Sandra Hill - Serie Vikingos I 07 Historia De Dos Vikingos

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HISTORIA DE DOS VIKINGOS SANDRA HILL

Historia de dos vikingos

Sandra Hill

TENTADORES COMO EL PECADO —¿Cómo podéis estar tan caliente cuando el aire está tan frío? —se le escapó a ella. —Tal vez esté caliente para vos. —¡Qué cosas tan desvergonzadas decís! —jadeó ella. —Es la naturaleza humana. Seguro que incluso vuestros Adán y Eva sintieron lo mismo. Ella necesitaba cambiar de tema antes de hacer algo escandaloso, como lamer el hoyuelo de su barbilla. —Os pregunté por qué me ayudaríais. Creo que estáis evitando el tema. —Tal vez sólo sea un tipo caballeroso. Ella emitió un bufido de incredulidad. —O tal vez tengo otros motivos para ofrecerme —dijo él con voz ronca—. Tal vez quiero algo de vos. El brillo de sus ojos azules la advertía del peligro… ella lo sabía. Pero aún así permaneció quieta, como la oveja frente al lobo. —No tengo nada que dar —dijo ella, igual de ronca. —Oh sí, sí que tenéis, milady —Su voz era suave como un susurro y tentador como el pecado. Él se inclinó y sus labios frotaron ligeramente los de ella. Ella escuchó un leve gemido, y no estuvo segura de si había salido de ella o de él. Quería más. Que Dios la ayudase, deseaba más. Sintiendo su aceptación, el granuja la besó de nuevo, pero esta vez la besó de verdad. Cuando finalmente se apartó de ella, él sonrió. —Nunca había besado a una monja antes. —Y yo nunca había besado a un vikingo antes. —La primera vez para ambos, entonces —Él le hizo un gesto con sus cejas como haciéndola ver que habría mucho más por venir…

Tenía buen ojo para las señoras, adoraba una buena pelea. Se troncha de risa con los chistes verdes. No pregunta por las direcciones por muy perdido que esté… ¡incluso en un gran barco, por el amor de Odín! ¿Te recuerda a alguien a quien conozcas? ¿Quizá a todos los hombres que conoces? Toste y Vagn Ivarsson son todo eso y más, mucho más. Gemelos vikingos idénticos, entraron berreando a este mundo juntos, montaron sus primeros caballos a los siete años de edad, sus primeras mujeres a los trece veranos, y salieron en barco como guerreros a los catorce. Y ahora, habiendo visto tan sólo treinta y un inviernos, iban a encarar el Valhalla juntos. O tal vez algo aún más trágico: ser separados. Incluso el más viril de los vikingos debe dejar atrás a su mejor compañero para batallar con el más temible de los oponentes… el amor de su vida.

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Este libro está dedicado con mucho amor y aprecio a mi buena amiga, Trish Jensen. No solamente es una gran escritora que me ayuda a hacer mis libros mejores, sino que también me lo enseña todo sobre amistad, solidaridad y lealtad. Y lo que ella no sepa sobre humor romántico podría llenar la cabeza de un alfiler. Una persona sabia dijo una vez que recordamos mejor a los amigos con los cuales hemos reído y llorado. ¡Cuánta verdad! Gracias, Trish. Y a Ross Bennet, mi caballero en brillante ordenador. No puedo decir cuantas veces ha salvado Ross la vida literaria de esta inútil electrónica. Gracias, Ross.

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Sandra Hill Amigo, estoy con el Amo de las Lanzas; Confiando estoy, y guardo mi fe. Pero ahora el Padre de Todo, Dios de la Batalla, Ha apartado su rostro de mí… Saga de Egil de Sonatorrek

Prólogo Doble problema, el estilo vikingo… Toste y Vagn Ivarsson lo hacían todo juntos. Llegaron berreando a este mundo desde la misma barriga juntos, con apenas unos minutos de diferencia. Mamaron de los pechos de la misma nodriza cuando su madre murió en el parto. Fueron destetados y comenzaron su entrenamiento al mismo tiempo. Inventaron su propio lenguaje, palabras y gestos físicos que solamente ellos podían comprender. Montaron sus primeros caballos a la edad de siete años, montaron sus primeras mujeres el día de Frigg de su décimotercer verano, y montaron en barco para su primera incursión vikinga como novatos guerreros de catorce años. Fueron inseparables hasta cumplir los nueve años, en que a su padre, Jarl Ivar Thorsson, quien consideraba a los gemelos como un hecho no natural, se le ocurrió la idea de que madurarían mejor estando separados. Los envió, pataleando y gritando, a partes opuestas de las tierras noruegas para ser acogidos en otras casas. Aquello duró un total de tres meses intolerables antes de que ambos fuesen devueltos a casa por exasperados jefes escandinavos. A causa de su apariencia idéntica, a excepción de la marca de nacimiento del interior del muslo de Toste, cambiaban constantemente de puestos, para disgusto de sus camaradas y satisfacción de las doncellas. Su padre acabó echándoles el mismo día fuera de su dominio de Vestfold, por culpa de un incidente sin importancia… sin importancia para ellos, por supuesto. Vagn, en el colmo de su cabeza hueca, se había referido a su hermano mayor Arne como «el bebé de madre, tal vez el de padre»1, y Toste había intervenido con un comentario en el que decía que Arne se parecía mucho a un comerciante llamado Leif Lousebeard que había venido a la zona en una ocasión. Ellos nunca se casarían, decían, porque nunca podrían estar separados el uno del otro. Bolthor el Skald2 una vez les describió de la siguiente manera: Agraciados de rostros y cuerpos, fieros entre las pieles de los lechos, aún más fieros en la batalla; veloces de ingenio; leales hasta el extremo. En esencia, Toste y Vagh eran como uno solo. 1 2

En inglés, «Mother’s baby, Father’s maybe», lo que le da una rima de la que carece en castellano. (N.de la T.) Skald: Poeta vikingo (N.de la T.)

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Pero, por desgracia o por suerte, Toste y Vagn, habiendo visto tan sólo treinta y un inviernos, iban a morir juntos.

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Capítulo 1 Tierra de los Sajones, 964 A.de C. Toste Ivarsson resbaló en la suave tierra y casi se cae de culo, para diversión de los muchos guerreros que le rodeaban durante su caminata a través del infierno sajón. —¡Recuérdame otra vez por qué estamos haciendo esta caminata vestidos con unas camisolas picajosas cubiertos con túnicas de cuero, todo ello cubierto a su vez con pieles mojadas, acarreando pesados escudos, espadas y hachas de batalla, con una tormenta del demonio, haciendo un montón de ruido en el medio de las tierras del enemigo, como si fuésemos malditos pichones! Ping, ping, ping… las heladas bolas de las mazas continuaban golpeando las armaduras metálicas y las armas de los soldados creando un fastidioso estrépito —tan fastidioso, esperaba Toste, como sus quejas interminables dirigidas a su igualmente fastidioso hermano, Vagn. —¡Y el olor! Doscientos hombres que no se han bañado en dos semanas, ¡phew!. Se dice que las mujeres de todas las naciones favorecen a los hombres vikingos porque somos tan atractivos…, pero sobre todo porque nos bañamos más a menudo que la mayoría de los hombres. Bueno, cambiarán rápidamente de opinión si huelen un poco de esta arómatica pandilla. Estoy pensando en colocar una pinza en el protector nasal de mi casco para evitar que entre el olor. Para su frustración, Vagn contestó con un silbido. ¡Por el amor de Thor! ¡Silbando en el medio de este… este… era un esfuerzo perdido! Ningún saqueo de iglesia valdría este tiempo y esta inconveniencia. Tengo los dedos de los pies como carámbanos. Por los dioses, me encantaría estar sentado frente a un buen fuego, bien abrigado, acariciando un cuerno de suave ale.1 —Estoy aburrido —contestó Vagn alegremente, a pesar de que también estaba cargado con los pertrechos de batalla, y guiaba un viejo caballo de guerra llamado Clod que había ganado la noche antes en el juego de bnefatafl. El córcel, nervioso por la nieve que caía, era uno de los pocos caballos que estaban en el campo hoy. La mayoría de los soldados preferían recorrer a pie la poca distancia que había hasta el monasterio… el cual se estaba convirtiendo en un trayecto no tan corto, después de todo. Era una época extrañamente pacífica en Inglaterra. El rey Edgar, de solamente treinta y un años, y ocupado fornicando con cada hembra que se cruzaba en su camino, se encontraba bajo la firme influencia de Dunstan, arzobispo de Canterbury, el cual lo había traído de vuelta del exilio. Cuando Edgar pecaba, Dunstan construía más monasterios para la penitencia del rey. Un buen trato, en opinión de Toste. Toste reaccionó ante el comentario de Vagn. —¡Aburrido! ¿Por qué no vamos a pelearnos con un oso, como la última vez que estuviste aburrido? ¿Por qué no vamos a excavar buscando ámbar o ir a cazar ballenas en el Báltico? ¿Por qué no vamos a comprar caballos a la tierra de los sarracenos? ¿Por 1

Ale: Típica cerveza inglesa. (N.de la T.)

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qué no nos bebemos una tonelada de hidromiel1 y dormimos la resaca todo el invierno? ¿Por qué no podemos pasarnos una semana o más en la cama de una prostituta con talento? —¿Juntos? —preguntó Vagn. ¡Cómo le gusta siempre referirse a la última y menos irrelevante de mis sugerencias! Toste resopló disgustado. —Hemos intentado hacerlo juntos más de una vez, como bien recordarás, pero eramos unos jovenzuelos con medio cerebro en aquel entonces. Ahora, prefiero tener mis propias experiencias solo, muchas gracias —Se arrepintió de esas palabras al minuto de haber salido de su boca. —Quizá te estás haciendo viejo —comentó Vagn, como si él no tuviese también la avanzada edad de treinta y un años—. Casi tienes la barba gris. A propósito, ayer he visto un pelo creciendo en tu oreja, cuando estabas echando tus tripas por la borda del barco durante la travesía. Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, nuestro barco seguía el camino de las olas rugientes. Nunca había visto a un hombre vomitar tanto. —En medio de un temporal en el mar, ¿tú notaste un único pelo en mi oreja? — Toste arqueó sus pobladas cejas con incredulidad. Al mismo tiempo, se pasó el antebrazo por la frente para sacarse la nieve derretida. —Sí, lo hice… y, ahora que lo pienso, también hay uno en tu nariz. A las mujeres no les gustan esos pelos fuera de lugar, ya lo sabes. ¿Me permites que te los arranque? Toste hizo una observación grosera acerca de “arrancar” y golpeó a Vagh en el brazo con el codo. Su hermano sólo sonrió y bailoteó apartándose. La nevada estaba parando y era reemplazada por aguanieve, la cual creó una ciénaga de barro bajo sus pies. ¡Qué día tan miserable! Si no encontraban pronto el monasterio, iba a volverse sobre sus talones y regresar directo al barco, ¡maldito fuese el bendito botín! Así que, ignorando el buen humor de Vagn, volvió a sus quejas de antes. —Esto es todo culpa tuya. Fuiste tú quien me convenció de que debíamos unirnos a los Jomsvikingos, y mira a donde nos ha llevado —Estaban rodeados por todas partes de guerreros vikingos intentando conseguir un botín o una batalla, o lo que sea que les esperase más adelante, lejos de los cuatro barcos anclados en la costa—. Nunca había encontrado un grupo tan sediento de sangre como esta banda mercenaria, incluido nuestro jefe. Te lo juro, Sigvaldi golpearía a su madre con un hacha si ésta estornudase en la dirección incorrecta. Y, por otro lado, no me informaste de que no se permitían mujeres en la fortaleza de los Jomsvikingos en Trellenborg. Hace un año que nos unimos a esta tropa de nobles guerreros. La nobleza es una cosa, el celibato es otra. No es lo que me había imaginado, ya te lo digo. No era la primera vez que Toste le decía esta queja en particular a su hermano. —Creo que has perdido el espíritu aventurero, hermano. Unirse a una incursión vikinga es una forma de vida para nosotros, los hombres de Noruega. Esto es lo que los hombres hacen cuando se recogen las cosechas y el invierno aún no ha congelado nuestros barcos —Vagn encogió los hombros como si no hubiese nada más que decir al respecto. Los hombres de Noruega son hombres de Noruega, era la sencilla filosofía de Vagn. Toste pensó que Vagn había dejado de decir tonterías, pero entonces añadió otro

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Especie de vino hecho a base de miel fermentada y agua. (N. de la T.)

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toque de su sabiduría—. Un poco de celibato perfecciona el apetito de un hombre. Le hace ser más disciplinado. —¡Ja! Más bien un exceso de celibato perfecciona la lujuria de un hombre y le convierte en una bestia cuando finalmente aterriza entre suaves muslos. La vida de monje no es para mí. —Tampoco para mí —admitió Vagn—. ¿Nos vamos a casa? —Al no llevar yelmo, una docena de piedras de granizo yacían en el pelo rubio oscuro de Vagn. Chorros de agua caían por su rostro como ríos embarrados. Estaba absolutamente ridículo, y totalmente entrañable, al mismo tiempo. Toste amaba a su hermano más que a sí mismo. Aguantando el nudo que la emoción producía en su garganta, preguntó: —¿Casa? ¿Cuál casa? Oh, no, ¿no estarás sugiriendo que nos metamos el rabo entre las piernas y volvamos a las propiedades de nuestro padre en Noruega? Él nos echó… a sus propios hijos. —Nos recibirá otra vez —dijo Vagn suavemente. —Tal vez, si aceptamos sus interminables condiciones: Dejar de ser tan frívolos. Luchar en su ejército, el cual siempre está en guerra con este u otro rey escandinavo menor, o con algún caballero sajón. Hincarnos de rodillas ante nuestros dos hermanos mayores, los cuales son los herederos de la propiedad… lo que no quiere decir que esté interesado en hacerme cargo de ella. Casarse con alguna jovencita noble del agrado de padre. Hacer arrepentimiento público por las fechorías pasadas. ¿Tengo que recordarte el incidente de Helga la Fea? ¿O Ingrid la Barbilla Peluda? —Se impondrá la humillación, por supuesto. Y besar muchos traseros —comentó Vagn con una mueca de dolor. A ninguno de ellos se le daba bien humillarse—. Pero ahora somos más viejos, Toste. Ser caballeros sin hogar ya no es atractivo. Quizás asentarnos con una esposa y familia no sea la peor cosa del mundo. Nuestro amigo Rurik parece ser lo suficientemente feliz en ese rol. Y, por supuesto, ya no hay mucha atracción en asaltar curas codiciosos de sus cruces de oro y cálices incrustados con rubíes. Tenemos riquezas suficientes, los dos. Las palabras de su hermano asombraron a Toste, principalmente porque reflejaban sus propios pensamientos. Pero ese había sido el patrón durante toda su vida. Siempre pensaban lo mismo, teniendo los mismos gustos y desagrados, incluyendo sentir el dolor o la alegría del otro en cada ocasión. Toste cambió el hacha de batalla a su mano derecha y utilizó su mano libre para agarrar el hombro de su hermano y apretarlo con fuerza. Con una voz estrangulada por una profundo emoción, dijo: —Esta será nuestra última batalla, entonces. Volveremos a casa para hacer las paces con nuestro padre y establecer nuestras propias familias y tierras. —¿Pueden nuestras tierras estar pegadas la una a la otra? —preguntó Vagn. —No podría ser de otra manera. Se sonrieron cálidamente el uno al otro, contentos de haber tomado la decisión tanto tiempo postergada. —Esto me recuerda una saga sobre la que estaba escribiendo —dijo Bolthor el Skald, también conocido como Bolthor el peor Skald del mundo, al aparecer detrás de ellos. Bolthor era un hombre gigante, todavía musculoso gracias a las batallas, tras cuarenta o más años, pero había perdido un ojo en la batalla de Brunanburh unos veinte años atrás. Era un inconveniente para un soldado. Aún así, había insistido en ir

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con ellos para unirse a los Jomsvikingos. O más bien, sus ex jefes, Tykir de las tierras noruegas y Rurik de las tierras de los escoceses, le habían empujado a unirse a ellos, habiendo soportado suficientes sagas que relataban las intimidades y detalles de sus vidas. De cualquier modo, estaban hartos del corpulento y bien intencionado poeta—. La saga podría llamarse «Los Vikingos Perdidos». —Uh, tal vez más tarde —dijo Toste rápidamente, percatándose de la expresión ensoñadora que pasaba por el rostro de Bolthor, la cual normalmente presagiaba que empezaría un horroroso poema. —No estamos perdidos, Bolthor —señaló Vagn. ¡Que idiota! No sabía que era de tontos animar al skald de alguna manera. Vagn agitó la mano para señalar el gran número de guerreros Jomsviking que viajaban con ellos. —De veras, no podemos estar todos perdidos. —No me refería a que el grupo entero de soldados estuviese perdido. Sólo vosotros dos. —Oh —dijo Vagn, todavía claramente confuso. Pero entonces Toste cometió un error tan estúpido como el de su hermano. Le señaló a Bolthor: —Creía que tú siempre empezabas todas tus sagas con la palabra «bueno» en la introducción. Como «Esta es la saga de Tykir el Bueno». O, «Esta es la saga de Rurik el Grande». —Hmmm. Tienes razón, Toste —contestó Bolthor, mordiéndose el labio inferior con preocupación. Bien, así tendrían tiempo de escapar de él mientras cavilaba en el dilema. Toste y Vagn empezaron a caminar más rápido, pero Bolthor gritó a sus espaldas: —¡Esperad! Tengo la solución —Con un gemido, Toste y Vagn se vieron obligados por educación a parar y escuchar—. «Esta es la saga de Toste y Vagn, los mejores guerreros Vikingos gemelos de toda Noruega.» —Eso limita nuestra zona de grandeza, ¿no es así? —susurró Vagn a la oreja de Toste—. ¿Cuántos guerreros vikingos gemelos crees que hay? —Ruego a Bragi, dios de la elocuencia, que me bendiga en este día —continuó Bolthor, con su único ojo alzado al cielo. Entonces le dijo a Toste y Vagn—. Creo que un buen título sería «Los Gemelos Vikingos que Perdieron su Camino». —¿Huh? —dijeron Toste y Vagn al mismo tiempo. Hubo una vez dos gemelos de Noruega quienes pensaban que eran lo mejor en todo. Corriendo, compitiendo, luchando, en la esgrima… Flirteando, robando, flirteando, robando… Riendo todo el tiempo, intercambiando de lugar, Hasta que ya no se supiese quien era quien y dudo que hubiese algo más importante en sus vidas. Pero, con el tiempo, la edad se les echó encima… Un cambio en el camino afrontan los hombres de edad mediana. Ellos comenzaron a cuestionarse el significado de la vida, cual camino del destino debían seguir, si tener hijos a su imagen,

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donde habían nacido. Un cruce de caminos en sus vidas, por supuesto… La pregunta es: ¿Elegirán el camino seguro, o saltarían de cabeza a la cárcel del matrimonio?, y una última cuestión, ¿cómo llegarían allá? Toste y Vagn se miraron el uno al otro, sin poder hablar. ¿Cómo había llegado Bolthor a esa conclusión? ¿Cómo había podido acercarse tanto a la verdad? Y lo más importante, ¿dónde habría algún otro vikingo necesitado de su propio skald personal? —Muy bien, Bolthor —dijo Vagn, deseando no insultarle. —Sí, muy bien —confirmó Toste. Ahora ve a fastidiar a algún otro con tus sagas. —Ahora ve a fastidiar a algún otro con tus sagas —dijo Vagn, no tan sensible como Toste. Al parecer no tenía ningún problema en herir los sentimientos de Bolthor. Pero no había que preocuparse a ese respecto, porque el insulto pasó inadvertido para Bolthor, el cual resplandeció y dijo: —Sí, pienso que Sigvaldi necesita un buen desenlace… Quiero decir, saga. Hey, se le podría dar un nuevo nombre a esta clase de poema… una saga-desenlace — Bolthor salió corriendo para darle la buena noticia a su jefe. Toste y Vagn se sonrieron el uno al otro, pero no por mucho tiempo. Al frente, alguien gritaba una advertencia: —¡Emboscada! ¡Emboscada! ¡Estamos rodeados de sajones! Al instante, la horda de doscientos guerreros vikingos buscaron refugio, lo cual no abundaba en el estrecho valle que estaban atravesando. Mientras, cientos y cientos de soldados sajones emergieron de las pequeñas colinas que les rodeaban. A pesar de su sorpresa y de ser ampliamente superados en número, los camaradas vikingos enseguida prepararon sus armas para la batalla. Normalmente, los escandinavos preferían la Svinfylkja, más conocida como “la cuña de cerdo”, una formación triangular de asalto con la punta afrontando al enemigo, o una “pared escudo”, con un grupo macizo de guerreros rodeando al jefe. Ahora no había tiempo para esas tácticas; los sajones los cercaban por tres lados, incluida la salida del valle. Los arqueros lanzaron una lluvia de flechas, al mismo tiempo que la infantería sajona avanzaba hacia ellos. A su alrededor, Toste oía los gritos de guerra que emitían sus enfurecidos camaradas. A veces sólo eran aullidos salvajes o rugidos de furia. Otras veces, exclamaciones específicas como “¡Hasta la muerte!”, “¡Suerte en la batalla!”, “¡Ensartadles con vuestras lanzas!”. Toste no amaba la lucha como otros hombres, pero ciertamente prefería antes ser el cuervo que el despojo del que se alimentaba, y no tenía ninguna intención de romper la dieta del cuervo en ese día. Alzó su espada de doble filo en un arco cuando un fornido soldado sajón se le acercó, con la lanza alzada amenazante. Toste apuntó a la “línea gruesa”, esa sección del cuerpo que va desde el cuello hasta las ingles donde se localizaban los órganos más vitales. Atravesó al hombre desde el hombro hasta la cintura antes de que la lanza siquiera dejase su mano. Con los ojos abiertos de horror, el hombre, todavía escupiendo sangre, cayó a los pies de Toste. —¡Buena puntería, hermano! —le gritó Vagn, mientras Toste combatía, espada contra espada, con otro adversario.

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A continuación, Toste se agachó y clavó su espada corta en una enorme barriga sajona. Con un gruñido de rendición, el sajón cayó, sus ojos en blanco y murió. La batalla continuó recrudeciéndose durante la siguiente media hora, y no había tiempo para mirar alrededor. Teniendo la ventaja de la sorpresa, los sajones barrieron las defensas de los escandinavos como si fuesen espigas de trigo. Oh, los soldados vikingos mostraron una gran destreza y resistencia… eran señores de la lucha con espada… pero no podían resistirse a unas fuerzas tan superiores en número. No importaba cuantos enemigos matase Toste, no importaba cuan diestro era con las armas, siempre surgía un sajón tras haber matado a otro. Era desesperanzador, reconoció Toste. El sonido de las espadas, los gritos de los heridos mientras morían, los relinchos de los aterrorizados caballos, los aullidos inhumanos de los berserkers1… todo ello se combinaba para marear de terror a Toste. La batalla no había terminado, pero aún así, la carnicería era horrible en ambas partes. Con su visión perimétrica, en el medio del fragor vio a Bolthor, desarmado, bajar la cabeza y cargar contra un sajón amenazante que apuntaba con una ballesta en su dirección. Arrojando al tirador de espaldas igual que haría una cabra, Bolthor le agarró para estrangularle con sus manos desnudas. Tras ello, Toste vio como Bolthor alzaba una espada sajona de doble filo y decapitaba al hombre con tanta facilidad como a un salchichón. Sin perder un instante, Bolthor cogió el rostro de un joven sajón entre sus inmensas manos y aplastó su cráneo como si fuese una nuez. Después de eso, el hedor era insoportable. Sacudiendo su cabeza para aclarar la estupefacción que le había asaltado momentáneamente, Toste sintió una súbita alteración. Un curioso picor le asaltaba en la nuca. Vagn. ¿Dónde está Vagn? Escudriñando el campo, localizó a Vagn a una considerable distancia de él. En algún momento de la refriega se habían separado. Como si fuese a cámara lenta, Toste vio, incapaz de poder evitarlo, como una larga espada sajona penetraba el peto metálico, atravesaba su pecho hasta salir por su espalda, directamente a través de su corazón. Había sangre por todas partes… en su cara, su cuerpo… a sus pies había un charco de sangre. Los ojos de Toste conectaron con los de Vagn de esa manera tan especial con la que uno sentía la presencia del otro. Vagn le gritó mentalmente, ¡TOOOSSSTTTE! Unos pocos gestos rápidos en el lenguaje silencioso que habían creado decían: —Adiós, hermano. Te he amado mucho. A continuación, Vagn cayó sobre sus rodillas, con ambas manos sosteniendo la espada que su atacante —un hombre fornido con brillante pelo rojo y una cicatriz blanca que le iba desde la coronilla hasta el mentón— estaba intentando sacar ayudándose de un embotado pie apoyado en el hombro de Vagn. En cuanto el sajón sacó la espada del pecho de Vagn, permaneció de pie ante él, sonriendo ampliamente. Con una irrelevancia histérica, Toste se fijó en la brillante águila plateada del escudo del villano. Vagn aún estaba vivo, pero apenas. Su atacante se reía y dejó a Vagn para que muriese, obviamente deseándole una muerte lenta. Una niebla negra cayó sobre Toste, y se convirtió en berserk por primera vez en su vida. Apretando los dientes con furia salvaje, aulló con rabia, y comenzó a luchar, Guerreros vikingos de increíble fuerza consagrados a Odín. Se cree que cuando entraban en batalla se apoderaba de ellos una furia letal, que les convertía en bestias sedientas de sangre.

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abriéndose camino hacia su hermano. Pero, desgraciadamente, a pesar de que peleaba con valor, matando con su hacha a los hombres a su derecha e izquierda, no tenía ninguna protección en su retaguardia. Supo que estaba en problemas por la expresión de alarma en el rostro de Vagn. Cuando Toste sintió el violento impacto de un arma contra su cráneo, cayó de rodillas, igual que lo había hecho su hermano. Pero, no, Vagn estaba caído sobre su espalda ahora, con los ojos cerrados. ¡Muerto! Su hermano estaba muerto. ¿Cómo podría ser capaz de soportar la pérdida? Toste se desesperaba mientras la inconsciencia caía sobre él. Entonces se rió interiormente cuando otro pensamiento le sobrevino. No tendría que llorar la muerte de su hermano porque probablemente él también se estuviese muriendo. A decir verdad, la perspectiva de una vida sin Vagn no poseía ningún atractivo. Ah, bueno, él nunca había deseado una muerte tranquila. Ningún vikingo deseaba morir mientras dormía. De todas formas, le habría gustado discutir las circunstancias con su hermano antes de entrar en la otra vida. ¿Nos encontraremos hoy en el Valhalla?¿O tal vez en el cielo cristiano? se preguntaba. Eso espero. Se dice que los Einberiar, los bravos guerreros muertos en batalla, ven las brillantes espadas de las Valkirias justo antes de morir. Las doncellas con armadura cabalgan en blancos córceles y escoltan a los héroes muertos al Valhalla, el gran salón de Odín en Asgard. No puedo esperar. Murió con una sonrisa en su rostro, imaginándose a las preciosas Valkirias vírgenes que pronto le llevarían con ellas. Me imagino el placer de Vagn cuando nos encontremos en el Valhalla con todas esas mujeres sin experiencia. Sí, la muerte puede no estar tan mal. A veces las chicas (incluso las monjas) sólo quieren divertirse… —Bendígame, padre, pues he pecado —confesaba una joven mujer arrodillada en un banco de dura madera. Temblaba, y hablaba exhalando nubecillas de vapor; casi siempre había humedad y frío en la capilla de piedra de la abadía de St. Anne, pero en la mitad de noviembre en Northumbria1 el frío era suficiente para transformar la sangre de uno en hielo. Un gruñido emergió desde el otro lado de la cortina confesional. —¿Otra vez? —preguntó el padre Alaric con un profundo suspiro—. Has hecho tu penitencia justo esta mañana con todas las otras novicias. ¿Qué pecado podrías haber cometido en tan poco tiempo… en un convento, además? —He blasfemado cuando pisé los excrementos de la cabra de la hermana George en la sacristía. —¿La sacristía? —chilló el padre Alaric, calmándose luego para continuar con su tarea—. Volvamos a tu confesión, niña. ¿Qué palabrota usaste? —Por los clavos de Cristo —contestó ella. —Por los clavos de Cristo —murmuró el padre Alaric quedamente, sin saber si repetía las palabras de ella o si él también blasfemaba—. ¡Tsk, tsk, tsk! Utilizar el nombre del Señor en vano es inaceptable para una novicia con una verdadera vocación. 1

Región al nordeste de Inglaterra, en la frontera con Escocia.

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—Es muy difícil portarse bien todo el tiempo —se quejó Esme—. No debéis blasfemar (Es duro no blasfemar cuando se vive en medio de una bandada de cincuenta monjas y novicias sin ingenio que producen cerveza para subsistir) No debéis ser codiciosas. (La persona que se le ocurrió esta nunca se había visto con la escasa riqueza de un convento) No debéis ser perezosas (En pie antes del amanecer, a cama en cuanto anochece y ni un momento para perder el tiempo que yo sepa) No debéis abrigar pensamientos o deseos impuros (¡No sabría que es un pensamiento impuro aunque me patease en la cara! No he visto un hombre que valga la pena desde hace diez largos años) No debéis ser ruidosas (Bueno, vale, quizás he silbado en alguna ocasión, o desafinado cantando, o emitido una o dos opiniones no solicitadas) No debéis ser orgullosas (Sí, siento un gran orgullo en mi hábito-saco) ¡Ja! Hay tantos “no debéis”, es muy pesado acordarse de todos ellos —concluyó ella al anciano cura, el cual continuaba emitiendo ruidos de “tsk”. —Lady Esme, estoy cada vez más y más inclinado a creer que no estáis destinada a convertiros en monja. —Ya no soy Lady Esme nunca más… sólo hermana Esme. —No hasta que hayáis tomado los votos finales, y semeja cada vez más que sería mejor que eso no ocurriese —dijo el cura severamente, a continuación suavizó su voz y añadió—. Sed razonable, Lady Esme. Habéis estado aquí durante once inviernos… desde vuestro décimotercer cumpleaños… y todavía no os habéis convertido en una novia de Cristo. Volved a casa. Sed una hija obediente. Casaos. Tened hijos. —¡Nunca! —Tsk, tsk, tsk. Vuestro orgullo siempre será un obstáculo en vuestro camino a la santidad. —No, el único obstáculo en mi camino es mi padre. Él me quiere muerta, o enterrada en un convento. —¡Lady Esme! Honrad a vuestro padre y a vuestra madre, es el primer mandamiento de nuestro Bendito Señor. —Él no conocía a mi padre cuando hizo esa regla. Satán con armadura, eso es lo que es mi padre. Ella no podía ver con claridad a través de la cortina, pero Esme podría apostar su rosario a que el cura estaba rezando y alzando los ojos al cielo. —¡Suficiente! —dijo finalmente el padre Alaric—. Id y no pequéis más, mi niña. Como penitencia… Esme se podía figurar lo que sería: rezar otro rosario arrodillado en el suelo de piedra de la segunda capilla. Pero no, esta vez el padre Alaric tenía algo distinto en mente para ella. —Iréis con la madre Wilfreda y unas pocas buenas hermanas cerca de Stone Valley. ¿Stone Valley? ¿Por qué me enviaría allí? ¿No había oído algo acerca de una batalla librada allí esta mañana? —Una misión de misericordia. Si es el deseo de Dios, acudirás en auxilio… un acto de suprema compasión. —¿Auxilio? ¿Quién necesita ser auxiliado? —Ella pensó que él mencionaría algún monje herido o un soldado sajón necesitado de cuidados. La madre Wilfreda era una notoria sanadora, y los vagabundos heridos frecuentemente viajaban a la abadía en busca de sus cuidados. Pero, no, el padre Alaric tenía algo totalmente distinto, e inesperado, en mente.

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—Un vikingo. Pájaros con el más asombroso plumaje… Toste yacía en el frío suelo del campo de batalla sajón esperando a que las Valkirias viniesen para llevarle al Valhalla. Esperaba que fuese pronto, porque sentía su cabeza como si un tambor estuviese golpeando dentro de su cerebro, a punto de explotar. Con un gran esfuerzo, alzó sus pesados párpados y miró hacia arriba. Lo que vio le aterrorizó, y no era un hombre que se asustase fácilmente. Dijo algo bastante embarazoso para un vikingo: —¡Eek! Cinco cuervos negros le rodeaban formando un círculo, unos cuervos negros muy largos. De hecho, tenían la altura de los humanos y cloqueaban en el idioma sajón. Debían ser cuervos de la muerte. En el pasado, había visto buitres que sobrevolaban los campos de batalla esperando un festín de despojos humanos, pero nunca los había visto tan de cerca; ni se había imaginado que fuesen tan grandes. —Es terriblemente grande —dijo uno de los cuervos—. ¿Cómo podremos llevarle? ¡¿Qué había de malo en ser grande?! —Tal vez podamos arrastrarle hasta nuestro carro. ¿Los pájaros tienen carros? —¿Estás chiflada? Este hombre está medio muerto. Nunca sobreviviría a que le arrastren. Bien pensado. Nada de arrastrar. —Cada una de nosotras podría coger una extremidad y levantarle. Sí, esa es la manera. ¿Coger una extremidad? ¡Oh, infiernos! Van a desmembrarme y roer mis huesos. —Eso sin duda le mataría. Ciertamente. —Probablemente morirá de todas formas. Un poco de optimismo no te mataría, sabes. —Tiene un pelo bonito. Ni plateado. Ni dorado. ¿Qué importa el color de mi pelo? Muerto es muerto. —¡Tsk, tsk, tsk! ¡A quién le importa de que color sea su pelo! Observa los músculos en sus hombros y brazos. Probablemente podría empujar un arado para nosotras… si sobrevive. ¿Qué? ¿Qué tienen que ver los cuervos de la muerte con arados? —Es un pagano —lloriqueó otro de los cuervos—. ¿Por qué tendríamos que salvar a un vikingo pagano? Bueno, en realidad, he sido bautizado. Podéis llamarme un cristiano pagano. Otro cuervo, obviamente el cuervo jefe, golpeó al cuervo gimoteante en la cabeza. —¡Qué vergüenza! Dios muestra Su misericordia a todos los hombres. ¿Dios? Uh, oh. Quizás no va a haber Valhalla después de todo. Ese pensamiento se vio reforzado cuando los cuervos le alzaron del suelo sin ceremonias cogiéndole de sus brazos y piernas. El dolor se disparó desde su cráneo

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palpitante a través de su cuerpo herido —algún bastardo sajón ha debido atravesarme un costado con una lanza, aún después de haber caído por el golpe en la cabeza— hasta los congelados dedos de sus pies, y él se rindió a una bendita inconsciencia. Con suerte, no despertaría cuando los cuervos empezasen el festín con su carne. ¿Es bien-colgado lo mismo que bien-ahorcado?… —¡Bueno! —exclamó Esme al observar al vikingo caído, reclinado ahora en un duro camastro de una celda de la abadía. Un buen fuego a sus espaldas proveía un bienvenido calor en ese día frío—. ¡Bueno, bueno, bueno! —¡Bueno, desde luego! —coincidió una sonrojada hermana Margaret, quien se balanceaba suavemente sobre sus pies, achispada tras probar su último lote de hidromiel, después de la vuelta de su viaje al campo de batalla. Margaret era la hija de un famoso fabricante de cerveza sajón, y ella había traído consigo su receta al convento. A decir verdad, si no fuese por los beneficios generados con la empresa de hidromiel —acertadamente etiquetado como La hidromiel de Margaret1— la abadía se habría visto obligada a cerrar hacía mucho tiempo. La buena mano de Esme con el huerto también les había ayudado a subsistir. Pero eso no importaba aquí ni allí. En ese momento era más importante el rubio escandinavo que yacía inconsciente ante ellas… desnudo como un recién nacido. No, esa no era una descripción adecuada. Este hombre no era una criatura. Si lo fuese, no le estarían comiendo con los ojos de esa manera. No tenía ninguna otra herida aparente excepto un cráneo roto, pero debían comprobarlo para asegurarse. La madre Wilfreda le había aplicado sus abluciones curativas y se había ido momentáneamente en busca de su cofre de hierbas. —¡Bueno! —añadió la hermana Mary Rose, una experimentada monja quien se enorgullecía de ser recta como una espada. Solía vender relicarios en los escalones de la iglesia del propio monasterio del Papa en Roma y todavía trataba a veces con los clavos de Jesús o las pestañas de la Virgen María cuando el convento se mantenía a flote en situaciones desesperadas… lo cual era a menudo. —He visto a muchos hombres en mi época, y puedo atreverme a decir que éste es con seguridad el más hermoso de todos ellos. Y bien dotado, además. Esme no tenía otra forma de compararle más que con sus cinco hermanos, los cuales eran como para presumir de ellos, pero estuvo totalmente de acuerdo. Aquel colgante miembro viril parecía tan largo como debían ser esas cosas. Las seis monjas que estaban en aquel cuarto continuaban mirando fijamente el susodicho miembro viril, excepto la hermana Hildegard, la cual abrigaba un impío terror a los vikingos. Estaba rezando sus plegarias y musitando algo sobre paganos violadores e invasores. —Creo que se ha movido —observó la hermana Ursula. Ella era la cuidadora de las abejas, quien suplía la miel para la hidromiel y cera para las velas de la iglesia. La hermana Ursula tenía una ligera mala vista, y miraba al hombre con los ojos entornados. El resto de ellas podían ver perfectamente bien, pero de todas formas se

En inglés, Margaret’s Mead. No puedo decir que sea intención de la autora, pero parece hacer a propósito una referencia a la antropóloga Margaret Mead. (N. de la T.)

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inclinaron para ver mejor. Esme no detectó ningún movimiento, a pesar de someterle a un cuidadoso escrutinio. —Hagas lo que hagas, no toques eso —avisó la hermana Stefana. ¡Cómo si alguna de ellas estuviese considerando semejante idea! —He oído que crece en proporciones gigantescas al ser tocado —comentó la hermana Hildegard—. Con los vikingos, esa es una llamada a la violación y al pillaje. Todas miraron a la hermana Hildegard, preguntándose si sabría de lo que estaba hablando. Su odio por todo lo vikingo coloreaba cada cosa que decía. Pero era mejor no comprobarlo… no tocando un apéndice tan feo, que parecía un gusano. Era asombroso que el escandinavo no muriese en el campo de batalla, tan grave era la herida en su cabeza. Era aún más asombroso que hubiese sobrevivido a los torpes esfuerzos de ellas por acarrearle a él y a otros de sus camaradas de vuelta a la abadía por esos caminos llenos de baches. La mayor maravilla de todas sería si fuese capaz de sobrevivir a la fiebre que atormentaba su cuerpo. Un cuerpo bonito, por cierto, con rasgos faciales hermosamente esculpidos, incluido un hoyuelo en el mentón y una boca grande y sensual, amplios hombros y estrechas cintura y cadera, pies bien arqueados… con excepción del repulsivo miembro, por supuesto, el cual no era bonito en absoluto, bajo el punto de vista de Esme. Había una intrigante marca de nacimiento con forma de trébol en el interior de su muslo, la cual también atrajo su atención. La madre Wilfreda batió palmadas al volver al cuarto e inmediatamente cubrió el cuerpo desnudo con una delgada sábana. A continuación, pasó un poco de leche caliente bien cargado de hierbas a través de los labios bien apretados del hombre. Cuando terminó, se giró hacia ellas: —¡Hermanas! ¿Es que no tienen nada mejor que hacer que estar ahí plantadas mirando fijamente a este hombre? Hermana Margaret y hermana Ursula, bajad al vestíbulo y ayuden al padre Alaric con los demás vikingos rescatados. El gigante con un solo ojo ha tenido que ser atado a su camastro para evitar que se arranque los cataplasmas, y menudo trabajo fue ese. Bendita María, ese hombre debe pesar más que un caballo de guerra. Lady Esme, vos permaneced aquí y vigilad a este soldado. Si se despierta, o algo peor, llamadme al instante. El resto de vosotros, venid conmigo a la capilla. Rezaremos por las almas de estos dos hombres. El Buen Señor los ha traído con nosotras por alguna razón. Tras esto, Esme se sentó a vigilar al atractivo vikingo durante una hora o más, preguntándose por qué el Buen Señor enviaría a un vikingo pagano entre una comunidad de monjas de cabeza hueca. ¿Qué hace un vikingo cuando una dama medieval dice, ”¿Comerme?”… Toste luchaba desesperadamente para salir del océano de inconsciencia que le mantenía atrapado. Se sentía como si nadase en dolor… sobre todo en su cabeza, pero también en su costado. ¿Cómo podía la fría agua del oceáno volver su piel tan abrasadoramente caliente? Sus pesados párpados se medio abrieron, y vio un pequeño y austeramente amueblado cuarto… no el campo de batalla. Un acogedor fuego ardía en la chimenea, y un leve olor a velas hechas con cera de abejas, pero no vio ningún mueble lujoso. Hmmm. ¿Había muerto? ¿Podía esta exigua morada ser el tan loable vestíbulo dorado

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de Asgard? No, debía haber sobrevivido a su herida y le habían llevado a otro lugar. Con gran dificultad, giró su cabeza hacia un lado y se percató de una mujer sentada en un taburete bajo a la derecha de su camastro, con los ojos bajos mientras estudiaba algún tipo de abalorios en su regazo. Era hermosa… no, más que hermosa… con un suave pelo color ébano apartado de su rostro por un velo negro. Sus rasgos faciales eran perfectos. Tenía una nariz estrecha, no demasiado grande, ni demasiado pequeña. Su piel era clara y cremosa, como la porcelana que había visto una vez en el mercado de un pueblo del este. Sus labios eran rosa, del mismo color que un capullo de rosa… llenos y jóvenes. ¡Menudo pensamiento para tener cuando estoy medio muerto! Un cadáver cachondo. ¡Ja, ja, ja! Sagrado Thor, mi cerebro se está resquebrajando y hago chistes de mí mismo. Debió emitir algún gruñido, ya que ella le miró, sus ojos azul-grisáceos se abrieron con preocupación. —Estáis despierto —indicó ella. Bueno, apenas. —Iré a buscar a la Madre Superiora. Él alzó una mano vacilante. —Esperad —chilló. Todo regresó a la mente de Toste, al percatarse de su silueta, sin forma dentro de una ropa negra que conjuntaba con su velo negro. Debía ser una monja, y esos cuervos negros con los que creía que había soñado en el campo de batalla, también debían ser monjas. Curiosamente, tuvo un sentimiento de negación hacia que esta hermosa mujer hubiese elegido la vida religiosa… y hacia no haber muerto. Intentó varias veces volver a hablar —tenía tantas preguntas— pero no pudo formar las palabras en su confuso cerebro. Finalmente jadeó: —¿Su nombre? —Esme —susurró ella. —¿Cómeme?1 —repitió él. No era la primera vez que una mujer le pedía eso, pero esta mujer era una monja, ¡por el amor de Frigg!. Ah, bueno, supuso que incluso las monjas tenían apetitos carnales. Tal vez especialmente si su propia experiencia con la vida célibe tenía algo que decir—. Tal vez más tarde —ofreció él graciosamente. Por el momento, dudaba si siquiera podría levantar su cabeza, no digamos su lengua. —¿Huh? —Ella le miró estúpidamente durante unos largos instantes antes de caer en la cuenta—. ¡Oh, vos, estúpido! ¿Por qué nos habremos molestado en rescataros? —Parecía como si fuese a darle un puñetazo, si no fuese porque ya estaba incapacitado. ¿Rescate? ¿Ellas me rescataron? Hmmm. Me pregunto… podría ser posible… oh, por favor, Odín o Dios, no puedo esperar que… por favor que sea posible… —¿Hermana? —preguntó con cautela a la monja, la cual ahora estaba estrujando sus manos con nerviosismo, mirando alternativamente hacia él y hacia la puerta abierta, probablemente considerando escapar. —Me podéis llamar Lady… Lady Esme —le reprochó ella con arrogancia. Aaah, así que esa era la razón de su mal humor. Él había escuchado mal su nombre. Intentó sonreír, pero eso estaba más alla de sus músculos faciales, los cuales La pronunciación de “Esme” en inglés sería “ismi”. Teniendo en cuenta que la pronunciación de “Eat me”, cómeme, sería “itmi”, se comprende la confusión de Toste. (N. de la T.)

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parecían estar soldados a un cuero cabelludo que semejaba haber sido dividido por la mitad, lo cual era probable. Vagn se habría reído mucho de que hubiese entendido “Cómeme” cuando ella había dicho “Esme”. Y ese pensamiento le espabiló. —Milady, ¿las buenas monjas de este convento han rescatado a algún vikingo más hoy? Ella asintió lentamente con la cabeza. Y le dio esperanza. Oh, por favor, Señor y Odín y cualquier bendito dios que pueda existir, permitid que Vagn esté vivo. Dadme esta bendición y seré bueno el resto de mi vida. —Uno más —dijo ella. Sólo haré buenas obras. No blasfemaré… o sólo a veces cuando sea provocado más allá de toda paciencia. No seduciré vírgenes… a menos que me lo supliquen. No saquearé más iglesias. —¿Su nombre? —No lo sé. Está inconsciente, como vos lo habéis estado. Está en otro cuarto, bajando el pasillo. Justo entonces él escuchó un bramido enfurecido. Reconocería esa voz en cualquier parte. Era Bolthor… no su hermano Vagn, como había deseado. Su espíritu se hundió… no porque Bolthor hubiese sobrevivido, sino porque probablemente su hermano no. —¿Hay más vikingos rescatados del campo de batalla? —Pienso que no. Vos y el gigante fueron los únicos hombres con vida que vimos, y la madre Wilfreda nos hizo buscar, creedme. Nunca había visto tanta sangre. Ella debió notar el horror reflejado en el rostro de él, porque se detuvo y preguntó: —¿Había alguien en particular por el que se os preocupéis? Él tragó saliva varias veces antes de asentir. —Mi hermano —susurró. Entonces hizo algo totalmente inesperado. Gritó, vertiendo toda la pena de su dolorido cuerpo en una única palabra. —¡VAAAAAAAAGN! Con aquel patético lamento contra el destino, sucumbió a la inconsciencia de nuevo, o tal vez murió. Él deseó que fuese esto último, ya que honesta y verdaderamente deseaba dejar atrás su vida.

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Capítulo 2 Northumbria, 964 A. de. C. Vagn el Viril se encuentra con Helga la Fea —Cásate con mi hija, o desearás estar muerto —gruñó Gorm Sigurdsson de Briarstead. —Ya deseo estar muerto —contestó Vagn Ivarsson. Y si continuaba esta discusión con Gorm durante mucho rato, definitivamente uno de ellos iba a morir. La larga vena en el grueso cuello de Gorm se hinchó aún más. —Si los deseos fuesen peces, Ivarsson, serías una maldita ballena. —Si los deseos fuesen peces… —repitió Vagn imitando su tono—. ¿Qué eres ahora? ¿Un poeta? Debería presentarte a mi amigo Bolthor el Skald. —Ya conozco a Bolthor, y, no, no soy un poeta. Soy el hombre furioso que tiene tu vida en sus manos. Gorm hizo un visible esfuerzo por controlar su temperamento echando hacia atrás su silla contra la pared y tomando un largo trago de ale de una jarra de cerámica. —Considérate advertido, perro baboso. Si no me complaces pronto, tu muerte será lenta y dolorosa. Creo que un despellejamiento estará bien… o una castración. —Promesas, promesas —se mofó Vagn valientemente… aunque deseaba ser capaz de conservar el valor si Gorm continuaba con sus amenazas. Daría la bienvenida a la muerte en esos días, ahora que su hermano se había ido, pero el lento y doloroso camino del despellejamiento o la castración… ¡no!. Una vez Bolthor había relatado una saga sobre Gorm en el que le cortaba la lengua a uno de sus enemigos y luego la había comido cruda, pero uno nunca sabía si los cuentos de Bolthor eran verdad o fantasía. Vagn yacía echado sobre su espalda, atado a un camastro en el dormitorio superior del castillo de madera de Gorm en Northumbria, con un guardia vigilante en la puerta. La habitación estaba bastante caldeada debido a un fuego que ardía en la pequeña chimenea. Se lamió sus labios resecos, pero maldito fuese si le pedía un trago a su vil captor… dejando aparte su vida. Habían pasado más de dos semanas desde la batalla de Stone Valley, y casi había muerto en numerosas ocasiones. Ahora que estaba empezando a recobrarse, deseaba la paz de la muerte. ¿Quién podría haber pensado que las Nornas del Destino le salvarían tantas veces, justo para dejarle, no en las manos del enemigo sajón, sino en las manos de uno de sus propios paisanos… no obstante uno que vivía en Briarstead, cerca de Jorvik, la capital noruega en Inglaterra? Aunque Gorm se llamase a sí mismo, conde o jarl1, Gorm era un vikingo, igual que él. —No me casaré con Helga. —Ella ya no es fea. Y todavía tiene su himen intacto, ¡alabado sea Odín!

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Antiguo rango escandinavo, inmediatamente inferior a rey.

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Si no fuese por sus limitaciones, Vagn se habría arrancado el cabello con frustración. —Fea o no, virgen o no, ella no será mi novia. Ni ninguna otra mujer, si eso te sirve de consuelo. Encuentra a algún otro. Dale una dote suficiente, y no dará abasto con los pretendientes. A decir verdad, pocos hombres escogen novia basándose en las apariencias. —La rechazaste una vez… por las apariencias. La llamaste Helga la Fea en el Althing de Vestfold… no en su cara, pero sí a muchos otros. —¡No lo hice! —Tenías diez años en aquella ocasión, y Helga sólo siete, pero lo ha recordado todos estos años… aunque nunca lo menciona. Pero yo lo recuerdo, asquerosa comadreja. Oh, maldito infierno, ¿podría haber sido cuando Toste y yo fuimos enviados como acogidos a casas distintas? —¿Vein… veinte años? —balbuceó Vagn—. ¿Has estado guardando rencor durante veinte años por una simple pulla infantil? Y no me importa lo que digas, Helga debe ser fea si aún no se ha casado a la avanzada edad de veintiocho años. Una virgen de mediana edad. ¡Eew! —La llamaste Helga la Fea, y ha sufrido mucho por ello. Además, no te presentaste a la ceremonia de compromiso cuando tenías quince años. No veo nada de simple en eso. —Te lo repito, ese era mi hermano gemelo, Toste. Y sólo era un chiquillo, ¡por el amor de Thor! A la mención del nombre de Toste, las lágrimas llenaron los ojos de Vagn. Todavía no podía aceptar el hecho de la muerte de su hermano. ¿Cómo podría seguir adelante sin su otra mitad? ¿Cómo podría importarle Gorm o sus amenazas o una doncella virgen con cara de cebada cuando su vida había perdido su ancla? —Si dices que eres Toste, entonces eres Toste —dijo Gorm con ilógica testarudez—. Tu padre te comprometió con mi hija cuando eras un bebé, y no escaparás de la boda de nuevo. No esta vez. —No… soy… Toste. —Ella no tiene unos pechos como para presumir, y está flaca como una escoba, pero tú puedes engordarla —continuó Gorm, como si Vagn no hubiese dicho nada—. Además, tiene mal carácter, debo confesártelo, pero probablemente se debe a haber sido una muchacha rechazada. Sin duda sus partes femeninas se habrán marchitado como pasas secas. Es tan independiente como un hombre… tiene su propio negocio de telas, ella hace… pero un escandinavo fuerte podría ponerla en su lugar. Y tiene todos sus dientes. ¡Aaarrgh! Helga había estado fuera todo el tiempo en que Vagn había estado confinado allí… en un viaje de compras a Escandinavia donde su abuelo materno aún vivía. Gorm había tenido varias esposas, incluyendo la madre de Helga y su última cónyuge, una dama sajona. Se esperaba el regreso de Helga esa tarde a última hora con un cargamento de telas bordadas para su empresa de Jorvik. Esto es justo lo que necesito —una mujer de negocios— y no de cualquier clase. ¿Y qué era eso de sus marchitas partes femeninas? ¿Pasas? ¡Yeech! —¿Qué te hace pensar que ella podría aceptarme?

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—Su opinión no importa. Yo te quiero para ella. Justo entonces, Vagn notó una expresión extraña en el rostro de Gorm. Vagn entrecerró sus ojos mientras estudiaba al anciano, con repentina sospecha. —Ella no sabe que me has secuestrado, ¿no es así? —No te he secuestrado. Te he salvado —Los viejos ojos de Gorm miraban a todas partes excepto a Vagn. —¡Ja! ¡Hablando de cabellos arrancados! —Ella te aceptará una vez que se acostumbre a la idea. —¡Ja! No conoces a las mujeres. —Un hombre tiene derecho a tener nietos —dijo Gorm suavemente. Así que de eso se trata todo. —Gracias por el honor, pero encuentra otro semental. —Tres esposas y Odín sabe cuántas mujeres más he montado, y un único fruto vivo a pesar de mis esfuerzos… y una chica, además. Quiero nietos… preferiblemente nietos varones. Vagn tuvo que sonreír, lo cual provocó que sus labios secos se agrietasen y sangrasen. El viejo bastardo se había convertido en un viejo bastardo con corazón. Aquello significaba que Gorm no le despellejaría… o le castraría. —No tiene gracia. —Al contrario, es muy gracioso. Pero no voy a casarme con tu hija, aunque me hagas sonreír. Ahora, pásame esa jarra de ahí. Y desátame antes de que me mee en mis calzas. —¡Padre! —gritó una voz femenina desde el fondo de las escaleras… una voz femenina que sonaba bastante furiosa—. ¡Padre! ¿Dónde estáis? Lo juro, voy a arrancaros la cabeza con la parte gruesa de la espada si los rumores son ciertos — Inmediatamente se oyó el sonido de alguien que subía corriendo las escaleras de piedra. —¡Uh, oh! —dijeron Vagn y Gorm al mismo tiempo. —Será mejor que no haya un hombre con vos en esa habitación, atado a una cama, como dice Rona —gritó ella, más cerca ahora. —¿Permites a tu hija que te hable así? —le preguntó Vagn a Gorm. —¡Ja! Obviamente nunca has tenido una hija o no harías esa pregunta. Ella me discute continuamente. En unos segundos apareció una mujer en la puerta, pero no se parecía a ninguna otra mujer que Vagn hubiese visto nunca. Vagn recordó el encuentro con la pequeña Helga, a la cual su hermano había apodado “Fea”. Y desde luego ella era eso, y mucho más. Con una boca enorme y unos dientes demasiado grandes para su pequeña y pálida cara, recordaba a un caballo más que a una dulce doncella. Además, su cabello había sido cortado recientemente y estaba de punta en mechones alrededor de su cabeza. Enamorada, había estado siguiendo a Toste por todas partes como una vaca loca de amor… o, más apropiadamente, como un pony. Esta Helga era muy diferente de su versión más joven. Permanecía de pie, con una masa del típico cabello rubio escandinavo escapando de un pañuelo anudado a su cabeza. No llevaba ninguna cofia o malla para el pelo. Lucía una prenda de algodón color azul celeste, con un intricado y multicolor bordado alrededor del dobladillo, el cuello y las muñecas, sujeto a la cintura con una cadena de

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mallas de oro. Gorm no había mentido —era delgada y plana de pecho— pero todo lo demás suplía de sobra aquellas deficiencias. Ya no era joven, pero sus pómulos eran altos, sus ojos anchos y de un azul tan brillante como su atuendo, y sus labios… ah, sus labios eran grandes y carnosos; cuando niña, aquella gran boca había sido un defecto; pero como una mujer adulta, era muy seductora. Todas las partes de su persona eran femeninas, pero su postura —pies separados, hombros echados hacia atrás, y las manos en las caderas— mostraban un perfil totalmente diferente. Esta no era una doncella sumisa, dispuesta a obedecer cualquier petición de un hombre. Helga no sobresaldría en una sala repleta gracias a su belleza, pero igualmente se haría notar. Él no sabía lo que harían los demás hombres, pero Vagn le echaría una segunda mirada. Incluso una tercera. —¡Padre! ¿Qué habéis hecho ahora? Rona me ha contado que habéis traído un prisionero de Stone Valley hace dos semanas —un escandinavo— y que le retenéis en contra de su voluntad. También me ha contado que habéis estado bebiendo ale. ¿Qué pasará si volvéis a tener esos dolores en el pecho? Ya no podréis echarle la culpa a una mala digestión nunca más. —¡Ya, ya, hija! Lo tengo todo planeado. No tienes porque preocuparte. Acércate. Hay alguien que quiero que conozcas. A decir verdad, ya le conoces. Helga dedicó toda su atención a Vagn por primera vez. Él nunca había sido un hombre excesivamente presumido, pero no se había afeitado ni bañado al menos durante quince días, y su pelo no había sido cortado desde hacía un año. A decir verdad, apestaba. Riachuelos de sangre manchaban el vello de su pecho, y mucho del resto de su cuerpo. Dudaba de que pareciese él mismo, o Toste, tal como eran veinte años atrás. Aún así, notó el momento en que el reconocimiento llenó sus grandes ojos. —¿Toste? ¿Toste Ivarsson? —Toste no. Vagn —la corrigió él. Gorm agitó una mano airadamente, insistiendo en su error. —Es Toste. No le escuches. —¿Habéis secuestrado a Toste Ivarsson? —La mujer era tan persistente en su ceguera como su padre. —Soy Vagn, os lo he dicho. ¿Toda esta gente era dura de oído? —Secuestrado no, rescatado —dijo Gorm. —¿Entonces por qué estoy atado a este camastro? ¿Por qué mi cuerpo está atormentado con el dolor? ¿Por qué mi cabeza me duele tanto? ¿Por qué me muero de sed? ¿Por qué tengo la vejiga a punto de explotar? Soy un prisionero. Bueno, vale, Gorm hizo todo lo que estuvo en su mano para salvarme después de hacerme su prisionero, pero esa no es la cuestión. —¿Por… qué… está… él… aquí? —le preguntó Helga a su padre a través de sus apretados dientes. Sí, Gorm, cuéntale por qué estoy aquí, sesos de papilla. —Queridísima Helga, ¿me permites que te presente a tu prometido? —anunció Gorm alegremente, como si le estuviese ofreciendo exquisitas viandas en un plato. Helga emitió un poco halagador resoplido de disgusto. Ahora, Vagn no estaba complacido con los planes de boda de Gorm, pero pensaba que se merecía algo más que un resoplido de disgusto. Creo que he sido insultado. —¿Habéis perdido la cabeza? —le preguntó Helga a su padre.

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—¿No queréis casaros conmigo? —preguntó Vagn con el orgullo herido. ¡Idiota, idiota, idiota! —¿También habéis perdido la cabeza? —le preguntó Helga. —Probablemente. Absolutamente. —Te lo he dicho muchas veces, padre. No tengo intención de casarme. ¿Por qué no me escucháis? —No es natural —dijo su padre. —¿Vos pensáis que no es natural? —le preguntó ella a Vagn. Bueno, teniendo en cuenta que yo tampoco tengo intención de casarme, es una pregunta complicada de responder. —No os preocupéis por responder —dijo ella con una sonrisa sarcástica—. Los hombres siempre estáis de acuerdo. Pensáis que las mujeres deben ser como ovejas y andar detrás del carnero más cercano. Queréis que nos sometamos a vuestro gran intelecto. ¡Ja! Os pavoneáis de esa parte colgante que tenéis entre las piernas y pensáis que os hace superiores, cuando de hecho os hace estúpidos. —Nunca he pensado en mí mismo como un carnero —comentó Vagn con una carcajada—. Aunque en ocasiones he soltado algún baaaaa. ¿Realmente había dicho “parte colgante”? Yo no tengo un miembro colgante. El mío no es colgante en absoluto. Ella le miró con el ceño fruncido lo que venía a indicar que le gustaría atravesarle con algo. Sagrado trueno, la mujer tenía agallas. Me gusta. De hecho, me gusta ella. Quizás… No. Pero, ¿y si…? No, no, no, no puedo estar pensando semejante tontería. Mis heridas han debido afectarme el cerebro. ¿Qué diría Toste a todo esto? Vagn lo pensó solamente un segundo antes de decidir que Toste probablemente le diría que siguiese sus instintos. —¿Cuál es la dote de la novia? —le preguntó a Gorm, aunque poco le importaba. —Dos caballos sementales de las tierras de los sarracenos, ocho piezas de seda, cuatro cerdos, y seiscientos acres de tierra en el norte —La dote de Helga parecía justa en la opinión de Vagn, especialmente para una dama bien nacida de su avanzada edad. Aún así, un comerciante hábil negociaría el mejor trato… no es que Vagn estuviese realmente negociando. Ni era un comerciante. Sólo se estaba divirtiendo un poco. Dudó deliberadamente, haciéndole creer a Gorm que no estaba convencido—. Y, por supuesto, Helga será la heredera de Briarstead. Vagn asintió con la cabeza, todavía aparentando duda. —Sí, pero está el asunto de las pasas —indicó él. —¿Cuál asunto de las pasas? —quiso saber Helga. —No se lo cuentes a ella —dijo Gorm con un gemido, escondiendo el rostro entre las manos. —Vuestro padre dijo que sin duda vuestras partes femeninas se habían marchitado como pasas, pero que todavía manteníais todos vuestros dientes. Realmente, creo que necesitáis una dote mayor, considerando ese defecto. Quiero decir,

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fecundar una pasa requiere de un mayor incentivo, ¿no lo creéis? —Vagn guiñó un ojo a Helga para hacerla ver que estaba bromeando. La mujer parecía no tener sentido del humor, porque su labio superior se curvó hacia dentro y gruñó amenazadoramente, primero a él, y luego a su padre. —Nunca antes le había pegado a un hombre herido, pero ahora lo estoy considerando. —¿A mí? —preguntó él con exagerada inocencia—. Sólo era una broma. Por mi parte, al menos. —Dejad de hablar antes de que, en efecto, le pegue a un hombre herido. —¿A mí? —preguntó él de nuevo. Alguien debía de haber puesto a Milady Culo Remilgado en su lugar. Suspiró profundamente. Ah, el trabajo de un vikingo nunca termina—. Acercaos, Helga, debo comprobar vuestra dentadura y vuestro himen. Con todos los respetos hacia la honestidad de vuestro padre, requiero una inspección personal. Helga apretó sus manos en puños. Sus labios temblaban de indignación. Tal vez estaba a punto de tener un ataque. ¡Bien! —Desatad a este cabeza de gusano ahora mismo y que siga su camino —le ordenó Helga a su padre. —No hasta que el cabeza de gusano se comprometa contigo —insistió su padre, sentándose derecho y sosteniéndole la mirada a su hija. ¿Cabeza de gusano? Ese es un insulto nuevo. Hmmm. Me gusta. Quizás lo utilice alguna vez. Es una lástima que Toste no esté aquí. Estaría bien probarlo con él. —¡Nunca! —dijo ella—. Habéis hecho cosas escandalosas en vuestra época para atarme a vuestra voluntad, padre, pero esta vez habéis ido demasiado lejos. ¡Una pasa! ¡Ni hablar! Me gusta bastante la comparación de la pasa. Tal vez también lo pruebe con alguien alguna vez. Él notó su sonrojo y se decidió. O tal vez no. —Yo sólo pensaba en ti —gimió su padre—, y no pretendía que fuese un insulto. ¡Whoo! No estás yendo a ninguna parte con esa línea de pensamiento, Gorm. Incluso yo sé lo suficiente como para no intentar el argumento de “sólo pensaba en ti”. —¿Marchitas partes femeninas no es un insulto? —El rostro de Helga ardió con más fuerza que antes. —Sé razonable —rogó su padre—. Una vez que el cabeza de… uh, hombre… se asee y esté sobre sus pies, será agradable a tus ojos. Si, soy un tipo bastante presentable cuando estoy aseado. —¿Realmente pensáis que he renegado del matrimonio todos estos años porque anhelaba un hombre atractivo? —Bueno… —dijo su padre. —¡Aaarrgh! —dijo Helga. —¿Puedo decir algo? —interrumpió Vagn. —¡No! —dijeron Helga y Gorm a la vez. Helga inspiró y expiró varias veces buscando paciencia. —Nunca aceptaré, ni lo hará él —le dijo Helga a su padre. —Bueno, realmente… —empezó Vagn. Siempre había odiado que la gente le hablase como si fuese mudo… o idiota.

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Helga y Gorm se giraron para mirarle. Una lenta sonrisa se abrió en el arrugado rostro de Gorm. La boca de Helga se abrió y su cara se puso de color rojo sangre. Parecía como si su cabeza fuese a explotar. Para sorpresa de todos, especialmente de Vagn, estaba considerando llevar a Helga la Fea a su cama de pieles. ¿A qué se parece una pasa?… Helga estaba pasando por su peor pesadilla. Se pasó una mano temblorosa por su frente e intentó calmarse. Toste Ivarsson, la maldición de su vida, estaba en su propiedad… residiendo en uno de sus mejores domitorios, y su padre, el idiota con medio cerebro, pensaba que se casaría con el granuja. Peor aún, Toste había dado a entender que no estaba en contra. También era un idiota con medio cerebro. ¿Era otra burla suya? Como aquella con la que la había etiquetado veinte años atrás —Helga la Fea— el epíteto que había convertido su vida a los siete años en una horrible maldición. Todavía hoy, tras todos esos años, a veces había oído a los hombres utilizar esas palabras para burlarse a sus espaldas. Alguien había dicho que incluso se había escrito una saga sobre ella. La peor parte era que había amado a Toste, a su propia manera infantil. Y él la había aplastado. Como a un bicho bajo sus pies. O una pasa. Oh, mataría a su bienintencionado padre por esa grosera descripción. En cuanto a Toste y su burlona indirecta de que se casaría con ella… bueno, quizás ya fuese hora de que pagase por su crimen. Pero espera. ¿Qué significaban esas marcas de sangre que le bajaban por el pecho? ¿Y esos cardenales en su rostro y hombros? ¿Había sido herido y dejado sin atender? Incluso peor, ¿le había hecho su padre esas heridas en sus intentos de que la tomase por esposa? ¿Podría ser aún más humillada? —¿Qué os ha pasado? —preguntó ella de repente, acercándose al camastro y sentándose en el borde. Antes de que él contestase, sacó un pequeño cuchillo de su faja y comenzó a soltar los sucios vendajes. —Fui herido en la batalla de Stone Valley. Una herida de espada, desde el frente a la espalda, justo debajo de mis costillas. También otras heridas, pero la espada sajona causó el mayor daño. La parte de atrás de mi cabeza me dolió mucho durante unos pocos días, pero el sanador de vuestro padre no pudo encontrar ninguna marca en mi cráneo. Ahora que ella había mirado más cerca, notó su pálido aspecto y las marcas del dolor bajo su boca. —¿Cuándo fue la última vez que Efrim cambió estos vendajes? —le preguntó ella a su padre. Efrim era el sanador del pueblo… poco competente, aunque lo hacía lo mejor que podía. Su padre se encogió de hombros. —Hace tres días. Tal vez cuatro. Dijo que si la fiebre remitía… lo cual pasó ayer por la mañana… las posibilidades de supervivencia de Toste serían buenas. El hombre herido parecía entretenido con la conversación entre Helga y su padre y solamente dijo: —No soy Toste.

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—¡Qué vergüenza, padre! Sabéis muy bien que debería haber sido bañado y sus heridas limpiadas a diario —Y a Vagn le dijo—. Conozco a Toste, y vos sois Toste. A pesar de sus ataduras, el hombre era capaz de inclinar su cabeza hacia delante y husmearse las axilas. —¡Phew! —dijo—. ¿Por qué no me dijiste lo mal que olía, Gorm? ¡El muy idiota! Luego añadió para ella—. Creía que no habíais visto a Toste desde hacía veinte años o más. —Le he visto… a vos… de lejos desde entonces. En la ceremonia de boda de la hija más pequeña del rey Haakon hace dos años, por ejemplo —Aunque mugriento y magullado, Toste Ivarsson era un hombre atractivo, con cabello largo y rubio oscuro, y rasgos faciales perfectamente formados, incluyendo un tentador hoyuelo en el mentón. Las mujeres enamoradas habían revoloteado a su alrededor como las abejas a la miel. —Estuve allí… —comenzó a decir él. Ella le interrumpió. —Lo sé. Os vi. Y a vuestras zumbonas abejas. —… pero no os vi —terminó él. —Estabais demasiado ocupado comiéndoos con los ojos a todas las hermosas mujeres de la corte… a las que no eran feas. Cierra la boca, Helga. Estás empezando a parecerte a una mujer celosa. Él hizo una mueca de dolor ante su comentario y ante la manera brusca con que le arrancaba las vendas del pecho. Ella pensó en desatarle antes, pero decidió que sería mejor mantenerle inmovilizado mientras acababa de quitárselo todo. A decir verdad, a veces era menos doloroso simplemente arrancar las vendas de una herida de un tirón que prolongar el dolor mediante un proceso más lento. Así que eso era justo lo que estaba haciendo. Con una sacudida de su mano, tiraba fuerte, y las prendas sangrientas salían con una buena cantidad de costra y piel, causando un nuevo sangrado. —¡Jesús, María y José! ¡Sagrado Valhalla! ¡Maldito infierno! —rugía Vagn, arqueándose hacia arriba y tirando de sus ataduras—. ¿Estáis tratando de matarme? ¿Sólo porque he bromeado un poco con vos? —Se echó hacia atrás en el catre y cerró los ojos, respirando pesadamente con el dolor. —Lo hago por vuestro propio bien —dijo ella utilizando la sábana de lino para enjugar la sangre rezumante. —Eso es lo que siempre dicen las mujeres después de hacer algo incompetente — musitó él. Sus ojos permanecían cerrados. La única señal de su dolor era la blancura de los nudillos de sus puños apretados a sus costados. Ella estuvo a punto de protestar por llamarla incompetente, pero decidió permitirle esta indulgencia, por mor del dolor que debía estar sufriendo a sus manos. —Enviad a por agua caliente, sopa y vendas frescas —le ordenó a su padre, como si él fuese un mero criado. El anciano se giró, dispuesto a obedecer sin preguntas. —Espera —llamó Vagn, abriendo sus ojos. Eran tan azules como el cielo del verano sobre un fiordo escandinavo. Una doncella tonta, lo cual no era ella, podría perderse en sus profundidades—. Desátame antes. —No hasta que aceptes casarte con mi hija. —¡No! —dijo ella. Si no amase tanto a mi padre, le odiaría por esta humillación. —Ya dije que tal vez —Vagn ni siquiera miró en su dirección cuando habló, como si ella no tuviese importancia en la discusión.

