criatura, de dedos gentiles acariciando sus manos, una voz grave y melodiosa murmurarle al oído palabras de cariño. De repente, una enorme felicidad se apodero de ella y sonrió entre el sueño y el despertar. Se creía en casa, al lado de su padre. Que había sido él quien la cargo, dado que ningún hombre antes lo había hecho. Era de él la voz cariñosa y las leves caricias debían ser de Moira, su vieja aya. El rapto, el bosque, el castillo en las Tierras Altas, todo no había sido más que una pesadilla. Así como el bárbaro escocés, Dillon Campbell. El nombre ayudo a sacarla de las telarañas del sueño que aun le envolvían la mente. Sin abrir los ojos, con miedo de despertar por completo, ella intentó recordar lo que había ocurrido. No, no fue una pesadilla. ¡Era realidad! Y Dillon Campbell también era real. ¡Dios del cielo! A voz del sueño era la de él, como de él eran las leves caricias, los brazos fuertes que la habían cargado. Ahora recordaba todo. Se había quedado dormida después de terminar de lavarse vencida por el agotamiento. Sus ojos se abrieron y allí estaba el atractivo escocés sentado en la cama a su lado. — ¿Qué está haciendo? — protestó ella. Olvidando su semidesnudez, se sentó también, apartando los largos mechones que le caían en los hombros — ¡Psss! — Dillon le colocó el índice sobre los labios, silenciándola. El simple toque envió oleadas de shock a través del cuerpo de Leonora. Cuando el le agarro las manos, ella intento librarse, pero tomándola con fuerza, Dillon comenzó a desparramarle con suavidad el ungüento sobre las palmas heridas. — Por favor, no necesita hacer esto, — protestó Leonora, dominada por una extraña debilidad. — Preciso, si. Y aun es poco ante lo que la hice pasar, milady. — El tono intimo, cariñoso, y la voz ronca y sensual llenaron a Leonora de una sensación de fuego y hielo al mimo tiempo. — Pensar que la acuse de estar fingiendo, solo para planear la fuga. Pero sus manos dicen otra cosa. Además de eso, los criados no dejan de hacer alabanzas respecto a usted. Súbitamente la invadió una puntada de culpa. Si Dillon supiera lo que venía tramando… Con recelo de encarar los ojos oscuros, Leonora bajo la cabeza, solo entonces se dio cuenta que no usaba nada aparte de la ropa intima transparente, avergonzada, intento cubrirse, pero Dillon, que a pesar de haber terminado de desparramarle el ungüento aun le sostenía las manos, se lo impidió. Dominado por una emoción avasalladora y por el más intenso deseo, el murmuró. — Creo que no sirve de nada seguir tratando de negar la verdad, mujer.

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Sobresaltada, Leonora levanto la cabeza, encontrando los lindos ojos, volviéndose aun más oscuros debido a la pasión. — ¿Qué verdad? — Balbuceó, toda trémula. — La deseo. Desde la primera vez que la vi en el castillo de su padre. Así como sé que usted me desea a mí. — ¡No! — Ella retrocedió aterrorizada con las salvajes sensaciones que esas palabras, aquella mirada, le provocaban. Sensaciones y sentimientos imposibles de existir entre cautiva y captor. Entre un líder de clan escocés y una dama inglesa. — Si, milady. Dios nos ayude, pero es verdad. — Inclinando la cabeza, el coloco los labios sobre los de ella con todo el ardor., el dominio y el deseo que poseía y que hasta entonces había luchado por reprimir. En aquel omento solo los cielos podrían detenerlo, porque ya no le restaban fuerzas para resistir la pasión que aquella mujer le inspiraba. Aunque otras veces que había estado en brazos de Dillon, Leonora aun no había tenido contacto con un ardor masculino tan desenfrenado. En otras ocasiones, a pesar de su ingenuidad, pudo sentir que él se controlaba, ejerciendo un rígido control sobre la emociones. Ahora, sin embargo, los besos eran hambrientos, desesperados, exponiendo por completo el deseo profundo, avasallante. Las manos fuertes se movían a lo largo de su espalda, tomando posesión de cada centímetro. El tejido diáfano de la camisa intima, apenas cubría los senos, las piernas excitándolo aun más. La piel blanca y satinada de Leonora era caliente al tacto, como descubrió al deslizar las manos por debajo de la levísima vestimenta. Aun somnolienta, Leonora no conseguía luchar contra su propio deseo. Levanto las manos en una débil tentativa de usarlas como barreras entre sus cuerpos, pero en vez de eso, las vio abrazarlo por la cintura. Sus dedos se enterraron en la espalda vigorosa, atrayéndolo para más cerca de sí. Sus manos, como dotadas de vida propia, comenzaron a moverse a lo largo del dorso y sobre los hombros de él, fascinadas con la rigidez de los músculos de acero. Todo su cuerpo vibraba de excitación, de um deseo ardiente que transformaba en rio de fuego la sangre que le corría por las venas. ¿Cómo era posible que reaccionara de ese modo tan depravado? ¿Y con un hombre que era su enemigo declarado? Aun avergonzada de su propio comportamiento, Leonora no consiguió evitar el gemido de placer que le escapó de los labios. La boca humada y suave de Dillon fue a posarse en la garganta. Al encontrar la carne suave, pulsante, el dijo en tono ronco. — No voy a resistir mas el deseo que siento de poseerla, milady. — Su voz contenía un toque peligroso, al mismo tiempo que prometía el paraíso. — Esta noche usted va a ser enteramente mía Con los labios y la punta de la lengua él fue trazando un rastro de fuego por la piel aterciopelada, despendio lentamente en dirección a los redondos senos. En un instante los rosados pezones se endurecieron, transformándose en duros botones, casi perforando el tejido transparente que los velaba. Frustrado por la barrera que

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le impedía el pleno contacto de su boca con esa carne tentadora, Dillon desato impaciente, las citas que cerraban el traje íntimo. En gestos lentos, sensuales, lo hizo deslizar por los brazos de la camisa, dejándola denuda hasta la cintura. De repente la percepción de la intimidad que estaba consintiendo golpeo a Leonora como un balde de agua fría. Dios del cielo, ¿Qué le había dado? Había permitido que ese bárbaro llegase a libertades jamás osadas por otro hombre. — ¡No! — Asustada con el violento deseo que la consumía, con la pasión que la encendía como un fuego entre las piernas, comenzó a luchar como un animal acorralado, pateando, debatiéndose entre los brazos que la aferraban. Entre excitado y exaltado, Dillon le aferro ambas muñecas con una sola mano, sosteniéndola por encima de la cabeza. Con la otra mano, tomo la barbilla voluntariosa, obligándola a aceptar un nuevo asalto a la b oca carnosa. Ciego de rabia y deseo, la beso como nunca otro hombre se atrevió, Con los labios, los dientes, la lengua, Dillon jugo, acaricio y la atormentó hasta que con un gritito ahogado de rendición, ella abrió los labios a la invasión de la ávida lengua., Profundizando el beso, tomando posesión de la boca aterciopelada como quería hacer con su sexo virginal, el se puso a acariciar al mismo tiempo los endurecidos pezones. Eso provocó en Leonora una respuesta ardiente, en forma de una humedad caliente entre las piernas y un arquear de las caderas en busca de algo que ella no sabía lo que era. — ¿Ve, milady? — susurró él, agitado, contra los labios mojados e hinchados de sus besos. — Aunque intente negarlo, me dese tanto cono yo la deseo. Esta noche vamos a saciar el hambre que tenemos uno del otro. Fue entonces que moviendo los labios por las mejillas satinadas, Dillon sintió el sabor salado de las lágrimas que ella no conseguía contener. ¿Lágrimas? Sorprendido, el levanto la cabeza y la miro con atención. A la luz de las llamas de la chimenea vio que el bello rostro se encontraba bañado en llanto que Leonora ya no podía retener. Aunque ella se avergonzara de la demostración de debilidad, las lágrimas continuaban rodando de los grandes ojos color violeta, como una cascada cayendo de lo alto de la montaña. En ese instante, Dillon se dio cuenta de que había sobrepasado los límites de la caballerosidad y la decencia que les eran innatos. ¡Dios, no se estaba comportando mejor que los salvajes que la habían intentado violar en el bosque! Con los pulgares, enjugo delicadamente las lágrimas que quedaban en las ruborizadas mejillas y, cuando hablo, su tono estaba lleno de frustración: — Perdóneme, milady. Creo que perdí la cabeza. — Con una palabrota ahogada, se precipito fuera del aposento.

Capítulo 15 126

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De pié junto a la puerta ventana del balcón, Leonora observaba las primeras luces del día que amanecía. Había pasado la larga y fría noche despierta, enrollada en una manta de piel del lado de afuera, preparada para saltas por sobre la baranda del balcón, si Dillon regresaba Aun que eso significara la muerta. No era que él le repugnase. Muy por el contrario. Se ponía colorada cada vez que recordaba se ardiente reacción a los besos de él. Si quería ser honesta consigo misma, tenía que admitir que lo deseaba tonto como la deseaba él. Como había ocurrido no lo podía decir. De una cosa, sin embargo estaba segura, la noche pasada en los brazos de Dillon, casi la llevo a la deshonrar el apellido paterno. Ahora sabía que no podía confiar en sí misma, en lo que se refería al bello escocés. Aunque fuera un bárbaro, el la excitaba como ningún hombre había conseguido jamás. Era una mujer débil y sin control, se censuraba. Una idiota romántica, perdida ente lo correcto y lo errado. Hasta estaba comenzado a creer que existía bondad, una superioridad de carácter en ese lord escocés que no encontraba en ninguno de los hombres que habían intentado cortejarla en su tierra. Finalmente después de mucho pensar, había llegado a una decisión. No podía permaneces bajo ese techo ni una sola noche mas, o llevaría la deshonra sobre si misma y sobre su padre. Sabía que no tendría fuerzas para resistir las caricias de Dillon otra vez. No importaba como, pero precisaba concretar su fuga ese mismo día. Una noche mas y estaría perdida. Oyendo el ruido de las criadas, ocupadas en sus quehaceres del lado de afuera del cuarto, se apresuró a lavarse y vestirse. Cuando la puerta se abrió, con alivio vio que era la joven Gwynnith que entraba. — Ah, milady, — dijo la criada, toda sonriente. — Veo que se levantó temprano, como siempre. — Bajando la voz hasta un susurro, agregó. — Milord ya está abajo, con un humor terrible. La señora MacCallum avisó a todos que tengan mucho cuidado, para no provocar la furia de nuestro amo. — ¿Y el esta de mal humor con mucha frecuencia, Gwynnith? — Fingiendo indiferencia, Leonora se ocupo en peinarse los largos cabellos. — ¡Oh no, milady! A decir verdad, eso es muy raro. Milord es siempre bondadoso y bien-humorado. — Con una risita, Gwynnith fue a ayudar a Leonora a peinarse. — Si no lo conociera, diría que paso la noche bebiendo. Pero lord Dillon nunca aprecio la cerveza como la mayoría. — Con aire crítico, estudio en el espejo el resultado de su trabajo. — La señora MacCallum acostumbra decir que detrás de un mal humor de esos tiene que haber una mujer. Sintiendo el rosto en llamas, Leonora dio rápidamente las espalda a la joven criada. Fue entonces cuando deparo en el objeto de la conversación parado en la puerta, con expresión de desagrado en el atractivo rostro masculino. — ¿No tienes tareas que cumplir, Gwynnith? — Si, milord. — la criada huyo del cuarto, dejando a Leonora sola para enfrentar al señor del castillo.

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Por un largo momento, Dillon se quedo estudiándola en silencio. Aun la deseaba y como la deseaba. Con cada fibra de su ser quería poseerla. Y se odiaba a sí mismo por eso. — Es mejor que permanezca en mis aposentos durante el día de hoy para que sus manos se curen. — dijo en un tono más áspero de lo que deseaba. Ante esas palabras, Leonora levanto la mirada que había mantenido obstinadamente baja. — ¡Ah, no! — Mordiendo el labio, ella se impidió decir algo que pudiese comprometer sus planes de fuga. Precisaba convencerlo de dejarla salir del cuarto. El la observaba con una intensidad preocupante. Parecía tener la capacidad de leer sus más íntimos pensamientos. Pasando por ella, Dillon volcó agua de la jarra en la vasija y sacándose la camisa comenzó a lavarse. — No... no puedo quedarme en el cuarto hoy. — Ella comenzó a andar de un lado al otro. — El trabajo está yendo tan bien… además de eso, prometí a la señora MacCallum que ensañaría a la cocinera a hacer.., — su mente inventiva trabajaba velozmente, — el pudim de frutas que es el favorito de mi padre. — La señora MacCallum va a entender por qué eso no puede ser hecho hoy. — Mientras hablaba, Dillon iba enjuagándose el torso con una tolla de lino. — ¡Pero tiene que hacerse! — El énfasis con que Leonora se expresó lo dejó curioso. Tirando la toalla a un costad, Dillon avanzo con agilidad felina. — Déjeme ver sus manos. El parecía totalmente indiferente al hecho de no estar usando nada aparte de una calza negra muy ajustada. Pero lo mismo no le ocurría a Leonora que tenía plena conciencia de la semi desnudez de ese magnífico ejemplar masculino. Contra su voluntad, sus ojos eran atraídos por el pecho bronceado y vigoroso, cubierto de pelos cobrizos. A la cintura estrecha, a los brazos musculosos. El rostro de belleza masculina estaba tan próximo al suyo que la respiración caliente de Dillon le barría las mejillas. Todo eso le provocaba sensaciones tan intensas que la hacían sentir aturdida. Con reticencia, ella extendió las manos para que fueran examinadas. En el momento en que los dedos de él la tocaron, fue dominada por emociones aun mas embriagadoras y necesitó toda su fuerza de voluntad para no demostrar lo que estaba sintiendo. — Están sanando. — Levanto la cabeza y la miro directo a los ojos. — ¿Está sintiendo algún dolor? — No. — Leonora intento retirar las manos, pero sin éxito. Con los ojos presos en los de ella, Dillon recordó la manera como la había visto la noche anterior, desnuda de la cintura hacia arriba con el resto del cuerpo apenas cubierto por la camisa transparente. Ella nunca sabría lo que había provocado en el. Si no hubiera sido por las lágrimas. Fue la única cosa capaz de atravesar la oleada de lujuria que lo había enloquecido. Saber que fue el causante de las lágrimas de esa mujer fuerte y orgullosa aun

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lo abatía. El deseo de besarla era más intenso que nunca. Para ocultar los sentimientos, hablo entono severo. — No puedo devolverla a su padre lastimada de esa forma. El me va a acusar de haberla maltratado. Una inexplicable desilusión se apodero de Leonora. — Debí haber imaginado que no era la bondad lo que lo guiaba, Dillon sino el sentido del deber. Soltándole las manos, el se quedo observándola dirigirse enojada junto a la chimenea. — Tiene razón. No fue por bondad que traté sus heridas, milady. Fue por preocupación. De la manera que sea tratada, mis hermanos también lo serán. Así era mejor. Más seguro. Rabia en lugar de ternura. Aquella mujer no podía saber que el abrigaba tiernos sentimientos hacia ella. En el mismo tono impersonal, continúo hablando. — En uno o dos días las heridas estarán cicatrizadas. Pero hasta entonces no puedo permitir que continúe haciendo los trabajos de las criadas. Leonora, sin embargo estaba decidida a obtener la autorización para recorrer el castillo sin restricciones. Aquella tenía que ser el día de su liberación, o el nombre de su padre estaría manchado para siempre. Una noche más en brazos de Dillon y ella sería una mujer deshonrada. Y por su propia voluntad. Respirando a hondo insistió: — En ese caso, puedo prestar ayuda a la señora MacCallum. Aun imposibilitada de hacer el trabajo, puedo dar instrucciones a las criadas sobre la manera de cocinar, así como de la manera limpiar este cubil. ¿Cubil? ¿Entonces era así? Los ojos de Dillon se estrecharon ante el tono de superioridad. Aquella arrogante criatura debía pasar todos los minutos del día pensado en la mejor manera de irritarlo. En realidad, estaba obligado a reconocer que su sobre cargada gobernanta sin duda se beneficiaría con los conocimientos de la inglesa. Pero no se atrevía a darle demasiada libertad a Leonora porque estaba seguro que descubriría el medio de usarla a favor de ella misma. Tal vez pudiera conciliar las cosas, pensó. Al final, aun se castigaba por lo que había pasado la noche anterior. Poniéndose una camisa limpia color azafrán, tradicional de las Tierras Altas, Dillon se la puso pro dentro de la calza ajustada hasta las rodillas. En uno de los hombros se tiro displicentemente el manto cuadriculado con los colores del clan Campbell. Estaba tan bello y masculino, que la respiración de Leonora quedo atrapada en su garganta. El no tenía el derecho de ser tan lindo, pensó resentida. ¡Ni de alterar tanto sus emociones! Caminando junto a ella, Dillon finalmente dijo: — Mientras que Rupert permanezca todo el tiempo a su lado, no veo ningún mal en que vaya a dirigir a las criadas.

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Más que de prisa, Leonora se giro a la chimenea con el pretexto de calentarse las manos. En realidad, quería ocultar la sonrisa de triunfo que le asomaba a los labios ante la tan deseada victoria. Ahora tendría que hacer buen uso de ella. — Si ya está pronta, — dijo Dillon, abriendo la puerta del cuarto, — podemos descender para tomar el desayuno. Con la cabeza erguida en un ángulo altivo, pero evitando encararlo, Leonora salió. En los bolsillos llevaba la daga y las provisiones, envueltas en pañuelos de lino. Cuando Leonora se encontró los criados y la señora MacCallum, mas tarde, todos ya estaban al tanto de los valientes esfuerzos de la dama por esconder el dolor. Muchos, inclusive, habían visto la evidencia del trabajo pesado en las palmas heridas. Las manos de ellos ya estaban callosas y endurecidas por los años de arduo labor, pero muchos aun recordaban los primeros tiempos de incomodidad y la admiraban por su valor. — Tal vez pueda ayudar en alguna tarea menos exigente en la cocina, — sugirió Leonora, disfrazando la ansiedad. De la cocina, la distancia a la libertad era corta. — Si, milady. Excelente idea. Todos los que probaron sus tortas ayer a la noche pidieron repetir. Tal vez pueda hacerlas de nuevo. — Seria um placer, señora MacCallum. Sosteniendo la puerta para que ellas pasaran, Rupert las siguió por el sombrío corredor, que después de vueltas y más vueltas, terminaba en la inmensa cocina. Dentro, los hornos ya estaban repletos de panes asándose y dos carneros giraban en grandes espetos sobre el fuego de las chimeneas de tamaño descomunal. Leonora fue a reunirse con las criadas, que preparaban masa para las tortas, ayudando a rellenarlas con las rodajas de manzana y miel, además de especias. Una deliciosa fragancia lleno la cocina, cuando las asaderas fueron llevadas al horno. Bajo la mirada aprobadora de la señora MacCallum, Leonora ensenó a las criadas a preparar el pudim favorito de lord Waltham, todo relleno de frutas. En lugar del acostumbrado guisado que acompañaba le pan, ella preparo una conserva de frutas silvestres que hizo agua la boca de todos los que la probaron. La mañana ya estaba avanzada cuando al final Leonora se arriesgo a hacer la pregunta que venía ensayando todo el tiempo: — ¿Ustedes tienen huerta? — Ella sabía que la respuesta era positiva. Ante la confirmación de la señora MacCallum, continuó, — tal vez yo pudiese ir hasta allá y recoger lagunas verduras y legumbres para acompañar el carnero asado. Milord va a creer que es un plato digno de un rey Los ojos de la gobernanta, hasta entonces en duda, se iluminaron de satisfacción ante la perspectiva de agradar al lord bien amado. — Bien... si Rupert fuera con la señora, no veo por que no permitirlo. — Gracias, señora MacCallum. No vamos a demorar. — Después, dirigiéndose a Rupert con su mejor sonriso, Leonora agregó: — Voy a precisar de un abrigo bien caliente.

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— No está tan frio afuera, milady. — Tal vez no, pero yo… yo soy muy friolenta, — mintió ella. Rupert la condujo hasta le perchero, donde varios mantos y casacas estaban colgados. Ella selecciono uno con capucha, bien grueso. Mientras seguía a su guardián por los corredores que llevaban a la puerta del los jardines, fue pasando la daga y las provisiones a los bolsillos del abrigo. Al salir al exterior, Leonora respiro hondo. — ¿Está sintiendo este aroma, Rupert? — ¿Que aroma, milady? El aroma de la libertas, pensó ella. Peor en voz alta respondió: — Olor atierra recién movida. A hierbas aromáticas. A grutas y vegetales. Esos aromas me recuerdan mi casa. — ¿Siente añoranza, milady? — Demasiada. — Pronto va a regresar para allá. Y voy a ser yo quien va a sentir añoranza de usted. Las palabras sinceras del joven fueron como un aguijonazo en la consciencia de Leonora

Por algún tiempo, trabajaron juntos, cavando una hilera de zanahorias que ella iba cogiendo mientras Rupert abría el agujero con una pequeña pala. Mientras el se encontraba distraído en la tarea, Leonora aprovecho para localizar la puerta que había divisado desde los aposentos de Dillon. Allá estaba, en el extremo más distante del jardín, enclavada en la muralla. Dado que daba directamente al bosque, nadie se atrevía a usarla. Por eso no había centinelas, para Leonora, en cambio, aquella puerta repensaba la libertad tan anhelada. À medida que la pila de vegetales iba creciendo, la mente fértil de Leonora fabricaba planes y más planes. Tenía que encontrar la mejor manera de engañar a su joven guardián. De repente una idea prevaleció. Levantando la cabeza ella olio el aire. — Estoy sintiendo perfume de rosas, Rupert. ¿Hay un rosedal por aquí cerca? — Si, milady. ¿Le gustaría verlo? — ¡Si, Rupert, me gustaría mucho! El la condujo entonces más allá de la huerta en dirección a un pedazo de tierra cercado por altas cañas y un enmarañado de trepadoras. Rosas salvajes florecían en profusión en aquel lugar cerrado y su delicioso perfume llenaba el aire.

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Dirigiéndose a un viejo banco de piedra, Leonora extendió el manto sobre este y comenzó a andar por entre los canteros, siempre manteniendo la puerta en su campo de visión — Este podría ser un lindo jardín, — comentó, — si alguien se tomase le trabajo de cuidar de él. — Con todas las luchas que tenemos que enfrentar, milady, no hay mucho tiempo para cuidar de las flores, — replicó, Rupert, con tristeza. Ella miro al bondadoso joven, que acompañaba con la mirada el vuelo de un pájaro lejano. Sentía remordimiento por usarlo de esa forma, pero no tenía elección si quería escapar de la prisión. — Me gustaría cortar lagunas rosas para la señora MacCallum, Rupert. ¿Te importaría ir a buscar una cesta en la cocina para colocarlas? La que trajimos está llena de legumbres. — Claro, milady. — El joven se apresuro a satisfacerla. En cuanto el despareció de la vista, Leonora agarró el manto y corrió a la puerta en la muralla. Después de algunas tentativas consiguió empujar le cerrojo, trabado por la falta de uso. Pero al intentar abrir la puerta esta no se movió ni un milímetro. Apoyando todo su peso contra la madera, Leonora intentó de nuevo. La puerta permaneció obstinadamente cerrada. Por no haber sido usada en muchos años, las trepadoras subían por ella, casi ocultando por completo las bisagras. En cualquier momento, Rupert regresaría y todo estaría perdido. Afligida, Leonora saco del bolsillo la daga y comenzó a cortar las ramas que se agarraban a los goznes y la madera. Después juntando toda su fuerza, volvió a empujar. Esa vez la puerta cedió un poco abriendo una rendija suficiente para que Leonora se deslizase para fuera.. Como no había tempo para volver a cerrarla la dejo como estaba y comenzó a correr por el alto pastizal. Si conseguía alcanzar la protección del bosque, los escoceses no la encontrarían más.

De pie en la puerta del corredor que llevaba a la cocina, Flame miraba codiciosa el cielo azul, sin una nube. El día estaba demasiado lindo para pasarlo dentro de la casa, en medio de las despreciables y odiadas tareas domesticas. Ansiaba cabalgar libremente por las campiñas y morros y en lugar de eso, estaba presa en una trampa con las criadas. Y todo por causa de esa detestable inglesa. Sus ojos se estrecharon ante la visión de dos personas que paseaban por el jardín. La maldita mujer había hechizado a todos los hombres que se atrevían a mirarla. Con ese rostro inocente y la sonrisa encantadora, tiraba su hechizo sobre ellos. Fray Anselmo, Rupert y hasta el mismo Dillon aunque lo negase. Pero Flame había sorprendido la manera como el hermano miraba a la muchacha cuando creía que no era observado. Mientras vigilaba, Flame vio a Rupert dar media-vuelta y regresar por otro pasaje que conducía a la cocina, a la izquierda del que estaba ella. La inglesa, sin embargo permaneció en el jardín sola.

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¿Por qué Rupert la dejaba desacompañada desobedeciendo las órdenes de Dillon? En ese instante ella capto, por el rabillo del ojo, un bulto blanco moviéndose rápidamente por el jardín en dirección a la muralla exterior. En cuanto comprendió la intención, Flame se puso acorrer decidida a interceptar a la prisionera antes de que consiguiese huir. En su prisa no se preocupó en perder un momento siquiera para dar la alarma. Eso no sería necesario, concluyo mientras devoraba la distancia que las separaba. Una frágil gatita inglesa no era rival para una gata salvaje de las Tierras Saltas.

El bosque estaba más lejos de lo que Leonora había calculado. La extensión de campo tampoco era fácil de ser recorrida. Los espinos, desparramados en medio de la hierba alta, se agarraban al ruedo de su vestido, atrasándola. Las ramas de los pequeños arbustos se prendían de sus mangas y arrancaban las cintas que Gwynnith había atado en sus cabellos durante la mañana. El pesado manto que cargaba en uno de los brazos le detenía el avance, pero ella no se animaba a dejarlo. Iba a necesitar su protección en cuanto el solo se fuera. Mientras corría miraba de vez en cuando para atrás. Una de esas veces vio con angustia que la seguían., el solo arrancaba reflejos colorados de los cabellos de su perseguidor, no le quedaron dudas de la identidad. Era Flame. Cerrando con determinación las mandíbulas, Leonora siguió adelante. Agitada, alcanzo finalmente la cima de una colina y por primera vez diviso la línea compacta de arboles que marcaba el inicio del bosque. Con los pulmones casi estallando por el esfuerzo, se lanzo en una corrida desbandada por el terreno que le faltaba para llegar a la cobertura de los árboles. Una vez allí, estaba s segura de que conseguiría esconderse y escapar de la persecución. En cuanto la vegetación se cerró sobre ella, Leonora se hundió en un mundo de frías y oscuras sombras, riachos helados y extrañas y primitivas criaturas. Se coloco en los hombros el pesado manto y apretándolo firmemente alrededor del cuerpo avanzó a las profundidades del bosque, esperando confundirse con el ambiente, de manera de pasar desapercibida. Mucho tiempo después, Leonora de vio obligada a reconocer que estaba irremediablemente perdida. Por varias horas había caminado a los tropezones por el bosque, dando vueltas y más vueltas con la finalidad de eludir a la muchacha obstinada que la seguía. Al principio, había pensado lograr escapar de la incansable persecución de Flame, pero a cada nueva vuelta, descubría pruebas de que la hermana de Dillon aun continuaba atrás de ella. Al final, en un desesperado intento de librarse, resolvió descender, deslizándose y cayendo varias veces, por una cañada profundamente inclinada, hasta ir a dar un pequeño claro entre las plantas. De algún lugar en las proximidades llegaba el sonido de una caída de agua, tan fuerte que ocultaba los otros sonidos. En seguida, a medida que sus oídos se iban acostumbrado, ella comenzó a captar otro ruido, algo que le provoco un estremecimiento en la columna y la nuca. Un caballo relincho no muy lejos de allí. Cuando Leonora intento ocultarse tras un árbol, una pesada mano la agarro del hombro. Una voz masculina le susurro al oído:

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— Los dioses me sonríen hoy. Acaban de cumplir mi mayor deseo, quedarme a solas con la linda prisionera inglesa. Girando los talones, Leonora se vio encarando la mirada cruel y el rostro sonriente de Graeme Lamont.

Capitulo 16 — ¿Cómo consiguió encontrarme? — Los ojos de Leonora estaban grandes de miedo. Una fría sonrisa curvó los labios de Graeme. — ¿Aun no se dio cuenta? El bosque es mi hogar. Ando por el tan cómodo como Dillon Campbell por los corredores de Kinloch House. — Mientras hablaba Graeme apretó con crueldad los hombros de ella, haciendo que el manto se deslizara al suelo. — Para ser honesto yo no estaba buscándola, Cando vi una silueta de vestido blanco en medio de los arboles, creí que podría divertirme un poco con una mujer de las aldeas. — La sonrisa se amplio, aunque no le llegase a los ojos. El efecto era aterrorizante. — El placer va a ser aun mayor ahora. Estoy esperando hace tiempo probar las delicias de una mujer inglesa Y lo mejor es que usted no puede correr llorando junto a su padre, como algunas mujeres de aquí querían hacer después que obtuve mi gozo con ellas. El pánico hizo correr sus dedos helados pro la columna de Leonora. Recordó las historias terroríficas contadas por las criadas sobre mujeres y niñas misteriosamente asesinadas en ese bosque. Ahora viendo la expresión enloquecida en los ojos de Graeme, todo comenzaba a tener sentido. Desesperada, corrió la mirada alrededor, buscando el modo de escapar. Dándose cuenta de su intención, la empujo más junto a él. — ¿Cree que puede huir de mi en el bosque? — Si me suelta tendrá su respuesta. La sonrisa desapareció de los labios crueles y con una de las manos, le dio una bofetada tan violenta que le tiro la cabeza hacia un costado. — Claro que voy a soltar, mi linda. Pero solo para arrancar de su cuerpo ese vestido rustico que está usando. Ofende mi buen gusto. No es adecuado a su belleza, ni a su clase. Llevando las manos a los lados del escote, Graeme tiro con fuerza del tejido rasgándolo de arriba abajo. Los harapos cayeron en el musgoso y húmedo suelo a los pies de Leonora. — Como dije, no era adecuado à su belleza. — Agarrándole un mechón de cabellos, le forzó la cabeza para atrás con tanta brutalidad que un grito de dolor escapó de la garganta de Leonora. Con mirada lasciva, Graeme estudió sus senos, visibles a través de la delicada ropa íntima, y la curva redondeada de las caderas bajo la transparencia de la enagua. — sabía que era una cosita gustosa de ver.

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El rostro de Leonora se puso rojo de vergüenza por ser obligada a soportar aquella mirada depravada. En un intento de preservar el pudor cruzo los brazos en el pecho, pero Graeme le agarro las manos, forzándola para atrás. — Ahora, — dijo entre dientes, — me voy a deleitar con ese cuerpo maravilloso, que hace tanto vengo deseando.

Con un ágil salto, Dillon desmontó del caballo y entrego las riendas al Stanton, que lo aguardaba en el patio. Si no hubiera estado tan hundido en sus pensamientos, habría notada el estado de agitación del jefe de caballerizos. Pero no lograba vencer el mal humor que lo dominaba. Aunque había logrado del apoyo de veinte dos guerreros más ese día, no era suficiente para mejorarle el ánimo. Todo en lo que lograba pensar era en la prisionera. ¡Maldita mujer con sus malditas lágrimas! ¿Cómo podría continuar día tras día, noche tras noche interminable, deseándola como la deseaba y no hacer nada? Dios sabía que él no era ningún santo. Era un hombre como todos los demás. Y los pensamientos que le venían provocando su mente en los últimos tiempos eran para dejar loco a cualquiera. Caminando a lo largo del corredor, noto las velas nuevas en los candelabros, iluminando con su suave luz las paredes de piedra inmaculadamente limpias. Para todo lado que mirase, Kinloch House brillaba con el toque de Leonora. Dirigiéndose a la cocina, abrió la puerta con brusquedad y entro. Las voces de los criados se callaron de inmediato. Enjugándose las manos en el delantal y sudando fuertemente, la señora MacCallum se aproximó. — ¿Donde está Rupert? — preguntó el. La gobernanta fijo la mirada en un punto del suelo. — Fue a caballo al bosque, milord. — ¿Al bosque? ¿Por qué? La señora MacCallum levanto los ojos, pero encontrando la expresión feroz de Dillon, bajo los parpados nuevamente, retorciendo nerviosa la punta del delantal entre los dedos regordetes. — El... — los labios de ella comenzaron a temblar. Rupert siempre fue uno de sus subordinados favoritos, ahora, temiendo la ira del amo, detestaba tener que contarle como el joven había sido engañado. — El dejo la prisionera sola en el jardín un instante… — ¿Sola? — Si. Y ella… — la señora MacCallum trago en seco, con miedo de continuar, pero al ver los rasgos cerrados del amo, se dio cuenta que no tenia elección. — La dama inglesa huyó al bosque. — ¡Dios del cielo! ¿Hace cuanto tiempo? — Hace varias horas, milord.

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El dejó escapar una sonora palabrota, y la vieja gobernanta se encogió antes de continuar. — Hay mas, milord. Y me temo que aun pero. — ¿Peor? — berreo Dillon. — Mi prisionera huyo y su guardián aun no consigue recapturarla. ¿Qué puede ser peor que eso? — Flame también desapareció, milord. Nadie vio para donde fue ella. Pero… — la mujer parecía que iba a colapsar en cualquier momento y comenzar a llorar. — Creemos que vio a la inglesa huyendo y fue tras ella. — Dos cabezotas, — rezongó Dillon, bajito — y solamente Rupert para buscarlas. — Un mal presentimiento lo dominaba como una garra clavada en el corazón. No solo se trataba de que Leonora hubiera huido, sino también al hecho de que tanto ella como Flame se encontraban en serio peligro. Después de todo, el violador desconocido se escondía en el bosque vecino. Girando los talones grito por sobre el hombro: — Reúnan todos los hombres que se encuentran en el interior de la propiedad. Quiero que hagan una búsqueda completa en los alrededores. Voy a salir también en busca de las dos y volveré solo cuando las encuentre.

El odio de Flame por la maldita inglesa crecía a cada rasgón que los espinos le hacían en el vestido, o cada rama que se enroscaba en sus largos cabellos. Había imaginado que los peligros del bosque y las dificultades del terreno harían que esa muñeca mimada se acobardara y desistiera. En vez de eso, la muchacha había sorprendido a Flame con su determinación y coraje. Una gran desesperación comenzaba a apoderarse de ella. ¿Por qué no dio la alarma antes de salir en persecución de la fugitiva? La respuesta a esa pregunta era simple, no lo había creído necesario. Había considerado la captura de la inglesa un juego de niños. ¿Quién iría a imaginar que ella sería capaz de ir tan lejos? A pesar de las enseñanzas de las buenas hermanas, Flame era capaz de maldecir tan bien como sus hermanos, y fue lo que hizo cuando otro espino le araño la delicada piel. De repente, un sonido le llego a sus oídos, haciéndola inclinarse y afinar la vista tratando de escudriñar entre la densa vegetación. ¿Habría sido una voz? Si. Una voz de mujer gritando alarmada. Una risita irónica asomo a los labios. Tal vez la inglesa se hubiese resbalado y caído en el suelo barroso. Estaría bien hecho para ella.

— Sáquese el resto de sus ropas ¡Vamos! — Graeme ya no in tentaba disfrazas su verdadera naturaleza atrás de una fachada de buenas maneras. En el interior del bosque sin nadie que fuera testigo de sus actos, el había perdido todo y cualquier vestigio de civilidad. En su mirada solo había lujuria y ferocidad. — No. — Irguiendo la cabeza en desafío, Leonora rezó para que el temblor de sus labios no revelase el terror que la poseía. — Va a tener que rasgarlas también si quiere.

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— Con placer. Tal vez le corte la garganta mientras hago eso. — En la mano de él, la lamina de una daga capturo el brillo del rayo del sol que lograba penetrar a través de las copas de los árboles. Cuando Graeme levanto el arma en un gesto amenazante, una pequeña figura irrumpió en el claro impetuosa. La voz de Flame sonó triunfante: — ¡Veo que consiguió capturar a la inglesa! Por um breve instante, Graeme pareció quedar confundido. — ¡Flame! Como fue que tu… donde tu… — Yo la estaba siguiendo, — explicó la muchacha, — desde que esta maldita huyo del castillo. Pero hasta ahora ella venia consiguiendo eludirme. Gracias a Dios, tú estabas aquí. — Flame miro alrededor confundida, la mirada recorriendo el claro, reparó en la hoguera, las pieles amontonadas formando un lecho rustico, señales de un campamento de varios días. De repente su buena suerte por haber encontrado a la inglesa fue momentáneamente olvidada. — ¿Qué estabas haciendo aquí, Graeme? — Pregunto. — ¿Por qué no estás recorriendo las aldeas para reunir soldados como prometiste a Dillon? — Yo estaba descansando un poco. — ¿Descansando? — Flame avanzo más cerca de ellos y la escena frente a sus ojos adquirió una nueva connotación. Por primera vez, se dio cuenta del vestido despedazado de la inglesa tirado al suelo. La daga en la mano de Graeme solo podía querer decir una cosa. — ¿Que significa esto? ¿Acaso estas engañando a mi hermano? ¿Y por qué estás amenazando herir a esa mujer cuando sabes lo importante que es ella para la liberación de Sutton y Shaw? Una expresión feroz surgió en los ojos del hombre al darse cuenta de que su mentira había sido descubierta. — Paciencia. — el se encogió de hombros. — No quería que tú tuvieses el mismo destino de la inglesa, pero ahora no tengo elección. — No entiendo. ¿De qué estás hablando? — Lo que él quiere decir, — dijo Leonora en tono suave, — es que no es solo mi honra lo que voy a perder. El pretende matarme. Y también a ti. — ¿Como sabe lo que Graeme va a hacer? — El tono de Flame era de sospecha. Graeme volvió a agarrar los cabellos de Leonora, tirándole la cabeza para atrás con fuerza., Aunque esa vez ella no gritase, el fue recompensado pro al expresión de dolor de los maravillosos ojos color violeta, antes que Leonora consiguiera recomponerse. — Es verdad. ¿Cómo sabe lo que estoy planeando? ¿Ahora le dio por leer el pensamiento, inglesa? — No preciso de mucho para concluir que, una vez que me haya violado, no va poder llevarme de regreso a Kinloch House. De hecho será obligado a silenciarme para siempre. — ¿Y por qué yo precisaría silenciarla?

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— Porque si yo le contara a Dillon Campbell todo lo que hizo, tendría que enfrentar la furia de él. — Se está sobrevaluando, inglesa, — intervino Flame, con desprecio en la voz y en la mirada, — si piensa que a mi hermano le va a importar si Graeme resuelve divertirse um poco con usted. — Piensa bien, Flame, — insistió Leonora, luchando para hablar con calma. — Si algo me ocurre, Dillon perderá el triunfo que tiene para negociar la liberación de sus hermanos. Y por esa razón, nunca perdonará a Graeme, a pesar de todos los años de amistad entre ellos. Los ojos de Graeme se oscurecieron de rabia. — ¿Y piensa que tengo miedo de Dillon? — Si no lo tienes, — Flame sacudió la cabeza, — debes estar loco. — Dillon nunca se va a enterar. — Si. — El tono de Leonora se hizo aun más suave, mientras luchaba por dominar el horror frete al terrible destino que la aguardaba y a Flame. — Mientras no haya testigos. ¿No fue así que consiguió engañar a todos tanto tiempo, Graeme? Fue usted quien violo y mato a todas esas mujeres y niñas ¿no? — No, — protestó Flame, en tono débil. — No puede ser. Dillon dijo que la persona que hizo eso es un monstruo Graeme sonrió. Una sonrisa cruel, enloquecida, que no dejaba dudas en cuanto s su verdadera naturaleza, ni a sus intenciones. — ¿Um monstruo, yo? — Madre de Dios, ¿es verdad, entonces? — Susurró Flame, con los ojos grandes. La sonrisa aumentó. — Una pena, muchacha, pero es verdad. — ¿Pero por qué hiciste eso? — ¿Por qué? — El bello rostro de Graeme se transformó en una máscara deformada de odio. — Tengo derecho a un poco de placer. Se trata de un pequeño consuelo, cuando un niño no tiene padre y su madre es una prostituta a la que no le importa su hijo. — Todos sabíamos respecto a tu madre, Graeme, pero nunca pensamos que el comportamiento de ella te hubiese hecho sufrir tanto — dijo Flame. — ¿Sufrir? — Los ojos de él se estrecharon. — ¿Y quien dice que yo sufro? Al contrario, siento enorme placer en aprovechar el sexo como mí madre lo aprovechaba. Flame se estremeció de medo ante el odio reflejado en el rostir de él. —¿Pero porque perjudicar a Dillon? El nunca te hizo ningún mal. — Dillon. — Graeme escupió, con desprecio, en el suelo. — Desde que éramos pequeños, su precioso hermano siempre se consideró um líder. En nuestros primeros años

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en el monasterio, los monjes siempre lo trataban como un ungido por Dios. Y ahora, hasta el mayor guerreo de Escocia, el líder de todos los líderes, Robert Bruce, parece preferir a Dillon por encima de todos. Solo exalta virtudes en él y lo honra con su amistad —la voz de Graeme se elevó, furiosa. — Yo debí ser escogido para ir a Inglaterra. Las mujeres enloquecen por mí. Los hombres confían en mí. ¿Por qué fue el escogido para una misión de tanta importancia? La voz de Flame, al replicar, no pasaba de um susurro estrangulado: — Tú te decías amigo de Dillon. Aceptaste el abrigo en la casa de él, comiste su comida, compartiste sus alegrías y tristezas. ¿Y durante todo ese tiempo, solo sentías odio por el en tu corazón? — Si, odio por todo lo que él es, y que nunca voy a ser. Y ahora por culpa de su empeñó en perseguir a la inglesa, querida Flame, vas a tener que compartir el destino de ella. — ¡Canalla! — Agarrando la daga que llevaba sujeta en la cintura, Flame lo atacó con la furia de um guerrero. Pero a pesar de luchar con bravura, no era contrincante para la fuerza de Graeme Lamont. Con rápidos y poderosos golpes, el paro los ataques de la muchacha con su propia arma, hasta acorralarla contra un árbol. Enseguida avanzó con ímpetu asesino, pero en el último momento ella consiguió moverse a un lado, evitando que la daga le diera directo en el corazón. Sin embargo, Flame estaba perdiendo las fuerzas. Al levantar la mano para defenderse de un nuevo golpe, falseó con el pie y el arma de Graeme le desgarro le brazo del hombro a la muñeca. Con un grito de dolor, la valiente muchacha dejo caer su daga, que sus dedos ya no lograban sostener, y cayó de rodillas en la hierba húmeda, apretando el brazo ensangrentado. Pronto, el suelo alrededor de ella quedo rojo de sangre. Con la seguridad de un animal feroz frente a una víctima indefensa, Graeme avanzó para el golpe final. Momentáneamente, había olvidado a Leonora. Aprovechando la oportunidad, esta agarro una rama caída de un árbol y con toda la fuerza aumentada por la desesperación, le golpeo de lleno en la cabeza. Por algunos instantes, el hombre quedo aturdido. La daga, dirigida al corazón de Flame, erró el blanco yendo a clavarse profundamente en el hombro ya herido. Antes que Leonora lograse golpearlo de nuevo, el se puso de pie y le arranco la rama de las manos. Su voz, al hablar temblaba de dolor y de rabia: — Ahora me las va a pagar, mujer. Y avanzo en dirección a ella, la daga brillando en la mano levantada. Agarrándola rudamente de los cabellos, le empujo la cabeza hacia atrás, las lágrimas le llenaron los ojos a Leonora, que apretó la mandíbula negándose a darle la satisfacción de gemir de dolor. — Primero, voy a obtener mi placer — con un súbito golpe, el corto con la afilada daga la camisa y la enagua y comenzó a reír cuando Leonora intentó en vano cubrir la desnudez.

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Aunque pateando y luchando con la desesperación de un animal atrapado en una trampa, ella no tenia como enfrentar la fuerza de ese hombre enloquecido por la lujuria y el instinto asesino. La punta de la daga pronto estaba presionando contra su garganta y Leonora pudo sentir la tibieza de la sangre descendiendo en un hilo por entre sus senos. Con los ojos nublados de dolor ella desistió de luchar. — Así es mejor, mi linda dama. — agarrándola con brutalidad de los cabellos, Graeme bajo la cabeza y buscó sus labios con los suyos. Cuando ella intento retroceder, él la empujo violentamente junta él, aplastando un seno en un cruel apretón. —Y cuando me harte de su cuerpo, usted y la muchacha idiota se volverán las más recientes victimas del misterioso violador. Y seré el que va a consolar a Dillon Campbell, no solo por sus muertes, sino también por la de los hermanos. — Tirando la cabeza para atrás el miserable se puso a reír, Una risa cruel, enervante, que de repente pareció morir en su garanta. La mano que agarraba a Leonora se aflojo. Levantando la mirada, ella vio una expresión de sorpresa en los ojos de su torturador. Enseguida, comenzó a caerse hacia delante y si no hubiera saltado a un costado, Leonora hubiera recibido todo el peso de su agresor que caía encima de su cuerpo. Cuando finalmente Graeme quedo tendido en el suelo, ella pudo ver el pequeño pero mortífero puñal enterrado en su espalda bien a la altura del corazón. Yendo al otro lado del claro, Flame se dejo caer a lo largo del brazo ensangrentado. El esfuerzo y el dolor la hacían temblar de pies a cabeza. Con una voz debilitada, apenas un poco más que un susurro dijo: — Está libre para huir ahora, inglesa. No tengo más fuerzas para perseguirla.

Capítulo 17 — ¿Qué va a hacer? ¡No! ¡Suélteme! — En pánico, Flame se debatía en los brazos que la sostenían. — Estas helada. Debes dejarme que te cubra con mi manto. — Con gran esfuerzo, Leonora intentaba controlar los brazos frenéticos y las piernas que la agredían de todos los lados. A pesar de la gravedad de las heridas, la joven escocesa aun tenía fuerzas para luchar. Al final, Leonora consiguió dominar y calmar a Flame el tiempo necesario para examinar el brazo y el hombro herido, las crueles heridas infringidas por Graeme Lamont habían provocado una considerable pérdida de sangre Usando pedazos de su enagua, Leonora aplicó un torniquete, para detener la sangre que una chorreaba. De un frasco que encontró entre las pertenencias de Graeme, vertió una generosa cantidad de bebida alcohólica sobre toda la extensión de las heridas, envolviendo después el brazo y el hombro de Flame con vendajes improvisado con las partes más limpias de las enaguas de batista. Por encima de todo, amaro tiras del vestido que Graeme había reducido a harapos.

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— Es mejor huir mientras pueda —, dijo Flame con voz débil en cuanto ella termino. — No voy a ningún aparte. Voy aquedarme contigo Con todo cuidado, Leonora ayudó a la joven herida a caminar hasta el lecho de pieles, que Graeme había improvisado debajo de una saliente de piedra. Allí ella estaría al abrigo del viento, del frio y de la lluvia. — Precisas huir —, Flame insistió, en cuanto Leonora acabó de envolverla con las pieles. — Cuando mi hermano descubra nuestra desaparición, va a salir en nuestra búsqueda. Piensa bien inglesa, Dillon Campbell no descansará hasta no hacerla prisionera de nuevo — Psss, quédate quieta, — Leonora no quería pensar en las consecuencias de sus actos. Sabía muy bien que estaba tirando su última oportunidad de fuga. ¿Pero cómo podría abandonar a la muchacha herida? Era imposible. Aparte de todo, Flame había salvado su vida. Llevo el frasco a los labios de la muchacha y la vio estremecerse cuando el alcohol descendió quemándole hasta el estomago. Los dientes de Flame comenzaron a golpear de manera incontrolable. Shock, pensó Leonora. Había visto algunos soldados de su padre heridos después del combate y sabia reconocer las señales. Después de los temblores de frio, la muchacha seria atacada por la fiebre y tendría que luchar por su vida. Fue el momento de Leonora de estremecer ante el nuevo recuerdo que aparecía. Los soldados muertos debido a infecciones contraídas por heridas no suficientemente limpias. Si, Flame corría dos riesgos: Morir por la pérdida de sangre o por infección. Sintiéndose ella misma congelada, Leonora se dio cuenta por primera vez después de la muerte de Graeme, de que estaba desnuda. Preocupada en cuidar de Flame, se olvido de sí misma. Había envuelto a la muchacha en su manto, no le quedaba otro recurso que apoderarse del de Graeme, ensopado de sangre, a fin de cubrir su desnudez y protegerse del frio de la tarde que caía. Hecho eso, trato de buscar ramitas y ramas secas para alimentar el fuego casi apagado. Poco después, una tímida llama se erguía entre las brasas. Fue entonces cuando oyó la voz de Flame, débil pero imperiosa, llamándola. Apresurándose en ir al lado de ella, se dio cuenta que la muchacha tenía una mirada de sorpresa. — ¿Todavía está aquí inglesa? ¿Por qué no huyó cuanto tenía oportunidad? — Salvaste mi vida, Flame. ¿Cómo podría hacer menos por ti? — Pero... — Quietita, ahora. — Leonora colocó suavemente los dedos sobre los labios de la joven herida, silenciándola. En seguida en un gesto lleno de ternura, le aparto de la frete los cabellos sudados —. Duerme, Flame. Precisas restaurar tus fuerzas. En realidad muy en breve ella estaría luchando nuevamente por su vida, y frente a un enemigo invisible y engañoso.

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En la oscuridad del bosque era imposible distinguir el día y la noche a través de las densas copas de los árboles y las trepadoras, con todo, Dillon consiguió ver la luz pálida de una estrella lejana. Al principio la huella dejada por la mujer fue fácil de seguir, matas y espinos conservaba pedacito de ropas y hilos de cabello, la hierba estaba aplastada, los arbustos corridos y las ramas quebradas. Ahora en lo oscuro de la noche, era imposible encontrar la a menor pista. Algún tempo antes un silencio atemorizante se había apoderado del bosque, como si algo demoníaco se encontrara por allí, perturbando a las criaturas salvajes que lo habitaban. Ahora los insectos zumbaban y ellas aves nocturnas soltaban sus lamentos. Esos ruidos normales, sin embargo no le llevaban tranquilidad a Dillon. Aunque intentase no pesar en las muertes misteriosas de tantas mujeres de su clan, era imposible apartar por completo esos pensamientos perturbadores de la mente. Ellos lo atormentaban contra su voluntad, mientras seguía estrechando los ojos para atisbar en la oscuridad y alertando los oídos para distinguir el menor sonido que lo alertase de la proximidad de Flame, o de la mujer inglesa. De repente, irguió la cabeza. ¿Había oído una voz? ¿O sería el grito de un ave? No podía estar seguro. Entonces sintió en el aire un leve olor a humo. ¿Una hoguera tal vez? En algún lugar más adelante alguien debía estar acampando. Apresurando el paso, Dillon avanzo en esa dirección.

Algún tiempo después, al colocar la mano en la frente de Flame, Leonora se asustó con la alta temperatura. Había previsto esa fiebre, pero todo el cuerpo de la muchacha parecía prenderse fuego. ¿Había limpiado bien la herida? Se afligió. El menor descuido podía costar la vida a la hermana de Dillon. A pocos metros del abrigo adonde había instalado a Flame corría um riacho de aguas frías e cristalinas. Tomando una vasija de estaño que se encontraba junto a la hoguera,. Leonora fue y la lleno de agua. Después con otro pedazo de su vestido, se puso a mojar el cuello de Flame. Mientras lo hacía, iba murmurando palabras de consuelo. — Tienes que luchar, Flame. Lucha contra la fiebre para continuar viviendo — Mojando de nuevo el paño en el agua fría lo coloco sobre la frente febril. — ¿Me estás oyendo, muchacha? Tienes que vivir., Eres joven y fuerte, si dejas de luchar, Graeme habrá vencido. El recuerdo del traidor y el mal que le hiciera a tantas mujeres y niñas indefensas le provoco un nudo en la garganta, Si no fuese por esa valiente muchacha, ella habría sido, con toda seguridad, una más de sus víctimas. Lágrimas ardientes le llenaron los ojos, pero Leonora pestañeo para apartarlas. ¿Cómo podía permitirse tal debilidad cuando Flame estaba luchando por su vida? A pesar de exhausta, física y emocionalmente, Leonora continuó cuidando de su paciente, hora tras hora, yendo a buscar agua fresca en el riacho y bañando a Flame sin descanso. Todo el tiempo murmuraba palabras de aliento.