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—Tal vez no es suficiente. Me conozco a los de tu clase, Ivarsson. En cuanto suelte tus ataduras, saldrás corriendo —dijo Gorm. —Difícilmente podría hacer ninguna carrera en estas condiciones —apuntó Vagn, aún sin mirar hacia ella. —¿Podéis los dos dejar de hablar de mí como si mi opinión no valiese para nada? No me casaré, y punto. —Si corto las cuerdas, ¿aceptarás permanecer aquí durante un mes y cortejar a mi hija? —preguntó Gorm, acariciando su mentón con el índice. —Nadie va a cortejarme —declaró Helga con decisión. —¿Nadie? —le preguntó su prisionero, mirándola al fin—. ¿No tenéis pretendientes? Era mejor cuando la ignoraba. Él sostuvo su mirada, y ella se sintió hipnotizada por su atractivo. No podía apartarse. —Nadie del que se pueda hablar —contestó su padre por ella—. Ella los asustó a todos. Vagn arqueó sus cejas. —A mí no se me asusta tan fácilmente. —¡Oh, líbrame de la presunción de los hombres que se creen importantes! —Por fin Helga recobró el uso de su lengua. —Un mes —aceptó el vikingo, y un sonriente Gorm se apresuró a buscar a un guardia y las cosas que ella había pedido. Su padre, rara vez tan complaciente, probablemente se había apresurado para poder escapar de su ira, la cual iba a ser grandiosa, en cuanto le pillase a solas. Ella comenzó a examinar su herida más de cerca y mientras lo hacía, le preguntó: —¿Dónde está vuestro hermano? Por lo que recuerdo, se decía que erais inseparables. Él no respondió. Cuando ella levantó la vista de su trabajo, no pudo evitar notar la agonía en sus ojos. Al fin, él dijo en una voz tan baja que casi no pudo oírle: —Muerto. Ella posó una mano sobre su brazo. —Lo siento mucho. Él apenas asintió con la cabeza. No había palabras que ella pudiera ofrecer que le consolaran, así que volvió a lo que estaba haciendo. Expuso la herida a la vista, y ésta era horrible de verdad… una cuchillada profunda, en diagonal, desde la tetilla al ombligo. Vagn miró hacia abajo y jadeó. —No creo que sea tan mala. Debería estar muerto. La espada ha debido evitar por un pelo mi corazón y otros órganos vitales. —Los dioses os estaban cuidando —opinó ella. —O Satanás. Por lo visto, no estaba tan feliz con el destino que los dioses habían acordado para él. Ella decidió ignorar la ingratitud de su comentario y le examinó buscando otras heridas. Bendita Freyja, dame fuerzas. Como señora de la propiedad, había tratado con frecuencia con los enfermos, y este hombre no era diferente. Sigue diciéndote eso, y tal vez lo acabes creyendo. No fingiría pudor ante lo que debía hacer ahora. Allá vamos. Echando atrás el cobertor, expuso su cuerpo desnudo para echarle un vistazo general… para diversión de él, podría decir ella. ¡Bueno, bueno, bueno! Fue lo único en que pudo pensar

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al estar tan avergonzada por verle tan como vino al mundo. Estoy demasiado pasmada para estar avergonzada. Lo primero es lo primero. Utilizando el pequeño cuchillo que había guardado en su funda del cinturón, cortó todas las ataduras, luego le ayudó de forma que pudiese ir por sí mismo tras el biombo y liberarse a sí mismo. Fue un proceso arduo, porque el hombre apenas podía tenerse en pie. Cuando terminó, se hundió de nuevo en la cama con un fuerte suspiro de dolor y cansancio. —Deberíais dejarme traeros un orinal —le riñó ella. Él frunció el ceño con silencioso reproche. ¡La muy tonta! Su padre volvió al cuarto con un guardia que acarreaba dos palanganas de agua y paños limpios. Al momento, ella empezó a lavar la cara, cuello y hombros de Vagn con un paño enjabonado, dejando el área de la herida para el final. Él la observaba como un halcón mientras trabajaba, probablemente divertido por su vergüenza ante su carne desnuda. Ella intentaba no notar los músculos que se agrupaban en sus brazos y pecho. Especialmente intentó no notar la suavidad del vello de sus axilas, visible ahora que él había colocado sus manos tras su cuello, observándola. Una vez que terminó con el aseo, incluidas sus largas y fuertes piernas, sus pies y su plano vientre, ella frunció el ceño, preguntándose que hacer a continuación. ¿Debería pasarle el paño a él y ordenarle que se lavase los genitales él mismo, lo cual le haría saber de su incapacidad para ignorar su desnudez, o debería trabajar en el área herida? Sobre todo, debía hacer lo que pudiese por evitar mirar el miembro viril que tenía enfrente… y, sí, se enderezó como una estúpida asta de bandera bajo su escrutinio. No lo mires, Helga. No mires. —Haced que baje. Él se rió. —¿Cómo…? —No sé cómo. Sólo hacedlo. No estoy mirando. No estoy mirando. No estoy mirando. —Eso sólo significa que le gustas —dijo su padre con desfachatez. Ella había notado que el sirviente se había ido, pero había olvidado que su padre permanecía en la habitación. —Bueno, eso no es necesariamente cierto —confesó Vagn—. Tiene mente propia. No siempre tiene remilgos. —Es verdad, es verdad, ahora que lo dices —dijo su padre—. Recuerdo cuando yo era joven, que la simple vista de unas buenas ubres encendía mi vela. —¡Groseros, ignorantes, los dos! —exclamó ella. A pesar de su irritación, se atrevió a posar una mano en el muslo derecho del vikingo y lo separó sin gentileza del otro muslo a fin de acabar el aseo, pero su acto causó que el miembro viril creciese aún más. Aunque la fiebre había remitido, su carne aún estaba caliente al tacto. ¿Era fiebre nuevamente o era su tacto lo que había causado el calor? Pensamientos alarmantes, ambos. Helga saltó hacia atrás con horror… no debido a su escandaloso miembro viril, o su piel caliente, o su propia delicadeza, sino porque se había dado cuenta de algo. Sus ojos se abrieron con desconfianza al mirar el cuerpo reclinado. —¿Dónde está vuestra marca de nacimiento? —preguntó ella con pánico repentino. —¿Cómo es que conocéis la marca de nacimiento?

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—¡Ja! Sabéis muy bien como me dijisteis que fuese a los establos de la corte del rey Haakon para mostrarme un secreto, el cual resultó ser vuestro cuerpo desnudo y la marca de nacimiento. ¡Hombre infame! —¿Eso fue antes o después de que os llamase Helga la Fea? —Antes. Si las miradas matasen, él sería un vikingo muerto. Con horror renovado, ella declaró: —No sois Toste. —No es Toste —coincidió su padre. —Eso es lo que he estado intentando decirle a todo el mundo. Y entonces su porra empezó a crecer… Vagn se recuperaba en la propiedad de Gorm… pero apenas. Por lo visto, no estaba tan recobrado como había pensado. Dos días atrás, después de que Helga había lavado su cuerpo desnudo —¡y no fue acaso una experiencia para saborear!— y vuelto a vendar sus heridas, Vagn había intentado dejar el camastro, pero sus rodillas no le sostuvieron y el dolor atravesó su pecho, irradiándose al resto de su cuerpo. Probablemente había sido debido al interminable interrogatorio de ella sobre qué le había pasado a Toste, ahora que por fin había aceptado que él no era su hermano. Para su indignación, Helga le había agarrado cuando había empezado a desmoronarse a sus pies. Se enteró más tarde de que había sido necesaria la ayuda de Helga, su padre y el guardia de la puerta para devolverle al camastro, donde sus heridas se reabrieron y empezaron a sangrar profusamente otra vez. Pero ahora había bajado las escaleras, caminando con cautela hacia la sala donde había oído voces. Gorm estaba fuera patrullando sus tierras, y hacía un rato un sirviente le había traído un desayuno compuesto de pasteles de miel y ale. No podía quedarse echado en ese colchón ni un momento más por miedo a tener más pesadillas terroríficas, ni reviviendo la batalla de Stone Valley ni sufriendo un fuerte dolor de cabeza, el cual había causado la muerte de su hermano. Incluso cuando estaba despierto, le dolía la cabeza y a veces tenía visiones de cuervos humanos con ropajes negros hablando de él con graznidos, a punto de picotear en sus entrañas. Pero sobre todo, estaba aburrido e inquieto. Y, a decir verdad, estaba cachondo como un toro con la porra tiesa. Además, quería encontrar a Helga y tomarle el pelo un poco más. Se había alterado tanto con sus pullas acerca de su próxima boda. No era que él estuviese planeando realmente casarse con ella. Al menos, probablemente no lo había hecho. Indudablemente no lo había hecho. Bueno, vale, todavía estaba considerando la posibilidad, pero mientras tanto, podría comprobar como estaban las aguas y ver si podría aguijonear a Helga para que revelase sus verdaderos sentimientos. Hasta entonces, sus sentimientos en voz alta se habían reducido a “¡Estúpido!” o “¡Estúpido, cabeza hueca!”. Vagn escogió interpretar esto como Creo que le gusto. Se acercó a la abierta puerta de la sala y se inclinó contra el marco, no queriendo interrumpir lo que parecía ser una reunión de negocios entre Helga y Saleem, un mercader árabe cuyo barco arribaba periódicamente a Jorvik. Saleem también era

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conocido como Botas-Astutas por su habilidad para sacarle a muchos un trato muy ventajoso… con frecuencia en detrimento de sus clientes. Aunque, en ese momento, no parecía estar haciéndolo muy bien. —¿Cinco monedas de oro por unas telas tan simples? ¡Es un robo! —dijo Saleem, tocando con el dedo a una de las piezas de fina lana tejida extendida sobre una mesa larga. Un bordado con diseño de diamante iluminaba la prenda de color verde jade con destellos de amarillo, rojo y negro. —Esta lana es la mejor de toda Inglaterra, y vos lo sabéis —dijo Helga, apartando los dedos de él—. Además, este exquisito bordado lo vuelve casi sin precio. Pero ni tanto ni tampoco. He cambiado de idea. Creo que cinco monedas de oro por estas tres piezas es demasiado barato. Necesitaría al menos seis para dejar que os las llevéis. —La tela es realmente exquisita —concedió Saleem. —Ya sabéis, siempre puede venderlas en mi propio establecimiento en Coppergate —Coppergate era la zona comercial de la ciudad portuaria. —Es un trato —dijo Saleem—, pero sólo si me vendéis la seda blanca de allí — Había un rollo de cremosa seda blanca colocada sobre otra mesa. A lo largo de su borde tenía un bordado de oro que rodeaba otro bordado de corazones rojos. Vagn nunca había visto nada como aquello antes, y había estado en todas las ciudades comerciales importantes del mundo, incluyendo Birka y Hedeby. —¡No! —dijo Vagn, entrando en la habitación. Los ojos de Helga se ensancharon con asombro… y preocupación por su salud, diría él. Estoy tan sorprendido como vos, milady, e igualmente preocupado. ¿En qué estoy pensando? ¿Estoy pensando? —Deseo comprar esa tela yo mismo —dijo Vagn, impresionándose a sí mismo. ¿Es que algún otro se ha apropiado de mi lengua? ¿Por qué querría yo una piece de tela blanca? —¿Vos? —dijeron Helga y Saleem al mismo tiempo. —Sí, lo quiero para el regalo de una novia —anunció él graciosamente—. Quiero decir, un posible regalo para una novia. Insisto, ¿qué diablos está pasando dentro de mi cerebro? —¡Otra vez eso, no! —gruñó Helga con disgusto—. ¿Dónde encontraríais tanto dinero? —Tenía una bolsa escondida atada alrededor de mi cintura, bajo mi túnica y mi armadura. Los carroñeros del campo de batalla nunca lo cogieron. Además, tengo acceso a más dinero, si es necesario. Ella no parecía complacida con que no fuese pobre. —Debo tener esa tela en particular —lloriqueó Saleem—. Existe un jeque árabe que daría el rescate de un califa por ella. Su hurí favorita tiene debilidad por la seda blanca. Cinco monedas de oro sólo por esa prenda. Era una cantidad generosa por una pieza tan pequeña, y todos lo reconocieron. —Yo os daré seis —dijo Vagn. Debo estar loco. La boca de Helga se abrió de par en par. Provocar que la boca de una mujer se abra de par en par siempre era bueno, en opinión de Vagn. Peor era volverse loco en el intento, supuso él. —¿Estáis loco? —quiso saber Saleem. —Quizás —replicó Vagn con un encogimiento de hombros. Exactamente mi valoración de mi condición mental, si lo queréis saber. Estoy empezando a pensar que debo

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sufrir Herfjöttr, la condición del guerrero que deja a los hombres adultos en un estado de aturdimiento. —¿Quién sois vos? —Vagn Ivarsson. —Tenía entendido que habíais muerto en la batalla de Stone Valley. Vagn hizo una mueca de dolor. —Ese fue mi hermano Toste. —¿Estáis seguro? —Por supuesto que estoy seguro. Razonablemente seguro. Saleem sacudió su cabeza como si se aclarase. A continuación volvió su atención hacia Helga, ruborizada de frustración. —Siete monedas de oro, y esta es mi última oferta. —Diez —intervino Vagn. Toste, ¿te estás riendo de mí allá arriba en el Valhalla? ¿Estáis todos vosotros, guerreros muertos, haciendo apuestas sobre qué ingeniosa ocurrencia tendré después? Helga jadeó. Saleem juró. Más tarde, después de que Saleem abandonase el cuarto, llevándose solamente la lana verde, Helga sacudió su cabeza hacia él y soltó ese sonido reprobador que tanto les gustaba a las mujeres. —No voy a casarme con vos. Así que sacad esa idea de vuestra cabeza. Él hizo un exagerado puchero de despreocupación. Diez monedas de oro significaban poco para él. Había ganado más en una noche de dados o hnefatafl1, lo cual le hizo pensar en algo más: otro juego, uno en el que él había ganado. —¿Dónde está Clod? Oh, buen Thor, ¿cómo he podido olvidarme? ¿Dónde está Clod? —¿Clod? —dijo Helga mientras recogía las prendas—. El único Clod que conozco sois vos, vos patán. —No, me refiero a mi caballo Clod. Estaba conmigo en la batalla. Le recuerdo perfectamente de pie detrás de mí, relinchando frenéticamente, cuando la espada me atravesó. Me he vuelto un idiota incoherente. —¿Os referís a ese caballo de lomo torcido, tan viejo como Odín, que os siguió aquí desde la batalla? —¿Está vivo? —preguntó Vagn, sin sentirse ya como un idiota incoherente, sólo un idiota esperanzado. Ella asintió con la cabeza, perpleja ante su preocupación por un animal decrépito e inútil. Vagn no pudo evitarlo. Las lágrimas anegaron sus ojos. No sabía porque, pero el escape de Clod de la muerte parecía tener algún significado para él. Esperanza, eso era lo que era. Si ese viejo caballo de guerra pudo sobrevivir a la batalla, siempre había esperanza de que… bueno, era suficiente decir que había esperanza.

1 Antes de la introducción del Ajedrez (en noruego antiguo Skak-Tafl) en los siglos XI y XII, los escandinavos aguzaron su ingenio jugando un juego conocido como Tafl. Tafl en noruego antiguo significa "tablero" y al final del período se refiere a una variedad de juegos de tablero, como el Ajedrez (Skak-Tafl o "tablero de cuadros"), Tabula (el ancestro medieval del Backgammon, introducido desde Francia como Quatre y así Kvatru-Tafl), el Zorro y los Gansos (Ref-Skak, "ajedrez del zorro", Hala-Tafl o Freys-Tafl), la Danza de los Tres Hombres (Hræ_-Tafl o "Tafl-rápido") y de los Nueve Hombres. Sin embargo, el término Tafl era el más usado comúnmente para referirse aun juego conocido como Hnefa-Tafl o "Tablero del Rey". Hnefatafl era conocido en Escandinavia antes del 400 d.C. y fue llevado por los vikingos a Groenlandia, Islandia, Irlanda, Gran Bretaña, Gales y hasta el lejano oriente como Ucrania.

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—Gracias —dijo atragantado con la voz llena de emoción. Entonces hizo lo único que un vikingo de sangre roja haría en esas circunstancias. Especialmente estando cara a cara con una mujer que poseía la boca más besable a este lado de un harén árabe. Besó a Helga la Fea. Y la besó bien. Muy bien. Las rodillas de Helga se aflojaron, y ella no tenía la excusa de una herida de batalla. Él la agarró ya que casi se desmayó a sus pies. Sonrió contra su boca y la besó de nuevo. Había una cosa que Vagn sabía hacer muy bien, y era besar a una mujer hasta que perdiese la cabeza. De hecho, había otra cosa que sabía hacer igual de bien, y también hacía que una mujer perdiese la voluntad. —¿Qué me estáis haciendo? —preguntó Helga cuando pudo respirar. —Convenciéndoos —susurró él contra su boca. —¿Para casarme con vos? Él sonrió. —No, otra cosa. Él creyó que ella había dicho algo que sonaba como “patán”, pero probablemente había dicho que estaba “asustada”. Al menos, eso fue lo que decidió creer, especialmente desde que ella había abierto su pecadora y húmeda boca para él. Las rodillas de él casi se doblaron… otra vez, como lo hicieron dos días atrás. Esta vez se debía a un dolor de una clase completamente diferente.

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Capítulo 3 El abominable vikingo… La monja estaba a cuatro patas en la basura, con el trasero levantado y perfilado por su ajustado hábito, silbando. El silbido era mediocre; el trasero era magnífico. ¡Bueno, hijo de una espada! Creo que he muerto y me he ido a Asgard… ¿o es el cielo?¿Me he hundido tanto que ahora siento lujuria por una monja? Penoso… me he vuelto penoso. Pero ni en un millón de años, informaría Toste a Lady Esme —or hermana Esme, o Cómeme (no penséis que él se había olvidado de un error tan erótico)— de su presencia en los jardines de la abadía… no hasta que fuese absolutamente necesario. Estaba disfrutando demasiado de la vista en este día extrañamente cálido de noviembre… y no se refería al pintoresco pueblo ni a los bosques que rodeaban los considerables terrenos de la comunidad religiosa. Su hermano Vagn siempre estaba a favor de las mujeres de grandes pechos, pero Toste siempre apreciaba un trasero femenino bien formado. Me pregunto qué haría ella si me plantase detrás, muy cerca, y… —Vete, vikingo —Al parecer, ella estaba al tanto de su presencia, después de todo, pero ni se preocupó de girarse y mirarle, sólo continuó intentando atraer a un gato de debajo de un arbusto ondeando una pluma de pavo. Aunque dejó de silbar. —Pssssss —dijo el gato, que se metió más profundamente dentro del arbusto. —Aquí, gato. Aquí, gato —dijo ella, ondeando la pluma delante del arbusto. Era un esfuerzo inútil. El gato saldría cuando quisiera. Aún así, los dos —gato y mujer— seguían enganchados en una batalla de siseos y ruegos. —¿Para qué queréis al gato? —No quiero al mugriento animal, pero hoy los ratones se han atrevido a entrar en la despensa. La madre Wilfreda necesita un caza-ratones. Vete. Como no era dado a que una mujer le intimidase, por supuesto Toste se quedó donde estaba. Mientras esperaba a que ella diese el juego por terminado, examinó las instalaciones de la abadía. Había llegado a conocer bien los sencillos edificios y a sus habitantes durante las pasadas dos semanas. Los terrenos bien cuidados indicaban pulcritud y eficiencia, y sin duda serían preciosos en primavera y verano. A lo lejos, podía ver casitas con techados de arcilla, las viviendas de la gente del pueblo. Muchas hectáreas de tierra arada se extendían sin sembrar durante el invierno pero se cubrirían de trigo y avena en sólo unos pocos meses. Las ovejas y las vacas pastaban. Docenas de colmenas cónicas, con sus ocupantes en hibernación durante el invierno, parecían pequeños soldados cuidando de los rebaños. Él inhaló profundamente. El olor del invierno llenaba el aire, pero también el embriagador aroma de la hidromiel de Margaret, hecha a partir de las enormes cantidades de miel cosechada por la hermana Ursula, la cuidadora de abejas. Un grupo de monjas estaban fuera ahora en una de las cercanas dependencias, elaborando un nuevo lote de hidromiel para ser vendido en la zona comercial, así como para ser consumido en el convento. Al parecer, los votos de abstinencia de las monjas no incluían a la perversa cerveza. Cantaban llenas de alegría mientras trabajaban… parte

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de su entusiasmo sin duda se debía a la alegría del ale… una canción sobre San este o el otro. Un cambio de la habitual agenda vocal, bienvenido para la mente de él. Toste había pasado demasiado tiempo entre las sábanas, curándose. Ayer por la mañana, le había jurado a Bolthor que el tiempo pasaba tan lentamente en este convento que contaba las horas por las gotas de su vela. Y escuchando a los coros practicar su música religiosa no ayudaba en nada. Si oía “Kyrie Eleison” una vez más, se arrancaría los pelos de la nariz, uno a uno, o les daría a estas hembras cortas de ingenio alguna razón para cantar, “Ten Compasión”. Además, ¿quién sabía que las campanas de la iglesias tenían que tañer tantas veces al día? Por maitines y séptimas y vísperas y esta u otra hora para el rezo. A veces sentía como si tuviese un gong dentro de su dolorida cabeza, con su propia campana tañendo. Incluso rezaban por los perezosos intestinos de la hermana Stefana, por el amor de Frigg. Las novicias de risitas tontas que buscaban excusas para mirarle a hurtadillas desde su puerta unas cincuenta veces al día eran sólo molestas. Luego estaba la hermana Hildegard, quien tenía un poco piadoso terror hacia los vikingos y todavía chillaba cada vez que le veía “Vienen los vikingos, vienen los vikingos”. ¡Ja! Tenía noticias para ella. El vikingo ya estaba aquí. La hermana Stefana de los intestinos perezosos era otra historia en sí misma. La baja dama de mejillas con forma de manzana tenía el peculiar hábito de desnudarse y bailar desnuda por los pasillos. Para decir que Wilfreda, la madre superiora y sanadora, estaba avergonzada por tal comportamiento sería quedarse corto. Todos ignoraban a la hermana Stefana hasta que invariablemente recobraba sus sentidos. Aparentaban que la desquiciada monja no estaba desnuda ni haciendo nada ajeno al comportamiento de una monja. Era como ignorar un barco en un charco de barro. El hecho más escandaloso de su convalecencia fue cuando el padre Alaric se atrevió a sugerir que debía confesar sus pecados. —¿Qué os hace pensar que soy un pecador? —preguntó Toste. —Bueno, sólo pensé… um, siendo un escandinavo y todo lo que implica… violaciones y saqueos y esas cosas… y siendo un viajero… y siendo un pagano… bueno, uh… —¿Quién dice que soy un pagano? Venero tanto a los dioses escandinavos como a los cristianos. Como muchos escandinavos, me he cubierto las espaldas siendo bautizado. Soy cristiano cuando quiero serlo. —No estoy seguro de que esa clase de cristianismo cuente para llegar al cielo. Al menos, sois medio cristiano, es una buena idea confesarse de vez en cuando. —La mejor parte del arrepentimiento, en mi opinión, es pecar —había bromeado él. —San Agustín decía lo mismo —admitió el cura. Espero que no cuente con convertirme en un santo. —¿Tenéis en mente algún pecado en particular para mí? Era una señal del aburrimiento de Toste al tener tal conversación con un cura tan viejo como el bíblico Moisés. —Fornicación —replicó sin dudar el padre Alaric. —Ah, eso. Sí, he debido hacerlo una vez… o dos. O unos cuantos cientos de veces. Pero no últimamente.

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—También están los vicios —añadió el hombre santo. El rubor de sus orondos pómulos había llegado a la tonsura de su cuero cabelludo. ¿Huh? —¿Qué son los vicios? —quiso saber Toste. Luchando por encontrar las palabras adecuadas, el sacerdote masculló algo escandaloso sobre los hombres, los animales y los orificios corporales. Toste no se asombraba fácilmente con nada que tuviese que ver con el sexo, pero su mandíbula se le cayó al suelo. Verdaderamente los clérigos acusaban a los vikingos de las cosas más extravagantes. —Podéis borrar ese pecado… esa abominación… de mi cuenta pendiente — consiguió decir. Pero ahora Toste se aventuraba a salir… sin duda para salvar su cordura o lo que quedaba de ella. La herida de su cabeza había sido seria, pero se había recuperado mucho antes de eso. Extrañamente, los dolores en su pecho y espalda le dolían más que el golpe de la cabeza. Bueno, no tan extrañamente. Era de la clase de dolor compartido que siempre experimentaba con su hermano gemelo, y había visto con sus propios ojos en el campo de batalla que Vagn había sido atravesado justo en esos sitios por una espada sajona. Pero, ¿cómo podía persistir el dolor de su gemelo, incluso tras la muerte? Ya estaba bien de semejantes pensamientos morbosos. Toste tenía cosas más importantes en las que pensar ahora… como una hermosa mujer a cuatro patas con el trasero levantado. Nunca me he acostado con una monja antes. Al menos, creo que no. Me pregunto como sería. Vagn diría que todas son iguales en la oscuridad. Después se reiría y sugeriría algo tan vulgar que incluso yo me sonrojaría. ¡Aaarrgh! Por el trueno, tengo que dejar de pensar en Vagn. Se puso de rodillas cerca de la hermana Esme y dijo: —¿Qué estáis haciendo? ¿Puedo ayudar? Soy un gran cazador de gatos —En realidad, nunca había atrapado un gato. O lo había intentado. Al mismo tiempo que se arrodillaba, se agarró la parte izquierda del abdomen, justo bajo las costillas. —¿Qué? ¿Qué ocurre? —preguntó ella, sentándose sobre los muslos. —Nada. Es sólo ese dolor imaginario otra vez. —¿Imaginario? —Mi hermano gemelo. Siempre hemos podido… bueno, sentir lo que siente cada uno… incluso cuando estábamos lejos el uno del otro. —Pues sí que estamos lejos si ahora estáis sintiendo su dolor. ¡Bueno, bueno, bueno! Una monja que sabía hacer chistes. La golpeó juguetonamente en el brazo. —El sarcaso os sienta muy bien, milady. Ella miró fijamente durante un largo momento el lugar donde él la había golpeado como si se preguntase si debía devolverle el golpe. Eso sí que sería algo digno de ver: una monja que hacía chistes y se entregaba a la violencia física. Para la desaprobación de él, ella eligió no hacer nada y continuar parloteando. —Me resulta difícil imaginarme tan cercana a un miembro de la familia como vos. Mi madre murió hace mucho tiempo, aunque tengo un padre y dos hermanos, y lo único que percibo de ellos es que les gustaría verme muerta —Él supuso al instante que ella lamentaba haber revelado tanto sobre sí misma.

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—De seguro bromeáis. La hermana Esme era realmente una mujer preciosa. Incluso con el monótono hábito marrón que vestía, su figura se notaba bien dotada y femenina. Su cabello negro se curvaba tras sus pequeñas orejas y estaba cubierto por un velo que hacía juego con el apagado hábito. La piel de su rostro era tan clara como la crema fresca, su boca era una maravilla color de rosa. Ella lamió sus, al parecer, secos labios. Lamed vuestros labios otra vez, milady monja, y me tomaré mis libertades con vos en este mismo huerto. De pronto, Toste recordó que ya hacía un año o más desde la última vez que había yacido con una mujer, gracias a su experiencia Jomsviking. Desde luego debía estar bien cachondo para babear encima de una monja. —¡Si sólo fuese eso! —dijo ella con un suspiro. Oh, buenos dioses, ¿había hablado en voz alta sobre su calentura? Pero, nah, sacudió la cabeza para aclararse y se percató de que la monja se refería a su comentario acerca de que debía estar bromeando sobre lo de que su padre y sus hermanos la deseaban muerta. —Explicaos, milady. —No. Ya he dicho demasiado. —No podéis decirle a un hombre que vuestra vida está en peligro y después cerrar la boca. —Puedo y lo haré. Él se encogió de hombros. —No existen secretos en este convento. A las mujeres les gusta chismorrear. Todo lo que tengo que hacer es preguntar. Alguien me contará vuestra historia. Ella le dedicó una mirada que le indicó que le era tan molesto como un mosquito. Él le devolvió la mirada sin inmutarse. —Muy bien, os lo contaré. Después dejadme tranquila —le dijo con irritación—. Faltan cuatro meses para mi vigésimo quinto cumpleaños, que será cuando heredaré las tierras de la dote de mi madre en Evergreen. Mi padre se está desesperando. Toste supuso que la moza exageraba el peligro. Las mujeres tendían a hacer eso. —He oído hablar del señor de Blackthorne y es dueño de muchas tierras. Ella emitió un bufido de exasperación ante la persistencia de él por meterse en sus asuntos, pero sin embargo se lo aclaró. —Sí, lo es, pero un padre con dos hijos varones nunca tiene bastante. Además, es un hombre codicioso —Se colocó las manos en las caderas y se inclinó hacia atrás, estirándose, sin duda con intención de alisar todas las arrugas provocadas por la tarea que había estado realizando. Una parte del cuerpo de Toste también se estiró. Su parte favorita. —¿No sentís ningún amor en absoluto por vuestro padre y hermanos? —inquirió él tan fríamente como un hombre con una excitación creciente podría hacerlo. Habría cruzado las piernas si no estuviese todavía de rodillas. —¡Ja! No soporto a ningún hombre, si he de decir la verdad. Eructar y presumir, eructar y presumir, eructar y presumir, eso es para lo único que sirven. Toste sofocó una sonrisa. La dama tenía sentido del humor. Que… bien, ¡refrescante! Una lengua mordaz, bonitos pechos, un trasero atractivo, y sentido del humor. La monja parecía cada vez más atrayente. Estaba bromeando, ¿verdad? —¿Vuestro padre os ha hecho amenazas reales?

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—Así es… tanto de palabra como de hecho. Toste la escudriñó un poco más… una mujer bonita, incluso con su sosa vestimenta. —¿Qué queréis decir? —Quiero decir que me ha estado amenazando durante años, y que últimamente ha habido numerosos accidentes en los que me he visto envuelta que no tienen explicación. Él frunció el ceño con incredulidad. —¿Cómo cuáles? —Serios calambres de estómago que el curandero afirma que debieron ser provocados por un veneno. Un empujón por unos oscuros escalones de piedra por la noche. Una serpiente en mi cama. Cosillas como esas —Entrecerró los ojos observándole—. ¿Por qué me hacéis todas esas preguntas? O peor, ¿por qué me molesto en contestaros? —Porque estoy aburrido. Porque no os podéis resistir a mis encantos, aunque seáis una monja —Toste todavía no podía aceptar la idea de una familia que le haría semejantes cosas a una sencilla mujer, sin provocación. Aunque existían hombres malvados en el mundo. Él había conocido a unos cuantos—. ¿Qué vais a hacer? —¿Sobre resistirme a vos? —Nah, monja descarada —contestó él con una carcajada—. Sobre vuestro padre. Ella encogió los hombros y se apartó un mechón de cabello del rostro con una mano sucia. Ahora tenía una mancha de tierra sobre el pómulo que la hacía parecer diez años más joven… no el objetivo de alguna sangrienta intriga. —Sobreviviré, de una manera u otra, como siempre lo he hecho. O tal vez llevaré mis votos hasta el final. No es una vida tan mala. —¿Votos? ¿No habéis tomado los votos todavía? Pequeñas campanas resonaron en la cabeza de Toste y no del tipo de iglesia que últimamente le habían dado la lata. ¡Ting-a-ling!, ¡ting-a-ling!, ¡ting-a-ling! decían esas campanas, ¡No es una monja! ¡No es una monja! ¡No es una monja! Ella sacudió la cabeza. —No he tomado mis votos finales después de más de diez años entre estos muros. Si lo hago, Evergreen quedará en manos de mi padre. Algunos dicen que soy la novicia más vieja de toda Britania —Su boca de capullo de rosa se encorvó tristemente mientras hablaba. Los labios de Toste se retorcieron de alegría. —No es gracioso. —Sí, lo es —Se frotó la palma sobre su boca para borrar cualquier señal de diversión, probablemente en vano—. ¿Sois virgen? —preguntó de pronto. —Por supuesto —contestó ella, añadiendo a continuación—, vuestras preguntas sobrepasan los límites de la decencia. No es de vuestra incumbencia. —Sólo estaba pensando… —Algunos hombres no deberían pensar. Les destroza el cerebro. —¡Tsk, tsk, tsk! —Alguien necesitaba enseñarle a esta monja-moza su lugar correcto: bajo un hombre. Quizás más tarde asumiría esa tarea—. Lo que iba a decir antes de ser rudamente interrumpido era que deberíais estar más preocupada sobre lo de ser la virgen más vieja de toda Britania, no la novicia más vieja. ¡Ahí! Justo en el blanco.

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Ella le golpeó en el rostro con la pluma de pavo real. Él fingió sentir un gran dolor. —Ya he notado que sois un hombre muy bromista. ¿Pensáis que todo en la vida es merecedor de una broma? ¿Os reís con cualquier cosa? —La vida es dura, milady. A veces debéis reír, en lugar de veniros abajo y llorar. Yo no haré eso. Justo entonces, un lechón con cinco patas pasó corriendo junto a ellos, siendo perseguido por la hermana George, la salvadora oficial de animales del convento. El paso del cerdo estaba desequilibrado, como un vikingo borracho después de un largo viaje. El paso de la monja era igual de desequilibrado pero sólo porque intentaba levantar el hábito hasta sus rodillas con una mano mientras corría y sostener su flotante velo con la otra. —¡Oink-oink! —¡Aquí, cerdito, aquí, cerdito! —¡Oink-oink! —¡Aquí, cerdito, aquí, cerdito! El cerdo seguramente pensaba que estaba destinado a convertirse en jamón y no pretendía detenerse. La monja estaba igualmente decidida. Desaparecieron en el interior de un vacío establo de vacas más allá del cobertizo de la miel. —Este es un… hum, convento poco común —comentó Toste con una sacudida de la cabeza. —Sí, lo es —asintió lady Esme—. Poco común pero maravilloso, a su propia manera. —Toste no estaba tan seguro de eso—. Pero estábamos hablando acerca de las miserias de la vida y la necesidad de reír todos los días —Su rostro se suavizó—. Añoráis a vuestro hermano, ¿verdad? —Desesperadamente —admitió él. Para su vergüenza sintió las lágrimas humedeciendo sus ojos. ¿Cuándo me he convertido en un llorón? Lo próximo será sollozar. Una vez que fue capaz de hablar a pesar del nudo de su garganta, explicó—: La verdad, estoy desorientado. Mi vida parece haber perdido completamente el equilibrio. Soy como un barco que se escora sobre un lado, incapaz de avanzar o retroceder, haciendo círculos. —El tiempo todo lo cura, según me han dicho. Él se encogió de hombros. —Tal vez. Justo entonces, Bothor llegó cojeando, auxiliado por un largo bastón de madera. Su muslo había recibido un corte hasta el hueso durante la batalla, y también mostraba una profunda cuchillada en su cuello por donde un sajón había intentado rajarle la garganta pero había fallado, gracias a los dioses. Bolthor le miró fijamente con su único ojo bueno y preguntó: —¿Qué estáis haciendo los dos de rodillas en la tierra? ¿Rezando? Toste miró a Esme y ella le miró a él. Ambos rompieron a carcajadas. Ella tenía una risa adorable con un dulce tono. —Nah, sólo hablando —contestó Toste, poniéndose de pie con cuidado tras lo cual extendió la mano para ayudar a Esme. Ella miró su mano sucia y después la limpia de él, después pareció rechazar las consecuencias y colocó su palma en la suya. La mano de él más grande y callosa envolvió la más pequeña. Para la conmoción de Toste, sintió el contacto de su piel en la suya de la manera más erótica, como ondas de

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placer extendiéndose desde sus manos apenas unidas hasta todas sus extremidades… y en particular a una muy especial. Esme, quien le llegaba solamente al hombro, estaba igualmente afectada… eso podría deducir él por el rubor ardiente y el temblor de su mano, todavía encajada en la suya. Ella apartó la mano de un tirón como si quemase, y comenzó un gran espectáculo sacudiéndose el polvo de su hábito. Toste se sentía satisfecho con su tarea de ese día. Si podía sacudir la compostura de una monja, entonces no había perdido su don. O mejor dicho, una casi-monja, se recordó a sí mismo. —¿Qué has estado haciendo? —le preguntó a Bolthor, quien no parecía estar de buen humor… aunque eso era casi siempre. Era un gigante, un berserker, con un parche negro sobre un ojo, y cicatrices procedentes de numerosas batallas cubriendo la mayor parte de su piel. Incluso cuando sonreía, parecía estar ceñudo. —¡Muy amable de tu parte el preguntar! —espetó Bolthor—. Estas monjas creen que soy un caballo… y no un caballo de guerra, dirías tú, sino un viejo y simple caballo de granja —Adoptó un tono decididamente femenino e imitó a las monjas—: «Bolthor, ¿podéis levantar esta carreta para que podamos encajar la rueda? Bolthor, el toro no quiere entrar en el establo. Bolthor, ese barril de miel es demasiado pesado para mí y vos sois tan grande y fuerte. Bolthor, ¿podríais hacerme un pequeño favor…? No, no se trata de lavar los hábitos, sólo de cavar un pequeño foso.» —Apuntó con la cabeza a Toste, en busca de simpatía y después recalcó—, ¡Ja! No existe tal cosa como un “pequeño” foso. —¿Qué preferiríais estar haciendo? —le preguntó Esme. —Creando sagas. Soy un skald. —¿De verdad? Bolthor cabeceó vigorosamente. —¿Os gustaría escuchar mi última creación? —Nah, nah, nah. Ahora mismo no —dijo Toste. Creo que voy a vomitar. —Por supuesto —contestó Esme, sólo para enojarle apostaría él. Toste gimió. Bolthor emitió ese sonido carraspeante que siempre soltaba antes de declamar sus poemas. Después una expresión soñadora cubrió su rostro curtido por las cicatrices de batalla. Demasiado tarde para detenerle ahora. —A éste lo he titulado «El Guerrero y la Monja». —¿Huh? —dijo Esme. —¡Uh-oh! —dijo Toste. «Había una vez una doncella tan hermosa que a su lado la belleza era poca cosa. No le interesaban los hombres, por lo que del sexo sólo conocía el nombre. De modo que en un convento entró Y no casarse jamás juró. Pero entonces llegó un hombre sin igual, un vikingo era que cuartel no daba. ¿Que moza podría resistirse al beso de semejante entusiasta de la cama? Pronto la doncella tendrá anhelos que ella no debería

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por descubrir el famoso deporte vikingo. Y ahora en lugar de vestir una suave camisa sobre sus pechos desmayada está sobre el velludo torso del varón.» Esme inhalaba y exhalaba rápidamente, como un pez fuera del agua, demasiado aturdida para hablar. Esa era la reacción usual de las personas después de escuchar una de las horribles sagas de Bolthor por primera vez. —¿Está insinuando que siento inclinaciones pecaminosas hacia vos? —le preguntó Esme a Toste con un tono horrorizado. Toste sonrió. —Eso espero. —¡Zoquete! —dijo ella, refiriéndose a él, no a Bolthor. —Me ha llamado entusiasta de la cama. Yo soy el que debería sentirme ofendido. —¿Qué opináis sobre mi saga? —le preguntó Bolthor a Esme. —Estaba bien —contestó Toste antes de que Esme pudiese decir algo ofensivo, como «¡Zoquete!». Bolthor no tenía mala intención y era un buen amigo, así que Toste no quería lastimar sus sentimientos sin necesidad. Bolthor sonrió ampliamente. —No estaba seguro de utilizar “velludo torso” en lugar de “masculino torso”. A menudo los poetas nos enfrentamos con estas difíciles elecciones —explicó Bolthor. —Creo que “velludo” es una elección excelente —dijo Esme, obviamente recuperada la voz. Miró a Toste y musitó—, ¡Velludo zoquete! Pero Toste podría haberla besado por su sensibilidad hacia el dulce gigante. En realidad, podría besar por cualquier razón. —Para la próxima, creo que lo intentaré con «La Virgen Más Vieja de Toda Britania» —le dijo Bolthor a ella. Debió alcanzar a escuchar la última parte de su conversación. Esme sólo gorjeó. En ese momento, los ojos de Bolthor se ensancharon. —¿Qué es eso en el nombre de Odín? —Su sonrisa se evaporó al fijar su atención en algo lejano situado detrás de Toste y Esme. Al principio, Toste pensó que la musa había regresado a él, pero antes de que pudiese dar voz a una protesta ante esa perspectiva, Bolthor tiró su bastón a un lado, se arrojó hacia delante y los arrojó a ambos al suelo. En ese instante, mientras Esme y él yacían sobre sus espaldas con el inmenso peso de Bolthor aplastándoles, escucharon un sonido siseante pasando sobre ellos. —¿Qué fue eso? —exclamó Toste, sacudiéndose a Bolthor de encima. —Una flecha —contestó Bolthor, ya de pie y escudriñando la distancia donde ninguna alma estaba a la vista—. Vi un arquero apuntándonos desde ese grupo de árboles de allá. Ahora no está. Pensando con rapidez, Toste levantó a Esme por la cintura y la arrojó sin ceremonias al interior del seto. El gato chilló indignado por la intrusión y salió disparado por el otro lado del arbusto. —¡Permaneced agachada! —ordenó Toste a Esme. Por fortuna, ella se adentró más profundamente en el follaje y no dijo una palabra.

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Toste y Bolthor corrieron a investigar, su carrera ralentizada por el lisiado paso de Bolthor y la cabeza palpitante de Toste. Para cuando llegaron a los árboles, el villano… o villanos… se habían ido. Regresaron caminando lentamente, discutiendo sobre la casualidad. Atacados en un convento, ¡de entre todas las cosas posibles! Cuando volvieron al jardín, Toste ayudó a Esme a salir del seto. Parecía temblorosa, pero alzó la barbilla valientemente mientras se sacaba agujas de encina de su ropa. Su velo estaba descolocado, así que lo arrojó al suelo, donde se reunió con la olvidada pluma de pavo real. —¿Crees que era algún guerrero sajón que venía a rematarnos? —le preguntó Toste a Bolthor, mientras observaba como Esme se serenaba. —La flecha era para mí —dijo Esme con tono práctico. —¿Qué? —exclamaron ambos hombres. —Vi a uno de los hombres de mi padre merodeando por aquí esta mañana temprano. Debería haber sospechado que intentaría algo como esto —Sus palabras eran valerosas, pero su rostro pálido y las manos temblorosas revelaban su miedo. Toste le explicó rápidamente a Bolthor lo que Esme le había relatado sobre la desesperación de su padre por obtener sus tierras… mediante su vocación religiosa o su muerte. —Es monstruoso que un hombre pudiera hacer tal cosa a alguien de su propia sangre —dijo Bolthor, apretando una de las manos de Esme entre las suyas. —¿Deseáis vuestras tierras? Quiero decir, ¿realmente las deseáis? ¿Lo bastante como para luchar por ellas? —preguntó Toste, un poco irritado viendo como su amigo consolaba a la dama. El rostro de ella se iluminó. De hecho, sus ojos casi parecían brillar con un fuego azul. —Sí, quiero lo que me pertenece. Con pasión. —La pasión le sonaba muy bien a Toste—. Daría cualquier cosa por obtener lo que es mío. Oh, milady, no deberíais prometer tal cosa a un hombre. “Cualquier cosa” daba lugar a demasiadas imágenes. Él hizo una pausa durante unos instantes antes de anunciar: —Entonces os ayudaré, milady. Seré vuestro campeón. Eso decididamente obtuvo la atención de la dama. Su mandíbula cayó casi hasta su pecho, el cual según empezaba a constatar él poseía una indudable prominencia que ni siquiera el hábito de una monja podría ocultar. Notando la dirección de su mirada, ella cruzó los brazos sobre sus senos. —Gracias por vuestra oferta, pero tengo mis propios planes. —Ambos seremos vuestros campeones —añadió Bolthor—. Seremos los caballeros de lady Esme. —¡No! ¡Definitivamente no! —dijo ella—. Ya tengo bastantes problemas como para añadir a dos torpes vikingos. ¿Torpes? ¿Quién es torpe? —Tal vez podrías escribir una saga sobre esto —le sugirió Toste a Bolthor con sarcasmo. —¡Nada de sagas sobre el conflicto de mi familia! ¡Definitivamente no! —Lady Esme les miró a ambos de forma encantadora.

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—Buena idea, Toste —dijo Bolthor, quien era incapaz de reconocer el sarcasmo aunque le golpease en la cara. ¿De verdad ese cabeza cuadrada de Bolthor no podía ver que él quería ser el único campeón de la dama? —¿Es que nadie me escucha? ¡Os he dicho que puedo arreglármelas sola! —chilló lady Esme—. La violencia no es la respuesta, incluso aunque mi padre no duda en seguir ese camino. Debo utilizar la cabeza y ser más lista que mi padre. Ese es el único camino. —No debéis preocuparos, milady. La violencia es lo único que comprendemos. Somos vikingos —dijo Toste, como si eso lo explicase todo. Lady Esme murmuró un improperio muy gráfico, el cual provocó que los dos pares de cejas masculinas se levantasen con la sorpresa. Casi al instante, ella añadió quejumbrosa: —Otra vez a confesarme. Mientras lady Esme se marchaba, inconsciente del balanceo seductor y totalmente impío de sus caderas, Bolthor le comentó a Toste: —Bonito trasero. Y Toste replicó. —No me había fijado.

—Tengo sentimientos confusos con respecto a los dos vikingos —le dijo Esme a la Madre Wilfreda. La abadesa levantó sus cejas interrogativamente mientras ambas sorbían de pequeños tazones de hidromiel antes de retirarse a dormir. Estaban sentadas ante una de las dos gigantescas chimeneas en la gran sala de la abadía. Las mesas ya habían sido recogidas tras la cena, y ahora las monjas se dedicaban a diversas ocupaciones tales como remendar sus hábitos gastados por el uso, tejer en pequeños telares, rezar sus rosarios, o en el caso de las que se encontraban cerca de la otra chimenea, escuchar embelesadas a Bolthor mientras éste relataba historias sobre vikingos famosos que habían realizado extraordinarias hazañas, como Ragnor Calzas-Peludas o Eric HachaSangrienta. El otro vikingo, Toste, también escuchaba, con sus largas piernas plantadas sobre la reja de la chimenea, pero con demasiada frecuencia desviaba la mirada hacia Esme dedicándole un desconcertante escrutinio, el cual invariablemente la hacía apartar la mirada, nerviosa. —Ya me habéis contado que los escandinavos se han ofrecido a ayudaros. ¿Qué os preocupa? —preguntó la madre Wilfreda, dejando a un lado el paño de altar de encaje cuyos bordes estaba intentando arreglar. —No quiero tener nada que ver con ellos o con cualquier otro del género masculino. ¿Qué han hecho los hombres por mí excepto hacer mi vida miserable? —Oh, pequeña, no todos los hombres son iguales. Recordad, nuestro amado Jesucristo era un hombre. Es poco cristiano de vuestra parte hablar de esa manera. Esme sonrió. —¿Eso significa que tendré que confesarme otra vez? La Madre Superiora asintió. Y después también sonrió. —¿Cuántas veces habéis ido a confesión hoy? —Sólo dos. Ha sido un buen día.

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La abadesa balanceó la cabeza ante la inutilidad de intentar convertir a Esme en una monja devota. —Volviendo a nuestra discusión y a porqué desconfiáis de todos los hombres, incluidos esos vikingos. —Vos habéis sido toda mi familia durante mucho tiempo… y una buena y leal hermana para mi madre. Pero incluso cuando mi madre estaba viva, mis hermanos me atormentaban hasta hacerme llorar y mi padre parecía más dispuesto a aplastarme que a abrazarme —En realidad, no podía recordar un solo instante de afecto por parte del Lord de Blackthorne—. He sobrevivido hasta ahora por mis propios medios, con vuestra ayuda. Con un pequeño esfuerzo más, deberé ser capaz de cumplir mi veinticinco cumpleaños. —Y así lograr la libertad y vuestra independencia de vuestro padre. Esme asintió. —“Deber” es la palabra clave, por supuesto. No dudo que podría esconderme de mi padre y sus hombres durante otros tres meses. Vos y yo hemos discutido sobre algunas posibilidades. Pero el problema radica en la corte del rey Edgar. Debo presentar mi petición para la devolución de las tierras que mi padre ha estado cuidando supuestamente para mí. Padre estará vigilando cada camino a Winchester, donde se espera que Edgar pase la Pascua, tres días después de mi cumpleaños. Lo que me acosa últimamente es si no habré dejado mi destino en manos del azar. —Azar no, pequeña. Dios. Debéis rezar pidiendo Su ayuda. —No menosprecio el poder de la oración, Madre, pero Dios ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos. —O a aquellos que no están tan llenos de orgullo que no puedan pedir ayuda a otros —sugirió la abadesa—, como a esos dos fuertes vikingos con la habilidad de conseguir un grupo de soldados. —Exactamente —dijo Esme. —Entonces, ¿qué os detiene? —No lo sé. Esos vikingos no tienen nada que ver con ningún hombre que hubiese conocido antes. Ni con mi padre y hermanos quienes sólo se preocupan de su propio bienestar, ni con los pocos hombres incluidos los sacerdotes, que he conocido a lo largo de los años en este convento. Oh, no me mire así, Madre. Sé que el Padre Alaric no es malo, pero él es la excepción. Toste y Bolthor son guerreros sedientos de sangre… bueno, por lo menos son guerreros que puedo contratar, Jomsvikings. —Pero eso podría convertirles en buenos luchadores por la causa correcta. —Hmmmm. ¿Se atrevería a confiar en ellos? ¿Qué tendría que entregar para contratarles y a una tropa de sus seguidores? El control, para empezar. A Esme no le gustaba la idea de poner su futuro en manos de otros. De alguna forma, en su yo más profundo, Esme sospechaba que tendría que rendir mucho más que el control sobre su vida… especialmente a uno de los vikingos, Toste. Y esa perspectiva era lo que más la preocupaba. Se sentía atraída por él. Increíblemente, tras años de virtuosa clausura, de repente su estómago le daba un vuelco en cuanto el hombre estaba cerca. Ni pensar que permitirle conocer su efecto sobre ella. ¡Ja! Ya tenía demasiado buen concepto de sí mismo. Él era bastante más que agradable a la vista… alto, bien formado y limpio, ahora que se recuperaba de sus heridas, con un rostro afeitado de facciones marcadas

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luciendo un tentador hoyuelo en la barbilla, vivaces ojos azules y un cabello largo rubio oscuro, el cual sujetaba en vano en dos trenzas con abalorios de ámbar. No es que me haya fijado demasiado en todo eso. Cuando la sonreía, lo que hacía demasiado a menudo, ella sentía derretirse un poco sus entrañas. Pero lo que más la atraía de él era el afecto que no disimulaba por su hermano muerto y por ese horrible poeta, Bolthor. ¿Cómo podría no sentirse atraída por un hombre que amaba tanto a su hermano y que mostraba tal lealtad hacia su amigo, incluso alabando sus espantosas sagas? De pronto la madre Wilfreda emitió una risita. —¿Qué? —La expresión melancólica de vuestro rostro os traiciona, querida. —No sé a que os referís —dijo Esme, pero por supuesto sí lo sabía. —No hay nada de malo en los sentimientos de una mujer hacia un hombre… siempre que no haya nada de cama antes de la boda. Esme sintió su cara arder de vergüenza. —No poseo ningún sentimiento de mujer por ningún hombre. —He sido monja durante cuarenta y tantos años, pero algo sé con certeza. Dios desea que los hombres y las mujeres disfruten juntos. Hay lujuria buena y lujuria mala. —¿Lujuria buena, eh? Me gusta como suena eso —dijo Toste, acercándose tras ellas y deslizándose en el banco junto a Esme… demasiado cerca. Esme deslizó su trasero por el banco, alejándose de él. Él la siguió. La madre Wilfreda sólo emitió otra risita ante sus travesuras, luego se levantó y les dio las buenas noches a ambos. Debería irse a su celda, junto con las demás monjas, pero la mayoría de monjas y novicias habían colocado catres junto a las chimeneas para aprovechar el calor. La mayoría de los dormitorios eran fríos en invierno y el único calor provenía del uso de numerosas mantas; la madera para las chimeneas era un artículo caro. —Es una buena mujer —dijo Toste, girando la cabeza hacia la monja que se alejaba. La madre Wilfreda estaba hablando a su rebaño de jóvenes novicias, quienes bostezaban y no emitieron ninguna objeción a la pronta hora de acostarse. Después de todo, tendrían que levantarse antes del amanecer para comenzar un nuevo día. —Sí, lo es. No sé lo que habría hecho sin ella todos estos años. Es pariente mía… y mucho más que eso. Ha sido como una verdadera madre para mí. —Estoy impresionado con esta abadía. Es casi autosuficiente, especialmente con las ventas del hidromiel. —Sí, estamos bastante limitadas aquí, pero nos las arreglamos. —Especialmente con la hermana Mary Rose vendiendo la oportuna reliquia —Él meneó sus cejas con énfasis. —No hay nada de malo en las reliquias. —¡Ja! Hoy intentó que me interesase en una de las pestañas de la Virgen María. La madre de Cristo debía tener pestañas como la cola de un pavo real si tenéis en cuenta cuantas se han encontrado a través de los años. Pero esto no es nada nuevo. Cuando estuve en tierras rusas una vez, un mercader intentó venderme doce cosas marchitas asegurando que eran las partes íntimas de los doce Apóstoles. —¿Os burláis de mí? —Un poco.

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—Bien, no lo hagáis. —¿Por qué? —Porque me vería obligada a confesarme otra vez. Él ladeó la cabeza interrogativamente. —¿Otra vez? —Sí, tuve que ir hoy temprano por decir esa palabra mala a vos y a Bolthor. Luego otra vez más tarde cuando limpiaba el polvo del altar de la sacristía y golpeé el hueso de la espinilla de san Esteban. Lo rompí en dos pedazos. Voló por el aire como una lanza. ¡Swishhh! —¿Y ese pecado sería…? —Descuidar los objetos sagrados. —¿Ser torpe es un pecado? —Así parece. —El padre Alaric deseaba que me confesase —le contó Toste. —¿Por qué causa? —Conductas escandalosas —le guiñó un ojo. La boca de ella se abrió de par en par. Él soltó una carcajada y le palmeó juguetonamente la barbilla, cerrando su boca. —No hagáis eso. No es apropiado. —¿Qué no es apropiado? —Tocarme… a una monja. —Ah no, no juguéis ese juego conmigo. No sois más monja que yo monje. Una vez que supe que no habéis tomado vuestros votos finales, comencé a veros bajo una luz totalmente distinta. —¿Qué queréis decir? —Ella intentó parecer formal y desinteresada, lo que no sentía en absoluto. —Quiero decir que pienso hacer cualquier cosa a mi alcance para seduciros y meteros entre las pieles de mi lecho. Ella jadeó. —Vos sois un escándalo. —Uno tentador, confío. —Veis, ahora deberé ir a confesión. —¿Me he perdido algo? ¿Cuál pecado habéis cometido vos? Yo he sido el que ha hecho la pecaminosa sugerencia. —Sí, pero introducís pensamientos impuros en mi mente. —¿Pensar cosas impuras es un pecado? —Sí, lo es. Nos han enseñado a evitar el peligro de pecar. Y los pensamientos impuros definitivamente entran en esa categoría. —Realmente vosotros los cristianos vais demasiado lejos. ¿Cómo podéis condenar a una persona por pensar algo? —Hizo una pequeña pausa y continuó—, aunque me gusta bastante que tengáis pensamientos impuros sobre mí. Me da esperanza. —Dejad de esperar. No llegaré más lejos. —No estéis tan segura de eso, milady. Nosotros los vikingos poseemos poderes de persuasión. Eso era lo que ella temía. —¿Habéis pensado en la oferta que Bolthor y yo os hicimos esta mañana?

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—Verdaderamente no —mintió ella—. Tengo mi propio plan. —¿Qué sería…? —Existen lugares a los que puedo ir donde mi padre sería incapaz de encontrarme durante los próximos cuatro meses. —¿Y después? ¡Qué perceptivo por su parte ir directo al centro de su problema! —Después encontraré un modo de acercarme al propio rey Edgar. Él alzó las cejas. —Sois consciente de la inclinación de Edgar por tomar cualquier cosa a la vista con un par de senos, ¿verdad? De hecho, he oído que entró un día en un convento no hace mucho tiempo y violó a una bonita novicia sin ningún remordimiento. Y que mató al esposa de una mujer sólo porque se encaprichó de ella. —Bien, me doy cuenta de que no es un plan perfecto, pero he estado evitando a mi padre y a sus secuaces desde hace diez años. —¿No queréis oír mi idea? Debería decir que no, realmente debería. —Sí. —Hay una cosa que debo hacer, una vez que sane lo suficiente para viajar… espero que en una semana. Debo encontrar al asesino de Vagn y borrarle de esta tierra. —¿Vais a asesinar a alguien? ¿Ese es vuestro plan? —No será un asesinato. Será una venganza bien merecida. —¿Cómo le encontraréis? ¿Sabéis su nombre? Él sacudió la cabeza. —No conozco su nombre, pero le vi claramente ese día. Su rostro está grabado en mi cerebro, sin mencionar el emblema con el águila de su estandarte. Le encontraré, no lo dudéis, milady. Los hombros de ella se desplomaron con resignación. No se podía discutir con los hombres cuando asuntos de orgullo y lucha estaban envueltos. —¿Qué tiene que ver eso conmigo? —Tengo amigos en Northumbria. Lord Eirik de Ravenshire, por ejemplo. Bolthor y yo iremos allí y reuniremos una tropa de soldados, utilizando la propiedad de Eirik como nuestra base de operaciones para encontrar al asesino de Vagn. Podéis venir con nosotros. Mientras estéis allí, estaréis bajo la protección del escudo de Eirik, el cual es formidable. —No puedo imponerme de ese modo a un extraño. —Debido al vínculo de amistad que él comparte conmigo, Eirik y su esposa Eadyth no os rechazarían. Entonces, y pienso que es el mejor camino, se podrían enviar mensajes al rey Edgar solicitando la liberación de vuestras tierras. No tendríais que presentaros en persona. —Hmmm. Es una solución sabia y merecedora de consideración —Aún así, ella dudaba. Desde el otro lado de la sala, notó a la madre Wilfreda haciéndole gestos de que era la hora de retirarse para la noche. Se puso en pie, y así lo hizo también Toste. Él caminó junto a ella hacia el corredor. —¿Por qué haríais eso por mí? No significo nada para vos. Tengo la impresión de que estáis acostumbrado a viajar sin estorbos —dijo ella, mientras caminaban hacia las escaleras que conducían al piso superior donde se encontraban los cuartos.

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Ella sostenía una antorcha en la mano para iluminar el camino. El aire se notaba helado, ahora que habían dejado la calidez del salón. Se estremeció. Sacándose la capa de piel de sus hombros, él la colocó sobre los de ella, sujetándola con un broche con forma de lobos retorciéndose. —Oh, no, no es necesario. Pero él sonrió con suavidad y se acercó más hasta que la espalda de ella se apoyó sobre el muro de piedra. Ya no sentía el frío del aire. El calor del cuerpo de él la envolvía en un cálido capullo. Oh, es tan atractivo… para ser un hombre. Alto. Musculoso, pero esbelto al mismo tiempo. Incluso su pelo es bonito. Y limpio… no lo olvides, Esme. Y esa hendidura en su barbilla… ¡whew! Me pregunto cómo lo afeita. No debería fijarme en todas esas cosas sobre él. Soy prácticamente una monja. Pero, Bendito Señor, el hombre desprende calor como una chimenea. ¿Es así como se sienten las polillas ante una llama parpadeante? —¿Cómo podéis estar tan caliente cuando el aire está tan frío? —se le escapó a ella. —Tal vez esté caliente para vos. —¡Qué cosas tan desvergonzadas decís! —exclamó ella con un jadeo. —Es la naturaleza humana. Incluso vuestros Adán y Eva sintieron lo mismo, os lo aseguro. Ella necesitaba cambiar de tema antes de hacer algo escandaloso, como lamer el hoyuelo de su barbilla. —Os pregunté por qué me ayudaríais. Pienso que estáis evitando el tema. —Tal vez sólo sea un tipo caballeroso. Ella emitió un bufido de incredulidad. Él se encogió de hombros y paseó la yema del dedo a lo largo de la mandíbula de ella, desde la oreja hasta la barbilla, apoyándola finalmente sobre sus labios. —Tal vez es sólo un capricho. Esa suave caricia provocó una inundación de fuego líquido entre sus piernas y un ardor en las puntas de sus enhiestos pechos. ¿Qué me está haciendo? ¿Por qué reacciono de esta forma? —O tal vez tengo otros motivos para ofrecerme —dijo él con voz ronca—. Tal vez quiero algo de vos. El brillo de sus ojos azules representaba peligro… ella lo sabía. Pero aún así permaneció quieta, como la oveja frente al lobo. —No tengo nada que dar —dijo ella, tan roncamente como él. —Oh sí, sí que tenéis, milady —Su voz era suave como un susurro y tentador como el pecado. Entonces se inclinó, sus labios frotando ligeramente los de ella. Ella escuchó un leve gemido, y no estuvo segura de si había salido de ella o de él. Quería más. Que Dios la ayudase, deseaba más. Sintiendo su aceptación, el granuja la besó de nuevo, pero esta vez la besó de verdad. Profundo, húmedo y exigente. Cuando ella separó los labios, la lengua de él se deslizó en el interior de la boca, provocando que sus rodillas se aflojasen. Pero espera, había algo más. Un beso con lengua… ella había oído hablar de tales cosas y siempre imaginó que le repugnaría. Pero no lo hacía. Él no detuvo el beso. En su lugar, colocó ambas manos sobre las caderas de ella y la alzó ligeramente del suelo de forma que su hombría quedó alineada con su más íntimo reducto femenino. Ella comenzó a frotarse allí del modo más delicioso.

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Él la deseaba… de la forma en que los hombres desean a las mujeres. Y sospechaba que ella también le deseaba a él. ¿Quién sabía? ¿Quién sabía? Cuando finalmente se apartó de ella lentamente, sonrió. —Nunca había besado a una monja antes. —Y yo nunca había besado a un vikingo antes. —La primera vez para ambos, entonces —Él le hizo un gesto con las cejas como insinuándola que habría mucho más por venir—. Entonces, ¿qué decís de mi oferta, milady? —¿Cuál oferta? —Su cerebro estaba tan aturdido por la cercanía de él, su beso y el dolorcillo en sus senos y un poco más abajo que no podía pensar con claridad—. Me dejáis sin aliento —confesó, para inmediatamente morderse el labio inferior ante su metedura de pata—. No es bueno permitir que un hombre conozca tus debilidades. —Sin aliento es bueno —dijo él. Su propio aliento era cálido contra la boca de ella. Por supuesto que él pensaría que dejarla sin aliento era bueno. Era un hombre. Pero ella era una mujer bajo el hábito de monja y era mejor que protegiese sus puntos vulnerables. Intentó apartarlo de sí con una sacudida. Él la permitió deslizarse para apoyarse sobre sus pies, lentamente, lentamente, lentamente, pero no la soltó. —¿Será un sí o un no? —insistió en saber él. —No lo sé. Honestamente —Inhaló y exhaló varias veces, y luego dijo—. Lo único que sé con seguridad es que debo acudir a confesión otra vez. —Bien —dijo el vikingo y la besó de nuevo.

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Capítulo 4 De regreso de entre los muertos, segunda parte… ¿Viviría o moriría? Solamente los dioses lo sabían ahora. Helga atizó el fuego en la chimenea del cuarto de Vagn para mantener fuera el frío del invierno. Había nevado la noche anterior y a través de las hendiduras de las ventanas, oía el viento aullar salvajemente fuera. Una vez satisfecha con el tamaño de las llamas, se giró hacia su paciente. Hacía un corto tiempo, le había forzado a tragar un poco de leche caliente con miel y hierbas. Ahora, con suavidad, sustituyó el paño de la ardiente frente de Vagn por uno fresco y tomó asiento en una silla junto a su cama, reanudando la vigilia que mantenía desde los dos últimos días. Vagn había sufrido una recaída inmediatamente después de su escandaloso beso… escandaloso porque el beso había provocado que se derritiesen sus huesos y su normalmente firme autocontrol había desaparecido como pelusa de diente de león en el viento. No porque hubiese sido la causa de su recaída. Al menos, ella esperaba que no. No desearía añadir eso a su apodo como Helga la Fea. Helga la del Beso Mortal, o algo igualmente desagradable. No, era sólo que Vagn se había levantado de su lecho de enfermo demasiado pronto. Y sus heridas habían sido graves, después de todo. Casi le había perdido en tres ocasiones cuando su fiebre había sido tanto que se había puesto a delirar. De donde había sacado la idea de que él era suyo para perderle, no lo sabía, pero por alguna indescifrable razón sentía un interés personal en su recuperación. Siempre, en la agonía de su delirio esos dos largos días con sus noches, había llamado a su hermano Toste. Ella sospechaba que ese añoranza por su hermano había contribuido a su recaída tanto como haberse levantado tan pronto. —¿Cómo está hoy? —preguntó su padre. Entró en el cuarto y sentó su macizo cuerpo en una silla al otro lado del catre. Llevaba gruesas pieles sobre su túnica y calzas para resguardarse del frío en los corredores del castillo. —Creo que está un poco mejor. —¿Es culpa mía? —A pesar de sus torpes modales, Gorm era un buen hombre. Luchaba como un guerrero cuando le llamaban, pero se preocupaba intensamente por aquellos bajo su escudo. —Por supuesto que no. Probablemente le habéis salvado la vida, trayéndole aquí desde el campo de batalla. Y no creo que vuestras restricciones le causasen ningún daño. Gorm asintió aceptando sus palabras. —A decir verdad, la mayoría de los hombres habrían muerto hace mucho con tan graves heridas. Es fuerte, le concederé eso, y aunque afirma que da la bienvenida a la muerte, está luchando con tesón por la vida. Sólo deseaba encontrar un buen esposo para ti, un hombre fuerte que se hiciese cargo de mis propiedades. No viviré para

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siempre, Helga. ¿Quién cuidará de ti cuando me haya ido? —Los labios de su padre temblaban de emoción. —Oh, padre, nunca lo habéis comprendido. Puedo cuidar de mí misma. —Sola —dijo él como si fuese lo peor que le podría ocurrir. —Toste… Toste… —murmuró Vagn nuevamente. Gorm sacudió la cabeza de lado a lado. —Nunca había oído hablar de hermanos tan unidos como estos dos. Es difícil entender por qué no puede sobreponerse a la pérdida de su hermano. No es como si hubiese perdido a una amada esposa o un hijo. La muerte es una forma de vida para nosotros, los hombres del norte. Helga se encogió de hombros. —Eran gemelos. Me atrevería a decir que existe algo mágico entre gemelos… algo que el resto de nosotros no podemos comprender. Siempre deseé tener hermanos o hermanas. Su padre suspiró profundamente. —Yo también siempre deseé hermanos o hermanas para ti. Ella tuvo que sonreír ante la falta de sutileza del anciano. —No penséis que podéis hacerme sentir culpable para que me case y os dé niños que consentir. Si pudiese, lo haría, padre. Aunque sólo fuese por haceros feliz. —Sería un buen matrimonio. Vagn y tú. Admítelo. —No me presionéis, padre —Pero en su mente, continuaba recordando el beso. ¿Cómo puedo ser indiferente a un hombre que besa de ese modo? ¿Cómo puedo no preguntarme al menos sobre las posibilidades cuando el granuja provoca tanto efecto sobre mí?—. ¿Cómo está su caballo? Lo juro, cuando Vagn no está murmurando el nombre de su hermano, está llamando a gritos por Clod. ¡Y qué nombre es ese para un caballo de guerra! Su padre sonrió, exponiendo su amarillenta dentadura. —Comprobé su caballo hace poco. La hambrienta bestia no es tan vieja ni decrépita como parecía a primera vista. Sólo mal alimentada y mal tratada. —¿Por Vagn? —Eso la sorprendió. Su padre sacudió la cabeza. —No. Creo que el animal no llevaba mucho tiempo en sus manos. —Lo gané en una apuesta —dijo una voz ronca. Ella y su padre se sacudieron de sorpresa y miraron hacia Vagn, cuyos ojos estaban abiertos de par en par. La fiebre había remitido. ¡Gracias a los Dioses! —¡Juego! Era de imaginarse —observó Helga con presunción, cuando lo que realmente sentía era júbilo porque el hombre se hubiese recobrado. De hecho, lágrimas de alivio se agolpaban en sus ojos. Apartó el paño húmedo de la frente de él, la cual todavía estaba caliente pero ya no ardiente. —¿Estáis llorando por mí? —preguntó él débilmente, lamiendo sus resecos labios. ¡Vive! ¡Oh, gracias a los cielos, él vive! —No, lloro de frustración por todos los problemas que me habéis causado. —¡Hija! —la reprendió su padre, aunque ella podría decir que compartía su alegría porque Vagn finalmente despertase. Rápidamente le acercó una taza de agua sosteniéndola frente a sus labios. Él bebió sediento. Cuando terminó, se echó hacia atrás sobre la almohada y dijo: —No podéis engañarme, moza. Estáis loca por mí.