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— Lucha niña. Lucha por Sutton y Shaw. — Notando un leve temblor en los parpados cerrado entendió que, por lo menos, parte de sus palabras estaban penetrando la niebla de la inconsciencia. Inclinándose bien junto al oído de la otra insistió con mayor urgencia: — Lucha por Dillon. Lucha como nunca luchaste. Y lucha por ti misma. ¡Tienes tanto por que vivir! El aire helado de la madrugada hizo que Leonora se estremeciera y se envolviera más en los dobleces del manto. A pesar de sus mejores intenciones, el sueño la había vencido y acabo cayendo por encima del cuerpo inconsciente de Flame. Una de sus manos se hundió en la vasija de agua y el shock debido al líquido helado la despertó sobresaltada. En ese preciso momento, deparo en una figura alta que encontró las llamas ya casi apagadas de la hoguera. En la confusión provocada por el sueño, pensó que era Graeme, que habiéndose levantado de debajo del follaje con que ella lo había cubierto, iba a reclamarla y poseerla. Apoderándose de una rama más gruesa que dejara a un lado para defenderse al algún animal, Leonora se puso de pie lista para el combate. — ¡Dios del cielo! ¿Qué fue lo que hiciste? — La mirada de Dillon corrió de Leonora a la hermana acostada en el suelo a los pies de esta. — ¡Dillon! Gracias a Dios tu... Sin darle tiempo a terminar la frase la ataco con la furia de un oso herido. Ella no tenia como defenderse frente a tanta ferocidad, inútilmente levantó la rama, pero le fue arrancada de la manos como si no fuera más que el cabo de una flor. Arrojándola al suelo, Dillon la agarró por la garganta, apretando con fuerza. — Debí haberte matado en cuanto salimos del castillo de tu padre — dijo con la voz ronca de dolor —. ¿En que estaba penando? ¡Eres el mismo diablo encarnado! — Los ojos oscuros lanzaban chispas de odio y los pulgares se enterraban en la carne suave impidiéndole respirar —. ¡Maldito día en que la encontré, mujer! Y ahora que mato a mi hermana, va a compartir el mismo destino — Y... y... yo n... no, — sufocada, tosiendo, temblando entera, ella veía sus palabras cortadas por la intensidad de la presión en su garganta, Aunque agarrase las manos de él y se debatiese con todas su fuerza, Leonora nada podía contra aquel gigante que la subyugaba en un apretón mortal. Su vista se nublo y la cabeza comenzó a rodar, las manitos que intentaban aparta las de él enormes y poderosas cayeron flácidas a un lado. Cerrando los ojos, ella desistió de luchar. La muerte era mejor que el odio que leía en los ojos oscuros que encontraba tan bellos. No podía soportar se objeto del odio de Dillon porque ahora con la muerte pronta a llevarla, podía admitir la verdad para sí misma, verdad que tanto se esforzó en negar, amaba a Dillon, Lo amaba demasiado para poder vivir sabiendo que él la despreciaba. — No, Dillon. — Una voz débil penetro la consciencia de el haciéndolo levantar la cabeza en un movimiento brusco.

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Por um momento, pensó que fuera una ilusión de su mete agotada. Tal vez el deseo desesperado de haber podido proteger a la hermana adorada lo hubiera llevado a imaginar que Flame aun estaba aviva. — Dillon. Aflojando la presión en la garganta de Leonora, el se giro para el lugar donde estaba acostada la hermana Los ojos de ella estaban grandes y brillaban con una luz extraña, febril. Su voz no era más que un susurro. — ¿Flame? ¿Estás viva? ¿Esa bruja no consiguió matarte? — La inglesa... no... me hizo... nada. Fue Graeme. Ella se quedo... para cuidar de mí. Podría haber... me dejado... morir. Dillon miro a Leonora, caída contra el tronco de un árbol. Respiraba con dificultad, en grandes bocanadas. Las marcas causadas por las manos de el sobresalían en la piel blanca y delicada. Una oleada de remordimiento lo invadió. Remordimiento y angustia por lo que casi le hiciera a la pobre muchacha. Vergüenza por haber sido tan precipitado en condenar. No más que eso, ansioso en condenar. Y todo porque estuvo desesperado por descubrir una razón que le impidiera amar a esa mujer. Pasándose la mano por el cabello, en un gesto que traicionaba toda su angustia, Dillon murmuró: — Espero que su generoso corazón consiga encontrar motivos para perdonarme um día, milady. Prometo... prometo hacer todo para compensarla por lo que ha sufrido a mi lado. Leonora no conseguía hablar. Su garganta estaba demasiado contraída. En vez de eso, se aparto de el y volvió junto a Flame, dejándose caer de rodillas en la hierba, tomo el paño húmedo y volvió aprisionarlo en la frente de la muchacha, los parpados de ella se abrieron y una sonrisa trémula asomo al los labios mientras su mano apretaba la de Leonora. Fue así que Dillon las encontró al ir arrodillarse también al lado de la hermana. — Nunca desconfié de Graeme. — Para no perturbar el sueño de Flame, Dillon hablaba en voz baja. Algún tiempo antes, el había salido a cazar y ahora la carcasa de un venado se asaba sobre un bello fuego. Por insistencia suya, Leonora había cambiado el manto sucio de sangre por el de él, caliente y grueso. Por primera vez, en muchas más horas de las que ella lograba contar, se sentía caliente y segura. ¿Segura? Era extraño, pensó Leonora, que fuese su captor el que la hiciese sentir segura. Con todo en algún momento en la últimas dos horas, Dillon ya no era su captor y pasó a ser um amigo y confidente. Más extraño aun era el hecho de haber sido Flame quien los ayudara a acabar con la barrera que existía entre ambos. Cuando descubrió que en vez de huir Leonora había preferido quedarse a cuidar de su hermana,

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Dillon paso de tratarla con una franqueza e intimidad que ella jamás habría juzgado posibles. — Sabe, Graeme tuvo todas las oportunidades para cometer los crímenes — Dillon hablaba mas consigo mismo que con Leonora. — Siempre se ofrecía para las misiones más lejanas, y cuando demoraba en regresar, nuca lo cuestionábamos al respecto, tenía fama de mujeriego y siempre creímos que se estaba divirtiendo con las muchachas de las aldeas. Cuando pienso en los que él hizo… y en lo que casi hace contigo… Posando la mano en el brazo de él, Leonora lo hizo callar. — No vamos a hablar más sobre eso. No aguanto pensar en lo que esas pobres deben haber sufrido. — Está bien. — Pero Dillon solo conseguía pensar en lo que Leonora había sufrido. Una onda de orgullo lo invadió al recordar que había sido su hermanita quien la había salvado. Y el conocimiento de que Leonora renunciara a la libertad como agradecimiento por el acto heroico de Flame sólo aumentaba su amor y su admiración por aquella mujer. Cortando um pedazo de carne, se lo ofreció a ella. El gesto expresaba una camaradería que hasta poco antes sería imposible de imaginar entre ellos. Mientras comía, Leonora pensaba que nunca había probado algo tan maravilloso. ¿Cuánto tempo hacia que no se alimentaba? Dillon le extendió un frasco con bebida y ella tomo un trago, sintiendo el calor entibiar su sangre. — Nunca supe que Graeme me odiaba, —continuó el. Leonora se limito a apretarle la mano en un gesto de consuelo. — Yo acepta su amistad de la misma manera con que le ofrecía la mía. Sin condiciones. — Dillon sacudía la cabeza, con tristeza. — Pensar que hubiera muerto por él. Por el hombre que traiciono mi confianza. — Hay personas así en todas partes, por lo que, — comentó Leonora. Después de tomar otro trago de cerveza, devolviendo el frasco a Dillon, al hacerlo, sus dedos se rozaron y ella sintió un calor que no tenía nada que ver con la bebida. — Hay algunos hombres, entre los que rodean a mi padre, que lo traicionarían a la primer oportunidad. — Si, por lo visto no somos tan diferentes como pensamos al conocernos. Hay muchas puntos en común entre nosotros, milady. — la intensidad de la mirada que acompaño esas palabras hizo estremecer de emoción a Leonora. Imaginando erróneamente que ella tenía frio, Dillon se apresuro a buscar más ramas para la hoguera, a pesar de las protestas de ella. Al regresar, la encontró hundida en un profundo suelo, la cabeza apoyada en una roca. Con toda la delicadeza, la levanto en los brazos y se quedo mirando su bello rostro, tan sereno, en reposo. No resistiendo, la beso levemente en los labios, lo que basto para hacer que un torrente de deseo recorriera su cuerpo. Cargándola después al lecho de pieles donde Flame dormía, la deposito al lado de la hermana, cubriéndola con cariño. Recostándose entonces en el tronco de un árbol, se puso a vigilar el sueño de ambas.

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Eran tan diferentes y, al mismo tiempo, tan parecidas. Fuertes, orgullosas, valientes. También obstinadas, imprudentes. Leales y generosas hasta las últimas consecuencias. Por extraño que pudiese parecer, aquellas dos mujeres tan diferentes significaban todo en su vida.

Los rayos de sol matinal, filtrándose a través del ramaje, bañaban el bosque de una luz casi fantasmagórica en medio de los retazos de neblina. Despertando, Leonora permaneció inmóvil, intentando aclarar su mente aun confundida. Se sentía calentada por una fuente de calor muy próxima a su cuerpo. ¿Por qué Dillon la había clocado tan cerca del fuego? De repente, se acordó de Flame y levanto el cuerpo apoyándose en los brazos. No, no estaba cerca del fuego y si de Flame, que, acostada a su lado, ardían e fiebre. Girando la cabeza de un lado a otro, la muchacha balbuceaba frases incoherentes, como si delirase. En cuanto Leonora se puso de pie, Dillon levanto la cabeza. Había dormitado un poco pero inmediatamente estuvo alerta. — ¿Qué pasa? — La fiebre de Flame aumentó. — ¿Qué puedo hacer para ayudar? Ella le extendió la vasija ya casi vacía. — Voy a precisar de agua fría para bañarla. Poco después el retornó con agua fresca y se quedó observando a Leonora cuidar de su hermana. Después de retirar los vendajes, volvió a tirar una buena cantidad de bebida alcohólica sobre las heridas, examinado con atención. Su frente se rucio preocupada cuando toco con la punta del índice la carne inflamada. — ¿Las heridas están bien limpias? — preguntó el. — Dios permita que sí. Hice lo que estaba a mi alcance para limpiarlas. Dillon entonces la ayudo a vendar las heridas nuevamente con vendajes nuevos. Enseguida él y Leonora se fueron alternando parta bañar le cuerpo caliente de Flame. Cuando el sol ya estaba alto en el cielo la muchacha había caído e un sueño profundo, sin sueños. Acostada muy quieta sobre las pieles, parecía muerta. La inmovilidad de Flame era más preocupante que su agitación. — La fiebre volvió a subir, — dijo Dillon, con la mano en la mejilla de la hermana. En un hombre tan grande y fuerte, su toque suave era sorprendente. — Si. — Leonora intentó disfrazar el miedo que sentía.

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— ¿Qué más podemos hacer? — Hicimos todo lo que era posible, Dillon. Ahora esta en manso de Dios. — Estás hablando como fray Anselmo. — El se giro a la mujer arrodillada su lado. Nunca encontraría enfermera mas dedicada. Cuidaba de Flame con un cariño de madre.

Durante el transcurso del día, ambos se alimentaron poco y no descansaron nada cuidando de Flame. Aunque Dillon intentara persuadirla a dormir, Leonora siempre se rehusaba, diciendo temer que Flame tuviera una crisis en breve. — O la fiebre va a ceder, o… — dándose cuenta de lo que casi iba a decir, se mordió el labio inferior, apresurándose a corregirse. — la fiebre va abajar, lo sé. — Espero que sí. — Inquieto, Dillon se levantó y comenzó a andar de un lado para otro. Odiaba el hecho de no poder hacer nada. — Tal vez debiésemos llevarla a casa, donde podría estar acostada en su propia cama, y tendría los tés de hierbas de la señora MacCallum para tomar. — Si, todo eso ayudaría mucho, pero me preocupa que no resista el regreso a lomos del caballo. El balanceo puede reabrir las heridas y sangraría hasta morir. Creo que esta mejor aquí, Dillon. — las palabras dichas en un tono suave tuvieron el efecto de calmarlo. Deteniendo su agitado caminar, Dillon se giro a Leonora con una leve sonrisa — Creo que no estoy logrando pensar bien. — Tomándole las manitos entre las suyas, tan grandes y fuertes en contraste, las beso. — Por suerte consigue pensar por nosotros dos, milady. Ella le apretó las manos, en un intento de ignorar las maravillosas y excitantes sensaciones que la invadían. — Descansa un poco, Dillon. Yo te despierto si hubiera algún cambio el estado de ella. — No. — El sacudió la cabeza. — Preciso hacer algo que me mantenga ocupado. Voy a encargarme de alimentar el fuego y tratar de obtener alimento para nosotros. Iba a alejarse, pero cambiando de idea, regreso y le acaricio gentilmente las mejillas con la punta de los dedos. — Aun no te agradecí, Leonora, por todo lo que hiciste y estás haciendo por mi hermana. Mucho tiempo después de que él se apartara a buscar ramitas, ella continuaba sintiendo el toque de sus dedos en su rostro. Y se sentía en llamas por dentro.

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Las nubes cargadas de lluvia oscurecían aun mas a la poca luz que conseguía pasar la densa vegetación. Con las nubes sobrevino también una extraña calma, como si la naturaleza se hubiera detenido, aguardando la furia de la tempestad que se avecinaba. En la lúgubre oscuridad, la crisis llego sin aviso. Flame comenzó a llamar con gritos a toda voz, asustando al hombre y la mujer que no salían de su lado., — ¡Mamá! — grito agarrando la mano de Leonora, en un agarre feroz. Aunque tuviera los ojos bien abiertos, parecía mirar el vacio. — ¡me viniste a buscar! Leonora captó el intenso sufrimiento en la voz de Dillon cuando dijo en voz baja: — Dios del cielo. Ella se esta preparando para pasar a otro mundo. — En un gesto de desesperación, pasó la mano por los cabellos cobrizos. — ¿No hay nada más que podamos hacer para salvarla? Por un largo momento, Leonora quedo estudiando a la muchacha, que aunque la encarase directamente, parecía estar viendo a su madre que hacia mucho había desaparecido. Enderezando los hombros, finalmente respondió. — Creo que si, Dillon. Ya luchamos tanto... no vamos a desistir ahora. — Llévame contigo, mamá, — susurró Flame. — No puedo soportar más este dolor. — No. — Leonora aparto los cabellos mojados de la frente de la muchacha. Después de tanto tiempo conviviendo con las mujeres de Kinloch House, no era difícil apagar su inglés cultivado, sustituyéndolo por el suave acento escocés. ¿No lo había hecho ya varias veces antes, con el joven Rupert como platea? Respirando hondo, dijo: — No vine para llevarte conmigo, Flame, sino para decirte que precisas seguir viviendo. — El acento cantado de las Tierras Altas era perfecto. Cuando Flame, en su estado febril, iba a comenzar a protestar, Leonora murmuró, en tono cargado de intensa emoción: — Existen muchas cosas que tu aún no has vivido en la vida, hija mía. El amor de un hombre. El nacimiento de un bebe. — Esas cosas no son para mí, mamá. Las hermanas siempre dijeron que no me se comportar como una dama. Ningún hombre me va a querer — Tranquila, niña. Un día vas a encontrar un hombre bueno, como tu padre y tus queridos hermanos y el conquistara tu corazón. Descubrirá toda la bondad que existe en ti y te amara tal como eres. Entonces darás a luz a sus hijos y a través de ellos vivirás para siempre, como yo. Con una expresión de sorpresa y hasta de incredulidad, Dillon se giro a la joven que hablaba con tanta elocuencia de cosas que eran aún desconocidas para ella. Ajena a la atenta observación de él, Leonora prosiguió en el mismo tono amoroso de mando. Usando términos característicos de los escoceses: — ¿Estás entendiendo por qué precisas vivir, Flame? — la muchacha balanceo la cabeza afirmativamente. — Si tú me estás diciendo eso mamá, entonces voy a obedecer.

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— Si, hija, lucha para vivir. Y un día de aquí a muchos años, cuando ya hayas probado todo lo que la vida tiene para ofrecer, prometo que te unirás a mí en el otro mundo. Y viviremos felices para siempre en el paraíso. — la voz de ella se volvió un susurro. — Tienes mi palabra, Flame. Las nubes oscuras comenzaron a juntarse empujadas por los vientos de la tempestad, sobre la cabeza de ellos. La agitación de Flame, en cambio, pareció disiparse. Su respiración se hizo más fácil, mas acompasada y ella se durmió. Dillon colocó la mano sobre la frente de la hermana. — Si no lo hubiera visto, no lo creería, — murmuró, maravillado. — Realizaste un milagro, Leonora. — No fue milagro, — respondió ella, en el mismo tono suave pero en su tono de hablar normal. — Flame es una persona fuerte. Ella habría luchado para vivir de cualquier manera. — Pero tú le trasmitiste el deseo de luchar. — Todo lo que hice fue decir lo que su madre hubiera dicho si estuviera aquí. — ¿Y cómo sabes lo que una madre le diría a su hija? Levantando la cabeza, Leonora miro los ojos oscuros que la observaba con tanta intensidad. — Yo tuve suerte, Dillon. Pude convivir con mi madre hasta los trece años. Aun habiendo una cantidad de cosas que me gustara preguntarle ahora, y ya no puedo, tengo que estar agradecida porque la tuve todos esos preciosos años a mi lado. Dillon acarició la carita de Flame. — La pobrecita apenas dejaba de ser bebe cuando nuestros padres fueron asesinados. — Al menos ella puede contar contigo, Dillon. El sacudió la cabeza. — No sirvió de mucho. Sutton, Shaw y yo fuimos criados en el monasterio mientras que Flame quedo en la abadía. — Donde vivió rodeada de buenas mujeres que la amaban y le enseñaron las cosas que precisaba aprender. — Una leve sonrisa surgió entonces en los labios de Leonora. — Aunque sea difícil imaginar una muchacha rebelde como Flame viviendo en una abadía... — Es verdad. Cuando la traje para vivir en Kinloch House, parecía un pajarito liberado de su jaula. — Viendo que la hermana continuaba durmiendo tranquila, Dillon se levanto y ayudo a Leonora a hacer lo mismo. — Desde aquel día, Flame viene llenando mis días de alegría. Y ahora, — murmuró, acariciando la mejilla aterciopelada con la mano callosa de guerrero, — gracias a ti, tengo la oportunidad de continuar gozando la felicidad de tener a mi querida hermana a mi lado.

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— ¿Cuántas veces voy a tener que negar eso? — En lugar de apartarse, Leonora cubrió la mano de el con la suya. — El merito no es mío, es de Flame. Tu hermana es una luchadora. — Como alguien más que conozco. — Atrayéndola junto a él, miro los ojos coloro violetas, que lo encaraban, confiados y susurro, — sabes, milady, siempre me estas sorprendiendo. — ¿Cómo? Los labios carnosos de Leonora estaban tan próximos de la boca masculina, que Dillon casi podía sentiré el gusto. — Huyes cuando menos lo espero. Y cuando estas libre para escapar te rehúsas a hacerlo. En vez de eso resuelves quedarte parea cuidar de una muchacha que nunca escondió que no le gustabas. Era imposible estar tan cerca de él y resistir la tentación. La voz de Leonora se transformo en un susurro ronco, seductor. — A los ojos de ella tal vez yo mereciese tal tratamiento. Después de todo no dejo de ser una detestable inglesa. — Errado. De una linda y fascinante inglesa. — Los dedos de él, diseñaron el contorno de los labios suaves que se entreabrieron tentadores. Dirigiendo luego los dedos por los sedosos cabellos, Dillon le inclinó la cabeza para atrás fijando la mirada en la boca sensual que se ofrecía. La pasión crecía incontrolable entre los dos. — Ahora me pregunto, quien es el prisionero y quien el captor Antes que Leonora pudiese pensar una respuesta, sus labios tocaron los de ella, en la más sutil sugestión de un beso. — Creo que yo soy el que fue capturado, —murmuró, contra la boca suave. — Y no consigo liberarme, por más que me esfuerzo — Yo no lo estoy agarrando, milord. — Ah, pero si lo estas, Leonora. ¿No lo estás viendo? Soy prisionero de tus labios. — le rozo nuevamente la boca, esa vez demorándose algún tiempo hasta que ella suspiro y se pudo en puntas de pie para alcanzarlo mejor. — Y de tu cuello suave... — los labios de Dillon fueron descendiendo a lo largo de la garganta satinada, demorándose en los moretones que el mismo le había hecho, como para apagar con sus caricias todo el dolor. — Des tus hombros... — apartando el manto, Dillon cubrió de besos los hombros delicados, llevándola a estremecerse de pasión. — Dillon... — El nombre salió trémulo de los labios de ella Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer. Con ellas un poco de sentido común penetro a través de las emociones tumultuosas que dominaban a Dillon. ¡Dios del cielo! ¡Como deseaba a esa mujer! Y desde el primer minuto en que la vio. Pero ahora ya no podía conservarla como prisionera. La deuda de gratitud que tenia con ella solo se podía pagar dejándola libre, Y si realmente iba a liberarla, no debería haber ningún vinculo entre ellos.

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— Precisas descansar, Leonora — dijo entonces con gran esfuerzo. La desilusión era evidente en los rasgos de ella cuando, arreglándole el manto de nuevo en su lugar, el trato de ocultar de su vista ese cuerpo tentador. Pero cuando retiro la mano, la tela pesada se deslizo, exponiendo un seno blanco y firme. Inmediatamente, Dillon dio un paso atrás, pero no antes de que Leonora captase el brillo de deseo en los ojos de él. Saber que Dillon la deseaba la llenó de valor. — No estoy cansada, milord. A decir verdad, ahora que Flame parece haber superado la crisis y debería dormir por muchas horas, me siento renovada. Luchando contra la tentación, Dillon le dio la espalda y trato de ocuparse colocando mas leñas en la hoguera. En ese instante, un rayo rasgó el cielo nocturno, iluminando todo alrededor. Segundos después el ruido del trueno hacia estremecer la tierra con la fuerza de un terremoto. Ni la fura de la inminente tempestad podía oscurecer la felicidad de Leonora al constatar que Dillon no era inmune a sus encantos, como quería hacer creer. Con todo, por alguna razón inexplicable, él la estaba rechazando. ¿Por qué sería? La desesperación amenazo con invadirla. ¡Oh madre! Pensó. Sé tan poco respecto al amor… Era increíble como demoró en reconocer los sentimientos que la unían Dillon. Ahora sabía que se había enamorado de él desde el primer momento que vio ese guerrero rudo, imponente, de una belleza masculina, tan diferente a la de los nobles emplumados que la cortejaban. Y las historias que oyera al respecto de él lo habían convertido en el héroe que su corazón siempre anhelara encontrar. Si, amaba ese bello y valiente escocés como jamás amaría a otro hombre, y ahora necesitaba encontrar la manera de confesar, de demostrarle ese amor. — ¿Tienes miedo, Dillon? — Preguntó, en tono desafiante. El la miro sorprendido. — ¿De una simples tempestad? — No. — Ella dio un paso adelante, cautelosa. — De mí. Los bellos ojos oscuros, rodeados de pestañas espesas, se estrecharon sospechosos. De repente, el tomo consciencia de la manera como Leonora mantenla erguida la cabeza altiva. Del modo sugestivo como balanceaba las caderas al aproximarse. Del manto aun abierto exponiendo parte de un seno tentador. La boca de Dillon se seco. Sabía que ella se encontraba completamente desnuda debajo del manto. El pensamiento hizo que su corazón se disparar hecho un loco en el pecho. Bastaría soltar la traba que lo cerraba y… Ella coloco la manó sobre el brazo de él. — Como no dice nada, milord, creo que ya tengo la respuesta. La mirada de Dillon se posó en la manito delicada y después se fijo en los maravillosos ojos violetas.

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— Si, milady. Aunque nunca haya experimentado el miedo en los campos de batalla, confieso que tengo miedo de ti, si. — Su voz bajo hasta volverse casi inaudible, y ella pudo sentir el estremecimiento de los musculas de ese brazo vigorosa bajo su mano. — Mas que eso, — continuó, — estoy aterrado, como lo deberías estar tu también, — refunfuño, apretándola entre sus brazos y apretándole los labios con un beso. El beso ardiente, profundo, cargado de pasión amenazaba consumirlos en sus llamas. — Hace cuanto tiempo, —murmuró el contra los labios de ella—, estoy deseando poseerla — No más del que lo hice yo. Dillon la aparto ligeramente, como incapaz de creer lo que ella acababa de admitir. Había querido salvarla devolviéndola a su padre de la misma manera que se la llevara. Pero ya no le quedaban fuerzas para resistirse. ¿Cómo podría rechazar lo que ella le estaba ofreciendo? — Piensa bien, Leonora, — aviso por última vez, no queriendo verla arrepentirse después. — Después de esta noche no habrá vuelta atrás. En respuesta, era rodeó su cintura con los brazos, y colocó los labios en su cuello. Fue recompensada al darse cuenta que Dillon contenía la respiración excitado. Apoyo las manos en los hombros de ella. Sus ojos se habían transformad en dos rendijas estrechas, el rostro determinado como el de un guerrero listo entrar en combate. — En ese caso que los cielos nos ayuden, — fue todo lo que consiguió decir Las manos fuertes, dominantes, se deslizaron a lo largo de los brazos suaves, femeninos. Los relámpago rasgaban el cielo y a su luz, Dillon podía ver que no había sombra de miedo en Leonora. Solo pasión y entrega. En una caricia ávida, sus labios se movieron sobre los de ella, deleitándose con su dulce sabor. Nunca antes, pensó Dillon profundizando el beso, se había sentido tan fascinado por la boa de una mujer. Sin dejar de besarla un solo instante, paso a explorar su cuerpo con las manos. A través de la gruesa lana del manto podía sentir los suaves contornos de la cintura estrecha, la generosa curva de las caderas. Volviendo a los hombros, apartó el tejido deslumbrado con la piel de alabastro, de suavidad semejante a la de los pétalos de las rosas. Poso los labios ardientes en la curva del hombros, deleitándose con el suspiro de placer que escapó de los labios de ella y continuo distribuyendo besos delicados, sensuales por todas la extensión del cuello, que se exponía a través de la apertura del manto. Con infinita ternura, le beso los parpados cerrados, la punta de la nariz. De repente, siguiendo la curvatura aterciopelada de la mejilla, le tomo el lóbulo de la oreja entre los dientes, mordisqueándolo levemente antes de hundir la lengua en su interior, haciéndola contorsionar de placer. — Aun estas a tiempo de cambiar de idea, — susurró, aunque supiese que para é,l el limite ya había sido sobrepasado.

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Ella temblaba de deseo. Ahora entendía la duda. No era rechazo hacia ella, er5a respeto a su rígido código de honor. La elección tenía que partir de ella. — No, Dillon. Te deseo. Quiero que hagas el amor conmigo, que me hagas tuya. Las manos fuertes, manos de guerrero, que no temblaban jamás en combate, estaban temblorosas cuando el soltó la traba que cerraba el manto a la altura de la garganta de Leonora. Con un tirón la pesada vestimenta cayó a tierra. Los ojos oscuros se movieron lentamente por el cuerpo desnudo que se ofrecía a su vista apasionada. Ella era aun más linda que la imagen que el conservaba en su recuerdo. Con una voz ronca, sensual, murmuró: — Ah, mi amor, eres adorable. Si, realmente adorable. Aquella palabra de nuevo. La maravillosa, apasionada palabra de cariño. Nunca Leonora se había sentido tan bonita, tan admirada. Los labios de él estaban trazando una senda de fuego por su garganta, descendiendo a la curva de sus senos. Cuando ella intento retirar la camia que le impedía el libre acceso a la caliente carne masculina, Dillon casi rasgo la tela en su ansia por ayudarla. Pronto las ropas de él fueron junto al manto, en el suelo del bosque. Juntos se dejaron caer al suelo y sus suspiros y gemidos de placer llenaron el aire nocturno. Los dedos vigorosos se en enredaron en la abundante cabellera al tumbarle la cabeza hacia atrás par un beso casi brutal en su intensidad. Por un momento, Leonora se tenso entera, asustada con el súbito cambio en el comportamiento de él. Entonces los recelos se olvidaron y ella se vio presa de un deseo igualmente salvaje. Dudosa, casi torpe al principio, lo abrazo por la cintura, sintiendo los músculos poderosos contraerse a su toque. Con um ronco gemido, Dillon intensificó el beso, introduciendo la lengua en el interior de la boca perfumada. Al mismo tiempo, sus manos comenzaban una lenta exploración del cuerpo desnudo y voluptuoso. A medida que la pasión de ambos aumentaba, hasta fingir un ardor nunca antes experimentado, Leonora fue entendiendo por que Dillon se mantuvo a distancia por tanto tiempo. Esa era la razón de que hubiera dormido en la antecámara, lejos de ella. El motivo de las caminatas nocturnas por los jardines del castillo, evitando todo contacto entre ambos. Aquel lado primitivo, animal, había estado atrapado en su interior por demasiado tiempo. Liberado, amenazaba consumirlos a ambos. Ese aspecto salvaje de Dillon la habría asustado, si su propio lado primitivo no estuviese despierto, listo para dominarla. Intoxicada por la consciencia del poder que poseía sobre el hombre que tanto la excitaba, ella se puso a acariciar el pecho musculoso con los labios, deleitándose con los temblores que recorrían el cuerpo viril. Cada vez más atrevida, paso a explorarlo, así como el exploraba la carne suave. Con los labios, los dientes, la lengua, las puntas de los dedos, fue llevando a Dillon a la locura. La intención de él había sido hacer todo lentamente, permitiendo que Leonora dictase o ritmo. Pero con la pasión alucinada demostrada por ella, se hacía innecesario que él se refrenase. Había tantas cosas que quería compartir con aquella mujer. No era solo

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amor carnal, que ella iba experimentar por primera vez, sin la confianza que la llevaría a seguirlo, sin recelo, a donde quería que lo condujese. Más que una pasión sin límite. Quería tener la seguridad de que Leonora le pertenecía por entero. Pensó entonces en el poco tiempo de que disponían. Tal vez aquella noche fuera todo lo que tuviese para recordar el resto de la vida. Este, entonces, sería su presente para ella. Un banquete de delicias. Una noche de placeres sin frenos. Con inmensa ternura, Dillon la hizo acostar sobre el manto extendido en el suelo y después le recorrió los senos firmes con los labios rodeando los pezones rígidos como diamantes y continuo lamiéndolos, mordiéndolos, hasta verla contorcerse y gemir de placer arqueando el cuerpo y enterrando las uñas en sus hombros. La respiración de Leonora se fue haciendo cada vez mas agotada a medida que los labios y la lengua de Dillon se movían por su cuerpo en una exploración deliciosamente excitante. Alrededor de ellos, la tempestad se formaba. Nubes negras oscurecían la luna, el viento soplaba helado. A pesar de eso el calor entre ellos solo aumentaba, mientras escalaban alturas cada vez más elevadas en dirección al placer total. Leonora se e4nciotraba hundida en un mundo de indescriptibles delicias. Un mundo de sensaciones y sentimientos donde ningún pensamiento racional subsistía. En él solo existía Dillon, con su cuerpo masculino, perfecto, ardiente. Con su boca ávida, sus manos calientes capaces de llevarla a la locura. Ella temblaba entera mientras sus cuerpos se entregaban, mojados de sudor y pasión. Por su lado, Dillon nunca había experimentado um deseo tan avasallador. Precisó de todo su autodominio para no poseerla del modo brutal, salvaje, sin más demora. Pero estaba decidió a prolongar el momento, hasta que ambos se encontraran totalmente enloquecidos por el deseo. En una lenta exploración, compuesta de caricias de los dedos largos y fuertes, de besos mojados, fue recorriendo el cuerpo tentador que se entregaba a su pasión. Al llegar al vientre suave la sintió tensarse, entre excitada y temerosa, pero cuando su boca encontró el tierno botón, centro del placer femenino, los últimos vestigios de miedo e inhibición de Leonora desapreciaron. Arqueando el cuerpo ella se entregó a las sensaciones que la recorrían de pies a cabeza. Viéndola preparada, Dillon se ubico entre las suaves piernas abiertas y con cuidado comenzó a penetrarla. Sus miradas se encontraron y se perdieron uno en el otro, nublados de pasión. Leonora no conseguía creer que pudiese querer más de lo que ya obtuviera, pero descubrió que quería mas, si. Quería a Dillon dentro de ella, entero rígido, pulsante. El nombre de él fue arrancado de sus labios como un grito de triunfo cuando finalmente la penetro. El rápido e intenso dolor se olvido de prisa, superado por las ondas arrebatadoras de placer que la estaban superando. Sus piernas se enroscaron alrededor de el, deseando mantenerlo así para siempre. Dillon, por su vez, tenía todos sus sentidos atados a ella. La suave fragancia de rosas que era tan característico de Leonora le llenaban las narices, fijándose para siempre en su mente, su alma, su corazón. Los años solitarios que seguirían, en su castillos en las Tierras Altas, la memoria de esa noche permanecería en el, llevándole calor y consuelo.

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— ¡Leonora! Mi adorable, maravillosa Leonora. — Y el se puso a murmurar palabras de amor y adoración que cesaron cuando sus labios se unieron de nuevo y los últimos resquicios de sanidad se perdieron. Ella comenzó a moverse al mismo ritmo de Dillon, elevándose a alturas cada vez mas embriagantes, volando con él en dirección a las estrellas, y cuando las alcanzaron, en una explosión de luces y colores, fue como su los cuerpos se desintegrasen, flotando e regreso a la tierra en millones de pequeños fragmentos.

Capítulo 19 Por un buen tiempo quedaron acostado, agitados, los cuerpos sudados y saciados. Ninguno de los dos parecía inclinado a hacer ningún movimiento. El manto sobre la hierba suave, era confortable como un lecho. El aire alrededor de ellos recordaba los olores penetrantes del bosque. Otro rayo cortó el cielo, seguido de casi inmediatamente del estruendo del trueno. La tempestad se encontraba encima de ellos ahora. Las primeras gotas comenzaron a caer pero ni siquiera eso era suficiente para enfriar el ardor. Entonces al posar los labios en la mejilla satinada, Dillon sintió el sabor de las lágrimas. Alarmado, paso la punta del índice por los costados de los ojos de Leonora. — ¿Estás llorando? ¿Te lastime? Dios me perdone, soy un bruto. ¿Soy demasiado pesado para ti? — No— Avergonzada, ella intentó reprimir las lágrimas, pero estas se obstinaban en caer, cada vez más numerosas. Rodando para un lado, el la llevo al círculo cariñoso de sus brazos. — ¿Qué es entonces, mi amor? Porque estás llorando? — ¡Mi amor! El trato cariñoso fue directo al corazón de Leonora. — ¡Fue... fue tan maravilloso! Mucho más de lo que soñé en mis sueños más locos — ¡Ah! — Dillon respiró aliviado. Las lágrimas femeninas eran algo con lo que los hombres no sabían lidiar. Pero lagrimas de alegría eran por lo menos más fáciles de entender. Su propio corazón estaba repleto de una rara sensación de plenitud y paz. — Es maravilloso, — susurró contra los cabellos perfumados, — cuando ocurre entre dos personas que se aman. — ¿Y tú me amas, Dillon? — Ella retuvo la respiración, espantada con su propia osadía. — Si. — Fue la respuesta lacónica. — ¿Desde cuándo? El se removió, incomodo.

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— Muchacha, yo soy un guerrero. Estoy acostumbrado con espadas y otras armas, y no con palabras, no me pidas hablar de esas cosas. Leonora, sin embargo, no conseguía contenerse. Era como sui un genio travieso hubiera entrado en su cuerpo. Irguiendo el tronco, apoyada en los brazos, tiro para atrás los largos cabellos y se inclino sobre su amante. — Ah, habla, Dillon. ¿Cuando fue que te enamoraste de mi? La diablita estaba flirteando desvergonzadamente. Y él la adoraba por eso. Con una nota de diversión oculta bajo el tono más severo que consiguió lograr y respondió: — Con seguridad, no fue la primera vez en que te vi, empertigada y orgullosa al lado de tu padre. — ¿Yo? ¿Empertigada y orgullosa? ¿Y en cuanto a ti? Parado allí hecho un salvaje gigante, mirándonos como si nos quisieras devorar a todos. — Ella irguió la cabeza de la manera altiva que Dillon adoraba y el aprovecho para agarrar un mechón de cabellos oscuros y sedosos. Haciéndolo deslizar entre los dedos, confeso con aire de reminiscencia: — Sabes, yo no conseguía quitar los ojos de ti. Y el pensamiento de… bien de devorarte no estaba lejos de mi mente, para ser sincero. Ante esa confesión, nada más natural que ser igualmente franca: — Y yo precise reunir todas mis fuerzas para no quedarme todo el tiempo mirándote. — mientras hablaba, Leonora corrió las puntas de los dedos a lo largo de la pierna musculosa, y noto la expresión deleitada en los lindos ojos que miraban los suyos. Cada vez más audaz, fue subiendo la mano en dirección a su virilidad, principalmente porque nunca había visto un musculo tan poderos antes. — Hechicera — Le aseguro la mano tan atrevida, pero no ates que Leonora descubriese que se encontraba completamente excitado otra vez. ¿Como podía ser eso? pensó él. ¿Cómo podía desear poseerla de nuevo tan pronto? ¿Nunca se saciaría de aquella mujer? Como leyendo sus pensamientos, Leonora poso los labios en el estomago plano y duro, sintiendo la contracción de la musculatura firme. — Tal vez no le importe, milord, si resuelvo explorar más atentamente estos… músculos… Tirando la cabeza hacia atrás, el soltó una carcajada. Sus desconfianzas tenían fundamente. En el interior de aquella inglesita altiva, existía una mujer sensual, ardiente. Y ese era otro de los motivos para que el la amara. En ese instante los cielos se abrieron, dejando caer una lluvia torrencial sobre los dos enamorados, pero ninguno de los dos pareció enterarse. Estaban hundidos por entero en el deslumbramiento del descubierto amor.

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— Ah, mi amor,¿ como fue que conseguí pasar todas aquellas noches durmiendo a tu lado sin tocarte? Envueltos en el pesado manto, se habían abrigado de la lluvia debajo de una cobertura de trepadoras cerradas. La noche estaba llegando al fin, pero ninguno de los dos se preocupaba por dormir. Flame había pasado por una crisis, y ellos también habían enfrentado otra. De naturaleza diferente. El ruido de la lluvia cayendo alrededor del abrigo en que se hallaban refugiados era reconfortante. — Y yo que pensaba que no te interesaba. — Pasaba la mayor parte de la noche andando por el jardín, solo. Y ahora sabes por qué Ella trazo con los dedos el contorno de los labios de el sintiendo el corazón volver a latir rápido. ¿Cómo era posible que el solo tocar a ese hombre la dejase tan excitada? — ¿Quieres decir que estabas evitando la tentación? — Si, muchacha. Siguiendo las enseñanza de los buenos monjes. Fue la peor tortura que haya soportado en la vida. Leonora rio y el aprovechó para atraerla más junto a él, deslizando las manos por una pierna rolliza, el cuadril redondeado, hasta subir a encontrar la suavidad del pecho perfecto. Era un cuerpo que comenzaba a conocer tan íntimamente cono el suyo. Durante toda la noche el lo había tocado, explorado, descubierto de todas las formas posibles. Con movimientos perezosos del pulgar comenzó a acariciarle el pezón rosado. La risa murió en la garganta de ella, sustituida por un pequeño gemido de placer. Recorriendo con la punta del índice la leve cicatriz que le marcaba el rostro, de la sien a la barbilla, Leonora sintió el corazón contraído al pensar en lo que debió haber sufrido cuando recibió la herida siendo aun un niño. — M gustaría poder quitar los dolores que sufriste. — Ya lo hiciste — murmuró Dillon. — TU amor me dio tanta felicidad que olvide todo el resto. Además tu amor me llega de tal manera que tal vez fuera mejor que salga a otro paseo — agrego con una sonrisa maliciosa Agarrándolo por el brazo, ella lo atrajo para darle un beso profundo apasionado. Entre caricias susurró: — No, milord. Tengo una idea mejor. — ¿Mejor que um paseo por el jardín? Leonora deslizó las manos por las fuertes espaldas, mientras le cubría de besos las mejillas donde la barba empezaba a nacer. — Mucho mejor. Si mas demora, ingresaron de nuevo en su mundo privado de sensual encanto.

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Por la mañana la tempestad había pasado, dejando el bosque bañado de colores vividos y brillantes de flores recién abiertas. Por todas partes había una profusión de lilas, amarillos y azules. Los pájaros cantaban en las ramas de los arboles, o volaban de una a otra, con el sol reflejándose en su plumaje multicolor. Bien alto en el cielo un águila majestuosa hacia sus evoluciones a la caza de su desayuno. Dillon despertó con los sonidos familiares y encontró vacio el espacio a su lado. El súbito dolor que le contrajo el corazón era un aviso de lo que lo aguardaba en el futuro. Durante toda la noche, aunque estuviera tentado de no pensar en ello, una tristeza había empañado su placer, el hecho de no poder seguir manteniendo prisionera a Leonora en Kinloch House. En cuanto fuera posible, tenía que devolverla a su padre. Él lo sabía. Ahora a la luz de la mañana, tal hecho era aun más doloroso. El calor del cuerpo de ella aun persistía en los dobleces del manto, demostrando que se había levantado hacia pocos minutos. Levantando la cabeza, la descubrió arrodillada más adelante, al lado de Flame. Pronto regresaba junto a él. Temblando de frio, ella se dirigió bajo el manto, acurrucándose contra el cuerpo masculino y caliente — Fui a dar una mirada en Flame. Gracias a Dios está durmiendo tranquila, como una niña. — Estoy comenzando a creer — dijo después de recibirla con un beso —, que has pasado mucho tiempo en las Tierras Altas. Ya hasta estás hablando como si fueras una de nosotros. — La forma en que ustedes hablan es muy agradable a los oídos. La satisfacción de Dillon aumentó aun mis. En ese momento solo quería olvidar el sufrimiento futuro y fingir por un poco más que siempre estarían juntos. — ¿Tienes hambre, muchacha? Ella se encogió de hombros. — Creo que si ¿Y tu milord? — Famélico. Pero cuando Leonora se iba a levantar, Dillon la retuvo entre sus brazos para un largo y delicioso beso. En el instante que los labios se encontraron el calor familiar se desparramo a través de ellos, calentándoles la sangre y alimentando la pasión. — No es de comida que tengo hambre, amor. Es de algo mucho más satisfactorio. — Es un goloso, milord. — Si. Y nunca voy a quedar saciado de ti. — Ni yo de ti. Con suspiros suaves y susurros apasionados, se pusieron a satisfacer nuevamente el desloe de sus cuerpo y sus corazones.

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— ¿Que olor tan rico es ese? — ¡Flame! Finalmente despertaste! — Dillon, que volvía al claro llevando alguna perdices que acaba de casar, corrió a arrodillarse junto a la hermana. El rostro atractivo brillaba de felicidad. Dejando de lado el caldo que estaba preparando, Leonora fue cerca de ellos. — Tenía la esperanza de que despertarías en cualquier momento, y creí que un caldo te haría bien. Va ayudar a recuperar tus fuerzas. — Entonces es verdad, — dijo Flame, mirando de uno a otro. — No fue un sueño. Se quedo a mi lado, inglesa — Si, te dije que no iba a dejarte. — Si, lo dijo. — La muchacha miro al hermano que observaba a Leonora con una expresión extraña en el rostro. — ¿Cómo fue que nos encontraste, Dillon? — Seguí el olor de la leña quemada. — El dudo un instante. — ¿Recuerdas algo, Flame? — Escomo la neblina que cubre las campiñas, por la mañana. Aparece algo y luego desaparece. Recuerdo haberme encontrado a Graeme con la inglesa. Y haber descubierto que él era el monstruo asesino. — Estremeciéndose, ella hizo una pausa antes de volver a hablar, — creo que recuerdo haber oído tu voz, Dillon amenazando matar a la inglesa porque pensabas que fue ella la que me había herido. — Por un momento, Flame se quedo en silencio. — No recuerdo mas nada, casi. Pequeños recuerdos que amenazan aparecer y después huyen. — Con el tiempo vas a recordar, — habló Leonora, con bondad. — Por lo pronto, es mejor que comas algo Se aparto para llenar una jarra con el caldo. Dillon la siguió con la mirada, y al volverse de nuevo a su hermano, reparo que ella lo observaba con atención — Ella podía haber huido, Dillon. — Si, lo sé. Peor se quedo para cuidarte. — Aun antes de que Graeme me hiriera, ella pudo haber huido, Nosotros estábamos luchando, aquel monstruo y yo. No podríamos haberle impedido que saliera corriendo, pero ella tomo una rama gruesa y avanzo sobre él, salvando mi vida. Oyendo las últimas palabras de la joven escocesa, Leonora volvió junto a ella, agachándose a su lado. — Tú hiciste lo mismo por mí, Flame. Si no fuera por tu intervención, atacando con esa daga, a esta hora yo sería una más de las victimas de Graeme. — Ella llevo la jarra con el caldo a los labios de la muchacha. — Vamos, toma esto. Mirándola a los ojos, Flame murmuró: — Tu luchas bien... para una inglesa. Leonora contuvo la sonrisa que le asomaba a los labios .

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—Permanece quieta y trata de comer., Necesitas recuperar fuerzas. Flame obedeció. Mientras tomaba le caldo, se quedo observando a su hermano, que preparaba las perdices para ser cocinadas. Cuando fue a entregarlas a Leonora, los dos intercambiaron palabras susurradas acompañadas de una larga y apasionada mirada. Como un relámpago, asomaron a la memoria de Flame palabras de amor, suspiros y gemidos que habían penetrado vagamente en su conciencia durante la noche. Creyó que había sido un sueño, pero ahora comenzaba a dudarlo. ¿Sería realmente verdad? Si. Podía ver la expresión posesiva en la mirada de Dillon. Y la manera como las facciones de Leonora se enternecía al sonreírle. ¡Dios del cielo! Su valiente y fuerte hermano, el leal guerrero escocés., el líder del clan Campbell había hecho lo impensable. Había entregado su corazón a la prisionera inglesa.

— Déjame ver tu brazo, Flame. — Arrodillándose al lado de la muchacha, Leonora comenzó a desenrollar los vendajes. — ¿Cómo te estas sintiendo? — Duele horriblemente. — Entonces eres muy valiente, porque no te oí protestar ni una vez en todo el día. — Las hermanas me enseñaron a ofrecer el dolor a pago de los pecados. Leonora sonrió. — Pues yo diría que una persona tan joven como tu debe tener pocos pecados. La muchacha se encogió de hombros. — Si no los míos, tal vez los pecados de… otras personas Ante la ligera vacilación, la curiosidad de Leonora se despertó. — ¿Que otras? Flame dejó escapar un ligero gemido de dolor cuando el alcohol se derramo nuevamente sobre las heridas. Cuando consiguió encontrar la voz para hablar, explicó: — Mi hermano Dillon parece estar precisando um sacrificio por sus pecados. — ¿Por qué está diciendo eso? Levantando la barbilla en actitud desafiante, Flame se limitó a afirmar: — Estoy segura que sabes de lo que estoy hablando, inglesa. — Por um momento, Leonora se ocupo con los nuevos vendajes sin saber que decir. Podía sentir la mirada de Flame seguirle todos los movimientos. Cuando termino de cubrir las heridas, comenzó a levantarse, ansiosa para huir de la observación de la muchacha, sin embargo Flame la tomo de la mano: — Por tu silencio, inglesa, veo que admites la culpa. — Leonora respiró hondo. A pesar de la evidente animosidad hacia ella, Flame era la hermana de Dillon y merecía saber la verdad.

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— Si amar más que nada en el mundo al hombre que arriesgo la vida para promover la paz entre nuestros pueblos es pecado, entonces realmente soy culpable. — La muchacha pareció quedar conmocionada con la respuesta, soltando la mano Leonora se puso de pie. — Ahora descansa— dijo con suavidad. — En breve traeré tu comida. Cuando ella se aparto, Flame se cubrió los ojos con el brazo sano. Había recelado que la inglesa estuviera usando sus obvios encantos para conseguir que su obstinado hermano la liberase, pero eso no era verdad. Estuvo equivocada. Amor. La inglesa amaba a Dillon. Nada podía ser más simple que eso, ni más complicado. Que extraños y torcidos caminos tomaba la vida a veces. Flame llego a la conclusión de que era mejor no llegar adulta, porque no quería lidiar con tales sentimientos.

Más tarde, Dillon apilo ramas secas en la hoguera hasta obtener un verdadero fuego. Después a medida que el sol subía alto en el cielo, agrego ramas verdes, provocando espirales de humo negro y grueso que al poco tiempo se desparramaba por el bosque. — Es la señal convenida, — explicó a Leonora, — con todos los que están en la búsqueda en el bosque. Antes del Angelus, al fin de la tarde, mis hombres nos encontrarán. Viendo la sombra que empaño el brillo en los ojos color violeta, el la atrajo al círculo de sus brazos. Durante la larga noche de amor, había puesto al tanto de sus planes a Leonora. Flame ya estaba lo suficientemente recuperada como para regresar a Kinloch House en un carro, aparte de eso, los hombres que estaban buscando por dos largos días, merecían ser avisados que su líder y ambas mujeres estaban a salvo. Con todo, el entendía la frustración de Leonora y la compartía. Allí en el bosque, el amor recién descubierto era como un tesoro bien cuidado, pero una vez de regreso Kinloch House, la precaria tregua que habían establecido podría ser destruida, tal vez para siempre. Del otro lado del claro, Flame, que estaba durmiendo, se despertó y deparo en la pareja tiernamente abrazada. Había soñado con sus padres y aun podía oír la suave voz de su madre llena de amor y promesas. — ¡Ah, mamá! — Susurró la muchacha, — si al menos hubiera alguna manera de retribuirle a Dillon todo lo que ha hecho por mí. Estoy preocupada, me temo que el va a sufrir mucho por haberse enamorado de la inglesa. En ese instante, el sonido de cascos de caballo la arranco de sus pensamientos. Poco después el jinete llegaba al claro y ella pudo ver que se trataba del joven Rupert. Su rostro demostraba profundas señales de agotamiento, pero una expresión de alivio las elimino al ver a Dillon y Leonora. — Ah, milord. — bajo la cabeza, avergonzado. — Aunque este aliviado de ver que la dama no consiguió escapar, se que el señor nunca me perdonara por todo el dolor que causé con mi descuido.

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— No precisas disculparte, Rupert. No fue culpa tuya. Lady Leonora explicó como lo engañó. — En seguida, rápidamente, Dillon relató lo que había ocurrido a las dos mujeres y concluyó: — Preciso de un carruaje para transportar a Flame de regreso a Kinloch House. La mirada de Rupert se dirigió a la muchacha a costada en su lecho de pieles. Con aire preocupado, dijo — Inmediatamente, milord. — Golpeando los talones en los flancos del caballo, lo obligo a dar media vuelta y salió al galope en la dirección que había venido. Por más cansado que estuviera, prefería morir que desobedecer otra orden de su amo.