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—Oh, ¿de verdad? ¿Y cómo podríais saber eso? —Ella iba estirando las sábanas mientras hablaba, fingiendo un ultraje que no sentía. Debería disfrazar mejor mis sentimientos, o este granuja me tendrá babeando por él como una niña tonta. —¿No lo recordáis, dulzura? —la reprendió con suavidad. El corazón de Helga se encogió ante la palabra de cariño. Ningún hombre la había llamado así. —¿Recordar qué? Seguro que algo sin importancia como un beso no queda grabado en su mente. —Nuestro beso —replicó él con un tono práctico. Lo hizo. —Lo olvidé —mintió ella. Lo recordaré siempre. —¿Os besasteis? —Su padre se rió satisfecho—. ¡Por los labios de Loki! Aún hay esperanza. Ahora ya lo consiguió. Mi padre estará planeando el banquete de bodas. —Ahora sois mía —murmuró Vagn mientras caía en el sueño… un sueño irregular, debido a la fiebre de la enfermedad—. Ni de Toste. Ni de ningún otro hombre. Mía. Él no lo dice en serio. Debe estar bajo la influencia de la fiebre. Tiene la mente confusa. Aún así, su corazón cantó ante las palabras de él. En ese instante, Helga la Fea se convirtió en Helga la Esperanzada. Y eso era algo peligroso para ella. Acércate —le dijo el lobo (vikingo) al cordero… Una semana más tarde, Vagn estaba en el establo cepillando su caballo. —¡Qué buen aspecto tienes, Clod! Ya no te veo las costillas, y tu pelaje casi brilla con la buena salud. Tal vez ambos somos supervivientes. ¿Tú qué opinas? La respuesta de Clod fue echar el morro hacia atrás y darle un lametón en el hombro. El beso de un caballo. —¿Estás preparado para un largo viaje, chico? Clod relinchó su contestación, lo cual Vagn escogió creer que una afirmación. Después de todo, un relincho y un sí sonaban de forma muy parecida. —Eso está bien. Estoy pensando que una semana más y los dos estaremos en plena forma. —¿Habláis con vos mismo? —preguntó Helga, entrando en la cuadra y cerrando la puerta tras ella para mantener el frío fuera. Ella se mantenía caliente con una capa roja de lana de cuerpo entero ribeatada con un forro de zorro—. Padre me pidió que os encontrase. Está sentado frente al fuego en la gran sala aguardando poder acabar la partida de ajedrez de ayer tarde. Vagn no la miró directamente pero era muy consciente de su presencia. Se encontraba de un humor extraño —de un modo lujurioso, en realidad, ahora que su cuerpo ganaba su vigor habitual—, y si Helga sabía lo que era bueno para ella, se levantaría las faldas y huiría por su vida. —Hablaba con mi caballo —le contestó, sin dejar de pasar el cepillo por el lomo y los flancos de Clod y vuelta a empezar—. Estamos planeando un viaje. ¿Es lavanda lo que huelo? Uhhhmmm. Acercaos, Helga, y dejadme ver si es vuestra ropa o vuestra piel lo que despide ese aroma. Sólo un poco más cerca.

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Él captó el destello de alarma que cruzó el rostro de ella ante las noticias de su inminente partida; aunque lo disfrazó inmediatamente. Una buena señal. Ella intentaba luchar contra sus instintos femeninos, pero él la tentaba. Vagn conocía bien ese tipo de asuntos sobre las mujeres. Cuidado, milady, este vikingo ha permanecido célibe durante un año. Jugais con fuego entrando en mi cubil. —¿A dónde vais? ¡Bla, bla, bla! Más cháchara. Preguntadme porqué me aparto de vos. Preguntadme qué escondo bajo mis calzones. —A Vestfold. A las tierras de mi padre. Pero antes, tengo un par de asuntos de los que ocuparme aquí. Como vos. Y esos deliciosos labios que suplican atención. Lamedlos una vez más, milady. Adelante. Comprobad hasta donde podéis empujar a un vikingo para su recuperación. Ella inclinó la cabeza a un lado, confusa. —Tenía entendido que no sentíais ningún aprecio por vuestro señor. Creo que os oí mencionar algo sobre ser proscrito. Él asintió. Está bien, dejemos esta seria conversación y pasemos a asuntos de naturaleza nada seria. —Todo eso es cierto, pero una de las últimas cosas sobre las que Toste y yo discutimos antes de su… antes de la batalla… fue volver a casa para hacer las paces con mi padre. —De modo que haréis eso en honor de vuestro hermano. Bueno, eso ha sido como una jarra de agua fría sobre mi calentura. ¿Por qué las mujeres tienen que hacer tantas preguntas? Vagn suspiró profundamente, perdido ya su lujurioso humor. —¡No! Lo haré para encontrar a mi hermano. Si está vivo, habrá ido allí. Ella jadeó. —Oh, Vagn, no podéis creer que Toste haya sobrevivido. Es imposible. Padre dijo que vos erais el único vikingo vivo que vio ese día, y os habían dado por muerto. No frustreis mis esperanzas tan fácilmente, milady. No lo hagais. —Mi caballo sobrevivió —insistió con tozudez. —Y porque esta bestia lo consiguió en mitad de la batalla, ¿creéis que Toste también? —Ella le miraba como si se hubiese vuelto loco. Vagn decidió cambiar el curso de esta discusión demasiado personal. —No llaméis bestia a Clod. Hiere su orgullo. Ved como agacha la cabeza —En realidad, Clod estaba masticando un poco de avena junto a sus cascos. Ella sonrió ante su burla y realizó una pequeña reverencia de disculpa a su caballo. Quizá también a él, de paso. A él le gustó su sonrisa. Le gustaba la boca que formaba la sonrisa. Le gustaba lo que podría hacer con esa boca sonriente… si tan sólo ella dejase de hablar. —No es sólo que Clod me da esperanza —dijo él, nuevamente serio—. Es una sensación de que Toste no está muerto. —¿Los dolores de cabeza? —Eso y mucho más. Toste y yo tenemos una conexión, como un hilo invisible. Cada uno puede sentir cuando el otro es feliz, o triste o en problemas —Se encogió de hombros y después soltó una carcajada—. Esta mañana tuve una repentina erección, y todo lo que estaba haciendo era afeitándome la cara. —¿Una erección? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

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¡Sagrado Thor! La dama tiene veintiocho años, y no sabe qué es una erección. Agitó una mano hacia su zona media inferior, la cual se estaba endureciendo incluso más debido a su mención. Bien, eso le mostrará con claridad donde residen mis pensamientos. —Oh… —contestó ella, con el rostro ardiendo. Después alzó la barbilla de manera altanera y dijo—: Seguramente no compartiréis el mismo… uh, placeres del lecho… desde la distancia. Él sonrió burlonamente. —Nunca lo hicimos en el pasado, pero tan seguro como que la nieve es fría que lo sentí esta vez. Mi hermano está con una mujer y disfrutando. Apostaría mi vida en ello. —A mí me parece que los hombres conseguís… esas cosas… sin mucha provocación, como un eructo o un estornudo. Él amplió más su sonrisa. —No existe ningún parecido entre una erección y un eructo o un estornudo, creedme. Ella agitó la mano como para dar por concluido el desagradable tema. Para él no era desagradable. —Sería de estúpidos hacer un viaje ahora. Como sabéis, el hielo del invierno llega a Noruega mucho antes que aquí. Incluso aunque consiguierais un barco que atraviese las tormentosas aguas y los fiordos cubiertos de hielo en esta época del año, sería altamente peligroso. ¿No sería mejor que esperaseis hasta la primavera? Vagn dejó el cepillo y le dedicó toda su atención. De hecho, comenzó a avanzar hacia ella. Pudo notar el instante en que Helga se percató de que se estaba a solas con él en el establo, oscuro excepto por un par de antorchas encajadas en el pesebre del caballo. Se echó hacia atrás hasta que sus hombros golpearon la pared con un ruido sordo. —¿Y qué haría aquí todo ese tiempo? ¿Estar de brazos cruzados? Ella bajó la mirada hacia uno de los pulgares de él con pánico, como si el apéndice fuese un malvado instrumento de tortura erótica. Hmmm. Podría serlo. Él se detuvo tan cerca de ella que pudo oler el aire frío en su piel y el húmedo forro de su capa. —¿Jugar al ajedrez? —sugirió ella. —¿Durante tres meses? —Él arqueó las cejas ante la absurda idea. —Estoy segura de que padre podría utilizar vuestra ayuda para el entrenamiento de sus tropas, o inspeccionando las tierras. Vagn colocó sus manos sobre la pared a ambos lados de la cabeza de ella, atrapándola. Sus ojos se recrearon en su boca. Los ojos de ella se dirigieron a derecha e izquierda, como si buscase un medio de escape. Demasiado tarde, cordera mía. Demasiado tarde. —Sabéis a dónde conduciría eso, ¿verdad? Él me estaría preparando para ser su yerno. —No había pensado en eso. —¿Sabéis, Helga, que hace más de un año que no me acuesto con una mujer? —¿Y qué tiene eso que ver conmigo? —preguntó ella casi chillando, cuando él se entregó a la tentación y acercó su cara a la curva de su cuello.

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Él saboreó la suavidad de su carne y la sedosidad de su rubio cabello. Y, sí, era lavanda lo que había olido. ¿Se bañaba en un agua aromatizada con lavanda? Fascinante imagen. —Todo —contestó él y le dio un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja. Después otro. Y otro. Incluso lo lamió. ¡Qué manjar! Mejor que cualquier dulce en un harén real. —No —protestó ella. —No, ¿qué? —Jugar conmigo. Estáis aburrido y buscáis un escarceo para pasar el tiempo. Yo no seré utilizada de ese modo. ¡Qué dama tan perceptiva! Jugar es exactamente lo que tengo en mente. —Os gustaría. —Lo dudo, pero eso no viene al caso. No me deshonréis de esta forma, Vagn. ¡Hablar, hablar, hablar, hablar, hablar! ¿Por qué las mujeres sienten la necesidad de discutirlo todo hasta la muerte? —¿Qué tiene de deshonroso que un hombre y una mujer se den placer el uno al otro? —Los hombres y mujeres de buena cuna no se tumban en el heno sin un compromiso de matrimonio. Lo hacen de donde yo procedo. —¿Deseáis ese compromiso de mí? —¡No! —Las manos que había puesto sobre su pecho para mantenerle apartado temblaron, pero él no cedió. —Además, no estéis tan segura de lo que los hombres y mujeres de buena cuna hacen en privado. Podríais sorprenderos. —No me importa. Me preocupo de mí misma y no os permitiré que hagáis vuestros juegos conmigo. No me interpretéis mal, Vagn. Tenéis la habilidad de hacerme perder el sentido con vuestras caricias y pechos, sin duda debido a años de perseguir a las mujeres… —Sin duda —La voz de él estaba cargada de diversión, pero lo que pensaba era ¿La hago perder el sentido con mis caricias y besos? ¡Muy, muy interesante! —… pero eso no significa que lo desee. —Lo desearéis, creedme. —Ahorradme vuestra presunción, fanfarrón. —Helga, Helga, Helga. Hay dos cosas que hago extremadamente bien. Ambas empiezan con la letra C. Una es combatir. No me obliguéis a deciros cual es la otra.1 —¡Bruto grosero! —Abrid vuestra boca para mí, dulzura. Sólo un poco, que la punta de vuestra lengua asome hacia fuera. Su respuesta fue morderse el labio inferior con determinación, tal como él esperaba. —Odio sentirme vulnerable —admitió ella. —¿Debéis mantener siempre el control? —Sí, al fin lo comprendéis. —Os equivocáis, milady. No lo comprendo. 1

Copular. En la versión original, él dice que comienzan con la letra F, una es Fighting y la otra… (N. de la T.)

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—Vos también sois vulnerable, Vagn. No me fruncéis el ceño. Es la verdad. Estáis disgustado por la reciente muerte y pérdida de vuestro hermano. Buscáis algo estable, aunque sea temporal, algo sólido a lo que aferrarse. Bien, pues no seré yo. Algún día entraréis en razón de nuevo. Entonces, ¿dónde quedaré yo? —Pensáis demasiado. Y habláis demasiado. —Vos pensáis muy poco. Soy un desafío. Nada más. —Tal vez. Probablemente. —Encontrad alguna moza con la que aliviaros. Hay bastantes doncellas dispuestas en la casa de mi padre. —No las deseo —dijo él, inclinándose tan cerca que ella pudo sentir su aliento cuando le dijo—: Yo… os deseo… a vos. Ella gimió. —Yo no soy de vuestro gusto. No tengo mucho pecho ni soy hermosa. Solamente vuestros labios son suficientes para convertir mis piernas en agua. —Sois hermosa para mí. —Mentiroso. Me llamasteis fea. —Ese fue mi hermano. —Sospecho que Toste y vos os habéis intercambiado a menudo a lo largo de los años. Sospecho que vos me llamasteis Helga la Fea tantas veces como lo hizo él. Él agachó la cabeza avergonzado. —Os pido disculpas, Helga, por cualquier daño que os hayamos ocasionado —Y lo decía en serio. —No deseo vuestras disculpas —dijo ella, aplastando su pie con el suyo. Aún así él no cedió—. Y desde luego no deseo vuestras egoístas mentiras. ¿Mentiroso? ¿La mujer acababa de llamarme mentiroso? Oh, la injusticia de esa observación hería profundamente. —Helga, miradme —Acomodó su postura de forma que sus codos descansaran a ambos lados de la cabeza de ella, no sus palmas, lo que le dejó aún más cerca. Ella era alta, solamente un par de pulgadas más baja que él, de modo que su mirada estaba casi al nivel de la suya—. El deseo que veis en mi rostro es auténtico. Me atraéis. Si tan sólo supieseis cuanto, correríais por vuestra vida, dulce virgen. Él captó la incredulidad en el rostro de ella. —Vuestra boca es exquisita, ¿lo sabíais? El más besable que haya visto. ¡Las cosas que esa boca podría hacer! —¡Granuja! —Vuestro cabello es como hilo de oro. Me encantaría verlo derramado sobre las pieles de mi lecho. —¡Granuja! —Muero por ver vuestros pechos. Y vuestro ombligo, vuestras caderas, vuestras nalgas y vuestro femenino nido. —¡Granuja! Ahora habéis ido demasiado lejos. Sabéis muy bien que no poseo pechos que digamos —Ella golpeó su inamovible pecho. —Aaah, pero vuestros pezones son grandes. —¿Cómo sabéis eso? —preguntó ella consternada. —Conozco esa clase de cosas. Y bien que debería, con todos los años que llevo practicando con fulanas.

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—Un conocimiento inútil. La clase de cosa que un seductor como vos consideraría importante. —No me juzguéis, Helga. No me conocéis tan bien. Aunque tengáis razón. —Tenéis razón en eso, pero no deseo conoceros mejor. —¡Ajá! Ahora hemos llegado al meollo del asunto. Teméis que yo os guste. Él reía mientras hablaba, entonces enganchó un talón tras las rodillas de ella, retorció su cuerpo con habilidad y la siguió en su caída hacia la paja que tenían a sus pies. —Apartaos de encima de mí, zoquete —Ella se retorció y le arañó, pero él se limitó a colocarse más cómodamente encima de su esbelto cuerpo. —¿Alguna vez habéis hecho el amor entre pieles de zorro, Helga? —murmuró él mientras le apartaba la capucha forrada de zorro de su capa y dibujaba un camino de besos a lo largo de su mandíbula. Eso la hizo detenerse. Su cuerpo se tensó al advertir la posición en la que se encontraba. El cuerpo de él también se tensó. O al menos una parte en concreto lo hizo. —Sólo relajaos, dulzura. —¿Estáis loco? —Tal vez. Sólo permitidme tener un poco de diversión con vos, Helga. No haré nada serio. Le dijo el lobo al cordero. —No seré vuestro juguete. —Entonces permitidme que yo sea vuestro juguete. Antes de que ella tuviese oportunidad de decirle que no, él metió la mano bajo su capa y ahuecó su seno izquierdo, frotando su pulgar sobre el pezón cubierto de ropa. Su seno era ciertamente pequeño, pero el pezón era incitadoramente grande, tal como él había supuesto, y crecía aún más con su ayuda. Los ojos de ella se abrieron de asombro. Ya no le golpeaba o intentaba apartarle, sólo le miraba fijamente. —¿Os gusta, Helga? —preguntó él, masajeando su pequeño seno a la vez que apretaba el pezón. La respuesta de ella fue un gemido y el giro de su cabeza hacia un lado, con los ojos firmemente cerrados. Él tomó eso como un permiso para dedicar idéntica atención al otro pecho. En unos momentos ella estaba jadeando con placer femenino. Las hembras con pechos pequeños eran mucho más sensibles en esa zona que las mujeres pechugonas. O al menos, esa era su experiencia. Apenas podía esperar a tomarlo en su boca. Se apostó a sí mismo que podría lograr que algún día alcanzase su clímax con sólo acariciar y chupar sus senos. Pero lo primero es lo primero. Separó la capa y después los muslos de ella. Con cuidado colocó sus caderas de modo que su palpitante miembro se acomodase contra el centro de su feminidad, separados únicamente por sus calzones y el vestido de ella. Él esperaba que ella también palpitase. Si no lo hacía ya, lo haría pronto. Eso se lo juró a sí mismo. —Helga, miradme —El rostro de ella aún estaba girado, con los ojos fuertemente cerrados.

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—No puedo. Estoy tan avergonzada. —¿De qué? ¿Por ser una mujer? Miradme, por favor. Lo hizo y él vio que sus ojos estaban húmedos por lágrimas sin derramar. —Debo ser una lasciva. —Gansa tonta —dijo él y suavemente apoyó sus labios sobre los de ella. Se movió lentamente al principio, queriendo que ella se acostumbrase a él. Las mujeres eran asustadizas. Como los caballos. Especialmente Helga, quien no apreciaría la asociación, de eso estaba seguro. Esa era la última cosa que ella necesitaba oír. «Helga la Fea» había sido ofensivo; «Helga la Yegua» sería intolerable. Así que él olvidó la asociación con el caballo y se concentró en recrearse en sus labios. Manteniendo su rostro entre las manos, mordisqueó. Frotó. Lamió. Acarició. Tan sólo la fricción de su boca sobre los tan deseables labios de ella era puro éxtasis. Tenía la intención de complacerla a ella, pero había terminado complaciéndose a sí mismo. —Sabéis a miel… y especias —le dijo. —Vos sabéis a caballo —dijo ella. Él soltó una carcajada. No es la primera vez que me dicen eso. Pero ella no parecía rechazar su olor, así que él escogió no tomarlo como una ofensa. —Abrid, Helga —murmuró contra sus húmedos labios. Ella lo hizo. En su inocencia, más ampliamente de lo necesario. Él introdujo su lengua y comenzó un ritmo dentro y fuera que imitaba el acto sexual. Como la mejor de las alumnas, ella rápidamente aprendió la lección e hizo lo mismo. Él creyó que iba a desmayarse, tan intensa era su excitación. ¡Y hablando de excitaciones! Ella estaba moviendo sus caderas contra él con un ritmo antiguo como el tiempo. Él supuso que era instinto y no experiencia lo que causaba que se moviese tan atractivamente. Se echó ligeramente hacia atrás y bajó la mirada hacia ella. Sus labios estaban hinchados y húmedos. Sus ojos empañados por la pasión. —¿Sois virgen? —le preguntó de pronto. Por supuesto que es virgen. Su padre dijo que lo era. —Sí, lo soy —respondió, demasiado aturdida para ofenderse por su pregunta. Al principio. Él captó el momento en que se dio cuenta de lo que le preguntaba. La furia inundó su todavía sonrojado rostro, y le preguntó a su vez—: ¿Y vos sois virgen? —No, pero con vos me siento como si todo fuese nuevo. —¡Ja! —dijo ella y rodó apartándose de él, poniéndose de pie con torpeza. Aparentemente su pregunta había significado un cubo de agua frío para su ardor. Él, por otro lado, todavía estaba duro como una roca y preparado—. Desconozco que clase de truco habéis empleado con vuestros lascivos dedos para convertirme en una ramera, pero no volverá a ocurrir. Él se apoyó sobre sus codos entre la paja. —Creo que vuestro padre está errado con vos. Él podría jurar que ella no deseaba preguntar, pero lo hizo de todos modos. —¿Sobre qué está errado mi padre? —Vuestras partes femeninas no están marchitas como pasas. Están llenas, jugosas y húmedas. Apostaría mi vida en ello. Ella inspiró con brusquedad e intentó no reaccionar a su burla lo mejor que pudo.

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—¿Alguna vez habláis en serio? —A veces. —Hablando de seriedad, me dijisteis que no me haríais nada serio en la paja. Mentisteis. Él negó con la cabeza. —No, os equivocáis al calumniarme así. Lo que hice… lo que hicimos no era serio. Cuando lleguemos a la parte seria de hacer el amor, lo sabréis. Y yo comprobaré lo jugosa y nada marchita que estáis ahí —Él señaló hacia la unión de sus muslos. —Sois de lejos el hombre más bruto, grosero y zafio que jamás haya conocido. Deberían llamaros Vagn el Vulgar —Ella se elevaba sobre él con las manos en las caderas. —Ahora que mencionáis los apodos, creo que he descubierto un nuevo nombre para vos, Helga —le dijo mientras observaba sus intentos, futiles, de sacudirse toda la paja de su capa. Incluso tenía paja en su rubio cabello, pero él no se lo diría—. ¿No queréis saber cuál es? —No, no quiero. Probablemente será algo grosero, como Helga la Ramera. Él emitió un sonido desaprobador con la lengua. —Helga la Magnífica. —Espero que no consideréis eso un cumplido. —Por supuesto que es un cumplido. Helga giró sobre sus talones y salió a zancadas del establo, no sin antes decirle exactamente que podía hacer con sus cumplidos. Ella debió aprender ese lenguaje en el rudo sector de negocios de Jorvik. Vagn se limitó a sonreír, muy complacido con los acontecimientos de esa tarde. Tal vez podría quedarse esos tres meses en las tierras de Gorm, después de todo. Tal vez acababa de descubrir algo interesante con lo que entretener el tiempo. Pero una pequeña vocecita en el fondo de su mente continuaba preguntando si Helga tenía razón. ¿Estaba aburrido y sólo la utilizaba para pasar el tiempo? ¿La angustia que sentía por Toste distorsionaba su concepto de Helga y toda su inútil vida? ¿Estaba siendo justo al seducir a Helga cuando no estaba seguro de sus propias intenciones? Todas estas eran preguntas muy poco familiares para Vagn. Y ahí radicaba el problema. En el pasado, Toste y él habían hecho lo que habían deseado, cuando lo habían deseado, y al infierno las consecuencias. ¿Finalmente, a la avanzada edad de treinta y un años, estaba madurando? Como ser más listo que un ingenioso… Un gran fuego de madera ardía en tres de las macizas chimeneas de la gran sala de Gorm, proveyendo una bienvenida calidez a los alrededor de doscientos sirvientes y criados que se reunían allí tras la cena. Ante uno de aquellos fuegos, Gorm y Vagn se enfrentaban sobre el tablero del hnefatafl, juego en el cual ambos eran igualmente diestros. Alrededor de ellos, los soldados jugaban a los dados y conversaban, por lo general sobre guerrear o mujeres. Los sirvientes se afanaban de un lado al otro recogiendo los restos de la cena —básicamente cerdo asado y pan blanco—, y

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desmontando las mesas de caballete, las cuales se sustituían por catres dispuestos alrededor del perímetro de la habitación. Helga había desaparecido poco después de cenar. Evitándole, sin duda. Él podía entenderlo. Era un soldado que sabía cómo acechar a su presa. ¡Pobre presa! Incluso aunque él había intentado dominar sus apetitos básicos, parecía incapaz de sacar a Helga de su mente. Su hambre por ella crecía por minutos, patético en su intensidad. —Helga estuvo mucho tiempo contigo en el establo esta tarde —dijo Gorm de pronto. El hambre de Vagn tuvo una muerte rápida. ¿Sus patéticas cavilaciones eran tan evidentes? —¿Cómo? ¿Ahora tienes espías vigilándome? —Siempre tengo espías vigilándote. Pero eso no viene al caso. ¿Has obtenido algún progreso con mi hija? Vagn estaba sorbiendo de su cuerno de ale y se atragantó. ¿Progreso? ¿Quiere decir lo que yo creo que quiere decir con esa palabra? —¡Pero qué pregunta es esa por parte de un padre! ¿Siempre animas a los hombres para que seduzcan a tu hija? —No cualquier hombre. Sólo tú. Ahí hay una trampa para mí. Ten cuidado, Vagn; mucho cuidado. —Bien, pues no voy a hablar de ningún juego de amor que haya o no haya ocurrido con tu hija. Así que olvídalo. —No pregunto por los detalles, sólo un informe general de progresos. —¡No! Gorm sonrió satisfecho, como si Vagn le hubiese dado alguna respuesta significativa. Continuaron jugando, moviendo sus piezas de marfil sobre el tablero de roble grabado. Me pregunto cuando podré escaparme sin ofender a este viejo oso astuto. —¿Por qué yo, por el amor de Frigg? —le preguntó a Gorm. —Es el momento adecuado. Yo no estoy bien, Vagn… oh, no malinterpretes mis palabras, no estoy con un pie en el Valhalla. Pero me hago viejo y a veces me duele el corazón y, bueno, necesito poner orden en mi vida… atar los cabos sueltos, asegurarme de que Briarsted continúe en buenas manos. —Y uno de esos cabos sueltos resulta ser Helga. Gorm asintió con la cabeza. Me pregunto cómo se sentiría Helga al ser calificada de cabo suelto. ¡Ja! Ya sé la respuesta a eso. Tanto como le gustaba que la llamasen Helga la Fea. O Helga la Magnífica. —He consentido demasiado a Helga. Siempre lo he hecho. Pero creo que le gustas, y eso me da esperanza. —Yo no estoy tan seguro de eso —Le contó a Gorm la grosera expresión que Helga había utilizado con él aquella tarde. Gorm rió entre dientes, de ningún modo molesto por el lenguaje tan poco propio para una doncella de su hija. —Esa es mi Helga —presumió. —No la amo, Gorm —Por algún motivo, a Vagn le entristeció decirlo, pero era la verdad. Gorm agitó una mano y dijo:

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—¡Pfff! Respétala. Trátala correctamente. Eso es suficiente para mí. Si el amor llega más tarde, pues mejor, pero no es un ingrediente necesario para una pareja noble. —¿La obligarías al matrimonio? ¿Por qué me estoy dejando llevar por esta ridícula conversación? No tiene nada que ver conmigo. De verdad. —¡Nunca! Deseo asegurar su futuro, pero no obligándola a casarse. Pero si hubiese un buen hombre que la convenciese… —Deliberadamente Gorm dejó que sus palabras se fuesen apagando. —Necesito tiempo para pensarlo. No seré presionado —Aunque lo que realmente pensaba era que sería mejor que fuese cuidadoso con sus tácticas de seducción. Podría llegar demasiado lejos y encontrarse con las piernas metidas en su propia trampa, o para ser más preciso, con su masculinidad atrapada. Aunque ya había escapado antes de semejantes cerrojos. Una doncella llamada Greta se acercó y rellenó sus cuernos de ale con una jarra de cerámica. Después le entregó una bolsita de lino. —Aquí tenéis los polvos para la migraña que me solicitasteis obtener del sanador del pueblo. —Todavía tienes los dolores de cabeza, ¿eh? —preguntó Gorm. Vagn asintió. —Vienen y van, pero a veces son tan fuertes que apenas puedo ver. La doncella se demoró, limpiando la mesa con un trapo húmedo. —Gracias, Greta —dijo él, entregándole una pieza de plata por sus esfuerzos. Aún así ella no se marchó. Greta tenía alrededor de dieciocho años con rubias trenzas, grandes senos y unos labios agradablemente llenos. Continuó observándole a través de sus entrecerradas pestañas. Era un tentador bocado, y Vagn sabía que se uniría a él en su lecho de pieles si lo desease. Le gustaba mirarla, pero por algún motivo, a pesar de lo cachondo que había estado antes, no deseaba ir a la cama con ella. Justo entonces descubrió a Helga a una corta distancia, hablando con una de las bordadoras de Briarstead. Helga le miró, luego a Greta y otra vez a él. Él pudo adivinar lo que estaba pensando por su fuerte rubor y el desprecio en sus suculentos labios. La siguiente vez que miró hacia él, le guiñó un ojo. Sus miradas se mantuvieron durante un largo segundo y él supo que ella estaba recordando su encuentro en el establo. Después Helga salió resoplando de la gran sala. Cuando Vagn se giró de vuelta al tablero de juego, se dio cuenta de que Gorm había notado el corto intercambio entre Helga y él. Lo supo porque Gorm estaba riendo a mandíbula batiente. Sólo cuando Gorm dejó de reír y se secó las lágrimas de alegría de los ojos, pudo decirle sonriente: —Tómate todo el tiempo que desees, hijo. Dame un besito, nena. Eew, ¿es gusano lo que huelo en tu aliento?… Esa noche, Vagn soñó con su hermano Toste. O tal vez se describiría mejor como una pesadilla. Dondequiera que estaba Toste, se encontraba rodeado de cuervos negros, los cuervos negros más grandes que Vagn jamás hubiese visto. Algunos de los cuervos estaban cantando. Sonaban campanas. Vio un hueso de espinilla humano partirse en

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dos y volar por el aire. El aroma a miel y cera de abejas impregnaron sus sentidos. Y la parte de atrás de su cabeza palpitaba como si fuese a explotar. Entonces Vagn vio la cosa más extraordinaria. Toste besaba a uno de los cuervos, y estuvo bien. Condenadamente bien. Vagn durmió inquieto durante toda la noche y despertó de un humor muy triste. Si los cuervos de la muerte rodeaban a su hermano, entonces verdaderamente había pasado al Otro Mundo. Pero, ¿qué significaba el beso del cuervo?

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Capítulo 5 Como la arena en un reloj de arena… El tiempo era de suma importancia para Esme, pero desafortunadamente se acabó la siguiente tarde. Sin aviso previo, su padre y dos de sus hermanos llegaron a la abadía, armados hasta los dientes. Estaba claro que no venían a discutir su salud o su bienestar. Para su alivio, Toste estaba fuera por alguna parte practicando su manejo de la espada, y Bolthor había ido al pueblo vecino a comprar caballos para ellos dos. Su padre odiaba profundamente a los escandinavos y mataría a los dos vikingos sin otro motivo que el color de su cabello, si se le antojaba, lo cual le pasaba a menudo. Así que lo mejor era que permaneciesen fuera de su vista. Ella ya había enviado a la hermana Mary Rose para advertirles. Esme aguardaba a su padre en la sala pequeña, junto con la Madre Wilfreda. Tan pronto había oído de su llegada, Esme había ido a su cuarto y se había puesto un hábito limpio con un velo a juego por encima de la blanca toca. Un largo rosario de cuentas de madera colgaba del cinturón de su hábito. Tenía el aspecto más parecido a una devota novicia que pudo conseguir con tan poco tiempo. Y cuán patético era que, a sus veinticuatro años, todavía se comportase como una niña intentando colmar las expectativas de su padre. Su estrategia durante los pasados diez años había sido buena, hasta donde pudo alcanzar. Eludir y retrasar. Oh, podría sonar a cobardía y docilidad, pero las mujeres están obligadas a luchar con las únicas armas que tienen. La Madre Wilfreda la había instruido en cada aspecto del funcionamiento de una abadía, lo cual no era tan distinto al funcionamiento de una propiedad. Si tan sólo sobrevivía lo suficiente para tomar cargo de las tierras de su madre. Pues bien, la inesperada visita de su padre podría muy bien suponer un traspiés en esos planes. O al menos, él intentaría hacer su mejor intento para ello. El padre Alaric se había ofrecido voluntario para recibir a los visitantes en el patio. Ahora, el sonido de la retumbante voz de Lord Blackthorne se acercaba cada vez más, sombrío y amenazador. —¿Dónde está? Escondiéndose, sin duda. Y bien que debería. He tenido más que suficiente de su terquedad. Creía que a estas alturas habríais metido a golpes algo de sensatez en esa doncella —dijo su padre. —No, Lord Blackthorne, no está escondida. Os espera en la sala pequeña con nuestra buena abadesa. ¿Y go… go… golpes? ¿Esperabais que azotásemos a Esme? —¿Buena abadesa? ¡Ja! Lo único bueno de esa bruja reseca es que es tan vieja que pronto le llegará la muerte. Esme jadeó y miró a su tía, quien tan sólo sacudió la cabeza ante la grosera lengua de su padre y la descarada falta de afecto hacia la hermana de su difunta esposa. Eso sin mencionar que su padre y Wilfreda tenían aproximadamente la misma edad, y ella gozaba de buena salud.

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—Relájate, pequeña. No muestres tu temor —la aconsejó la madre Wilfreda mientras se acomodaba en un alto taburete frente a la mesa, moliendo hierbas medicinales en un mortero. Un suave aroma flotaba por el aire, clavo y algo más, posiblemente camomila—. Continúa con tus zurcidos. Ocupa tus manos para que él no note que están temblando. Tan pronto Esme tomó una sobrepelliz en la mano, la puerta de madera se abrió bruscamente golpeando el muro y casi partiéndose sus bisagras de cuero. Como prueba, quedaron unas marcas dentadas en la madera. —Aquí estás, niña —dijo su padre, dedicándole apenas una mirada que podía resumirse en el gesto de desprecio de sus finos labios. Su padre tendía a llamarla niña a menudo, probablemente para ponerla en su lugar. No hubo felices saludos tras una separación de un año, ningún abrazo de bienvenida. Tal como cabía esperar. A sus cuarenta y ocho años, con sólo un poco de gris en su negro cabello, su padre aún podía ser considerado como un hombre atractivo, si no fuese por las líneas de crueldad que rodeaban sus ojos y boca. Era un hombre grande, y ese día vestía de fino cuero, botas altas hasta la pantorilla, una cota de malla encima de una túnica de lana y calzones, con una espada y un largo cuchillo envainados en su cinturón, todo cubierto por una capa de lana forrada de piel de cuerpo entero sujeto con un broche dorado. Sus dos hermanos lucían similares atavíos. Estaban vestidos para la lucha. ¿Contra mí? —Lady Esme —la saludó su hermano Cedric con ojos tan fríos como los de su padre. Al menos no me llamó niña. El rápido escrutinio de él se fijó en su monótona vestimenta y la desechó por despreciable. —Hermana —dijo su otro hermano, Edward, con un énfasis en la palabra que describía alto y claro que no sentía ningún vínculo con ella, a pesar de compartir su misma sangre. Esme movió la cabeza como respuesta a sus saludos, fuesen como fuesen. La hostilidad en esta cámara es tan espesa que podría cortarse con un cuchillo. Y que serios están. Me encantaría sacarles la lengua a los tres. Bueno, eso sí que es madurez, Esme. No me extraña que mi padre me llame niña. —He sabido que os habéis prometido, Edward —Ella intentó entablar conversación, un esfuerzo futil cuando se enfrentaba a los tres amenazadores hombres, quienes desearían estar en cualquier lugar durante el invierno excepto una remota abadía. —Sí, ¿y qué os importa a vos, hermana? Bueno, eso ha sido ciertamente agradable. La Madre Wilfreda emitió un chasqueo de disgusto. —¿Vos habéis enseñado tan poco decoro a vuestros hijos, John? —le preguntó la monja al padre de Esme. Bien por ti, Madre. Echadles la lengua también. Eso les enseñará. ¡Sanguinarios palurdos! Oops, adivino que tendré que volver a confesarme por decir “sanguinario”. Oh, bueno, mereció la pena, incluso aunque no lo haya dicho en voz alta. —Compórtate —le dijo su padre a Edward, propinándole un cachete en un lado de la cabeza con uno de sus guanteletes.

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¡Ouch! Recordatorio para mí misma: Mantener la adecuada distancia del guantelete de mi padre. Edward hizo una mueca de dolor y se echó hacia atrás, frunciendo el ceño a Esme, como si fuese culpa suya que él no tuviese mejores modales. Bueno, eso también ha sido ciertamente agradable. —¿Cómo se encuentra Elspeth? —le preguntó a Cedric. ¡Cómo si le importase! Cedric era el mayor de sus hermanos, de treinta años. Elspeth era su esposa desde hacía al menos diez años. La mayoría de las veces, Elspeth llevaba la nariz tan levantada en el aire que apenas podía ver delante de ella. —Gorda con un embarazo —replicó él de mala gana, lanzando una mirada de reojo a su padre. Sin duda temía recibir un golpe del mismo guantelete si se dirigía a ella con falta de respeto—. Debería tener el niño cualquier día. Sagrada María, esos dos crían como los conejos. —El séptimo, por lo que recuerdo. —Sí, y todas niñas —espetó él, como si las niñas fuesen igual que las babosas. ¡Cómo se parece a nuestro padre! —Id, santo varón, conseguidnos un poco de esa hidromiel por la que esta abadía es tan famosa —le ordenó su padre al sacerdote, como si fuese un simple sirviente. Después se dejó caer en un sillón demasiado cerca de ella, para el gusto de Esme. Sus hermanos permanecieron de pie a ambos lados de la abierta puerta ya que no había más asientos en la habitación. Oh, buen Señor, se ha sentado. Eso debe significar que planea quedarse un rato. ¿Debería hablar del tiempo? ¿O preguntar por su salud? No, mejor cierro la boca y espero hasta que él me diga el motivo de esta visita. El sacerdote se escabulló, sin duda agradecido por no estar en presencia del noble. Esme también se escabulliría, si tuviese ocasión. Dudaba de que el padre Alaric regresaría. Probablemente iría a la capilla para rezar. Una buena idea. San Judas, santo patrón de las causas perdidas… ese sería el que recibiría sus oraciones si tuviese la oportunidad. Justo entonces, a través de la puerta abierta pudieron oír una cacofonía de sonidos animales y humanos. «¡Oink-oink! ¡Ruff-ruff! ¡Venid aquí, animales ladrones!». Casi inmediatamente, vieron pasar al cerdo de cinco patas por el corredor, con una ristra de salchichas colgando de su boca, seguido de cerca por un perro del tamaño de un poney, y tras los dos la hermana George. ¿Quién habría pensado que un lechón podría correr tan rápido? Los oinks, ladridos y chillidos pudieron oírse bastante después de que el trío pasase. Poco a poco, el ruido se convirtió en silencio. Las mandíbulas de su padre y hermanos cayeron casi hasta sus pechos. Finalmente su padre musitó: —Siempre supe que esta abadía era extraña. Pero no sabía cuánto. ¡Si lo supieseis! Rogad porque la hermana Stefana no realice ahora un baile de epifanía en cueros. —No tan extraña. ¿No tenéis animales en Blackthorne? —preguntó la Madre Wilfreda con una risita. —¡No un extravagante cerdo de cinco patas! —dijo él, sacudiendo la cabeza con incredulidad ante lo que él mismo había sido testigo—. ¿Quién guarda los cerdos en el interior de una casa?

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—Probablemente habrá mierda de cerdo por todo este lugar —añadió Edward olfateando con disgusto. Bueno, a veces. Y de perro, de ganso, de caballo, de gato, de pato y de cualquier animal que la hermana George haya recogido esta semana. —Alguien debería darles una buena patada en el trasero, incluida la monja —Esa fue la contribución de Cedric. Buen hombre, Cedric. Patear a una monja. Su padre volvió su atención hacia la Madre Wilfreda y dijo: —Llevaos vuestras semillas y apestosos polvos a otra parte, Freda. Deseo hablar con mi hija en privado. Uh-oh. —Cualquier cosa que deseéis decirle a Esme puede ser dicha en mi presencia — insistió su tía. Bendita seáis, Madre. Bendita seáis. —Siempre habéis sido una bruja molesta —dijo su padre lentamente, sus ojos traspasando a la monja con odio—. No me extraña que nunca pudiéseis encontrar a un hombre que os abriese de piernas. —¡Ya es suficiente! —chilló Esme, levantándose de pronto y dejando que la sobrepelliz resbalase de sus manos hasta el suelo. Esme había desafiado los deseos de su padre a lo largo de los años, pero nunca había adoptado dicha postura abiertamente. Ya era hora de hacerlo, incluso aunque implicase sufrir las consecuencias. No podía permitirle a su padre que aliviase su frustración hacia ella mediante el ataque a aquellos que la protegían. —No podéis hablarle a mi tía de esa forma. La trataréis con el respeto debido a su santo oficio. ¿Estáis ahí, san Judas? Podría necesitaros en un momento o dos. La Madre Wilfreda disparó una mirada de sorpresa en su dirección. No la extrañó. Esme había devuelto el aguijón. ¡Ya era hora! Ambos hermanos dieron un paso al frente amenazantes, bajos gruñidos salían de sus dientes apretados, pero su padre levantó la mano para detenerles. —¿Te has vuelto loca, niña? Indudablemente. —No. De hecho, nunca he estado más cuerda. Me enferma escuchar vuestras difamaciones e insultos —le contestó, agarrándose la garganta con la mano. Oh Dios, algún extraño se ha apoderado de mi lengua—. Siempre es lo que vos deseáis. Vos. Vos. Vos. Bien, pues escuchadme bien, padre. No podéis someterme a vuestra voluntad. Ni en el pasado. Ni ahora. Ni nunca. Bueno, debo decir que me siento impresionada conmigo misma. Muy bien, Esme. Y todavía estoy viva. Su padre aplaudió con sarcasmo para mostrar su desdén hacia su “actuación”. Ella se aferró al respaldo de la silla, con los nudillos blancos, después inspiró y exhaló para recuperar el aliento. Ser valiente gastaba más energía de la que habría pensado. Esperó que sus piernas no se doblasen. —Es culpa vuestra, Freda —dijo su padre, dirigiéndose a su tía—. Habéis estado alimentando esta hostilidad en mi hija, tal como hicisteis con mi esposa durante todos aquellos años.

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—Cualquier cosa que mi hermana Anne hiciese fue por su propia cuenta, John — contestó su tía con una calma que enorgullecería a un santo. —Lo dudo. ¿De dónde sacó Anne la idea de traspasar las tierras de su dote a una hija, si no fue de vos? —Tal vez de vos, John —respondió la Madre Wilfreda, nuevamente sin rencor. Continuaba machacando sus hierbas mientras hablaba, como si la visita de tres hombres armados, un repentino despliegue de independencia por parte de una novicia y la creciente cólera de un noble sajón, fuesen hechos habituales en la abadía. —¿De m… m… mí? —espetó su padre. —Sí. Si vos y vuestros hijos no hubiesen tratado a Esme tan cruelmente, Anne nunca habría insistido en legarle Evergreen a su hija. La obligasteis a tomar cualquier precaución que la ley permitiese. —A Esme nunca le ha faltado de nada. ¿Y qué hay del amor?, pensó Esme. —¿Y qué hay del amor? —preguntó su tía, como si le leyese la mente. —¿Amor? ¡Pfff! Podría haberse casado con cualquiera de una docena de vasallos durante estos diez años, y se mofó de todos ellos. —Hombres de vuestra elección —intervino Esme. Estaba cansada de que todos hablasen de ella como si fuese una chiquilla, como si su opinión no tuviese importancia alguna—. Marionetas que obedecerían vuestra voluntad. Viejos decrépitos en sus lechos de muerte, quienes legarían las tierras de mi madre a vos. Débiles afeminados que pasarían por encima de sí mismos para obedecer las órdenes del gran Lord Blackthorne. Todos hombres que podrían asegurar, al final, que mis tierras se convertirían en vuestras tierras. Por los santos, debo estar deseando morir. —Eso no viene al caso. ¿Desde cuándo las hijas pueden elegir a sus esposos? Es obligación de un padre, y siempre lo ha sido. —Pues esta hija dice no. ¿He dicho eso? ¿De verdad? Estoy comenzando a estar realmente impresionada conmigo misma. Por supuesto pronto estaré muerta, pero impresionada. —¿Qué harías con Evergreen, si estuviese tan chiflado para permitir que la recibieses? Eres una mujer. ¿Qué sabes tú del manejo de una propiedad, aún pequeña como esa? —Sé más de lo que podríais imaginar —contestó Esme—. ¿Qué creéis que he estado haciendo durante los pasados diez años? He aprendido todo lo que tiene que ver con el manejo de una propiedad, desde planear las comidas a ordenar los suministros, dirigir a las tejedoras, sembrar las tierras, trabajar con los aldeanos — Extendió las manos hacia los lados en un gesto abarcador—. Todo. Su padre dio su opinión con su resoplido. —¡Vaya una tonta cabeza hueca! ¿Cómo protegerás esas tierras? ¿Dónde están los soldados que patrullarían los límites e impedirían que los enemigos os invadan? Ah, déjame adivinar. Contratarás una tropa de monjas guerreras que te resguarden de una invasión. Ja Ja Ja —Miró a un hijo y luego al otro, para que ambos se uniesen a la burla. Al momento los tres se reían a carcajadas de ella y de la idea de unas monjas guerreras. Esme sintió que su rostro ardía. Su padre tenía razón. Esa era su única debilidad, con la que tendría que enfrentarse después de heredar. Todavía quedaban algunos de los antiguos criados de sus abuelos maternos en Evergreen, pero eran pocos y la

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mayoría eran ancianos. Necesitaba guerreros fuertes, pero sólo podría contratar tropas después de conseguir algo de dinero, y solamente podía conseguir dinero tras recibir las tierras de su madre. Ciertamente su padre no le habría guardado todas las rentas de esos diez años. —Ve a empacar tus cosas, niña. Te vienes a casa hoy mismo. —¡No iré! San Judas me hizo decirlo. ¿O fue el diablo? De todos modos, a mi padre no le gustará mi obstinación. Su padre se puso en pie y avanzó hacia ella. Elevándose sobre ella, dijo: —Lo harás… incluso aunque tenga que cargarte sobre mi hombro. Tu mascarada sobre ser una novicia se acabó. Me obedecerás. —¿Para qué me llevaríais a casa… si es que tengo alguna casa, aparte de esta abadía? ¿Me asesinaréis por el camino o después de llegar a Blackthorne? —El asesinato no será necesario, moza —contestó él arrastrando las palabras—. Tu boda tendrá lugar tan pronto se lean las amonestaciones. Dos semanas como mucho. El fino vello de la nuca de Esme se erizó. —Oh. ¿Y quién es el afortunado novio? Puedo imaginármelo. —Oswald de Lincolnshire. No puedo imaginar lo que pensabais. ¿Oswald? Esme inclinó la cabeza confundida. —Ya está casado, con varios hijos. —Ese Oswald no —dijo su padre, alzando desafiante la barbilla. —No compren… oh no, no podéis referiros al abuelo. ¿Oswald el Viejo? Finalmente mi padre ha traspasado los límites de la crueldad. —El mismo. Eres afortunada, niña. Es un lord por propio derecho. —Es más viejo que vos —dijo ella, con la incredulidad impregnando su voz—. Y lo último que oí de él, era que padecía una enfermedad en sus partes íntimas —En su interior, Esme se sentía como si llorase. Si alguna vez había tenido la esperanza de que su padre podría sentir algún afecto por ella, esa esperanza había desaparecido—. Sois una bestia. Su padre se encogió de hombros. —¿Cómo habéis podido, John? —dijo la Madre Wilfreda—. ¡Tsk tsk tsk! Incluso para vos, eso es muy vil. —Ocupaos de vuestros asuntos, bruja —le dijo a la monja sin molestarse en mirar en su dirección. —O empacas o vienes tal como estás —le dijo su padre a Esme, aferrándola con dureza por el antebrazo. Ella se soltó con un forcejeo y gritó: —¡Soltadme, demonio! Prefiero estar muerta a casarme con ese viejo enfermo. Su padre balanceó la mano y la abofeteó, aferrándola nuevamente del brazo. —Ya es hora de que aprendas a obedecer a tus superiores. El golpe fue tan fuerte que Esme vio las estrellas. Se tambaleó hacia atrás y casi cayó al suelo. La garra de su padre la mantuvo en pie. —¡Desgraciado! —dijo la Madre Wilfreda y se puso rápidamente en pie, haciendo caer su taburete y desparramando semillas y polvos por toda la mesa.

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Cedric avanzó colocándose delante de la monja y bloqueó su paso de forma que no podía acudir en ayuda de Esme. Mientras tanto Edward se acercó a ella y aferró su otro brazo. Juntos, su padre y Edward comenzaron a arrastrarla a través del cuarto hasta salir por la puerta. Mientras bajaban por el corredor, ella alcanzó a ver a un confuso padre Alaric cruzando la gran sala con una bandeja con tres copas de madera de hidromiel. A lo largo del ancho corredor que conducía a las macizas puertas dobles principales, dos docenas de monjas y novicias asomaban por las puertas, todas con los ojos abiertos de temor, algunas llorando. La alta hermana Mary Rose sostenía una pequeña calavera entre sus manos temblorosas, probablemente san Juan el Bautista; tenía varias de aquellas cosas. Debía estar trabajando en su suministro de reliquias cuando los visitantes llegaron. Pero espera. Había enviado a la hermana Mary Rose para que les dijese a Toste y Bolthor que se mantuviesen alejados. ¿Ya había vuelto o nunca se había ido? —¡Sangriento infierno! ¿Quiénes son esos? —preguntó su padre, deteniéndose bruscamente. Edward y Cedric soltaron maldiciones por lo bajo. Al principio, Esme creyó que habían sido las monjas las que provocaban sus palabrotas. Pero cuando levantó la cabeza, vio una maravillosa visión. —¡Vienen los vikingos! ¡Vienen los vikingos! —gritó de pronto la hermana Hildegard. —¡Gracias a Dios! —murmuró Esme. De pie en la abierta puerta que conducía al patio exterior estaban Toste y Bolthor. Cada uno se apoyaba en una de las jambas, con los tobillos cruzados. La mano derecha de Toste sostenía un sable, y estaba comprobando su filo con el pulgar de la mano izquierda. Hacia delante y hacia atrás su pulgar vibraba como si afinase un instrumento… un instrumento letal. Su postura denotaba falta de preocupación; su gesto denotaba justo lo contrario, especialmente cuando sus ojos captaron la mejilla de Esme, la cual probablemente mostraba la huella de la mano de su padre. La mano derecha de Bolthor sostenía un enorme hacha de batalla tan alta como él mismo, y Bolthor era un gigante. La punta de lanza tocaba el suelo, su hoja de doble filo acariciaba su mejilla. Su expresión era tranquila, pero su único ojo bueno también mostraba indignación. —Me oíste, moza. ¿Quiénes son? —preguntó nuevamente su padre y aumentó la presión en su brazo hasta que ella creyó que le rompería el hueso. Esme estaba al borde de las lágrimas, pero ya no tenía miedo cuando contestó con sinceridad: —Son mis campeones, mis amigos. Nunca enfurezcas a un vikingo… Una violenta cólera atravesó a Toste. Vio el lívido verdugón de unos dedos en la pálida mejilla de Esme. No había sido un leve bofetada. No, un hombre de un tamaño considerable había utilizado todo su peso tras ese golpe. Su padre, sin duda. Y el apretón que el mismo culpable hacía en su brazo también dejaría moretones, seguro. El hermano que agarraba su otro brazo lo

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soltó y dio un paso a un lado, todavía cubriendo el flanco derecho de su padre mientras el otro hermano cubría el izquierdo. Era un movimiento de estrategia diseñada para proteger a su padre y enjaular a su hermana al mismo tiempo. Oh, estáis en graves problemas. A mucha gente, aguijoneada por sacerdotes parciales, le gustaba pensar que los vikingos eran violadores y ladrones sin escrúpulos, que la codicia y la sed de sangre gobernaban sus impulsos más tiernos. No era así. De hecho, antes de las batallas, los jefes escandinavos solían decir «Respetad a las mujeres y a los niños.» De modo que el abuso de Lord Blackthorne hacia su hija enfermaron a Toste y Bolthor, quienes habían sido informados poco antes de su llegada por una jadeante hermana Mary Rose. Pero un buen guerrero sabía cómo controlar su temperamento. La furia entorpecía las habilidades de un hombre. Controlar el tiempo era todo. Cálmate, Toste. Cálmate. Cuando los tres hombres y Esme se aproximaron más, Toste gritó hacia el patio exterior: —Bjorn y Sveinn, ¿habéis colocado guardias en los límites de la abadía? ¿Sí? Bien ¿Y a mano? —Asintió con la cabeza como si alguien le hubiese contestado. —Los arqueros están apostados en el tejado, también —le dijo Bolthor, su voz lo bastante alta para que todos escuchasen. Era una treta, por supuesto. Pero Lord Blackthorne no lo sabía. Al menos, aún no. O al menos, Toste esperaba que no. —Hermana Esme —dijo con un gesto de la cabeza, haciendo énfasis en su título de monja, incluso aunque sabía que no encajaba con su estado actual. Él no quería que su padre pensase que había algo entre ellos. No es que hubiese algo entre ellos. Todavía. Los ojos de ella se encontraron con los suyos. Parpadeó varias veces, como si le transmitiese algún mensaje oculto. Él había jugado a eso con su hermano muchas veces a lo largo de los años, y la “leyó” muy bien. Ella le decía que estaba ilesa y le pedía que tuviese cuidado. —¿Quiénes son esas … personas? —le preguntó su padre, manteniendo todavía el apretón de hierro en su brazo. —Padre, permitid que os presen… Pero Toste levantó una mano y habló en su lugar. —Tal vez soy un feriante de paso. Tal vez soy un amigo de la Madre Wilfreda. Tal vez estoy aquí considerando entrar en la vida religiosa —Toste hizo una pausa y después añadió—: O tal vez soy vuestro peor enemigo. Apuesta por lo último, villano. Los labios de Lord Blackthorne se curvaron hacia atrás y gruñó. Sus dos hijos colocaron las manos sobre las vainas de sus espadas. —Repito, ¿quién sois? —preguntó Blackthorne a través de sus apretados dientes. Toste miró intencionadamente la mano que todavía sujetaba a su hija. —Soy Toste Ivarsson y éste es Bolthor el Skald, y si no liberáis a esa monja al instante, os cortaré la mano. Los ojos de Esme se abrieron de par en par ante sus palabras. ¿Qué? ¿Creíais que era un vikingo pacifista? El muy loco no soltó a su hija, la cual intentó interceder.

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—Toste sólo está bromeando. Ja ja ja. ¡Qué bromista es! No seais ingenua, milady. Rebanaría a vuestro padre en un santiamén y sin pensarlo dos veces. Su padre la miró con desconfianza. —¿Toste? ¿Has llamado al pagano por su nombre? Por la Cruz, niña, si has entregado tu virginidad a un sanguinario vikingo, os azotaré con la vara hasta que no os quede piel en la espalda. Seguid así, Blackthorne. Estáis tentando mi espada. —Oh bueno, creo que tengo algo que decir al respecto —dijo Toste, dando un paso al frente y apartando con fuerza a Esme de la garra de su padre, para atraerla a su lado y pasarle su brazo izquierdo por los hombros. La espada de su mano derecha permanecía preparada. Bolthor se había acercado también a los hombres y sostenía su hacha en posición de batalla. —Para vuestra información, Lord Blackthorne, aunque en este momento cuestiono vuestros derechos paternales, no he yacido con vuestra hija. Aunque lo haré. Podéis estar seguro. Ella me deberá mucho cuando termine el día, y no me refiero a dinero. —¿Cómo os atrevéis a interponeros entre un padre y su hija? —Me atrevo. Y deseo hacerlo. —El rey Edgar tendrá algo que decir sobre esto, me atrevo a decir. Bla, bla, bla. Dejemos la charla y comencemos la lucha. Mi estómago ruge de hambre y mi lengua está sedienta de un gran cuerno de la hidromiel de Margaret. Toste se encogió de hombros. —Edgar no es mi rey. Las cejas de su padre se unieron por una sospecha. —¿Ella os ha contratado a vos y a un grupo de vikingos para guarnecer los parapetos de Evergreen? Pues si es así, deberíais saber que la niña no tiene ni una moneda. Una pobre monja, eso es lo que es, y ni siquiera eso. ¿Por qué sigue llamándola niña? Ah, ya veo, probablemente para empequeñecerla y volverla sumisa. Voltar el Vicioso solía hacer eso con su joven esposa, Olga la Lengua Tranquila. —¿Oh? ¿De verdad? Tsk tsk. Lady Esme, no me habíais informado de ese hecho —Esme le miraba como si se hubiese vuelto loco. Y así era. Loco de furia. Loco por la injusticia de la muerte de su gemelo. Loco por la injusticia del trato hacia Esme. Loco por la lujuria de sangre que se alzaba en su interior, junto con otro tipo de lujuria. ¡Loco, loco, loco! Volvió su atención a Lord Blackthorne—. Tal vez vuestro buen rey podría estar interesado en saber lo que pasó con las rentas de Evergreen de estos pasados diez años —Parpadeó con aire de inocencia al noble ladrón. —Vos… vos —espetó Blackthorne. —Bueno, ha sido un placer charlar con vos, Lord Blackthorne, y también con vuestros dos sirvientes, pero Bolthor y yo estábamos a punto de tomar una copa de hidromiel caliente. Allá fuera hace un frío de mil demonios. No golpeéis las puertas al salir —Y dicho eso, Toste tomó la mano de Esme y comenzó a caminar hacia la gran sala. No le preocupó dar la espalda a los tres canallas, porque sabía que Bolthor vigilaba por él. —Gracias —susurró ella, cuando quedaron fuera del alcance del oído de su padre.

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—No me lo agradezcáis aún, milady —Él mantuvo la vista al frente mientras hablaba, manteniéndola todavía cogida de la mano—. Vuestra deuda será cobrada en su momento. —Mi padre ya os dijo que no tengo dinero, pero seré capaz de pagaros con el tiempo… si estáis dispuesto a renunciar a un pago inmediato. Soy muy consciente de que habéis arriesgado vuestra vida por mí hoy. —No siento ningún interés por el dinero. Ya poseo riqueza suficiente. Pero pagaréis. Pagaréis. Ella frunció el ceño. —¿Cómo? —Entonces jadeó cuando la comprensión se abrió camino—. No exigiríais tal cosa. No lo harías. —Lo haría, y lo haré. —¡Volveréis a saber de mí! —gritó Lord Blackthorne. Toste no se había dado cuenta de que Lord Blackthorne todavía se encontraba en el interior de la abadía. —Sí, sí, sí —contestó por encima del hombro. Los cobardes siempre lanzaban amenazas cuando creían estar fuera del alcance de las espadas o las flechas. —Y las amonestaciones para tu boda serán pronunciadas, te guste o no, niña — Esta amenaza iba dirigida a Esme, por supuesto. Ninguno de ellos se volvió a mirar a su padre y fingieron no haberle oído. —¿Vais a casaros? —le preguntó Toste a Esme. —Por encima de mi cadáver. —Bien. Nunca me acuesto con mujeres casadas. O muertas, ya dicho de paso. Ella jadeó de nuevo. —Vuestras constantes burlas son… encantadoras. ¡Ja! Os enseñaré encanto cuando estéis tumbada sobre vuestra espalda con las piernas abiertas y una sonrisa en vuestro rostro que tan solo un vikingo podría provocar. —Volveré antes de que podáis parpadear, vikingo —gritó el padre de ella. —Sagrado Thor, ¿todavía está aquí? Ese hombre nunca se rinde. —No. Le conozco muy bien —dijo Esme con un suspiro. —Y conmigo vendrá una gran tropa de soldados. Toste giró la cabeza ligeramente lo justo para mirar hacia atrás. Sí, su testarudo padre todavía estaba en la puerta con sus dos hijos, todos con la cara roja de frustración y furia. —Lo dice en serio —dijo Esme. —No lo dudo, pero habremos partido mucho antes. —¿Habremos? —Vos, Bolthor y yo. Él notó la esperanza luchando con el recelo en su demasiado franco rostro. —¿A dónde vamos? —Creo que es el momento para una entrega de barriles de hidromiel a los barcos mercantes de Jorvik —Bolthor y él ya habían discutido un plan previo, pero los detalles todavía debían perfilarse. —Mi padre y mis hermanos nos reconocerán. ¡Mujeres! Necesitan saber todos los detalles. Deben discutir cada punto. ¿Por qué no pueden dejar que los hombres, con su mayor inteligencia, manejen las cosas? —No si estamos disfrazados.

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—¿Disfrazados? ¿Qué clase de disfraz? Callaos, milady, u os abandonaré aquí para vuestro padre. Decidió ofrecerle una última explicación y fue la siguiente. —Bueno, vos no os disfrazaréis. Deberéis esconderos en uno de los barriles, pero Bolthor y yo … hmmm … nuestro mejor disfraz probablemente sería como … —¿Qué? —Monjas. Los grandes traseros son eternos… —Mi trasero es demasiado grande —la voz de Esme sonaba ahogada, lo cual era lógico ya que provenía del interior de un barril. Además de eso, su cerebro empezaba a estar confuso debido a los vapores de la hidromiel que todavía flotaba en las duelas de roble. —Intenta ponerte más erguida para que tus nalgas se relajen —la aconsejó la Madre Wilfreda. —Mis nalgas nunca se relajarán —dijo Esme—. Recta, inclinada, sentada, recostada… da lo mismo. Mi trasero es demasiado grande. Apenas había pasado el amanecer de la mañana siguiente a la vista de su padre. Ravenshire, la propiedad de Eirik, el amigo de Toste y Bolthor, estaba a una considerable distancia. Les llevaría un día completo, y quizás más, de dura marcha en esa carreta, con quién sabe qué peligros, especialmente por parte de las tropas de su padre. Necesitaban partir cuanto antes. Pero lo primero era que Esme se acomodase dentro del barril, lo cual estaba pareciendo imposible. Habían tumbado un barril en la parte trasera del carro. Era el barril más grande que tenían, y aún así Esme no podía meterse por completo en el interior. Al principio había intentado meterse con los pies por delante, pero cuando había llegado a la altura de sus caderas y nalgas, tuvo que arrastrarse de nuevo fuera. Ahora, había metido primero la cabeza, con sus nalgas sobresaliendo, con la hermana Margaret y la Madre Wilfreda empujando inútilmente. —No puedo creer que vuestro trasero sea tan grande —escuchó decir a Toste. Esme se tensó de vergüenza y dejó de intentar retorcerse dentro del barril. Oh, por el amor de María, el vikingo está aquí y me está mirando el trasero. —Estoy de acuerdo —dijo Bolthor—. Una moza no puede tener un culo tan grande, bajo mi punto de vista. Debe darle a un hombre algo a lo que agarrarse. La hermana Mary Rose soltó una risita y la Madre Wilfreda dijo con tono divertido: —¡Bonitos disfraces! —Creo que podría hacer un gran poema —continuó Bolthor—. Los Vikingos y Sus Amores de Amplios Traseros. —No os atreváis —dijo Esme tan estridente como pudo, todavía con medio cuerpo dentro del barril—. Y alguien que me ayude a salir de aquí. Toste la cogió por la cintura y tiró de ella tan fuerte que sus hombros chocaron contra el pecho de él, y los dos casi cayeron al suelo. Afortunadamente, el mayor peso de él les mantuvo derechos con las piernas de ella colgando en el aire. Desafortunadamente, una vez que recobraron el equilibrio, ella se encontró atrapada

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en su abrazo, y el granuja no la soltaba. De hecho, el mismo trasero sobre el que había estado lamentándose minutos antes se encontraba presionado contra una parte de él que también estaba bastante grande. Entonces fue cuando levantó la mirada hacia Bolthor, quien estaba aclarándose la garganta como si se preparase para recitar su más reciente saga. Lucía un enorme hábito de monja con una toca y un velo cubriéndole la cabeza. No llevaba el parche negro y su ojo muerto miraba al frente de un modo totalmente inquietante. Un crucifijo colgaba de una gruesa cadena sobre su macizo pecho, y un rosario de cuentas de madera colgaba del cinturón de su hábito. Se había afeitado cuidadosamente y no mostraba un solo pelo. Era la monja más grande y fea que Esme hubiese visto nunca. Y eso no era todo. Su cara y manos estaban cubiertas de “heridas”, debidas sin duda a algún uso creativo de tintes y masa culinaria. —¿Os habéis caído en un arbusto de bayas venenosas? —le preguntó ella. —Lepra —contestó Toste por su amigo. Habló por detrás de ella, contra su oreja—. Este viaje a Jorvik para entregar un lote de hidromiel de Margaret ha resultado ser muy conveniente. Podremos dejar a una monja leprosa en un barco que salga de allí rumbo a la Isla de los Leprosos. Dos trabajos, un viaje. Antes de que ella pudiese expresar su sorpresa ante el astuto plan, Bolthor interrumpió: —Esta es la saga «Los Vikingos y Sus Amores de Amplios Traseros». —Uh, hermana Bolthora, no creo que tengamos tiempo para eso —dijo Toste, otra vez contra la oreja de Esme. Sus manos todavía sujetaban su cintura. Ella sintió su aliento sobre los recovecos interiores de su oreja. ¡Quién pensaría que un simple aliento podría ser tan estimulante allí! Sólo era una oreja, después de todo. Pero sería mejor que guardase su sorpresa para asuntos más seguros. —¿Hermana Bolthora? —La llamaremos hermana Thora para acortar —dijo Toste con una risita… una risita que le hizo cosquillas en la oreja una vez más. En realidad, hacer cosquillas era una definición demasiado sosa para lo que le ocurría. Parecía existir alguna conexión entre su oreja, sus senos y ese lugar privado entre sus muslos. Bolthor les ignoró a todos y empezó a recitar, con el dedo índice presionando su barbilla con aire pensativo. Esto trata de los hombres y sus traseros favoritos, especialmente aquellos que sacuden las muchachas. Oh, esto no es nuevo, esa curva del amor que marca la hembra y desconcierta al hombre. Porque, la verdad sea dicha alguien dice que Adán le dijo a Eva en el Jardín de Edén, ¡Precioso trasero! O al menos, eso es lo que creo. Así que no es extraño

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que los vikingos, expertos en apreciar el cuerpo de la mujer encuentren el hogar en la más grande creación de los dioses: El trasero femenino. La Madre Wilfreda y la hermana Mary Rose se echaron a reír, y también el padre Alaric, quien acababa de unirse a ellos. Toste se rió entre dientes. —¡Bien dicho, Bolthor! Te has superado a ti mismo. Verdaderamente, es la mejor saga que has creado nunca. ¿Lo repetirás para nosotros en Ravenshire? Esme se sacudió el abrazo de Toste, a punto de regañarle por sugerir semejante cosa. Pero las palabras nunca dejaron su lengua, tan asombrada estaba ante la visión que captó cuando se giró. Toste también estaba vestido como una monja. ¡Y qué monja! Al igual que Bolthor, lucía el atavío tradicional de una monja —túnica marrón con un velo a juego sobre la toca blanca, crucifijo con cadena y un rosario colgando del cinturón del hábito—, y se había afeitado celosamente. Pero ahí terminaba el parecido. Ni un solo cabello rubio de su cabeza estaba a la vista, y se había oscurecido las cejas, con un tizón sin duda. Aunque era más alto y más ancho de hombros que la mayoría de las mujeres, el rostro de Toste era hermoso. Realmente hermoso. Poseía pómulos agradablemente esculpidos, ojos azules ahumados y labios plenos. Y ninguna señal de lepra, tampoco. —¿Qué opináis de la hermana Tostina? —preguntó Bolthor, palmeándose el muslo con diversión. Esme arqueó las cejas. —¿Hermana Tostina? —Sí, pero podéis llamarme Tina —dijo Toste, con una sonrisa tirándole de los labios. —Nunca funcionará —gimió Esme con desesperación—. Primero, no quepo en el barril. Y ahora vosotros dos parecéis… parecéis… no sé qué. —He notado que muchas monjas muestran rasgos masculinos, si eso es lo que os molesta, milady —le dijo Bolthor palmeando su brazo como consuelo—. No pretendo ofender —añadió para beneficio de la Madre Wilfreda y la hermana Margaret. —No os preocupéis —dijo su tía con una carcajada—. A decir verdad, muchos clérigos muestran rasgos femeninos, también. El padre Alaric hinchó el pecho como para mostrar que él no era uno de esos. —Ya basta con todo eso. Debemos empezar nuestro viaje —le dijo Toste a Esme. —Pero no quepo —dijo ella, al borde de las lágrimas. —No importa, encontraremos otra forma. La hermana Margaret va con nosotros. De otro modo no sería convincente que tres monjas, dos de ellas extrañas, estuviesen transportando su cerveza a la ciudad. Esme inclinó la cabeza, confusa. —¿Y dónde estaré yo en esta tropa religiosa? —En el suelo de la carreta, bajo nuestros pies, cubierta por un hábito. —¿Quéeeeee? —Comprobadlo vos misma. Podría funcionar —Él la llevó a la parte frontal del carro. Habían bajado el asiento de modo que las alturas de Bolthor y Toste no fuesen

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tan evidentes, y habían colocado un saco de avena en el medio. El asiento de la hermana Margaret, supuso Esme. Esme miró la zona de los asientos y sacudió la cabeza llena de dudas. —No veo como podría caber bajo el banco, o como podría permanecer en esa posición durante mucho tiempo. —Pararemos a menudo, y además no estaréis exactamente en el suelo —Él sonreía misteriosamente mientras hablaba. —Ya basta de tonterías, Toste. Mi padre tiene toda la intención de mataros a vos y a mí, y posiblemente a todos nosotros. Haré cualquier cosa para que este plan funcione. —Bien. No plantarse en el camino del peligro esperando un milagro, esa es mi filosofía —dijo él, palmeándole la espalda con demasiado entusiasmo. Y ella pronto supo por qué. Cuando salieron del patio de la abadía, Esme estaba de rodillas en el suelo del vagon, de frente a Toste, entre sus separadas piernas por debajo de su hábito, con el rostro apoyado en su regazo. Era el día más humillante de su vida. Pero lo peor estaba por venir.

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Capítulo 6 Guárdate de las mujeres con planes… Era probablemente el peor plan que Helga nunca hubiese concebido. O el más astuto. En cualquier caso, Helga debería desechar cualquier inhibición que tuviese, desechar su moralidad, desechar su orgullo y probablemente también su inteligencia, o lo que le quedaba de ella. Pero merecería la pena, si el resultado llegaba a ser un niño… un pequeño y precioso ser humano que satisfaría el sueño de su padre de tener un nieto. Oh, no contemplaba de ninguna manera el matrimonio, aunque su padre continuaba insistiendo y Vagn seguía fingiendo que podría aceptar. ¡Ja! Como si fuese a casarse, rindiendo su duramente ganada independencia, y ciertamente nunca a un hombre que podría haber sido convencido para que la aceptase. Ella valía más que eso. Todo lo que necesitaba era un hombre que se acostase con ella una vez plantandoe su semilla en su interior, para después cabalgar hacia el horizonte. Parecía muy sencillo. ¿No era eso lo que todos los hombres deseaban? ¿Yacer con una mujer cuando quisiera, sin ninguna obligación? Y que mejor hombre que Vagn, quien, a decir verdad, sabía cómo besar a una mujer hasta dejarla sin fuerzas. Si podía dejarla sin aliento con las partes de su boca — labios, lengua, dientes— ¿qué podría ser capaz de hacer con su otra parte? Helga sabía instintivamente que hacer el amor con ese granuja no sería nada desagradable. Pero para llevar a cabo su plan, Helga sospechaba que tendría que hacer el primer movimiento… ser la seductora. ¡Madre de Thor! ¿Cómo iba a seducir a un seductor nato sin ser demasiado evidente? Por supuesto podría esperar a que él continuase con sus avances hacia ella, a su propia conveniencia, pero entonces podría sentirse culpable cuando ella quedase embarazada, y podría sentirse obligado a casarse con ella, o de otro modo su padre le forzaría a hacerlo con una espada en su cuello… nada de lo que ella deseaba. Era esencial que ella fuese la instigadora, la única que controlase las consecuencias. Pero lo primero es lo primero. Necesitaba ayuda para convertirse en una atrayente sirena. ¿Helga la Fea se convierte en Helga la Tentadora? ¡Yeech! La idea incluso aturde mi mente. Y que mejor persona para darle consejo que Rona la de los Dedos Hábiles, llamada así por sus habilidades en el bordado, aunque también la conocían como Rona la de los Talones Redondeados, por razones evidentes. Helga se acercó a Rona en la sala pequeña escaleras abajo donde toda la labor de tejer y bordar se realizaba ahora que en el cobertizo del telar hacía demasiado frío. Había una docena de mujeres y niñas trabajando, pero por suerte Rona estaba sentada a un lado bajo una ancha ventaña que dejaba entrar un poco de luz. —Rona, necesito tu consejo —le dijo Helga directamente. —¿Oh? —Rona arqueó las cejas interrogativamente, aunque continuó trabajando con los hilos multicolores que conformaban la pluma de pavo real que enmarcaba la

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capa de un hombre color verde jade. Su trabajo era excelente, la mejor de todas las costureras de Helga—. ¿Sobre el nuevo tejido que trajisteis de las tierras escandinavas? Ya os dije que no tenía la calidad usual… está tejido demasiado toscamente. La oveja que produjo esa lana debía estar famélica. Helga sacudió la cabeza negativamente. —No, no se trata de telas. Es una cuestión personal. Rona detuvo su aguja y miró a Helga directamente, notando sin duda sus mejillas sonrojadas y la forma en que retorcía el extremo del cinturón entre sus nerviosos dedos. —Necesito consejo sobre cómo atraer a un hombre a mi lecho —Nada de rodeos o vacilaciones. Directa al asunto. Rona sonrió. —De acuerdo con mi experiencia todo lo que una mujer tiene que hacer es guiñarle un ojo al hombre, y ya está preparado y deseoso. —Tal vez para ti. Esa no ha sido mi experiencia —Acaso había sido por la conducta reservada de Helga, o la fama del apodo de Helga la Fea, o una simple falta de atractivo para el sexo opuesto, pero en todos sus veintiocho años no podía recordar que ningún hombre la persiguiese activamente… excepto Vagn, y él sólo se burlaba de ella. Rona, por otro lado, con veintidos, había atraído a los hombres como abejas a una flor durante los últimos diez años, y todo lo que hacía era verse bonita y sacudir un poco los pétalos. Pero no era sólo por su exótica belleza oscura, Rona procedía de las tierras del Este, nacida de un padre árabe y una madre irlandesa. Rona poseía un aura de sensualidad a su alrededor, como una nube erótica. —¿Hay algún hombre en particular que deseáis atraer? —preguntó Rona—. No importa. Es el dios rubio del campo de batalla, ¿verdad? Helga asintió de mala gana. —Pero no necesitáis seducirle, ama. Los ojos del hombre os siguen a donde quiera que vais. Os desea. Por el amor de Frigg, su mástil ya está medio levantado, apostaría. —No, no comprendes. Quiero tener el control. Quiero seducirle yo. Quiero ser la única que comience… y termine… esta aventura. —Una mujer como las que me gustan —dijo Rona con una carcajada cantarina. —¿Puedes ayudarme? —Claro que sí. Existen algunos trucos para este juego de cama que he aprendido a lo largo de los años. Cinco, para ser concreta. —¿Cinco? ¿Existen cinco trucos específicos? —Cinco en general. Y debajo de cada uno existen muchas, muchas variaciones. —¿Lo dices en serio? —preguntó Helga. Rona asintió. —¿Y vos lo decís en serio? Helga vaciló, pero asintió. —Deberíais escuchar a Rona —intervino Bera la Pechugona—. Rona me ayudó a cortejar a Bolli el Herrero, y él ya estaba prometido a otra. ¿Cortejar? ¿Voy a cortejar a Vagn? ¡Oh, dulces Valquirias! —Mi esposo Ragnor va por ahí con una estúpida sonrisa en la cara desde que Rona me habló de cómo flexionar los músculos femeninos —añadió Sigrud, girando los ojos con picardía.

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¿Músculos femeninos? ¿Cuáles músculos femeninos? ¿Una mujer tiene músculos? —Todavía no he tenido el valor de intentar el sexo sobre el lomo de un caballo con mi hombre, tal como me sugeriste, Rona. Pero lo haré. Lo prometo —Ahora era Eve la que hablaba… una joven doncella recién llegada a Briarstead, casada con Sleipnir el Jefe del Establo. Si alguien podía montar de dos maneras sobre un caballo, era Sleipnir. Yo apenas puedo permanecer sobre un caballo en la mejor de las circunstancias. No pudo imaginar montar a un hombre que a su vez esté montando un caballo. Todos esos saltos… y … esas cosas. Las tres mujeres la miraron fijamente en silencio, aguardando su reacción a la intrusión de lo que era evidentemente una conversación privada, pero muy interesante. —Continúa, Rona, háblanos de esas cinco reglas asombrosas para la seducción — dijo Helga, medio en broma—. Pero recordad, todas vosotras, esta es una charla privada, no para ser comentada fuera de este círculo. Todas asintieron, tirando de sus taburetes y sillas para acercarse más, sin dejar su labor de bordado. —Primero está el Principio Madonna/Ramera —declaró Rona. —¿Disculpa? —A los hombres les gustan las mujeres que parecen pudorosas y castas en público, pero salvajes como una experimentada concubina en el lecho… sólo para él. —A Ragnor le gusta especialmente que me vista con una túnica de cuerpo entero, sobre él una falda y el pelo recogido en una diadema en lo alto de la cabeza —confió Sigrud con las mejillas sonrosadas—, pero sin nada de ropa interior bajo todo eso. ¡Eso es más de lo que quería saber! Las demás se echaron a reír a carcajadas. —O debajo de las mesas de caballete en la gran sala —añadió Eve con timidez. No puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Las mujeres realmente hacen todas esas cosas? ¿Sólo para complacer a un hombre? —¡Oh, buenos dioses! —Si tenéis problemas con eso, el más fácil de todos, entonces mejor que os rindáis ahora mismo —Rona frunció los labios y agitó un dedo ante el rostro de Helga. Helga tensó su cuerpo con decisión. —No. Puedo con ello. O moriré de humillación intentándolo. ¿Cuál es el siguiente? —Deberéis cultivar y refinar vuestra propia personalidad sexual. —No tengo personalidad sexual. De hecho, no sé lo que es una personalidad sexual. —Una mujer no necesita ser hermosa para tener a los hombres codiciándola con lujuria. Eso es lo que Rona intenta decir —Ahora había hablado Bera la Pechugona—. Miradme a mí. Soy un ejemplo perfecto. Oh, mis pechos son una ventaja, pero aparte de eso, estoy un poco gorda. Mis nalgas se sacuden cuando ando. —Pero sacudirse es bueno —le dijo Sigrud a Bera. Bera se encogió de hombros. —Afrontémoslo. No soy una muchacha hermosa, y tampoco estoy en lo mejor de la juventud. Aún así, nunca he tenido problemas para atraer a los hombres, y tengo a mi Bolli, ¿verdad? —Todo reside en la imagen que una mujer tiene de sí misma —dijo Rona.

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—¿Huh? —soltó Helga. —Para ser provocativa, una mujer debe sentirse provocativa —explicó Rona. —¿Huh? —repitió Helga. —Escuchad, hay cosas que podéis hacer para sentiros físicamente más atractiva. Levantad esos senos con un poco de vellón de oveja, añadid unas pocas curvas a vuestras caderas y nalgas, vuestra cintura ya es lo bastante diminuta. Y podéis balancearos al caminar, o deslizaros, como me gusta llamarlo. Echad la pelvis hacia delante un poco al andar. Así. ¡Oh, Dios mío! Parece el mascarón de proa de un barco entrando en una habitación. ¿A los hombres de verdad les gusta eso? —He sido plana de pecho toda mi vida, y no tengo intención de rellenarlo a estas alturas. Todo el mundo sabría que es falso. —Son sólo sugerencias, ama. Lo importante es lo que ocurre en vuestra cabeza — declaró Rona, dándose golpecitos en su propia sien para enfatizar—. Intentad esto antes de bajar a la cena esta noche. Imaginaos una escena imaginaria. Muy detallada. Dos cuerpos desnudos. Besos ardientes. Roces traviesos. Vuestros pezones endureciéndose más y más. Dolorosamente. Y vuestras partes íntimas húmedas de excitación. ¡Ni en un millón de años podría imaginarme eso! Y si mis partes íntimas alguna vez se humedecieron, no lo supe. —¿Y eso qué conseguiría? —Cambiará la manera en que os presentaríais. Vuestro cuerpo se moverá de manera diferente. Vuestros labios se abrirán. Vuestros ojos se tornarán vidriosos. —Él pensará que me está dando un ataque. —No si lo hacéis bien. —Yo voy a intentarlo —anunció Eve de repente—. A decir verdad, se me estremece todo el cuerpo con la idea. Muy bien, admítelo, Helga. Sientes un pequeño hormigueo. Tal vez no estás completamente perdida. —Yo también —dijeron Bera y Sigrud a la vez. —Intentémoslo todas —sugirió Eve. ¡Infierno y Valhalla! Todas vamos a parecer un manojo de doncellas de ojos extraviados, achispadas por el ale o un golpe en la cabeza. Chifladas como murciélagos de granero. Helga levantó los brazos en el aire. —No creo que pueda hacerlo. Rona se encogió de hombros. —Creo que no estáis preparada para ser una tentadora, milady. Mejor será que volváis a vuestro lugar y esperéis a que las cosas ocurran. Permitid que el hombre… Vagn… controle este juego del amor. —¡Jamás! —exclamó Helga. Ella era una luchadora y tozuda como un toro… eso es lo que todos opinaban de ella. ¿De qué otro modo se las había arreglado para triunfar como comerciante en un mundo de hombres? No podía rendirse tan fácilmente. No podía. —¿Y después qué? —le preguntó a Rona. —Los verdaderos pasos hacia el conocimiento sexual. Probablemente hay cientos, pero solo mencionaré unos pocos de los más dominantes. Sí, dominar estaría perfecto para mí.

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—¿Cómo cuáles? —Aprender a acariciaros vos misma. ¡Oh, oh, oh! No puedo creer que haya dicho eso. Y si eso es dominar, debo estar muy confundida. —¿A solas o en compañía de un hombre? —preguntó, temerosa de la respuesta. Todas rieron. —De ambas maneras. Si aprendéis a conocer vuestro cuerpo, sabréis cómo usarlo. —Recuerdo la vez que me dijiste que cerrase la puerta de mi recámara con llave, me quitase toda la ropa y me sentase en el suelo con las piernas abiertas y un metal pulido de frente a mis partes —dijo Eve—. ¡Whoo! Las cosas que aprendí de mí misma ese día. Nunca, nunca, nunca se había mirado Helga ahí. Y no iba a empezar ahora. ¡Hablando de perversidad! Lo próximo que me llamarían sería Helga la Pecadora. —Acariciarse una misma en privado está bien —continuó Rona—, pero es incluso mejor delante de vuestro hombre. A los hombres les encanta observar a una mujer desnuda brindándose satisfacción a sí misma. ¿Satisfacción? Helga no pensaba preguntarle a Rona lo que quería decir con eso. —Y mientras estamos con el tema de las auto caricias, permitidme sugerir que practiquéis la flexión de vuestros músculos sexuales. —Ese es el truco que os mencioné antes —dijo Sigrud. Los ojos de Helga casi se sobresalieron. —¿Qué demonios son los músculos sexuales? —Son los músculos del interior de vuestras partes femeninas —Rona señaló la zona entre sus piernas—. Intentad colocar una vela dentro, como si fuese un dedo y comenzad a apretar y aflojar, una y otra vez, de forma que al final podréis sujetar la vara de un hombre. —Primero, nunca he metido un dedo ahí. —¿De verdad? No sabéis lo que os estáis perdiendo, muchacha —dijo Bera, con Sigrud, Eve y Rona asintiendo con la cabeza. Los ojos de Helga probablemente sobresalieron de nuevo. —Segundo, no voy a ponerme una vela ahí —Caviló un segundo y preguntó—. ¿Las mujeres realmente hacen eso? —Así es —gorjearon las cuatro mujeres. —¿Encendida o apagada? —preguntó Helga. Cuatro bocas se abrieron de par en par. —Sólo bromeaba —dijo Helga. Cuando Helga se acercó a Rona en busca de consejo, nunca había esperado recibir sugerencias tan precisas e íntimas. Moriría si Vagn llegaba a saber lo de la vela, o las auto caricias, o cualquiera de esas cosas. —Espero que no necesito recordaros que mantengáis esto entre vosotras — insistió, mirándolas una a una. Todas cruzaron un dedo sobre sus labios cerrados, indicando su promesa de silencio. —La mejor parte del sexo es ese periodo anterior a la propia fornicación — continuó Rona. ¿Hay más? Por el trueno, creí que había terminado. Esto es demasiado complicado para mí. ¿Quién lo pensaría?

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—Me gusta llamarlo predeporte… el periodo que conduce al deporte de la cama. Es el momento cuando un hombre y una mujer se atormentan el uno al otro sin piedad… tocando, besando, pellizcando, haciendo cosquillas, susurrando palabras lascivas, lamiendo. Para cuando el asunto empieza en serio, deberíais tener a vuestro hombre tan salvaje como un animal enjaulado, ardiente de deseo por vos. Y asimismo, la mujer por el hombre. —¡Es suficiente para mí! —dijo Helga, poniéndose en pie—. Creo que demasiada información podría ser una asesina de la pasión. —¡Tsk tsk tsk! —dijeron las cuatro mujeres ante su desdén hacia los principios sexuales. —Oh, no me entiendas mal, Rona. Aprecio todos tus consejos, los cuales estoy segura de que son los mejores, pero necesito tiempo para digerirlo todo antes de comenzar con mi plan. —Un paso cada vez —asintió Rona. Mientras se iba, Helga intentaba convencerse a sí misma de que eran todo tonterías, pero entonces, ¿cómo podía explicarse la sensibilidad en sus pechos y la humedad entre sus piernas? Para ser sincera, se había excitado con tan solo pensar en seducir a Vagn de todas las formas que Rona había sugerido. Debía existir algún mérito en lo que Rona y las otras mujeres aconsejaban. ¿Pero tendría valor para intentarlo ella misma? Ven a ver mi tela, le dijo la araña a la mosca… A la hora en que Vagn siguió a una docena de guerreros de Gorm a la gran sala para la cena de esa noche, se encontraba física y mentalmente exhausto. A propósito. Si estaba demasiado cansado para pensar, no le daría vueltas a la muerte de su hermano y el corto tiempo que había permanecido en este mundo. Gorm le había llamado a él y a unos cuantos de sus principales soldados para salir esa mañana, a recorrer los más lejanos límites de su propiedad. Patrullaron en busca de intrusos; después de todo, Gorm era un vikingo residiendo en el centro de las tierras sajonas. Pero también recogieron corderos perdidos, algunos de los cuales tenían la poca astucia de quedar atrapados en arbustos espinosos y agujeros de lodo. Incluso repararon unas cuantas cercas que confinaban un pequeño hato de vacas. Y, finalmente, los arqueros habían cazados tres ciervos salvajes, los cuales ahora se asaban en las espitas. Cuando volvieron al torreón de Briarstead, totalmente mugrientos y agotados, fueron en fila a la casa de baños de Gorm, la cual estaba construida encima de un manantial de agua caliente natural. Ahora, al menos estaban limpios. En los viejos tiempos, Toste y él habrían saboreado un día como este. El trabajo fuerte y duro proporcionaba satisfacción a un hombre. Pero Vagn no sentía nada. Nada. No sentía ningún deseo amasar más riqueza. No sentía ningún deseo de combatir en batalla. No sentía ningún deseo de reavivar antiguas amistades. No sentía ningún deseo de conseguir esposa e hijos. A decir verdad, no sentía ningún deseo en absoluto.

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Bueno, eso no es del todo cierto. Tengo un pequeñito deseo, justo debajo de mi vientre —se dijo a sí mismo, riendo entre dientes mientras sus ojos examinaban la gran sala y llegaban al objeto de su deseo. Entonces tuvo que mirar mejor. Sangriento infierno, ¿por qué Helga me mira de esa manera? Ella estaba sentada en la mesa alta con su padre. Nada anormal en eso. Lucía un vestido escarlata, bordado con hilo de oro, y su largo cabello rubio caía suelto sobre sus hombros… un atavío un poco inusual para una cena normal, pero nada extraordinario. Después de todo, Helga comerciaba con telas finas. Fue la expresión de su rostro lo que provocó que todo el vello del cuerpo de él se erizase, incluido el que tenía entre los piernas… especialmente ese vello. Incluso mientras la miraba —probablemente con la lengua fuera y babeando sobre su barbilla— ella sacó la suya y la pasó amplia y lentamente por sus pecaminosamente deliciosos labios. Sus ojos estaban nublados y las ventanas de su nariz se ensanchaban con lo que parecía pasión, aunque debía estar equivocado. Helga la Ya No Fea le miraba fijamente como si él fuese un dulce convite y ella una hambrienta glotona. Su miembro se puso inmediatamente en posición de firmes, no es que necesitase mucho estímulo para alzarse, y el calor se derramó desde su centro al resto de sus extremidades. Se encaminó hacia ella, pero no antes de oír a Ragnor junto a él exclamar, «Sagrado Thor, ¿por qué Sigrud me mira así?». Y tras él, Bolli el Herrero dijo, «¿Por qué Bera me está mirando de esa forma?». E incluso más atrás, Sleipnir el Jefe del Establo también exclamó, «¿Por qué Eve me está mirando así?». Todos tenían sonrisas de tonto en la cara. Vagn se pasó una mano por la boca para asegurarse de no sonreír también. —Gorm, Helga —dijo, haciendo un gesto con la cabeza a ambos mientras se sentaba en la mesa alta y se estiraba para alcanzar el cuerno de ale que un criado había llenado para él. Sediento, lo apuró hasta el fondo y después extendió el cuerno para que se lo rellenasen. —Hoy ha sido un buen día de trabajo, Vagn —dijo Gorm, hablando por delante de Helga, quien estaba sentada entre los dos. —Sí —estuvo de acuerdo él, y comenzaron a discutir sobre los acontecimientos del día y lo que estaba planeado para el día siguiente, pero todo el tiempo Vagn era muy consciente de la presencia de Helga a su lado. ¿Era aroma de rosas lo que olía en su piel y cabello? ¿O era el lavanda de siempre? Y sí, ella le estaba mirando de una forma muy peculiar. Finalmente, cuando Gorm se giró para dirigirse a un soldado de alto rango que tenía a su otro costado, Vagn dedicó toda su atención a Helga. —Hacedlo otra vez —susurró roncamente. —¿Qué? —Los ojos de ella se dispararon a un lado y a otro. Era obvio que no se sentía cómoda con este juego que desarrollaba. —Lamer vuestros labios. Lentamente. Ella gimió suavemente, desde el fondo de su garganta. Después levantó la barbilla con resolución. —No llevo ropa interior —anunció de pronto. Él se atragantó con el ale. Cuando recuperó la compostura, replicó: —Yo tampoco —y acompañó sus palabras con un movimiento de las cejas. —¿Os burláis de mí? —preguntó ella.

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—Tal vez. ¿Vos os burláis de mí? Ella no respondió. En su lugar, repitió el lametón de labios con la lengua. Una zona concreta del cuerpo de él pareció multiplicarse. Sonrió. No pudo evitarlo. —Gracias. Ella inclinó la cabeza a un lado. —¿Por qué? —Se me hace difícil sonreír últimamente. Vos me hacéis sonreír. —De modo que soy una broma para vos. Otro chiste, como el que hizo vuestro hermano —Comenzó a levantarse de su asiento, con las lágrimas anegando sus ojos. Colocando una mano en su brazo, él la obligó a sentarse de nuevo. —No seais tan irritable, muchacha. Era un cumplido, no un insulto. Ella se hundió en el asiento y dejó escapar un largo suspiro de nerviosismo. Algo extraño estaba pasando aquí, pensó él. Tomó un mechón de su dorado cabello entre el pulgar y el índice, comprobando su suavidad. Bajo circunstancias normales, Helga se habría apartado la mano con un golpe. En lugar de eso, parecía cobrar ánimos ante su contacto. Decidiendo probar, él bajó la mano un poco más acariciándole el brazo. Sólo las yemas de los dedos, bajando desde el hombro al codo y después a la muñeca. Ella tembló, como si él estuviese tocando la carne desnuda, no el tejido de su vestido. Y fue un temblor de los buenos… no de repulsión. —De modo que no lleváis ropa interior —dijo él, lo bastante bajo para que el padre de ella no pudiese escucharle, aunque Gorm continuaba charlando animadamente con alguien a su otro costado. —Mentí. —¿En serio? Qué vergüenza. Me gusta imaginaros sin nada debajo. —¿Por qué? —¿Por qué? ¿Sois tan ingenua que no conocéis el efecto que una mujer desnuda tiene sobre un hombre? —Él señaló intencionadamente a su ingle. Ella enrojeció pero no dijo nada. Tal como él pensaba… algo raro pasaba con Helga. Apuró el resto del ale de su cuerno, lo dejó y después descansó la barbilla sobre la palma de su mano con el codo apoyado sobre la mesa, escudrinándole muy de cerca. —Para ser más preciso, Helga, has logrado que mi masculinidad esté zumbando. —¿Zum… zumbando? —balbuceó Helga. —Sí… no es tanto como palpitar, pero desde luego no está quieta. Zumbando. —Eso es tan grosero. Él encogió los hombros. —El sexo es grosero. —No lo sé. —¿Queríais que os lo muestre? —¡No! —exclamó ella. De inmediato se corrigió—: No estoy segura. ¡Whoa! Ese era un gran, enorme paso para esta anticuada y distante mujer… la misma cuyo padre había descrito como poseedora de unas partes femeninas secas como pasas. Una estrafalaria idea se le ocurrió de pronto. —¿Estáis intentando seducirme, Helga?

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—¿Y si así fuese? ¡No era la respuesta que esperaba! —Entonces estoy confuso. Os tumbaría sobre vuestra espalda y conseguiría mi propósito en un santiamén, y vos lo sabéis muy bien. ¿Por qué este cambio tan radical? El rostro de Helga era de un rojo llameante. Se puso en pie y le miró fijamente. —No importa, golfo malhablado. He cambiado de idea. Dicho eso, con un balanceo de caderas se giró para marcharse, con sus presumiblemente desnudas nalgas recibiendo una buena ventilación por debajo del agitado vestido. —No podéis jugar conmigo, Helga, y ponerle fin tan bruscamente —gruñó él a su espalda. —El juego terminó, vikingo —replicó ella sin interrumpir el paso y sin volverse a mirarle. En pocos segundos, ya no estaba a la vista. —Ni hablar de eso —dijo Vagn a nadie en particular. Había una cosa que las mujeres no acaban de entender de los hombres. No puedes plantar una idea sexual en la cabeza de un hombre y esperar que se desaparezca sin más. Este juego que Helga había empezado se jugaría hasta el final, juró Vagn. Con sus propias reglas, no las de ella. No podía esperar para hacerlo. Nunca juegues con fuego… ni con un vikingo cachondo… Más tarde aquella noche, Helga estaba relajándose en las burbujeantes y cálidas aguas de la casa de baños, reprendiéndose a sí misma en silencio por su triste intento de seducción. Existían horarios definidos y separados para los hombres y las mujeres para la utilización de los baños de vapor. Esta era la hora para las mujeres de la casa, aunque Helga era la única que se encontraba allí, todas las demás habían tenido el buen sentido de meterse entre las pieles de sus lechos en esta fría noche. Justo entonces, la puerta exterior se abrió y quien entró decididamente no era una mujer. Era Vagn. —¿Qué hacéis aquí? —chilló ella, hundiéndose más en el agua. La habitación se encontraba casi a oscuras, iluminada tan sólo por unas pocas antorchas en las paredes. Aún así estaba desnuda, ¡por Asgard! —Venir a tomar un baño —dijo él, empezando ya a quitarse la ropa. Se soltó el cinturón y se pasó la túnica por la cabeza. —Ya habéis tomado un baño —señaló ella. —Un hombre nunca puede estar limpio de más —contestó él, guiñándole el ojo. Ese guiño provocó extrañas sensaciones en sus senos y partes íntimas. Ella podría jurar que hormigueaban. Pero Helga no era estúpida. Sabía exactamente lo que el granuja pretendía. Dejarla en desventaja en este juego de la seducción que ella misma había empezado. Sabía desde el principio que él era un jugador mucho más experimentado, pero no había esperado que la descubriese tan pronto. Bueno, el juego aún no había terminado. Él se apartó el pelo de la cara con una cinta de cuero. Ahora su pecho estaba desnudo, y se sentó en un banco de piedra para quitarse las botas. —¡Quieto! ¡Deteneos ahí mismo!

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Él se detuvo. —No vais a meteros en este baño conmigo, desnudo. —¿No? —No. No es decente. Además, se supone que los hombres no están en la casa de baños a esta hora de la noche. —¿Es una norma? —Lo es. Él sonrió. —Adivinad lo que pienso de las normas. Helga giró los ojos ante la inutilidad de razonar con ese cabeza hueca. Aparte de eso, perdió el sentido del habla una vez que él se quitó los calzones y el taparrabos. Debería apartar la mirada. Realmente debería. Pero no lo hizo. En favor del hombre, él no fingió ninguna falsa modestia. Y tampoco se pavoneó. Se quedó de pie, con las manos en las caderas, permitiendo que ella le mirase a gusto. Era un hombre hermoso, no cabía duda, desde su finamente esculpido rostro con el hoyuelo en la barbilla, pasando por sus anchos hombres, estrecha cintura y caderas, hasta las largas y musculosas piernas. Incluso sus pies eran bonitos. Y por supuesto estaba esa parte en la zona central, la cual era ciertamente impresionante, tan larga como se suponen son esas cosas. —¿Os gusta mirarme, milady? Nah, no tenéis que contestar. Ya veo que así es. Pues sabed esto, yo disfrutaría viendo vuestro cuerpo desnudo incluso más. ¿Os importaría concederme ese placer? ¡Ni en un millón de años! Oh, ¿pero qué le pasaba? Esa era la oportunidad perfecta para su plan. Todo lo que tenía que hacer era dejarse llevar. ¿Todo? ¡Ja! Es todo… enseñar mi flaco cuerpo a un hombre. ¿Podré soportar el escrutinio… y probable rechazo? Sí, debo hacerlo. Adelante, Helga, cierra los ojos y déjate llevar. Pero dudó demasiado, y Vagn entró en la piscina sentándose enfrente a ella sobre uno de los peldaños más bajos de modo que el agua le llegaba por la cintura. Extendió los brazos sobre el borde con las piernas estiradas bajo el agua. La piscina era lo bastante grande para que dos hombres adultos pudiesen estirarse en ella, así que ella no se encontraba en peligro de que él pudiese tocarla desde allí. Por alguna razón, eso no la tranquilizó. Él podía mirar, lo que hizo… ardientemente. Y podía hablar, lo que procedió a hacer… ardientemente. —Os deseo, Helga —le dijo sin previo aviso. —¿Para qué? Idiota, idiota, idiota. Incluso yo sé lo que quiere decir. Él sonrió, lenta y suavemente. Las palabras no fueron necesarias. —Desear no es lo mismo que obtener. ¿Mi lengua ha perdido su conexión con mi cerebro? —Para la mayoría de los hombres, quizá. Pero para mí —encogió los hombros—, yo suelo obtener lo que deseo. —Con las mujeres, queréis decir —La arrogancia de él no tenía límites. Para su disgusto, ella lo encontraba extrañamente atrayente. —Con las mujeres —asintió él—. Vos empezasteis este juego, Helga. Oh, no intentéis negar ese hecho. Lo que quiero saber es, ¿qué os proponéis?

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—¿Qué? ¿Sólo los hombres pueden jugar a la seducción? Ese es el camino, Helga. Muestra un poco de confianza en ti misma. Recuerda el consejo de Rona. Para ser provocativa, una mujer debe sentirse provocativa. —Me habéis interpretado mal, milady. Algunas mujeres son seductoras natas. —¿Y yo no? —Oh, eso era demasiado. ¡Demasiado para mantener la pose de provocativa! Al parecer, Helga la Fea siempre tendría carencias como mujer. Comenzó a levantarse indignada, pero se sentó de golpe al recordar que estaba desnuda. Con tan sólo ese pequeño atisbo de su desnudez y los ojos de él se abrieron con interés. Separó los labios y los lamió lentamente como si ella —Helga la Fea— le hubiese tentado. —Oh, Helga, me tentáis sin siquiera intentarlo. No necesitáis falsas artimañas para atraerme a vuestro lecho. Sólo pedidlo. Eso es suficiente. ¡Whoo! Ella soltó una pequeña exclamación de victoria mentalmente. Esto podría ser divertido. Ese molesto hormigueo en su cuerpo apareció de nuevo. Y a pesar de sí misma, se preguntó si cierta parte de él estaría zumbando. —No os creo, pero gracias por decirlo —dijo ella, con educación. ¡Buenos dioses! ¿Acabo de darle las gracias a un hombre por sentir lujuria hacia mí? —No me malinterpretéis, querida. Me agradaron vuestras bromas antes en la gran sala. —¿Bromas? —preguntó sofocada. ¿Querida? Él asintió con la cabeza. —Sí. El asunto de no llevar ropa interior. Me gustó la imagen mental que me provocó. Mucho —A ella también, para ser sincera—. Pero no entiendo porqué. Antes apenas podíais soportarme. ¿A qué viene este repentino giro? Ella debería decírselo, pero, ¿tenía el valor? ¿Él comprendería su deseo de darle un nieto a su amado padre? ¿Se ofendería porque no fuesen sus atractivos masculinos lo que la tentaban… o no por completo? —¿Deseáis hacer el amor conmigo, dulzura? —¿Tenéis que ser tan directo? ¿Y tenéis que llamarme con esos nombres tan cariñosos? Intento pensar. —Es como un muro gigante entre nosotros… lo que sea que ocultáis de mí… ese misterioso motivo para vuestra caza. Me gustaría derrumbar ese muro y partir de ahí. Sin secretos. Sin juegos. Así que lo repito. ¿Deseáis hacer el amor conmigo? —Tal vez. —¡¿Tal vez?! —él prácticamente lo gritó—. ¿Qué clase de respuesta es esa? —Deseo un hijo —espetó ella, y más le valdría haberse mordido la lengua. Demasiado pronto. Es demasiado pronto para que él sepa eso. —¿Qué? —exclamó él con suavidad, después con más fuerza—. ¡¿Qué?! Bien, ya está hecho. Le contaré todo ahora. Esperemos que sea un hombre que valore la honestidad. —Tengo veintiocho años, Vagn. Llevo tanto tiempo vistiendo santos que no dudo de que tenga telarañas colgando de mis orejas. No me arrepiento por no haberme casado nunca, pero he decidido tener un hijo… para complacer a mi padre… y a mí misma, por supuesto. Él entrecerró los ojos y su mandíbula se tensó de cólera.

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—Una trampa matrimonial… de eso se trata todo. Me he visto en esta situación antes, pero tenía mejor concepto de vos, Helga. De verdad que sí. ¡Vos y vuestro padre conchabados! —¡Vos, zoquete imbécil! No deseo casarme con vos. Y mi padre no sabe nada sobre esto. —Acabáis de decir que deseáis un bebé —Él se quedó boquiabierto y sus ojos se abrieron de par en par cuando la comprensión le golpeó—. ¿Deseáis un hijo fuera del matrimonio? ¿Un hijo ilegítimo? Ella se sintió enrojecer, pero él no podía notarlo con la poca iluminación. Alzando su barbilla de forma desafiante, ella contestó: —Hay cosas peores en la vida. —Os expondréis a la vergüenza. —No me importa. —Vuestro padre me mataría. —Él no lo sabría… hasta que estéis bien lejos… e incluso entonces yo no diría vuestro nombre. —Habéis planeado todo esto en vuestra mente, ¿verdad? A ella no le gustaba la hostilidad de su voz, pero asintió. —¿Qué clase de hombre creéis que soy, que podría abandonar a mi propio hijo? —Yo… no pensé que os importaría. —¿Qué clase de hombre creéis que soy? —repitió él. —¡Oh, por favor! Ahorradme esa sensibilidad ofendida, Vagn. Seguramente habéis yacido con mujeres antes… muchas mujeres… sin preocuparos por ningún hijo que pudierais dejar atrás. No me sorprendería que tuvieseis docenas de hijos. —¿Docenas? —Una sonrisa burlona curvó sus labios—. No tengo conocimiento de un solo hijo que hubiese engendrado. Existen precauciones que los hombres pueden tomar para prevenir la concepción… no totalmente a prueba, para ser honesto, pero he sido cuidadoso. Si algún bebé hubiese nacido de mi semilla, habría reconocido a ese hijo inmediatamente y le habría colocado bajo mi protección. Se puso en pie de pronto y salió de la piscina. Ella pudo notar por las condiciones de su masculinidad que él ya no estaba zumbando por ella. Como él comenzaba a vestirse, ella le dijo: —Vagn, lo siento si os he insultado. No pensé… —Cierto —espetó él—. No pensasteis —Ya se había puesto el taparrabos y los calzones, y se estiraba para coger su túnica. —Permitidme que os compense. Él se detuvo y la miró. El dolor en sus ojos conmovió el corazón de ella, y sintió profundamente haberlo provocado. —¿Cómo? Ella se puso en pie, desnuda como el día que nació, y extendió los brazos hacia él. Vagn no dijo nada, tan sólo la miró fijamente con la misma furia. Pero una parte de él zumbó de nuevo. Aún así, se marchó.

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Capítulo 7 Una fiesta móvil… —Dejad de moveros. —No me estoy moviendo. —Pues algo se mueve. Toste se rió. Y esa parte de él contra la que el rostro de Esme presionaba se movió un poco más. —Tan sólo silbad un poco más —le sugirió. —Sólo silbo cuando estoy nerviosa. —¿No estáis nerviosa ahora? —Estoy furiosa, no nerviosa. —Ahora, ahora, Esme. Relajaos. Voy a matar al ganso. Juro que lo haré. —¡Ya es suficiente! Voy a levantarme. Toste presionó sus manos contra su regazo, obligándola a permanecer entre sus piernas por debajo de su ropaje monjil. —Todavía no. Los soldados de vuestro padre aún están a la vista. Y este último grupo nos ha mirado con un poco más de sospecha que los otros. —¿Y no es para sospechar? Dos monjas gigantes con aspecto de troll, una de ellas con lepra, y una pequeña monja entre las otras dos que no deja de reírse por lo que parece haber bebido demasiado de su propia hidromiel… a mí me parece sospechoso. —Uh… ¿os importaría no hablar en esa dirección? —dijo Toste con la voz sofocada—. Puedo sentir vuestros labios moviéndose allí. —Y yo me siento ofendido, milady, por vuestra descripción de mí como un troll —dijo Bolthor, aunque ella pudo notar la diversión en su voz. —Y yo no estoy borracha —dijo la hermana Margaret—. En absoluto —Un sonoro hipo desmintió sus palabras. Todos habían estado sorbiendo la hidromiel para mantenerse calientes en el segundo día de su frío e incómodo viaje… especialmente incómodo para Esme, quien debía esconderse bajo el hábito de Toste cada vez que un soldado de Blackthorne se aproximaba. La manta de pieles que se extendía sobre los regazos de los tres sentados en la carreta atraía la atención de todos los que les daban el alto, y los soldados lo levantaban con rapidez, totalmente convencidos de hallar a la hija fugitiva escondida allí. —Si alguien debería estar ofendido, soy yo —dijo Toste—. Ese último soldado, el que le faltaban los dientes delanteros, me miraba como si fuese un bocado apetitoso. Y soy una monja. —No sois una monja —indicó Esme desde debajo de su hábito. —Bueno, él no lo sabía. —A las monjas nos acosan continuamente —observó la hermana Margaret—. No importa si eres joven o vieja, atractiva o fea como un cerdo. Los hombres parecen

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pensar que estamos ansiosas por sus cuerpos por estar confinadas en un convento tanto tiempo. Esperan grandes cosas por parte de las monjas en una cama. Todos estaban demasiado atónitos al principio para hablar ante la franqueza de la hermana Margaret. —¿De verdad? —comentó Bolthor finalmente. Probablemente estaba componiendo una saga en su cabeza sobre las monjas y su pervertido apetito. —Sólo hay una monja por la que yo me haya sentido atraído —confesó Toste. Y Esme supo por su nervioso miembro a cuál se refería. —Y, ¿qué me decís de esos soldados sajones de ahí atrás cerca de Jorvik? —dijo Bolthor con una risotada—. Creí que caerían unos sobre otros intentando apartarse de una leprosa. —Y uno de ellos dijo que le estabais echando mal de ojo —añadió la hermana Margaret alegremente—. Poco sabían que miráis a todo el mundo de esa forma. Esme se preguntó si Bolthor se ofendería por la mención de la hermana Margaret a su ojo dañado, pero no, ya que él rápidamente replicó: —Quizá debería dejarme el ojo sin parche todo el tiempo. El mal de ojo podría ser un arma tan afilada como mi hacha de batalla, Parte Cabezas. —Creo que disfrutáis demasiado con esto —se quejó Esme. —Hmmm. Debería crear un poema para celebrar esta aventura —dijo Bolthor. Todos estaban demasiado cansados y ateridos para protestar. Además, parecía ser capaz de detener al skald una vez que empezaba. —Esta es la saga de La Mayor Aventura de Toste. —Genial —le escuchó Esme decir a Toste, aunque no estuvo segura de si era una pregunta o una observación. Una vez vivía un vikingo llamado Toste, cuya vida ya no era alegre. Tristemente, la muerte se llevó a su amado hermano, Y ninguna felicidad en Toste residía. Pero entonces conoció a una monja, quien no era realmente una monja. Era hermosa de rostro, Y su cuerpo lleno de gracia. Además, podía silbar de una forma aguda, pero eso un temblor provocaba si contra su hombría lo hacía, donde su rostro exactamente estaba cuando escondida de su padre yacía. Por otro lado, no debería silbar, porque entonces la masculinidad de Toste quieta no permanecería. Pero de todos modos, en este gran viaje todos estaban llenos de alegría. ¿Y acaso no es eso lo mejor de los vikingos que de ellos mismos se ríen? O bueno, una de las mejores cosas.

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—Bolthor, si te oigo repetir, siquiera una vez, esta saga en particular en Ravenshire, haré que desees ser un verdadero leproso, viviendo en una leprosería muy pero que muy lejos de mi amenazadora presencia —dijo Toste. Hubo un corto silencio. Entonces una voz dolorida preguntó: —¿No te gustan mis sagas, Toste? —Me gustan tus sagas en general —mintió Toste. Esme no necesitaba ver su cara para saber que era una mentira—. Pero no me gusta esta en particular. Me hace parecer un hombre patético y quejica. —¿Y? —dijo Bolthor. Y entonces… —. ¡Ouch! ¿Por qué me golpeas en la cabeza? Casi le sacas la cabeza a la hermana Margaret. Lo que empujó a la hermana Margaret a decir: —A mí me gustó vuestra saga, Bolthor. ¿Creéis que podríais escribir una corta para que pueda usarla cuando venda mi hidromiel en los mercados de Jorvik? —Hmmm. Tal vez. En unos segundos, Bolthor estaba diciendo: La hidromiel de Margaret es una estupenda cerveza Dulce como la miel, suave como la seda La hermana Margaret repitió los versos unas cuantas veces para memorizarlos y prometió que haría que su agente en los mercados de Jarvik lo utilizaría como truco de ventas. Bolthor prácticamente chisporroteaba de orgullo. —Toste, he de levantarme ahora —dijo Esme—. Tengo un calambre en la espalda. —Todavía no —la advirtió él—. Ya hemos entrado en las tierras de Ravenshire y deberíamos llegar al torreón en una hora. Debemos ser especialmente precavidos un poco más. Recordad que Eirik, el lord de Ravenshire es mitad sajón, mitad vikingo, mientras que su esposa Eadyth es completamente sajona. Muchos de sus invitados son sajones. No deseamos que ninguna noticia de vuestro paradero salga de aquí hasta que estemos preparados para enfrentarnos a vuestro padre de nuevo. —¡Por el aliento de santa Bridget! Estoy cansada de todo este caos. Anhelo la paz y la tranquilidad. ¿Triste, verdad, que una mujer de mi edad solamente desee una vida tranquila? ¿Es posible que esta locura termine pronto? —Bueno, estaréis fuera de peligro por un tiempo, hasta que pase la época de Navidad, pero paz es lo último que encontraréis en Ravenshire. Y en cuanto al caos… bueno, sospecho que el caos reina allí. —¿Qué queréis decir? —preguntó Esme. —¿Alguna vez habéis estado en un hogar vikingo en época de Navidad? —No —respondió ella vacilante, aunque no pudo imaginar nada fuera de lo corriente en la bien ordenada propiedad de Ravenshire. Tanto su lord como su lady eran bien conocidos por su hospitalidad y sus bien llevados asuntos. —Dulzura, nunca seréis la misma —prometió Toste, con una palmada en su cabeza que la acercó más a su palpitante masculinidad. Podéis estar segura. Dejad que empiecen los buenos tiempos… —Hazme tuya, tú, hermoso vikingo, tú. ¡Awk!

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Cuatro cabezas se giraron hacia el loro enjaulado en la esquina de la sala privada situada en el piso superior de Ravenshire. Después tres de esas cabezas se giraron hacia Tykir Thorksson. ¡Por los huesos de san Bonifacio! ¿Es que mi hermano nunca madurará? se preguntó Eirik Thorksson, lord de Ravenshire. No pudo evitar sonreír, incluso mientras sacudía la cabeza tristemente. —¿Le estás enseñando a Abdul a decir cosas pervertidas otra vez? —¿Qué tiene de pervertido el sexo? Y todo el mundo sabe que los vikingos somos hermosos —contestó Tykir con una sonrisa. Dios, había añorado a mi hermano y su agudo sentido del humor. Con todas las malas noticias de últimamente, un poco de diversión es más que bienvenido. —¿No es así, Alinor? Tú crees que soy hermoso, ¿verdad? —le preguntó Tykir a su esposa, quien tuvo el buen sentido de ignorarlo. Tykir y Alinor habían llegado de las tierras escandinavas para pasar la época de Navidad en Ravenshire ese año, junto con sus cuatro hijos, quienes estaban fuera por alguna parte con las gemelas de diecisiete años de Eirik, Sarah y Sigrud. —Por supuesto, Eirik es sólo medio vikingo; así que es sólo medio hermoso — continuó Tykir, agachándose cuando Eirik intentó darle un golpe. —Enséñame tus piernas, Al-i-nor. Awk, awk. —¡Tykir! —exclamó Alinor con una carcajada. —Bésame el culo y llámalo bonito. Awk, awk. —Eh, yo no le enseñé eso al piojoso pájaro —protestó Tykir. —Lo hizo Eirik —Ahora era Eadyth quien habló, la esposa de Eirik—. Y no llames piojoso a mi mascota. No tiene ningún piojo. Y recuerda, Tykir, tú eres quien me dio a Abdul como regalo de bodas. —¿Quién habría pensado que viviría tanto? —dijo Tykir. —¡Bobo vikingo cabeza hueca! —dijo el pájaro. Todos rieron entonces, pero pronto se interrumpieron. —Milady… Eirik… debéis venir a ver esto —les urgió sin aliento Wilfrid, el senescal de Ravenshire, mientras se apresuraba en la habitación. Era bastante tarde, y Eirik creía que su amigo y camarada estaría a estas horas en la gran sala disfrutando de una copa de ale caliente—. Acaba de entrar una carreta en el patio. Eirik no se levantó al momento. Había pasado el día entero practicando ejercicios de batalla con sus hombres a la intemperie, ayudando a sacar un carro de estiércol atascado en la nieve, seguido por un baño, y, francamente, su cuerpo de cuarenta y nueve años ya no podía soportar mucho más. Se había sentido realmente contento al poder sentarse frente al fuego con los pies levantados y una jarra de hidromiel en la mano, escuchando las tonterías de su hermano. Eirik se estaba haciendo demasiado viejo para mantener este ritmo, pero no tenía hijos que se hiciesen cargo, aparte de su hijo adoptado John quien ya trabajaba bastante en su propia propiedad de Hawks’ Lair. Y ninguna de sus cuatro hijas parecía que fuesen a traer nueva sangre masculina a la familia. —¿Una carreta? —preguntó Eadyth con indiferencia. Ella tampoco se levantó. A sus cuarenta y tres años, todavía era una mujer hermosa, incluso aunque su cabello rubio plateado fuese ya plateado en su mayor parte—. Probablemente sean esos nuevos moldes para las velas y las jarras de cerámica que encargué en Jorvik.

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Eadyth era una apicultora y mercader de éxito, reconocida por sus velas de cera, su miel y su hidromiel. No por primera vez, ni por la céntesima, durante los últimos dieciocho años, Eirik se dijo a sí mismo lo afortunado que era por tenerla. —La… la carreta —tartamudeó Wilfrid—. Está llena de chalados. —¡Uh-oh! ¡Gran problema! —graznó Abdul. Eirik y Eadyth dirigieron inmediatamente su mirada hacia Tykir y Alinor. Ambos estaban cómodamente instalados en unas sillas frente al fuego, esperando la campana que anunciaba la cena. Su hijo de dos años, Selik, roncaba ruidosamente en el regazo de Tykir. Éste tenía cuarenta y siete años, y sus huesos probablemente le dolían tanto como los de Eirik tras el agotador día de trabajo, aunque jamás admitiría semejante debilidad. —¿Qué? ¿Por qué nos miráis a nosotros? —preguntó Tykir fingiendo ofensa—. Cada vez que algo va mal, pensáis que yo tengo algo que ver. —Sueles tenerlo —contestó Eirik. —Shhh —advirtió Alinor—. No despertéis al niño. —¡Uh-oh! ¡Gran problema! —repitió Abdul. —¿Has ordenado que entreguen más regalos aquí? —Eirik estrechó los ojos amenazadoramente mientras miraba a su hermano. Tykir siempre estaba listo para alguna diablura o exceso—. ¿No crees que estás exagerando la costumbre vikinga de dar regalos? Tykir le contestó a su hermano que se fuese a hacer algo vulgar sin dejar de sonreírle y añadió: —¿No te gustaron las botas de cuero con campanillas que pedí para ti de las tierras del este? —Son rojas, Tykir. Rojas. Y no me entusiasma demasiado ir tintineando cuando camino. —¿De verdad? Alinor tiene un vestido que tintinea, y me encanta. Alinor emitió un chasquido con la lengua. —Siempre puedes llevar puestas las botas tintineantes y nada más. A Eadyth le gustaría eso, presumo. Su esposa, la muy traidora, dijo: —Hmmmm —y le guiñó un ojo. —Por otro lado, me gustó el adorno ámbar para el ombligo que enviaste para Eadyth —dijo Eirik, meneando las cejas hacia Tykir. Su hermano era un afamado comerciante de ámbar en el mercado del Báltico. —¿Es que vosotros dos nunca dejáis de tomaros el pelo? —Alinor sacudió la cabeza tristemente hacia los dos hermanos. Siempre le había asombrado a Eirik que Tykir escogiese a Alinor como esposa. Con su cabello naranja brillante y las pecas cubriendo todo su cuerpo… bueno, no era la belleza que él habría esperado que su romanizado hermano eligiese. Pero Alinor había demostrado ser el complemento ideal para la personalidad de Tykir. Y Tykir la consideraba la mujer más hermosa del mundo, lo cual, por supuesto, era lo que importaba. —Son como dos chiquillos —estuvo de acuerdo Eadyth. —Señores, damas, debo insistir —interrumpió Wilfrid con una expresión dolorida—. La carreta. Lleva tres monjas, y dos de ellas son de lo más extraño… grandes como robles, y una de ellas es leprosa.

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—¡Uh-oh! ¡Gran problema! —repitió Abdul. —¿Podría alguien matar a ese pájaro? —dijo Alinor. —¡Harpía de piernas torcidas! —opinó Abdul al respecto. —Una le… leprosa —farfulló Eadyth, ignorando el intercambio con el pájaro. —Pero eso no es todo —continuó Wilfrid—. Eirik, las dos grandes me dijeron que os diese personalmente un mensaje. «La hermana Tostina y la hermana Bolthora han llegado». Eso fue lo que dijeron. —¿Huh? —exclamaron Eirik, Tykir, Eadyth y Alinor a la vez. —¡Uh-oh! ¡Gran problema! —Tengo una receta estupenda para guiso de loro —dijo Alinor dulcemente. —¡Harpía de piernas torcidas! Entonces de pronto se le ocurrió una idea a Alinor. Jadeó y se posó una mano sobre la boca. —Bolthora… ¿podría ser Bolthor? El corazón de Eirik voló hacia Alinor y su hermano. Todavía tenían dificultades para aceptar la muerte de su amigo por tanto tiempo, Bolthor el Skald. —Y Tostina… ¿podría ser Toste? —preguntó Eadyth, también con un jadeo. Eirik recordó lo duro que fue recibir las noticias de la batalla de Stone Valley. Tantos de sus camaradas escandinavos habían caído ese día, pero por quienes más lloraron fue por Bolthor y los gemelos, Toste y Vagn. —Bolthor, Toste y Vagn murieron en Stone Valley —indicó Eirik con suavidad—. Hemos hablado de esa batalla continuamente desde que llegó Tykir. Todos añoramos a nuestros amigos caídos. Es una broma cruel que alguien quiere gastarnos —Se estiró y apretó el antebrazo de su hermano. Había lágrimas en los ojos castaño claros de Tykir. —Pero, ¿y si no es una broma? —dijo Alinor pensativa, dándose golpecitos en la barbilla. —Tostina y Bolthora… es más que una coincidencia —dijo Tykir, entregándole ya su hijo dormido a un aturdido Wilfrid. En apenas unos segundos, los cuatro salían apresuradamente del salón, descendían las escaleras, cruzaban la gran sala y salían a los escalones que conducían al patio. Se detuvieron abruptamente ante la chocante visión que les esperaba. En el centro del asiento de la carreta estaba la hermana Margaret de la abadía de St. Anne. En eso no había nada inusual. La hermana Margaret y Eadyth habían discutido a menudo a lo largo de los años sobre los mejores métodos para hacer hidromiel. De hecho, existía una amistosa rivalidad entre ellas sobre quien hacía la mejor hidromiel de toda Northumbria. Pero la hermana Margaret era el único miembro normal del asombroso cuadro que contemplaban. La primera en bajar de la carreta de un salto fue la monja leprosa. ¡Por los dientes de Dios! ¡Qué monja tan grande! Y, ¡aggg! El rostro de la monja estaba cubierto de llagas rezumantes. ¿O no eran llagas? Eirik sufría la típica debilidad en los ojos debida a la edad, lo cual le hacía más difícil distinguir con claridad aquello que no tenía cerca. Tal vez no eran llagas en absoluto. De hecho… Con una amplia sonrisa, la enorme monja les miró directamente, o tan directamente como podía con un solo ojo, después se quitó el velo y el griñón. Era Bolthor.

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—¡Gracias a los dioses! —exclamó Tykir, quien había bajado los escalones de piedra y abrazaba a su viejo amigo, el cual ya había ayudado a la hermana Margaret a bajar de la carreta. Entonces Tykir levantó al gigante y comenzó a girar con alegría. —Bájale, tú idiota —regañó Alinor a su esposo—. Yo también quiero abrazarle — Las lágrimas corrían libremente por el rostro pecoso de Alinor mientras llegaba junto a ellos y tocaba la cara leprosa de Bolthor con adoración—. Estoy taaaaan contenta de verte, buen amigo. —Igualmente —dijo Bolthor y le dio un sonoro beso en la mejilla. Eirik y Eadyth dieron la bienvenida a Bolthor con igual entusiasmo. Después todos dirigieron sus ojos a la carreta, donde una sonriente hermana Tostina les contemplaba. —¡Buen Dios! Eres la monja más atractiva que haya visto —dijo Alinor. La hermana Tostina le guiñó un ojo y después se quitó el velo y el griñón. Era Toste, por supuesto. —Espero que no haya más nobles sajones por aquí, excepto tú mismo —le dijo Toste a Eirik—. De otro modo, estos disfraces no habrán servido para nada. Eirik negó con la cabeza. —Nadie más que nosotros… de momento. Tykir estiró la mano para ayudar a Toste, pero éste se la apartó. —Antes me gustaría presentaros a la hermana Esme. —¿Huh? —dijeron todos. En ese día eso se había convertido en un estribillo constante. Toste se levantó la mitad del hábito con un ademán y una mujer salió arrastrándose… una monja, en realidad, quien había estado de rodillas entre los muslos de él. Una hermosa monja con el tocado ladeado y el rostro enrojecido por la humillación, se puso en pie y se movió hacia la derecha para no permanecer directamente frente a Toste, quien a su vez también se había puesto en pie. —Oh, ahora has ido demasiado lejos, Toste —dijo Alinor. —Has hecho algunas cosas escandalosas en el pasado, pero ¿fornicar con una monja… en público? —Es tan malo como la vez que intenté seducir a la hija del califa encima de un camello —dijo Tykir, pero era evidente por el brillo en sus ojos que no estaba ofendido… ni por la seducción sobre el camello ni por la fornicación de una monja. —¿Qué supones que estaba haciendo ella debajo del hábito de él? —le preguntó Eirik a Eadyth, y ella le dio una palmada en el brazo. —Existe la fornicación y la fornicación —contestó Tykir por ella. Fue el turno de Tykir de ser golpeado… por su propia esposa. La hermana Esme levantó la mirada hacia Toste, después les miró a todos ellos plantados en el patio junto a Bolthor y después volvió a mirar a Toste y dijo: —Si en el futuro siquiera me parpadeáis, por no mencionar que me habléis, os cortaré vuestras partes con un cuchillo sin filo. Los hombres del patio hicieron una mueca. Pero las damas le dedicaron pequeñas aclamaciones de aliento. Las mujeres de la familia admiraban la independencia de espíritu en sus iguales. —Bienvenida a Ravenshire —dijo Eadyth, dando un paso al frente.

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—Gracias —dijo la hermana Esme, bajando de un salto de la carreta tras rechazar la oferta de ayuda de Toste—. Soy Lady Esme de Evergreen. Por favor apartadme de este zoquete antes de que le mate. —Hey, soy vuestro campeón. Soy el que os salvó de vuestro padre. Soy el valiente caballero que llevó este vergonzoso disfraz por vos —aulló Toste a su espalda. Lady Esme soltó un comentario muy vulgar… para nada algo que una monja debería decir. Pero por supuesto las damas aplaudieron y los hombres sonrieron, incluido Toste. Allí y en ese momento, Eirik llegó a la conclusión de que iba a ser una Navidad muy interesante en Ravenshire. Todo lo que asoma, son rosas. ¡Gracias a Dios!... Esme se reclinó dentro de una larga bañera de latón colocada frente al fuego de su pequeña habitación para invitados en Ravenshire. El aire olía dulcemente, tal como debía oler su cuerpo por los pétalos de rosa que cubrían la superficie del agua caliente. La cura perfecta para sus huesos doloridos y sus músculos acalambrados. ¿Por qué, entonces, se le salían los ojos de las órbitas debido a sus hipeantes sollozos? Durante veinticuatro años —casi veinticinco— había aprendido a controlar sus emociones. Incluso cuando su padre la golpeaba… incluso cuando la amenazaban de muerte… incluso cuando se enfrentaba a la perspectiva de un esposo viejo y chiflado… Esme había mantenido sus lágrimas a raya. Ahora no parecía ser capaz de contener la inundación. Era el alivio, pura y sencillamente. Por primera vez en muchos, muchos años, se sentía a salvo. Oh, el peligro aún existía. Su padre podría elevar una petición al rey, quien sin dudar la dejaría a ella a un lado si no podía encontrarla. Pero por ahora, por este corto período, disfrutaba del lujo de la tranquilidad. Un pequeño golpe sobre la puerta cerrada interrumpió sus lágrimas. —Adelante —contestó para que entrase Eadyth, sin duda de regreso con la doncella y más cubos de agua caliente. Qué anfitriona tan gentil había resultado ser, tratándola como si fuese una invitada deseada y no la intrusa que era. La puerta se cerró con suavidad. Todavía medio reclinada con su cuello descansando sobre el borde curvado de la bañera, dijo: —Sólo dejad los cubos junto a la bañera. Echaré dentro el agua yo misma cuando la necesite. Y de nuevo os doy las gracias, Eadyth. Escuchó como acercaban a rastras un taburete hasta dejarlo junto a la bañera y una voz masculina dijo: —Puede que haya llevado un vestido en alguna ocasión, pero no soy Eadyth. Era Toste, por supuesto. El arrogante, bruto y presuntuoso granuja vikingo. —Marchaos, zoquete odioso —le dijo ella, sus ojos abriéndose de par en par mientras se sumergía más en el agua de la bañera. —Habéis llorado —El tono de la voz de él era tan triste que se podría pensar que las lágrimas de ella le lastimaban. —Tenía jabón en los ojos —mintió ella.

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—Debo hablaros —dijo él, apoyando ambos codos sobre sus rodillas y su barbilla entre las manos. —Podéis hablarme más tarde. Y dejad de mirar de ese modo. —¿Cómo? —Como si estuvieseis intentando ver a través del agua. —Bueno, así es. ¿Qué clase de vikingo sería si no disfrutase de la visión de una mujer desnuda? —¡Aaarrgh! —No debéis preocuparos, Esme. No puedo ver nada… aún. Tal vez en un poco de tiempo, cuando los pétalos comiencen a marchitarse, vuestros ocultos atributos ya no sigan ocultos. Ella cerró los ojos y contó hasta diez en silencio. Cuando los abrió, él continuaba mirándola fijamente. —¿Todavía estáis aquí? —Sí. —Decid lo que queráis decir y después salid de aquí —siseó ella a través de sus dientes apretados. —He estado hablando con Eirik y Tykir sobre vuestra situación. Están de acuerdo con nuestro plan, pero existe un contratiempo con el que no habíamos contado. Esme se puso inmediatamente en alerta y se enderezó tan recta como pudo sin revelar ninguno de sus “atributos ocultos”. —La próxima semana se celebra el Witan1. La junta de los consejeros más próximos al rey, de la cual Eirik es miembro, celebrará una sesión regular en Winchester. Todo el fino vello del cuerpo de ella, mojado como estaba, se erizó. —Mi padre también es miembro del Witan. —Lo sé —dijo Toste, su expresión habitualmente burlona, ahora era sombría… sombría de una manera que la asustaba—. Mi conclusión, así como las de Eirik y Tykir, es que vuestro padre expondrá vuestra situación allí. Conozca o no conozca vuestro paradero para entonces, solicitará al rey vuestra custodia o vuestro matrimonio con Lord Miembro-Podrido —Esme había cometido el error de contarle a Toste los últimos planes maritales de su padre para ella. Debería encogerse ante su vulgaridad, pero se había acostumbrado a su grosero lenguaje. —Cualquier de esas opciones significa el infierno para mí y cualquier futuro que pudiese tener en Evergreen —murmuró ella con tristeza. —No necesariamente. Eirik será vuestros oídos y cuando llegue la ocasión, tal vez nuestro defensor. Por ahora, debéis esperar el momento propicio, sabiendo que estáis a salvo aquí, en Ravenshire. —Por ahora —repitió ella. —Por ahora —estuvo de acuerdo él—. Una cosa más. Alinor me ha reprendido por mi tratamiento hacia vos. Dice que avergoncé a una dama de noble cuna y que debo humillarme ante vos arrepentido. Esme sonrió. 1 El Witan (en inglés antiguo, witenagemot) era el término utilizado para designar la junta presidida por los reyes anglosajones. Estas reuniones de concejales, guerreros y obispos discutían las concesiones reales de tierras, asuntos de la iglesia, estatutos, impuestos, leyes, defensa y política exterior. (N. de la T.)

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—¿Eso ha sido una disculpa? —Sí, lo fue. ¿La aceptáis? —La acepto, y a pesar de vuestro trato cruel, debo ofreceros mi agradecimiento por haberme rescatado. Si no me hubieseis sacado de la abadía, ahora estaría a merced de mi padre. Él asintió aceptando su agradecimiento, y añadió como si se le hubiese ocurrido de pronto: —¿Exactamente cuán agradecida estáis? —Miraba fijamente el grupo de pétalos de rosa que rodeaban sus escondidos senos. —No tan agradecida —contestó ella con una carcajada mientras él se ponía en pie y se preparaba para abandonar la cámara. Ella creyó escucharle decir, justo antes de que la puerta se cerrase tras él. —Ser un campeón ya no es lo que solía ser. Probablemente hablaba con su difunto hermano, Vagn, lo cual se había convertido en una costumbre últimamente. Si Toste supiese cuánto apreciaba ella a su campeón, no se rendiría tan fácilmente. Por suerte para ella, él era un vikingo corto de entendederas. ¿Queréis que ella haga QUÉ?... Tras la cena de esa noche, Toste se sentó en un acogedor semicírculo en el salón superior de Ravenshire, ante el fuego, charlando animadamente con aquellos que le rodeaban. En la esquina había un malhablado pájaro chillón, el cual de algún modo contribuía a la intimidad de la escena. Su última expresión favorita, la cual sin duda le había enseñado Tykir, era, «¡Te enamorarás de un vikingo!». Nadie deseaba retirarse todavía. Había tanto para ponerse al día, y un evidente alivio de que al menos dos soldados vikingos hubiesen sobrevivido a la batalla de Stone Valley. Tykir no dejaba de sonreír y Alinor no dejaba de tocar a Toste y Bolthor, como si quisiera asegurarse de que realmente estaban vivos. Con Toste estaban Eirik, Eadyth, Tykir, Alinor, Bolthor, las dos hijas mayores de Eirik, Emma de veinticuatro años y Larise, viuda de un comerciante de Jorvik a los veintiséis. Y, por supuesto, Esme, quien se sentaba junto a Toste, otorgándole una visión totalmente nueva de quien era realmente. La deseé como monja. Ahora la deseo como dama. ¿Qué será lo próximo? Si Vagn estuviese aquí diría que acabaré recogiendo mis cenizas por la calentura. Ataviada con un vestido azul zafiro bordeado con una trenza plateada prestado por Eadyth, se veía como la dama de alta alcurnia que era. Aparentemente Esme tenía algo más de contorno de pecho que Eadyth. Cada vez que se mueve, se me salen los ojos de las cuencas. Si mis anteriores experiencias prueban ser ciertas, adivinaría que sus senos cabrían perfectamente en mis grandes manos. ¡Aaarrgh! Deja de jadear, Toste, a menos que quieras avergonzarte a ti mismo. Toste no estaba seguro de si era él mismo o Vagn quien hablaba en su mente. El largo cabello de ella, negro como el ala de un cuervo, estaba recogido hacia atrás con un retorcido aro de plata y le caía hasta la cintura. Por supuesto, eso hizo pensar a Toste en otros momentos y lugares donde su cabello podría lucir suelto. Como en las pieles de mi lecho.

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Sus ojos de gruesas pestañas hacían juego con su vestido, brillando con un fuego azul cada vez que miraba en su dirección. Ella podía afirmar que le había perdonado, pero sus ojos y su rígido comportamiento contaban una historia muy distinta. Nunca he rechazado una batalla, milady. No me desafiéis con vuestras miradas altaneras o podríais saber lo que un soldado vikingo puede hacer con sus… armas. Bueno, ciertamente eso es madurez, dijo Vagn en su cabeza. ¿Cuándo he afirmado que sea maduro? le contestó a su hermano. Se supone que te estás divirtiendo en el Valhalla. Fornica con unas cuantas valquirias por mí, hermano. Y vete. La gente empieza a pensar que estoy loco. Yo empiezo a pensar que estoy loco. —¿Con quién estás hablando, Toste? —preguntó Eirik. —Más loco que una cabra —opinó Abdul. Puedes estar seguro. —Con nadie —contestó. Los hombres se sentaban con las piernas estiradas y cruzadas por los tobillos, sorbiendo de las jarras de hidromiel de Margaret y Eadyth. La hermana Margaret se había retirado a su lecho hacía tiempo ya que tenía planeado levantarse temprano y regresar al convento con una escolta armada. Las damas tenían sus pies apoyados sobre pequeños escabeles de madera conocidos como Hacedores de Viudas. —Todavía no puedo creer que Vagn se haya ido —dijo Eadyth, sacando a la luz el tema que él había esperado evitar. Pero debería haber sabido que estos buenos amigos querrían hablar sobre su hermano muerto. Yo tampoco puedo creer que esté muerto, dijo/pensó Vagn. ¿O era él quien tenía ese pensamiento? ¡Aaarrgh! Se limitó a asentir, incapaz de hablar. —No puedo imaginar lo duro que debe ser para ti, Toste. Vosotros dos erais inseparables —dijo Eirik. No era sólo un hermano. Era mi mejor amigo. Un sentimiento de opresión le aplastó el pecho como un torno. Su corazón latía como loco. —Ivan, el tercer primo del rey Haakon, pasó por aquí hace dos semanas —le contó Eadyth—. Él vio caer a Vagn con una gravísima herida en el pecho. El vientre, en realidad. Toste se pasó pensativo una mano sobre esa zona. Todavía sentía allí agudos dolores en alguna ocasión. Y también a veces una picazón, como una cicatriz que se estuviese curando. Phew, dímelo a mí. Vagn soltó un sonoro suspiro dentro de su cerebro. Había tanta sangre, se me revolvió el estómago. Me habría asustado de muerte si no estuviese ya muriéndome. —¿Por qué estás haciendo esas muecas? —inquirió Eadyth con preocupación. Toste agitó una mano desechando su pregunta, sobrecogido por la imagen que Vagn dibujaba de sí mismo. Toste pensó que realmente se estaba volviendo loco, y que empeoraba por momentos. Alinor se puso en pie y caminó alrededor del semicírculo, para darle un abrazo desde la espalda. —Le querías profundamente, Toste, y mi corazón te acompaña en tu dolor —Le besó la mejilla, después regresó a su asiento con lágrimas bañando sus verdes ojos. Las lágrimas también inundaron los ojos de Toste. ¡Sagrado Thor! Es que nunca se le pasaría esta patética añoranza por un hermano que había pasado a mejor vida.

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¿Quién dice que es una mejor vida? Después de fornicar a tus primeras cincuenta y tantas vírgenes, el Valhalla se hace rápidamente aburrido. ¡Y todo ese beber ale y golpear escudos! —Recuerdo la época en que os intercambiabais para cortejar a aquella joven dama en Miklegard… ya sabes, la de los velos. Al final su padre fue a por vosotros con un espadón —Si alguien quiere alegrar el ambiente, que se lo deje a Tykir. Esme emitió un sonido de desaprobación a su costado. Al mismo tiempo, le apretó el antebrazo en señal de comprensión. Él podía perdonarla lo que fuese sólo por aquel pequeño gesto. —Todavía habla con su hermano a veces —reveló Esme. ¿Me está leyendo la mente? ¡Que los dioses lo prohíban! Tal vez deba pensar en algo particularmente lascivo y comprobar si se sonroja. O quizás debería echarme un sueño de diez o veinte horas, e intentar poner mi mente en orden. En cualquier caso, olvidar el asunto de perdonar a Esme. ¿Por qué las mujeres siempre tienen que soltar cualquier tontería? —¿De verdad? —preguntó Tykir—. ¿Y él le contesta? Puedes apostarlo. —A veces —contestó Esme por él con un destello en sus ojos azules. Obviamente, se estaba vengando de él por pasadas fechorías, como obligarla a besarle sus partes durante horas… bueno, casi besándolas. Bien, aquí tengo una fantasía que recrear en mi mente. Olvidémonos de Vagn y las valquirias. Olvidémonos de las heridas rezumando sangre. ¿Qué hay de Esme besando mi miembro? Pero no en una carreta. No, debería ser en un lecho conmigo desnudo, los brazos cruzados tras mi cuello y ella… bueno, ella podría estar desnuda, o… espera, espera, espera… podría llevar su hábito de monja, y… —¿Por qué estáis sonriendo? —quiso saber Esme. No queréis saberlo, milady. En voz alta, dijo: —Es extraño, sabéis, esta conversación sobre Vagn, pero yo todavía le veo en mi cabeza y le escucho hablando, como solía hacer cuando estaba vivo. Y también comparto sus dolores físicos. —Y sus erecciones —expresó Esme imprudentemente, para asombro y placer de todos… aunque no para el placer de él. Os estáis volviendo tan atrevida como una vikinga, mi dama sajona. Demasiada mala compañía. Se me ocurren mejores usos para esa lengua vuestra. —Erección es su palabra, la de Toste y Vagn, para… —¡Esme! —exclamó él—. Ellos saben lo que es una erección. —Oh —dijo ella y se sonrojó de forma encantadora. —Tal vez te gustaría explicar eso —le aconsejó Eirik. —¿Huh? —El asunto de la erección mental —le recordó Eirik. —¿Huh? —Empiezo a parecer un imbécil—. ¿Realmente quieres que explique eso? —Tal vez más tarde —sugirió Eadyth—, cuando mis hijas no estén presentes. —¡Oh, madre! —dijeron Larise y Emma al mismo tiempo. Muchas carcajadas siguieron a su exclamación. Entonces Bolthor le preguntó: —¿Te importa que cuente una saga sobre ti y Vagn? —Bolthor nunca pedía permiso y todos lo sabían. Era un detalle revelador que lo pidiese ahora, y Toste no

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sabía qué decir. Deseaba fervientemente poner fin a la conversación sobre su hermano, pero tampoco quería herir a su buen amigo. Al fin asintió con un profundo suspiro. —Escuchad de una vez y para siempre, este es un poema de muerte, «Oda a los Hermanos Gemelos, Que Sus Lazos Duren Por Toda La Eternidad». —Muy buen título —dijo Alinor. Ella siempre había tenido una boca grande y poco sentido en lo que concernía a Bolthor. Es mi pensar que los dioses sonreían el día que enviaron a dos bebés chillando desde un solo vientre, una madre, un nacimiento. Algunos dicen que en realidad eran uno solo, dos caras de la misma moneda. Así que, ¿cómo sobrevive uno cuando ya no está vivo el otro? Algunos dicen que el que fue dejado atrás debe ver al que se fue en la cálida luz del sol, observando un pájaro volar, el nacimiento de un caballo bien criado, la bienvenida del hogar. Pero con eso discrepo, en el caso de estos gemelos tan queridos. Toste, mi amigo, yo te pregunto: ¿qué añoraría más Vagn? Porque allí es donde encontrarás su espíritu si a través de este mundo todavía revolotea: el parpadeo de una doncella encantadora, una buena broma gastada a veces, el balanceo de un trasero femenino, una batalla duramente ganada, la aventura de un vikingo, el regreso al hogar, el orgullo masculino ante una vara bien dura, el éxtasis de la cópula sexual, el amor de un hombre por una mujer, el nacimiento de un hijo. En todos esos momentos, yo creo, Vagn estará allí, y sabrás: Incluso en la muerte, todavía sois uno. Un silencio pasmado le siguió, y no era el acostumbrado silencio que seguía a todas las sagas de Bolthor. Por una vez, Bolthor había compuesto un poema verdaderamente conmovedor. —Gracias —dijo Toste finalmente—. Tal vez podrías ayudarme a memorizarlo para traerlo a mi mente cuando mi espíritu esté bajo. Se podría creer que le había ofrecido a Bolthor un arca llena de oro, tanto fue lo que éste sonrió de placer. —¿Os importaría si cambio de tema? —preguntó Alinor.