Cuando el sol se ponía en el horizonte, tiñendo el cielo de rosa y lilas, y las primeras sombras de la noche que caian cubrían la tierra, una pequeña procesión salía del bosque, dirigiéndose a Kinloch House. Rupert guiaba el carruaje en cuya parte de atrás Flame iba acostada, envuelta en pieles para amortiguar los golpes. Al lado de ella, Leonora, con el manto de Dillon envolviendo su cuerpo, le sostenía la mano. Dillon, por su parte, las seguía atrás en su caballo. Cuando llegaron al patio, la señora MacCallum y los demás criados irrumpieron por la puerta y quedaron a la espera en una actitud de profundo respeto. — Bienvenido al hogar, milord, — dijo la gobernanta, con voz embragada de emoción. Era visible el esfuerzo que la buena mujer hacía para contener las lágrimas. Dillon agradeció y después fue a ayudar a Leonora a descender del carruaje. Sus manos se demoraron un poco más de lo necesario en la cintura de ella, antes de soltarla y volverse para cargar a su hermana hacia adentro. Toando las pieles, Leonora lo siguió. — ¡Oh, milady! — la joven Gwynnith gritó, rompiendo el silencio. — Teníamos tanto miedo que de la señora y Flame fueran atacadas por el… — reparando en la mirada severa de la señora MacCallum, se trago lo iba a decir. — Sea bienvenida, milady, — saludó fray Anselmo, aproximándose a ella. — Y que Dios sea loado por permitir el regreso a salvo a casa de todos los que estaban en peligro. Leonora se apresuro a agradecer al monje y los demás. Mientras seguía a Dillon por las escaleras, pensaba en lo diferente que estaba siendo esa llegada a Kinloch House con la primera. Con todo, en lo profundo de su corazón ella sabía que, a pesar de los saludos amigables, poco había cambiado. Aun era la prisionera, solo que ahora era mucho peor, porque era prisionera del amor.

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Capítulo 20 El bajo y rechoncho Camus Ferguson procuraba acompañar los largos pasos de Dillon, cuando subían las escaleras de Kinloch House. La rabia y el disgusto por la traición del amigo común eran evidentes en su mirada y la aspereza de su voz. — Me enteré de la traición de Graeme, Dillon, a través de los comentarios que hoy por el camino. La noticia se esparció como un incendio por las Tierras Altas. Las familias respiran aliviadas, ahora que la tranquilidad volvió a nuestros bosques. — Aun encuentro difícil de creer que existía un monstruo de esos escondido dentro del hombre que llamábamos amigo. La voz de Dillon estaba cargada de tristeza. — Es verdad. Me he estado culpando por no haber reconocido las señales. Pero algo bueno nació de todo eso. Todos los clanes enviaron mensajeros a Kinloch House, ofreciéndose para marchar contigo contra los ingleses, en agradecimiento por haberlos librado del asesino que amenaza sus mujeres y niños. Finalmente, un ejército aguarda tu mando, mi amigo. Dillon dejo pasar sin comentarios la información de Camus. Extraño, pensó. Dos o tres días antes se habría henchido de satisfacción con la noticia, ahora, sin embargo, era como una espina en su corazón. Había llegado a una decisión drástica: — no entraría en guerra contra los ingleses. — Toma algunos hombres, Camus — se limitó a decir — y ve al bosque. Quiero que entierres el cuerpo de Graeme en una tumba sin marcar, como castigo por sus acciones. Nadie deberá llorar la muerte de Graeme Lamont. Con el tiempo, espero que ni su nombre se recuerde. — Considera tu deseo cumplido, mi amigo. Con una breve despedida, Camus salió para juntar los hombres necesarios para la tarea. En Kinloch House, había manifestaciones de júbilo por parte de sus habitantes. Al final, la prisionera no consiguió huir, la pequeña Flame, que todos adoraban, había regresado sana y salva, y el lord nunca pareció más feliz. Claro, todo eso había provocado unas habladurías sin límites entre los criados. Era evidente, desde el momento de la llegada, que se habían formado fuertes lazos de amistad entre Flame y la dama inglesa. ¿Y qué decir sobre el lord y la prisionera? A primera vista estaba claro y patente para quien quisiera verlo, que se habían hecho amantes. Era obvio por la manera como se miraban uno al otro, cuando pensaban que nadie los estaba mirando, por la forma como se tocaban, con aires y gestos posesivos, por el modo como se hablaban, por millones de péquelas actitudes, propias de los enamorados. Todos eran conscientes de los cambios producidos ente el lord y la prisionera.

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— ¿Qué es eso? — preguntó Leonora al entrar en los aposentos de Dillon, después de verificar que Flame quedara bien instalada y cuidada. Sobre um tapete de piel de carnero extendido frente al fuego se veía una gran tina redonda de madera llena de agua humeante. — Mandé que preparasen un baño para ti. — Tirando otro leña a la chimenea, Dillon se levanto limpiándose las manos en las calzas. — ¿Un baño? ¡Oh, Dillon, que maravilla! Una sonrisa seductora curvo la boca masculina bien formada. — Creí que te gustaría. En ese instante, la entrada de Gwynnith y otras criadas, llevando toallas y jarros con más agua, interrumpió le delicioso interludio. Acariciando una de las mejillas rosadas de Leonora, guiño un ojo preparándose para salir. — Ahora voy dejarla para que se entregue altos misteriosos rituales femeninos — dijo, sonriente. Con la ayuda de las criadas, Leonora se libro del pesado manto. Si las mujeres quedaron sorprendidas con el hecho de que ella estaba completamente desnuda debajo del abrigo, fueron delicadas para no comentar nada. Así como no mencionaron las manchas rojas y verdugones en la piel satinada. Después de ayudarla a entrar en la bañera, comenzaron a enjabonarle los cabellos, llenos de pequeñas ramitas y pedazos de hoja. — ¡Qué bueno es esto! — suspiró Leonora. — Cierre los ojos, milady, — sugirió Gwynnith. — Y descanse un poco. Su prueba termino, gracias al buen Dios. Leonora no preciso más persuasión. Después de todo lo que había pasado, la fragancia del perfumado jabón, el calor reconfortante del agua y el gentil masaje en su cuero cabelludo, eran le paraíso. Suspirando de placer, cerró los ojos y se apoyo en el borde, sometiéndose a los cuidados de las criadas. — ¿Tuvo miedo en el bosque, milady? — Preguntó una de ellas, con timidez. Sin abrir los ojos, Leonora respondió: — Mucho. Estaba aterrada. — Pero a la señora no huyo, milady. Flame dijo quedes la mujer más valiente que ella encontró. Podría haber escapado, pero se quedo a ayudarla a acabar con el monstruo asesino. — Silencio, — amonestó Gwynnith. — No vamos a hablar de cosas desagradables. De ahí en adelante, las criadas quedaron calladas, lo que le agrado a Leonora. No tenia ganas hablar, ni siquiera de moverse. Se contentaba con quedarse recostada en la tina

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de agua caliente, siendo mimada. Podía permanecer horas así, sintiendo toda la tensión y las preocupaciones desaparecer. — Si la señora se hunde en el agua, milady, podremos enjuagar sus cabellos. Ella hizo lo que le dijeron y después regreso a la superficie riendo y desparramando agua — ¡Ah, me siento tan limpia! Y revigorizada como si hubiera reposado por varios días. Una de las criadas enrolla los cabellos con una toalla, mientras otra llegaba con una cantidad de ropas femeninas en los brazos, deponiéndolas sobre la cama. Al salir de la bañera, Leonora tuvo su cuerpo envuelto en una toalla de lino, antes de ser llevada a una silla de brazos frente al fuego. Mientras estaba allí envuelta en lino y después en pieles, su larga cabellera era secada y peinada innumerables veces, hasta quedar completamente seca y brillante. En seguida, sentada ahora frente al espejo tuvo los cabellos arreglados en una masa ordenada de rulos que se mantenían apartados de la cara por peinetas decoradas con perlas y piedras preciosas. — Sus ropas, milady. Gwynnith la ayudo entonces a vestir una bellísima camisa intima y una enagua de batista bordada y después el vestido de terciopelo color amatista que usaba cuando fue raptada. Había sido arreglado con puntadas delicadas y perfectas costuras. — Oh, milady, ¡Que linda esta! — Gracias, Gwynnith. Y a todas ustedes también — agrego, dirigiéndose a las otras — por todo lo que hicieron para hacer agradable mi regreso a casa. Las criadas intercambiaron miradas cómplices ante el uso de las palabras “regreso a casa”. ¿La joven dama se habría dado cuenta de lo que había revelado?. Antes que pudiesen decir algo, la puerta se abrió. Viendo al amo en el marco, ellas trataron salir bien deprisa, entre reverencias y risitas ahogadas. Leonora, que estudiaba su propio reflejo en el espejo, se quedo mirando a Dillon aproximarse por detrás de ella. Por un instante, ambos permanecieron inmóviles deleitándose con las mutuas visiones. Dillon estaba lindo, vistiendo una camisa de lino, desabotonada en lo alto, dejando ver parte del pecho bronceado, cubierto de pelos oscuros. Las mangas amplias no conseguían esconder la poderosa musculatura de los brazos. La calza justa y negra estaba acomodada dentro de las botas de cuero de caña alta, también negras. Gotitas de agua brillaban aun en los cabellos cobrizos. Por su parte el se quedo mirando la manera como la piel traslucida de Leonora relucía después del baño. Con los cabellos peinados y arreglados y la curvas voluptuosas acentuadas por el elegante vestido de terciopelo, era de nuevo la altiva dama inglesa que el vio la primera vez. Y que tanto deseo poseer. Atrayéndola hacia él, Dillon poso los labios en un suave hombro desnudo.

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— La señora MacCallum preparó um banquete especial para festejar nuestra vuelta al hogar. Um delicioso estremecimiento recorrió el cuerpo de Leonora, ante el contacto de sus labios calientes en su carne ansiosa. El calor del deseo ya le calentaba la sangre — ¿Tenemos que descender ahora? — Protestó. El lanzo una risita, mientras deslizaba las manos por las delicadas espaldas. — Si, mi amor. Si no fuéramos, vamos a partirle el corazón a la pobre mujer. Pero en cuanto hayamos acabado de comer… — agrego con la voz súbitamente ronca — volveremos para acá. Porque no puedo perder un segundo más lejos de tus brazos, sabiendo las delicias que me aguardan. Con um último y profundo beso, la condujo fuera del cuarto. Al descender las escaleras al lado de Dillon, Leonora iba mirando alrededor encantada. En cada rincón que miraba, la madera oscura brillaba, bajo una capa de cera fresca. Estera nuevas cubrían el piso y la fregancia de hierbas aromáticas perfumaba el ambiente. En cuanto entraron en el gran salón, el murmullo de conversaciones cesó. Todas las miradas se volvieron a la bella pareja, mientras ellos se dirigían a la mesa. Fray Anselmo, que estaba solícitamente inclinado sobre la figurita envuelta en vendajes de lino que era Flame, ya acomodada en la mesa, se apresuro a ir al encuentro de los dos, el rústico habito se balanceaba al caminar. — Lady Leonora, — saludó, — como extrañaba su sonrisa y su brillante conversación — También lo extrañe, fray Anselmo. — Esta casa no fue más la misma luego que nos dejo, mi querida. Flame estaba justamente contándonos de su coraje y lealtad. — Fue el coraje de Flame el que nos salvó, padre. — Pues yo diría que ambas son mujeres extraordinarias. Me gustaría que asistieran a la misa en la capilla mañana. Sera ofrecida en agradecimiento al Señor por el regreso a salvo de nuestros seres queridos. — ¡Oh, me gustaría mucho! — Ella se volteo a Dillon, con una sonrisa radiante. — ¿Iras conmigo, Dillon? Ante la manera íntima y cariñosa con que ella se dirigió al joven lord, el buen monje pasó a observar la pareja con renovado interés. Entonces los cometarios eran ciertos. Esos dos no habían pasado por los peligros en blancas nubes. Sus corazones habían sido flechados por el amor. — Si, milady. — La mano de Dillon se cerró sobre la de ella y enseguida sus ojos expresivos encontraron los de fray Anselmo llenos de curiosidad. — Si es su deseo, así lo haré.

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Después la condujo hasta la mesa, inclinándose para besar el rostro de Flame, antes de ayudar a Leonora a sentarse. Acomodándose entonces al lado de ella, llamó: — Venga, fray Anselmo. Júntese a nosotros. El viejo monje se sentó al otro lado de Leonora, peor antes de eso, hizo una plegaria en voz alta, agradeciendo ´por el regreso del lord y las dos jóvenes y pidiendo por la libertad de Sutton y Shaw, las dos únicas tristezas que oscurecían la alegría general. Las criadas comenzaron a servir, entonces, y la señora MacCallum se aproximo a Leonora para contarle que todo fue preparado de acuerdo a las recetas que ella le enseñara. Ansiosa, la buena mujer se quedó observando el rostro del amo mientras probaba el primer plato, un asado de carnero, con la salsa especial de Leonora. El evidente agrado de Dillon, que afirmo jamás haber comido algo tan delicioso, llevo a la gobernanta a los cielos. A cada plato que era servido, la señora MacCallum se aproximaba, esperando la aprobación o el rechazo de su amado lord. Y su sonrisa crecía al ver la satisfacción de Dillon. Hasta el postre, el pudin de frutas al coñac enseñado pro Leonora, fue un éxito general, para felicidad de la vieja gobernanta. Finalmente, incapaz de ingerir ni una migaja mas, Dillon se reclino en su silla satisfecho. — La señora se superó, señora MacCallum — dijo con una sonrisa. — Gracias, milord —En un inesperado arrebato de emoción, tomo la mano de Leonora, apretándola entre las suyas rechonchonas. — Gracias a la señora también, milady. No solo por habernos enseñado todo esto, sino también por habernos traído de vuelta a nuestra Flame. Enjugándose los ojos con la punta del delantal, la buena mujer se apartó, dejando a Leonora con un nudo en la garganta ante las palabras de cariño salidas de una persona que hasta entonces la había considerado una enemiga. — Preparamos una noche de entretenimiento para darle la bienvenida, Dillon — anunció Camus, todo orgulloso. Tanto Leonora como Dillon tuvieron que esforzarse para esconder la frustración. Agarrando la mano de ella, Dillon la apretó, enviándole al mismo tiempo una mirada de advertencia. Aunque estuvieses ansioso por huir del barullo y de la agitación, buscando refugio en los brazos unos del otro, no podían herir los sentimientos de aquellos que tanto se habían dedicado para hacer especial su regreso. Tendrían que retrasar un poco más la satisfacción de la pasión que los consumía. Platos y cubiertos fueron retirados, y un malabarista salto sobre la mesa frente a Dillon, poniéndose a entretenerlos tirando y tomando en el aire dagas, espadas afiladas y hasta antorchas encendidas. Leonora quedo tan fascinada con la habilidad del hombre que varias veces tomo el brazo de Dillon, apuntando alguna cosa para deleite general. Dillon por su parte,

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aprovechaba para abrazarla, murmurándole al oído cosas que la hacían ponerse colorada y sonreír. Ambos, por lo que todo indicaba, habían desistido de intentar disimular sus sentimientos frente a los demás. Cuando el malabarista terminó la presentación, un trovador comenzó a tocar su citara y cantar. Las canciones, hablando de guerreros y sus damas, de nacimientos y muerte, y principalmente de amor, no correspondido, dejaron a las mujeres suspirando y los hombres vacaron sus jarrar de cerveza. Dillon y Leonora fueron quedando cada vez mas callados, pero las miradas que intercambiaban se volvían más intensas y apasionadas a medida que la canciones se sucedían. Al final cuando el trovador termino la última canción, Dillon fingió un exagerado bostezo. — Me temo que la jornada ha terminado conmigo, mis amigos. Les deseo buenas noches a todos ustedes. Tomando la manó de Leonora, casi salió corriendo, en su prisa por dejar el salón. Aun sentado, fray Anselmo quedo observándolo, la frente fruncida preocupado. — Esta vez, Señor — murmuró consigo mismo, — me temo que Dillon Campbell ha escogido un camino muy arriesgado.

Las llamas antes vividas de la chimenea se habían transformado en brasas anaranjadas, cortando la oscuridad del cuarto. En una mesa lateral, dos copas se encontraban medio vacías. El vestido color amatista, descartado a prisa, yacía en el suelo, como una flor muerta. Al lado de él se veían un par de botas, una calza masculina, una camisa de lino quitadas descuidadamente. Las dos personas en la cama yacían en una confusión de piernas y brazos entrelazados, agotados por las horas pasadas haciendo el amor, hundidas en una nube de felicidad. Leonora se acurrucó mas al cuerpo viril, apoyando los labios en el punto que latía en el cuello de Dillon. Inmediatamente lo oyó retener el aliento y se regocijo con eso. — ¿Será que siempre voy a ser capaz de excitarte, Dillon? ¿O te cansaras de y mi y buscaras otra? Tomando entre las manos el rostro adorable, la beso con tanta pasión que le corazón de Leonora se salto un latido. — Ni jugando digas una cosa así — la voz sonó mas áspera de lo que él pretendía — nunca voy a amar a otra mujer, Leonora. No importa lo que ocurra, mi corazón será tuyo para siempre. — Estás tan serio, mi amor. — Ella lo beso en la boca, apartándose después para intentar estudiarle los ojos en la oscuridad — ¿Por qué estas tan solemne de de repente? Respirando hondo, Dillon respondió con la calma que consiguió reunir:

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— Había decidido esperar hasta mañana para darte la noticia — ¿Noticia? ¿Que noticia? — Para mostrarle a Rupert que aun confió en él, lo envié en una misión de suma importancia Por primera vez, Leonora se dio cuenta que no había visto al joven en la mesa a la hora de comer. — ¿Y qué misión tan importante es esa? — Mandé a Rupert llevar una carta a tu padre. — ¿Una... carta? — las palmas de Leonora quedaron sudadas. Su corazón se disparo en el pecho. — En esa carta, le aseguro a Lord Waltham que tu estas viva y bien. Y que serás devuelta cuanto antes a sus brazos. — ¡Devuelta! — El corazón de Leonora se volvió pesado como el plomo — ¿Por qué, amor? Los brazos de él la estrecharon con fuerza aun mayor, como si fuera una compensación por lo que estaba por ocurrir. — Porque te amo, Leonora Waltham. Y es la única actitud decente a tomar. Ella se aparto bruscamente, los ojos llenos de lágrimas — ¿Decente? ¿Llamas a eso decente? ¿Acabas de declarar que me amas y ahora me mandas lejos? No veo nada de decente en eso, Dillon Campbell. Veo un cobarde que robó mi amor cuando estaba débil y vulnerable y ahora se exime de responsabilidad mandándome de vuelta con mi padre. — Contra su voluntad las lagrimas comenzaron a rodar copiosas — Eres el más cruel, cruel y… Él le colocó un dedo sobre los labios, silenciándola. — Tranquila mi señora. Tenemos tan poco tiempo para estar juntos. No vamos a desperdiciarlo haciéndonos sufrir uno al otro. Sabe que siempre voy a amarte, Leonora. Ese amor es mi rozan de vivir. Pero necesito hacer lo que el honor me exige, aunque eso signifique una vida entera de infelicidad para mí. — ¿Y yo? ¿Y mi felicidad? — Soy lo suficientemente presuntuoso para esperar que me extrañes. Pero eres una dama de alta estirpe, con una dote considerable, de enormes propiedades. Tu futuro está asegurado. — ¿Pero ese futuro no te incluye? ¿Es eso lo que estas queriendo decir? — No veo otra solución, amor. Si queremos evitar una guerra entre nuestros pueblos, tengo que mostrar mi buena fe, enviándote sana y salva a tu padre y sin condiciones. Aunque no me hubiera arriesgado a algo así hace unos días, el amor que siento por ti me volvió osado. Ya no consigo usar tu vida para negociar la de mis hermanos.

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— ¡Oh, Dillon, mi querido! ¿Cómo voy a conseguir dejarte? — Con un sollozo se arrojo en los fuetes brazos. El llanto de Leonora acabo con el feroz control que el ejercía sobre su emociones — Si — murmuró, con la voz embargada, — ¿Y cómo voy a hacer para dejarte partir? Un beso ardiente, desesperado, junto los labios de ambos y las caricias se hicieron alucinadas frenticas, como si a través del acto de amor pudiesen retardar el inevitable amanecer.

Capítulo 21 — ¿No es agradable sentir le sol calentado tu cuerpo? —Con Flame apoyándose pesadamente al brazo de Leonora, las dos jóvenes caminaban a lo largo de la alameda cubierta de plantas que llevaba al jardín de las rosas. — Detesto sentirme tan dependiente — dijo Flame, al sentarse en el banco de piedra, respirando con dificultad. — Estoy débil como um bebé recién-nacido, y casi igual de inútil. — Vas a ir poniéndote más fuerte con el correr de los días — la tranquilizó Leonora. — aun mas con la manera que vienes siendo mimada por la señora MacCallum y la servidumbre. — Es verdad. Si como un poco más de los pudins y bollos que le enseñaste a la señora MacCallum, voy a quedar tan gorda como ella — Protegiendo los ojos con la mano, Flame contempló las distantes colinas. — ¡Si supieras como ansío montar a lomo de un caballo, sintiendo el viento en mis cabellos! Querría ser libre para poder hacer todo lo que me agrada. Girando la cabeza la muchacha sorprendió una expresión de dolor en el rostro de Leonora. — Discúlpame, Leonora. ¿Cómo puedo pensar en mi misma, cuando tu estás sofriendo tanto? No soy más que una egoísta. — No, eso no es verdad. — dijo Leonora dando una palmadita cariñosa en la mano de la otra. Pero la pregunta que no fue capaz de hacer a Dillon escapó de sus labios — ¿Cómo podemos estar seguros de que Rupert va a entregar el mensaje a mi padre? — El muchacho puede ser lento para hablar, pero no es tonto. Si hubiera una manera de entrar en Inglaterra y alcanzar el catillo de tu padre, Rupert la encontrará. — Pero aunque él lo consiga ¿Cómo van a entrar los soldados de mi padre en este territorio sin ser atacado? Con seguridad van a tardar algunos días combatiendo. — No que les deseara mal a esos hombres de su padre. Solo quería algún tiempo más para quedarse con aquellos que había aprendido a amar.

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— No. Ellos no serán atacados por escoceses leales. Rupert va a entregarle la vadera de Dillon para que la traigan la frente. Esa bandera garantizara su paso. Mientras estén con ella ningún escocés los atacará. — Ya pasaron dos días desde que Rupert partió. — Si. — Los ojos de Flame se estrecharon mientras calculaba. Los ingleses, deberían estar por la mañana en Kinloch House. Precisaba mantener la mente de Leonora apartada de ese hecho, aunque eso significase hacer algo que detestaba. Forzando un aire risueño, continúo: — Prometiste enseñarme a bordar ¿recuerdas? Viendo claramente a través del plan de la muchacha, Leonora sonrió y la ayudo a levantarse. — Lo prometí, realmente. Y se como debes estar de ansiosa por continuar con las enseñanzas de las buenas hermanas. — Ella casi rio en alto cuando vio la expresión de desanimo en los ojos de Flame. Sería un puro tormento para la muchacha pasar su tiempo son esos frívolos quehacer femeninos. — Vamos. La señora MacCallum dejo telas e hilos en los aposentos de Dillon. Al menos por unas horas más, razono Leonora, la mantendría ocupada. Por el bien de Flame y de las criadas, forzaría una sonrisa en los labios. Aquella noche, tal vez la última, estaría en los brazos de Dillon, fingiendo que aquel amor nunca llegaría al fin.

De pié en el balcón, Leonora observó los caballos ingleses subiendo la difícil elevación en dirección a Kinloch House. La bandera de Dillon, verde y azul sobre fondo negro, flotaba al viento. Como Flame había afirmado, ningún escocés los había atacado. Aunque más de dos docenas de los mejores arqueros de Dillon se encontraran en posición en las almenas, ninguna flecha había sido colocada aun en los arcos. Una hilera de espadachines ladeaba el camino, pero ninguna arma fue erguida amenazante. Mientras los jinetes se agrupaban en el patio y desmontaban, Leonora se inclinó por sobre la baranda del balcón para verle los rostros. Había esperado una larga columna de soldados escoltando a Sutton y Shaw. Los únicos rostros que conocía pertenecían a lord James Blakely, su bonito hijo Alger, y a George Godwin, duque de Essex. No había la menor señal de Sutton e Shaw. SE quedo observando a Dillon descender los escalones que conducían al patio, flanqueado por Camus y fray Anselmo. — Estoy devolviendo la hija de lord Waltham ilesa. ¿El no va a hacer lo mismo con mis hermanos? — Lord Waltham quiere primero estar seguro de que ningún daño le fue hecho a la dama, Cuando se haya tranquilizado, va a liberar a los prisioneros a los cuidados de su joven mensajero — dijo el duque de Essex.

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Las bellas facciones de Dillon se endurecieron — No los habría llamado hasta aquí para entregar la dama a su padre si ella hubiese sufrido algún daño. — Tal vez. — Essex lanzó una fría sonrisa, calculadora — Eso el mismo lord Waltham lo va a decidir, después que el médico del rey la examine. ¿Está preparado para entregarnos la mujer o no? Camus le dirigió al amigo una mirada de advertencia — Cuidado, Dillon — murmuró, — no me esta gustando esto — Ni a mi — agrego fray Anselmo. — Di mi palabra a lord Waltham. — Después, dirigiéndose a los ingleses, sugirió: — Tal vez quieran comer o beber algo, antes de iniciar la jornada de regreso. — No. — Essex sacudió la cabeza. — Lord Waltham está ansioso para recibir a su más precioso tesoro de vuelta. No vamos a descansar mientras nuestra misión no esté cumplida. ¿Dónde está la dama? — Su mirada se levantó hacia el balcón. Rápidamente, Leonora dio um paso para atrás, evitando que la viesen. Su mirada desesperada vago por el ambiente que por tanto tiempo fue su prisión y en los últimos días se transformo en un refugio, un verdadero paraíso, al lado del hombre que amaba más que a su propia vida. En ese momento experimenta la misma sensación que el día que fue arrancada de la casa paterna. Todo lo que le era famular y querido le iba ser arrebatado. ¿Cómo había ocurrido eso? ¿De que manera la ruda fortaleza de las Tierras Altas se convirtió en su hogar? ¿Cómo era posible que hubiese descubierto el paraíso en los brazos de un bárbaro escocés? Cuando Dillon entró en los aposentos, encontró a Leonora mirando todo, como si quisiese guardar para siempre el recuerdo. Ella se volvió en su dirección y por un largo, silencioso instante se quedaron mirando, intensa y desesperadamente. — Los emisarios de tu padre llegaron — Lo sé. — Ella levanto la barbilla en un gesto orgulloso. Antes Dillon consideraba el gesto arrogante, pero ahora sabía que era la manera de Leonora de enfrentar el miedo. Como ansiaba por tomarla en los brazos y tranquilizarla, diciendo que todo estaría bien. Pero eso solo haría peor la despedida. Precisaban actuar con fuerza y dignidad en ese momento. El sufrimiento vendría después. — Pensé que aceptarían comer con nosotros antes de partir, pero parecen ansiosos por regresar a Inglaterra. Puedo entender la impaciencia de tu padre para tenerte de vuelta en la seguridad. Haciendo un gesto de concordar, Leonora paso por última vez la mirada por el cuarto y enseguida camino decidida hacia la puerta. Al pasar por el, Dillon la agarro un instante por el brazo. Leonora se estremeció, mordiéndose le labio para no llorar, pero no tuvo fuerzas para encararlo.