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—¿Los caballos orinan? —murmuró Toste por lo bajo. Esme le dio un codazo y musitó: —¡Ordinario granuja! —Debemos hablar sobre Esme —dijo Alinor. —¡Ja! Vuestro turno —le susurró en tono bajo. Ella le dedicó otra de sus llameantes miradas azules antes de sentarse más erguida, la cremosa piel de su rostro sonrojándose de rubor. Me gustaría decir otras cosas que provocarían un rubor en vuestro rostro, Esme. Cosas perversas. Cosas tentadoras. —Estoy segura de que ya estaréis al tanto de los planes trazados para vos con respecto al Witan y a la tropa de mercenarios que Toste está reuniendo —comenzó Alinor. Esme le dedicó una mirada interrogativa ante la mención de los mercenarios. Oops, olvidé mencionar eso. Olvidé deciros muchas cosas, enfrentado a vuestro cuerpo desnudo y el meneo de vuestros senos en una bañera de pétalos de rosa. ¡Bolthor debería crear una saga sobre eso! Puedo imaginarme como sería. «Oda a los Senos Temblorosos» o algo igualmente escandaloso. Yo todavía estoy esperando la «Oda de Cómeme», dijo Vagn dentro de la cabeza de Toste, lo cual provocó que soltase una risita sobre su hidromiel. Tenía que concederle eso a su hermano, tenía un ingenio rápido para ser un hombre muerto. —Lo que Alinor intenta decir —continuó Eadyth—, es que hemos estado hablando sobre esta situación y… —¡Uh-oh! —dijo Tykir, poniendo los ojos en blanco—. Las mujeres han estado hablando. —Tykir, no seas tan rápido juzgando. Yo, por lo contrario, valoro el punto de vista femenino —dijo Eirik, agitando las pestañas en dirección a su esposa. —¡Traidor! —soltó Tykir, riendo. Toste echaba de menos esa clase de burlas entre hermanos. Echaba mucho de menos todo lo concerniente a Vagn, pero especialmente esas bromas, según se percató ahora. ¡Sangriento infierno! Ya me burlo bastante de ti en tu cabeza. ¿Quieres aún más? —Lo que había empezado a decir, Esme, era que, sí, deberíais intentarlo con el Witan y deberíais contratar una tropa para Evergreen, y hacer todo lo que esté en vuestro poder mediante métodos diplomáticos, pero podría haber algo extra que deberíais tener en cuenta como plan de emergencia —dijo Alinor. Bla, bla, bla. Las mujeres adoran el bla, bla, bla. ¿Por qué no dejan el trabajo de un hombre a los hombres? —¿Y qué sería eso? —preguntó Esme vacilante. —El matrimonio —anunciaron Alinor y Eadyth al mismo tiempo. Whoo-ee, eso no te lo esperabas, ¿verdad, hermano mayor? Esme se puso en pie indignada. —No he pasado once años en un convento, evitando el matrimonio, sólo para entregarme ahora a él. —¡No, no, no! —Toste también se puso en pie—. ¿Os habéis vuelto locas? ¿Qué le solucionaría el matrimonio a Esme? —Por alguna extraña razón, la perspectiva de Esme contrayendo matrimonio le llenaba de horror.

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Eres como el perro del hortelano1, ¿no crees? ¡Cierra el pico! —¿A quién le estás diciendo que cierre el pico? —preguntó Esme aún más indignada. Debió haber hablado en voz alta. Por el trueno, mi cerebro se está haciendo pedazos. —Sentaos los dos —dijo Alinor, agitando una mano hacia ellos—. Dadnos la oportunidad de explicarnos. Ambos tomaron asiento, vacilantes. —Esme, no estamos diciendo que debáis casaros. Estamos diciendo que deberíais considerarlo —explicó Eadyth—. Y sería distinto a lo que vuestro padre os ha ofrecido en el pasado. Sería solamente elección vuestra. No escojáis a algún granuja lascivo, os lo advierto desde ahora, Esme. Ni a ningún granuja que no lo sea. Toste se posó las yemas de los dedos sobre la boca para asegurarse de que no estaba diciendo sus pensamientos en voz alta otra vez. —Podríais escoger a un hombre que sea una marioneta bajo vuestro control, tal como la elección de vuestro padre sería una marioneta bajo el suyo —dijo Alinor. Oh, eso es simplemente maravilloso. Animadla para que consiga un afeminado como compañero para siempre. Haced esto, haced lo otro. ¡Infiernos! —Podríais elaborar una lista con todas las cualidades que deseáis en un esposo… un buen líder que luche por vos ante el rey y su corte, un buen guerrero para luchar por vos contra el rey y su corte, un buen granjero u hombre de familia con tierras para hacer que Evergreen sea próspera de nuevo, un buen hombre con fuertes principios — Alinor estaba lanzada, o eso creía ella. —Un buen amante —interpuso Tykir con un guiño a su esposa. —Eso también —dijo Alinor. Toste cerró los ojos y juraría que podía ver bolas de fuego. Definitivamente Esme no va a escoger a un buen amante como marido. No mientras yo esté alrededor. —No descartéis la idea —le aconsejó Eadyth a Esme. Descartad la idea, Esme. —Pensad en ello —concluyó Eadyth. —Debo admitirlo, las damas tenéis buenas ideas —dijo Eirik. Yo… no… creo… eso. Eadyth sonrió ampliamente a su esposo. —Bueno, eso no va a ocurrir —dijo Toste con firmeza, poniéndose en pie otra vez—. No las escuchéis, Esme. No os casaréis, y no hay más que hablar. Lo prohíbo. Todos, incluida Esme, abrieron los ojos de par en par ante la vehemencia de sus palabras. ¡Uh-oh! Creo que he ido demasiado lejos. ¿Cómo unas diez hectáreas de lejos? Tacto, hermano mío… ¿dónde está el tacto que tan bien te enseñé? —¿Con qué derecho me prohibís nada? —dijo Esme, levantándose para mirarle directamente a los ojos. —Tengo derecho porque… porque elijo tener el derecho —alegó con perfecta ilógica, nariz con nariz con ella. Toste podría jurar que escuchó carcajadas en su cabeza. 1

«El perro del hortelano» de Lope de Vega, que ni come ni deja comer. (N. de la T.)

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Bolthor murmuró algo sobre monstruos de ojos verdes, fuese lo que fuese lo que eso podría significar, y el resto de personas en la habitación asintieron con pequeñas sonrisas de satisfacción en sus rostros. A él no le importaba. Hablaban de casar a Esme y él no podía permitirlo. Había perdido a la única persona que amaba y… Toste detuvo sus pensamientos abruptamente. Ahora sí estamos llegando a alguna parte. No podía ser. ¿Apostarías que no? Era imposible. ¡Idiota como el gozne de una puerta danesa! —¡Idiota! ¡Awk! ¡Awk! —dijo Abdul. Aferrando la mano de Esme e ignorando las risitas tras él, comenzó a tirar de ella hacia el corredor. —Necesito hablar con vos en privado —dijo él con voz entrecortada. —Y yo tengo un par de cosas que deciros a vos también —vociferó ella. Esta es tu oportunidad, hermano mayor. No la estropees.

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Capítulo 8 ¿Qué hizo Adán cuando ofreció la manzana?... Helga estaba volviendo loco a Vagn. Loco a gran escala, dando justo donde duele, directa a la ingle. ¿Cómo podía hacerle eso? Decirle que quería copular con él… implantando esa idea en su lujurioso cerebro… y añadiendo después el ridículo detalle de que no era realmente a él a quien deseaba sino a su semilla. ¡Qué oferta tan insultante! La absoluta ofensa de la esperanza de ella creyendo que él simplemente saldría volando como un pájaro sin jaula y abandonaría a una criatura de su sangre detrás, como si fuese una pluma que hubiese mudado. ¡Ni hablar! Si no llevase tres días nevando, haciendo imposible ver nada y la temperatura nocturna heladora, habría salido pitando de Briarstead sobre su fiel caballo Clod la misma noche en que Helga había hecho su insultante oferta. Pero se había quedado… ¡podrían los dioses y todos los guerreros caídos en Asgard dejar de reír!… y ella le había estado torturando desde entonces. El deliberado balanceo seductor de sus caderas cuando pasaba cerca. Lamiendo sus grandes y lujuriosos labios cuando sabía que él la miraba. Dejando caer las pestañas y observándole de reojo de un modo invitador. Siempre haciendo que él se preguntase si llevaba ropa interior o no. Una vez incluso le había guiñado un ojo… la terca bruja. ¡Aaarrgh! Gorm le había preguntado el día anterior si estaba sufriendo otro dolor de cabeza de su hermano muerto. Lo que le habría gustado contestar fue, «No, un dolor de genitales». Pero lo que en realidad respondió fue, «Sí, sólo una punzada». Los criados de Gorm se habían acostumbrado a apartarse cuando él se encaminaba en su dirección debido a su terrible humor. Una vez escuchó como un hombre le preguntaba a otro, «¿Qué bicho le ha picado?». A él le habría gustado decir, «Helga», pero por supuesto no lo dijo. Y algunas de las damas de Helga… sus bordadoras… habían adquirido la costumbre de emitir risitas por lo bajo cuando se aproximaba. Él no tenía idea de por qué y estaba bastante seguro de no querer saberlo. Así que ahora Vagn salió a zancadas para ir a su alcoba con una jarra de ale en la mano. Apenas había oscurecido, pero tenía pensado beber hasta quedarse dormido. Esperaba que esa noche no tuviese más sueños. Donde quiera que estuviera su hermano —vivo o muerto— andaba detrás de una belleza de cabello negro. Vagn comenzaba a sentirse como un pervertido, entrometiéndose en las travesuras sexuales de su hermano… disfrutándolas, de hecho. Pero entonces, la otra alternativa era soñar con Helga… en su mayoría con ella atacándole en las más increíbles fantasías. Atándole a un lecho para conseguir lo que quería. Lamiéndole de arriba abajo para obtener su consentimiento.

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Bailando para él, desnuda. Humedeciéndose esos labios suyos, lujuriosos como el pecado. Él no sabía si esos sueños entraban en el terreno de las perversiones, pero francamente, le importaba un bledo. Patético, en eso se estaba convirtiendo. Había vuelto a ser como un niño sin experiencia que obtiene sus placeres de húmedos sueños y no del verdadero deporte de la cama. Tras atizar el fuego, se desnudó y reptó hasta meterse en su lecho con solamente una piel tapándole la mitad inferior del cuerpo. Se estaba estirando para alcanzar la jarra del suelo cuando escuchó un suave golpecito sobre la puerta cerrada. Sólo había engullido dos largos tragos de ale por ahora… ni de lejos suficiente para soportar otra de las proposiciones matrimoniales de Gorm. La última vez, le había ofrecido los impuestos de un puente situado en las tierras del límite de la propiedad como tentación añadida. Antes de eso, había sido una esclava nubia procedente de un harén del este, a la que aún debía comprar. Por encima de todo eso estaba ser nombrado Lord de Briarstead, un arca llena de monedas de oro, tres caballos y un barco. Gorm es insistente. Me pregunto cual será la última oferta. No, no me lo pregunto, porque no me interesa. —Vete, Gorm. La puerta se abrió de todos modos. No era Gorm. Era Helga, lo cual era aún peor. Inquieto, escuchó como el cerrojo se echaba tras ella. —Iros —dijo él con más fuerza, y se giró sobre su costado dándole la espalda y enfrentado al fuego. No voy a pensar en ella aquí en mi cámara. No voy a pensar en su oferta de venir a las pieles de mi lecho. No voy a permitir que mi miembro piense por mí. Estoy decidido… ella no significa nada para mí. ¡Tómate esa, moza tozuda! El silencio se impuso, pero solamente por un momento antes de que ella dijese con voz temblorosa: —¿Qué opináis sobre acariciarse uno mismo? Todas las buenas intenciones de Vagn salieron volando con esas pocas palabras. Se giró boca arriba y se sentó. Colocándose las manos detrás de la cabeza, la observó de pie junto a la puerta, nerviosa como una virgen antes de un sacrificio. Esa no es una comparación apropiada para lo que debería estar haciendo. El rostro de ella enrojeció, pero eso era todo lo que él podía ver, porque su cuerpo estaba totalmente cubierto por una capa azul que ella mantenía cerrada aferrándola con ambas manos a la altura de su cintura. Pero espera, había otra parte de su cuerpo expuesta a la vista. Sus pies desnudos. Sus extrañamente eróticos pies desnudos. ¿Será posible que esté desnuda bajo la capa? Al principio, no pudo respirar, mucho menos hablar. Cuando consiguió estar razonablemente bajo control, él comentó tan despreocupadamente como pudo: —¿Acariciarse uno mismo, Helga? ¿Vos o yo? Él había esperado conmocionarla con su pregunta. En lugar de eso, ella pareció sopesar sus palabras. —Bueno, Rona dice… —¿Rona? ¿Quién es Rona? —interrumpió él en un tono casi agudo. Helga está hablando de masturbación conmigo. ¿He entrado en otro mundo, un mundo extraño poblado por gente chiflada? ¿Esto es una broma? Toste, ¿eres tú el responsable? ¿Has implantado la idea en el escaso cerebro de ella, desde donde quiera que estés?

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Los ojos de ella parecieron iluminarse de placer porque él no supiera quien era esa Rona. —Eso no importa, pero Rona dice que a los hombres les gusta satisfacerse solos a veces… —Solamente si no hay otra opción. —Dejad de interrumpirme. Ya es bastante duro decir esto sin vuestras burlas — espetó ella y pareció que se mordía la lengua. Después de todo, una mujer no debería ser gruñona cuando está embarcada en seducir a un hombre para obtener su semilla—. Lo que intentaba decir es que Rona afirma que algunas veces los hombres se satisfacen a sí mismos, pero lo que realmente les gusta es observar a una mujer acariciándose — dijo ella de un tirón, como si tuviese que dejarlo salir antes de perder el valor. Ahora, decir que esa particular afirmación había llamado la atención de él era quedarse muy corto… como decir que los vikingos eran algo viriles. Cada pelo de su cuerpo se erizó. Sus pezones dolían y nunca le habían dolido. Su lengua se hinchó. Su sexo también se estaba hinchando. Y zumbando, de hecho. A decir verdad estaba cantando «Aleluyas». Seguramente Loki, el dios de las bromas, otra vez estaba haciendo de las suyas con él, porque ningún mortal podría jamás sugerir semejante idea para tentar a un hombre de por sí lujurioso. Vagn no tenía ninguna intención de preñar a Helga y marcharse. La mejor manera de evitar esa circunstancia era mantener a sus partes tan lejos de las de la mujer como fuera posible, como si estuviesen en otro país. De modo que, ¿qué fue lo que dijo? —Tal vez necesito una demostración para decidir… si me gustaría ver como os acariciais o no. —¡Mentiroso, mentiroso, mentiroso! ¡Estúpido, estúpido, estúpido! Soy un perfecto imbécil. Mientras tanto, su mencionado miembro estaba formando una tienda con la piel de su lecho. —Muy bien —dijo ella. ¿Muy bien? ¿Qué quería decir con muy bien? No podía estar sugiriendo… ¡Uh-oh! Ella abrió una de sus manos. Sí lo estaba. Helga se mordió el labio inferior nerviosa, después abrió su capa del todo y lo dejó caer al suelo. Lágrimas de vergüenza brillaron en sus ojos… una señal de lo difícil que esto era para ello. Probablemente todavía sufría debido al mote de Helga la Fea que le habían puesto hacía tanto tiempo. Y era sólo un mote, porque la mujer que ahora permanecía de pie frente a él en toda su desnuda gloria presentaba una imagen de una increíble belleza… para Vagn, al menos. Sospechaba que algunos hombres —ciegos idiotas— podrían encontrarla demasiado alta, flaca y con la boca muy grande. Era más alta que la mayoría de las mujeres y muy esbelta, con pequeños, casi inexistentes, senos, y piernas excesivamente largas. Su cabello era dorado claro cayendo hasta sus caderas. Su boca, uno de sus mejores atributos, estaba abierta y húmeda por culpa de su lengua que no dejaba de lamer los labios. Sus ojos le miraban fijamente, directamente, interrogativos. —Helga, sois hermosa —dijo él al fin. —No lo soy —replicó ella. Podría no gustarle sus cumplidos, pero sus senos sí. Los pezones se endurecieron y se irguieron como centinelas rosas.

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Él debería decirle que volviese a ponerse la capa y que saliese corriendo de su cámara, pero ella ya había comenzado con las caricias, y él no habría podido detenerla ni aunque quisiera, lo cual no quería. Ella comenzó dibujando una línea sobre sus labios con la punta de los dedos. Con la otra mano bajó por la barbilla, descendiendo por su cuello, acariciando un hombro y bajando por el brazo. —Helga, ¿alguna vez os habéis tocado a vos misma antes? —dijo él con voz entrecortada. Ella negó con la cabeza lentamente. —¿Lo estoy haciendo mal? —¿Cómo en el nombre de Thor podría saberlo? Ella frunció el ceño. —¿Nunca habéis jugado a esto antes? —Nunca. —Y esa era la pura verdad. La respuesta de él pareció complacerla. Con una pequeña sonrisilla, se pasó las palmas de ambas manos por sus costados, pasando por su cintura y caderas hasta los muslos, y volviendo de nuevo arriba para alzar sus pequeños senos desde abajo. Él oyó un pequeño gruñido y se dio cuenta de que provenía de él mismo. —¿Rona os dijo que hicierais eso? —No, se me ocurrió a mí. —¡Chica lista! Ella sonrió de nuevo, con timidez, y se apretó los pezones entre los pulgares y los dedos índice, jugueteando con ellos, los cuales eran grandes considerando el tamaño de sus pechos. Todo el tiempo tenía la mirada fija en él, calibrando su reacción, la cual era formidable como cualquiera podría atestiguar. —En realidad no sé qué hacer —confesó ella y dejó que sus manos cayesen a sus costados. Estaba jadeando suavemente debido a su propia excitación, pero probablemente no era consciente de lo que se había hecho. —Lo estáis haciendo muy bien —dijo él—. Sólo imaginaos cuando os toquéis que soy yo quien os toca. —Ya lo hago. El miembro de él saltó. Oh, Helga, revelais demasiado. Utilizaré esa información contra vos de alguna manera. Lo garantizo. —Acercaos más para que pueda ver mejor —sugirió él. Ella dio un paso hacia el lateral del lecho de modo que quedó entre el hogar y él. Su cuerpo se iluminaba desde atrás por el fuego, el cual todavía resplandecía cálidamente, pintándola con tonos de rojo y oro. —Separad las piernas. Ella lo hizo. —Más. Lo hizo, pero él podía jurar que se sentía incómoda en esa postura. ¡A quién le importa! A mí me gusta. —Bajad la mirada hasta vuestro vello femenino, Helga. Los rizos brillan como el oro. ¿Estáis mojada ahí? Los ojos de ella subieron disparados hasta encontrarse con los de él, conmocionada. —Tocaos y comprobadlo.

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—Lo estoy. Por el aliento de santa Bridget, me he mojado a mí misma —gimió ella una vez que se tocó ligeramente allí. Él casi se rió por su inocencia. —No, dulzura, es el rocío de la mujer. Vuestro cuerpo se prepara para mi… quiero decir, la entrada de un hombre. —Oh —Él supo que tales noticias la fascinaron, y se tocó más a conciencia, entonces jadeó cuando encontró ese particular punto donde el placer de una mujer estaba centrado. Apartó la mano como si quemase. Vagn no se había divertido tanto en mucho, mucho tiempo, y no estaba dispuesto a permitir que acabase tan pronto. —Más, Helga. Volved a ese pequeño capullo y acariciadlo como si fuesen los pétalos de una flor. Suavemente. Como si vuestra yema fuese el ala de una mariposa. Ante su completo asombro, Helga, quien podía ser la más obstinada de las mujeres en otras circunstancias, ahora eligió obedecer sus peticiones. Pero en este momento era una mujer con una misión. Ella se acarició con una mano abajo y se pellizcó un pezón con los dedos de la otra mano. Vagn estaba tan excitado, su sangre rugía y su sexo latía. Si no tenía cuidado, llegaría al éxtasis bajo las pieles del lecho, solo. De pronto Helga se detuvo y le miró directamente. —¿Vais a hacerme el amor, Vagn? Fue la cosa más dura que Vagn jamás había hecho, pero tras una larga pausa, dijo: —No, pero puedo hacer que ambos obtengamos placer sin completar realmente el acto. Ella inclinó la cabeza a un lado. Él no estaba seguro de que fuese porque intentaba comprender como podría ocurrir o porque estaba sopesando su oferta. Al fin, comentó: —¿Cuál sería el mérito de eso? —Placer. —¿Pero ningún bebé? —Nada de bebé. Ella suspiró profundamente, después caminó hacia la puerta, donde recogió su capa y se envolvió con ella. Antes de irse, se volvió y le dijo: —No dejaré de intentarlo. Él mostró una sonrisa forzada —¿de qué otro modo podría sonreír cuando su cuerpo estaba tenso como un arpa?— y respondió: —Y yo esperaré ansiosamente esos esfuerzos… con pasión. Una vez que ella se fue, una voz en la cabeza de Vagn dijo, ¡Idiota, idiota, idiota! Volviendo las tornas… Pasaron dos días más antes de que Helga reuniese el valor para poner de nuevo en práctica sus habilidades de seducción. La tormenta de nieve que había golpeado Northumbria había resultado ser la mayor del siglo. Afortunadamente para ella. Estaba bastante segura de que Vagn habría huido de Briarstead como un conejo asustado si los caminos estuviesen

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transitables. Y no era que él no hubiese disfrutado de su primer intento de seducción, de eso estaba segura. Había disfrutado, ninguna duda sobre eso. Ahora, a por el segundo paso de su plan de seducción. —¿Exactamente cuál es el paso dos? —le preguntó a Rona. Era ya avanzada la tarde y estaban en el salón haciendo el inventario de las prendas bordadas que se venderían esa primavera en el mercado. Rona y ella eran las únicas que estaban allí por la poca luz que había debido a las continuas tormentas del invierno. —El Tira-Afloja —dijo Rona sin dudar. Helga dejó de trabajar y miró a Rona con asombro. —Espero que no sea tan escandaloso como el primero. No creo que mi corazón pueda soportarlo. Rona le dedicó una sonrisa con hoyuelos. —Admitidlo, milady. Lo disfrutasteis. Helga frunció los labios y pretendió estar ofendida, pero sólo por un momento. —Lo hice. ¡Infierno y Valhalla! Me excité tanto que casi ardí. Bueno, ¿y qué es ese Tira-Afloja? —Ahora que habéis obtenido su atención, fingid que cambiáis de idea. Bueno, no tanto cambiar de idea como cambiar vuestro objetivo. —Temo preguntar que quieres decir con eso. —Mostrad interés por otro hombre. —¿Cuál hombre? —No sé. Cualquiera. Justo entonces, Finn Finehair cruzó por la puerta, sin siquiera molestarse en mirar al interior. Helga miró a Rona y Rona miró a Helga. Ambas sonrieron. Finn, el segundo al mando de los soldados de Gorm, era conocido como Finehair1 debido a su impecablemente cuidado cabello negro, su barba partida en dos y su arreglado bigote. Nunca había habido un hombre más vanidoso. Algunos decían que se pasaba una hora al día tan solo peinándose los pelos de la cara. Otros afirmaban que hacía lo mismo con el vello de su pecho, pero Helga apenas podía dar crédito a eso. En un tiempo, su padre había intentado que se interesase por Finn como potencial compañero, en vano. El hombre tenía el brazo guerrero de Thor, pero los sesos de un piojo de madera. —Quizá podría insinuarle a Vagn que a Finn le llaman «hermoso» por otras razones… razones no visibles al primer vistazo —dijo Helga. Rona soltó una carcajada y la palmeó en el hombro. —Creo que tenéis talento para los juegos sexuales. ¡Oh, mis dioses! Que los juegos comiencen… Vagn estaba en el cuarto de la guardia afilando su espada con una piedra de amolar cuando Helga entró paseándose. Y, sí, «paseándose» era la mejor forma de describir el balanceo deliberado y sensual de sus caderas. Habían pasado dos días desde el “acontecimiento” en su recámara, y él no había olvidado ni la más ínfima parte. Su miembro lo recordaba aún más al parecer, porque siempre estaba duro a medias esos días. 1

Cabello hermoso. (N. de la T.)

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Nunca en todos los días de su vida una mujer se le había acercado con semejante despliegue de tentación para hacer hervir la sangre y fundirse los huesos. Y vaya si a él le gustaba eso. Helga, con toda su inocencia, era una seductora nata. ¡Si tan solo lo supiese! Por eso él había mantenido las distancias durante esos dos largos días y continuaría haciéndolo. Como ahora mismo. —Iros, Helga. No estoy interesado —mintió cuando ella se le acercó. Continuó pasando la piedra a lo largo del filo de su espada como si ni siquiera fuese consciente de su presencia. ¡Ja! Ella se detuvo directamente frente a él. —¿Creéis que os buscaba a vos? ¡Hombre estúpido! ¿Me ha llamado estúpido? Creo que usaré su lengua para afilar mi espada. —Ja, ja, ja. ¿Se está riendo de mí? —Me he rendido con vos, Vagn. Ya podéis relajaros y dejar de esconderos de mí. ¿A quién intentáis engañar? ¿A mí o a vos misma? —En realidad, he venido buscando a Finn. Oh, ya le veo allá. ¿Qué? ¿QUÉ? Los ojos de Vagn saltaron hacia arriba para mirarla. Pero Helga ya se había encaminado hacia el otro lado del cuarto de guardia, donde Finn estaba practicando con otro soldado. Finn era un soldado bastante bueno, pensó Vagn, pero gastaba demasiado tiempo en su cuidado personal. Un gallito, hasta la médula. El único hombre que había conocido que fuese aún más engreído que Finn era su antiguo camarada, Rurik el Vano. No era solamente que Finn se peinase demasiado el pelo de la cara, sino que llevaba sus braies tan apretados que sus partes sobresalían como dos grandes manzanas sosteniendo una serpiente. Probablemente llevaba relleno. Helga era una dama demasiado lista para estar interesada en un tipo tan petimetre. No le dedicaría una segunda mirada. Con una resuelta sacudida de la cabeza, Vagn concluyó, ella no desearía la semilla de Finn. A su pesar, estrechó los ojos y observó impotente cómo Helga llamaba a Finn, quien interrumpió su ejercitación y se inclinó para escuchar lo que ella le decía. Aunque antes de hacerlo, Finn estiró la mano y se ajustó el saco de manzanas a su ingle, y Helga la Sesos de Papilla le observó hacerlo con interés. ¡Ella desearía la semilla de Finn! Vagn no podía oír a esa distancia, pero vio sonreír a Finn y que en un momento dado echaba la cabeza hacia atrás para lanzar una carcajada. ¿Ella iba en serio? ¿O sólo estaba jugando a alguna otra cosa? La vio apoyar una mano sobre el pecho de Finn y reírse tontamente. Realmente estaba riéndose tontamente. Vagn vio rojo. Literalmente vio una neblina roja ante sus centelleantes órbitas. ¿Realmente se había rendido en su búsqueda de mi semilla? ¿Y ahora estaba dispuesta a recoger la semilla en cualquier otra parte? A él no debería importarle. ¿Acaso era asunto suyo? Deja que haga el tonto. Pero, ¿y si Finn accede? No me importa. Finn no lo haría. No me importa.

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Finn podría. No me importa. Así que, ¿qué hizo Vagn al que tan poco le importaba? Dejó caer su espada al suelo con un rugido ultrajado, se acercó a zancadas hasta Helga, quien estaba abanicando sus pestañas a Finn con el más ridículo de los gestos, la aferró por el antebrazo y prácticamente la sacó a rastras del cuarto, proclamando estúpidamente: —Hay algo que debo mostraros. Subido a su propia vara lujuriosa… Habían recorrido todo el camino de regreso al fregadero tras las cocinas cuando Vagn dejó de tirar de ella. Evidentemente el hombre había perdido la razón. —¿Habéis perdido la razón? —preguntó cuando él la empujó contra el muro. —Eso parece. Por los dientes de Thor, pero está anormalmente sombrío. ¿Qué le ocurría? Como si no lo supiese. —¿Por qué os tiembla la barbilla? —Porque estoy tan furioso que podría explotar. ¡Buena respuesta! —¿Qué queríais mostrarme? —Esto —Él la levantó por la cintura de modo que sus pies se separaron del suelo y comenzó a besarla hambriento. Ese no era un primer beso de tanteo. Era duro, exigente y húmedo. Y parecía que fuese a durar para siempre. Él la bajó, sus manos recorriéndola por todas partes, sus senos, sus caderas, sus nalgas. Este era un hombre experimentado que había sido empujado demasiado lejos. —Deberíais deteneros —dijo ella con poco entusiasmo. Él solamente rió y la besó de nuevo. En ese momento, ella se dio cuenta de que él había metido las manos por debajo de su vestido, sus palmas abarcando la redondez de sus apenas vestidas nalgas, y dos de sus dedos profundizando entre los labios de su feminidad desde atrás. —Aaaaaaaaah —gimió ella, demasiado excitada para avergonzarse por la humedad que él encontró allí. —Aaaaaaaaah es correcto —contestó él con un gruñido cuando ella onduló sus caderas contra él y tarde se percató de que estaba frotándose sobre la cumbre de su endurecida vara—. Hacedlo otra vez —dijo él con voz áspera. Ella lo hizo. Varias veces. Lo cual provocó que él pusiera los ojos en blanco y apretase los dientes. —¿Lo hago bien? Él rió entrecortadamente. —Envolved vuestras piernas alrededor de mi cintura, dulzura. —¿Huh? —Tan sólo hacedlo. Cuando ella obedeció, él mantuvo una mano asiéndola por la cintura para mantenerla en la posición. Con la otra mano buscó por debajo y antes de que ella pudiese protestar, él estaba acariciándola gentilmente en un lugar en particular que le

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provocaban las más increíbles sensaciones disparándose a todas las partes importantes de su cuerpo. —Creo que deberíais deteneros ahora —dijo ella vacilante. —Helga, no creo que pueda detenerme ahora aunque quisiera. Sólo relajaos y permitid que os muestre algo especial. Entonces ella apoyó las manos en sus hombros y le permitió que tocase sus lugares más privados, donde crecía la extraña presión. Era una tortura y un placer al mismo tiempo. Estaba perdiendo el control y aún así ella, una persona que se preciaba de controlar su vida por encima de todo, no hizo ningún esfuerzo por detenerle. Cuando la presión se hizo tan grande y sintió que comenzaba a sufrir espasmos desde su intimidad, arqueó el cuello y se entregó al placer. Entonces fue cuando Vagn comenzó a empujar contra ella, su endurecido miembro frotándose contra el canal de su feminidad. Atrás y adelante. Duro y rápido. Al final, él se aplastó contra ella y ésta explotó en éxtasis. Durante un largo rato, permaneció con la cabeza descansando en la curva del cuello de él, jadeando en busca de aliento. Él también jadeaba. Finalmente, cuando echó la cabeza hacia atrás para mirarla, ella preguntó: —¿Quedaré embarazada con esto? —¡Helga! No hicimos nada. Habéis conseguido que me vacíe en mis calzones como un chiquillo —Dejó que resbalase hasta quedar sobre sus pies de nuevo, y ella pudo ver la humedad en la unión de sus nalgas. Helga se sintió extrañamente complacida ante la evidencia de la falta de control de él, saber que le había pasado lo mismo que a ella. —Pues yo creo que sí fue algo. —Definitivamente fue algo… pero no el algo que dará un niño. Creedme, hay mucho más en el arte del amor que esto —Él iba apartando mechones de cabello de la cara de ella mientras hablaba. Un gesto de ternura por parte de un amante, algo que él hacía sin pensar. —¿De verdad? No puedo esperar. —No, me habéis entendido mal, Helga. No habrá nada más que esto —Dio un paso atrás apartándose de ella, súbitamente consciente de lo que había hecho… del peligro en el que se había metido. —Ya lo veremos —dijo ella y se marchó andando tal como Rona le había enseñado, lo cual fue una verdadera proeza porque sus piernas estaban tan débiles como la mantequilla derretida y su feminidad rezumaba humedad. Ella creyó oír a Vagn diciendo tras ella, «¡Dioses, ayudadme!» Cuando un hombre despistado se enfrenta a otro hombre despistado… Vagn se enfrentó con Finn al día siguiente en la casa de baño. Estaba desnudo, tal como Finn, pero los hombres no se preocupaban por tales cosas. Sin embargo Finn estaba haciendo algo bastante estrafalario, incluso para un vikingo. —¿Qué, en el nombre de Odín, estás haciendo? —Peinando los pelos de mis partes —contestó Finn, sin molestarse en levantar la vista. En efecto estaba pasando un pequeño peine por los cortos rizos que rodeaban sus

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pelotas y su miembro… moviéndolo de vez en cuando de un lado a otro para estudiar el efecto, incluso sacando un par de tijeras para cortar algún que otro pelo aislado. —¿Por qué? —Porque a las mujeres les gusta. —¿Ah sí? —Vagn se refrenó al pensar en sí mismo cogiendo un peine y abordó el tema que había venido a discutir con Finn—. Manténte alejado de Helga. —¿Huh? —Finn era tonto como un escarabajo pelotero, en opinión de Vagn. Ha debido estar peinando su polla. —Ya me escuchaste. Manténte alejado de Helga. —¿Por qué? ¿Acaso ella te pertenece? Vagn sintió que su cara ardía y no precisamente debido a los calores de la primavera. —No. Pero cuido de ella. —¿Eso no es un poco egoísta? —inquirió Finn con un travieso centelleo en los ojos. Tal vez no fuese tan tonto, después de todo—. No la queréis, pero tampoco deseáis que otro la tenga. —Mis razones no importan. Sólo manténte apartado de Helga. —¿O? —Te cortaré la cabeza. Finn se echó a reír, mostrando de paso una hilera de dientes demasiado perfectos. —De todas formas, ¿qué te hace pensar que ella me desea? Su padre intentó arreglar una unión entre nosotros cinco años atrás, y Helga me rechazó. —¿De verdad? —Esas sí que eran noticias interesantes. Helga debe estar practicando su juego de seducción otra vez… intentando pretender interés en Finn para hacer que Vagn tenga celos. Y no es que él estuviera celoso. —Por otro lado, podría haber cambiado de idea sobre mí. Cinco años pueden hacer a una vieja doncella un poco menos quisquillosa —Finn meneó las cejas mirando a Vagn, disfrutando demasiado de su malestar. —Helga no es una vieja doncella —se sorprendió Vagn diciendo—. Es una mujer que está sola por su propia elección. Oh, dioses, detened mi lengua charlatana antes de que pierda el control. —Hmmmm —Finn reanudó su sesión de acicalamiento. Vagn llegó a la conclusión de que intentar conversar con Finn era una causa perdida. Se giró y estaba a punto de recoger su ropa seca y abandonar la casa de baño cuando Finn le llamó. —No te preocupes, Vagn. De todos modos Helga no es de mi gusto. Nunca me entusiasmaron las mujeres frías en mi lecho. ¡Ja! ¡Si Finn y los demás hombres de este lugar supieran! Helga era tan caliente como el pecado. La pregunta era: ¿Cómo puedo evitar la llama? Siempre he sido un hombre al que le atrae una buena pecadora. Una dura nuez que romper… pero cuidado con las cáscaras que vuelen… —Ooooh, Vagn, ¿podríais ayudarme? ¡Uh-oh! Vagn caminaba junto al almacén, en dirección a la gran sala para la comida del mediodía, cuando Helga le llamó. Una vez más, le pilló desprevenido.

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—¿Ayudaros con qué? —Su voz sonó más grosera de lo que pretendía, pero, por el trueno, la mujer le había tenido caminando sobre ascuas esos días, tan receloso se sentía al estar en su presencia. Pero él se enorgullecía de ser un hueso duro de roer con respecto a los juegos que las mujeres practicaban con los hombres. Todavía nunca había perdido. —No alcanzo las velas del estante de arriba —Ella estaba de pie junto a una escalera apoyada contra un conjunto de macizas estanterías de madera que llegaban hasta el techo. Bueno, parecía una petición razonable. No había daño en tenderle una mano. Así que él subió por la escalera, sin alarmarse por la forma en que ella le miraba las nalgas cubiertas por sus apretados braies. Tenía un buen trasero. —¿Cuáles queréis? Hay tres tamaños distintos —Todas tenían la misma longitud pero diferentes anchos. Él le mostró una vela de cada tamaño. Ella apuntó a la más estrecha y dijo: —Creo que esa es demasiado pequeña —Entonces apuntó a la mediana y dijo—. Esa podría servir… pero, no, creo que mejor la grande. ¿Vos qué pensáis? ¿La grande? —Uh, Helga, ¿exactamente para qué queréis esta vela? —Para practicar. No preguntes, Vagn. No… preguntes. —¿Practicar? —Sí, Rona dice que debería practicar el sexo con una vela —Ella miraba fijamente la ingle de él, la cual sin duda empezaba a parecerse a una gran vela y añadió—: ¿Cuál creéis que es el tamaño correcto? Tan estupefacto estaba Vagn que perdió su sujección a la escalera. Su pie resbaló. Y perdió el equilibrio, cayendo de espaldas en el suelo, sin dejar de mirar a una Helga que sonreía de satisfacción. —¿Estáis bien? —preguntó ella dulcemente. —No, no estoy nada bien —se quejó él, poniéndose en pie. Ella tomó la vela grande que él todavía agarraba en la mano y se marchó balanceándose, tan provocativa como quiso, habiendo conseguido otro de sus tantos en este juego de seducción suyo. Vagn planeó retorcer el cuello de la tal Rona, pero antes retorcería el de Helga. ¿Qué hacer durante la calma del invierno? … Las apuestas se sucedieron en Briarstead durante las primeras semanas de diciembre. ¿Habría matrimonio en Navidad o no? Era la situación más disparatada en la que Vagn se hubiese visto nunca. Y había habido más de una. Cuando supo de las apuestas, Vagn juró. —Hará calor en Niflheim1 antes de que yo me case… y menos aún si soy obligado a acudir a la tienda nupcial. Helga, igualmente indignada por las apuestas, juró. 1 Niflheim significa Hogar de la niebla, que en la mitología nórdica es el reino de la oscuridad y de las tinieblas, envuelto por una niebla perpetua. (N. de la T.)

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—Fundiré todas mis agujas de bordar y me pondré a cocinar, tarea que detesto, antes de casarme, y mucho menos con un detestable granuja como Vagn. Aunque no me importaría… bueno, nada. Gorm no podía dejar de sonreír. Si no dejaba pronto de nevar, Vagn iba a atar unas raquetas para la nieve a los cascos de Clod y encontrar una forma de escapar de Briarstead. Pero antes…

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Capítulo 9 Una dama con mente propia —¿Los establos? ¿Por qué me lleváis a los establos? —le preguntó Esme a Toste cuando éste recorrió la corta distancia desde el torreón tirando de ella tras él y cerró la puerta de un portazo. Hacía un frío cortante en el exterior pero dentro se estaba bien gracias al calor de unos cincuenta caballos. Él no la contestó al principio, sólo frunció el ceño y continuó tirando de ella hasta llegar a un pasillo central entre dos largas hileras de pesebres. El vikingo la estaba volviendo medio loca con sus cambios de humor. Pero, en realidad, ella también cambiaba de humor a cada minuto. En un instante estaba de rodillas agradeciéndole que la sacase de la abadía y la llevase a lugar seguro. Aunque nunca en toda mi vida le perdonaré por su forma de rescate. La próxima vez que mis dientes estén tan cerca de la parte más preciada del hombre, se encontrará con que le habrá desaparecido la mitad. ¡Yeech! ¡Qué imagen! Al siguiente instante le hervían los sesos por sus modales burlones y su despótica arrogancia masculina. ¿Por qué los hombres creen que saben lo que es mejor para las mujeres? Y si este granuja piensa que puede agitar las pestañas y sonreírme, y que yo obedeceré cada una de sus órdenes, bueno, necesita que le arreglen la cabeza… con un mazo. Aunque cierto es que tiene unas pestañas y una sonrisa bonitas. Después, en el tercer instante, sentía una simpatía abrumadora hacia él por la pérdida de un hermano al que tanto quería. Yo nunca he querido tanto a otra persona en toda mi vida y desde luego nadie ha demostrado tal afecto hacia mí. Le envidio por ese amor. De verdad. Y en el cuarto, y más alarmante, instante, se sentía atraída hacia el bribón. Su persona era exquisita, desde su atractiva barbilla partida hasta su figura musculosa. Pero era más que eso. ¿Es que nunca olvidaré ese beso en el convento? ¿Nunca habrá otro? No debería preocuparme. Pero me preocupo. Esme era una persona fuerte, mucho más fuerte de lo que los demás podrían creer. Cuando deseaba algo tanto como deseaba su hogar en Evergreen, no se detendría ante nada —nada— para llegar a su objetivo. ¿No había pasado once años en un convento para conseguir su propósito? ¿No había luchado contra las amenazas de matrimonio y de muerte de su padre? Pero había llegado la hora de pasar a la ofensiva, y si eso significaba que debía pasar por encima de un pícaro vikingo para tener lo que deseaba, entonces que así fuese. Toste podía creer que era capaz de someterla a su voluntad, pero estaba profundamente equivocado. Aunque fuese triste decirlo, podía ser tan implacable como su padre si la empujaban al límite. —Los establos son el único lugar donde una persona puede tener algo de privacidad aquí —respondió Toste al fin con tono gruñón—. Hay gente por cualquier

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rincón de Ravenshire, la mayoría entrometidos que no tienen nada mejor que hacer que interferir en los asuntos de los demás. —Lo hacen llevados por el afecto —alegó ella. —¡Ja! No tenéis idea de cómo Alinor y Eadyth se entrometieron en la vida de nuestro amigo Rurik desde que se asentó con Maire en las tierras altas de Escocia. Él debería haberla dejado colgando de las almenas dentro de una jaula, si queréis mi opinión. —¿Una… una jaula? —balbuceó ella. Esa era una de las pocas cosas que su padre no había intentado con ella, probablemente porque nunca había oído de nada semejante. —Una vez, Alinor incluso fingió que le había crecido una cola para asustar a Rurik y que creyese que era una bruja. A Esme le habría encantado ver eso. —Eirik y Tykir son igual de perversos. Especialmente Tykir. ¡Un hombre más bromista nunca ha habido! Preguntadle alguna vez como raptó a Alinor porque ella había maldecido el miembro del rey Anlafs, haciendo que se torciese a la derecha. Los ojos de Esme se abrieron de par en par. Después reprimió una sonrisa. También le habría encantado ver eso. Comenzaba a darse cuenta de lo aburrida y estancada que era su vida hasta entonces. Por necesidad, por supuesto. Aún así… —Me gustan… todos vuestros amigos. —A mí también me gustan. En pequeñas dosis. —Alinor y Eadyth me gustan especialmente. Son exactamente el tipo de mujer independiente que yo deseo ser cuando recupere Evergreen. —Existe independencia e independencia. Eadyth es una experta comerciante, pero lo organiza ella todo. Sin duda incluso organiza los juegos de lecho con su esposo, aunque él no parece quejarse de ello. Y Alinor, ¡ja! Alinor puede muy bien ser una renombrada tejedora de ropa fina, y cría ovejas de una excepcional lana, pero yo no desearía vivir con la bruja. Por el trueno, su cotorreo volvería loco a un hombre sano. Esme estaba asombrada ante el discurso de Toste con respecto a sus amigos. Usualmente no divulgaba demasiada información personal. —A su esposo, Tykir, no parece importarle. Toste se encogió de hombros. —Está enamorado con certeza, incluso después de todos estos años de matrimonio. Había algo encantador en la forma en que los dos hermanos se burlaban el uno del otro y mostraban abiertamente su amor por sus esposas, y viceversa. Ella nunca había sido testigo de algo así antes… no es que lo desease para sí misma. Tal cariño la debilitaría, y ella no podía permitir eso, no si esperaba vencer en la lucha que se avecinaba. Pero a su pesar, preguntó: —¿Qué tenéis en contra del matrimonio? —Está bien para algunos hombres. Pero no para mí. Aunque admito que existen unos pocos ejemplos de buenos matrimonios, mi padre y hermanos prueban de sobra que es un triste estado, en el que embarcarse en beneficio de la familia. Y he visto utilizar el matrimonio más como una estratagema política que como una fuente de felicidad. Más problemas de lo que vale. Tristemente, él tenía su razón en eso. —¿No deseáis hijos?

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—No especialmente. ¿Y vos? —No he pensado mucho en los hijos. Me he concentrado tanto estos últimos años en evitar los abyectos planes de matrimonio de mi padre que la perspectiva de mi cuerpo criando las consecuencias de tales empresas se me hacía intolerable. Habían llegado caminando hasta el final del pasillo. Ahora se detuvieron cerca de una cuadra vacía y él se inclinó contra el muro. Todavía la sostenía de la mano, con los dedos entrelazados, y ella no tuvo el valor de protestar. O el deseo, a decir verdad. En el fondo de su mente, todavía giraban ideas sin concretar… como utilizar de la mejor forma a este hombre para sus propósitos. —¿No os complacería un hijo de la semilla de Lord Miembro-Podrido? — preguntó Toste con una sonrisa ligera. Ya está de nuevo, burlándose de mí. Lo juro, su sonrisa debe ser mágica. Hace que me estremezca en los más extraños lugares. Y estremecerme es decididamente una debilidad que no puedo permitir. Bendita santa Beatrice, lo próximo que haré será desvanecerme. —La idea de concebir un hijo con Oswald de Lincolnshire me revuelve el estómago. —En realidad, eso es por lo que os he traído hasta aquí —dijo él vacilante. —¿Para hablar de hijos? —Para hablar del matrimonio —La expresión de sorpresa en el rostro de ella debió asustarle, porque inmediatamente enmendó su declaración—. No conmigo. Ella se echó a reír. La cara de él enrojeció de embarazo por su engañosa frase. Que Dios prohíba que deba ofrecer matrimonio a alguna doncella poco dispuesta, especialmente una casi monja pasada de años como Esme. —No deis alas al plan de Alinor y Eadyth de engatusaros con el matrimonio — expuso él—. Las apariencias externas pueden ser decepcionantes. Eadyth y Alinor tienen buenas intenciones, pero pueden ser taimadas e implacables cuando le hincan el diente a algo. ¿Por qué se preocupa? ¿Podría estar celoso? No, él no tiene ningún interés en mí. Aún así, está dando muchos rodeos. —¿Por qué tartamudeáis como un imbécil? Decid lo que estáis pensando. Él aspiró hondo y dijo: —Debéis prometerme que no sucumbiréis a sus esfuerzos por emparejaros hasta que yo me haya ido. ¿Debéis? ¿Desde cuándo debía ella hacer nada que él decrete? Entonces asimiló el resto de sus palabras. ¿Ido? —¿A dónde os vais? Su voz salió chillona por la angustia. Durante este breve lapso de tiempo en Ravenshire, se había sentido en paz. ¿Ahora Toste iba a arrancarle su ancla? ¿Cuándo se había convertido en algo importante para su bienestar? Ella era la que conducía el timón de su vida, pero se negaba a dejarle abandonar el barco. Si no hubiese sido tan evidente, habría dado un pisotón. —Debo partir por la mañana. Llevaré a la hermana Margaret a Jorvik conmigo para que venda su hidromiel, después viajará de regreso a la abadía con un sacerdote de la catedral. Yo me quedaré en la ciudad, solo, e intentaré conseguir información

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sobre el asesino de Vagn. Tengo algunos contactos que deberían ser capaces de ayudarme. —Llevadme con vos —Ella misma se sorprendió por la petición. Demasiado obvia, Esme. Trata de ser más sutil. —¿Qué? ¡No! Voy solo. Incluso Bolthor se quedará en Ravenshire. Debo viajar solo. —No volveréis. —¿Por qué deberíais? No tenéis lazos aquí. No, no permitiré que os escapéis tan fácilmente, vikingo. Todavía me sois útil. —Sí, lo haré. Por ahora no tengo otro lugar donde ir. Una vez que haya vengado a mi hermano, volveré —Él le habló con tono paternal, como si ella fuese una chiquilla dolida. Lo único que le faltaba era la palmadita en la cabeza. ¡Torpe zoquete! —No si estáis muerto. Es una misión de locos. Vuestro hermano no desearía que pusieseis vuestra vida en peligro por él. La venganza no os lo devolverá —le dijo ella casi gritando. —Deteneos, Esme. Deteneos ahora mismo. No tenéis idea de lo que mi hermano desearía o no desearía. Es una costumbre vikinga. Es una costumbre de cualquier hombre. —¡Es una costumbre de idiotas! —Tal vez, pero es lo que debo hacer. Ella le golpeó en el pecho y fingió sollozar. Él era inconmovible en más de una forma. —Ved lo que habéis conseguido. Me habéis hecho llorar y yo nunca lloro. Detestable bribón. Baboso canalla. Bastardo sanguinario. Odioso zoquete —Ella le golpeaba en el pecho para enfatizar cada epíteto. Él pasó los brazos alrededor de ella y atrapó sus agitadas manos contra su cuerpo. Junto a su oreja, le dijo: —Parad, cariño. Parad. ¿Cariño? Me ha llamado cariño. Whoa, definitivamente esa es una táctica para debilitar a la mujer. Me gusta demasiado. No puedo permitir que el granuja me distraiga con dulces palabras. —Vais a abandonarme. Debería haber sabido que no podía confiar en un hombre. —No os estoy abandonando. Habrá muchos hombres en Ravenshire para protegeros mientras estoy fuera. —¿Podéis garantizarme que volveréis? —Por supuesto que no. —¿Veis? Me estáis abandonando. —¿Porque podría morir? —Puede que os mate yo misma si insistís en esta locura. Quizá Alinor y Eadyth tengan razón. Debería escoger un esposo y seguir adelante. Al menos de esa manera tendría algún control sobre mi propia vida. —Veamos que tal os gusta esa posibilidad, escandinavo. Veamos como aceptáis a una mujer tomando su destino en sus propias manos. Veamos como os agrada una mujer que no esté de acuerdo con vuestro intelecto “superior”. Él se tensó, aunque todavía mantenía los brazos de ella aprisionados. —Eso… no lo haréis. Tal como pensaba. El típico hombre que piensa que las mujeres son el sexo débil, incapaces de controlar sus propios destinos.

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—Vos no tenéis nada que decir en lo que yo haga, especialmente desde que vais a abandonarme. —Esme no tenía experiencia en las costumbres entre hombres y mujeres, pero había una cosa que sí sabía: la culpa es una de las mejores herramientas cuando se trata con hombres… especialmente con los que carecen de astucia. Probablemente Eva había culpado a Adán por morder la manzana, allá en los albores de los tiempos. —¿Siempre vais a llevarme la contraria? ¿No podéis aceptar que a veces podría saber lo que es mejor para vos? —le dijo. Ooooh, lo peor que podríais decir con el humor que tengo ahora, milord vikingo Yo-Lo-SéTodo. Tened cuidado o podríais tropezar con esa lengua desbocada suya. —No, no acepto órdenes tan fácilmente. Es por eso que tenía que ir tan a menudo a confesarme en la abadía. Pero no os preocupéis más. Liberadme. Iros de aquí. Volad a Jorvik o a las tierras noruegas o al infierno, para lo que a mí me importa. Yo me propongo encontrar un esposo. —Esme no sentía ninguna inclinación por aceptar el plan de Alinor y Eadyth para encontrarle un esposo, pero si eso enojaba a Toste, entonces por todos los demonios le dejaría pensar que sí. Estaba descubriendo que era muy divertido fastidiar al molesto grosero—. Sí, estoy pensando en elegir a un hombre hogareño, uno que no esté lleno de presunción. Decididamente no un vikingo. Un sajón sería mejor; ellos no son tan burlones. —¿Os referís a mí? Porque si es así, olvidadlo. Yo no estoy en la carrera. No tenéis idea de cuánto me gustaría borrar esa sonrisilla de vuestro rostro. —Creo que ya no sabéis lo que queréis, Toste. Creo que andáis despistado. —¿Despistado? Me llamáis despistado a mí. Debería cortaros la cabeza… o vuestra lengua, al menos. Y decirme que os pondréis a la caza de esposo. Yo… no… lo… creo. Yo sí sé quien está despistado aquí, y no soy yo —Toste casi echaba espumarajos por la boca por la indignación. Bien. —Bla, bla, bla —dijo ella—. Como todos los hombres. Siempre soltando sus tonterías de macho. Los ojos de él casi se dieron la vuelta dentro de sus cuencas por la frustración. —¡Por el aliento de Odín! Os atrevéis a mucho, moza, empujándome tan lejos. Tened cuidado cuando metéis vuestra cabeza en la boca de un lobo. Podéis obtener más de lo que habéis apostado. —Oh, por favor. Vos sois más como un cordero que un lobo. Tal vez esté siendo un poco temeraria, pero el hombre lo está pidiendo. Realmente lo está pidiendo. —¡Aaarrgh! —dijo él. Otra típica reacción masculina. —Parece que sólo hay una forma de cerraros la boca. Os mostraré cuanto tengo de cordero. Si me golpea, se lo devolveré. No creo que consiga nada, pero lo haré de todos modos. Ella se preparó para ello. Con un suave movimiento, Toste la levantó, la tiró sobre la paja limpia del pesebre vacío y se echó encima de ella. Muy bien, sin golpes. Entonces, ¿qué? Esme no estaba segura de por qué había provocado tanto al vikingo. Furia, seguramente, porque le diera órdenes como si fuese una lechera sin seso. Desquite por

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sus torpes tácticas. Temor porque planeaba dejarla. Envidia porque obviamente Eadyth y Alinor tenían algo maravilloso con sus hombres. Y obstinada resolución por, antes de que se fuese, obtener otra cata del hombre para satisfacer el hambre que él había despertado con solamente un beso. Oooh, esto último se había colado y aturdió a Esme con sus implicaciones. Definitivamente un debilitamiento del control si dejaba que llegase demasiado lejos. —Me torturáis, milady, y yo no soy un hombre acostumbrado a ser torturado — susurró él contra su oreja, entonces sopló suavemente en su interior. Ella apenas llegó a entender sus palabras, tan maravillada estaba de sentir su aliento en la oreja. Se aprestó contra la tentación y dijo: —No partáis mañana. Quedaos conmigo… por un tiempo. —Algún día deberé marchar. Mañana es tan buen momento como otro. ¿Cuánto tiempo deseáis que me quede? —Al mismo tiempo que hablaba, iba depositando pequeños besos desde su oreja a su barbilla, y de vuelta otra vez. Delicioso era la única forma de describir la sensación de sus frescos labios sobre su cálida piel. —Tykir y Eirik acudirán al Witan en mi nombre. Confío en ellos para hacerlo. Si el Witan deniega mi petición, supongo que mi padre exigirá mi inmediata entrega a sus manos. Tykir y Eirik podrían solicitar entonces la devolución de las tierras de mi madre antes de que me obliguen a retornar a la custodia de mi padre. Estoy segura de que el Witan no tomará una decisión al respecto en esa sesión… probablemente esperarán otro mes. Eso me daría hasta febrero, a solamente un mes de mi veinticinco cumpleaños. ¿Podéis esperar hasta entonces? —¿Dos meses? ¿Eso es todo? —preguntó él con sarcasmo, levantando la cabeza. Había dejado los besos y de soplarle en la oreja. Ahora dedicaba su atención a su capa, abriéndola con la mano izquierda y utilizando la derecha para soltar el lazo del cuello de su vestido. Ella debería detenerle. Lo haría, dentro de un momento, cuando hubiese dicho todo lo que quería decir. —No, eso no es todo —dijo con un jadeo cuando los dedos de él rozaron la piel desnuda—. Desearía que forméis una tropa de soldados para mí… cien deberían bastar, para empezar. Mercenarios serían la mejor elección, creo yo. Mientras aguardamos la decisión del Witan, podríamos establecernos en Evergreen. Él dejó de tirar del cuello de su vestido y la miró fijamente. —¿Por qué haría eso? Especialmente, ¿por qué dejaría a un lado mi propio objetivo, vengar la muerte de mi hermano, para participar en un plan tan temerario? —Yo haría que la espera os mereciese la pena. —Oh, ¿de verdad? ¿Cómo? —Él realizó un detenido barrido de su cuerpo con sus descarados ojos. Seguramente no pensaba que ella le estaba ofreciendo eso. —Os convertiría en castellano de Evergreen. En cuanto recupere mis fondos, os pagaré generosamente. —¡Eso por supuesto! —dijo él. Después, tras un momento de cavilación añadió—: ¿Significa mucho para vos? —Me importa desesperadamente. Haría cualquier cosa por ganarle a mi padre y recuperar lo que es legítimamente mío. —¿Cualquier cosa? —Él levantó las cejas.

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—No os burléis de mí, Toste. No valgo tanto. —Siento no estar de acuerdo. Poseo abundantes riquezas. Estoy lo bastante hastiado para encontrar atractivo acostarme con una monja. Vestiríais vuestro hábito de monja, ¿verdad? —le dijo sonriéndole. No podía decirlo en serio. Era otra broma de las suyas. Seguro que lo era. Pero ella tenía que preguntarlo. —¿Haréis todo lo que os pida a cambio de una sola cópula? —¡No, no, no! —contestó él con una carcajada—. Yo no he dicho eso. Tendría que ser mucho más que una sola cópula —Parecía encontrar muy divertida la palabra—. Esperaría que compartáis mi lecho durante todo el tiempo que trabaje para vos, o hasta que me aburra. Todo sin los vínculos legales del matrimonio, por supuesto. ¿Por supuesto? Ooooh, el insufrible, presuntuoso grosero. Debería abofetearle y marcharme. Ahora mismo. En este instante. Pero espera, Esme… quizá merezca la pena el sacrificio si puedes recuperar Evergreen. Y sé honesta contigo misma, podría no ser un sacrificio tan grande. Podrías cerrar los ojos y planear el calendario de los siguientes días mientras ocurre. —Entonces, ¿es un trato? —¿¡Qué!? —La estupefacción en el rostro de Toste que ella había provocado tan fácilmente era inestimable—. No, no es un trato. Todavía no. Quiero decir, maldita sea, ¿sabéis lo que me estáis ofreciendo? —Lo sé, y merecería la pena el sacrificio si el resultado final significa mi regreso a Evergreen. —¿Sacrificio? ¿Consideráis hacer el amor conmigo como un sacrificio? La consternación en su cara era igualmente inestimable. En serio, ¡los hombres y su excesivo énfasis en sus reputaciones amatorias! ¡Como si las mujeres se preocupasen por tales cosas! Pero era mejor ser diplomática cuando su futuro estaba en la picota. —Quizá sacrificio sea una palabra demasiado fuerte. Pero debéis estar de acuerdo en que los hombres obtienen mucho más del suceso que las mujeres. —Oh, no sé nada de eso. Algunos hombres tienen la habilidad de dar tanto como obtienen en el suceso. Ella casi puso los ojos en blanco pero se contuvo a tiempo. —De hecho, sería un estúpido accediendo a nada sin una prueba antes. —¿Una prueba? Hablad claro, vikingo. ¿Esperáis que entregue mi virginidad con la mera esperanza de que hagáis un trato conmigo? —No, no vuestra virginidad. Tan solo un anticipio del plato… uh, principal — Ella podría jurar que los labios de él se retorcían por el júbilo reprimido. —Sólo un anticipo —concedió. Y entonces él sonrió ampliamente, como si hubiese ganado alguna batalla. ¡Hombres! —Hmmm. Lo primero, creo que debería ver vuestros pechos. —¿Desnudos? —chilló ella. —Desnudos. ¡Cuanto alboroto provocan los hombres con los pechos! Ella lo había experimentado de primera mano con su padre y hermanos, quienes prácticamente babeaban en cuanto una doncella de generosos senos pasaba a su lado. Ella nunca dudó, incluso a esa temprana edad, que la doncella pronto estaría separando sus muslos para uno de ellos. O para todos.

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Toste todavía permanecía recostado sobre ella, apoyado sobre sus brazos extendidos y no parecía dispuesto a moverse. De modo que ella separó su capa y bajó la parte superior de su vestido hasta la cintura, todo en una postura semi-inclinada. Entonces se echó hacia atrás y cerró los ojos. Tras un largo silencio durante el cual nada ocurrió, entreabrió los párpados… y deseó no haberlo hecho. Toste estaba mirando fijamente sus pechos como un mendigo a un festín. Ahora bien, Esme no poseía los abundantes senos de las hembras que su padre y hermanos admiraban, pero sus pechos estaban llenos y altos y al parecer agradables a la vista, si la reacción de Toste indicaba algo. Apoyado sobre un brazo, él empujó un seno y después el otro, desde abajo. Entonces tocó ambos pezones por turno con el índice, primero las puntas, después los lados, después la aureola rosa y después de vuelta a los pezones otra vez. —¡Jesús, María y José! —exclamó ella. ¿Quién podía saber que un contacto tan ligero ahí podía provocar un placer tan exquisito? —¿Ahora estáis rezando, hermana Esme? —preguntó Toste con una risita. —Debería. Esto de seguro es material de confesión. Él se echó a reír. —¿Porque habéis desnudado vuestros pechos para mí? —No. Porque vuestro contacto me complace tanto. No sabía… bastante para hablar, no sabía. —Ah, Esme, me da placer daros placer. —¿De verdad? Él giró apartándose de ella y se acomodó sobre su costado, con el codo izquierdo apoyado en el heno y una mano sosteniéndole la cara. Sus ojos todavía se recreaban hambrientos con los pechos de ella donde los traicioneros pezones se erguían como guijarros rosas. Inclinándose, él tomó un pezón entre los labios, entonces lo lamió junto con el área circundante y después comenzó a chupar fuerte y profundamente. Ella apretó las manos formando puños y arqueó la espalda, luchando contra las sobrecogedoras chispas de éxtasis que se irradiaban desde los senos a través de su cuerpo, llegando hasta la punta de sus manos y pies, y especialmente a su rincón femenino privado. Se avergonzó a sí misma dejando escapar pequeños jadeos al soltar el aliento. La respuesta de Toste a eso fue una sonrisa y una igual dedicación a su otro seno. Para cuando se detuvo, el rostro de ella estaba ardiente como el Hades y sentía algo parecido al dolor en algunas partes muy privadas. —¿Os gustó eso, Esme? —preguntó él con voz ronca. —Doble confesión. Tal vez triple —contestó ella—. ¿Habéis terminado? —Ni por asomo —Él se inclinó de nuevo, pero esta vez se dirigió al rostro de ella. Besos, ¿eso era lo que tenía en mente ahora? Bueno, la había besado antes y, aunque placentero, la presión de sus labios sobre los suyos no era nada que pudiese alarmarla. Pronto salió de su error. Al principio apenas tocó su boca… se limitó a rozar los labios atrás y adelante con los suyos, como si estuviese comprobando la unión adecuada. Cuando encontró la posición que le pareció mejor, se volvió más agresivo. Sus dientes mordisquearon, sus labios engatusaron, exigiendo algo de ella. Cuando ésta se percató de que quería que abriese la boca, él deslizó su lengua en el interior y comenzó lo que vendría a ser una imitación del propio acto sexual. Dentro y fuera, su lengua la acarició, tan suavemente

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que ella deseó gritarle que incrementase el paso, pero en cambio lo que hizo fue gemir… lo cual pareció el aguijón apropiado para él, porque comenzó a ir más rápido. Ella deseaba participar más activamente en este horrible/maravilloso ejercicio, pero no sabía cómo. De modo que apoyó las manos en sus hombros como estímulo y abrió la boca todavía más al asalto de él. Entonces él gruñó —un sonido puramente masculino de tortura sexual—, lo cual le provocó a ella un absurdo sentimiento de satisfacción. Con toda seguridad iba a tener que hacer una gran penitencia por estos pecados. Siendo tan bueno tenía que ser un pecado. Finalmente, cuando él echó la cabeza hacia atrás para mirarla, estaba jadeando. Probablemente ella también, aunque hizo todo lo que pudo para esconderlo. Los labios de él estaban húmedos e hinchados por los besos y sus ojos estaban nublados por la pasión. De modo que así es la lujuria. —Sí, así es. —¡Oh, buen Dios! ¿He hablado en voz alta? —Lo hicisteis —dijo él, dándole una palmadita cariñosa en la barbilla. —¿Ahora hemos terminado? —preguntó ella, levantando una mano hacia la mano de él que le acariciaba la mejilla con ternura. Era difícil no sentir ternura hacia una persona que la había hecho sentir tan bien. De hecho, su cuerpo todavía vibraba… por todas partes. —No. —Pero… pero prometisteis… solamente probar un poco. —Probar es la palabra clave. —No comprendo. —Recordad la primera vez que nos encontramos cuando yo estaba en mi lecho de enfermo de la abadía. Os preguntó cuál era vuestro nombre y vos dijisteis Esme, pero yo creí que habíais dicho… —Él dejó la frase sin terminar deliberadamente para que ella misma captase el significado. Ella terminó por él, vacilante. —Cómeme… eso fue lo que dijisteis. Todavía no comprendo. —Lo haréis, Esme. Lo haréis. Y dicho eso, levantó el vestido hasta su cintura, exponiendo su desnudez, y con un solo movimiento le separó las piernas y se arrodilló entre sus muslos. —¡Toste! ¡No! Oh, esto es escandaloso, incluso para vos. ¡Eek! ¿Qué estáis haciendo? —Él le levantó los pies hasta que casi tocaban sus nalgas y entonces le separó las rodillas. Estaba completamente expuesta a su escrutinio allí y escudriñar fue lo que hizo—. Esto no es a lo que accedí. Un anticipo, eso era todo. Definitivamente esto no es un anticipo —Entonces soltó unas cuantas palabras que decididamente la haría ganar una semana de rodillas en penitencia. Toste se limitó a soltar una risita. Ella intentó sentarse y apartarle, pero él la sostuvo firmemente con una mano apoyada sobre su vientre. La otra mano ya estaba examinando su vello femenino. Entonces la tocó. Y ella estaba mojada. ¿Podía algo en el mundo ser más humillante que esto? ¿Podía algo en el mundo ser más glorioso?

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Ella no sabía que poseía eso ahí, pero Toste lo sabía. Estuvo claro por la forma en que jugueteaba con esa carne en particular. Justo cuando ella se estaba acostumbrando a ese juego-tortura, él introdujo un dedo en su interior. Sólo uno. Pero los ojos de ella se abrieron de par en par y encontraron los suyos. —¿Os estoy lastimando? —preguntó él. Ella negó lentamente con la cabeza. La verdad es que no podía hablar. Aunque sus músculos internos hablaron por ella, apretando y relajándose alrededor de su dedo, el cual se movía entrando y saliendo de ella. Entonces se detuvo. El bruto se detuvo. Esme podría jurar que cada fino vello de su cuerpo estaba erizado como un cepillo. Sus pechos dolían ansiando un poco más de sus caricias. Y la mitad inferior de su cuerpo se había convertido en un continuo palpitar. Si no se encontrase en esa condición, jamás habría permitido lo que él hizo a continuación. Al menos eso fue lo que se dijo a sí misma. Todavía de rodillas, él pasó las manos por debajo de sus nalgas y la levantó de modo que sus caderas dejaron de tocar el suelo. Entonces le mostró —Por los huesos de Dios y el aliento de María, se lo mostró— justo lo que quería decir con lo de probar y lo que quiso decir cuando malentendió su nombre. Con su lengua, dientes y labios, saboreó los pliegues de la mujer hasta que éstos se dilataron y ella comenzó a emitir fuertes gemidos, sin apenas darse cuenta. Cada parte de su cuerpo, pero especialmente sus pechos y su feminidad, se estiraron, estiraron, estiraron, tratando de alcanzar algo que estaba fuera de su alcance. Entonces llegó. Estrellándose sobre ella, bajo ella, a través de ella. Un placer absoluto y glorioso que su cuerpo jamás había conocido. Debió desvanecerse por unos segundos —y Esme nunca se desvanecía—, porque cuando recuperó sus sentidos, yacía con las piernas separadas y expuesta ante el todavía completamente vestido Toste. Lo único que la salvaba de la vergüenza total y absoluta era el hecho de que él estaba visiblemente excitado y luchando contra sus propios impulsos lujuriosos. —Sois hermosa, Esme —dijo él con voz ronca. —Gracias —¿Qué más podía decir en un momento como este?— ¿Ahora habéis terminado? Él soltó una carcajada. —Sí, por ahora. —Entonces, os quedaréis y me ayudaréis a recuperar Evergreen. —No, Esme, no lo haré. Debo partir por la mañana, pero haré todo lo que esté en mi mano para ayudaros cuando regrese. Ella se incorporó de golpe hasta sentarse y tiró de su vestido hasta que sus pechos y mitad inferior estuvieron parcialmente cubiertos. —Nunca habéis tenido la intención de quedaros, ¿verdad? —Ahora, Esme, estáis siendo irrazonable —Él se sentó y la observó mientras se acomodaba más el vestido. En una ocasión, estiró la mano para sacarle una paja del cabello y ella le dio una manotada para apartarla. —¿Irrazonable? —chilló ella—. Os diré lo que es irrazonable. Vos creyendo que os permitiría hacerme todas esas… cosas sin la posibilidad de vuestra permanencia aquí. Me habéis engañado. —Habéis disfrutado de esas cosas —la acusó él. —Sí, lo hice —admitió ella, poniéndose en pie con torpeza y sacudiéndose el vestido lo mejor que pudo—. Pero no volverá a ocurrir. Nunca.

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—Sí ocurrirá. Cuando regrese, terminaremos lo que hemos empezado aquí esta noche —sostuvo él. Y añadió—: ¿A dónde vais? —A buscar a Eadyth y Alinor, y decirles que empiecen con el desfile de posibles novios —dijo Esme sin volverse. No deseaba que él viese las lágrimas que llenaban sus ojos. —Volveré —dijo él a su espalda. ¡Ja! Tengo noticias para vos, vikingo. No os marcháis. No esta noche. No mañana. No por un largo tiempo. No si puedo evitarlo. —Pagaréis por esto, Toste. Lo pagaréis. Esme se marchó, no para encontrar a las damas de Ravenshire, sino para poner su plan en marcha. A este juego podían jugar dos. Toste Ivarsson pronto descubriría que había encontrado la horma de su zapato. La calma después de lo-que-ya-sabes… Para cuando Toste volvió a entrar en el torreón, Esme no estaba a la vista y casi todos habían acudido a sus lechos, excepto Eirik, Tykir y Bolthor, quienes aún permanecían sentados ante el decaído fuego de la chimenea. Dirigieron una mirada a Toste, después una segunda mirada y se echaron a reír. —¡Mirad, mirad, mirad! ¡Ja ja ja! —graznó Abdul. —Alguien debería hacer papilla de loro con ese estúpido pájaro —dijo Toste. —No eres la primera persona que sugiere eso —comentó Eirik. De inmediato Bolthor comenzó a recitar uno de sus poemas. —Esta es la Historia de Toste el Desgarrado. Toste era un hombre desgarrado como nunca lo ha sido un vikingo nacido. ¿La quiere? ¿O no la quiere? ¿Debería hacerla suya, o no debería? Al final, la doncella tomaría las cosas en sus propias manos, y Toste ya no estaría desgarrado. —Tienes paja en tu entrepierna —señaló Eirik. —Y tus labios están rojos e hinchados. ¿Alguien te ha golpeado? —preguntó Tykir con falsa inocencia. —Creo que noto un bulto en sus braies. Así que aún deber estar un poco atormentado… y desgarrado —concluyó Bolthor. Todos le sonreían mientras sorbían de sus cuernos de hidromiel. Vikingos —y medio vikingos, como era Eirik— siempre disfrutaban bromeando entre ellos, y a Toste no le importó demasiado. Aún así, pronto cambió de tema. —Debo partir por la mañana con la primera luz con la hermana Margaret. —Yo iré contigo —ofreció Bolthor, no por primera vez.

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—No. Esto lo haré solo —Ya les había explicado anteriormente sus planes—. Volveré tan pronto me sea posible… para Navidad, espero. No es necesario que ninguno de vosotros se levante tan temprano mañana. —¿Vestido de monja? —preguntó Tykir con un destello en sus alegres ojos. —Sí, vestido como una monja… al principio. Hasta después de que deje a la hermana Margaret en la catedral. —¿Y dejaréis a Lady Esme aquí con nosotros? —inquirió Eirik. Toste asintió. Creyó escuchar a Eirik murmurar, «¡Cobarde!», pero probablemente había dicho algo semejante a «¡Mierda santa!»1. Era la expresión favorita de Eirik aprendida largo tiempo atrás de su chiflada media hermana Rain, una curandera que afirmaba venir del futuro. —Por el trueno, Toste, ¿sabes cuánto habría disfrutado tu hermano con esta mascarada tuya? —dijo Tykir. —Lo sé —contestó él y luchó por contener las lágrimas. Eirik le ofreció un cuerno de hidromiel y dijo: —¡Por Vagn! Todos alzaron sus cuernos y repitieron: —¡Por Vagn! Era un adiós apropiado, pensó Toste. No puedo creer que esté haciendo esto… Esme trabajaba furiosamente para completar su plan. Era lo más atrevido que nunca había intentado hacer. Pero la desesperación empujaba al atrevimiento. Eso era lo que se decía a sí misma. En posesión de unas pocas monedas que había ahorrado a lo largo de los años, se las arregló para sobornar a una cocinera retirada de Ravenshire para que la ayudase. Bertha, una vieja desaliñada de ojos codiciosos de más de sesenta años, aún vivía en la propiedad en su propia cabaña con techo de paja y a veces ayudaba en las cocinas. —¿Has preparado la cabaña vacía del leñador, como te dije? —Sí, señora, y ya dejé un fuego encendido también. Hace un frío de todos los infiernos para estar fuera —Se rascó los sobacos mientras hablaba y soltó una sonora ventosidad. Esme se contuvo de regañar o castigar a la repugnante mujer. La necesitaba y no tenía tiempo de encontrar una cómplice mejor. —Y prometes no contar nada de esto a nadie. —¿Estáis loca, señora? Me echarían a patadas de Ravenshire si alguien lo descubre. —Muy bien. Ahora ve con Toste y entrégale mi mensaje. Después de que Bertha se fue, Esme recogió el bulto que había preparado, se vistió una capa y se encaminó hacia la cabaña del leñador, el cual esperaba que estuviese lo bastante lejos del torreón como para que nadie pudiera sospechar lo que ocurría.

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Confusión debida al parecido entre Lackwit y Holy Shit, el cual pierde su sentido con la traducción (N. de la T.)

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—Querido Dios —rezó—, por favor ayúdame, y rezaré un Padrenuestro cada día del resto de mi vida. Ella creyó escuchar una voz en su cabeza, presumiblemente la de Dios, que decía, «Estás sola». Que así sea. Incluso los estafadores son estafados a veces… —La lady Esme desea que la acompañéis en la cabaña del leñador. —¿Huh? —dijo Toste. Estaba solo en la sala y ya cabeceaba a punto de dormirse, habiendo bebido muchos más cuernos de hidromiel de los que debería—. ¿Para qué me quiere? ¿Y por qué en la cabaña del leñador? ¿Y cómo en el nombre de Thor sabría donde está eso? La vieja mujer agitó sus pestañas de una manera que vendría a ser sexual, supuso él. —Yo pensaba que un vikingo viril como vos sabríais lo que ella desea. —¿Huh? —repitió él. —¿Venís o no? Ya pasó la hora de retirarme y Lars me espera en el lecho. Esperando un segundo meneo, sospecho. Él no podía imaginar a nadie deseando siquiera un primer meneo con ella. —Sí, ya voy —dijo él. Estaba demasiado intrigado por la posibilidad —por muy remota que fuera— de que Esme deseara más de él. Después de todo, sus últimas palabras había sido, «Lo pagaréis». Pero en realidad era comprensible. Siempre había tenido buena mano con las mujeres. Ellas le deseaban, pura y simplemente. Era la única explicación. No podía esperar. Atrapado en la tela de la araña… Toste se encaminó torpemente por el camino, iluminado tan sólo por la antorcha que la vieja acarreaba delante de él. No debería haber bebido tanta hidromiel, especialmente en la víspera de un viaje. Si hubiese sabido que la cabaña estaba tan lejos del torreón, nunca habría venido. Bueno, en realidad sí. Su curiosidad siempre había sido más fuerte que su sentido común. Cuando al fin llegaron y vio luz filtrándose a través de las contraventanas cerradas y humo saliendo de un agujero en el techo, soltó un suspiro de alivio. No era una de las bromas de Tyker, como había empezado a sospechar. La sucia mujer le abrió la puerta, le empujó dentro y después cerró la puerta de un portazo tras él. Él podía jurar que había escuchado un cerrojo colocarse en su lugar, pero probablemente estaba equivocado. La única habitación estaba oscura, excepto por el fuego de la chimenea. Cuando su vista se ajustó a la tenue luz, vio a Esme y se relajó con una sonrisa. Vestía un camisón muy fino. Iluminada por el fuego, el contorno de su cuerpo desnudo bajo el camisón era tan claro como el día. Él dio un paso adelante para alcanzarla.

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Ella danzó apartándose. —No, Toste. No seais tan ansioso. Primero quitaos la ropa. ¿Quitarme la ropa? ¡Whoa! Esto va rápido, ¿no lo creéis así, milady? Pero Toste no era tan tonto como para decir esas palabras en voz alta. —Creía que estabais enfadada conmigo —dijo él mientras comenzaba a desnudarse. —Lo estoy, pero descubrí otras emociones en mi interior que son aún más fuertes —Ella apoyó una palma contra su vientre como para señalar donde se localizaban esas otras emociones. El miembro de él, que ya había levantado la cabeza con interés ante la visión de Esme con su transparente vestimenta, ahora prestó completa atención. Él la había tratado mal antes, cuando había sugerido que si hacía esto y lo otro él no marcharía. Quizá ahora fuese capaz de congraciarse con ella. Cuando estuvo totalmente desnudo y ella le miraba boquiabierta como si estuviera un poco asustada —como debía ser—, dijo algo que destruyó totalmente la impresión de ingenuidad. —Toste… uhm… ¿os importaría que os ate al lecho? No solamente él se conmocionó sino también su sexo. ¿O qué otra cosa podría significar las venas azules que sobresalían como si fuesen a explotar? —¿Por qué? —preguntó él, una vez que recuperó la mandíbula que se le había caído al suelo. Esta es la cosa más estúpida que haya dicho nunca. —Porque me siento bastante tímida… y esta es mi primera vez… y, bueno, me sentiría mejor si pudiera explorar vuestro cuerpo antes… y… oh, supongo que es una mala idea. —No, no, no he dicho eso. Pero no necesitáis atarme para explorar mi cuerpo, cariño —Me pregunto si me encuentro en algún estupor causado por el alcohol y estoy imaginando todo esto. —Oh, eso decís ahora, pero si os toco de forma equivocada —o de forma correcta— podríais veros tentado a… no importa. ¿Tentado? Estoy tan tentado, milady, que mi miembro está a punto de explotar. —No, lo haremos a vuestra manera —dijo él rápidamente antes de que ella cambiase de idea. Se dirigió hacia el jergón que había en la esquina y se sintió desconcertado, pero solamente por un momento, al ver unas tiras de suave tejido colgando de cada uno de los postes del lecho. Ella se había preparado para la rendición de él. Ah, bueno, haría que ella se rindiera mucho más antes de la mañana. Se recostó y estiró cada una de sus extremidades para que ella le atase, lo cual hizo con unos nudos sorprendentemente fuertes y seguros. Entonces dio un paso atrás apartándose del jergón y dijo: —No os enojéis, Toste. —¿Por qué debería enojarme? —De pronto la comprensión le llegó. ¡Un truco! Había sido engañado. Luchó con fuerza contra sus ataduras, inútilmente—. Debo suponer que no habrá sexo esta noche. Ella asintió. —No hagáis esto, Esme. No tenéis idea de cuales serán las consecuencias. He matado por mucho menos.

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—Me habéis forzado a ello. Acceded a mi plan, dadme vuestra palabra de honor y os liberaré ahora mismo. Él le dijo que hiciese algo vulgar a sí misma. Ella hizo una mueca pero no se echó atrás. Como él continuaba mirándola con el ceño fruncido, ella se acercó más, le ató una delgada tira tapándole la boca para evitar que gritase y le echó una piel por encima de su cuerpo para prevenir el frío que seguramente se filtraría en la cabaña durante las siguientes horas. —Vendré a veros por la mañana —dijo ella tras ponerse una capa y calzarse con unos zapatos de cuero. En su favor, la expresión de su rostro era de tristeza. Entonces se fue. Sin más. Se fue. El silencio reinó en la cabaña y Toste se sacudió la cabeza confusa por la hidromiel. No podía creer lo que acababa de ocurrir. Una parte de él admiraba a Esme por su valentía al llevar a cabo semejante engaño. Pero una mayor parte de él hervía de furia. Toste comenzó a reír tras su mordaza y no pudo detenerse. Ni siquiera cuando las lágrimas se desbordaron de sus ojos. Esme había ganado esta batalla, pero más le valía estar alerta. Esta guerra estaba lejos de concluir.

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Capítulo 10 Hermano, ¿dónde estás? … Vagn estaba soñando. Sabía que estaba soñando. Y aún así la imagen tras sus párpados era tan vívido. Él yacía en un lecho. Corrección: Su hermano Toste yacía en un lecho. Y estaba despatarrado, completamente desnudo y atado a los postes de la cama. ¿Alguien intenta obligar a mi hermano a casarse, tal como Gorm me retiene a mí con la esperanza de un matrimonio forzado con su hija Helga? ¿La gente se casa en el Otro Mundo? Se habría preocupado por Toste y cual fuese la tortura que le infligían, excepto porque su hermano estaba riendo a carcajadas a pesar de su apuro. Y Vagn vio la silueta de una mujer entre las sombras. ¿Es que siempre que un hombre estaba en un apuro había una mujer envuelta en ello? Era la misma bruja de cabello negro que había visto antes, la que provocaba que su hermano ardiese de lujuria. Era todo tan confuso. Primero había visto imágenes de su hermano siendo picoteado por cuervos negros. Después había creído que su hermano besaba a una monja. Ahora parecía estar sometido a la esclavitud y se reía de ello. ¿Qué podía significar? Una cosa era segura: Valhalla, o el cielo ya puestos, no era tan maravilloso como lo pintaban… si de verdad era allí donde Toste residía ahora. ¿Dónde estás, hermano? ¿Cómo puedes hablarme desde el Otro Lado? ¿Existe una razón para que continúes llamándome? ¿Necesitas mi ayuda? Cuando Vagn despertó, encontró su rostro húmedo por las lágrimas. Bueno, pensó seriamente mientras se vestía para el día que llegaba y notó a través de la estrecha ventana que nevaba otra vez, por mucho que me gustaría ayudarte, hermano, tengo mi propia tortura de la que encargarme. ¿Desde cuándo los vikingos se quedan de brazos cruzados mientras otros toman la ofensiva? ¿Desde cuándo los hombres vikingos permiten que sus mujeres lleven la batuta? ¿Desde cuándo los hombres vikingos permiten que sus mujeres hagan cosas más escandalosas que ellos? ¡Basta! Hoy era el día en que Vagn Ivarsson iba a enseñarle a Helga la Tentadora que sus días de tentación habían terminado. Cosmo, ¿dónde estás? … Helga se estaba quedando sin ideas.

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Había visto el brillo en los ojos de Vagn esa mañana cuando estaba desayunando con los guardias de su padre y había dicho, alto y claro: Helga, será mejor que huyáis por vuestra vida. Aquí tenéis a un vikingo loco en busca de vuestras faldas. Incluso Helga reconocía que el incidente de la vela había ido más allá de lo apropiado en el campo de lo escandaloso. Puede que incluso entrase en lo pervertido. ¿Cómo podía saberlo? Nunca había oído hablar de perversiones hasta unos pocos días atrás. —Saludos, Helga —dijo una voz masculina. Ella se llevó un susto tremendo. Se encontraba clasificando hilos de bordar en el fondo de su sala de costura, fuera de la vista desde la puerta… o eso había creído. Pero afortunadamente, no era Vagn. Era Finn Finehair. —Saludos, Finn —contestó ella cuando él se acercó. Su bigote lucía particularmente hermoso ese día y se había arreglado la barba partiéndola en dos. ¿Cuál era el motivo? ¡Uh-oh! La estaba observando del mismo modo que Vagn hizo una vez. Con hambre. Al principio, se limitó a mirarla lascivamente, retorciendo una de las puntas de su bigote entre las yemas. ¿No tenía idea de lo ridículo que parecía? Aparentemente no. —¿Os gustaría sentaros junto a mí durante la cena de esta noche? —preguntó él, todavía observándola con lascivia. —¿Por qué? —Me he estado… uh, fijando en vos últimamente. —¿Por qué? —No seáis tímida, milady —dijo él, pellizcándole la barbilla. Nadie le había pellizcado jamás la barbilla, pero ella estaba tan sorprendida que no reaccionó. Él continuó—: He recibido vuestros mensajes ocultos. —¿Cuáles mensajes ocultos? —Oh, el balanceo de vuestras caderas. Como os laméis los labios. Como destacáis vuestros pechos. Helga comprendió que había malinterpretado las señales que había estado enviando a Vagn. —Además, Vagn dijo… Ella dejó caer los hilos que clasificaba. —Vagn dijo, ¿qué? —Bueno, no dijo exactamente que estuvieseis ansiosa por mí, pero la manera en que se preocupó por vuestras atenciones hacia mí, era obvia… ya sabéis. —No, no lo sé. ¿Qué os dijo Vagn exactamente? Mataré al bribón. Juro que lo haré. —“Manténte alejado de Helga”… eso fue lo que dijo. —Vagn os dijo eso —Una extraña emoción caracoleó a través de Helga. Tal vez el bribón sí se preocupaba por ella, después de todo. —Sí, y supongo que no me advertiría si no sospechase que os atraigo. Le ocurre a muchas mujeres, Helga, así que no os ruboricéis. En cuanto a Vagn, obviamente envidia mi hermosa barba, y ya sabéis lo que se dice de los hombres con bigote, ¿verdad? El meneo de sus cejas, las cuales parecían formar un arco perfecto, deberían haberla indicado que más preguntas podrían ser peligrosas. Pero, ¿escuchó a su intuición? No.

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—¿Qué se dice de los hombres con bigote? —Que son más capaces de complacer a las damas en el lecho —Ahora se retorcía la otra punta de su bigote. Ella frunció el ceño, incapaz de imaginar como un bigote podría influir en el acto sexual en ninguna forma que complaciese a la mujer. Finn debió interpretar su gesto de confusión como un permiso para explicarse en detalle. —Mayor fricción cuando la boca del hombre está ocupada ahí abajo. Helga jadeó. Nunca había escuchado nada tan extravagante en su vida. ¿Podía ser cierto? Finn se pavoneó como si la hubiese informado de algún gran talento personal. Tal vez así fuese. —Yo pienso que Vagn envidia mi finura. Después de todo poseo un bigote hermoso y él no. Todo el mérito es del cepillado, sabéis, y de la cera. Esa es más información de la que deseo o necesito. ¿Cómo ha llegado esta conversación tan lejos? Ella decidió disuadirle amablemente y decirle que en realidad no estaba interesada en él. Pero justo entonces, Vagn entró como un vendaval. —Creí que te había dicho que te alejaras de Helga —le gritó a Finn, con los puños levantados. —Intenta obligarme —contestó Finn, alzando también los puños. Ella se interpuso entre los dos justo a tiempo. Vagn y Finn tenían la misma altura y constitución, pero a su modo de pensar, Vagn era un hombre mucho más atractivo. Hoy lucía unos braies de color marrón oscuro remetidos en unas botas bajas y una túnica de cuero ceñida a su cintura. Su largo cabello rubio estaba atado despejándole el rostro… un rostro de altos pómulos, fuerte mandíbula y una barbilla partida. Ojos tan claros como un cielo de verano la miraban fijamente de forma glacial. Este era un hombre que no necesitaba bigote alguno para realzar su masculinidad. Era bastante hombre sin adornos. Pero el atractivo no la preocupaba en la presente situación. El hombre estaba interfiriendo en su vida. —¿Quién sois vos para tomar decisiones con respecto a mi vida, Vagn? No es asunto vuestro con quien yo me relaciones —Ella no se detuvo a pensar en la ironía del hecho de que había planeado deshacerse de Finn y que ahora estaba defendiendo su relación con él. —¡Ja! Vos lo convertísteis en asunto mío cuando tramasteis esa escandalosa proposición. —¿Cuál escandalosa proposición? —quiso saber Finn. —Sí, ¿cuál escandalosa proposición? —quiso saber también su padre. Ella no se había dado cuenta de que su padre había entrado en la sala pisándole los talones a Vagn. Probablemente se había sentido atraído por los gritos… igual que una docena de soldados y criados que observaban atentamente el espectáculo. Ella habría gruñido si tuviese tiempo, pero debía actuar con rapidez antes de que Vagn hiciese algo imprudente, como contarle a su padre que le había pedido su semilla.

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—Ofrecí a Vagn confeccionarle una capa de lana rojo brillante para que hiciese juego con sus ojos en una noche de borrachera, ribeteada a lo largo de sus bordes con lenguas rosa. Él consideró la prenda un escándalo. ¡Ja ja ja! ¿Lenguas? Vagn se quedó boquiabierto y después la miró con frialdad, obviamente tratando de decidir si avergonzarla frente a todos diciendo la verdad. —Notad que no me divierte, milady —dijo al fin. Aunque, por fortuna, su cólera parecía haberse disuelto. Finn abandonó la sala riendo por lo bajo, y el padre de ella le comentó a Vagn: —¿No crees que una capa con lenguas es divertida? —No, prefiero mucho más una capa bordada con… oh, veamos, velas —contestó él ante la extrañeza de todos los que aún permanecían allí. Excepto Helga. Quien descubrió que de pronto la habían dejado sola con Vagn. Y él no sonreía en absoluto. Hagamos un trato… —Sentaos, Helga. Vamos a hablar. Los ojos de ella se dispararon a derecha e izquierda, como si buscase una forma de huir. Cuando se dio cuenta de que él había bloqueado cualquier ruta de escape y que no quedaba nadie en la habitación para ayudarla, suspiró rindiéndose y se acomodó en un alto taburete. Se aseguró de que una mesa les separaba, aunque ofrecería escasa protección si él decidía atacar. Pero eso vendría más tarde. De momento, él se acomodó sobre otro taburete al otro lado de la mesa, unió las manos y meditó sobre la fastidiosa moza. El que alguien pudiese llamarla fea era algo más allá de su comprensión. Hoy Helga vestía un vestido azul con un cinturón trenzado color oro, cubierto por una sobretúnica sin mangas de un azul más oscuro. Su cabello rubio dorado estaba trenzado cayendo hasta su cintura. Sus ojos azules estaban abiertos por la vergüenza que intentaba esconder agitando las pestañas. Sus labios, grandes y deliciosos, estaban abiertos invitadores. ¡Si Helga conociese el poder de esos labios! —No os temo —dijo ella de pronto. —Deberíais. Ella levantó la barbilla en un gesto de desafío. —Soy un hombre adulto, no un chiquillo cuyos hilos podéis manipular como a una marioneta. Durante días os habéis burlado de mí como una ramera del puerto. Os he permitido creer que podéis manipularme, sólo para ver hasta donde llegaríais, y la verdad es que habéis conseguido escandalizarme. Se acabaron los juegos. —No he jugado ningún juego. Él alzó una mano para detenerla. —¡Por favor! Helga la Tahúr podría ser vuestro nuevo nombre. —Bueno, vos me forzasteis a usar tácticas sucias cuando no accedisteis de inmediato. Él soltó una carcajada. Las mujeres nunca se rinden. —Esa es la disculpa más ambigua que jamás haya escuchado. —No me disculpaba.

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—Deberíais. Ella inhaló profundamente, lo cual causó que la mirada de él se dirigiese a su pecho… y se preguntase si sus pezones estarían tensos bajo la ropa. Ella detectó la dirección de su mirada y cruzó los brazos por encima del pecho. Poco bien podía hacer eso cuando la lujuriosa imaginación de él estaba en marcha. —¿Sois una jugadora, Helga? —¿Huh? —Me habéis oído. Esta danza sexual que habéis estado practicando conmigo es como un juego de riesgo. Llegó la hora de igualar las apuestas. ¿Deseáis jugar? —¡No! —dijo ella sin pensar. Después rectificó inmediatamente—. Eso depende del premio final y de si las reglas son justas. —Deseáis un bebé. —Vos no. —Deseo vuestro cuerpo. Él observó como los ojos se ella se iluminaban y sus labios se entreabrían ante esa declaración. Adivinó que ahora sus pezones sí que estaban hinchados o él no era el hombre que creía ser. —Pero yo estoy dispuesta a entregar mi cuerpo únicamente si el resultado es un bebé. Vos me dijisteis que eso estaba fuera de cuestión. —Estoy pensando en otra alternativa. —El juego de riesgo que mencionasteis. ¡Chica lista! Eso debía concedérselo. —Eso mismo —estuvo de acuerdo él—. Hay formas en que un hombre puede evitar la concepción, Helga. Formas conocidas desde el principio de los tiempos. Como derramar la semilla en el suelo. El rostro de ella enrojeció al comprender lo que quería decir. —¿Y por qué accedería a eso? —Porque no es un método seguro del todo. —¿Me estáis pidiendo que haga el amor con vos por una ínfima posibilidad de concebir? Él se encogió de hombros. —Incluso bajo las mejores circunstancias, la concepción parece estar en manos de los dioses. Conozco hombres y mujeres que se han apareado durante todas sus vidas y nunca han tenido hijos, mientras que otros conciben tras una única unión. —Mi padre le daría lo apropiado al granuja que estuviese deshonrando a su hija bajo su propio techo. —Por otro lado, si encaja en sus propósitos de tener un nieto, probablemente no le importaría demasiado. —¿Deshonrando? Hacéis que el sexo parezca sucio. Bueno, en realidad, un buen sexo puede ser sucio… de una manera suciamente agradable —Los labios de él se contrajeron divertidos pero solamente durante un segundo. No estaba de humor para reír todavía. Estaba seguro de que ella no sabía lo que quiso decir con “agradablemente sucio”, pero no lo preguntó. Bien. Con su humor actual, probablemente se lo explicaría con todo detalle. —Vuestro padre no tendría que saberlo… si somos discretos. No tengo la intención de avergonzaros, Helga. De hecho, insistiría en que nadie sepa de nuestro

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acuerdo o de nuestros actos, incluyendo vuestra mentora, la tal Rona, o ese pavo real de Finn. Los labios de ella también se contrajeron con diversión ante la acertada descripción de Finn. Vagn le dedicó una penetrante mirada sombría. Él se lo tomaba muy en serio, y quería que ella lo supiese. —Todo parece tan secreto… como si fuese deshonroso. —Prefiero la palabra privado en lugar de secreto. —Entiendo que el juego continuaría si no concibo, pero suponed que vuestra semilla prenda en mi vientre. ¿Entonces qué? Ahora fue el rostro de él el que enrojeció. —No abandonaría a mi hijo. —¿Y si fuese una hija? —Tampoco abandonaría a mi hija. —Explicaos. —Me casaría con vos. Ella agitó las manos en el aire con exasperación. —Entonces no ganaré nada. Si estuviera dispuesta a casarme para tener un hijo, lo habría hecho hace mucho tiempo. A él no le habría gustado nada más que rodear la mesa y sacudir a la terca moza. ¿Por qué siempre tenía que llevarle la contraria? ¿Por qué no podía ser obediente por una vez? Contó en silencio hasta diez y le ofreció: —Un compromiso, entonces. Ella inclinó la cabeza con gesto interrogativo. —Si os embarazo, solicitaría vuestra mano. Si os negáis, entonces debéis permitir que reconozca a mi hijo y que forme parte de la vida del bebé. —Pedís mucho. —No, Helga, sois vos la que pide mucho. —¿Por qué estaríais dispuesto a llegar a este compromiso? —Porque os deseo tanto que me duelen las ingles. Nunca deseé tanto a una mujer como os deseo a vos. —Y porque mi polla está tan dura que duele y necesita encontrar pronto un alivio. Y porque me volvéis loco. Y porque todavía imagino velas. Y porque deseo ver por mí mismo si lo que tenéis entre las piernas es una pasa o no. Él adivinó que sus palabras la complacían. Menos mal que guardó sus posteriores pensamientos para sí. —Además —dijo él con una sonrisa—, porque Toste quiere que lo haga. Ella le devolvió la sonrisa. —¿Otra vez hablando con vuestro hermano muerto? —Sí. Todo el tiempo —Él se estiró por encima de la mesa y tomó una de las manos de ella con la suya. Sólo ese gesto le provocó un estremecimiento, tan loco estaba por ella. Cuando entrelazó los dedos entre los suyos y sus muñecas se presionaron una contra la otra, tuvo que cerrar los ojos para combatir la intensa emoción que sentía. No podía imaginar las consecuencias del extraño pacto que estaban haciendo, pero se sintió bien. —¿Esta noche acudo yo a vuestro lecho o vendréis vos al mío? —preguntó con un tono de necesidad. —¿Yo iré al vuestro?

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Y así se selló el destino de los dos. Cuando un hombre ama a una mujer… Vagn le había dicho a Helga que era un hombre adulto demasiado viejo para los juegos, pero ahora se sentía como un chiquillo. Y los juegos empezaban a resultarle muy atractivos. Los juegos sexuales, por supuesto. Sacó todos los juncos resecos de su cuarto y los reemplazó por unos nuevos. Dispuso ropa limpia y sacudió las pieles del lecho. Una vela extra ardía sobre una mesita. Un cálido fuego ardía en la pequeña chimenea. Todo esto hizo, deseando complacer a Helga con estas íntimas cortesías. Y en cuanto a él mismo, se bañó, se afeitó el vello de la cara y se sujetó el pelo con dos trenzas. Un hombre necesitaba tener el pelo apartado de la cara cuando se inclina sobre una mujer. Después se vistió con ropa limpia. Bajó la mirada en dirección a sus manos mientras la esperaba y vio que estaban temblando. La visión le dejó pasmado. ¿El temblor se debía a una excitación excesiva? Después de todo, había pasado casi un año desde que había yacido con una mujer, gracias al celibato de Toste y el suyo propio como Jomsvikings. ¿O se sentía de pronto inseguro sobre su talento en el deporte del lecho? Eso no podía ser. Llevaba más de quince años haciendo el amor y su pericia nunca le había fallado. Así que debía ser Helga quien le había convertido en un principiante nervioso. Esa sí que era una perspectiva aterradora. Ninguna mujer había provocado tal efecto en él. Le hacía sentirse vulnerable y falto de su autoconfianza habitual. Como un afeminado, ¡por el amor de Frigg! Menos mal que su viejo amigo Bolthor no estaba ya en este mundo. Habría compuesto un poema horrible sobre el actual dilema de Vagn… algo como «Cuando los Vikingos Pierden Su Arrogancia». Era inaceptable, decidió, golpeando la mesa con su copa de ale y provocando que la llama de la vela vacilara. Soy Vagn Ivarsson. No me humillo ante nadie. Ni siquiera ante una mujer por la que mi lujuria arde. Se desabrochó el cinturón y se pasó la túnica por encima de la cabeza, arrojándola al suelo y sin duda revolviendo el pelo en el proceso. No le preocupaba. Estaba furioso consigo mismo. A continuación se sentó en el lecho y se quitó las botas y las medias, tirándolas hacia el cuarto de cualquier manera de modo que aterrizaron por aquí y por allá. Estaba a punto de quitarse sus braies cuando la escuchó golpear suavemente a la puerta. Se detuvo a medio desvestirse, inseguro de quitárselos o no. Pero Helga le evitó tomar la decisión al entrar sin esperar su respuesta. Él se subió rápidamente los calzones de nuevo. Antes siquiera de dirigirle la mirada, ella se volvió y se aseguró de que la puerta tuviese el cerrojo echado de modo que nadie les molestara. Bien pensado. Al menos alguien en este cuarto pensaba con la parte correcta de su cuerpo. Ella lucía la misma capa azul que llevó la anterior vez que estuvo en su cuarto, pero no estaba desnuda por debajo como en aquella ocasión. Él pudo comprobarlo cuando dejó caer la capa. Iba cubierta de pies a cabeza con un delgado camisón. Éste

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era de un color liso, pero Helga no. Su cabello dorado caía suelto por su espalda, hombros y pecho. Sus grandes ojos azules se percataron entonces del estado de semidesnudez de él. Éste vio el temor reflejarse en ellos y en la forma en que sus manos se apretaban formando puños a sus costados. En ese momento, Vagn olvidó sus dudas acerca de sus propias vulnerabilidades. —Helga —fue lo único que pudo decir. Como si eso fuera una señal, ella voló hacia él, envolviendo los brazos alrededor de sus hombros y enterrando el rostro en la curva de su cuello. —Creí que esto sería fácil —confesó ella. Yo también. —Lo será. Eso espero. Al principio, se limitó a sostenerla con fuerza contra él con un brazo alrededor de su cintura y la otra mano por debajo de su cabello acunando su nuca. Besó la coronilla de su fragrante cabeza y murmuró palabras sin sentido para tranquilizarla. Helga era alta, sólo una cabeza más baja que él. De modo que, con ella en puntillas, permanecían pecho contra pecho, vientre contra vientre, muslo contra muslo, feminidad contra masculinidad. Parecía que encajaban perfectamente. En ese instante, Vagn se percató de algo importante. Toda su experiencia en el lecho, todo el encanto adquirido a lo largo de años de tratar con las mujeres… nada de eso importaba. Esta unión con Helga era especial… diferente. No podría decir cómo ni por qué. Sólo era así. De alguna forma, se sentía tan virgen como Helga. Creyó escuchar a Toste riéndose en su cabeza ante extravagante opinión. Helga levantó la cabeza al fin y le miró. Él mantuvo una mano en su nuca y usó la otra para apoyarla en su mejilla. Entonces la besó, examinando, lento y suave. Buscando la unión perfecta. Ella dejó las manos apoyadas sobre sus hombros y le correspondió con su propia boca. Imitó sus movimientos, moviéndose y ajustándose. Él deslizó la lengua a lo largo de la unión de sus labios; ella hizo lo mismo. Cuando él profundizó el beso e introdujo la lengua en su boca, ella la succionó dándole la bienvenida. Él ni se percató de que movía las manos, pero estaban por todas partes, recorriendo las curvas y el contorno del cuerpo de ella. Las lugares suaves y los duros. Sus grandes palmas se movían sobre el tejido del camisón como si la acariciasen a ella. Desde sus hombros hacia abajo. Masajeando sus nalgas. Comprobando la estrechez de su cintura. Y todo el tiempo, continuaba besándola hambriento. Y, gracias a los dioses, ella le devolvía el beso con la misma hambre que él. Y sus pequeñas manos acariciaban sus hombros, las lisas tetillas de su pecho, su espalda. —No debéis preocuparos, cariño —murmuró él contra sus labios húmedos cuando se apartó en busca de aliento. —Lo sé —contestó ella y sonrió. Esa sonrisa le provocó una sacudida en el corazón. Estaba excitado más allá de lo que jamás había imaginado y aún así se mantuvo controlado. Iría despacio. Más que cualquier otra cosa, deseaba complacer a Helga tanto como a sí mismo. Finalmente tomó el antebrazo de Helga y la apartó un poco. Manteniendo el contacto visual, se quitó sus braies y se hinchó de orgullo masculino al notar la forma

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en que la boca de ella se abría de sorpresa ante el tamaño de su erección. Él también estaba bastante sorprendido. Aquellas con venas azules sobresaliendo eran raras y muy bien valoradas. O al menos, eso decía Toste siempre. Entonces se acercó a ella y le pasó el camisón por encima de la cabeza, quedando ambos desnudos frente al otro. Ella era alta y esbelta como un árbol joven. De huesos finos, con una estrecha cintura sobre sus pequeñas caderas. ¿Cómo se supone que llevará un bebé ahí? Sus senos eran tan pequeños que ni siquiera le llenaban la mano, pero estaban coronados por unos grandes pezones rosados que compensaban la falta de tamaño del resto. ¿Podrá amamantar a un bebé? ¿Cambiarían entonces sus pechos? No pienses en eso, Vagn. Ni siquiera lo pienses. Sus larguísimas piernas eran delgadas pero bien formadas. ¿Sus hijos también tendrían las piernas largas? Peligroso pensamiento. El vello de su feminidad hacía juego con su cabello dorado, aunque rizado. Ella era distinta de cualquier mujer por la que se hubiese sentido atraído en el pasado. Pero mejor. De alguna forma, mucho mejor. Entonces él sonrió. Y ella también. Con un grito de alegría, la levantó por la cintura y la arrojó a su lecho, acomodándose a continuación a su lado. Las cuerdas que sujetaban el lecho crujieron, pero afortunadamente resistieron. —Debéis decirme que hacer, Vagn. —Nada. Por ahora. Sólo dejadme mirar —Él meneó las cejas con gesto divertido—. Y explorar. Si hay algo en lo que los hombres del norte somos buenos, es en explorar. —Viniendo de un vikingo, no lo pongo en duda —bromeó ella. —Podéis estar segura, mi provocativa doncella. Y explorar fue lo que hizo. Con sus ojos, con sus dedos. Y finalmente con su boca… había reservado eso para el final. Bueno, no exactamente el final. Pero había aplazado ese banquete en particular. Acarició sus pezones con los dedos y después cubrió uno de ellos con la boca. Ella jadeó. —No tenéis idea de lo bueno que es eso. —Sé lo bueno que me parece a mí —Suspiró ante el dulce sabor—. Son como suculentas frambuesas —Él los lamió, mordisqueó, besó y chupó, chupó, chupó hasta que ya no estuvo claro quien disfrutaba del placer, si él o ella. —No puedo creer que me haya privado de esta gloria todos estos años —dijo ella, tirando de la cabeza de él para mirarle a los ojos—. ¿Por qué las mujeres ocultan esto a las demás mujeres? Oh, ya sé por qué. Los padres tendrían problemas para mantener a sus hijas vírgenes si agitasen esta tentación frente a ellas. A Vagn no le agradaba esta línea de pensamiento. No deseaba que ella pensase que cualquier hombre podría llevarla hasta el éxtasis. —No siempre es tan bueno, dulzura. —¿Oh? ¿Entonces sólo sois vos quien es tan hábil en el lecho? Él mordisqueó uno de sus pezones por burlarse de él. —Sí, sólo yo. Y no lo olvidéis. Probablemente ella habría añadido algo más, pero ahora él tenía la palma de la mano apoyada sobre su vientre, encaminándose hacia abajo, y pudo notar que gozaba

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de toda su atención… allí. Presionó rítmicamente varias veces y observó su cara. Los labios de ella se abrieron maravillados, lo cual le hizo sentir… bueno, maravilloso. —¿Nunca os he dicho cuánto adoro vuestra boca? —Más o menos una docena de veces —contestó ella. Y añadió—. Decídmelo otra vez. —Yo… adoro… vuestra… boca —dijo él contra sus labios. —¿Qué más adoráis de mí? —preguntó ella juguetona. —Vuestros pechos. —Oh, eso sí que es mentira —Ella trató de sentarse indignada pero él la obligó a permanecer recostada. —No es mentira. Habéis logrado que aprecie los pechos pequeños. No creo que vuelva a sentirme atraído por las mujeres con grandes senos, y esa es la verdad. —Rebosáis encanto como si fuese sudor, granuja. —Los halagos pueden ganaros cualquier cosa, milady de lengua afilada. Pero ya basta de estas tonterías. Es la hora de descubrir algunas verdades sobre vos, Helga. —¿Tonterías? ¿Llamáis tontería a lo que estamos hablando? A mí no me parecen tonterías. ¿Cuáles verdades? —Como si os habéis transformado en una pasa ahí abajo —dijo él y pasó los dedos por los húmedos pliegues de su feminidad antes de que ella pudiera protestar. Su cálida miel le dio la bienvenida. —¿Y lo he hecho? —jadeó ella. —¿Qué? —En algún momento entre la entusiasta respuesta de ella en el lecho y la húmeda constancia de su disposición, Vagn había perdido la capacidad de razonar. —¿Me he convertido en una pasa? Él introdujo un dedo en sus profundidades, donde los músculos se contrajeron y relajaron a su alrededor. Podría haber soltado un gorjeo en ese momento, pero no estaba seguro. —No —dijo él, negando con la cabeza—. Sois más como un lozano y apetitoso melocotón. —Bien —dijo ella. Él rodó colocándose sobre ella, quien separó las piernas para acogerle. La punta de su masculinidad descansaba a la entrada del sexo de ella, como un barco que regresa al hogar. Pero había algo más que debía decir. —Todavía estáis a tiempo de cambiar de idea, Helga —dijo—. Una vez que entre, ya no podréis afirmar vuestra virginidad. Si elegís casaros algún día, vuestro esposo podría sentirse defraudado. —¿Os sentiríais defraudado si acudiese a vos sin un himen? —No, pero seguramente sabéis que la virginidad es apreciada por muchos. —He venido a vos voluntariamente, Vagn —Ella apoyó una mano sobre su mejilla y permitió que las yemas de sus dedos trazasen un sendero hasta la mandíbula de él, su cuello y el centro de su pecho—. Ha llegado el momento. Él levantó las rodillas de ella y las separó, colocándose en la entrada de su feminidad con los brazos apoyados a ambos lados de su cabeza. Con un tenso gruñido apenas disimulado, empujó dentro de ella, hasta la empuñadura. Ella se tensó un momento y después se relajó. —¿Estáis bien? ¿Os hago daño?

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—Sólo un poco. No os mováis. Permitid que me acostumbre… oh. Oh. Eso está mejor. Oh, me colmáis. Y crece. Puedo sentir como crece. La voz de ella estaba preñada de asombro. Sangriento infierno, él también estaba asombrado. Cuando los pliegues más profundos de ella se movieron para acomodarse a él, su miembro había crecido aún más. —Necesito moverme, Helga. ¿Puedo moverme? —No lo sé —dijo ella con una risita—. ¿Podéis? Loco podría volverse. Intentó ser gentil. Intentó ir despacio. Pero había pasado tanto tiempo. Y ella estaba tan caliente y tan receptiva mientras se agitaba a un lado y a otro, suplicando por algo que aún no comprendía. Demasiado pronto los largos y lentos embates de él se hicieron cortos y rudos, especialmente cuando ella sacudió con fuerza las caderas sin pensar, cabalgando sobre el éxtasis que la abrumaba. Con un rugido a medias de satisfacción y a medias de frustración, él salió de ella y derramó su semilla sobre el suave tejido que había colocado bajo la almohada justo para ese propósito. Más tarde, lo arrojaría al fuego. Por ahora, se dejó caer sobre Helga, probablemente aplastándola. Pero ella se lo quitó de encima con energía. ¡Por los dioses! ¿Qué le haría cuando se diese cuenta de cómo utilizaba su cuerpo? Él no podía ni imaginárselo. No podía esperar a saberlo. —¿De qué os sonreís? —preguntó Helga cuando él levantó la cabeza para mirarla. —Soy feliz —Y esa era la verdad, lo cual le sorprendió poderosamente. Helga se las había arreglado para sacarle de ese pozo de depresión en el que se había estado revolcando últimamente—. ¿Y vos por qué sonreís? —Porque también soy feliz. —¿Porque podríais llevar mi semilla? Ella negó con la cabeza. —Porque me habéis complacido, vikingo. Las palabras de ella le alcanzaron y aferraron su corazón. Por un segundo, no pudo respirar. —Por supuesto, si he capturado vuestra semilla, estaré incluso más complacida. Pero yo no estaré complacido. ¿O lo estaré? ¿Por qué me lo pregunto siquiera? —Hay una cosa que me intriga —dijo ella, jugueteando con uno de los rizos del pecho de él. —¿Y eso sería? —dijo él, jugueteando con uno de los pezones de ella. —¿Cuántos de esos paños captura-semilla tenéis? Él soltó una carcajada de sorpresa. —¿Por qué? —Porque esta va a ser una larga noche. —Eso espero, dulzura. Eso espero. Soy una mujer… escucha como ronroneo…

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—Bueno, bueno, bueno —murmuró Helga para sí misma cuatro horas y tres asaltos amorosos después. Bajó la mirada hacia Vagn, quien roncaba suavemente junto a ella. Tenía los brazos levantados por encima de la cabeza, revelando unas matas rubias extrañamente atrayentes en sus axilas. Las piernas estaban extendidas, y una pequeña sonrisa curvando sus labios. Tenía una señal de dientes en el hombro, una marca de succión en el vientre y arañazos en la espalda. El tipo había sido tumbado sobre su dulce trasero, escurrido de dentro a afuera y derrotado. Y Helga lo había hecho. Decir que estaba sumamente satisfecha con sus ocultos talentos para el deporte del lecho era quedarse muy corto. Oh, había venido a Vagn esperando obtener su semilla masculina, pero sería poco honesta si no admitiera lo mucho que disfrutaba con la tarea… o lo mucho que ansiaba más. Pero por ahora, debía arrastrarse de regreso a su propia habitación antes de que alguien descubriese donde estaba. Temía quedarse dormida junto a Vagn —aunque la perspectiva era muy apetitosa— y ser descubierta por la mañana por un criado. Su padre subiría con una espada y un sacerdote en un instante. No habría ninguna boda a punta de espada para ella. De hecho, ninguna boda en absoluto. Con una última sonrisa de satisfacción, Helga comenzó a deslizarse de la cama. Casi estaba fuera cuando una mano aferró su tobillo y la atrajo de vuelta. —¿Dónde creéis que vais, dulzura? Tiró con más fuerza y ella aterrizó sobre el granuja. No solamente estaba despierto sino que una zona clave de su cuerpo, también. Una parte que ella empezaba a conocer muy a fondo. —Debo volver a mi recámara antes de que amanezca —explicó ella. —Aún queda mucho tiempo hasta el amanecer y tengo mucho que enseñaros antes de eso. Él estaba tomando sus nalgas y soplando en su oreja al tiempo que le hablaba suavemente, por eso no fue sorprendente que sus palabras no se registraran de inmediato en el cerebro de ella. —¿Enseñarme? —cloqueó finalmente—. ¿Enseñarme qué? —El largamente afamado punto S vikingo, por supuesto. —¿Oh? ¿Y dónde debería estar eso? —Dentro. ¡Dulces valquirias! No me atrevo a preguntar qué quiere decir con eso. En su lugar, preguntó algo igualmente poco ingenioso. —¿Y cómo lo encontraría? —No lo harías. Yo lo haría —De momento Vagn había separado sus redondeces inferiores y estaba haciendo cosas perversas con sus largos dedos. —¿Cómo? —era lo bastante tonta para preguntar—. ¿Con tus… oh, oh… dedos? —No. Con mi lengua. Y lo hizo. No es de extrañar que se diga que los vikingos son hombres con muchos talentos. No es de extrañar que las mujeres de los escandinavos se paseen con sonrisas en los rostros. No es de extrañar que ella se estuviera enamorándose un poco de Vagn Ivarsson.

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La pesadilla de encontrarse desnuda en público… Helga estaba en la gran sala a media mañana comiendo su tercer cuenco de avena cocida y su segunda rebanada de pan untada con mantequilla, acompañada por una gran jarra de cerveza. Estaba famélica, por alguna razón. —Helga, ¿qué te pasa? —preguntó su padre—. Nunca te he visto comer tanto de una sentada. —Debe ser la tormenta y toda esta inactividad aquí dentro —Bien, esa era una respuesta muy poco pensada. Cualquiera sabe que lo contrario sería cierto; la actividad abre el apetito. Oh, bien. Él la observó sin creerla. —Tienes la cara colorada y tus labios están hinchados. ¿Estás segura de que no estás enferma? Rona soltó un resoplido al pasar junto a ellos, y Finn, quien estaba sentado al otro costado de su padre, dijo: —Tiene el aspecto de una muchacha a la que han dado… —Sus palabras se cortaron, por suerte, ante la mirada de advertencia de Helga. De todos modos, sonrió intencionadamente mientras sorbía su propia cerveza y la observaba retorcerse. —No, no estoy enferma. ¿No puede una dama comer a su gusto sin alguien mirándola boquiabierto? Todos se giraron, pero ella pudo ver por el rabillo del ojo la mueca de confusión en el rostro de su padre. Justo entonces, Vagn llegó pavoneándose. ¡Oh, buenos dioses! ¿Tenía que pavonearse? Todos sospecharán lo que ocurrió, si no lo habían hecho ya. Entonces ella notó su túnica sin cuello, la cual exponía la marca de mordisco de su hombro cerca de la curva de su cuello. Esperaba que nadie más lo notaría, ¡pero no hubo suerte! Un rápido vistazo le mostró a su padre, Finn, Rona y algunos más mirando fijamente a la mencionada marca y sonriendo. Aunque su padre no había relacionado la marca con ella, porque le comentó a Vagn: —Parece que tu vida de celibato ha terminado, muchacho. ¡Bien por ti! Un hombre necesita liberar los humores de su cuerpo de vez en cuanto o explotaría. Vagn sonrió y guiñó un ojo antes de tomar asiento junto a ella. Helga apoyó la cara en una mano y gruñó. —Estoy hambriento —dijo Vagn—. No sé por qué, ya que comí hace pocas horas y fue una comida sabrosa. Ella gruñó otra vez. Bajo la mesa sintió la mano de Vagn sobre su muslo arrastrándose hacia arriba. Levantó la cabeza de pronto y le miró con el ceño fruncido. ¿Pero le detuvo eso? No. Él fingió escuchar algo que el padre de ella estaba diciendo sobre un jabalí salvaje al que habían visto cerca de la propiedad la noche antes. Y mientras su padre y algunos de sus guardias discutían sobre una partida de caza planeada para más tarde, Vagn comía con una sola mano y la condujo al éxtasis con la otra. Finalmente su padre miró en su dirección, apartó la mirada y volvió a fijarla sobre ella.

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—¡Helga! Decididamente estás colorada y ahora te falta el aliento. Insisto en que regreses a tu lecho y descanses. Estaré fuera unas cuantas horas y pasaré a verte más tarde. —Tal vez tengáis razón —dijo ella, levantándose sobre unas piernas temblorosas. Se despidió de todos y comenzó a marcharse. Entonces fue cuando escuchó como Vagn le decía a su padre: —En realidad, creo que hoy debo pasar de la caza de jabalí. Mi herida me ha dolido toda la noche y mi cabeza empieza a palpitar. Creo que debería echarme en el lecho, también. ¿Te importa? —No. Ve, muchacho. Habrá otros jabalíes. Después de que ambos se hubiesen ido, en la alta mesa todos se miraron unos a otros y después estallaron en carcajadas. Gorm rió más fuerte que todos los demás. Y las apuestas volaron altas y calientes.

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Capítulo 11 Oh, las redes que tejemos cuando primero engañamos… Era la segunda semana de Diciembre. La nieve y las tormentas de hielo les habían convertido a todos en prisioneros en Ravenshire, excepto a Eirik, Tykir y Bolthor, quienes habían partido antes de cambiar el clima hacia Winchester para asistir al Witan. Y excepto a Toste, quien había sido, por supuesto, un auténtico prisionero esos pasados cinco días. La “desaparición” de Toste no había levantado ninguna alarma. Todo el mundo asumió que había partido con la hermana Margaret y estaba por alguna parte buscando al asesino de su hermano. En realidad, había sido un muchacho del establo quien había viajado con la hermana Margaret, gracias a la cesión de otra de las preciosas monedas de Esme. El plan de Esme no estaba yendo tal como había esperado. De hecho, se sentía como si hubiese colocado la cabeza en la boca de un tigre y ahora no sabía como sacarla de allí. Como resultado, había tomado la costumbre de morderse las uñas hasta dejar los dedos como muñones y de estrujarse las manos con el miedo, gestos que no se les pasaban desapercibidos a Eadyth y Alinor, quienes asumieron que Esme estaba angustiada por las potenciales malas noticias que sus esposos podrían traer del rey. ¡Si ellas supieran! Ese era el menor de sus problemas en ese momento. Armándose de valor, entró en la cabaña. Se cepilló unos copos de nieve de la capa, la dejó sobre una silla y depositó su fardo de comida en el suelo, después atizó el fuego para asegurarse de que calentaría apropiadamente la pequeña habitación. Sólo entonces se giró para mirar a Toste. Tenía la mordaza en la boca, como siempre estaba cuando se encontraba solo, para evitar que gritase pidiendo ayuda, pero sus ojos lanzaban puñales azules hacia ella. De alguna forma la colcha de piel se había deslizado apartándose de él, de modo que yacía tan desnudo como cualquier hombre podría estar. Ella trató de no mirar más abajo de su cuello. Nadie se había acercado a Toste con una cuchilla a fin de afeitarle el rostro, ni siquiera Lars, el compañero de Bertha. Así que su cara estaba cubierta de barba. En lugar de darle un aspecto desaliñado, parecía peligroso. Lo cual, por supuesto, así era. Acercándose, ella apartó la mordaza de su boca. —¿Os apetece un trago de agua? Él se negó a contestar y se limitó a continuar mirándola fijamente. —¿Hay algo que pueda hacer por vos? —Liberadme. —Solamente si accedéis a permanecer aquí hasta que yo esté a salvo en Evergreen —En realidad, el hombre era tan terco como una mula. Ella habría creído que a estas alturas se sometería. —Liberadme —exigió de nuevo, negándose a acceder a nada. —No puedo —dijo ella.

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—Os mataré, Esme. No me habéis dejado otra elección. Una vez esté libre, os mataré. Él decía eso a menudo, cada vez que ella le visitaba en la cabaña. Una de las cosas a las que él más se oponía era al hecho de que Bertha o su viejo amante fuesen varias veces al día a colocar una cacerola bajo sus nalgas para que él pudiese aliviar sus necesidades físicas. Bertha también le bañaba a diario, y disfrutaba ampliamente con la tarea. Esme sabía que todo debía ser degradante para Toste pero, ¿qué opción tenía? Viendo que sus amenazas de muerte no le llevaban muy lejos, Toste dijo: —Si me quedo aquí echado mucho más tiempo sin ejercitar mi cuerpo, me saldrán úlceras en el trasero. Probablemente tenía razón. Esme había visto a la madre Wilfreda tratar muchas úlceras en las personas ancianas que no eran capaces de pasear. —Bueno, ¿no podríais contraer y relajar los músculos de vuestro cuerpo? Ya sabéis, concentraos en una zona del cuerpo. Eso debería traer la sangre a la superficie. Los ojos de él se abrieron de par en par. —¿Estáis sugiriendo que flexione mis nalgas? —Patán ordinario —murmuró ella en voz baja. —Pero a lo mejor hay otra parte de mi cuerpo que deseáis que flexione. Y mientras ella miraba, él la mostró a cual parte se refería haciendo que ésta se flexione y después creciese, sin siquiera tocarla. Incluso la marca de nacimiento del interior de su muslo pareció moverse. Probablemente era un talento que los hombres consideraban impresionante. Pero para una mujer, sólo era aburrido. —¡Patán ordinario! —repitió, y esta vez no se molestó por mantener la voz baja. Con un resoplido de disgusto, le subió la piel hasta el pecho… algo que debería haber hecho en cuanto había entrado en la cabaña. Él se limitó a soltar una carcajada. Ella desató su fardo y sacó un plato con unas lonchas frías de pato asado y venado, queso duro, una manzana, una rebanada de pan y dos pasteles de miel. —¿Tenéis hambre? —preguntó. Él asintió y ella llevó una silla junto a la cama. Le alimentó bocado a bocado, alternando con sorbos de cerveza de una pequeña jarra. Mientras le alimentaba, ella hablaba, sin dejar de esperar si él continuaría la conversación. Nunca lo hizo. —La tormenta se está haciendo más fuerte. No sé si Eirik, Tykir y Bolthor habrán podido dejar Winchester ya. Lo dudo. Se dice que los caminos están intransitables y cubiertos con una capa de hielo. —Alinor me está enseñando a tejer. Que ropa tan bonita fabrica con su propia lana secada de forma especial. Y Eadyth me está enseñando como extraer la miel del panal y conseguir distintas categorías. Yo misma cociné estos pasteles de miel. —Creo que intentaré criar abejas y ovejas en Evergreen cuando regrese allí. La familia de mi madre sólo trabajó la tierra, pero esto podría ser otra forma de hacerla próspera. —Alinor y Tykir tienen unos hijos muy hermosos. ¡Y cuatro! Y todos ellos son unos granujas. Como su padre, imagino. —Sarah y Sigrud han perdido la cabeza por vos. Sólo hablan de vuestros anchos hombros y vuestros diabólicos ojos. Seguramente ni siquiera vos iríais tras una muchacha de diecisiete años a vuestra edad, ¿verdad? Por otro lado, muchas personas

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ni alzarían una ceja ante una diferencia de catorce años, supongo. Ah, puedo ver que consideráis que no es de mi incumbencia. —¿Todavía sentís esos dolores en el vientre, el dolor que imita la herida de vuestro hermano? Bueno, no tenéis que contestar. Sé que sí. —Algunas veces os envidio, Toste. Por primera vez obtuvo una reacción del silencioso bruto. Sus ojos se abrieron con interés e inclinó la cabeza a un lado sobre la almohada. —Sé que sufrís por la muerte de vuestro hermano, pero envidio el amor que compartieron el uno por el otro. Era especial y excepcional, algo que conservar. Yo nunca he experimentado esa clase de amor —ninguna clase en realidad— y sospecho que nunca lo haré. Lo sé, lo sé —dijo ella con una carcajada—, estáis pensando que nunca lo haré porque estaré muerta. Bueno, algunas cosas merecen la pena morir por ellas. Vos estáis dispuesto a morir por el honor de vuestro hermano. Yo estoy dispuesta a morir por recuperar mi hogar. —Bolthor contó la más horrorosa de las sagas antes de partir hacia Winchester. Trataba sobre Alinor teniendo cola y burlándose de un vikingo llamado Rurik. Creí que Alinor le retorcería el cuello, pero todos los hombres se echaron a reír a carcajadas. —Apuesto a que a Bolthor le encantaría narrar alguna espantosa saga sobre esto —dijo ella, señalando sus ataduras y su desnudez—. No es que alguna vez lo sepa, pero, Dios Bendito, probablemente tendría algún título atroz como «Como el Gallo se Quedó Desplumado», o «Ella se Salió con la Suya con Él». Ja, ja, ja. —Oh, bueno, si no vais a hablarme, bien podría regresar al torreón. Estaba a punto de volver a colocarle la mordaza cuando él dijo: —Esme… —¿Qué? —preguntó ella esperanzada. —Voy a mataros. Parecía una buena idea en ese momento… A la mañana siguiente, Esme se encontraba en la cocina con Eadyth, Alinor y las gemelas, Sarah y Sigrud, haciendo planes para el gran banquete de Navidad que se ofrecería en Ravenshire. Eadyth y Alinor estaban de un humor especialmente bueno porque la racha de mal tiempo finalmente había terminado, y el sol lucía cálido en el exterior, derritiendo la nieve y el hielo. De seguro sus esposos regresarían en los próximos días. Lo cual le provocó a Esme más angustia. ¿Cuánto tiempo más podría contener a Toste contra su voluntad sin que alguien lo descubriese? Y si no accedía a sus demandas, ¿qué haría entonces? —¿Creéis que Toste volverá a tiempo para la fiesta? —preguntó Sarah tímidamente. Su hermana Sigrud le dio un codazo. —Sólo nos lo preguntamos porque él adora bailar y seguramente habrá bailes durante el banquete. Eadyth sonrió a las dos sonrojadas muchachas, quienes eran bastante atractivas con el cabello rubio plateado y los ojos violeta de su madre.

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—Estoy segura de que estará de vuelta para entonces —intervino Alinor—. Y, sí, Toste y Vagn siempre fueron bailarines expertos, según recuerdo. —Toste es un poco viejo para vosotras, chicas —dijo Eadyth amablemente. —¡Ma… dre! —exclamaron las gemelas como una sola. Después de que las gemelas marchasen a registrar su guardarropa en busca de vestimentas lo bastante elegantes para el banquete, Esme todavía permanecía sentada a la mesa junto a las dos mujeres, quienes la divertían con historias. —No puedo creer algunas de las barbaridades que hacíamos cuando éramos jóvenes —comenzó Alinor—. Una vez, cuando Tykir y sus hombres me raptaron para llevarme de regreso a la corte del rey Anlafs, eché una poción en su cerveza. Dios Bendito, se pasó dos días enteros en el retrete por mi fechoría. —Bueno, yo fingí ser una vieja bruja durante los primeros meses de mi matrimonio con Eirik. ¿Es o no es atroz? —Puedo superarlo. Hubo una vez que até el pelo de Tykir a una silla para que no pudiera perseguirme cuando escapé. Además estaba desnudo, por supuesto —Alinor sonrió pícaramente ante el recuerdo. —Creo que la cosa más horrible que nunca hice fue planear el simulacro de mi propia muerta. Coloqué todos aquellos huesos y entrañas de animales en un establo, esperando que Eirik creyera que era yo. Esme estaba asombrada porque aquellas mujeres admitieran —no, se complaciesen en— sus escandalosas travesuras. Probablemente fue por eso que dejó escapar: —Bueno, nada de eso es tan horrible como lo que he hecho yo. De inmediato se tapó la boca con una mano, pero era demasiado tarde. Eadyth y Alinor la observaban con indudable interés. —¿Qué has hecho, Esme? —preguntó Eadyth dulcemente. —Oh, no puedo decirlo. Creeríais que soy la mujer más malvada sobre la Tierra. Me odiaríais. Os escandalizaríais. Me expulsaríais de Ravenshire en el acto. —Esme, querida mía, no hay nada que puedas decir que nos escandalizaría. Créeme, hemos visto y hecho de todo —La pecosa mano de Alinor palmeó la de Esme para consolarla. Esme no se sintió consolada. —Os equivocáis. Os escandalizaríais. —La razón para tu nerviosismo estos últimos días… no es porque estés preocupada acerca del veredicto del Witan, ¿verdad? —preguntó Eadyth con vacilación. —Eso me preocupa, por supuesto, pero no es mi mayor preocupación. Estoy en un aprieto tan grande. —¿Qué has hecho? —exigió saber Alinor. —Secuestré a Toste y le tengo atado a una cama en la cabaña del leñador, desnudo —soltó de un tirón. Sorprendentemente, se sintió mejor tras revelar su secreto. Y Alinor se equivocaba. Estaban escandalizadas, como demostraban sus bocas abiertas. —¿Ahora? ¿Está en la cabaña del leñador, ahora? —pudo espetar Eadyth finalmente. —¿Desnudo? ¿Atado a una cama? —añadió Alinor, con la voz estrangulada.

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Esme asintió. —Pero no puedo liberarle hasta que acceda a mi propuesta. —¿Una propuesta matrimonial? —le insinuó Alinor. —No, una propuesta de matrimonio no. ¡Por los huesos de Cristo! ¿Por qué querría casarme con ese patán? Alinor y Eadyth sonrieron ante su vehemente respuesta. Entonces Alinor dijo: —Cuéntanoslo todo. Y Eadyth añadió: —Sí, todo. Tras explicárselo todo, las dos mujeres se limitaron a mirarla atónitas. Al principio, Esme no pudo saber que pensaban de sus horribles acciones. Pero entonces Eadyth le palmeó en la espalda y dijo con alegría: —Desde el principio dije que tú y yo nos llevaríamos bien. —Sí, eres una mujer de las mías —Alinor le dio un cálido abrazo—. Viste una necesidad en tu vida y tomaste el asunto en tus propias manos. ¿Quién puede discutir eso? —Bueno, Toste, por ejemplo. Y probablemente vuestros maridos. —¡Hombres! —exclamó Alinor como si su opinión tuviese muy poca importancia. —Muéstranoslo —dijo entonces Eadyth. —Sí, debes enseñarnos a Toste para que podamos ayudarte —añadió Alinor. Esme no estaba muy segura de que alguien pudiera ayudarla a estas alturas, pero se sentía feliz de tener dos compinches. Bueno, si no exactamente compinches, al menos confidentes. Las tres llegaron enseguida a la cabaña del leñador. Toste se giró para mirarla cuando entró, después abrió los ojos de par en par por la sorpresa y la indignación al descubrir a las dos mujeres que la seguían. Al menos su cuerpo estaba decentemente cubierto. Ella le había ahorrado esa humillación. Esme se acercó a él y le retiró la mordaza. Eadyth y Alinor intentaban no mostrar su asombro o diversión, pero Alinor cometió el error de soltar una risita. —¿Estáis vosotras tres idiotas aquí para liberarme? —preguntó él con frialdad. —Bueno, no —contestó Eadyth. —Es decisión de Esme —dijo Alinor. —Todavía no —dijo Esme. —Entonces marchad —ordenó él—. Ahora. —Sólo quiero decir… —¡Fuera de aquí! —rugió él. Eadyth y Alinor se apresuraron fuera de la cabaña, riendo lo bastante fuerte para que Toste las oyese. Cuando Esme levantaba la mordaza para colocarla nuevamente sobre su boca, él le dijo: —Voy a mataros, Esme. Y disfrutaré mucho haciéndolo. Pero la muerte será la parte más fácil. Es lo que vendrá antes lo que será largo y, como decirlo, difícil. No podréis dar crédito a mi vasta imaginación para torturar.

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Bienvenido a casa, cariño… muchacho, tengo noticias… Eirik, Tykir y Bolthor regresaron al día siguiente, con sus voces retumbando de alegría. La época de la Navidad estaba casi encima. En una semana habría muchos invitados en Ravenshire. Y aunque las noticias del Witan no eran maravillosas, tampoco eran malas. Tykir miró a su esposa, Alinor, de quien se había separado en raras ocasiones durante esos diez años de matrimonio, le guiñó un ojo y después la levantó en brazos con una carcajada de alegría para subir a su recámara para una verdadera bienvenida. Eirik miró a Eadyth, y aunque normalmente no era tan juguetón como su hermano menor, la levantó en brazos e hizo lo mismo. Los que quedaron en la gran sala se limitaron a menear la cabeza ante el comportamiento amoroso de los hermanos. Una hora más tarde, Eadyth yacía entre los brazos de su esposo, ambos desnudos y saciados, escuchando mientras él le contaba la decisión del Witan, o mejor dicho la falta de decisión. —Lord Blackthorne y sus hijos estaban allí como esperábamos —le dijo—. Nunca he conocido a una pandilla más embustera. Y que mentiras contaron. —El rey Edgar… y los ancianos del Witan… ¿aceptaron sus historias? —preguntó Eadyth entrecruzando los dedos a través del grueso vello del pecho de él. Con casi cincuenta años, su marido aún era un hombre tremendamente atractivo. Y todavía podía excitarla entre las pieles del lecho. —Continúa mirándome así y no seré capaz de contestar —dijo él con una risita, sin asomo de disgusto—. El rey nunca ha sido amigo íntimo de Blackthorne. Bueno, en realidad, es el hijo de Blackthorne el que es su camarada. Pero algunos del consejo estaban influenciados por el arzobispo Dunstan, quien aconsejó andarse con pies de plomo. Dunstan no es alguien que se deje intimidar… por nadie. —¡Dunstan! ¿Estaba allí? —Todos sabían que Dunstan había sido el poder tras el trono desde el instante en que le habían reclamado desde el exilio tres años antes—. ¡Ese astuto zorro con hábito de monje! —Ese zorro con hábito de monje vendrá a nuestras celebraciones de Navidad, junto con una representación completa de nobles sajones. Exigen una audiencia personal con lady Esme, pero yo creo que sólo desean disfrutar de tu famoso hidromiel. —¿Aquí? —chilló Eadyth—. Vienen aquí. Oh, Esme se morirá. Y, Toste… oh, buen Señor, ¡Toste! —Es interesante que menciones a Toste. Hablé con un sacerdote que venía de la catedral de Jorvik, y me dijo que la hermana Margaret llegó allí con uno de nuestros mozos, no con Toste. Y nadie le ha visto por ninguna parte. —Ummm… Eirik, hay algo que debo contarte. Él se sentó al punto, alerta ante el matiz en la voz de su esposa. —¿En qué estás metida ahora? —Él la conocía demasiado bien. —No soy yo quien está metida en algo. Es Esme. —¿Esme? —Él meneó la cabeza como un perro peludo—. ¿Por qué siempre tienes que confundirme? Habla claro. —Toste. Secuestrado por Esme. Cabaña del leñador. Atado a la cama. Desnudo. En unos segundos, Eirik se estaba colocando sus braies, riendo profundamente.

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—No puedo esperar a verlo. Finalmente el granuja ha encontrado su igual. Tronchándose de risa… En otra recámara algunas puertas más allá, Alinor estaba sentada sobre el vientre de su esposo. Desnuda, como a él le gustaba. Tykir estaba despatarrado, con los brazos y las piernas extendidos, jadeando en busca de aliento. Bien saciado, como le gustaba a ella. —Tykir, cariño, hay algo que debo contarte. Los ojos de él se entreabrieron. —Uh, oh. Sospecho que hay problemas en camino, especialmente cuando me llamas cariño mientras estás sentada sobre mi flácida polla. —¡Tsk tsk tsk! —le reprendió ella—. Se trata de Toste. —Ya sé qué pasa con Toste. Está desaparecido —Él procedió a relatarle el encuentro con el sacerdote procedente de la catedral de Jorvik. —No desaparecido, precisamente —le contó ella—. En realidad está aquí, en Ravenshire. Nunca se fue. —¿En serio? —Él frunció el ceño—. No le he visto cuando llegamos. —Bueno, no puede venir a la sala. —¿Por qué? —la instó él. —Está atado a una cama en la cabaña del leñador, desnudo —dijo ella rápidamente. —Deja de hablar con acertijos. ¿Quién le hizo eso? —Esme. Tykir se quedó mirándola por un momento y después rompió a reír. Reía tan fuerte que su masculinidad brincaba dentro del sexo de ella, lo cual causó que éste le apretase y soltase, haciendo que desease hacer el amor con ella otra vez, sin dejar de reír. Una vez que ambos estuvieron completamente vestidos y preparados para abandonar la recámara, Tykir dijo: —No puedo esperar a verlo —Todavía se estaba riendo. Una vez en el corredor se encontraron con Eirik y Eadyth. Eirik también se reía. Bajando las escaleras, le contaron la historia a Bolthor, quien también se echó a reír. De modo que fue un alegre grupo el que se puso en marcha por el todavía nevado camino hacia la cabaña del leñador. Bolthor ya estaba componiendo una saga. De hecho, decía que esperaba obtener dos o tres poemas de este acontecimiento. Justo antes de abrir la puerta de la cabaña, Eirik apretó el hombro de su esposa y dijo: —Creo que esta va a ser la Navidad más divertida que hayamos disfrutado en Ravenshire desde hace años. Dulce venganza… Diez días de cautiverio y Toste se apretaba los dientes una vez más ante la terquedad de Esme. A pesar de todas las amenazas, ella no le liberaría. Se estaba quedando sin ideas.