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— Te voy a amar para siempre, Leonora Su única respuesta fue un asentimiento con la cabeza. Con la punta de los dedos posada en el brazo vigoroso, ella descendió las escaleras al lado de él. Al salir al brillante sol del patio, pudo ver la multitud de escoceses reunidos para decirle adiós. Flame, con el brazo aun envuelto en vendajes, la abrazo con toda la fuerza. — Estaba equivocada respecto a ti, inglesa — susurró, los ojos llenos de lágrimas. — Querría... — ella sollozó y lo intentó de nuevo —. Querría no haber desperdiciado tanto tiempo odiándote. Por todos los años que viva me voy a acordar de ti. Leonora le aparto los cabellos abundantes y enrulados que rodeaban el rostro de la muchacha. Lagrimas ardientes amenazaban con caer por sus mejillas, pero intento dominarlas. No podía permitirse llorar enfrente de sus compatriotas, que observaba con atención. — Se yo tuviera la suerte de tener una hermanita, Flame, querría que fuera cono tu. La muchacha se giro para ocultar las lágrimas. En ese momento la señora MacCallum tomo coraje para aproximarse, retorciendo la punta del delantal entre los dedos. Antes de comenzar a hablar, las lágrimas caían por sus mejillas regordetas. — Gracias, milady, por todo lo que hizo por nosotros aquí en Kinloch House. — Soy yo que le agradezco, señora MacCallum, por haber hecho que me sintiese en casa. — ¡Oh, milady! — La pobre mujer fue obligada a volver junto a los demás, avergonzada, enjugándose las lágrimas en el delantal arrugado. Fue el momento de fray Anselmo, que tomó las manos de Leonora entre las suyas. Mirándola atentamente a los ojos, vio cuanto luchaba ella por reprimir la emoción. —Me gustaría que bendijera mi jornada, padre — Si, mi hija. — levantando la mano el viejo monje murmuró: — Que Dios la acompañe. — Gracias. Mientras Leonora bajaba la cabeza, el murmuró de forma que solo ella lo oyese: — Nunca se olvide que el Señor vela por nosotros. Él y solo él puede volver recto un camino tortuoso. — Pero no consigo ni adivinar el camino padre — susurró ella, ya en llanto — Estoy ciega por las lágrimas. — En ese caso, asegure la mano de él. Confíe en el Señor para marcarle el camino, hija. El buen hombre dio un paso a un lado y Camus se aproximo para despedirla.

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— La señora fue una huésped encantadora, que honro mucho a nuestras Tierras Altas. Le deseo una jornada segura de regreso a su hogar. — Gracias, Camus. — La mirada de ella se poso entonces en Dillon que permanecía estoicamente a su lado— El va a precisar de um amigo como usted. — Si, milady. Más que nunca seré el amigo con el que él puede contar En silencio, Dillon la condujo hasta el caballo que la esperaba. Los lindfos ojos oscuros reflejaban un profundo sufrimiento. Stanton, que aseguraba las riendas, se curvo levemente, diciendo: — Una muchacha tan delicada, sin embargo la más noble dama que mis viejos ojos hayan visto — Era lo máximo que el viejo criado había hablado en su presencia. Con todo, las simples palabras la emocionaron de tal forma que el nudo en la garganta de Leonora aumento, casi al punto de ahogarla. Levantándola por la cintura, Dillon la colocó sobre la silla. Después retrocediendo la encaro: — Dios la acompañe, milady. Leonora fijo la vista en un punto del hombro vigoroso para no ver la angustia en los ojos de él. — Se lo agradezco, milord. A una orden del duque e Essex, los caballos se pusieron en marcha. El bello Alger um Blakely se apodero de las riendas de Leonora y comenzó a conducir el animal hasta el grupo de jinetes ingleses. — Oh, milady. — La voz salió del grupo de criados. Mirando por sobre el hombro, Leonora vio a Gwynnith dar algunos pasos en su dirección. — No se olvide de nosotros — agrego la joven criada entre sollozos. Leonora levanto la mamo en despedida y después se volvió la frente, cuando las lagrimas amenazaban superarla. Levantando la cabeza pestañeo varias veces, intentando contenerlas. Poco después, al mirar de nuevo para atrás, vio a través de un velo de lágrimas el grupo de caras familiares: la señora MacCallum, fray Anselmo, Camus, Ferguson, Flame. Pero solo había un apersona que realmente le importaba en ese momento. El permanecía de pie, más alto que los demás, sin demostrar ninguna emoción, inflexible como los robles de sus amadas Tierras Altas. Todo el frágil control que Leonora venía manteniendo sobre las emociones se desmoronó. Las lágrimas comenzaron a correr ardientes, marcando las mejillas plidas. Su corazón se partió en millones de pedazos.

Las nubes oscurecían el cielo nocturno, ocultando las estrellas. Era media noche, y Dillon andaba de un lado al otro en el jardín de rosas, los galgos lo seguían a cada paso.

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Todos los habitantes de Kinloch House ya se habían recogido, menos él. No podía soportar la idea de volver a sus aposentos vacios. Entonces continuaba andando, sus pensamientos mas negros que las nubes de tempestad que se acumulaban en el cielo. La tormenta sería bienvenida, combinaría con sus emociones en tumulto. Había sido durante una tempestad que Leonora y el habían hecho el amor por primera vez, dando reina suelta al pasión por tanto tiempo reprimida. Como presintiendo el ánimo sombrío de su dueño, los galgos comenzaron a gruñir y saltar hacia el muro. El mismo muro, pensó Dillon, invadido por una nueva oleada de dolor a través del cual Leonora había conseguido huir. ¡Dios del cielo, no conseguía siquiera mirarlo! — Quietos, perros tontos — dijo entre dientes. Los animales, sin embargo, tal vez inquietos con la proximidad de la tempestad, se pusieron a ladrar, y continuaron saltando contra el muro. Ofuscado, comenzó a regresar al castillo, pero los galgos se negaban a seguirlo. Al contrario, continuaban su algazara, hasta que Dillon cayó en cuenta. ¿Que estaba mal con él? ¿Cómo no se dio cuenta que, los perros, debían estar alertándolo de algo extraño? Llevando la mano a la espada, se dirigió a la muralla, empujando la pesada puerta hasta abrirla. Inmediatamente los perros se precipitaron fuera, ladrando y gruñendo y Dillon preciso esforzarse para acompañarlos. Fueron avanzando por el espeso matorral, saliendo más adelante, al borde de la campiña. Continuaron corriendo hasta que súbitamente se detuvieron delante de una forma abultada. Era imposible distinguir lo que era en esa oscuridad. À medida que se aproximaba la reconoció como humana la forma oscura que había enloquecido los perros de esa forme Dillon sintió su corazón saltearse un latido. Arrodillándose en la hierba, volteo el bulto sobre sí mismo y se enfrento con el rostro ensangrentado de Rupert. Fue Gwynnith, de pie en la torre al lado del palomar, quien primero avisto el extraño cortejo avanzando por el prado, en medio de la oscuridad nocturna. A la luz de un rayo que rasgo el cielo ella distinguió la silueta de Dillon transportando su pesada carga, con los galgos corriendo agitados de un lado para otro. Más que de prisa ella se lanzo escalera abajo y fue a despertar a la señora MacCallum. — La señora precisa venir de prisa — dijo tirando a la otra de la camisola hasta despertarla por completo — El lord viene cargando alguien. Parece ser un hombre herido. Las dos mujeres estaban esperando en el jardín de las rosas cuando Dillon llego. Cuando se dieron cuenta quien era la persona que el transportaba, quedaron momentáneamente paralizadas. Finalmente recobrando la calma, la señora MacCallum comenzó a dar instrucciones: — Prepare una cama, Gwynnith. Y despierte a las otras criadas. Precisamos actuar rápido si queremos salvar la vida de este joven.

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El tono de Dillon al hablar sonó sombrío — Vamos a precisar de todos sus conocimientos en el arte de curar, y las mejores pociones que haya preparado, señora MacCallum. Y de las oraciones de fray Anselmo— agrego amargado. Siguiendo a las mujeres, Dillon colocó al joven con todo cuidado en el lecho que Gwynnith había preparado deprisa. Uno a uno el resto de los criados fue entrando en el cuarto en punta de pies para dar una mirada al herido. Después apresurados corrían a ayudar en la preparación de raíces y hierbas pedidas por la gobernanta. Con el auxilio de Dillon, Gwynnith saco las ropas rasgadas y manchadas de sangre de Rupert, desnudando el cuerpo masacrado. Era evidente que el pobre joven había sido sometido a una cruel y brutal apaleadura. Su cuero cabelludo sufrió un feo corte, infringidos por la lámina afilada de una espada. Los ojos, de tan hinchados, eran incapaces de abrirse. Uno de los brazos estaba quebrado y en el hombro se encontraba enterrado un pequeño puñal. Las heridas ya habían empezado a infectarse. — ¿Cómo consiguió este joven sobrevivir y llegar hasta aquí? — Preguntó la señora MacCallum mientras aplicaba sus poderosos ungüentos y pociones Al ver la gravedad de la heridas, Dillon mando a una de las criadas a buscar a fray Anselmo. El monje aun atontado de sueño corrió a arrodillarse al lado del muchacho, untándolo con los oleos benditos y murmurando en latín las palabras rituales de la extremaunción. Al lado de la cama, Gwynnith no ya no contenía le llanto. — ¿Qué es eso niña? — Censuró la señora MacCallum. — Ahora no es el momento de llorar — El no puede morir — sollozó la criadita apretado la mano grade de Rupert contra sus mejillas mojadas de lagrimas. Sobre la cabeza del herido, la gobernanta y Dillon intercambiaron miradas estupefactas. — No me había dado cuenta, Gwynnith — dijo Dillon, aclarándose la garganta— que Rupert era tan querido por ti. — Si, milord. Este gigante callado significa todo en el mundo para mí. — En ese caso, quédate al lado de él, día y noche, hasta que se recupere. Señora MacCallum, ordeno que Gwynnith no haga nada más en Kinloch House, a no ser cuidar de Rupert. ¿Entendido? — Si, milord. Cuando Dillon comenzaba a levantarse, el joven, que hasta entonces parecía inconsciente, de repente extendió una mano, gimiendo bajito, en el mismo instante, Dillon volvió a arrodillarse diciendo: — Rupert, mi muchacho, ¿me estás oyendo? — Si. — la palabra era un mero gruñido.

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— Di quién te hizo esto. Sera encontrado y castigado. — Fueron... — el joven se paso la lengua hinchada por los labios resecos y lucho para conseguir hablar: — Los bandidos ingleses. — ¿Bandidos ingleses? — El corazón de Dillon pareció congelarse en su pecho. — ¿Quieres decir, Essex y los Blakely? — Si, milord... oí la conversación, los planes... en el regreso a Kinloch House. Ellos convencieron a lord Waltham... a quedarse en Inglaterra... conservar sus hermanos... prisioneros... hasta que regresen. Planean asesinar... lady Leonora... y culparlo... a usted, milord. — ¿Pero, por qué? ¿Como Waltham podría creer que yo mate su hija, si él tiene a mis hermanos? — Van a decir... que el señor... está loco... Así habrá... guerra... entre... los dos países. Ante esas palabras, Dillon sintió que le faltaba el aire ¡Dios del cielo! Acaba de entregar la mujer que amaba en las crueles garras de los asesinos.

— Que Dios me perdoné, Camus. — En sus aposentos, Dillon andaba de un lado para el otro hecho un poseído. — Yo mismo entregué a Loen ora a las manos de ellos. Camus lleno de cerveza la jarra y se la pasó al amigo. Desorientado permaneció mirándolo vaciar el contenido de un solo trago y después, en un gesto de furia arrojar la jarra contra la pared. En rápidos pasos, Dillon cruzó el cuarto hasta la chimenea, y tomo la espada de su padre, que estaba colgada encima de la repiso e piedra. — Tú vas a tener que reunir mi ejército, Camus. No puedo esperar más. Voy tras ellos ahora. — ¿Y si ya llegaron a Inglaterra? — Preguntó preocupado el amigo. Asegurando la espada en la cintura Dillon tomo su manto de viaje pesado. — No importa. ¡Si fuera preciso voy hasta el infierno! Solo se una cosa, No descansare hasta rescatar a Leonora de las garras de esos malditos. — Tienes que mandar avisar al padre de la muchacha, amigo mío. — No hay tiempo. — Presta atención. — Camus lo agarró por el brazo, sin prestar atención a la mirada furiosa del otro. Había prometido a Leonora que lo cuidaría y en ese momento, sabía que él no estaba razonando con claridad. Como él tampoco razonaría, si su amada se encontrase en poder de tipos como Essex e Blakely. Todos en Kinloch House habían visto lo que le habían hecho al joven Rupert. Era sin sombra de duda, locos asesinos. — Si tuviéramos que cruzar la frontera de Inglaterra — continuó, en tono persuasivo, — vamos

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a necesitar la cooperación de lord Waltham. De lo contrario, matando soldados ingleses seremos candidatos a la prisión Fleet, la más tenebrosa de todas. Aunque Dillon se encontraba en un estado en que nada le importaba, a no ser la salvación de su adorada Leonora, las palabras del amigo consiguieron penetrar la coraza de furia que le envolvía la mente. — Tienes razón, Camus. Perdóname. Creo que estoy ciego. —respiró hondo. — Reúne el ejército. Ordena que sigan mi rastro. Después toma tres o cuatro de tus mejores hombres y ve al castillo de lord Waltham. — ¿Y tú, Dillon? — No puedo esperar al ejército. — Dillon marchó a la puerta. — Voy a partir inmediatamente. — ¿Solo? ¿En esta tempestad? — Si. Y reza amigo mío para que no sea demasiado tarde.

— Tenemos que refugiarnos de esta tempestad — El duque de Essex apunto para la oscura silueta de una cabaña más adelante. — Voy hasta allá a trata el ensuto. James, tú y tus hombres vengan conmigo. Alger tú te quedas aquí con lady Leonora. — La sonrisa en los labios de él era maliciosa y furtiva — Daremos la señal con una vela cuando el que se acerquen ustedes sea seguro Mientras los otros se apartaban, Alger condujo a Leonora para un árbol. Las ramas espesas proporcionaban alguna protección contra la fuerte lluvia. — ¿Por qué no fuimos todos juntos? — Preguntó Leonora. — Con la bandera de Dillon Campbell como salvoconducto, solo tenían que pedir recibir abrigo a los compatriotas de él. — Ese no es el modo de actuar del duque de Essex nunca pide. El toma. Alger lanzo una risa recordando la huella de destrucción que habían dejado tras su camino hasta las Tierras Altas. Aun los más empedernidos soldados de la escolta habían quedado asombrados con la brutalidad del duque. Este realmente parecía divertirse con el derramamiento de sangre, En ese momento ya debía haber desparramado por la región que una grupo de soldados ingleses estaban masacrando campesinos indefensos bajo la protección de la bandera de Campbell. Ninguna puerta se abriría voluntariamente para ellos. — El no va a dañar a personas inocentes ¿verdad? — Aproximando su caballo, Alger colocó un brazo protector sobre los hombros de ella, deleitándose con la excitación sexual que se apodero de su cuerpo. Sus deberes de soldado lo habían mantenido mucho tiempo apartado de las mujeres, por lo visto. — No se aflija, milady. Sólo vamos a hacer uso de los cuartos hasta que pase la tempestad.

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Soltando un suspiro aliviado, Leonora condujo con habilidad su montura lejos de él. Pocos minutos después, ella señalo a la cabaña: — Mire, allá esta la señal. Alger quedo enfadado. Habría apreciado un periodo de tiempo mayor a solas con Leonora. Con su seguridad en sí mismo y bella apariencia, conquistaba con facilidad a las mujeres. De allí en adelante el siguiente paso era la cama. Tomando en las manos las riendas del caballo de ella, fue guiando los animales a través de la campiña en dirección a la puerta, la ayudo a desmontar, elevando a propósito las manos mas allá de lo necesario de manera que entraron en contacto con la firme curva de los senos bajo el pesado manto. Leonora se aparto tan de prisa que él no pudo ver su reacción de rabia. Mientras la seguía al interior de la cabaña, Alger resolvió que quedaría despierto esperando que los demás tomaran el sueño. Tal vez pudiese experimentar los encantos de la joven antes de que llegasen al fin de la jornada. Una vez del lado de adentro, Leonora examinó el ambiente. El duque de Essex se encontraba sentado a la mesa comiendo lo que parecían restos de carne de caza asada. James Blakely y sus soldados estaban bebiendo un líquido tirado de um pequeño barril. — ¿Dónde están lo campesinos que vivían aquí? — Preguntó ella. Con una sonrisa fría, Essex la encaro. — Prefirieron quedarse en el cobertizo con los animales que aquí con los odiados soldados ingleses. Ella reparó en una cuna vacía — ¿Por qué no llevaron la cuna del bebe con ellos? Essex se encogió de hombros. — ¿Quien va a saber lo que esos bárbaros piensan? ¿Acepta un poco de carne, milady? — No, gracias. — Estremeciéndose, Leonora se aproximo al fuego, envolviéndose más apretadamente en el manto. Mientras permanecía intentando calentarse, podía sentir las miradas fijas en su persona. Todo en esa gente la hacía sentir incomoda. — Debería intentar dormir un poco, milady — La voz de Alger Blakely, tan próxima de su oído, la sobresalto. — No estoy cansada. — Probablemente está ansiosa para dejar esta tierra maldita atrás — dijo James en tono amargo, llevando a los labios la jarra de cerveza. La bebida le había soltado la lengua. — ¿Por qué la odia tanto? — quiso saber Leonora. Abriendo el manto, James levanto la manga de su túnica para mostrar una gran y nudosa cicatriz.

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— Esto fue causado por un escocés piojoso hace muchos años. — Estoy segura de que hay muchos escoceses que llevan el cuerpo cicatrices idénticas, ocasionadas por una espada inglesa. Pero eso no es motivo para guardar rencor eterno — Leonora sonrió, gentilmente. — ¿No puede dejar la rabia a un lado y comenzar nuevamente? El hombre le retribuyo la sonrisa y por un momento, Leonora pensó en cuanto el padre y el hijo eran de bellos. Poder en cuanto comenzó a hablar, la sonrisa desaprecio de los labios de ella. — Si, yo puedo comenzar de nuevo. Pero me temo que le escocés no pueda hacer lo mismo, NI sus hijos. Sabe el creyó que yo no podía poseer a su hermosa hija virgen. Cosa con que no estuve de acuerdo. Así que después de pasarlo por el filo de mi espada, no solo poseí a su hija virgen sino a la esposa de el también. — James Blakely miro alrededor, demostrando satisfacción con las risas de los soldados. Riendo también agregó — Y obligue a los hijos pequeños a asistir a todo. El comentario provoco carcajadas aun más sonoras. La reacción de Leonora fue como si la hubieran abofeteado, El asco le hizo subir sangre a las mejillas. Pensó en todas las historias terribles que oyera de las criadas en Kinloch House. Cada una era mas shockeante que la otra. Y cada vez ella había experimentado la misma vergüenza y el mismo asco contra los abominables criaturas capaces de infringir tanto dolor. Y ahora esos hombres, que se decían amigos de su padre, proclamaban hacer las mismas cosas. Su sensación, en aquel momento, era de estar siendo violada. — Y eso no fue todo, milady — continuó James, entre accesos de risa. — Quince días después regrese con un ejército y liquidamos el clan entero, mientras se divertían en un prado. Trate de hacer con que no hubiera ninguno que pudiera vengarse de mí o los míos. — ¡Dios del cielo! — Leonora se llevo la mano a la boca, horrorizada, al percibir le alcance de la revelación de James. Fue él el miserable que elimino el clan de Dillon y dejo su marca en el rostro de un muchacho, así como en el alma para siempre. Con una mirada del más profundo desprecio, ella tomo un cobertor que se encontraba en la cuna y después, dirigiéndose al lugar donde el duque se hallaba sentado, se apodero de los restos de la comida que estaba comiendo. — ¿Qué está haciendo? — preguntó Essex. — Voy a llevar el cobertor y los restos de la comida para los campesinos. Prefiero compartir con ellos el cobertizo de los animales que quedarme aquí con gente como ustedes. Antes que Alger, que avanzaba hacia ella consiguiera detenerla, Leonora consiguió abrir la puerta. — No, Alger — dijo el duque, riéndose de nuevo — No precisa impedírselo. Déjela hacer lo que quiere. Pero creo buena idea que la acompañe hasta el cobertizo. Vamos a ver si ella realmente va a preferir quedarse con los campesinos.

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Alger lanzo una mirada a su padre y de nuevo para Essex. Los dos hombres estaban riendo de la broma compartida. Encogiéndose de hombros indiferente, saco una antorcha de su soporte en la pared— Vamos, milady — dijo con una leve reverencia. — Voy a llevarla hasta donde están los campesinos

La lluvia torrencial hacia imposible seguir los hombres a caballo. Las pisadas de los cascos habían sido borradas por el aguacero. La hierba pisoteada se encontraba cubierta por charcos de agua. En la oscuridad, los pedazos de tejidos por casualidad agarrados a las ramas eran imposibles de ver. La única cosa por la cual Dillon se sentía agradecido era porque el ruido de los cacos del caballo era sobrepasado por el ruido de la lluvia y el estruendo de los truenos. El forzaba la marcha del animal, sin piedad. Aunque no supiese cual era el camino tomado por Essex, e una cosa estaba seguro: Los ingleses estaban ansiosos por dejar las Tierras Altas atrás, pero si Leonora estaba viva o muerta no tenía idea. Era evidente que la matarían antes de llegar a los dominios de lord Waltham. Así, la mentira que casi le cuesta a vida a Rupert, sería aceptada sin réplica. Al final, tanto los Blakely como el duque eran ingleses bien nacidos, en cambio él, Dillon Campbell, era conocido en toda Inglaterra como um bárbaro escocés. Y todos os ingleses se dispondrían a marchar contra él, tan pronto la muerte de Leonora fuera conocida. La frágil tregua entre los dos piases seria rota, y toda oportunidad de paz estaría perdida para siempre. Pero aunque esa debiese haber sido la noble razón, la guía, el motivo principal era otro. En su corazón solo un impulso lo conducía en esa insana casería: — Leonora. Su linda, adorada Leonora se encontraba en peligro mortal. Si algo le pasaba a ella, la vida de Dillon habría perdido todo significado. Envolviéndose mejor en el pesado manto, para protegerse de la lluvia, Dillon incito al animal a un galope casi suicida.

Levantando la capucha, Leonora dio un paso para fuera. A pesar de la lluvia el perfume de las lilas era intenso a media que atravesaba el terreno en dirección al rustico cobertizo de animales. — Quiero advertirle, milady. — Caminando al lado de ella, Alger levantaba bien alto la antorcha ara iluminar el camino — Es mejor tener cuidado para no provocar la furia del duque. — No me importa Essex. El no es digno de ese título. — Tal vez. Pero tiene gran poder, milady. Y la señora aun no se encuentra bajo la protección de su padre.

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Deteniéndose abruptamente, Leonora lo encaró. — ¿Está intentando asustarme, Alger? El se encogió de hombros y la sonrisa que le curvo los labios cuso a Leonora un extraño malestar. — Lo que estoy queriendo decir, milady, es que, en la compañía de hombres poderosos como el duque de Essex y mi padre, la señora puede precisar de un amigo. — ¿Y usted seria ese amigo? Tomando la mano libre de ella, Alger levanto la antorcha de modo de iluminar el propio rostro. Al hablar su voz sonó intima, seductora: — Si me permite, me gustaría ser mucho más que um amigo. Tirando la mano, Leonora le dio la espalda y se apresuro a alcanzar el cobertizo. Atrás de si podía oirá la voz de Alger marcada por la burla y algo más. Algo que ella no consiguió identificar, como que una burla, una satisfacción maliciosa, como si él tuviera un conocimiento, que ella no tenía. Empujando la puerta, Leonora tuvo sus narices asaltadas por el olor característico de los lugares donde los animales eran refugiados. Excrementos. El olor fétido de las criaturas comprimidas en un espacio pequeño. Mientras puercos gallinas y carneros se agitaban alrededor, ella escruto la oscuridad buscando la familia que la refugiase freten a los invasores ingleses. — Buena gente, les traje comida y un cobertor — dijo entono suave, gentil Solamente le silencio le respondió. Con excepción del balido de una oveja, y ruidos que venían del movimiento de los animales, nada más Leonora avanzó hacia adentro del cobertizo, tanteando el camino con los pies hasta alcanzar a pared más distante. En lo oscuro ella tropezó sobre algo. Agachándose toco levemente el tejido grueso de una ropa de campesino. — Mi buen hombre — murmuró, — perdóneme por despertarlo, pero estoy trayendo comida y el cobertor de su bebe. Fue entonces que un nuevo olor le llego a las narices, un olor terrible, nauseabundo. Casi al mismo tiempo, Leonora recogió la mano y retrocedió horrorizada. Sus dedos estaban cubiertos de algo pegajoso, espeso caliente. — ¿Encontró a los campesinos? — La voz de Alger llego a sus oídos, desde el marco de la puerta En ese instante el levanto la antorcha, iluminando el lugar. Las paredes el suelo de tierra movida y hasta el mismo techo se encorvan cubiertos de sangre. Los puercos, la lana de las ovejas y las plumas de las gallinas estaban salpicados de rojo. En el suelo en medio de las patas de los animales, se veían los cadáveres contorsionados de la familia que moraba en esa cabaña: Un hombre, una mujer y dos niñitas, una de ellas aun un bebe.