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—Dejad de mordisquearos las uñas —espetó—. No dejaréis nada para que os pueda arrancar. Y vuestro silbido no es melodioso, creedme. Ella levantó la mirada desde su silla junto al fuego, al cual había estado observando pensativamente. Y continuó mordisqueando nerviosamente su pulgar. —Eirik, Tykir y Bolthor deberían estar pronto en casa, ahora que el tiempo es más cálido —comentó ella. Se podía escuchar en el exterior el agua goteando a un ritmo constante desde el tejado al interior de un barril—. ¿Creéis que las noticias serán malas para mí? —Las noticias serán malas para vos sea lo que sea lo que el Witan decida. —¿Cómo es eso? —Incluso aunque decidan a vuestro favor, todavía tendréis que veroslas conmigo. —No tuve elección, Toste. —Oh, teníais elección, milady. No conozco a ninguna otra mujer de noble cuna que habría hecho lo que vos hicísteis. Ella se encogió de hombros. —Si un hombre hubiera hecho lo que yo, la gente habría dicho que estaba justificado. ¿Por qué las mujeres deben ser tratadas de forma distinta? —Porque las mujeres son distintas —Él le dijo explícitamente porque eran distintas. Ella ignoró su crudeza y preguntó de pronto: —¿Alguna vez habéis estado enamorado? De una mujer, me refiero. No, sólo de hombres. Por el trueno, me insulta incluso aunque no esté intentando hacerlo. —No. ¿Por qué lo preguntáis? —Pienso que si amarais a una mujer tanto como amabais a vuestro hermano, bueno, esa mujer sería muy afortunada. —¿Estáis tratando de ganaros mi favor con cumplidos? ¡Olvidadlo! —No. Sólo intento entablar conversación. —¿Sois virgen? —preguntó él, figurando que ella no era la única que podía cambiar de tema a voluntad. Las cejas de ella se alzaron con la sorpresa. —Sí, lo soy. ¿Por qué pensaríais otra cosa? —Una mujer que está tan tenazmente decidida a recuperar su hogar a cualquier coste podría sentirse tentada a utilizar su cuerpo como moneda de cambio. —¿Como una prostituta? ¿Eso es lo que pensáis de mí? —Absolutamente. Él vio lágrimas en sus ojos ante el insulto, pero no le importó. La mujer le había despreciado con su engaño. Era una fulana, si no realmente, sí en espíritu. No tuvieron oportunidad de profundizar en la cuestión porque hubo una conmoción en el exterior. Entonces todo el infierno se liberó. Su infierno personal, eso es. Eirik, Tykir, Bolthor, Eadyth y Alinor irrumpieron en el pequeño cuarto. Las cabezas de los hombres rozaban el bajo techo. Todos formaban un ramillete mirando boquiabiertos la extraordinaria visión de él atado a la cama con tan sólo una piel sobre la mitad inferior de su cuerpo para cubrir su desnudez. Los cinco se limitaron a mirarle durante un largo momento. Después lentas sonrisas cruzaron todos los rostros.

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Sin su usual introducción, Bolthor comenzó a declamar: Había una vez una doncella que engañó a un muchacho. Atado a la cama, sometido a su voluntad, con una sonrisa y un guiño. Pero ¿cómo pudo un vikingo llegar a esa situación? Opino que pensaba no con su cabeza sino con su “otra” cabeza. Así es la caída de muchos vikingos. —¡Gran poema! —dijo Alinor. —Entonces, ¿cómo van las cosas, Toste? —preguntó Eirik, sentándose al pie de la cama—. ¿Ha pasado algo nuevo mientras estábamos fuera? —¿No creéis que podemos jugar a esto cuando estemos de regreso en el torreón? —le preguntó Alinor a Tykir. —Ya hemos jugado a esto antes —le recordó Tykir. Alinor ni siquiera se sonrojó al contestar: —Oh, es cierto. Ahora lo recuerdo. —A Sarah y a Sigrud les complacería que bailases con ellas en el banquete de Navidad, Toste. ¿Crees que estarás levantado para entonces? —inquirió Eadyth dulcemente mientras agitaba las pestañas. —Es demasiado viejo para las niñas —le dijo Eirik a su esposa. —Eso es lo que les dije a ellas —señaló Eadyth. —¿Alguien quiere oír otra saga? —preguntó Bolthor. —¡No! —exclamaron todos. —No os atreváis a cruzar esa puerta —ordenó Toste cuando vio a Esme intentando escapar—. Bolthor, bloquéale el camino —A Eirik le exigió—: Corta mis ataduras. Cuando estuvo de pie, libre, sin preocuparse por su desnudez, les ordenó a todos: —¡Fuera! Excepto vos, Esme. Vos os quedaréis. —Toste, no seas demasiado duro con ella… —comenzó a decir Eadyth. —No intervendrás en esto, Eadyth —le dijo él—. Ni tú, Alinor. Esto es entre ella y yo. ¡Fuera de aquí! Tanto Eirik como Tykir condujeron a sus reticentes mujeres al exterior, y Bolthor les siguió, riéndose entre dientes y sin duda componiendo una docena de versos, todos a expensas de Toste. En unos segundos, se encontró a solas con Esme en la cabaña. Podría haberse colocado sus calzones en ese momento. Debería haberlo hecho. No lo hizo. Quería intimidarla con su desnudez, o cualquier otra cosa, ya puestos. Había que reconocerle mérito, ella no se encogía de miedo. En su lugar, alzó desafiante la barbilla, preparada para recibir cualquier castigo que él le inflingiría. O era muy valiente o muy tonta.

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Él se movió hacia ella. Ella se apartó furtivamente de la puerta, acercándose al fuego. Él se inclinó contra la puerta, cruzó los brazos sobre el pecho y las piernas por los tobillos. Entonces se limitó a mirarla fijamente. Ella hizo su mejor intento en devolverle la mirada, pero solamente por encima de la cintura. ¿Qué hacer con la moza? Bueno, en realidad tenía multitud de ideas. La pregunta más apropiada sería: ¿Qué hacer con ella primero? —Quitaos la ropa, Esme —dijo tan suavemente que el hielo en su voz apenas se distinguía. —¿Qué? —chilló ella. —Ya me escuchasteis. Quitaos la ropa. Igualaré las tornas… por primera vez en diez días, debería señalar. —Podéis matarme con mis ropas puestas —dijo la terca bruja—. No me importa que ensangrentéis mi vestido. —Quitaos… las… malditas… ropas. —No tenéis que gritar —musitó ella mientras comenzaba a desvestirse. ¿Gritar? La muy descarada. Podría jurar que tenía deseos de morir si no hubiese malgastado ya una vida entera de deseos de morir por su vil tratamiento hacia él durante los pasados diez días. Ella ya se había quitado la capa y el vestido. Permanecía de pie frente a él vestida con una camisola lo bastante fina como para mostrar sus medias. —No vais a matarme, ¿verdad? —Aún no —era todo lo que él podría revelar. En realidad, era todo lo que sabía llegado a ese punto. Agitó una mano para que ella continuara desvistiéndose. Mientras se pasaba la camisola por encima de la cabeza y se inclinaba para bajarse las medias, le señaló, más para sí misma que para él: —Podría tomar mis votos finales como monja, ya que parece que no vais a ayudarme a recuperar Evergreen. Su visión, allí de pie, desnuda y absolutamente gloriosa en su belleza, le dejó sin aliento. Cuando fue capaz de hablar, dijo: —Milady, no existe convento en el mundo que os admitiría cuando acabe con vos. Ella inclinó la cabeza con gesto interrogativo. Cuando comprendió sus palabras, un sonrojo cubrió su rostro, bajó por el cuello y sobre sus senos, los cuales eran llenos, de pezones rosados y gloriosos. La mirada de ella se clavó en esa parte de él que era especialmente consciente de los encantos de su cuerpo. —¿Me violaréis, entonces? ¿Ese es vuestro método de castigo? —No habrá violación. Ella exhaló un suspiro de alivio. —Pero habrá sexo. Mucho sexo. Los ojos de ella se abrieron de par en par. Pareció que iba a decirle algo desagradable, pero lo pensó mejor. —Que así sea —dijo ella, levantando su terca barbilla—. Acabemos de una vez con ello para que pueda continuar con el resto de mi vida… sea como sea. Marchó sonriente hacia la cama, como un cristiano ante las fauces de un león. Debería estar temblando de miedo. Debería estar rogándole piedad. Debería estar

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disculpándose hasta volverse azul por lo que le había hecho. Eso era lo que él deseaba de ella. ¿Verdad? En unos minutos, estaba echada en la cama, tal como había estado él, brazos y piernas atadas a los postes. Él no se molestaría con la mordaza porque nadie desafiaría su cólera acudiendo en su rescate, incluso aunque gritase… lo cual no hizo. En su lugar, se limitó a mirarle sin expresión, aguardando su siguiente movimiento. Algunos hombres podrían sentirse culpables por avergonzar a una mujer de esa forma. Él no. Su orgullo herido y su frustrado plan por vengar la muerte de su hermano pesaban demasiado. Se vistió y acercó una silla junto a la cama. Pasándose una mano sobre la boca, la estudió. Se sentía excitado por su desnudez, por supuesto. ¿Qué vikingo digno de ese apelativo no lo estaría? Pero él poseía el control de sus sentidos y no la asaltaría mientras su temperamento se agitase. A decir verdad, no la asaltaría en absoluto, a pesar de su ira. Aunque copularía con ella en algún momento… eso lo sabía sin ninguna duda. —¿Ni siquiera sentís curiosidad por la decisión del Witan? —preguntó finalmente. Él vio la conmoción que la pillaba desprevenida. —Sí. Por supuesto. Oh, Bendita María, ¿cómo pude dejar que algo tan importante se me olvidara? —Bueno, estabais distraída —señaló él. —Id. Averiguadlo —exigió ella. Él tuvo que echarse a reír ante su temple. Desnuda y atada como una gallina, y todavía le daba órdenes. —Iré cuando esté listo. Ella emitió un sonido de disgusto. —He estado pensando, y sí, he tenido mucho tiempo para pensar, en vuestra situación al respecto de Evergreen. Entiendo vuestro abrumador impulso por recuperar lo que es legítimamente vuestro, pero ¿por qué vuestro padre, un hombre rico por propio derecho, se preocupa tanto por tan pequeña propiedad? —¿Codicia? —La codicia no le induciría a llegar tan lejos. Debe haber algo sobre esa propiedad que la hace valiosa para vuestro padre. Pensad en ello mientras yacéis en la cama que habéis preparado para vos misma. Ella le hizo una mueca de desprecio. Él enseguida se la borró cuando estiró la mano y tocó uno de sus pezones con la yema del dedo. Este se tensó de inmediato, así como el otro. Dos soldados obedientes firmes esperando atención… su atención. Él acercó más la silla y examinó sus senos con más detalle. Debería pincharla y pellizcarla en castigo hasta que estuviese negra y azul, pero en lugar de ello utilizó dedos gentiles y suaves roces de la palma para acariciarla. Contra su voluntad, el cuerpo de ella la traicionaba. Le gustaba lo que le hacía. Él pudo notarlo en sus ojos abiertos y el ensanchamiento de las ventanas de su nariz. Entonces movió la mano más abajo, deteniéndose en su ombligo y la suave piel de su liso vientre. Finalmente se permitió tocar los sedosos rizos de su feminidad y los húmedos pliegues que se escondían debajo. Ella gimió.

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Él contuvo su propio gemido. —¿Vais a comerme… otra vez? —preguntó ella. —¿Qué? —Él apartó la mano. No podía creer que le hubiese preguntado eso—. Uh… no ahora. Tal vez más tarde. No quiero daros placer. Se supone que esto es una tortura. Una voz en su cabeza preguntó, ¿para ella o para ti? Se puso en pie de pronto y se apartó de la cama. Cuando se estiraba para tomar su capa del gancho de la pared, ella le preguntó con pánico: —¿A dónde vais? ¿Vais a dejarme aquí… sola? Él se aseguró el broche de lobo de su capa y regresó junto a ella. Echando una última mirada a su lujurioso cuerpo, le pasó por encima la manta de pieles para resguardarla del frío que se filtraría en el cuarto una vez que se apagase el fuego. —Voy a regresar al torreón. Hay muchas noticias que debo conocer. Ella asintió. —Pero no os preocupéis, moza. Volveré para acostarme con vos. Ella dijo algo entonces que las damas raramente dicen. Pero ella no era una dama. ¿Acaso él no lo había aprendido de la manera más dura? Algunas veces la risa es la mejor medicina… Toste estaba a remojo en una enorme bañera de latón en una de las recámaras superiores de Ravenshire. Había comido una abundante comida y después había subido a su cuarto para afeitarse la cara. Finalmente se había zambullido en el agua caliente. Parecía que hubiese pasado un año y no diez días desde que se había bañado completamente. El relajante baño también le concedió tiempo para pensar. ¿Qué hacer con Esme? Todavía no tenía todas las respuestas, pero una cosa que ella había logrado con su escandaloso secuestro era que él no tuviera intención de partir inmediatamente en la persecución del asesino de Vagn. Eso podía esperar hasta que hubiese resuelto otros problemas. Como Esme. Su relajación fue pronto interrumpida por la entrada de Eirik, Tykir y Bolthor, quienes habían estado en los establos ayudando a una yegua con un parto complicado. —¿Cómo ha ido? —preguntó él. —No muy bien. El potro no sobrevivió y la yegua probablemente tampoco —dijo Eirik. —Lo siento. Sé que Sunlight era una de tus favoritas. —Así es. Pero nos ha dado otros cuatro potros en el pasado, y ha tenido una buena vida. —Hablando de la buena vida —dijo Tykir, acercando un taburete para sentarse cerca del pie de la bañera. Eirik se sentó sobre la cama y Bolthor se inclinó contra el muro—. ¿Cómo va la tuya? —Simplemente maravillosa. Todos le sonrieron, esperando escuchar toda la historia. Suponiendo que no le dejarían sola hasta que les contase todo, comenzó con el seductor mensaje que había recibido y como había terminado atado a la cama. Incluso les contó que al principio

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había confundido el nombre de Esme con “Cómeme”. Cuando terminó, los tres le miraban fijamente como si le hubiese crecido otra cabeza. Eirik sacudía su cabeza de un lado a otro. —Vagn y tú siempre habéis tenido talento para atraer situaciones ridículas. —¿Crees que yo he provocado esto? Los tres hombres asintieron vigorosamente. Bolthor, sin sorprender a nadie, fijó la mirada en la lejanía con expresión soñadora mientras el verso se adueñaba de él. —Creo que debería titularlo «Hombres y Sus Convenientes Oídos». —¿Uh? —dijeron los otros tres. La dama dijo Ess-me. El hombre escuchó Cómeme. Ella preguntó, ¿Me golpearéis? Él creyó que dijo, Caliéntame. Cómeme, caliéntame, uno y lo mismo, especialmente para un vikingo con un conveniente oído. —¡Cuánta verdad! ¡Cuánta verdad! —dijo Tykir. —¿Qué harás con ella? —preguntó Eirik. —¡Maldito si lo sé! —dijo Toste y añadió a continuación—. Sea lo que sea lo que decida, ninguno de vosotros debe interferir, y eso incluye a vuestras entrometidas mujeres. —¿La has dejado en la cabaña del leñador? —preguntó Eirik. —Lo hice y allí se quedará hasta que yo decida otra cosa. —¿Desnuda? —inquirió Tykir. Toste no respondió. No tenía que hacerlo. Los otros tres hombres sonrieron. —Y realmente, ninguno de vosotros puede condenarme. Habéis hecho cosas así y mucho más. Tú, Tykir, una vez encerraste a Alinor en una recámara de Dragonstead durante días. —Sí, lo hice, y algunos de los mejores recuerdos de mi vida ocurrieron allí. ¿Te gustaría tomar prestada mi colección de plumas? Me fue entregada hace años por un sultán que la usaba con las esclavas de su harén. Tres bocas masculinas se abrieron con incredulidad. Uno nunca sabía cuando Tykir estaba bromeando o diciendo la verdad. —No, gracias, Tykir. Me las arreglaré con mis propios métodos de tortura. —Yo podría sugerir… —comenzó a decir Eirik. —¡No! Y una cosa más. Nadie… quiero decir, nadie… se acercará a la distancia de un grito de esa cabaña. ¿Está claro? —Bueno, sería mejor que tengas esto resuelto antes de la próxima semana —dijo Eirik. —¿Y eso por qué? —Porque el castillo estará lleno de invitados para las fiestas de Navidad. Toste se tapó la cara con las manos. —Temo preguntar pero, ¿qué invitados?

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—El arzobispo Dunstan, los ancianos Byrhtnoth de Essex, Aelfhere de Mercia, Aethelwold de East Anglia, Aelfhead de Hampshire y otros notables. No me sorprendería ver llegar al rey o uno de sus más cercanos consejeros, aunque no se han comprometido. Y aunque no haya sido invitado de ninguna de las maneras, Lord Blackthorne podría así mismo presentarse para reclamar a su hija. —¿Puede mi vida ser peor que esto? —preguntó Toste. Sin preguntar, Bolthor se acercó al fuego y tomó un cubo de agua caliente que estaba allí. Lo vació en la bañera, suponiendo que Toste se estaba enfriando, o al menos debilitándose. —Bueno, en realidad, la vida podría ser peor —Tykir le miró seriamente—. Temo por Esme… oh, tú no eres un peligro para ella… pero su padre y sus hermanos sí lo son. Son una banda de canallas. Sospecho que los años más tempranos de Esme en su hogar no fueron agradables. —Sabéis, yo tengo la misma sensación —dijo Eirik—. Existen algunos hombres que odian a las mujeres. Muchos de ellos tienen hijas y hermanas, y aún así, en su corazón odian a las mujeres. —Yo amo a las mujeres… siempre lo hice —Tykir tomó un largo trago de la jarra de cerveza que había traído con él. —Lo sabemos —le dijeron los demás. —Aunque no dejes que Alinor te oiga decir eso —le dijo Eirik a su hermano. —Lo sabe. Mientras mantenga mis manos y mis partes para mí mismo, y para ella, no le importa. —Eso es lo que las mujeres dicen, pero no es lo que realmente sienten —aconsejó Bolthor. Bolthor dando un consejo a Tykir sobre mujeres era como una monja dándole consejo a una hurí de un harén sobre la copulación. La atención de Tykir regresó a Toste. —Lo que intentaba decir antes de ser tan rudamente interrumpido, Toste, es que no debes ser demasiado duro con Esme hasta que comprendas de donde procede. Y procede de un nido de serpientes. —Tal vez eso signifique que ella también es una serpiente —Toste se negaba a buscarle excusas para la mentirosa bruja. —O un ratón que se las ha arreglado para escapar de las serpientes… —sugirió Eirik. Discutieron sobre la situación mientras Toste se secaba y se vestía unas ropas limpias que le había prestado Eirik. Después bajaron todos a la gran sala para la cena. Nadie tocó el tema de Esme. Ya era pasada la medianoche cuando Toste se puso en camino otra vez, acarreando un bulto con comida, jabón, paños, un peine y otros artículos. Se preguntaba si Esme habría estado esperándole, con los ojos abiertos y asustada. ¿Rogaría piedad? ¿O sufriría en silencio? En vez de eso, cuando estaba a punto de abrir la puerta, escuchó algo de lo más extraño. Silbidos. Su cautiva, quien debería estar temblando llena de miedo, estaba, por todos los demonios, silbando. Cambio de rumbo es juego limpio… ¿o eso es un juego divertido?

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Esme estaba recostada de espaldas, desnuda, silbando. Siempre silbaba cuando estaba nerviosa. Y ahora estaba verdaderamente nerviosa. —Eres una silbadora terrible —señaló Toste mientras colgaba su capa de un gancho en el muro y después arrojaba algunos leños al fuego. —La calidad del silbido no es tan importante como el hecho de que silbe —¡Idiota, idiota, idiota! El hombre me está convirtiendo en una idiota. Lo próximo será conversar sobre la calidad de la respiración—. Creedme, silbar es lo único que me ha mantenido cuerda en muchas ocasiones del pasado. Los ojos de él se alzaron ante sus palabras. Estaba esperando a que ella se explicase más en detalle. ¡Ja! No le contaría que había silbado cuando la vara de abedul de su padre le había azotado la espalda. No le contaría que había silbado cuando sus hermanos la encerraron en el sótano durante dos días enteros en una travesura de chiquillos. No le contaría que había silbado muchas veces en el convento cuando su soledad se había hecho casi insoportable. —Para ser un buen silbador, primero debes mojar tu silbato —le dijo él y tomó asiento en el borde del colchón. Él debe ser tan idiota como yo… continuando una tonta discusión sobre el arte del silbido cuando hay cosas más importantes que discutir, como mi cautiverio. —No necesito… Era demasiado tarde. Él ya se había inclinado y le perfilaba los labios con la punta de su lengua. Ella notó distraída que se había afeitado el rostro y que su piel olía a jabón. Después él profundizó la lengua en el interior de la boca de ella y remojó sus labios con humedad. Una y otra vez lo hizo hasta que los labios estuvieron más que mojados. Entonces introdujo la lengua otra vez y la besó larga y lentamente. Por mucho que a ella le disgustase el granuja, su cuerpo disfrutaba de sus atenciones. ¡Bueno! pensó ella. ¡Buenobuenobueno! Él echó hacia atrás ligeramente y dijo contra su húmeda boca. —Ahora silba. Al parecer soy la única dominada por la pasión aquí. —¡Silba esto! —dijo y mordió los labios de él antes de que pudiera apartarse. Él saltó hacia atrás y se puso en pie. —No ha sido un movimiento inteligente, Esme. Ahora tendréis que ser castigada todavía más —Se frotó la boca como si ella le hubiese herido severamente cuando de hecho ni siquiera le había rasgado la piel—. Pero antes, ¿tenéis hambre? Ella asintió. —Bien —dijo él. Toste obtuvo un gran placer haciéndola comer diminutos pedazos de pan untado con miel de su mano, como a un cachorro. Tras cada bocado, la obligaba a lamerle los dedos para limpiarlos. Ella consideró seriamente en morder uno de esos apéndices, pero decidió escoger mejor sus batallas. Sospechaba que lamer sus dedos podría ser la menor de las ofensas que él planeaba inflingirla. Cuando terminó, él le dio un vaso de agua fresca y después preguntó: —¿Necesitáis aliviaros, Esme? Lo necesitaba, pero mojaría la cama antes de permitirle que le colocase una cazuela bajo el trasero y observara como vaciaba su vejiga. Él se limitó a reír cuando ella levantó la barbilla, desafiante. Entonces soltó sus ataduras, diciéndole:

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—Sólo os desato por unos momentos mientras salgo a recoger leña para el fuego. Tenéis muy poco tiempo para ocuparos de vos misma —dijo él, apuntando hacia el orinal del rincón. Ella hizo todo lo que tenía que hacer y estaba de vuelta en la cama, cubierta hasta la barbilla con la piel, cuando él regresó acarreando una buena cantidad de leños. Salió un par de veces más en busca de otros leños, los cuales apiló junto a la chimenea. Debía estar planeando una larga estancia en la cabaña. ¿O estaba preparando el fuego para ella a fin de poder regresar al torreón? Ella obtuvo la respuesta pronto cuando él se desabrochó el cinturón y se pasó la túnica por la cabeza. Esme ya sabía que el hombre tenía una apariencia física imponente, habiéndole visto desnudo cuando le llevaron al convento desde el campo de batalla y otra vez allí, en la cabaña del leñador. Sin duda él también era consciente de lo impresionante que era. Las mujeres se arrojaban a sus pies como la hierba bajo el pie de un soldado. Pero yo no. Soy más fuerte que eso. Eso espero. Él tomó asiento para quitarse las botas, observándola todo el tiempo. Ella se giró dándole la espalda, pero dio por hecho que también se quitaba los estrechos calzones. Descubrió que no se equivocaba cuando él se deslizó bajo las pieles del lecho tras ella y sintió su desnudez contra su espalda… toda su desnudez. ¿Es posible ver un hombre teniendo los ojos cerrados? Bueno, sí, debe serlo… porque veo unas imágenes muy vívidas detrás de mis párpados. —Giraos, Esme, para que pueda asegurar las ataduras. ¿Eso significa que tengo que abrir los ojos? —¿Por qué necesitáis atarme cuando vuestro enorme cuerpo bloquea mi huida? —Podría quedarme dormido y vos podríais trepar sobre mí. ¿Trepar sobre él? ¿Desnudo? ¡Yo… no… lo… creo! Él se rió. —¿No os gusta mi enorme cuerpo? Ella no respondió. Siendo sincera, vuestro enorme cuerpo me gusta mucho. —Tal vez os ataré a mí —dijo él y tomó la mano izquierda de ella en su mano derecha, palma contra palma, dedos entrelazados y después las ató unidas por las muñecas. Levantó ambos brazos de modo que descansaron sobre la almohada por encima de la cabeza de ella—. Relajaos, Esme, no voy a copular con vos esta noche. Estoy demasiado cansado. Pero si os movéis u os retorcéis de algún modo, interpretaré eso como que me deseáis ahora. Y podría decidir cambiar de opinión. Como ultraje final, él dejó la manta de piel donde estaba, a media altura de sus cuerpos de modo que los senos de ella eran visibles para sus ojos. Y mirarlos fue lo que hizo. Después bostezó sonoramente, apoyó la cabeza cerca de la de ella, con la boca junto a su oreja y se dispuso a dormir. Esme no podía creer lo que estaba ocurriendo. Había esperado que el bruto volviera y la violara… o al menos que la sedujera. En vez de eso, estaba yaciendo desnuda en una cama, con el brazo atado por encima de la cabeza y sus senos expuestos, mientras él roncaba junto a ella, ignorándola. Era completamente humillante. Lo cual, por supuesto, era el objetivo de él.

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Capítulo 12 Planeando un viaje… —Iremos a Ravenshire para una fiesta de Navidad —anunció Gorm a todos los que se encontraban sentados a la alta mesa. —¿Qué? Es la primera noticia que tengo —dijo Helga con alarma. Vagn y ella se habían perseguido el uno al otro como perros en celo durante la pasada semana, y la perspectiva de una separación, incluso por poco tiempo, la llenó de un pánico sorprendente. Una vez separados, ¿él se olvidaría de ella? ¿Encontraría a otra? ¿Ya no estaría interesado? —Desde hace un tiempo he sabido que Eirik y Eadyth habían planeado un gran banquete, pero no creí que podríamos acudir debido a la tormenta que hemos tenido encima. Ahora que los caminos vuelven a ser transitables me parece una gran idea. Todos iremos —explicó Gorm, haciendo un gesto que también incluía a Vagn. Helga soltó un suspiro de alivio. No se separarían, después de todo. —En realidad, Gorm, creo que me quedaré aquí —dijo Vagn. El corazón de Helga se oprimió. De ninguna manera podría quedarse también sin que su padre sospechase… si es que no lo hacía ya. —Mi costado todavía me huele a veces, y no estoy seguro de que pueda soportar un día entero a caballo —dijo Vagn, bajando la mano con disimulo para pellizcar el trasero de Helga… probablemente una señal para que ella también intentase quedarse… lo cual no podía hacer. Ella dejó escapar un pequeño grito de sorpresa ante el pellizco. Su padre elevó una ceja. —Indigestión —explicó ella. Su padre asintió, siendo como era un experto en los dolores de estómago. —Entiendo tu preocupación por viajar tan pronto, Vagn. No tienes buen aspecto últimamente y tienes ojeras por la falta de sueño. Pesadillas, imagino. En realidad, tengo una segunda intención para querer ir —Guiñó un ojo pícaramente hacia Helga. —¿Qué? ¿Qué habéis hecho ahora? —No he hecho nada —dijo él como si le hubiese ofendido—. Pero el hijo de Lord Ravenshire, John de Hawk’s Lair estará allí, y creo que ya es hora de que le eches otra mirada. —¿Para qué? —Para esposo. Helga miró furtivamente a Vagn y notó con satisfacción que parecía haberse vuelto verde. Él chilló: —¿Matrimonio? —¡Padre! John es demasiado joven para mí. —Tiene veinticinco —señaló su padre. —Y yo tengo veintiocho. —¡Pfff! ¡Tres años! Eso no es nada.

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—Lo es, cuando la mujer es tres años mayor. —Sería como asaltar una cuna —estuvo de acuerdo Vagn. Ella le lanzó una mirada ceñuda. —Por otro lado, yo tengo treinta y uno. Una buena edad —añadió Vagn. Todos se giraron para mirarle fijamente. ¿De dónde había salido ese comentario que no venía al caso? Porque no venía al caso, ¿verdad? ¿Una buena edad para qué? Entonces el padre de ella añadió más comentarios irrelevantes. —Tengo entendido que John se ha convertido en un tipo bastante atractivo. Como inconveniente, es un sajón hasta la médula… serio y demasiado adusto, no como nosotros los vikingos que disfrutamos de una buena broma. —Yo disfruto una buena broma —dijo Vagn. Helga se hundió en su asiento. ¿Por qué él llamaba la atención sobre sí mismo de esa forma? ¿Acaso deseaba que todos conocieran su relación? —Como ventaja —continuaba su padre—, John tiene su propia propiedad, la cual según se dice es próspera. ¿Qué dices, Helga? ¿Al menos reservarás tu decisión hasta que tengas oportunidad de verle? Antes de que ella tuviese ocasión de responder, Vagn le dijo a su padre: —En realidad, creo que iré a Ravenshire con vosotros después de todo. Eirik es un antiguo camarada mío, así como su hermano Tykir, quien vive en Noruega. Seguramente habrá otros vikingos conocidos míos allí. Sí, estará bien encontrarme con viejos amigos. Pasaremos todos un buen rato. —¡Idiota! —le espetó ella de soslayo. Le enseñaría lo que era un buen rato. Él se limitó a guiñarle un ojo y a pellizcarle el trasero otra vez. —Entonces, decidido —Gorm alzó una copa de cerveza especiada en un brindis—. Partiremos hacia Ravenshire dentro de cinco días. ¿Habrá suficiente tiempo para que las damas puedan cosernos unas vestimentas elegantes para todos o de arreglar los viejos? Helga asintió. Los deberes de la costura eran el menor de sus preocupaciones. De alguna forma, en lo más profundo, supo que su tiempo con Vagn llegaba a su fin. Y sospechaba que el fin llegaría en Ravenshire. ¿Por qué debería importarle? Había sabido todo el tiempo que sería una relación de corta existencia. En ese instante, se dio cuenta de que era lo que la disgustaba. Le amo. ¡Oh, mis dioses! Le amo. Y eso era lo peor que podría haber ocurrido. ¡Hombres y sus iluminaciones! ¡Oh, mis dioses, la amo! Vagn llegó a esa asombrosa conclusión mientras empujaba profundamente en el interior de Helga, intentando controlar su inminente orgasmo. Había detenido sus largos y lentos embates unos segundos antes con la esperanza de refrenarse antes de empezar los cortos y duros embates que les llevarían a ambos al éxtasis. Helga le miraba con adoración. Muy bien, ella adoraba las cosas que él le hacía a su cuerpo. Y él adoraba las cosas que ella le hacía a su cuerpo. Pero… ¡Oh, dioses, la amo!

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En mitad de esta tensión mental, Helga le hizo una pregunta de lo más irrelevante: —Vagn, una vez mencionaste que te has mantenido célibe durante un año. ¿Por qué? Quiero decir, no puedo imaginar a un hombre con tus habilidades renunciando a los placeres del cuerpo. A Vagn le gustaba que ella mencionase sus habilidades y los deleites del cuerpo, pero, por los dioses, ¿cómo podía reunir tantas palabras cuando se encontraban en el calor de la cópula? Cuando él fue capaz de hablar sin graznar, dijo: —Eramos Jomsvikings. Llevan una vida de celibato mientras están en la fortaleza de la isla. Era una mala idea, créeme. —¿Qué son los Jomsvikings exactamente? —Helga, mi espada está metida en tu funda hasta la empuñadura. Tu funda palpita a mi alrededor. ¿No podemos discutir esto más tarde? Ella rió seductoramente y él se percató de que le distraía con esas preguntas deliberadamente. ¡La bruja! Tal vez tuviera razón. Era lo mejor para prolongar el goce lo máximo posible. A decir verdad, había ocasiones en que disfrutaban más con la anticipación que con el propio clímax. Así que comenzó a balbucear como un idiota. —Los Jomsvikings son un grupo de élite de soldados de probado coraje, ninguno mayor de cincuenta años. Viven en una enorme fortaleza circular en la isla de Trellenborg en la costa oeste de Sjaelland… en las tierras danesas. Los Jomsvikings están atados a las estrictas reglas de la camaradería. Cada uno debe vengar al otro como a un hermano. Nadie jamás debe emitir una palabra de temor. Ningún hombre puede permanecer ausente de la fortaleza por más que tres noches, a menos que se encuentre embarcado en una campaña militar. Y, lo más importante, no se permiten mujeres dentro del castillo. —A mí me parece una estupidez. Él la pellizcó por hablar con ligereza de asuntos tan serios para los hombres, y continuó: —Es un gran honor ser admitido en esta sociedad. Una hermandad de hermanos, como alguien la describió. En la ceremonia de iniciación, un gran anillo de césped es cortado del suelo de forma que se mantienen fijos dos extremos y bajo ellos se coloca una lanza muy afilada. Cuatro hombres son requeridos para que pasen por debajo hasta que derramen sangre, mucha sangre, y su sangre se mezcla con la de los otros y con la tierra bajo ellos. Después de eso, estrechan las manos y pronuncian un juramento a la hermandad. Los ojos de ella expresaron su incredulidad. —Eso es realmente una estupidez. ¡Hombres! Qué tontería que derramen sangre sólo para pronunciar un juramento. Te lo digo, ¡las mujeres nunca harían eso! Él se rió. Probablemente ella tenía razón. —En cualquier caso, ese es el motivo de que me haya mantenido célibe durante un año… eso, y mi herida de la batalla. —Ummmm —dijo ella. Él no estuvo seguro de que dijera «Ummm» como señal de que lo entendía o como apreciación del palpitar de su miembro en el interior de su estrecha feminidad. Un tipo talentoso era su sexo. Continuó manteniéndose quieto tanto como le era posible dentro de ella, intentando controlar el juego lo más que podía.

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Ella le miraba, esperando. Mientras se mantenía rígido encima de ella, Helga no le cuestionaba. La mujer confiaba implícitamente en él. En que no la lastimaría. En que le brindaría su placer. En que mantendría su palabra como hombre de honor. En que guardaría su secreto. Vagn supo que ya estaba preparada —no, ansiosa— por el inminente orgasmo porque sus pliegues internos ya se apretaban a su alrededor, pero aún así ella confiaba en que él sabía lo que era mejor para ellos en el lecho. Un halago embriagador: confianza. También conllevaba responsabilidad. ¿Deseaba él esa responsabilidad? ¿Tenía elección? Al parecer no la tengo, Odín ayúdame, la amo. Como si leyese sus atribulados pensamientos, Helga levantó una mano y acarició su mejilla, bajando para pasar los dedos sobre sus labios. —Vagn —murmuró con voz ronca. Él comenzó a empujar de nuevo, como un castigo, pero en realidad para procurarle placer ya que no era capaz de decirle: Te amo. Para algunos hombres podría no ser una revelación tan asombrosa, pero para Vagn era devastadora. Nunca había creído que le llegaría el amor… amor de la clase hombre-mujer. Y nunca lo había necesitado antes, no mientras tuvo a su hermano. Helga se agitaba de un lado a otro, entregándose al placer que él la brindaba. Su cuerpo escalaba pico tras pico de goce mientras las oleadas internas la golpeaban. Él nunca había conocido a una mujer que tuviera múltiples orgasmos como esto, pero su Helga sí. La anticipación de su propio orgasmo subía y subía, demasiado, hasta un punto doloroso… doloroso anhelo, maravillosa tortura. La amo. No podía decir las palabras. Aún no. Tal vez nunca. Pero le demostró a Helga que la amaba de la mejor forma que podía. Con un rugido de masculino regocijo, Vagn expulsó su semilla dentro del acogedor vientre de Helga. Y le pareció tan correcto. Fabricando dulce mantequilla, al estilo vikingo… Las lágrimas inundaron los ojos de Helga, lo cual ocultó de Vagn presionando el rostro contra su pesado pecho. ¡Qué acto tan extraordinario era! ¡Qué extraordinario cuando el amor estaba envuelto, como así era por su parte! Te amo, Vagn. Deseó poder decir las palabras en voz alta, pero probablemente le asustaría de muerte. No es que él dejaría que se las arreglase sola, pero haría que su relación fuese más tirante. Ella deseaba saborear esta paz entre ellos un poco más de tiempo. Pero había algo más importante que considerar. Vagn no tenía que decirle las palabras para saber lo que acababa de hacer. Por primera vez en lo que parecían cientos de encuentros sexuales, había permanecido dentro de su cuerpo y le había entregado su semilla. Y fue deliberado, ella sabía que lo fue. ¿Qué significa eso? Y que broma para él… porque probablemente ella ya estaba encinta. Tan cuidadoso como había sido derramando su semilla en un paño, le había hecho el amor tantas veces que las oportunidades de concebir accidentalmente eran altas. Oh, ella no

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sabía con seguridad que llevase su hijo en su vientre, pero su periodo llevaba retraso. No se lo diría a él. No todavía. No hasta estar segura. Tal vez ni siquiera entonces… no, eso sería deshonroso por su parte. Si de verdad estaba encinta, le permitiría saberlo. Pero aún no. Él la besó en la coronilla y dijo: —Helga, me vas a hacer pedazos. —¿Soy demasiado para ti, vikingo? —bromeó ella, pellizcando una de sus tetillas. —Apenas —presumió él—. La verdad, cariño, es que tu entusiasmo en el lecho me brinda mucho placer. Gracias —Él palmeó la mano que ella tenía apoyada sobre su corazón—. Me has curado. ¡Qué cosa tan conmovedora para decir! Las lágrimas inundaron los ojos de ella, y esta vez él las notó. —¡Tsk tsk tsk! ¿Qué clase de amante soy para hacerte llorar? —De la mejor —dijo ella—, pero que no te suba a la cabeza. Estoy segura de que me sentiría igual de complacida con cualquier otro hombre… Finn, por ejemplo. —¡Mentirosa! —protestó él, obviamente creyendo que lo que existía entre ellos entre las pieles del lecho era único. ¡Hombre listo! Ella se movió para colocarse en una posición más cómoda con el rostro contra el pecho de él, un brazo por encima de su cintura y una pierna cruzada por encima de su muslo. El sueño se acercaba rápidamente. Ella adoraba dormir entre los brazos de Vagn, aunque debía asegurarse de despertar antes del amanecer y regresar a su propia recámara. Pero Vagn la despertó del todo al preguntarle: —Helga, ¿qué tienes en contra del matrimonio? Ella quitó la pierna de encima de él aunque permaneció con el rostro contra su pecho y el brazo por encima de su cintura. —No creo que haya una sola cosa que me haga desconfiar del matrimonio. Mi madre murió cuando yo tenía sólo tres años. Mi padre no me crió como a un varón, como tantos hombres sin hijos hacen con sus hijas, pero sí me inculcó independencia. —Es inusual, debes admitirlo. Ella asintió y aspiró profundamente el aroma de su piel. Él poseía un olor único, como sal y cuero, masculino, y para nada ofensivo. Pero se estaba distrayendo del tema en cuestión. —Sé que a veces mi padre da la impresión de ser un zoquete ordinario, pero en realidad es un hombre justo. Me enseñó —y a toda su gente— a utilizar los talentos que los dioses les dieron. En mi caso, ese talento se basa en una aguja e hilo —dijo encogiendo los hombros. —¿Y cómo encaja tu plan de un hijo en todo esto? ¿Es tan sólo otra muesca en tu objetivo de ser independiente? —Por supuesto que no. Cuando me enseñó independencia, el único fallo de cálculo de mi padre fue su anhelo por un nieto… algo de lo que no se dio cuenta hasta hace poco. Realmente creo que no le importa que me mantenga soltera. Sabe que podría salir adelante cuando él ya no esté. Puede que no sea un soldado, pero hay soldados de sobra que trabajarían para mí. —¿Pero qué hay de ti, Helga? Hablas de un niño por el bien de tu padre. ¿Qué pasa contigo?

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—Yo también deseo un hijo. No lo supe antes. El instinto maternal me ha llegado tarde, al parecer —Eso era todo lo que diría por ahora… todo lo que podía decir, mientras su garganta se cerraba de emoción. —¿Es justo para un niño no tener un padre? ¿Por qué no puedes hacer ambas cosas… casarte y tener un hijo? —En realidad, Vagn, ¿cuántos hombres permitirían a sus esposas tener semejante independencia? ¿Qué hombre me permitiría continuar con mi puesto de mercader en Jorvik? ¿Qué hombre me permitiría viajar a las ciudades comerciales de Noruega en busca de nuevos tejidos, tintes e hilos? ¿Qué hombre me permitiría ser una mujer, una madre y además una comerciante? —Lo estás viendo desde el ángulo equivocado. —¿Cómo es eso? —El hombre adecuado saborearía tu independencia. El hombre adecuado desearía protegerte de los peligros de viajar sola o comerciar de manera arriesgada, pero encontraría formas de cooperar contigo en tus esfuerzos. Transigencia… esa es la clave para una buena relación entre esposos, eso es lo que yo creo, y hasta ahora tú no has considerado jamás ceder ni un ápice. —¿Entonces es culpa mía? Él se rió. —Sólo un poco. —¿Estás diciendo que necesito al hombre correcto para ser mi esposo y el padre de mi hijo, y que necesito transigir en mis demasiado altos valores? Él le dio un apretón con el brazo. —Eso es hacer un resumen. ¿Estaba Vagn diciendo que él podría ser ese hombre? ¿De eso era de lo que trataba todo? Oh, tenía que admitir que la perspectiva la llenó con tontas esperanzas. Pero aguardó un buen rato y él no añadió nada más. Debía estar pensando en algún otro hombre adecuado para ella. Ah, bueno, eso era lo que se esperaba. Tiempo para cambiar de tema antes de que estallase en lágrimas, como era su costumbre últimamente. —Bueno, mi vikingo charlatán, ahora que me has despejado del todo, creo que es el momento de probar otro de los trucos de Rona. —Creo que ya has probado todos los trucos de Rona, numerosas veces —dijo él con una risita. —Hay uno más. Se llama la Batidora de Mantequilla. Él estalló en carcajadas. —Verás —dijo ella, moviéndose hasta quedar a horcajadas sobre los muslos de él y tomando su pene entre los dedos—, el truco consiste en el agarre, como el palo de una batidora de mantequilla, dos manos, arriba y abajo. La piel se moverá así. —¡Sagrado Thor! —soltó Vagn en unos segundos—. Te enseñaré lo que este palo puede hacer cuando se dedique a su propio batido. Y lo hizo. Por desgracia… o por fortuna… no hubo más charla sobre el matrimonio o los bebés esa noche. Y entonces la tortilla se dio la vuelta…

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Vagn sabía que Helga estaba encinta, pero ella no se lo decía, y eso le dolió profundamente. Obviamente, ella deseaba que él no jugase ningún papel en su vida o en la del bebé. Su corazón se encogió ante el pensamiento. No era extraño que continuara evitando hablarle de su creciente afecto hacia ella. Helga no dudaría en interpretarlo como algo dirigido a su hijo y no hacia ella… lo cual estaba lejos de la verdad, aunque se sentía casi lloroso al pensar en un hijo de sus entrañas. De donde salían esos nuevos sentimientos paternales no lo sabía… posiblemente de su amor por la madre. Había una sola cosa de la cual Vagn estaba seguro. Él se casaría con Helga, contra viento y marea. Criarían a ese hijo juntos, no importaba que ideas de independencia tuviese ella en su corazón. Su hijo o hija conocería a ambos padres. Ese era un hecho que ella tendría que aceptar. Como encajaría eso en sus planes de buscar a su hermano, todavía no lo sabía. Antes de nada, tendría que asegurarse por completo que Toste realmente se había ido al Otro Mundo. Una vez regresasen de Ravenshire, lo arreglaría todo. Podría esperar ese tiempo antes de hacer su proposición a Helga y a su padre. Mientras tanto, Helga podía mantener su secreto si lo deseaba. Y podía batir su mantequilla todo lo que quisiera. A él no le importaba un comino. Queridísimo papá… —Helga, esto tiene que terminar —dijo su padre seriamente. Él se encontraba de pie en la sala de costura, donde le tomaban las medidas para una nueva túnica. Sería de lana negra, bordada con un dobladillo de rosas silvestres plateadas en honor de Briarstead. Todos iban a tener al menos una prenda nueva para el viaje a Ravenshire, incluido Vagn, quien lucía las vestimentas elegantes como si hubiese nacido para ello, lo cual así era. —¿Qué tiene que terminar? —preguntó ella distraída mientras aflojaba las costuras y hacía más sitio para el macizo contorno de su padre. —Tus juegos con Vagn. Ella jadeó. ¿Su padre conocía sus encuentros sexuales clandestinos? ¿Todos lo sabían? —No puedes coquetear con un hombre de esa forma y no esperar que él quiera algo de ti. Como el matrimonio. Ella suspiró con alivio. Por “juegos” su padre quería decir engaños, no… bueno, juegos. —Vagn no está interesado en mí en ese aspecto —dijo ella. —Yo no estoy seguro de eso. Ella dejó de pelearse con la prenda. —¿Qué os hace pensar eso? —La manera en que sus ojos te siguen a todas partes. La manera en que evita acostarse con ninguna de las mujeres de la propiedad. La manera en que coquetea contigo continuamente. Ella decidió quitarle importancia a sus observaciones. —¿Tomar el pelo equivale a un deseo por casarse? Yo creo que no. De otro modo tendríamos muchas más bodas en Briarstead de las que tenemos. Bromear es una parte

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innata de la personalidad de un vikingo. Lo juro, los hombres vikingos deben salir riendo del vientre de su madre. Gorm encogió los hombros ante el sencillo rechazo de ella a su punto de vista. —Bromear puede ser el camino de los amantes. Yo solía bromear con tu madre. —¿Lo hacíais? Él sonrió soñador al recordar. —Le tomaba el pelo una y otra vez hasta que se rindió y… —¡Padre! —… y consintió en casarse conmigo —Él la miró interrogativamente—. ¿Qué creías que iba a decir? —Tsk, tsk, ahora sois vos quien me toma el pelo. —Ten cuidado, hija, Vagn Ivarsson es un hombre adulto. Un guerrero de renombre. Sí, tiene un lado alegre, pero no te engañes a ti misma creyendo que puedes agarrar a semejante hombre por el rabo. Y un rabo muy agradable, además, pensó Helga. —¿Por qué sonríes? —Sólo os imaginaba bromeando con mi madre. Él asintió y después concluyó: —Vagn no sería el peor hombre que podrías elegir como esposo. —No empecéis otra vez con eso. Os lo suplico, padre. No me humilléis así —Ella sabía cuál sería la respuesta de Vagn, y sería un golpe devastador, por muchas razones. —No lo sacaré a relucir —estuvo de acuerdo él—, pero piensa en lo que te he dicho. Ella lo hizo. Demasiado. Los padres saben más de lo que creemos que saben… Vagn, con el sudor corriendo por su cuerpo y su corazón latiendo como si fuera a estallar, se preguntó distraído, ¿Ya me estoy divirtiendo? Vestido solamente con los calzones y botas de media pierna, estaba engarzado en un combate a espada con Finn Fairhair en la sala de ejercicios de Briarstead, donde permanecía desde hacía una hora. Alrededor de ellos, otras parejas de soldados hacían lo mismo. Debía reconocérselo a Finn. Daba tanto como recibía en las artes guerreras, a pesar de su apariencia de gallito. Vagn sintió unos golpecitos sobre el hombro. Se giró para ver a Gorm haciéndole señales con el dedo. Otro soldado tomó su lugar contra Finn. Cepillándose la transpiración del pecho y vientre con un paño de lino, vio al hombre mayor observándole astutamente mientras caminaban hacia un rincón más apartado. —¿Y bien? —preguntó Vagn. —¿No crees que ya es hora de que hagas algo con respecto a mi hija? —¿Uh? —Era lo último que se habría esperado de Gorm. —Sabes que está encinta, ¿verdad? Eso sí que era lo último que hubiera esperado. —¿Qué te hace pensar eso? —No traicionaría a Helga admitiendo lo que ya sabía.

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—¡Pfff! Llora a la menor provocación. Bosteza todo el tiempo. Ha estado soltando “oohs” y “aahs” con varios bebés del pueblo. Alguna vez ha vomitado por la mañana y siempre está masticando pan seco. Es feliz como una alondra un momento y furiosa como un jabalí al siguiente. Yo diría que eso significa embarazo. Yo también. —Tal vez sólo sea esa época del mes. Ya sabes como algunas mujeres se vuelven medio locas justo antes de su periodo. —Un padre sabe. —Bueno, lo esté o no lo esté, hay algo entre Helga y yo. Asumo que un padre también sabe cuando su hija ha estado envuelta en ciertos actos. Así que no negaré mi participación. —¿Qué pretendes hacer al respecto? —Pretendo casarme con Helga. —¿Se lo has pedido a ella? —No. —¿Cómo puedes estar seguro de que ella aceptará? —Me casaré con ella… eso, te lo aseguro. —¿Ella sabe que tú sabes que está embarazada de tu hijo? —No. —¿Sabe que está embarazada? —No lo sé. Probablemente. —¡Qué lío! —No es un lío. Todo saldrá bien al final —Eso espero—. Sólo… no… interfieras. —Te atreves a decirme eso cuando me he mantenido al margen y permitido que copularas con mi hija. Ayúdame, Odín. Moriré aquí. —¿No crees que es un poco grosero hablar así de tu hija? —No pretendo faltarle al respeto. Sólo no le faltes tú. —¿Y cómo haría yo eso? —No pidiendo su mano. —Te lo dije, voy a hacerlo, en su momento. —¿Puedo darte un consejo, muchacho? —No. —No le des opción alguna. Las mujeres afirman querer elegir, pero en realidad desean un hombre que se imponga. —En un millón de años podría imaginarme a Helga deseando no tener elección. Me golpearía en la cabeza por tener el atrevimiento de imponerme en su vida, incluso aunque yo lo desee, lo cual no deseo. —Nuestros antepasados hacían lo adecuado. Échate una moza sobre el hombro y llévala a tu guarida. —No tengo ninguna guarida. —Mi guarida es tu guarida. —¡Aaarrgh! Gorm se golpeó en su fornido pecho de pronto y exclamó: —¡Oh, oh! Creo que es mi corazón otra vez. Creo que no viviré para ver una boda, mucho menos a mi primer nieto. Será mejor que dejes de perder el tiempo, muchacho.

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Vagn podría haber sentido pena por el anciano si la astucia no le iluminara los ojos. —¡Tú, embustero! Deja de beber cerveza y de engullir grasientas salchichas, y tus dolores de pecho desaparecerán así —dijo él, chasqueando los dedos. Gorm dejó de fingir y le dijo: —Tal vez habrá una boda navideña. Tú eres medio cristiano, ¿no? Reza. —No voy a rezar por una boda navideña. Ni a los dioses escandinavos, ni al Dios Único cristiano. —Necesitas toda la ayuda que puedas conseguir, muchacho. —No lo necesito. —Yo rezaré por ti entonces —Mientras Gorm se alejaba pavoneándose, satisfecho con el consejo que le había dado, Vagn le escuchó murmurar—. El trabajo de un padre nunca se acaba. En camino otra vez… casi… Los carros estaban totalmente atestados con cofres y provisiones, aguardando el comienzo del viaje a Ravenshire. Los caballos se movían inquietos. Los guardias murmuraban entre ellos, ansiosos por ponerse en camino. Tranquila, Helga estaba sentada en una silla en su sala, como si todo el mundo pudiera esperarla… lo cual debía hacer. No había forma en que pudiese subirse en algo que se moviera, fuese carro o animal, hasta que su estómago se asentase. Vagn entró en la sala y se acercó a ella. Helga pudo ver la preocupación en su rostro. —¿Estás bien? Ella asintió. —Mi estómago está un poco revuelto. Probablemente sea el comienzo de mi periodo —mintió. A pesar de todo lo que Vagn y ella habían compartido en el lecho, se sintió extrañamente avergonzada por hablar sobre tales funciones corporales. Él pareció aceptar su explicación, pero se balanceaba inquieto de un pie a otro. —Bueno, esta demora me otorga tiempo para decir algo que he querido decirte durante días. Ella esperó, pero él continuó con el ejercicio de mover los pies. Inclinando la cabeza a un lado, le preguntó: —¿Estás bien? Sus heridas deben dolerle otra vez y no sabe como decirme que se quedará aquí. No, es peor que eso. Irá con nosotros a Ravenshire, pero no volverá a Briarstead después de la visita. Se acabó. ¡Oh, mis dioses y diosas! Se acabó. Entonces sí que sintió que iba a vomitar. Pero espera. Vagn estaba haciendo algo que le causó aún más preocupación. Posó una rodilla sobre el suelo frente a ella y tomó una de sus manos entre las suyas. —Helga, no hay un modo sencillo para mí para decir esto, excepto, ¿quieres casarte conmigo? —¿Qué? —Tranquila, tranquila y escúchame hasta el final. No me digas que no hasta que escuches mi proposición.

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—Vagn, por favor, sabes como me siento… Él posó las yemas de sus dedos sobre los labios de ella. —Deseo tomarte como esposa. Deseo protegerte bajo mi escudo. Deseo dejar de andar a hurtadillas por la noche. Deseo despertar a tu lado por la mañana. Deseo hacerte el amor cuando lo desee sin tener que escondernos. Deseo tener hijos contigo. Deseo envejecer contigo —Él se encogió de hombros por su incapacidad para expresarse mejor—. ¿Te casarás conmigo? Su proposición fácilmente podría haber hechizado a Helga para que accediese, excepto por una palabra que destacó como algo doloroso. Hijos. —Lo sabes —le acusó—. Sabes que estoy encinta y ahora quieres casarte conmigo. —Lo sé, Helga, pero… Ella se puso en pie bruscamente y apartó sus manos suplicantes. —No, no me casaré contigo. —Helga, sé razonable —Él también se puso en pie. —¿Razonable? —casi chilló ella, entonces bajó la voz por temor a atraer la atención—. Teníamos un acuerdo. —Sí, lo teníamos, y parte de ese acuerdo decía que te pediría que te casaras conmigo si concebías —señaló él. ¡El tozudo granuja! —¿Por qué? ¿Por qué quieres casarte conmigo? —En lo más profundo, Helga sabía que si él le decía tres sencillas palabras, ella se rendiría. Por desgracia… o por fortuna… él no pronunció esas palabras. —Porque ya es hora de que me case. Nos irá bien juntos. ¿Por qué no? —Ooooh, me encantaría darte un buen puñetazo. —¿Uh? —Vagn, si no fuese por este niño —se colocó una mano con gesto protector sobre su liso vientre—, ¿me pedirías que me casara contigo? Él meditó un momento y después contestó sinceramente. —Probablemente hoy no, pero tal vez lo haría algún día. Me gustas, Helga, y creo que yo te gusto a ti también. ¿Gustar? ¿Gustar? ¡Zoquete! —Te haré otra pregunta más, Vagn. Si tu hermano todavía estuviera vivo, ¿me pedirías que me casara contigo? —Esa no es una pregunta justa. Si mi hermano estuviera vivo, ni siquiera estaría aquí. Los hombros de ella se hundieron por la derrota. Le había dado una oportunidad y él le había fallado. —Si alguna vez me casara, Vagn, y no lo haré, querría más de un matrimonio que eso. Lo siento, pero no —Él iba a añadir algo pero ella levantó una mano para detenerle—. No te negaré que accedas a este niño, y puedes reconocerle, si lo deseas. —Por supuesto que reconoceré a mi hijo, moza tonta —Él agitó un dedo frente a su rostro con gesto amenazador—. Aunque te lo advierto, no acepto tu rechazo. Nos casaremos. Puedes apostar tus lujuriosos labios en eso. Para probar su afirmación, besó los mencionados labios sonoramente y después se marchó a zancadas. Helga adoraba la forma en que Vagn besaba sus labios. No la amaba a ella, pero amaba sus labios.

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En el corredor exterior a la sala, escuchó a su padre preguntarle: —¿Cómo fue? ¡Por el pie de Frigg! ¿Mi padre también lo sabe? Y Vagn respondió sin más: —¡Sólo endemoniadamente maravilloso!

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Capítulo 13 Andando de puntillas sonoramente… Era dos días más tarde. Bajando las escaleras y a través de la gran sala de Ravenshire, Toste acarreaba una bañera de latón sobre la cabeza, con un fardo de varios artículos colgando de su hombro. Y estaba silbando. Silbar fue su perdición. Ya casi había llegado a las anchas puertas dobles que conducían fuera del torreón cuando Bolthor llamó. —¿Eres tú quien silba, Toste? Con un suspiro de resignación, se giró, todavía con la bañera sobre la cabeza y dijo: —Sí, soy yo. Bolthor estaba sentado a una de las largas mesas de caballete en el rincón más alejando de la casi vacía sala, tallando un pedazo de madera. —¿Sabes que llevas una bañera sobre la cabeza? —Por supuesto que sé que llevo una bañera sobre la cabeza. —No necesitas hablarme en ese tono. Yo no he provocado que lleves una bañera sobre la cabeza. —¿Por qué llevas una bañera sobre la cabeza? —preguntó Tykir con tono sedoso, llegando por detrás de él. Tanto le sorprendió que Toste casi dejó caer la bañera. —Porque quiero bañarme —¿Podría decir algo más estúpido que eso? —¿Por qué no puedes bañarte en la casa de baños o arriba en tu recámara? —Fue Eirik quien habló ahora. Había llegado por su otro costado. Sus tres amigos le estaban rodeando, todos ellos sonriendo. —Porque me gusta bañarme en privado —Deberían llamarme Toste el Estúpido. —Ah, de pronto te has vuelto tímido, ¿verdad? —señaló Tykir. O estúpido. —Bueno, es comprensible —dijo Eirik—. A mí tampoco me gusta enseñar mis partes a cualquiera, por muy impresionantes que sean. —¡Pfff! —dijo Toste, tanto por la observación de Eirik como por su propia situación violenta. Era todo un enorme “Pfff”, supuso. Mientras seguía allí con una bañera sobre la cabeza, Bolthor, por supuesto, se zambulló en uno de sus poemas, seguro de ser una bromista flecha directa hacia él. Los hombres vikingos son muy limpios, Gastando mucho tiempo en la higiene diaria. Sí, los escandinavos son raramente apestosos, Lo cual les hace tan encantadores. Es por ello que las mujeres sajonas les juzgan agradables, No como sus propios hombres infestados de piojos.

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Sandra Hill Pero hay veces en que a las mozas les gusta un hombre sucio, Y no es en una bañera salpicando agua.

—¿Eso es todo? —le preguntó Toste. —Por ahora. Creo que añadiré algunos versos más tarde, cuando las damas estén cerca para apreciar mi sensibilidad —explicó Bolthor. Eadyth y Alinor estaban fuera en alguna parte preparando la gran celebración de Navidad. Toste esperaba haber partido para entonces. —Ven a beber algo con nosotros antes de llevar tu bañera de un lado a otro — invitó Tykir. Si Toste se negaba, le tomarían el pelo aún más. De modo que se sentó, dejando la bañera y el fardo sobre los juncos a sus pies. Todos esperaron hasta que un criado les sirvió jarras frescas del famoso hidromiel de Eadyth antes de hablar. —Entonces, ¿cómo está Esme? —inquirió Tykir con un aleteo de las cejas. —Perfectamente. —¿En serio? —preguntó Eirik—. ¿No le importa estar encerrada en la cabaña del leñador? —Le encanta. —¿Desnuda? ¿Está desnuda? —quiso saber Tykir. —¿Y atada a la cama como estabas tú? —añadió Bolthor. Él rechazó contestar, pero Tykir respondió por él. —Por supuesto que lo está. Toste sintió su rostro arder, lo cual era raro en él. —Eadyth y Alinor están furiosas por esto, sabes —apuntó Eirik. —¿Por qué? —preguntó él antes de tener la oportunidad de morderse la lengua. —Por la manera en que tratas a una dama de alta cuna —dijo Eirik. Todos le sonreían, evidentemente no compartiendo el enfado de sus mujeres. —¡Ja! Fue una dama de alta cuna quien me trató de igual manera. Ah, déjame pensar. Sí, era la misma dama. Sus amigos continuaron sonriendo. —Ella merece ser castigada. Seguramente estaréis de acuerdo en eso. —Toste, Toste, Toste —dijo Eirik con un triste ademán de la cabeza—. ¿Alguna vez ha existido un castigo dirigido a una mujer que no haya repercutido negativamente en el hombre? —¡Sea lo que sea lo que eso significa! —Significa que los hombres nunca ganan en una batalla contra mujeres —explicó Tykir. —Manejaré esto a mi propia manera. —Sí, estoy de acuerdo. Dejemos que Toste maneje esto a su manera —dijo Bolthor. —Tú sólo quieres más abono para tus sagas —comentó Eirik con una risotada. —Así es, por supuesto —admitió Bolthor—, pero al final, cada hombre debe cometer sus propios errores. —Ella no lo está llevando tan mal —señaló Toste. Y fue un intento débil, además—. Cuando volví a la cabaña la pasada noche, estaba silbando. Tres mandíbulas cayeron de asombro y después se cerraron de golpe. —Creo que le gustas —dijo Bolthor.

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No puedo creer que esté sentado aquí escuchando estas tonterías. —Yo no lo creo. Me mordió. —¿Dónde? —La sonrisa en el rostro de Tykir era pura… bueno, Tykir. —Lo que necesitas es consejo de hombres más experimentados en el arte de encantar a las mujeres… como yo —dijo Eirik. Él le dijo a Eirik lo que podía hacer con su consejo. Y después añadió: —Lo que necesito es salir de aquí. —Ansioso por volver a tu castigo, ¿eh? —inquirió Bolthor. —Tengo un látigo que puedo prestarte —dijo Tykir. —Lo que quiero decir con salir de aquí es algo totalmente diferente. Número uno, creo que debería no estar cuando vuestros nobles sajones lleguen. Puedo haber luchado contra algunos de ellos en Stone Valley. Los sajones odian a los vikingos, es un hecho. Sin pretender ofenderte a ti ni a tu mujer, Eirik. —Esta es una época de paz rara en Britania, Toste —dijo Eirik—. Sí, sé que muchos murieron en Stone Valley, pero la mayoría de los sajones y los escandinavos están en tregua, sino directamente en paz. A decir verdad, mucho de Northumbria está habitado por los vikingos que se han asentado aquí. Somos una mezcla ahora, una unión de ambas culturas. —Infiernos, Toste. Yo soy tan vikingo como tú —dijo Tykir—. Si vas a irte por esa razón, entonces yo también debería partir. —Y yo también —dijo Bolthor. —Nadie debería dejar Ravenshire por temor a una pelea —insistió Eirik—. Ninguno de mis invitados se atreverían a oponerse a que estéis aquí… ninguno de vosotros. —Nunca he rehuido una pelea —dijo Toste. —Ni yo —dijeron Tykir y Bolthor. —Hay algo más que considerar —dijo Eirik—. Sé que es un tiro a ciegas, pero, ¿y si el asesino de Vagn estuviera entre los guardias que acompañen a mis invitados? Toste se quedó helado ante la posibilidad. Estaba de acuerdo en que era remoto, pero merecía la pena estar alerta. —En cualquier caso, tenéis una gran habilidad para llevar una conversación por donde queréis. —¿Nosotros? —dijeron. —Sí, vosotros. Lo que había empezado a decir antes de que todos me desviarais es que necesito irme de Ravenshire y viajar a Evergreen. —¿La propiedad de Esme? —Sí. Como os conté antes, algo no está bien en su situación. ¿Por qué alguien tan poderoso y rico como Blackthorne intentaría tan desesperadamente durante años conseguir un pedazo de tierra tan rídiculo? Creo que debería tomarme un día o dos y cabalgar allí. Investigar un poco. Todos asintieron. Eirik se frotó la barbilla pensativo. —La propiedad de mi hijastro John en Hawk’s Lair no está lejos de Evergreen. Podríamos ir allí, comprobar lo que sabe John y después estudiar la propiedad lo mejor que podamos sin levantar sospechas. —Eso parece una idea excelente —dijo Toste—, excepto por lo de “nos”. Voy solo.

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—¿Por qué? —preguntó Bolthor con tono dolorido—. Creía que eramos camaradas, tú y yo… especialmente ahora que Vagn se ha ido. —Lo somos. Lo somos —Palmeó el brazo de Bolthor. El skald era demasiado sensible—. Pero esto es mejor hacerlo solo, disfrazado. Lo que no deseamos son cuatro grandes escandinavos provocando interés por la campiña. Todos asintieron indecisos su acuerdo. —¿Irás pronto? ¿Por la mañana? —preguntó Eirik. Toste meneó la cabeza y después sonrió. —No, no hasta que comience la próxima semana. Tengo mucho castigo que dar —Y con eso, recogió su bañera y marchó a zancadas. Y estaba silbando. La Intrigante Sala de la Fama Vikinga… —Eirik, ¿has visto mi bañera grande? —preguntó Eadyth esa noche. —Podría ser. —¿Dónde? —Cruzando la gran sala. —¿Viste mi bañera paseando por el castillo? ¿Por sí misma? —No exactamente. Estaba sobre la cabeza de Toste. —¿Ha perdido la razón? —Eso creo. U otra parte de su cuerpo. Se miraron el uno al otro y sonrieron. Cuando las mujeres tienen ideas, escapa… Tykir estaba jadeando en busca de aliento en su recámara esa noche. Realmente, a veces su mujer olvidaba que tenía cuarenta y siete años, y que tenía problemas para no quedarse atrás con el cuerpo diez años más joven de ella. Bueno, en realidad, no tenía problemas para mantener el ritmo, siendo un lujurioso vikingo y todo eso, pero ella le hacía jadear más esos días. —Tengo una idea maravillosa —dijo Alinor, acurrucándose contra él y colocando una mano amorosamente sobre su masculinidad. —¡Uh, oh! —Siempre que Alinor mencionaba “una idea maravillosa” especialmente cuando tocaba su miembro, él sabía que estaba en problemas. —Creo que Toste debería casarse con Esme. De donde había salido esa absurda idea, él no lo sabía. Las mentes de las mujeres revoloteaban aquí y allá como colibríes. Revolotean, revolotean, revolotean. —Nada de casamenteros, Alinor. Toste nos pidió que no interfiriéramos. ¿Recuerdas? —Exactamente no sería ser casamenteros. —Sería exactamente casamenteros si tú estás envuelta. —Toste necesita a alguien a quien amar ahora que Vagn ya no está. —Un hombre no necesita a alguien a quien amar. Ella apartó la mano de su región inferior y le golpeó en el pecho.

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—No todos los hombres necesitan a alguien a quien amar —corrigió él, para no ser un completo idiota. Ella volvió a llevar la mano a donde pertenecía, aparentemente perdonando su desliz. ¡Esposa lista! —Toste tiene un vacío en su vida. —Que tú pretendes llenar. —Tal vez. —Alinor, ¿no tienes bastante quehacer ayudando a Eadyth con la preparación del gran banquete? —Todo está preparado. Todos los planes están hechos. Eadyth tiene sirvientes más que suficientes para que se encarguen cuando los invitados lleguen. Mientras tanto… —¿Qué pasa con nuestros hijos? ¿Sabes lo que Thork hizo hoy? —Su hijo de once años era travieso, un granuja con todo el espíritu de los varones vikingos. Sus otros tres hijos, Starri de nueve, Guthrom de seis y Selik de dos años, mostraban signos de seguir por el mismo pícaro camino. Alinor suspiró. —¿Qué hizo Thork hoy? —Pellizcó a una doncella en el trasero. Ella soltó una risita. —¿Le has reprendido? —Por supuesto que sí —En realidad, no pude dejar de reír, especialmente cuando me dijo que esa doncella en particular tenía un trasero enorme que estaba suplicando que lo pellizcaran. —Ya que has sacado a relucir las fechorías de tu hijo… —comenzó Alinor. ¿Por qué era que eran hijos de él cuando hacían algo malo, pero eran hijos de ella cuando se portaban como ángeles? —… Starri y Guthrom hicieron un concurso de escupitajos por encima del parapeto, algunos de los cuales cayeron sobre una lechera que pasaba por allí y provocó que vomitara el contenido de su estómago. Tykir no quería decírselo, pero él fue quien les enseñó lo de los concursos de escupir. De todas formas, probablemente ella ya lo sabía. —Volviendo a Toste… —dijo ella. ¡Sagrado Thor! Es como un perro con un hueso cuando empieza con algo. Nunca lo deja escapar. —¿No sería agradable celebrar una boda navideña? —Ahora movía las manos sobre él de la forma más deliciosa. Tykir se tapó la cara con las manos y dijo: —Me rindo —Y lo decía en serio en más de una manera. Rub-a-dub-dub… —¿Por qué traeis una bañera aquí? —Esme prácticamente chilló su pregunta porque ya tenía una idea bastante aproximada del porqué. Toste se limitó a sonreír y dijo: —Saludos, Esme. ¿Me habéis echado de menos?