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Como llegando de lejos, Leonora escucho los gritos agudos de una mujer, pero no estaba en condiciones de reconocerlos como los suyos. Sollozando, sofocándose ella salió a los tropezones del cobertizo y se puso a correr hecha una loca por el prado florido, hasta caer al pie de una árbol, doblada al medio por las nauseas. De tan abatida, Leonora no noto el hombre que se arrodillo a su lado, ni la luz de la antorcha que el erguía delante de ella para estudiarla, El dobladillo de su vestido estaba manchado con excremento de animales y sangre. La capucha se había deslizado para atrás y los cabellos negros caían en mechones ensopados sobre su rostro. Los ojos rojos e hinchados, parecían demasiado brillantes en un rostro donde todo color había desparecido. — Y ahora — preguntó Alger, tomándole la mano helada y flácida en la suya — ¿aun quiere unirse a los campesinos, milady? Leonora apenas conseguía hablar. — Fueron ellos los que hicieron esto. Essex y su padre y los otros. Asesinaron esos inocentes. Esperaba que Alger compartiese su asco. En vez de eso, el se limitó a decir fríamente: — Si. Como ya hicieron antes. Y como van a volver a hacer hasta que salgamos de esta tierra inmunda y pagana. — ¿Tienes concomiendo de lo que ellos hacen y no los condenas? — ¿Condenar? Ora, milady, soy un simple soldado y obedezco las órdenes de mi líder. Lo que hacemos es por Inglaterra. Ella se apartó indignada. — No. Inglaterra es mi país también, y no acepto que cometan esas barbaridades por mí. La verdad es que haces eso porque les produce placer. Es un sentimiento depravada de poder cuando masacran personas indefensas. La voz de Alger se endureció: — hacemos eso porque se lo merecen. Son nuestros enemigos. Ahora vamos, milady Ya es tiempo de que regresemos junto altos otros. — ¡Nunca! No soporto ni la idea de estar ceca de esos monstruos cobardes. — Usted no tiene elección — dijo entono paciente como si estuviese explicando las cosas a una criatura — Se encuentra bajo nuestra protección, milady. Su destino está en nuestras manos. Destino. Leonora ahora conocía su destino. Aquellos hombres no tenían la menor intención de devolverla a su padre, .por lo menos, no con vida. Porque si lo hicieran, ella revelaría sus crímenes. Era testigo de esos actos barbaros y tendría que morir. Se recordó entonces de los soldados que encontró en el bosque. Aunque Essex y los Blakely se dijesen nobles, eran tan depravados como aquellos. Ella nunca se sintió tan abandonada. Esa vez no tenía ni a Dillon ni a su padre para protegerla.

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— No tenga miedo, milady. Recuerde que quiero ser su amigo. — Alger la ayudó a levantarse y le apartó del rostro los cabellos mojados, dejando la mano rozar las mejillas suaves. Con un brazo en los hombros de ella, comenzó entonces a conducirla para la cabaña. — Si no me dejas enojado, si me agrada, puedo colocarme entre usted y los demás. Apática, ella caminó al lado de él. Sus lágrimas ya casi se habían secado. Los temblores que le recorrían el cuerpo estaban disminuyendo de intensidad. Pero la escena con que se encorara en el cobertizo quedaría para siempre grabada en su memoria. Jamás se olvidara. Como jamás perdonaría a los hombres que habían hecho aquello. Aunque aun no sabía cono, encontraría la manera de hacerlos pagar por los crímenes cometidos. Una extraña calma descendió sobre ella. Mirando al cielo de dio cuenta que lo peor de la tempestad ya había pasado. Ahora caía una lluvia fina, constante. A lo lejos, al este, los primeros claros alcanzaban el horizonte. Un nuevo día empezaba y con él, tal vez, llegase la oportunidad de escapar de aquellos monstruos travestidos de nobles ingleses. Por más que le costase, juró, que hallaría una manera de huir y denunciar a los criminales. La lluvia continuó aunque no tan intensa, por todo el día siguiente. El grupo de ingleses que venían cabalgando desde el amanecer, rezongaba entre sí sobre las dificultades del terreno, la poca cantidad de comida, la falta de compañía femenina. En medio de ellos cabalgaba Leonora, las manos atadas, las riendas de su montura aseguradas por Alger Blakely, para impedir cualquier tentativa de fuga. Una vez que ella estaba al tanto del asesinato de los campesinos, , Essex no veía más razones para fingir que iba a devolverla al padre. Cada vez que pasaban por una cabaña o entraban en tierras de granjeros, Leonora retenía la reparación en la garganta, rezando para que no se detuviesen e iniciasen una nueva masacre de inocentes. Aun así, cada vez que depravan con una familia trabajando en los campos, ella necesitaba resistir la tentación de gritar por ayuda. Pero que podría hacer esa gente humilde para ayudarla, razonaba ella. Una hoz o un rastrillo no eran contrincantes para espadas y dagas. Y un granjero por más robusto que fuera, no podría competir con guerreros entrenados en los campos de batallas. Y aparte de todo eso, ¿qué motivo tendrían los campesinos de Escocia para correr en defensa de una mujer inglesa, acompañada por soldados de su país? No, no podía involucrar a aquella gente en su destino. Ahí que cuando se cruzaba con ellos por el camino, su mirada no demostraba la menor señal del tormento que le corroía el interior. Con todo, a medida que el día se transformaba en tarde el terror crecía dentro de ella. Se estaban aproximando a la frontera y la hora del enfrentamiento final se avecinaba.. Alger Blakely le había dejado claro que si cedía a sus exigencias, el trataría de obtener que vida fuera perdonada. Aunque se resolviese eso, lo que era imposible, pues pertenecía a Dillon, y solo a él, no creía que Alger pudiese ayudarla. Era obvio que el duque de Essex era el verdadero líder del bando de asesinos. Y en la cabeza de el, estaba destinada a morir, desde el principio.

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Recordando las últimas palabras de fray Anselmo, al despedirse, Leonora pensó si el viejo monje habría presentido e peligro que tendría que enfrentar. Cerrando los ojos, rezo para que Dios la salvase. Y si eso no tuviera que ocurrir, para que al menos ella fuera capaz de enfrentar la muerte con valor y dignidad. — Estoy viendo un sitio— avisó Essex a James Blakely, apuntando hacia un pequeño cuarto, rodeado de otras construcciones aun menores. — Vamos a refugiarnos hasta que estemos más descansados Estrechado los ojos para distinguir a través de la lluvia y la neblina, Leonora sintió el corazón saltar en el pecho. Aunque la última vez que estuvo en ese lugar ella se encontraba casi cayendo de cansancio, estaba segura de no equivocarse. Era la misma cabaña en que Dillon y ella se habían refugiado, camino a las Tierras Altas. ¡Oh, Dios del cielo!, pensó con pánico, ante el recuerdo de la carnicería de que había sido testigo en la parada anterior. Era la casa de Brodie de Morayshire. De la dulce y tímida Anthea y de las tres inocentes criaturas.

— ¿Esta seguro, hombre de que ellos no pasaron por aquí? El viejo campesino, de rostro arrugado por los años y cabellos blancos como la nieve negó vigorosamente. — No hay nada que pase por aquí y que yo no vea, milord. Yo lo sabría si soldados ingleses, escoltando una dama, atravesaron, mis tierras. Dillon agradeció, incitando al caballo aun nuevo galope. Había perdido un tiempo precioso siguiendo una falsa pista. Aunque raramente sentía miedo, tenía un nudo en la garganta amenazando con asfixiarlo.

— ¿Dónde está su marido? — Essex y James irrumpieron en la cabaña, seguidos de los soldados. La joven mujer levanto la mirada a tiempo de ver a Leonora siendo rudamente arrastrada hacia dentro por Alger Blakely. Cuando los ojos de ellas se agrandaron demostrando reconocerla, Leonora hizo una leve seña negativa con la cabeza, rezando para que la otra entendiese. Al ver las armas desenvainadas, Anthea levanto al bebe de la cuna que estaba llorando. Los dos niños pequeños se garraron a la falda de su madre en busca de protección. — El, — la campesina trago en seco y lo intento de nuevo, — mi marido está en el bosque cazando. Essex apunto la espada en dirección a ella.

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— Quién quiera el privilegio de matar a la mujer, puede usarla antes si le agrada. Antes que cualquiera de los soldados se adelantase, Leonora se libró de la mano de Alger y avanzo junto a Anthea. — ¡No! —Gritó, apretando la mano de la aterrorizada mujer entre las suyas. — ¿No está viendo que ella dio a luz recientemente? — ¿Y con eso? — Uno de los soldados replico con una risita. — Aun sigue siendo un cuerpo caliente. La mente de Leonora giraba a toda velocidad. — ¿Que quieren satisfacer primero? ¿El hambre del cuerpo de ella o el hambre de comida? — Nuestra dama marco un buen punto — dijo el duque, que se estaba calentando junto al fuego. La humilde cabaña despedía el delicioso olor de biscochos cocinándose y un caldero de ensopado se estaba preparando en el fuego. La generosa oferta de la joya, hecha por Leonora había, con seguridad, zuñido a la familia con la mejor harina del molino y cantidad suficiente de comida para alimentarla por mucho tiempo. — Podemos nos dedicar al placer más tarde, con los estómagos llenos — continuó el duque. — Trate de alimenta-nos, mujer. Pero antes tráiganos bebida. La joven se apresuro a entregarle un barrilito del más fino whisky escocés. Animados, los hombres comenzaron a beber. Aprovechando el buen humor de ellos, Leonora levanto las manos amarradas, diciendo, — Si ustedes me soltaran, puedo ayudar a esta mujer a preparara la comida. — Está bien. E vea si lo hacen rápido. — El duque saco una daga de la cintura y corto las cuerdas. En cuanto el regreso su atención al excelente whisky, Leonora condujo Anthea para el otro lado del aposento, donde comenzaron a preparar la comida. Mientras trabajaban, iban hablando bajito. — Finja que no me conoce. Anthea hizo un gesto afirmativo, y lanzo una mirada a sus hijos, aun agarrados a su falda. — Oí comentar sobre esos ingleses. Ellos nos van a matar. — Si. Y también a mí. ¿Cuándo vuelve su marido? — Tal vez mañana temprano, dependiendo de su suerte con la caza. El corazón de Leonora se contrajo. A esa hora estarían todos muertos. — Tenemos que hacer algo — dijo intentando disimular la angustia para no aterrorizar aun mas a la otra. La desesperación de Anthea era visible.

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— Yo moriría feliz si ellos al menos perdonasen la vida de mis hijos. — Esos hombres son monstruos desalmados, que no dejaran a nadie vivo a su paso. Tenemos que encontrar una forma de dar el golpe antes que ellos. — Los ojos de Leonora se estrecharon mientras pensaba y hacia planes, que iba descartando por impracticables. DE repente su rostro se ilumino esperanzado. — Tu eres curandera, ¿no es cierto, Anthea? Conoces de hierbas y plantas. Existe un modo de librarnos de ellos, pero si fallamos nuestro castigo será terrible. — Diga cómo, milady. — Anthea la agarro por la manga. — Si hay una esperanza, hare todo lo que me diga. Leonora temblaba ante la enormidad del plan que había concebido, pero no tenían más nada que perder. En un susurro, le dio las instrucciones a Anthea. La joven campesina asintió en silencio, estrechando contra el seno al bebe. Después arrodillándose, abrazo a los niños. Si fallase, ellos pagarían con la vida. Andando entre medio de los soldados, Leonora cuidaba para que las jarras nunca quedasen vacías. Después de tan exhaustiva jornada, los hombres estaban mas que dispuestos a aprovechar el descanso al pie del fuego y el calor de la bebida les calentaba la sangre. Hasta el duque de Essex y lord James Blakely parecían preparados para relajar la guardia, ahora que se encontraban tan cerca de la frontera. — Por la mañana estaremos en suelo ingles. — dijo James, llevándose la jarra a la boca. — Si, al fin en casa — concordó Essex. — ya era tiempo. Hasta esas escocesas flacuchas están comenzando a parecerme atractivas. — Su mirada se poso en Anthea, que más que de prisa, bajo la cabeza y continúo con la preparación de la comida. — ¿Mis bebida, Vuestra Gracia? — Leonora se había sacado el pesado manto de viaje, y el lujoso vestido de terciopelo aparecía en todo su esplendor, Los largos cabellos brillaban, tirados sobre un hombro a la luz del fuego que ardía en la chimenea. — Si. — El extendió la jarra vacía. Ella se inclino para servirlo, de manera de atraer su mirada a los senos llenos, generosamente expuestos a través del profundo escote. — Pero ninguna — el duque continuó el pensamiento anterior— puede compararse con la belleza de nuestras hermosas damas inglesas. — Si. — James, viendo el brillo lujurioso en los ojos del otro agrego con un dejo de tristeza. — Había soñado con una unión entre lady Leonora y mi hijo, Alger. La fortuna y la belleza de ella y la ambición de él, serian un magnifico legado para mis descendientes. — Paciencia — Essex rio. — Su pobre Alger vas tener que encontrar otra novia. — La rima del rey tiene una dote considerable — se entrometió Leonora en la conversación, muertas volvía a llenar la jarra del más viejo de los Blakely. — Ella solo tiene trece años — replicó el con un dejo de desprecio

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— Edad más que ideal para su hijo. — Reuniendo toda su habilidad, Leonora lanzo una mirada sugestiva al duque, el hombre que tenía el poder sobre el pequeño grupo de soldados — Nunca me agradaron los jóvenes torpes, Vuestra gracia. Prefiero hombres mayores, expertos en el arte de dar placer a una mujer. Essex levanto al ceja sorprendido. — ¿Usted, milady? Oí decir que siempre se resistió a todos los hombres de la corte que intentaron seducirla. — Si, es verdad. — Leonora se aproximó para llenar de nuevo la jarra del duque, reparando en los ojos golosos que seguían cada movimiento de sus caderas. — Estaba esperando por un hombre especial a quien agradar Del otro lado de la sala, Alger observaba con aire sombrío la manera como Leonora se insinuaba a Essex. Tragando de un trago la cerveza, hizo una seña para que la dama fuera a servirle de nuevo. Después de unas gotas de bebida, ella hizo una exagerada expresión de desagrado. — Perdóneme, Alger. El barril está vacío. — No tiene importancia — dijo James. — Hay otro en uno de los caballos. No viajaríamos tanta distancia sin stock. — Voy a buscarlo. — Pero cuando comenzaba a cruzar la sala, Leonora noto que el duque la retenía por la muñeca. — No, mi bella dama. Deje que la campesina haga eso. — Hizo un gesto a uno de los soldados. — Junte a las criaturas y reténgalas aquí hasta que la madre regrese. De esa forma podemos estar seguros que ella no va a huir. Cuando el soldado cumplió la orden, agarrando los niños , el bebe comenzó a llorar, seguido luego por los dos mayores, Mientras tanto la madre era empujada fuera de la puerta. James comenzó a reír a carcajadas. — Es un experto, Essex. — Si. — El duque acompaño-la risa general, metras corría la mano posesivamente por las caderas y los senos de Leonora. — Aun no nació una mujer que me pueda engañar. Leonora sintió la garganta contraérsele de terror. Forzando una sonrisa, apoyo un brazo en el respaldo de la silla del duque, levantando la falda de manera de exponer una parte de la pierna. Sabía que estaba haciendo una jugada peligrosa, que podía terminar de modo violento. Mientras Essex miraba fascinado la pierna bien formada que se ofrecía a su observación lasciva, ella contaba mentalmente los segundos hasta que Anthea regresó, llevando el nuevo barrilito de cerveza. Inmediatamente el soldado soltó las criaturas y entregó el bebe a la madre —Yo sirvo — Leonora aprovecho la oportunidad, poniéndose de pie de un salto. Al llenarle la jarra al duque, reparo que este la observaba con una arruga en la frente. — Está bebida se me está subiendo a la cabeza — refunfuñó el — Es hora de comer.

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— Si, señor. — Leonora miró a Anthea, que, con la mano envuelta en un paño, retiraba del fuego el pesado calderón, mientras al mismo tiempo tiraba algo en su interior. Después inclinándose, la joven mezclo el contenido furiosamente. En cuanto termino de llenar todas las jarras, Leonora fue junto a Anthea. Juntas, comenzaron a servir el ensopado en vasijas de madera que iban pasando a los soldados hambrientos. Con el cocido ofrecían los panecillos humeantes. Los hombres tomados descuidados por la gran cantidad de bebida consumida, comían rápidamente, sin prestar atención a lo que estaban comiendo. En cuanto las vasijas se vaciaban, Leonora y Anthea las llenaban de nuevo, mirando con satisfacción a los hombres comerse todo. — Hay mas ensopado, Vuestra Gracia — dijo Leonora, extendiendo la mano para tomar el plato del duque. — No. — Sacudiendo la cabeza, el duque de Essex empujo a un lado la vasija, agarrando la mano de Leonora. — No es comida lo que estoy queriendo ahora. — ¡Aun es muy rápido!— exclamó Anthea, alarmada. — ¿Muy rápido? — La mirada del duque se lleno de sospechas. Pasándose la punta de la lengua por los labios secos, Leonora le lanzo una mirada de advertencia a Anthea, cuyos ojos grandes expresaban el más absoluto terror. — Lo que la mujer está queriendo decir. Vuestra Gracia es que aun sobra mucho ensopado. — Al mismo tiempo, ella curvo se de forma e que los senos tentadores quedasen expuestos por un breve instante, distrayendo la atención d l duque. Después con un guiño malicioso, fue a servir más cerveza a los soldados. — Está bien — concedió el duque. — Puede servir una ronda más. ¡Y después basta! Cuando Leonora se aproximó, ofreciéndole cerveza, Alger la agarro con rudeza por la muñeca diciendo entre dientes, visiblemente celoso. — ¿Qué está intentando hacer? ¿Piensa que no veo la manera como se está ofreciendo al duque? — ¿Qué lo hace pensar que solo me estoy ofreciendo al Essex? — preguntó Leonora, con una mirada seductora, sabiendo que el juego se hacía más peligroso a cada segundo. Pero precisaba ganar tiempo hasta que le veneno que Anthea colocó en la comida surtiese efecto. Ele la empujo con fuerza, haciéndola sentar en su regazo. — Milady, — anunció en voz alta, sin importarle la mirada de odio del duque, — es momento de que pruebe los besos de un hombre de verdad. Los demás, envalentonados por la bebida, se pusieron a reír, mirando de Essex a Alger y viceversa. Si estuvieran con suerte verían un combate entre los dos hombres por la posesión de la mujer, y tal vez pudieran ver al ganador poseyendo a la dama. Essex se levantó tan de prisa que su vasija de ensopado voló lejos, desparramando el contenido sobre algunos de los soldados más cercanos.

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— ¡Yo soy el líder aquí! —.trono — Y no admito que nadie desafíe mi autoridad. — ¡Usted prometió que ella seria mía! — Gritó Alger. — Durante todo este viaje infernal, usted me garantizó que podría gozar de los encantos de lady Leonora, antes que ella fuese al encuentro de su muerte prematura. — Girándose a su padre en busca de apoyo y no encontrando ninguno, el joven soldado se puso de pie empujando a Leonora de la mano. Antes que alguien consiguiera impedirlo, ya había agarrado un trozo de leña encendida de la chimenea, irguiéndola con aire amenazante Pestañeando sorprendido, Essex retrocedió — Veo que la mujer calentó su sangre — dijo, cauteloso. — Si. Estoy avisándole Vuestra Gracia. No permita que nadie intente impedírmelos. Voy a poseer esta mujer ¡Ahora! Blandiendo la antorcha cono si fuese una espada, Alger fue empujando a Leonora en dirección al dormitorio. Al alcanzar el marco, el la empujo dentro tirando la antorcha a la chimenea. Cerrando después la puerta con firmeza se apoyo en el batiente. Sacándose de la cintura una daga pequeña y mortífera, la levanto en una de las manos haciendo brillar la lámina a luz del fuego. — Essex va a matarlo — consiguió decir Leonora a través de los labios trémulos. — Su error. Essex me precisa y a mi padre — se jactó Alger. —Quítese la ropa, milady. Quiero deleitarme con la joya preciosa, guardada con tanto celo por su orgulloso padre. — No hable de mi padre en un momento como este. — susurró ella. — ¿Por qué no? — La risa depravada hirió aun más hondo los nervios a flor de piel de Leonora. — Mi padre y yo siempre odiamos a lord Waltham. Y al rey que el sirve con tanta lealtad. — Lo que está diciendo es traición, penada con la muerte. — Otro error, milady. Lo que estoy diciendo es la verdad. Nuestro rey es cobarde y débil. Prefiere hablar de paz en lugar de sojuzgar al enemigo en el campo de batallas. Pero como dice Essex, a su muerte va a cambiar la historia. Cuando lord Waltham reciba la prueba de la traición de los escoceses, no habrá más propuestas de paz, sino guerra. Ahora, basta de conversación. Ya perdimos mucho tiempo. Sáquese la ropa. Ella sacudió la cabeza. — Usted prometió que sería mi amigo. Dijo que estaría a salvo con usted. Los labios de Alger se curvaron en una sonrisa cruel. — Fue una mentira. Vamos, quiero verla desnuda. — Va a tener que arrancarme la ropa. — Vaya, será un placer. El avanzó, con la daga en ristre en una de las manos. Agarrando los brazos de Leonora con la otra, los torció para atrás con brutalidad, arrancándole un gemido de dolor.

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Después, apoyando la punta de la daga entre los senos suaves, agitados, corto de un solo golpe el tejido del corpiño ya la camisa intima. Los pedazos rotos se abrieron. Desnudando los senos firmes y llenos. — Ah, milady, valió la pena esperar — Con una mirada lasciva, diabólica. Alger la tiro sobre un camastro acostándose sobre ella. Lágrimas amargas llenaron los ojos de Leonora. Todas sus oraciones, todos sus planes, de nada habían servido. Pero por lo menso, pensó, clavando las uñas en el rostro de su agresor, de forma de hacerle sangre, no se entregaría sin luchar. Moriría peleando. — ¡Perra puta! No es mejor que una prostituta de taberna. — La brutal bofetada hizo que la cabeza de Leonora se volviera a un lado. — ¡Ahora me las va a pagar! Con otra risa escalofriante, Alger le apretó con fuerza un seno, al mismo tiempo que trataba de morder el otro. Cuando los dientes crueles iban a cerrarse sobre el pezón, algo extraño comenzó a suceder. Un dolor agudo, violento, rasgó sus entrañas. Con una expresión de dolor y espanto, él aflojo el garre y rodo de lado. Saliendo de la cama, intento algunos pasos, antes de caer de rodillas, doblado en dos. Arrastrándose por la cama, Leonora se apodero de la daga y, sin concederse un minuto para pensar, la enterró en los hombros del miserable. El levanto la cabeza, los ojos dos pozos de dolor y shock. Con un rugido de furia se arranco el arma de la herida y con dificultad, se puso de pie. Cuando iba a avanzar sobre Leonora, esta se escabullo, corriendo para la puerta, pero Alger, extendiendo el brazo, consiguió agarrarla por los cabellos. Con un empujón violento, la tiro en el suelo. Después inclinándose sobre ella se preparó para herirla de muerte en el corazón. En ese momento, sus ojos claros se reviraron en las órbitas. Todo su cuerpo se estremeció, recorrido por terribles espasmos. Por un instante, Alger se quedo parado, como congelado en el aire. Después, lentamente, fue tumbándose hacia adelante, ya sin vida. En el último momento, Leonora rodo lejos, evitando que cayese sobre ella. Sin mirar el cuerpo sin vida, y el enorme charco de sangre que se extendía bajo el. Leonora se puso de pie. Con las manos temblorosas se cubrió los senos desnudos con los pedazos del corpiño y avanzo, entumecida para la puerta. Al abrir la puerta se encontró un verdadero infierno en llamas.

La furia de Dillon crecía a cada campiña que atravesaba, a cada cabaña en que paraba. Había sido testigo de las atrocidades de los hombres a los cuales entrego la mujer que amaba. Los cuerpos de los infelices campesinos asesinados eran un recuerdo terrible de lo que Leonora tendría que enfrentar a manos de aquellos monstruos. Aunque su corazón implorase por los contrario, estaba convencido que ella no conseguiría escapar.

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En cada granja, en cada cabaña de pastor, las historias eran las mismas. Todos hablaban de una linda inglesa con las manos amaradas sobre un caballo, cercada por soldados ingleses. Poco antes de la frontera, algo le llamó la atención, haciéndolo detener por un instante la montura para ver mejor. Del otro lado de un prado elevado, subía una gruesa columna de humo e iluminando el cielo nocturno el brillo anaranjado de las llamas. Espoleando el caballo, continuo en una corrida alucinada, rezando para que no fuese demasiado tarde para salvar a su adorada Leonora.

— ¿Anthea, donde estas? — Con los ojos ardiendo por el humo, Leonora se dejó caer de rodillas y comenzó a gatear por el suelo de la cabaña. Para todos los lados que mirase solo veía hombres contorsionándose en agonía o extendidos , ya sin vida. Las llamas lamian las paredes, llegando el tejado de paja, que se transformó en una bola de fuego. — Estoy aquí. — la joven copa mesina, yacía en un costado del aposento, las aterrorizadas criaturas agarradas a ella. — ¡De prisa! ¡Vamos a salir de aquí! — No puedo. Estoy atrapada. Arrastrándose junto a la mujer, Leonora se dio cuenta que la s piernas de ella estabas atrapadas debajo de una viga de madera que se había soltado del techo. Aunque había intentado con todas su fuerzas, Anthea no fue capaz de soltarse. — ¡No se preocupe por mi! — Gritó la joven madre por encima del ruido del incendio — Salve mis hijos. ¡Por el amor de Dios! — Vuelo enseguida— prometió Leonora, mientras agarraba el bebe y ordenaba a los dos niños aterrorizados que no soltaran su falda. Con los ojos y los pulmones quemando, el pequeño grupo se arrastro a través del humo espeso tropezando con los cuerpos caídos, huyendo de las chispas que volaban por todos lados, hasta alcanzar la puerta. Con un esfuerzo final, Leonora los empujó a la salvación Colocando el bebe que berreaba sobre el pasto a una distancia segura de la casa, mando que los dos hermanos permanecieran allí, cuidando de él. En seguida, respirando hondo y conteniendo el aliento regreso al infierno de la cabaña en llamas. El humo se hacía cada vez más espeso y sofocante y el tejado entero ardía. A medida que se arrastraba, centímetro a centímetro por el suelo, Leonora pudo darse cuenta que le techo sobre la cabeza de Anthea, estaba listo para caer.

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Con movimientos frenéticos, y una fuerza llegada de la desesperación, intento levantar la pesada viga. Finalmente usando un gran pedazo de madera como palanca e ignorando el dolor de las manos heridas, Leonora consiguió levantar la viga hasta una altura suficiente para que Anthea se librara de ella — ¡Corra, Anthea! — ¡No, milady, es demasiado tarde! El techo había comenzado a caer y una parte de el al caer formo una pared de llamas atrapándolas en el sitio. Pero Leonora, después de todo lo que ya había enfrentado, no estaba dispuesta a desistir fácilmente. Ordenándole a la aterrada Anthea que se cubriera los cabellos con el delantal, la empujo a través de las llamas a la seguridad. Cuando se cubrió su propia cabeza con las enaguas arrancadas de prisa e iba a hacer lo mismo una pesada mano la agarro de la muñeca. Con um grito, ella se giro y se encontró frente a frente con el duque de Essex. En la mano de este relucía una daga a la luz de las llamas. — ¡Tenemos que salir de aquí! — Gritó Leonora. — No, milady. Yo debo morir y usted también — El señor está loco. — No, soy solo un hombre que se ha dedicado a salvar a Inglaterra de un rey que quiere destruirla. Hace mucho tiempo vengo planeando y organizándolo. Cuando el escocés e las Tierras Altas la rapto, tuvo la idea perfecta. Un plan infalible para derrocar al rey Edward. Y ahora — el elevó la voz, los ojos estrechados de odio — no voy a permitir que usted escape de mis manos. Si o tengo que, morir, milady, usted morirá conmigo, para que mi plan no fracase. Pedazos del tejado caían alrededor de ellos, levantando una profusión de chipas al oscuro cielo. Essex, sin embargo, parecía no notar nada. La mente de Leonora se puso a trabajar — Sus hombres están muertos. No hay nadie para seguirlo en la batalla — Habrá mucho otros que se levantaran exigiendo venganza por lo que ocurrió aquí. Estamos en territorio de Escocia. Po lo tanto, ese, su salvaje escocés aun será responsabilizado por esta sangrienta masacre. — El duque osciló por um instante sobre los propios pies, sacudiendo la cabeza para aclararla. Parecía sostenerse solo por la extraordinaria fuerza de voluntad —Descubrí lo que usted y la campesina hicieron, fueron muy inteligentes. Envenenaron la. — Si. Pero Anthea es curandera, Vuestra gracia. Venga conmigo y ella lo salvará— Estoy harto de sus trucos. Usted no es más que una mujer falsa, — Por favor... el fuego...

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El se puso a reír. — Si, el fuego… la campesina estúpida siguiendo el ejemplo de Alger, tiró un pedazo de leña encendida encima mío, cuando fui a obtener mi placer con ella. — De nuevo Essex sacudió la cabeza — Entonces fue como si una niebla me atrapara. Es tan difícil — el osciló otra vez, y su expresión se hizo aun mas sombría. — Es demasiado tarde —. Sus ojos se aclararon y la mano se contrajo en el mango de la daga —. Para nosotros dos Cuando con movimientos vagos, Essex levantaba el arma, Leonora tuvo la impresión de ver el brillo de piedras preciosas a través de las llamas. Vagamente imaginó que se mente atormentada estaba jugándole una broma. Fue entonces que entrevió la mano sosteniendo la espada bordada en joyas y la figura alta y atlética de Dillon surgir delante de ella atravesando la cortina de fuego. — ¡Suelte a la mujer! —ordenó, con voz atronadora. — No. Usted perdió, escocés — el duque intentó afirmar la mano trémula para descargar en Leonora le golpe mortal La espada claveteada de joyas aserto el blanco. Con un ruido gorjeante, Essex se tenso y lentamente cayó a tierra. Con un rápido movimiento, Dillon se re apoderó de la espada clavada en el pecho del enemigo y se preparo a sacar a Leonora de ese infierno. Fue entonces, que a sus espaldas, surgió un fantasma de su pasado — ¡Dillon! gritó Leonora, avisándole. El se giro inmediatamente y se encontró enfrentando la espada de James Blakely. — Fue él quien mato a tus padres — A voz de Leonora se volvió a hacer oír por encima de las llamas devoradoras. Los ojos de Dillon lanzaron un odio mortal. — En mi corazón, ya lo sospechaba. Sentí eso en cuanto lo vi. — ¡Pensé que había eliminado hasta el último de ustedes, maldita gente! — Gritó lord James, precipitándose para encima de Dillon. Dando um salto ágil a un lado, el joven escocés evito el golpe, y comenzó a moverse en círculos, rodeando al otro. Durante todo el tempo, el calor abrasador del fuego amenazaba consumirlos. Una parte de su cerebro percibía que la ruta de escape de Leonora estaba bloqueada por el ingles. La otra solo podía concentrarse en el hecho de que ese era el hombre por el que había esperado muchos años. — Finalmente, — Dillon hablaba en el tono e voz mortalmente calmo, que todos le conocían y habían aprendido a temer—, voy a poder vengar el asesinato de mis padres. Sepa algo, James Blakely. Usted y su hijo van a morir en este día y no quedara nadie para llevar su nombre, pero aunque haya aniquilado a casi todo el clan de los Campbell, nuestro nombre será llevado con orgullo por infinitas generaciones Sin aviso, en un golpe felino y certero, hundió la espada directo en el corazón de Blakely. Por um momento, el soldado inglés pareció sorprendido, entonces, llevando las manos al pecho, cayó en medio de las llamas.

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Dillon levanto a Leonora en brazos y la cargó a través del fuego en dirección a la seguridad del lado de afuera de la cabaña. — Oh, Dillon — ella murmuró, acurrucada contra el fuerte pecho, ahora eres libre del pasado. Libre de los fantasmas de los asesinatos de tus padres. — Si. — Rece tanto para que vinieses a salvarme... — ¡Ah, mi amor! ¿Cómo podría no venir? — El se estremeció al recordar lo cerca que estuvo de perderla. — Hubiera ido hasta el infierno a salvarte —Esto con certeza se parece al infierno — Ella dio um suspiro y se quedo observando lo que quedaba de la cabaña ser devorado por las llamas cayendo sobre sí misma y transformándose en una hoguera más alta que la copa de los arboles del bosque. Fue entonces que vieron la larga hilera de soldados cruzando la frontera galopando a través del prado. Al aproximarse, Leonora reconoció al líder, que cabalgaba al frente — ¡Papá! — Gritó ella. El se deslizo de la silla y recorrió la distancia que los separaba e rápido pasos ansiosos. — ¡Leonora! ¡Mi hija adorada! Cuando vi las llamas imagine… Dillon la coloco en el suelo y Leonora se tiro en los brazos de su padre, riendo y llorando al mismo tiempo. Varios minutos pasaron antes que ellos fueran capaces de hablar. Mientras padre e hija permanecían abrazados,. Dillon con un grito de júbilo reconoció altos dos jinetes que se aproximaban al lado de Camus Ferguson. — ¡Sutton! ¡Shaw! Los dos hermanos saltaron de sus monturas u corrieron a abrazar a Dillon. Con la garganta contraída de la emoción el los estrechó junto al pecho y después los aparto levemente, como para asegurarse de que realmente estaban allí. — ¿Como están? — Preguntó, observándolos atentamente. — Estamos perfecto, Dillon — respondió Sutton. — ¿De verdad? — De verdad — aseguró Shaw. — Lord Waltham es un hombre de honor. Aunque nos haya mantenido encerrados en un cuarto en su propiedad, no fuimos esposados o maltratados. Al contrario fuimos bien alimentados y agasajados. — Ah, y a comida era servida por jóvenes criadas muy... generosas, — agrego Sutton. Dillon sacudió la cabeza, incapaz de reprimir la sonrisa que le asomaba a los labios. —Veo que ciertas cosas nunca cambian, hermano mío.

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— Camus llego justo cuando lord Waltham se estaba preparando para partir con su propio ejército del rey — continuó Shaw explicando. — Los ingleses estaban listos para un baño de sangre. En ese instante, lord Waltham se aproximó a ellos, con un brazo enlazado firmemente a la cintura de su hija. Sus ojos estaban empañados de lágrimas que no se preocupaba en ocultar. Extendiendo la mano, dijo con la voz embargada: — Dillon Campbell, le presento mis más profundos agradecimientos. Mi hija me aseguro que fue muy bien tratada en sus Tierras Altas. Y ya me entere que fue usted quién salvo la vida de ella. — Estoy igualmente agradecido, lord Waltham, por haber tratado mis hermanos de la misma manera. La voz de lord Waltham demostró una emoción aun mayor: — Aunque no lo quise creer en un principio, Camus Ferguson acabó por convencerme de la villanía de Essex y los Blakely. Debi haber desconfiado ante la prisa que demostraron en partir para las Tierras Altas, sin esperar por el ejército del rey. Pero mi mente estaba demasiado perturbada para razonar, a causa de la preocupación por mi hija. Ahora que puedo ver claramente, entiendo otras cosas, también. Fueron ellos que atacaron a sus hermanos, aquel día, para obligarlos a reaccionar, provocando el enfrentamiento que interrumpió las conversaciones de paz. Con hombres cono ellos masacrando personas inocente, como Leonora me conto, la paz jamás seria alcanzada. Cuando el rey sea informado de sus crímenes, va a ordenar que sus herederos sean despojados de las tierras y los títulos. Y porque usted arriesgo su vida para salvar a mi hija querida, voy a pedirle al rey que lo recompense como merece. La mirada de Dillon estaba foja en el rostro de Leonora y su voz se embargo de emoción al responder: — No quiero recompensa alguna, milord. Me basta saber que lady Leonora está salva. Ante la demostración de sentimientos que no era normal en su hermano mayor, Sutton y Shaw se miraron intrigados. Dillon sin embargo no tenía consciencia de otra cosa que no fuera la joven muy pálida, parada al lado de su padre, pero devolviéndole la mirada con la misma expresión intensa y angustiada. — Bien lord Waltham — carraspeo, poco a gusto con la enorme carga emocional que su hija y el atractivo escocés, — vamos a salir de este escenario de muerte y destrucción. He estado aguardando por mucho tiempo la oportunidad de de regresar a mi querida Leonora al lugar que le pertenece por derecho. Estoy seguro de que debe estar igualmente ansioso por regresar a las Tierras Altas con sus hermanos, Dillon. Inmóvil, la fisionomía inexpresiva, este se quedo viendo a Leonora ser llevada hasta el caballo que la esperaba. Después de envuelta en un elegante manto decorado con pieles, la ayudaron a montar.

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Anthea y las criaturas que hasta entonces habían permanecido a distancia, escogieron ese instante para aproximarse. — Gracias, milady, — dijo la campesina — Parece que estamos otra vez en deuda con la señora. — No — replicó Leonora, en tono suave, — fue su coraje y su habilidad en el uso de las hierbas que nos salvo a todos. — La señora es muy modesta. Solo seguí sus instrucciones. Fue la señora, milady, que mostro lo que es el coraje. Sin su ayuda ninguno de nosotros hubiera sobrevivido. — No hay más deudas entre nosotras — afirmó Leonora, con toda la convicción. — Solo lazos de una eterna y profunda amistad. Cuando ella se preparaba para partir, Dillon atravesó la distancia que los separaba y le tomo la mano delicada entre las suyas, grandes y fuertes. Un átomo, una centellada de esperanza se encendió en el interior de Leonora. Al fin se decidía a impedirle partir. — Adiós, milady — murmuró él. — ¿Adiós, Dillon? — Si. Los dos sabemos que tiene que ser así. Pero debes saber también que nunca dejare de pensar en ti, Leonora Waltham. Ella se tomo un tiempo para responder. Su garganta estaba contraída por el sufrimiento. — Y yo también en ti, Dillon Campbell. ¡Oh, Dillon, mi amor!, ella pensó. Dile a mi padre lo que sientes por mí. Pídele para que me quede contigo, imploraba su corazón. Las lágrimas le llenaron los ojos, nublando su visión y aun así, Dillon permaneció inmóvil, observándola en silencio. ¡Ah como la enfurecía. Lo odiaba Lo amaba. Dios del cielo como lo amaba y sin embargo no había como decir los sentimientos guardados en su corazón. — Dios la acompañe, milady. — Y a usted, milord. A una señal de mando, los soldados de la larga columna comenzaron a moverse. Lord Waltham espoleó el caballo y fue al lado de la hija. — ¿Estás lista mi querida? — Si, padre. Con una intensa y demorada mirada a Dillon, ella se vio obligada a seguir la columna en marcha. En la cima de la colina, se volvió para una última mirada. El aun estaba de pie en el mismo lugar, y levanto la mano a modo de despedida. Con el corazón partido, Leonora saludo en repuesta. Después enderezando se, tomo rumbo a Inglaterra.

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— ¿No tiene hambre, milord? La señora MacCallum miró con desaprobación la pierna de carnero, perfectamente asada, los tiernos vegetales cocidos, el pudin de frutas al coñac. Todo estaba intacto en el plato de Dillon. Venía siendo así desde que regresó a casa con los hermanos. En vez del regocijo que todos habían anticipado, una sombra oscura parecía instalada sobre Kinloch House. — No, señora MacCallum. No tengo apetite. — Pero, milord... — Déjelo, señora MacCallum — intervino fray Anselmo, con suave firmeza. Entristecidos, ambos quedaron observando a Dillon salir de la mesa, rodeado por los galgos, a sus aposentos. Una vez allí, cerró la puerta dejando del lado e fuera el sonido de las risas y las voces animadas de Sutton y Shaw. No deseaba formar parte de la risa o de la vida. Sólo lo hacían recordar lo que había perdido. Pero el no la había perdido, se recordó a sí mismo con severidad, dirigiéndose al balcón. El la alejo. Su maldito sentido del honor le costó la única mujer que amaba. Apoyándose en la baranda, lanzo una mirada a la torre, donde se veían las figuras de Gwynnith y Rupert, alimentando las palomas. La criadita ahora pasaba la mayor parte del tiempo en la torre, con Rupert. Las heridas del joven habían sanado milagrosamente, Según la señora MacCallum, debido al amor y devoción de la joven Gwynnith. Amor y devoción. Ese tal vez fuese el milagro. Eran sentimientos preciosos y raros. Sin ellos la vida n o tenia significado. Los dos bultos se giraron de frente uno al otro, el más alto inclinando la cabeza el más bajo levantándola. Después se fundieron en un abrazo y Dillon desvió la mirada, sintiéndose un intruso. La tierra a sus pies ofrecía una visión que siempre fue capaz e calentar su sangre y el corazón. Las valientes Tierras Altas nunca habían dejado de alegrarlo. La temperatura se había hecho más caliente, más agradable, llenado los alrededores con los colores de la vida, del verano. Las lilas cubrían las campiñas, las hojas de los robles y los pinos presentaban un verde brillante, los lagos eran del más puro y cristalino azul. Aun así el volvió la espalda al paisaje, incapaz de aprovechar la belleza del escenarios. Sentándose en una silla, dejo que su mirada corriera por el aposento, deteniéndose en las tapicerías que Leonora arreglara… ¿hacia cuanto tiempo? ¿Podría ser solo una quincena? El y sus hombres habían permanecido en las Tierras Bajas ayudando a Brodie de Morayshire a reconstruir su casa. Eso atraso por unos días el regreso al vacio que sería su vida en las Tierras Altas. Pero durante todo el Anthea no ceso de hablar de lo que lady inglesa hizo ante el peligro. Había descrito a Leonora como la mujer más extraordinaria que hubiera conocido. Extraordinaria. Si. El simple pensar en Leonora fue como una puñalada de dolor en su corazón.

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Tomando la tapicería, se quedo algún tiempo examinado el rico bordado en purpura y oro. Los puntos eran delicados e iguales entre sí, las imágenes increíblemente vivas representando un hombre y una mujer a caballo. La mujer usaba un vestido rojo y encima de ella se veía el símbolo de Inglaterra. El hombre trajeado en ropas rusticas de un escocés y cargaba una espada adornada con piedras preciosas. Dillon dirigió la mirada para el arma colgada sobre la chimenea. Leonora la había representado ala perfección. La tapicería contaba la historia del rapto de Leonora. Ahí estaban los soldados en el bosque, la cabaña de Brodie en las Terras Baixas. Con hilo y aguja ella había reproducido a Flame cabalgando a pelo a través de un prado, Rupert y sus palomas, la dulce Gwynnith y la regordeta señora MacCallum, rodeada por las criadas. Cada intrincado detalle fue meticulosamente bordado. Cerrando los ojos,. Dillon la imagino sentada, intentando vencer la soledad del confinamiento a través del trabajo. Aunque usase el traje simple de una aldeana con los cabellos sueltos hasta a cintura, su belleza y altivez superaban la de cualquier reina. Si al menos Flame se contentase en pasar algún tempo en tales quehaceres… la muchacha preocupaba a Dillon. Tan imprudente y tan obstinada. Tan determinada a imitar a los hermanos. Si hubiese recibido la bendición de tener una hermana como Leonora, tal vez podría haber aprendido el arte de ser mujer. Desde su regreso, Flame parecía estar sufriendo de la misma melancolía que el. Aunque sus heridas hubieses curada, vivía enojada, petulantes, permaneciendo fuera de casa alginas veces hasta casi el amanecer. Ahora que pensaba en el asunto, Dillon recordó que hacía dos días que no veía a la muchacha, ¿pero cómo podría censurarla por no alimentarse sí el mismo se venia comportando en la misma forma. Colocando la tapicería a un lado, Dillon fue a ubicarse al pie del fuego. Apoyando la mano en la tapa de piedra de la chimenea quedo contemplando las llamas. ¿Cómo soportar los largos días y noches sin su bien amada Leonora? ¿Cuándo sería capaz de dejar a un lado el sufrimiento y retornar a su vida? Un fuerte golpe en la puerta interrumpió sus sombríos pensamientos Solo podía ser la gobernanta con una bandeja de comida. Eso ya había sido intentado antes. — No, señora MacCallum — respondió enojado — no recuperé el apetite. Déjeme en paz El golpe se repitió, y los perros, levantándose, comenzaron a gruñir. La voz ahogada de Flame se hizo oír a través de la puerta cerrada. — Cabalgue una larga distancia, Dillon. No voy a permitir que me dejes aquí afuera. — Vete, Flame. No estoy de ánimo para conversar. — Ni yo. Ahora, trata de abrir. Como los golpes recomenzaron, aun mas fuertes, el avanzo enojado a la puerta encarándola.

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— ¿N o tienes respeto por mi privacidad? — No. — la sonrisa en el rostro pecoso era tan burlona, que Dillon no aguanto y le dio las espaldas. — Eres una muchacha sin corazón — refunfuño. — Soy. Y tú eres un idiota, Dillon Campbell— ella replicó atrás de él. — Menos mal que estoy aquí para corregir tus errores Dillon quedo mirando el fuego con la mirada vacía — ¿Qué bobadas estás hablando? — Pronto lo vas a descubrir — la voz de Flame fue disminuyendo en la distancia, y ella salió del cuarto. Girándose con la intención de trabar de nuevo la puerta, para evitar nuevas intrusiones, Dillon quedo paralizado, pestañeando ante la visión frente a él. La mujer tiro para atrás la capucha bordeada de armiño, revelando la masa de brillantes rulos oscuros. Las mejillas estaban rosadas como si hubiera corrido, o cabalgado al galope una gran distancia. — Leonora... — Dillon permanecía inmóvil, alto y fuerte, mas bonito aun de lo que ella recordaba. Parecía receloso de que la visión despareciera si hacia cualquier movimiento — ¿Estas realmente aquí? — Si. — Leonora dio algunos en dirección a el y la falda de satín purpura se revoleaba alrededor de los delicados tobillos. — ¿No es un sueño? — No, mi querido. No soy un sueño. — Aproximándose, ella posó la mano en el brazo de el — Soy bien real. — Pero como… — se detuvo incapaz de hablar de forma coherente. Después intento de nuevo: — ¿Por qué volviste? — Flame me fue a buscar. Dijo que tenía miedo que lo que podría ocurrir, Dillon, Miedo de que tu corazón nunca se recuperase. — Ella tenía razón. Yo también me temía eso. Desde que volví, tu recuerdo aquí en Kinloch House me ha proseguido sin cesar. En cada costado que miro estas tú. Aun dormido, no encuentro alivio al dolor. Me siento perdido, como muerto en vida — Lo sé — murmuró Leonora, — porque me vengo sintiendo del mismo modo. Ah amor ¿’Que vamos a hacer? — ¿Qué podemos hacer? — El apretó los puños contra el cuerpo, receloso de tocarla y así perder el poco control que le restaba. — El corazón de tu padre se va a romper si renuncias a ti tierra para vivir conmigo. — Y mi corazón también, si no me quedo contigo — Las palabras dichas con simplicidad lo dejaron estupefacto — ¿Quieres decir que dejarías la casa de tu padre? ¿El lugar donde naciste?

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— ¿No es lo que las mujeres vienen haciendo desde el principio de los tiempos, mi amor? ¿Acaso no es derecho que yo adopte todo lo que tu amas y haces de tu vida, en la mía? Dillon apoyo las palmas de las manos en las mejillas, retirándolas después abruptamente — Debes saber que no voy a esperar por la aprobación de tu rey, ni por las bendiciones de tu padre, Leonora. No voy a aguatar mandarte de vuelta a Inglaterra, hasta que los arreglos debidos se hagan. Exijo que nos casemos inmediatamente Debido a la seriedad con que él hablaba, Leonora trato de reprimir la sonrisa — Yo no esperaba otra actitud de su parte, milord — ¿Pensaste bien lo que vas a hacer? — Muy biem. Y estoy decidida. Um suspiro hondo escapó de los labios de él, y una tempestad de pasión amenazo con someterlo — Ah, mi Leonora adorada había renunciado a toda esperanza de tener mi sueño realizado. Y ahora… — enmarcando el bello rostro con las manos coloco los labios sobre los de ella, en un beso ardiente y tierno al mismo tiempo. La pasión exploto, y el la atrajo hacia él, besándola con una desesperación que sorprendió a ambos Apartando por fin instante los labios, ella susurro: — Creo mejor que avisemos a fray Anselmo de que queremos casarnos inmediatamente. — No. — Y cuando Leonora comenzó a apartarse, espantada, el al empujo nuevamente venta su cuerpo, cubriéndola la boca de besos salvajes, alucinados. — mañana temprano será un perfecta ocasión para que fray Anselmo celebre nuestro casamiento. Dejándose caer de rodillas sobre el tapete de piel junto a la chimenea, la atrajo hacia si — Esta noche tengo planes mucho mejores, mi amor. Con um suspiro de satisfacción, Leonora se entrego al placer del amor compartido. Un amor que les llenaba el corazón y el alma. No iría nunca mas a cuestionar como comenzó o cuando. Todo lo que interesaba era que amaría su bárbaro escocés para siempre.

Epílogo — Un mensajero acaba de llegar con una carta de tu padre — Dillon entró apresurado en el cuarto, deteniéndose en medio del camino para admirar el bello

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espectáculo de su mujer sentada en una silla al pie del fuego amamantando a su hijo recién nacido Atravesando la corta distancia que los separaba, fue a arrodillarse al lado de ellos. DE modo casi reverente, puso la mano en la cabecita cornada de cabellos cobrizos. Leonora sonrió, la mirada llena de amor del hombre por el niño, la hacía recordar del cuadro de la Madonna con el Niño que fray Anselmo tenía en la capilla. — ¿Quieres que te la lea? — Si, mi querido marido. Desenrollando el pergamino, Dillon deslizo los ojos por el mensaje, largándose a reír. — Aquí dice — dijo sonriente — que su amoroso padre estará llegando a Kinloch House, dentro de los próximos quince días para conocer y dar la bienvenida a Modric Alec Waltham Campbell, su nieto. Vendrá trayendo los saludos, así como muchos presentes del agradecido rey Edward. Y también espera ansioso poder quedarse por una larga visita. — Que bueno que le verano llego a nuestras Tierras Altas, Dillon — comentó Leonora ó, entusiasmada. — Quiero que mi padre vea esta tierra en todo su esplendor para que aprenda a gustarle tanto como a mí., Dillon sonrió ante el término “nuestras Tierras Altas” y una vez más agradeció mentalmente por el maravilloso presente que la vida le diera. El muchacho que tan temprano fue privado de sus padres, criado por los monjes y que tanto luchara para proteger a los hermanos, nunca había soñado con tal felicidad. Todo lo que deseaba de la vida era hacer justicia. Y sin embargo recibió mucho más. Una propiedad que le pertenecía en aquella tierra altiva y libre. Un clan que confiaba en su liderazgo y a cambio le ofrecía incuestionable lealtad, familia y amigos que le retribuían el afecto. Pero por encima de todo, la mujer maravillosa que le diera el mejor presente de todos: El hijo que llevaba el nombre de su padre cuya muerte diera inicio a toda la larga y penosa búsqueda de justicia. La mujer que renunciara sin dudar a su propia y orgullosa herencia para abrazar la de él, haciéndola suya también. Que poseía su corazón, su cuerpo y su alma, llenándole la vida con un amor sin límites. Amor que perduraría por siempre y más allá de la muerte, del tiempo, en la eternidad.

Fin

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Ruth Langan - Serie Highlanders 05 - El Highlander

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