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—¿Echaros de menos, idiota con aliento de cabra? No… lo… creo. Él sopló dramáticamente en la palma de la mano, la colocó frente a su nariz y husmeó. —A mí huele a fresco. ¿Por qué siempre remarca la parte más irrelevante de lo que digo? —¿Cómo podría echaros de menos? Estáis aquí todo el tiempo. Él le guiñó un ojo. —Bolthor piensa que os gusto. —Bolthor es un zoquete. —Le contaré que habéis dicho eso. —No. No lo hagáis —dijo ella, arrepentida. No era culpa del afable skald que Toste se comportara como una bestia. Toste había dormido con ella en la pequeña cama las dos últimas noches y había ido y venido durante las horas diurnas. La última vez había atado la muñeca de ella a la suya de nuevo y después había posado una mano posesivamente sobre uno de sus senos. Cada vez que ella se movía, él lo tomaba como excusa para acariciarla. Y por supuesto ella permaneció desnuda y atada a los postes de la cama cada vez que él dejaba la cabaña. No se molestó en colocarle la mordaza, ya que al parecer nadie acudiría en su rescate ni aunque gritase a pleno pulmón. Toste colocó una caldera sobre el fuego y la llenó con un cubo de agua del barreño para la lluvia que había fuera. Ahora salía y entraba, llenando la bañera. Un aire gélido se deslizó por la puerta abierta, provocando que Esme sintiese frío incluso estando cubierta por la manta de pieles. —No voy a meterme en esa bañera —declaró. —¿Queréis apostar en ello? —Una dama debe tener su intimidad cuando se baña. —Uno, aquí no hay ninguna dama. Dos, renunciasteis a cualquier derecho a la intimidad cuando me privasteis de la mía. Tres, sois un detestable granuja. —¿Qué esperáis obtener con esta venganza? —La venganza es su propia recompensa. Además, he descubierto que me gusta la idea de tener mi propia esclava sexual. —¿Esclava se-sexual? —farfulló ella. —Sí. No pensaríais que me iba a conformar con una rebanada de pan sin levadura en mi lecho para siempre, ¿verdad? Quiero decir, hay cierto encanto en contemplaros desnuda, echada sobre la espalda, con las piernas separadas en invitación, pero en algún punto debéis ganaros vuestro techo. Probablemente le estaba tomando el pelo, pero ella decidió no ponerle a prueba en ese aspecto. Otro pensamiento le vino a la mente. —¿Alguien os ha visto trayendo esa bañera aquí? —¡Ja! Todos me vieron. Ella gimió, imaginando las bromas que se habrían dicho. El hombre era exasperante. Si iba a torturarla o forzarla sexualmente, deseaba que se limitase a hacerlo y acabar con ello de una vez. Esta indecisión la estaba volviendo loca. Lo cual, por supuesto, era el objetivo de él. —¿Qué aroma preferís, Esme? ¿Lavanda o rosas? —¿Uh?

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Mientras la mente de ella vagaba, Toste había llenado la bañera hasta la mitad con agua fría de lluvia y calentado con dos calderas de agua hirviendo. Otra caldera estaba sobre el fuego. Sostenía dos bolsas de tela en el aire. —No importa. Creo que prefiero rosas. Y dicho eso, esparció el polvo en la bañera y lo removió. El aroma de las rosas pronto impregnó el pequeño cuarto. A continuación, se acercó al lecho y desató sus ligaduras. —Entrad en la bañera —ordenó, dándole la espalda. Ella le hizo una mueca mientras se sentaba, utilizando la piel para cubrirse. Él salió para recoger leña, dejando la puerta abierta. Cuando regresó, le dirigió una mirada punzante, al descubrir que ella no se había movido en absoluto. Esme no pensó dos veces lo que hizo a continuación. Toste estaba inclinado sobre el fuego, dándole la espalda, cuando ella dejó caer la piel y salió volando por la puerta abierta. No se detuvo a pensar en que estaba desnuda y descalza, y que aunque el sol lucía brillante, el suelo todavía estaba cubierto por una fina capa de nieve. Ni pensó hacia donde se dirigía. Escapar era su único objetivo. Echó un vistazo por encima del hombro, esperando ver a Toste tras sus talones. En lugar de eso, le vio inclinado contra la jamba de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Ni siquiera iba tras ella. Y estaba sonriendo. ¡El troll! Pero entonces se apartó de la puerta y empezó a caminar tras ella. Caminar. Estaba tan seguro de atraparla que ni siquiera se molestaba en correr. Esme miró a derecha e izquierda, temblando de frío, mientras decidía hacia donde encaminarse. Algunos aldeanos que estaban en el exterior de sus cabañas la vieron y estaban señalando hacia ella. Decidió correr en la dirección contraria, apartándose del castillo. Debería haber algunos cobertizos en los campos donde pastaban las vacas, o más adelante donde las cónicas colmenas de Eadyth se alzaban en la distancia. Casi había alcanzado un establo de vacas cuando Toste la zancadilleó por detrás y aterrizó de frente en el barro. Debido a que las vacas venían a esa zona todos los días, el suelo no estaba cubierto de nieve ni estaba helado. Sólo embarrado. Afortunadamente, no había caído sobre ningún montón de estiércol. De todos modos, pensó que lo olería si hubiese. —Esme, Esme, Esme —dijo Toste contra su oreja—. ¡Qué moza tan estúpida sois! ¿Sabéis cuanto más estáis añadiendo a vuestro castigo con esta última fechoría? Verdaderamente tenéis deseo de morir. —Ya no me importa nada —proclamó ella—. Quitaos de encima, enorme idiota pomposo. Debéis pesar tanto como una… vaca… no, un toro… un toro viejo y cachondo. Él se echó a reír y se apartó de ella, poniéndose de pie y tirando de ella hasta levantarla en un solo movimiento. Sus ojos se abrieron de par en par cuando la miró… toda ella… cubierta con barro, desde la cara hasta sus senos, vientre y feminidad, incluso sus piernas hasta los dedos de los pies. Él, por otro lado, solamente tenía una pequeña cantidad de barro… en sus manos y calzones. Pero entonces notó algo más. Los dientes de ella estaban castañeteando y su cuerpo temblaba incontrolablemente por el frío. —¡Tsk tsk tsk! —chasqueó él mientras la levantaba en brazos y comenzaba a llevarla rápidamente de regreso a la cabaña. No parecía preocuparle que el barro de

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ella se pegase a él mientras la sostenía contra su pecho con el sucio rostro acurrucado contra la curva de su cuello. Tan pronto como entraron en la cabaña, él la depositó en la bañera de agua tibia y con cuidado vació otra caldera de agua hirviendo dentro para calentarla más. Lavándose las manos, utilizó más agua para enjuagarse el cuello donde la embarrada cara de ella había estado. Le echó un vistazo rápido, notando sus todavía castañeteantes dientes con un fruncido del ceño. Sin hablar, salió en busca de otro cubo de agua de lluvia y lo vació dentro de la caldera para calentarla. A continuación, llenó un recipiente de metal con hidromiel y lo colocó sobre las brasas calientes. Tras unos momentos se lo ofreció a ella y ordenó: —Bebed. —No tengo sed —Ahora que el frío de su cuerpo se había disipado, ella se sumergió más en el agua aromatizada, preguntándose que vendría a continuación. —¡Bebed! —dijo él con más fuerza y colocó la copa contra sus labios. Tendría que beber o le caería por la barbilla. Una vez que tragó la mitad del contenido, él se apiadó de sus suplicantes ojos y dejó la copa a un lado. El hidromiel había hecho su trabajo, calentándola por dentro mientras el agua hacía lo propio desde fuera. Toste se arrodilló junto a la bañera, lo cual la incomodó porque el agua, aunque turbia, estaba lo bastante clara para ofrecerle una buena vista de su cuerpo desnudo. Ella pensó en cubrirse con las manos bajo la superficie, pero no se molestó en hacerlo. Él podía verla siempre que quisiera… y lo hacía. Él deslizó un dedo por su mejilla y quedó cubierto de barro. Hizo lo mismo con su cabello. Mismo resultado. Ella debía tener un aspecto lamentable. Antes de que tuviese oportunidad de adivinar lo que él iba a hacer, Toste empujó su cabeza bajo el agua. Ella emergió escupiendo. Le miró mientras se pasaba los dedos a través del cabello todavía embarrado. Lo cual provocó que él la hundiese otra vez. En esta ocasión ella emergió soltando groserías que una casi-monja no debería siquiera conocer. —¿Qué? ¿Vais a ahogarme como parte de mi castigo? —No, dulzura. Sólo es que me gusta que mis compañeras de lecho sean… bueno, dulces. A los cerdos puede que les guste revolcarse en el barro, pero yo no soy un cerdo. —Yo creo que sois un cerdo. —¿Ah sí? —Él se rió entre dientes y comenzó a enjabonarle el cabello con un puñado de jabón suave que sacó de un pequeño recipiente de cerámica. —Puedo hacerlo yo misma —dijo ella, estirándose para coger el jabón. Él lo mantuvo fuera de su alcance. —Prefiero hacerlo yo. —Y yo prefiero que no. Él la hundió un poco para enjuagarla y después la enjabonó de nuevo. Esta vez no se limitó a echarle el jabón, sino que utilizó los dedos de ambas manos para masajear el cuero cabelludo durante un buen rato… tiempo más que suficiente para lavarle el cabello. Sus mágicos dedos se movían en pequeños círculos, provocando que el cuerpo de ella se relajase y que sus sentidos aumentaran. —¿Quién os enseñó a hacer esto? —preguntó ella con los ojos cerrados y la barbilla apoyada sobre su pecho. —Una hurí.

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—Una hurí. ¿Qué es eso? Él rió entre dientes. —Una mujer de harén. —Oh —dijo ella. Y después—, ¡Oh! Cuando su cabello estuvo limpio, él se movió tras ella y lo peinó hasta dejarlo pasarlo tras sus orejas y cayendo por su espalda en un cortina húmeda. Después regresó al costado, todavía de rodillas y le dijo: —Arrodillaos en la bañera y mirad hacia mí. Ella no quería hacerlo. El agua ni siquiera llegaría a su feminidad. —¿Por qué? —Una débil pregunta pero la hizo igualmente. —Porque estáis sucia y voy a lavaros. Ella ahogó un gruñido. Por supuesto ya no estaba sucia. Mientras ella vacilaba, él se quitó el cinturón y la túnica, arrojándolos tras él. No estaba embarrado, excepto por sus calzones. ¿Por qué estaba quitando… oh. Él le indicó con un gesto autoritario de las manos que debería arrodillarse. Ella lo hizo, pero mantuvo los ojos fuertemente apretados. —Abrid los ojos. —¿Por qué? —Dejad de preguntar por qué todo el tiempo. Limitaos a aceptar que sé lo que estoy haciendo. Ella abrió los ojos y le dedicó una mirada que decía que eso era cuestionable, pero antes de que pudiera dar voz a ese pensamiento, la lengua se le congeló en la boca. Él estaba enjabonándose las manos. Ambas. Mucho. Y ella supo donde planeaba colocar esas manos, porque allí era donde él estaba mirando. Cuando sus manos estuvieron llenas de jabón, lo esparció sobre sus senos, primero en círculos amplios que fueron haciéndose más y más pequeños hasta que convirtió sus pezones en duros picos. Ella quería suplicarle que parase. Ella quería suplicarle que nunca parase. —Tenéis unos pechos hermosos, Esme. ¿Se supone que debo reaccionar a eso? No me importa que admire mis pechos. No me importa que haga que me duelan tan deliciosamente. No me importa que sus dedos provoquen magia. —¿Os gustaría que los chupe? —¿Queeeé? —¿De dónde había salido esa pregunta?—. No, no quiero que… hagáis… eso. Él ya había desplazado las manos hacia sus brazos, los cuales enjabonó, incluyendo las axilas y los hombros. Entonces derramó agua limpia y caliente sobre ella y dijo: —Ahora poneos de pie. Ella estuvo a punto de preguntar por qué, pero se mordió el labio para detenerse. Sabía por qué. —Si os ruego que tengáis piedad y me ahorréis esta humillación, ¿lo haríais? —No. Bueno, esa respuesta ha sido corta y directa al grano. Se puso en pie y levantó la barbilla desafiante. Ella era Esme, Lady de Evergreen. Dejemos que haga lo que quiera con ella. No podrá arrebatarle su orgullo. Quieta, silbó suavemente. En realidad… pronto cambió de tonada.

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Con un nuevo pegote de suave jabón, le enjabonó el abdomen y el vientre, después gastó mucho tiempo con el vello y los privados pliegues entre las piernas. Incluso la unión entre sus nalgas mereció la atención de él. El granuja sabía lo que hacía, porque la tocaba en lugares y formas que tan sólo un libertino experto conocería. Si antes ella no se había dado cuenta, ahora sí… se encontraba completamente perdida con este hombre. Se humedeció los labios repentinamente resecos y le miró. Para su satisfacción, le vio humedecerse sus propios labios. El vikingo se sentía igualmente afectado por este pequeño juego suyo. La sorprendía que él no intentase agarrarla, pero no debería sorprenderse. Era un hombre experimentado. Sus movimientos serían más suaves que eso. Ofreciéndole un paño de lino, le dijo: —Secaos, Esme. Tenemos un contrato que discutir. —¿Qué clase de contrato? —preguntó ella mientras utilizaba el paño para secarse, salía de la bañera y lo aprovechaba para escudarse. Él sonrió ante su triste intento de modestia después de lo que acababa de ver y hacer. —Vuestro contrato de castigo —dijo él mientras empujaba la bañera hacia la puerta y vaciaba el agua en el exterior. Después de eso, trajo más madera y avivó el fuego. Finalmente le contestó mientras se desnudaba a su vez. —Me mantuvisteis cautivo aquí durante diez días. Calculo que lo justo sería lo mismo. Diez por diez. Excepto que me mordisteis el labio una vez, lo cual aumenta vuestra deuda a once días, y vuestro intento de escapar ciertamente cuenta como al menos dos días más. De modo que vuestra deuda es de trece días menos los dos que ya habéis pasado aquí, quedando un total de once días. —Deberíais liquidar mi deuda por haberme obligado a tomar unas medidas tan drásticas en primer lugar. —¿Qué clase de ilógica femenina es esa? —Los hombres simplemente no reconocen que las mujeres tienen cerebro. —No es en vuestro cerebro en lo que estoy interesado. —¿Alguna vez he mencionado que sois un bruto detestable? —Unas cien veces. Lo considero un cumplido, viniendo de vos. Ella se recordó a sí misma no volver a hacerle ese “cumplido”. Él se enderezó entonces, totalmente desnudo, y ella no pudo evitar mirarle fijamente. El hombre era magnífico, desde su cabello rubio que caía sobre sus hombros hasta su perfectamente proporcionado cuerpo. En realidad, una parte de su cuerpo parecía un poco desproporcionado con respecto al resto. ¿Cómo podía el vikingo hablar con ella tan tranquilamente cuando tenía eso sobresaliendo, como una bandera que mostraba su interés? —Aquí está el trato que os ofrezco, Esme. Cada vez que iniciéis y hagáis el amor conmigo, descontaré un día. —Definid hacer el amor. Él rió. —Mi miembro en uno de vuestros cálidos y húmedos orificios. Ella no estaba exactamente segura de lo que quería decir con eso, pero la sonrisa en su cara le indicaba que preguntar podía no ser una buena idea.

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—¿Qué queréis decir con que yo inicie? —Vos empezáis. Vos hacéis el trabajo. A menos que yo acceda a hacerme cargo algunas veces, lo que probablemente haría, sobre todo si me suplicáis que haga algo particularmente perverso. En su mayor parte, está en vuestras manos. —¿Mis manos? ¡Ja! No tendría ni una pista de cómo hacerle el amor a un hombre. —Aprended. Haced lo que se os ocurra por instinto. Infiernos, sólo tocadme y probablemente explotaré. No he estado con una mujer desde hace un año, Esme. Creedme, no seré quisquilloso. Ahí probablemente había algo un poco insultante. —Si cualquier mujer serviría, ¿por qué yo? Él negó con la cabeza. —No dije que cualquier mujer serviría. Os deseo a vos. A ella le tomó toda su fuerza de voluntad no preguntar “¿por qué?”. Lo que dijo fue: —Sugerís que venda mi cuerpo. —Yo prefiero la palabra trueque. —Tomaríais todo de mí, incluido mi orgullo. —Devolvería tanto como obtenga. ¡Fuese lo que fuese lo que eso significara! —Además, vos no os preocupasteis en absoluto por mi orgullo —Él la miró por unos largos momentos, esperando su decisión. Como ella permanecía en silencio, dijo—: Que así sea —Con esas palabras, se acercó al lecho y se recostó. —¿Y ahora qué? —Ahora voy a dormir y vos permaneceréis en esta cabaña durante once días más. Espero que los nobles invitados de Eirik no pidan venir a echaros un vistazo. —¿Cómo sabrían siquiera que estoy aquí? —¡Ja! Bolthor ha estado recitando saga tras saga sobre este acontecimiento. ¿Pensáis que de pronto cerrará la boca? Ella no había pensado en eso. Además, sospechaba que Eirik y Tykir le tomaban el pelo a Toste cada vez que entraba en el torreón por haber sido engañado por una hembra. Y Alinor y Eadyth, si eran las mujeres buenas que sabía que eran, probablemente regañaban a los hombres en todo momento por permitir que su cautiverio continuase. Sí, cualquier invitado en Ravenshire sabría de su humillante situación. Decidió intentar otro enfoque. —Todavía es de día. —¿Quién dice que debe estar oscuro para dormir… o copular? —Con eso, se echó la piel por encima del cuerpo y se giró dándole la espalda. —¿Y qué me ocurrirá cuando mi confinamiento termine? ¿Me ayudaréis entonces a recuperar Evergreen? Él encogió los hombros. —¿Qué significa eso? —Ya no os hablo. Estoy durmiendo. —No estáis durmiendo. —Lo intento. —Olvidasteis cerrar la puerta con llave.

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—Si huís de nuevo, añadiré una semana a vuestro confinamiento. Y colocaré una cadena alrededor de vuestro cuello y os llevaré al torreón como a un oso amaestrado. —No os atreveríais. —Ponedme a prueba, Esme. No estoy de buen humor. —Nunca estáis de buen humor… últimamente. Él murmuró alguna palabra extranjera que ella estuvo bastante segura de que era una grosería. Un largo periodo de silencio siguió durante el cual ella consideró sus opciones. No había muchas. Finalmente, con un largo suspiro, dijo: —Muy bien. Al principio, no creyó que él la hubiera escuchado. Permanecía recostado con la espalda hacia ella y la piel cubriéndole hasta la cintura. Pero entonces se giró colocándose boca arriba. En su favor, no sonrió, se rió ni dijo nada degradante. Simplemente la observó, aguardando su siguiente movimiento. ¡Ja! Como si yo supiese que movimiento hacer. —Un poco de ayuda no vendría mal —dijo ella. La única respuesta de él a su súplica fue levantar la piel por un lado para hacerle sitio. Ella prácticamente arrastraba los pies mientras caminaba hacia la cama. Los ardientes ojos de él recorrieron su desnudo cuerpo mientras se aproximaba. Su desnudez ya no la molestaba demasiado. Tenía problemas más grandes con los que enfrentarse. Como la manera de seducir a un vikingo. O que hacer con ese grueso palo que sobresalía de su magnífico cuerpo. Se deslizó en la cama junto a él y sintió su cuerpo como si fuera la explosión de una hoguera. Él los tapó a los dos con la piel. Envuelta en esa calidez, con el pecho de él contra su rostro y el brazo sobre su cintura, sintió un extraño letargo. —Quizá podríamos dormir un rato —sugirió. Él rió y su alegría retumbó en su pecho bajo la mejilla de ella. —O quizá no —dijo él. Ella pasó la palma de la mano sobre su apenas velludo pecho y sobre sus planos pezones. Pensó que debía gustarle, porque sintió como su corazón se aceleraba notablemente. Cuando deslizó la mano por su abdomen y vientre, el corazón de él prácticamente saltó contra su cara. Realmente debía gustarle eso, pensó ella, sonriendo para sí misma. Era casi divertido descubrir que podía tener ese efecto sobre él con tan sólo la caricia de una mano. Cuando comenzó a bajarla más, él aferró su muñeca y gruñó: —Todavía no. —¿Qué deseáis? —¿Qué deseas tú, Esme? Ella pensó durante un momento. —Bueno, me gustaron los besos de antes. Él asintió. —A mí también me gustaron los besos. Ella se inclinó sobre él de modo que sus senos descansaron sobre el pecho de él. Y era una sensación asombrosa… sus pezones rozándose contra el vello de su pecho. Creyó escuchar a Toste gruñendo, pero como no se repitió, imaginó que estaba

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equivocada. Primero besó el hoyuelo de su mentón… no pudo resistir la tentación. Después entrelazó los dedos en su sedoso cabello para mantenerle quieto —y no es que se estuviera moviendo en absoluto—, y frotó los labios sobre los de él intentando encontrar la postura correcta. En algún momento, ella admitió: —Tu aliento no huele realmente a cabra. Él sonrió contra su boca. —Lo sé —Y añadió—. Tú hueles a rosas. —Lo sé —dijo ella. Menudos conversadores estaban hechos. Más parecían dos zoquetes. Él permitió que ella que llevase la iniciativa durante el beso hasta que le deslizó la lengua en el interior de su boca. La abrió más para ella, succionó su lengua y emitió roncos sonidos masculinos de apreciación desde lo más profundo de su garganta. Cuando él correspondió con su lengua introduciéndola en la boca de ella, Esme hizo lo mismo. Siempre había sido una buena alumna, y ahora también emitió roncos sonidos femeninos de apreciación. No estaba segura de qué hacer a continuación, aunque se percató un poco después de que había estado frotando inconscientemente sus senos hacia delante y hacia atrás sobre el pecho de él, raspando los pezones hasta convertirlos en duros guijarros que ansiaban… algo. Él notó la dirección de su mirada y la tomó por la cintura, levantándola de modo que quedase encima de él, vientre contra abdomen, los muslos de ella a ambos lados de su cadera, sus senos colgando ante su rostro. —Dámelos —pidió él con voz ronca. Al principio ella no entendió lo que le decía, pero él miraba directamente a sus senos y entonces lo supo. Era algo extraño, pero Esme levantó su seno desde abajo y después se inclinó hasta que el pezón alcanzó la boca de él. Sin aviso, él comenzó a chupar, húmedo y fuerte con un ritmo interminable. Intentó echarse hacia atrás ante las increíbles oleadas de torturoso placer que provocaba en su cuerpo, pero él tenía una mano sobre su espalda y la otra en su nuca, manteniéndola firmemente en la posición. Mientras continuaba lamiendo y chupando, él movió la mano que tenía en la cintura hasta el otro seno, el cual acarició sin piedad. Después intercambió cada pecho. Parecía existir una conexión directa entre las puntas de los senos de Esme y su zona inferior. Sin pensar, comenzó a golpear con las caderas contra él, tratando instintivamente de frotar ese lugar entre sus piernas que palpitaba y palpitaba. Esme había sentido mucho más aquella vez que Toste había puesto su boca allí. Así que sabía lo que su cuerpo ansiaba… ese maravilloso e imponente éxtasis. Una vez más, él la levantó por la cintura y la colocó sobre su… esta vez cuando se apoyó sobre el vientre de él, sus pliegues femeninos formando un perfecto canal para su dura masculinidad. Ella le miró interrogativa. Él se apoyó sobre los codos mientras miraba hacia el lugar donde sus cuerpos se encontraban. Sus ojos azules estaban nublados por la excitación. Sus labios llenos estaban separados mientras jadeaba ligeramente. Esme sintió una extraña alegría al darse cuenta de que podía provocar tanto placer a un hombre, especialmente a uno tan experimentado como Toste. —Muévete —dijo él con la voz ronca. —¿Cómo? —De cualquier manera que te parezca bueno para ti.

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Hmmm. Ella ondeó sus caderas hacia delante, sus húmedos labios inferiores moviéndose con sorprendente facilidad. Él gimió. Ella sonrió. —Bruja —dijo él. —Granuja —dijo ella. Ahora se movió hacia atrás y hacia delante, y notó que el bulto hacia el final de su masculinidad golpeaba con un particular bump en su feminidad, provocando que los ojos prácticamente se le saliesen de las órbitas por el deleite. Aminoró un poco la velocidad, tan sólo para experimentar. ¡Por los santos! ¿Qué era ese maravilloso punto? Cuando repitió el proceso dos veces más, Toste le preguntó: —¿Eso es bueno? —No. —Mentirosa —rió él. Entonces Esme decidió experimentar otros movimientos. De lado a lado. Rebotando. En círculos. Pero siempre volvía a las ondulaciones que la hacían frotarse a lo largo de su vara y golpearse el clítoris. —¿Por qué estoy tan mojada ahí? —preguntó. Él emitió una risita y contestó: —Porque tu cuerpo me desea. Se prepara para mi entrada. —Oh. —¿Puedes guiarme al interior de tu cuerpo, dulzura? —No sé. —Te ayudaré. Levántate un poco. Él se colocó en la entrada, pero ella sabía… sólo sabía… que su gran tamaño jamás encajaría en ella. Tenía razón. Sólo la cabeza entró. Ella le miró consternada. Pero Toste, todavía reclinado sobre sus codos, miraba fijamente con gran concentración al lugar donde estaban parcialmente unidos. Entonces estiró una mano y usó su índice para frotar ese capullo que al parecer estaba expuesto entre sus muslos. Ella vio las estrellas por un breve momento y sus músculos internos se cerraron y abrieron alrededor de él, tirando para hacer entrar a medio camino. —Buena chica —la animó él—. No quiero lastimarte. Ve despacio. Sólo un poco más. Ella no tenía idea de cómo ir rápido o despacio. En ese punto sólo obedecía a las exigencias de su propio cuerpo. Él pellizcó sus pezones, y ella tomó un poco más de su masculinidad. Él le separó más los muslos, y ella tomó otro poco más. Él dio golpecitos sobre su clítoris con el pulgar, y ella gritó cuando su cuerpo comenzaba a llegar al éxtasis. Con un rugido de frustración, Toste la empujó sobre su espalda y empujó con fuerza dentro de ella, hasta el fondo. Ella hizo una mueca de dolor ante la ardiente sensación, pero él susurró sonidos de consuelo a su oído y no se movió. Solamente cuando su cuerpo se relajó, él salió lentamente, casi todo el camino, y después entró de nuevo, muy despacio. Ella suspiró. —¿Estás bien? —preguntó él—. ¿Te hago daño?

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Ella negó con la cabeza. —¿Yo te lastimo? Él rió. —Sólo de la mejor forma posible. Ya no hubo más charla después de eso. Él la tomó por los tobillos y los subió hasta casi pegarlos a sus nalgas, y entonces separó aún más sus rodillas. Durante un largo, largo tiempo, él la poseyó con movimientos amplios y lentos. Después la penetró con embates rápidos y más cortos, hasta que ella gemía y gozaba casi continuamente. ¿Era posible morir por disfrutar de demasiado placer? Adoraba la fricción de sus zambullidas contra las paredes de su intimidad. Adoraba la forma en que la base de su masculinidad golpeaba contra su clítoris cada vez que empujaba. Adoraba sentir toda su plenitud llenándola. Cuando parecía que ya no podía soportar más placer, y Toste jadeaba en busca de aliento, él se enderezó sobre los brazos estirados, con la cabeza echada hacia atrás. Parecía un dios escandinavo. Rubio y absolutamente glorioso. Entonces empujó una última vez dentro de ella y rugió su triunfo. Ella se estremeció alrededor de él en otro éxtasis. Tras ello, él se dejó caer sobre ella, completamente saciado. A decir verdad, podría haberse dormido durante un momento. Cuando finalmente levantó la cabeza, la miró maravillado, se inclinó y la besó suavemente en los labios, murmurando: —Eso ha estado bien —Entonces sonrió y recordó—. Uno menos y quedan diez. Esme le miró con el ceño fruncido, al indicarle él un doloroso recordatorio de su pacto de castigo, pero la verdad es que no le importaba en absoluto. A veces, un “castigo” puede no ser algo tan malo. Es un trabajo duro, pero alguien debe hacerlo… Toste despertó pasada la medianoche con una sonrisa en el rostro. Y no era porque oliese como una maldita rosa. Debería levantarse y añadir más madera al fuego. El cuarto estaba frío porque el fuego se había consumido hasta convertirse en brasas. Aunque no se levantaría inmediatamente. Estaba demasiado cómodo con Esme acurrucada contra él como la miel sobre una roca ardiente. Él soltó una risita ante la acertada descripción. Ella fabricaba miel como una pequeña y laboriosa abeja, y él decididamente era caliente y duro como una roca. Esme ya había descontado tres días de su confinamiento. Y aunque jamás lo admitiría, había disfrutado inmensamente del proceso, tanto como él… o más. Sagrado Thor, su casi-monja se entregaba al sexo como una hurí de un harén. La segunda vez que había hecho el amor con él, le había cabalgado como a un caballo. Y además una magnífica amazona. La tercera vez le había saboreado hasta que fue él quien se rindió, incluso aunque ella había evitado la parte más importante de todas. Su nariz se estaba enfriando. De modo que finalmente salió de la cama y se acercó a la esquina más alejada del cuarto, donde se alivió en un orinal. Agachándose frente al fuego, colocó en silencio varios leños en la chimenea y sopló las ascuas hasta avivarlas. Pronto hubo de nuevo un rugiente fuego.

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Se sacudió las manos y regresó al lecho. Solamente entonces notó que Esme yacía sobre su costado, observándole. —Estás despierta —dijo él sin necesidad. Ella asintió, y por la forma en que le miraba él supo lo que tenía en mente. Una parte de su cuerpo también lo supo y reaccionó en consecuencia. Ella sonrió con satisfacción. Él negó con la cabeza mientras se deslizaba bajo las pieles. —No vas a liquidar todo tu castigo en una sola noche, Esme. Así que olvídalo. —¿Qué? ¿No podrías levantarse para la ocasión once veces en una noche? ¿Levantarse para la ocasión? Ciertamente ella tenía un don para las palabras. La miró para comprobar si lo decía en serio. Así era. Soy bueno, pero no soy tan bueno. —No, no puedo hacerlo once veces en una noche. —Yo podría. —Lo dudo. ¿Qué clase de lasciva he creado? —¿Qué es esta marca de aquí? —preguntó ella, trazando la hoja de trébol que tenía en el interior de su muslo, muy arriba. —Una marca de nacimiento. Ella continuó recorriendo el contorno con su índice. Él incluso podía sentir su aliento allí, lo cual le gustó inmensamente. A su miembro también le gustaba esa sensación y comenzó a hincharse. Ella soltó una risita. —¿Tu… hermano gemelo… también tenía la misma marca? El pecho de él se contrajo y se dio cuenta de que no había pensado en su hermano muerto desde hacía días… o al menos no había sufrido tanto con su ausencia como desde la batalla. Esme era la responsable de eso. Aburrida de la marca de nacimiento, Esme se acurrucó contra él otra vez, como un gato. De hecho, incluso podría haber ronroneado. —Toste, dijiste que te habías mantenido célibe durante un año. ¿Por qué? Quiero decir, no puedo imaginar a un hombre con tus apetitos privándose de tales… uh, placeres. Toste sintió una gran satisfacción ante la mención de ella de los placeres que él había obtenido de sus juegos en el lecho, porque sus palabras también revelaban que ella había obtenido esos mismos placeres. —¿Mis apetitos? —Él estalló en carcajadas—. Bueno, en realidad, no fui célibe por elección. Vagn me convenció para unirnos a los Jomsvikings, y ellos se mantienen célibes mientras viven en su fortaleza de la isla. Ella asintió. —Pobre tipo. Debías necesitar el contacto de una mujer para satisfacer tu hambre. —Sí, así es —dijo él con fingida seriedad—. De hecho, Esme, hay algo especial que haría por ti, en devolución de tus… uh, servicios hoy por mi… uh, hambre. Por el trueno, que gran idea se me acaba de ocurrir. ¿Accederá? Ella entrecerró los ojos, sin dejarse engañar por su triste apariencia. —¿Algo que harías por mí?

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—Sí, es una postura sexual particular que las mujeres adoran y los hombres… bueno, la soportamos, aunque no es nuestra favorita. A Vagn le encantaría este truco mío. ¿Querrá Esme? —¿En serio? —Ella todavía se mantenía escéptica, pero interesada. Eso es, Esme. Deja que tu curiosidad tome el mando. —Y esa cosa que harías por mí… ¿contaría para restar de mis días… ya sabes, aunque la inicies tú, no yo? Esme, eres demasiado lista para una mujer. —Supongo que podría adaptar las reglas un poco. Soy un tipo de corazón tierno. Ella le miró incrédula y dijo: —No lo sé. Describe esa postura sexual tan particular que las mujeres adoran. —¿Alguna vez has visto copular a los perros? —Sí —dijo ella e hizo una mueca de disgusto con el labio. De acuerdo, mencionar a los perros no es la mejor imagen mental para ella. Pero, toros, vacas, sementales o yeguas probablemente no irán mucho mejor. —Bueno, esta postura se llama el perrito. —Suena horrible. Tiempo para un poco de control de daños. No quiero espantarla. —Bueno, como he dicho, no es la favorita de un hombre, pero la practican a veces para complacer a sus mujeres. Soy tan bueno, me asombro a mí mismo. —Bueno —dijo ella—. ¿Es tan bueno como ese otro truco que me enseñaste? ¿El Punto S Vikingo? —Nada es tan bueno como eso, cariño. Pero casi —Él sintió que ella se estaba ablandando. Hora de entrar a matar, pero primero debía endulzar el cebo—. Creo que incluso podría descontar dos días de tu deuda si accedes a esto. Confía en mí, Esme, no te arrepentirás. Le dijo el lobo al cordero. —De acuerdo —dijo ella. Con esas palabras, Toste apartó las pieles de la cama y comenzó a extenderlas frente al fuego. Esme se sentó y le observó con cautela. No se dejaba engañar por el granuja, ni un ápice. El vikingo no podía buscar nada bueno, pero, ¿dos días de su deuda? No podía resistirse a eso. Ni tampoco podía resistirse a él. Las cosas que le había enseñado sobre su cuerpo y el sexo eran asombrosas. Tendría que acudir a confesión a la primera oportunidad que tuviese, por supuesto, y haría penitencia durante años, pero merecía mucho la pena. Por otro lado, podría estar muerta. Pero ahora, el granuja estaba allí de pie desvergonzadamente desnudo y erecto, haciéndole señas para que se acercase a él. Ella se puso en pie y caminó hacia él, sin sentirse ya tan avergonzada por su desnudez. —Sobre las pieles —le indicó Toste, señalando hacia ellas. —¿Como un perro? —inquirió ella, arqueando una ceja. —Como un perro muy bonito —dijo él, sonriendo de una manera tan encantadora que ella probablemente habría hecho el pino si él lo pidiera. Él se colocó tras ella, colocando una mano sobre su seno el cual colgaba vergonzosamente suelto, y la otra mano sobre el vello de su feminidad. —¿Ves? ¿No es agradable?

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—Parece grosero —De esa forma se sentía demasiado expuesta a sus perversos dedos. Además, no tenía ningún control en esa postura con sus manos y piernas inutilizados. —A veces lo grosero es bueno —dijo él. Ya estaba demostrando lo que afirmaba, mordisqueando su hombro con los dientes. Le echó el cabello por encima de la oreja para darle un mejor acceso. Al mismo tiempo, pellizcaba suavemente los pezones de ambos senos entre sus pulgares e índices—. ¿Te gusta ya? —No estoy segura —Pero frotó el trasero contra su masculinidad y le escuchó gemir contra su oído—. Ahora me está gustando. Él mordisqueó su lóbulo e introdujo la punta de la lengua en el interior de su oreja, lo cual provocó que todo el cuerpo de ella se tensase con un fiero espasmo de placer. —Deja que lo vuelva a hacer con mi dedo dentro de ti —dijo él. Y lo hizo. Y ella se tensó completamente, luchando contra las eróticas oleadas que se derramaban por todo su cuerpo. —Relájate, dulzura. —¡Ja! Como si eso fuera posible. Deja que me levante. Quiero volver a la cama donde puedo verte. —Aún no, dulzura. Todavía no. Sus dedos hacían maravillas entre las piernas de ella, y sus caderas la golpeaban desde atrás. —Pon tu cara sobre las pieles y cruza los brazos por encima de tu cabeza —la indicó él. Lo cual dejaría sus nalgas en el aire. —No… lo… creo. —Por favor. Oh, esto es simplemente maravilloso. Ahora usa el truco del por favor. Ahora sí que nunca seré capaz de resistirme a él. Ella bajó la cara, aunque se mantuvo sobre las rodillas, e incluso permitió que le separase más las piernas. Estaba a punto de protestar por esa postura tan horriblemente vulnerable, y comenzaba a dudar de que fuese la favorita de las mujeres cuando Toste la penetró desde atrás. Podría haber gritado —no estaba segura— ante la conmoción de sentirle llenándola y llegando aún más profundamente de lo que lo había hecho antes, sin mencionar la conmoción de su repentino éxtasis con duros y fuertes espasmos alrededor de su miembro. Era maravilloso y humillante al mismo tiempo. —Por los santos, ¿qué me estás haciendo? —gimió ella. —El amor. Y entonces empezó a salir y entrar de ella, mientras al mismo tiempo frotaba el capullo que parecía ser el centro del placer de una mujer. Ella llegó al clímax otra vez. Él se detuvo, dentro de ella. Incluso más lejos que antes. Incluso más grueso. —No te atrevas a detenerte ahora —dijo ella con la voz entrecortada. —Shhh —dijo él y comenzó a masajearle los senos con movimientos amplios hasta que los pezones se convirtieron en duros guijarros bajo sus palmas. —Me estás torturando —lloriqueó ella. —¿Tortura buena o mala?

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—No lo sé —gritó ella, entonces movió el trasero hacia delante para intentar obligarle a continuar sus embates. Él lo hizo, tan largo y lento que ella deseó gritar de frustración. Tal vez lo hizo. Su mente giraba con las sensaciones. Se encontraba más allá de saber lo que hacía. Él colocó una mano sobre su nuca para mantenerla abajo y se hundió salvajemente en ella, tan fuerte y tan rápido que a ella le costaba distinguir entre dolor o placer. No, era placer… rudo placer. Además él acompañaba sus embates con unos golpecitos con las yemas de los dedos sobre el clítoris de ella. El clímax le llegó en repetidas oleadas mientras él se hundía en ella una última vez, duro y profundamente. Sus convulsas profundidades femeninas y palpitante clítores la brindó el más intenso, inacabable placer. Casi demasiado placer para soportar. Ella se derrumbó sobre el suelo y él cayó sobre ella. Durante unos largos momentos, ninguno habló. No podían. Cuando finalmente se giró colocándose boca arriba y miró a Toste, observó la atónita expresión en el rostro de él. De modo que lo que había ocurrido entre ellos no era algo común. Sin decir una palabra, él la levantó en brazos llevándola al lecho y se recostó junto a ella. La rodeó con sus brazos y tiró de otra piel para cubrirse. En ese momento, Esme se dio cuenta de algo terrible. Se había enamorado de su captor. Una pequeña locura llamada amor… Toste permaneció despierto, profundamente afectado por la comprensión que le había golpeado de pronto. Se había enamorado de su cautiva. Corazón, alma, todo. ¿Cómo había ocurrido? ¿Cuándo? ¿Por qué? Se encogió de hombros. No importaba. Simplemente había pasado. Después de su colosal sexo frente al fuego, Toste le había hecho otra vez el amor a Esme. Lentamente. Con adoración. Esperaba que ella entendía lo que intentaba decirle con su cuerpo. ¿O necesitaba las palabras? Bueno, antes de que pudiera declararse, tenía otras cosas que hacer antes. Se deslizó con cuidado de la cama y cubrió la dormida figura de Esme hasta arriba. Ella roncaba ligeramente. Él sonrió, dándose cuenta de que la había agotado. Bueno, ella también le había agotado a él. Se vistió y regresó al castillo, sin problemas para encontrar el camino bajo la luz de la luna llena. Subió las escaleras y recogió los artículos que necesitaba. Cuando volvió abajo, encontró a Bolthor sentado a solas frente al fuego. Alrededor de él, soldados y sirvientes dormían en catres y jergones sobre el suelo. —Bolthor, ¿qué estás haciendo levantado? —No podía dormir —le dijo—. La herida de la pierna me molesta a veces. Toste asintió, entendiendo perfectamente. Él todavía sufría jaquecas en algunas ocasiones debido a la herida de la cabeza. —Hueles a rosas. Toste se husmeó el brazo y sonrió.

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—Entonces, ¿cómo va el castigo? —preguntó Bolthor con una sonrisa interrogativa. —Maravillosamente —le contestó, devolviéndole la sonrisa. Eran una pareja de tipos sonrientes. —Puedo verlo —dijo Bolthor—. Pareces distinto. —¿Feliz? —Tal vez —le replicó—. Creo que debería componer un poema especial para vosotros. Pienso que un buen título sería «Rima y Castigo». ¿Te gusta? —Sí. Me gusta. Entonces Bolthor notó la alforja colgando del hombro de Toste y dijo: —Entonces, te marchas. ¿A Evergreen? Él asintió. —¿Estás seguro de que quieres ir solo? —Es algo que debo hacer solo. Cuida de mi Esme por mí. Los ojos de Bolthor se abrieron de par en par ante sus palabras, pero después asintió y dijo: —Cuídate. Cuando Toste regresó a la cabaña, depositó todas las cosas que había recogido en el torreón sobre una silla. Caminó hacia la cama y bajó la mirada hacia la dormida silueta de Esme. ¿Debería despertarla? ¿O no? Finalmente eligió dejarla dormir. Pero se inclinó y la besó suavemente en los labios. Te amo, Esme. Espérame. Ido… ido… ido… Esme despertó justo después de amanecer con una sonrisa en la cara. Toste no estaba, pero eso no la preocupaba. Probablemente había ido al castillo para conseguir algo de comida… y sábanas limpias. Completamente satisfecha por la pasión de la noche pasada, cayó dormida nuevamente y no despertó hasta el mediodía. Casi de inmediato, notó que Toste no había vuelto. Y el fuego estaba apagado. Levantándose con cautela, miró por el cuarto y vio que le había dejado preparados sobre una silla, su vestido, zapatos, medias y una capa. No tuvo que comprobar la puerta para saber que no estaba cerrada con llave. Estaba claro que Toste le había dejado la ropa allí para que pudiese volver al torreón de Ravenshire. Y estaba igualmente claro que él no estaría allí cuando lo hiciese. Se había ido. Se había saciado de ella, incluso antes de que su “castigo” estuviera completado, y esta era su forma de liberarla del pacto. Ella cayó de rodillas sobre el suelo y sollozó dando rienda suelta a su dolor. Parecía que una vez más, sus sueños no se cumplirían. Sorbió y se pasó una mano por la húmeda nariz. Poniéndose en pie, comenzó a vestirse. Regresaría al castillo; lucharía por Evergreen. Pero nunca volvería a ser la misma.

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Capítulo 14 El amor duele… A la tarde temprano, Esme estaba de regreso en el castillo. Aunque sus ojos probablemente estaban enrojecidos y su nariz hinchada por haber estado llorando toda la mañana, ya no le quedaban más lágrimas que derramar. Y, sorprendentemente, nadie en Ravenshire hizo mención alguna a las actividades de los pasados días… ella tomando a Toste cautivo, después él manteniéndola a ella prisionera, ni siquiera del actual abandono al que Toste la había sometido. Era como si los pasados trece días ni siquiera hubiesen ocurrido. Ella sospechaba que todos habían llegado al acuerdo de no discutir esos asuntos para evitarle la vergüenza. El propio Ravenshire había cambiado espectacularmente durante su corta ausencia. El muérdago y el acebo estaban por todas partes, incluso colgando de las vigas en forma de racimos. Esme no se sorprendió de ver el muérdago entre el resto de los adornos en este hogar medio escandinavo. La costumbre de besar bajo el muérdago estaba frecuentemente asociada a Balder, el amado dios vikingo similar al cristiano Jesucristo. Balder había sido asesinado por una flecha fabricada con madera de muérdago y devuelto a la vida por una espiga del mismo arbusto. A partir de entonces, los vikingos consideraban que su vista era una señal de que se debía entregar un beso de paz y amor. Fragantes velas ardían en prácticamente cada esquina. Deliciosos aromas procedentes de la comida que estaba siendo preparada para el próximo banquete flotaban a través del castillo… jabalí, ciervo rojo, gallinas y patos asados; bacalao salado, riñones en escabeche, anguilas con crema y el repugnante lutefisk1; pasteles de miel, tartas de manzana y dulces natillas con pasas; quesos duros y suaves, incluido el skyrr2 vikingo, montañas de pan, especialmente rebanadas del pan fino circular con un agujero en el centro preparado sobre largos mangos de escoba. Y por supuesto la famosa hidromiel de Lady Eadyth, aumentada por un lote de la hidromiel de la hermana Margaret que ésta había dejado allí. La mayoría de los invitados llegarían mañana, pero el castillo ya estaba atestado por la familia y amigos, todos con niños correteando de aquí para allá. Por supuesto estaban las hijas gemelas de diecisiete años de Eirik y Eadyth, Sarah y Sigrud, pero otras dos hijas también habían llegado, Emma de veinticuatro años quien trabajaba en un orfanato de Jorvik, y Larise de treinta y seis años, viuda de un comerciante de Northumbria. Sin olvidar al siniestro John de Hawk’s Lair, quien era demasiado sombrío para sus veinticinco años. También permanecían allí para la época de fiestas, Tykir y Alinor con sus cuatro revoltosos hijos. Los niños le habían estado enseñando a Abdul unas cancioncillas

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Lutefisk: Pescado, generalmente bacalao, al que se ha puesto en remojo con lejía. (N. de la T.) Skyrr: Queso suave fabricado a base de yogur.

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navideñas, algunas de las cuales eran bastante picantes. Entre los graznidos del pájaros y los chillidos de los niños, era difícil pensar… lo cual era bueno en el caso de Esme. Entre los prematuros invitados estaba Adam de Hawkshire con su esposa, Tyra, junto con su bebé Edward, quien gateaba por todas partes, un sirviente árabe llamado Rashid y un torpe muchacho de doce años, Alrek, quien tropezaba con todo lo que estaba a la vista. Adam era un renombrado sanador y la hermosa Tyra, una mujer colosal, era una guerrera. ¡Asombrosas personas! Aunque los invitados que más preocupaban a Esme eran los que comenzarían a llegar mañana, algunos de los miembros del Witan, posiblemente incluso el arzobispo Dunstan, quien representaría al rey. A pesar de todo lo que le había hecho a Toste, jamás habría creído que la abandonaría para que se enfrentase sola a esos nobles. Su vida… su futuro… estaban en juego, y él se había marchado sin más. Encontró a Bolthor sentado en el rincón más alejado de la gran sala frente a una pequeña chimenea, sorbiendo una copa de hidromiel. Al parecer él también necesitaba escapar del alboroto y el caos. Tal vez también se sentía abandonado por Toste. Ella posó una mano sobre su manga y tomó asiento en un banco junto a él. —No puedo creer que haya tanto ruido —dijo. Él asintió. —Siempre es así cuando se reúnen los vikingos. Y Eirik y Eadyth, aunque pueden afirmar que solamente hay sangre noruega por parte de uno de ellos, son más vikingos que algunos de pura sangre. Se debe a que Eirik se ha criado en hogares vikingos, supongo. —¿Tenéis vos… o Toste… alguna conexión sanguínea con ellos? Él negó con la cabeza. —No tenemos parentesco directo o cercano, pero hemos sido camaradas durante años en la batalla. Luché junto a Tykir en la Batalla de Brunanburh donde perdí mi ojo. —Y Toste… ¿os sentís abandonado por él ahora? ¿Al igual que yo? Él alzó las cejas. —¿Abandonado? ¿Por qué me sentiría abandonado? ¿Por qué os sentiríais así vos? Él debería estar de regreso esta noche o mañana como muy tarde, creo. Esme sacudió la cabeza para aclarar la confusión causada, sin duda, por tanto llanto. —¿Qué queréis decir? —De pronto, se le ocurrió otra pregunta—. ¿No ha ido en busca del asesino de su hermano? —No. —¿A dónde ha ido? —¿No os lo ha dicho? —No, no lo hizo —Esme sintió deseos de sacudir al gigante… ¡como si pudiera!— . ¿A dónde ha ido Toste? —A Evergreen —le contestó—. Creí que lo sabíais. El asombro la invadió. Era la última respuesta que se habría esperado. Con calma, le informó: —Nadie me lo dijo. Él se encogió de hombros. —Sin duda todos creían que lo sabíais. Ahora sintió deseos de sacudir a Toste. Pero había ido a Evergreen. ¿Por ella? —¿Por qué ha ido?

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—Para ayudaros. Lágrimas, que ella creía se habían secado, inundaron de inmediato sus ojos y su corazón pareció contraerse en su pecho. —¿Por mí? —Sí, lo hablamos —Toste, Eirik, Tykir y yo—, y llegamos a la conclusión de que había algo extraño con respecto a Evergreen… algo inusual. De otro modo, ¿por qué vuestro padre codiciaría una propiedad tan pequeña? Toste fue a investigar. Espera regresar con información que pueda ser utilizada para vuestra petición frente al Witan. Ella se mordió el labio inferior con preocupación. —Podría ser peligroso. —Tal vez, pero Toste también es peligroso. No os preocupéis. Él volverá. Me pidió expresamente que os mantuviese a salvo mientras estaba fuera. Esme se iluminó y se apoyó una mano sobre su acelerado corazón. Toste debía sentir cariño por ella. Debía. Y con eso, se fue en busca de Eadyth y Alinor. De pronto su vida parecía llena de esperanza. Toste no la había abandonado, después de todo. Eadyth y Alinor se encontraban en una despensa en un piso superior, revisando entre cuchillos de plata, fuentes de madera, cucharas, copas y preciosos manteles para colocar sobre las mesas del banquete. Alzaron la mirada y dijeron: —Saludos, Esme. —Saludos —dijo ella—. ¿Puedo ayudaros? —Sí —contestó Eadyth—. Ayúdanos a separar cualquier cosa que pueda ser utilizada por nuestros invitados adicionales. —También necesitaremos más ropa de cama —le recordó Alinor a Eadyth. Mientras trabajaban, Esme preguntó: —¿Por qué no me dijisteis que Toste había ido a Evergreen? —¿No lo sabías? —Eadyth parecía genuinamente sorprendida. —El idiota no te lo contó —observó Alinor, más como una afirmación que como una pregunta—. Como todos los hombres. —Alinor tiene razón en su comentario. Los hombres no creen que las palabras sean necesarias. Piensan que podemos ver dentro de sus gruesas cabezotas. —¿Te has enamorado? —inquirió Alinor de pronto, pero inmediatamente levantó una mano para detener su respuesta—. No, no tienes que contestar a eso, Esme. Ha sido grosero por mi parte. Pero ella igualmente respondió. —Estoy enfadada con el granuja por algunas de las cosas que hizo, pero, sí, creo que me he enamorado de él. Soy una completa estúpida. —Oh, yo no diría eso. ¿Toste te ama a ti? —Si había que ir directo al grano, Alinor era la persona más indicada. Esme agitó las manos en el aire. —Si no me ha contado que se iba en una caballerosa misión en mi nombre, ¿crees que me informaría sobre sus sentimientos íntimos? —Algunas veces una mujer puede sentir esas cosas —dijo Alinor. —Bueno, su habilidad amorosa es espectacular —reveló Esme con el rostro ardiendo. —Cuéntanos —dijeron ambas mujeres con ávido interés, depositando los objetos que habían elegido sobre una mesa y dedicándole toda su atención.

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—No podría hablar de eso, excepto para decir que hizo esa cosa por mí que a los hombres no les agrada pero que las mujeres adoran. —¿Y eso sería? —preguntó Alinor, con un tono de sospecha en la voz. —Ya sabes… la postura favorita de la mujer en los juegos del lecho. Eadyth le sonrió a Alinor y dijo: —No puedo esperar para oírlo —Ambas miraron a Esme. Ahora no tenía escapatoria. De modo que Esme dijo directamente: —Como un perro. Eadyth miró a Alinor y Alinor miró a Eadyth. Entonces ambas rompieron a reír a carcajadas. Y continuaron riendo hasta que las lágrimas les rodaron por las mejillas. Esme se limitó a observarlas aturdida. Woof, woof, woof… Se dijo que esa noche, en muchas recámaras de Ravenshire, el sexo del perro tuvo lugar. Bolthor juró que escribiría una saga sobre eso. Al día siguiente, se escucharon voces masculinas imitando ladridos como broma mientras se daban con el codo los unos a los otros. Muchas mujeres caminaban débilmente con un sonrojo perpetuo en la cara. Y todos debían agradecérselo a Toste. El camino al infierno… —Deja de tocarme —dijo Helga, golpeando la mano de Vagn, la cual una vez más trepaba hacia su seno. —Deja de menear el trasero. Me tientas. —Yo no estaba meneando… oh, olvídalo. Sólo déjame tranquila. Helga cabalgaba frente a Vagn sobre Clod. Estando de camino hacia Ravenshire, todos se habían cansado de tener que pararse tan a menudo para que ella pudiera acomodar su revuelto estómago. Parecía que el ritmo a botes del carro la ponía enferma. Cabalgando sobre el caballo con Vagn la hizo sentirse mejor, pero él la ponía enferma. —¿Cómo está tu estómago? —Bien. —¿Tienes que orinar? —¿Tienes que ser tan ordinario? No, no necesito aliviarme. —¿Te duelen los pechos? —¡Vaaaagn! —Bueno, sólo me preocupo por tu bienestar. Estaría dispuesto a masajearlos, si lo necesitas. Ella soltó un bufido de exasperación. —¿Ya se ha movido el bebé? —preguntó él, colocando una mano sobre su plano vientre. —Apenas tengo un mes de embarazo, Vagn. Los bebés no se mueven tan pronto. —¿Cómo podía saberlo? Esta es la primera vez que estoy encinto… quiero decir… bueno, ya sabes lo que quiero decir. ¿Cuándo exactamente se moverá?

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—No tengo idea. —¿Me lo harás saber cuando se mueva? —Sí, si estás por aquí. —Lo estaré —Hubo un corto silencio y después dijo—: Cásate conmigo, Helga. Sólo era la centésima vez que insistía en que se casase con él. Tenía que admitir que le gustaba oírle suplicar, pero no estaba más convencida ahora de lo que lo había estado la primera vez. —Dame una buena razón por la que debería hacerlo. —Porque es lo correcto. —Respuesta equivocada. —¿Qué quieres que diga, Helga? —Nada —contestó ella con desaliento—. Nada en absoluto. Enseguida se encontró cabeceando por el sueño, acunada por el relajante movimiento del caballo y la cálida comodidad de la capa de Vagn envuelta alrededor de ambos. A través de la neblina del sueño, escuchó a Finn Finehair acercándose y preguntando demasiado dulcemente: —¿Ya la has convencido? —No, pero creo que se está ablandando. —Podría darte unos consejos —ofreció Finn magnánimo. Vagn le respondió. —Ve a arrancarte algunos pelos del trasero —Fuese lo que fuese lo que aquello significaba, Finn simplemente se rió. Entonces se acercó el padre de ella. —¿Se lo has pedido otra vez? —Lo hice —dijo Vagn. —Adivino que no accedió. —No, pero creo que se está ablandando. —Será mejor que la ablandes rápido. Ravenshire ya está cerca, y no habrá tiempo para ablandamientos una vez que lleguemos. Imbéciles; todos los hombres de mi vida son imbéciles, pensó Helga, bostezando sonoramente. Una hora o más después, se despertó por el sonido de unas aclamaciones a su alrededor. Abrió los ojos y levantó la mirada hacia Vagn de manera interrogativa. —Ahí delante está Ravenshire. Ella se giró para mirar hacia delante. Era un magnífico castillo de madera y piedra que había ido creciendo a lo largo de los años al tiempo que la familia Ericsson de Ravenshire aumentaba. Había estado allí muchas veces en el pasado. Eadyth, quien era tan inteligente comerciando con los productos de sus abejas, había sido una modelo para Helga desde una edad muy temprana. Le había dado muchos consejos cuando empezó su propio negocio de bordados. Al acercarse más, fueron conscientes de otros invitados encaminándose hacia Ravenshire desde otras direcciones. Había al menos otras tres partidas de nobles llegando desde lo que debía ser Jorvik y los condados del este. Y en la distancia, un jinete solitario sobre la cima de una colina también se aproximaba a la vasta propiedad. Avanzaron hacia el puente levadizo, el cual hoy estaba bajado con el estandarte del lobo preferido por los señores de Ravenshire, flotando en el viento para indicar que

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el señor se encontraba en la residencia. Entonces fue cuando Helga sintió a Vagn tensarse tras ella y murmurar: —Por los dioses, ¿es posible? —¿Qué? —preguntó ella, girándose a medias para verle el rostro, el cual estaba pálido por la conmoción. —Bolthor… ese gigante de pie en el patio… juro que es Bolthor el Skald. —Creía que había muerto en Stone Valley. —Yo también. Vagn sintió una extraña picazón en la nuca. Una advertencia. Algo no era como debería ser. Además, sentía la presencia de su hermano Toste, con más fuerza que nunca desde la batalla. Podría jurar que realmente le oía silbar dentro de su cabeza. La sensación de la proximidad de Toste era abrumadora. Debía ser la presencia de Bolthor la que provocaba eso. Evidentemente, Bolthor, al igual que Clod, había sobrevivido a la batalla. Bolthor dio un paso hacia delante con un ceño de perplejidad en el rostro, y Vagn bajó del caballo entregando las riendas a un mozo del establo. ¿Por qué Bolthor no estaba tan conmocionado como él al reconocer a un superviviente de la batalla? —Bolthor —dijo, precipitándose hacia delante para abrazar fuertemente al hombretón, y separándose después a la distancia de un brazo para asimilar el saludable aspecto de su amigo—. Creí que habías muerto en Stone Valley. —¿Uh? —dijo Bolthor. El poeta saludó con un gesto a Gorm y Finn, quienes se estaban apeando de sus monturas, y observó lentamente como si estuviera profundamente confuso—. Creí que habías ido a Evergreen. ¿Qué haces con Gorm y su partida? Briarstead está en la dirección contraria. —¿Qué? —Incluso a pesar de sacudirse la cabeza para aclararse, Vagn notó la presencia de una hermosa mujer de cabello negro mirándole fijamente y después a Helga. Parecía afligida por su aparición allí juntos, aunque Vagn podría jurar que nunca la había visto antes. Pero espera… esta era la moza que había visto en sus sueños… sueños de Toste. Antes de tener oportunidad de comprender, ella se precipitó hacia él con lágrimas cayéndole de los ojos, le abofeteó y dijo: —¡Canalla! ¿También has tenido sexo de perro con ella? —Y después se marchó a zancadas. ¿Sexo de perro? Todos parecían estar confusos… y Vagn más que nadie. Pero entonces vio a Eirik, Eadyth, Tykir y Alinor en lo alto de los escalones, mirando con los ojos abiertos de par en par y la boca abierta a algo más allá del foso. Alinor y Eadyth comenzaron a chillar, a abrazarse la una a la otra y a sollozar de alegría. Eirik y Tykir soltaron alaridos de júbilo y sonrieron de oreja a oreja. Entonces Bolthor abrazó a Vagn con un apretón enorme como la de un oso que le levantó del suelo. Contra su oreja, susurró: —Es un milagro. Todos debían estar volviéndose locos. Pero entonces Bolthor le dejó sobre el suelo, le obligó a girarse y dijo: —¡Mira! ¿No lo ves?

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Entonces Vagn miró. Vio al solitario jinete cruzando el puente levadizo. El jinete se detuvo a medio camino y le miraba fijamente. De pronto, el hombre saltó de su caballo y echó a correr hacia él gritando: —¡Vagn! Gracias a los dioses. ¿Realmente eres tú? Al mismo tiempo, Vagn se lanzó hacia delante cuando la comprensión le golpeó. Apenas podía ver debido a las lágrimas que le ardían en los ojos, ni podía hablar por el nudo en su garganta. Era su hermano Toste, de regreso de la muerte. No, también debió sobrevivir a la batalla. De alguna manera. No importa. Su hermano estaba aquí. Cada uno sostuvo el rostro del otro entre las manos. Recorrieron con los dedos el cabello y los labios del otro. Se abrazaron una y otra vez, como si temieran ser separados otra vez. Incluso se besaron sonoramente en la mejilla. Finalmente se echaron hacia atrás y sonrieron. Las palabras no eran necesarias. Hablaron el uno con el otro con el silencioso método que habían perfeccionado a lo largo de los años. Te añoré profundamente, hermano, pensó Vagn. Yo también a ti. Esa herida que te hicieron, Vagn. He estado sufriendo tu dolor. ¡Ja! Yo todavía tengo tus jaquecas. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? He estado en un convento —Toste meneó las cejas maliciosamente—. ¿Y tú? Ah, eso explica lo de los cuervos negros. Yo, me he estado recuperando en Briarstead… la propiedad de Gorm. Tengo algo importante que contarte, comenzó Vagn. No me lo digas, pensó Toste, puedo sentir tu alegría, y no es sólo por nuestro reencuentro. Es… ¿es posible? ¿Vas a ser padre? ¡Felicidades! Oh, voy a ser el mejor tío del mundo. Entonces los dos hermanos caminaron hacia el torreón, con un brazo pasado sobre los hombros del otro, sonriendo ampliamente. De pronto Toste se detuvo, lo cual hizo que Vagn también se detuviera. Con una risotada, Toste dijo: —¡Sagrada Frigg! Mira quien está allí. Es Helga la Fea. Vagn miró hacia Helga, quien permanecía junto a Clod, observando sombría como se reunía con su hermano. Distinguió la expresión dolorida en su rostro ante las palabras de Toste. Vagn sabía que Toste bromeaba. Cualquiera que mirase a Helga sabría que no era fea… ya no. Pero ella no lo sabía. Con un profundo suspiro, Vagn se apartó de su hermano e hizo lo único que podía hacer. Le dio un puñetazo en la nariz. Toste se balanceó sobre sus pies y casi cayó hacia atrás. En lugar de pelear en respuesta, como sería la práctica habitual, Toste se colocó una mano sobre su ensangrentada nariz y ladeó la cabeza interrogativo. —Hasta hace unos pocos momentos, creías que estaba muerto. ¿Y ahora me golpeas? Vagn se encogió de hombros y dijo: —Has insultado a la madre de mi hijo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Estiró una mano como disculpa y Toste la estrechó sin preguntar. Entonces Toste caminó hacia Helga, la levantó en el aire y giró con ella. —Mis disculpas, hermosa dama. Bienvenida a nuestra familia. —¡Bájame! ¡Bájame, idiota! —chilló Helga, golpeando a Toste en las orejas. Algunos de esos golpes probablemente eran una represalia por su insulto. Y Vagn le aclaró a su hermano. —Uh, Toste, no es mi esposa… todavía.

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—¿Qué? Estás perdiendo tu toque. Menos mal que he regresado de la muerte para ayudarte, hermano. Yo siempre he sido el hermano más encantador —le dijo a Helga, besándola sonoramente en la boca antes de dejarla en el suelo. Justo entonces, Toste pareció notar a la dama de rostro enrojecido que permanecía al final de la multitud que llenaba el patio. —Esme, ¿qué haces ahí escondida? —la llamó—. Ven aquí. Te presentaré a mi hermano. Ella arrastró los pies para acercarse quedando de pie frente a ellos. —Ah, ¿es la moza que me abofeteó? —dijo Vagn con una sonrisa, frotándose la mejilla como si todavía le doliese. —¿Lo hiciste? —le preguntó Toste a la mujer—. ¿Por qué? —Porque creí que eras tú, y él estaba con esa mujer, y… bueno, creo que los dos sois unos canallas groseros. Todas las personas a su alrededor se echaron a reír. Mientras todos comenzaron a subir los escalones para entrar en la gran sala donde una enorme celebración iba a tener lugar, Vagn le dijo a Toste: —Hay una cosa que quiero preguntarte, hermano. —Lo que sea. —¿Qué es sexo de perro? Contra el muro… Pasaron horas antes de que Toste pudiese escabullirse y hablar con Esme a solas. El problema era encontrarla. Tras mucho buscar, entró en la recámara donde ella dormía con las cuatro hijas de Eirik y Eadyth. O al menos, las demás dormían sobre jergones repartidos por el cuarto mientras Esme estaba sentada nerviosa con una silla frente al fuego. Él sabía que estaba nerviosa porque estaba silbando suavemente. —¡Toste! —exclamó con un sonoro susurro cuando él entró en la habitación sin llamar—. No deberías estar aquí. No es correcto —Ella señaló hacia las jóvenes que dormían. —¿Desde cuándo yo soy correcto? —preguntó él, también en un susurro, acercándose hasta agacharse junto a ella. —Vete —dijo ella. —Ven conmigo a la cabaña del leñador. Necesito hablarte. —¡Ja! Sé lo que quieres, y no es hablar. Él le sonrió y retorció un lazo del voluminoso camisón que ella lucía. —Eso también. Pero, de verdad, necesito contarte lo que descubrí en Evergreen —Esme tenía un aspecto glorioso para él, con sus negros rizos desparramados sobre los hombros y por la espalda. Aunque sus ojos azules parecían tener trazas de rojo. ¿Había estado llorando? —Bueno, dímelo aquí, o fuera en el corredor. No voy a ir a esa cabaña otra vez… nunca. —Esme —dijo él con un tono dolorido—. Tengo muy buenos recuerdos de esa cabaña —Pero casi de inmediato tiró de ella para ponerla en pie y ofreció—: Un compromiso entonces. Toma tu capa y saldremos al parapeto para hablar.

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Ella así lo hizo, y mientras caminaban hacia la puerta que conducía hacia las murallas, le dijo: —Estoy enfadada contigo, Toste. —¿Por ir a Evergreen? —No, por ir a Evergreen sin informarme antes. —Ah. Bueno, yo también estoy enfadado contigo. ¿Es que le has contado a todo el mundo lo del sexo de perro? Ella jadeó. —Sólo se lo dije a Eadyth y a Alinor. No se lo dije a todos. —Es lo mismo. Él le tomó la mano mientras subían los escalones y se encontró sonriendo sin ningún motivo. Le gustaba Esme. Mucho. Y la había echado de menos. —¿Me echaste de menos, dulzura? —No. —Bien. Yo también te añoré. —¿Oyes sólo lo que conviene a tus oídos? —Sí. Es lo mejor. —Eres imposible. —Lo sé. Es una de mis mejores virtudes. —No quiero saber cuáles son las otras. —Ya conoces la mayoría de ellas —dijo él, meneando las cejas hacia ella. Había luna llena, pero hacía frío en el parapeto. Él saludó a un guardia y tiró de Esme hacia un hueco donde tendrían alguna protección contra el viento. —Debes estar eufórico por haber encontrado vivo a tu hermano. Él asintió, todavía demasiado abrumado por la emoción como para expresar su alegría al reencontrarse con Vagn. Habían hablado durante horas y horas, poniéndose al día, una vez que fueron capaces de escapar de sus bienintencionados amigos. Justo ahora, Vagn estaba en alguna parte intentando convencer a Helga para que se casara con él. Quién habría pensado que su hermano terminaría con Helga la… no, debía dejar de pensar en ella de esa manera. ¿Helga la Hermosa? Sí, así era como debía pensar en ella de ahora en adelante. —¿Descubriste algo en Evergreen? —Sí, lo hice —dijo él, animándose—. Se trata del agua, Esme. —¿Agua? Quieres decir agua, como en los pozos, bajo tierra. —No, quiero decir agua como en un río, como en derechos del agua. Ella frunció el ceño con confusión. —¿Estás hablando del río Evergreen que fluye a lo largo del límite norte de la propiedad? —Las tierras tenían una pequeña y estrecha extensión, de forma rectangular, con el río corriendo todo a lo largo de su lado norte. —Al parecer tu padre descubrió unos quince años atrás que las propiedades vecinas necesitaban el río para abastecer a su ganado y además que lo cruzaban para ir desde el condado del oeste a las ciudades del este. Ha estado cobrando desmesuradamente por ese privilegio durante todos estos años. —No entiendo. La familia de mi madre siempre permitió que los vecinos utilizaran esa agua, la cual es abundante. Es un acuerdo no escrito. —¿Puedo suponer que no has visto nada de ese dinero? Ella negó con la cabeza.

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—Como pensaba. Además, uno de tus hermanos posee una fábrica de turba y el otro posee los botes que llevan los productos al mercado. Tu padre es un astuto hombre de negocios. —Mi padre es un malvado hombre de negocios. Sospecho que toda esa turba está contaminando el agua para el ganado. Toste encogió los hombros, no sabiendo nada sobre eso. —En cualquier caso, eso explica por qué la propiedad es tan importante para tu padre. —Deseaba acabar con mi vida para poder continuar amasando su riqueza. —Algunos hombres son así. Aunque no te preocupes. Esta información nos ayudará con tu petición ante el Witan. Bien podrías tener tu respuesta durante los próximos días si los suficientes de ellos están aquí. —Gracias, Toste. Eres un bruto en muchas maneras, pero gracias por hacer esto por mí. —Ah, adoro tanto esos ambiguos cumplidos —dijo él—. Me pregunto como vas a agradecer a tu caballero por esta última proeza —Él la apretó contra el muro. —¿Un pañuelo de seda? —ofreció ella. —Ya tengo demasiados pañuelos de seda —dijo él, acariciándole el cuello—. A propósito, Esme, ¿por qué dejaste la cabaña del leñador? Tu “castigo” aún no había terminado. Ella inclinó la cabeza interrogativa. —Me dejaste toda la ropa sobre la silla. Supuse que era tu mensaje silencioso para decirme que era libre de marcharme. —Te daba una elección, cariño. Pensé… esperé… que aguardarías por mí allí. Ella le golpeó en el hombro. —¡Granuja! No hiciste tal cosa. Hasta donde yo sabía, nunca regresarías. Eso le sorprendió. —¿Creíste que te había abandonado? —Por supuesto que sí. —Corazón —dijo él, y notó que a ella le gustaba ese término cariñoso mucho más que los otros, por lo que tomó nota mental de volver a utilizarlo—, yo nunca te abandonaría —Eso era lo máximo que pretendía decir en esa ocasión. Más tarde, esperaba estar en disposición de decir más. —¿Qué haces? —chilló ella cuando él le levantó el vestido hasta la cintura y comenzó a soltar los lazos de sus calzones. —No se trata de lo que yo hago, sino de lo que tú haces —dijo él contra su boca. La besó profundamente, hasta que ella se rindió y entonces le explicó—. Me das la bienvenida a casa. Y tras decir eso, la levantó del suelo aferrándola de las nalgas, colocó sus piernas alrededor de sus caderas y se hundió en sus húmedas profundidades con un exultante «¡Sí!». Y ella le dio la bienvenida, recibiendo los ardientes y rítmicos embates de su endurecido miembro. Era la mejor clase de bienvenida, en opinión de Toste. Poco tiempo después, cuando se apoyaban el uno contra el otro, jadeando su mutua liberación, ella le miró con sospecha y preguntó: —¿Esta es otra de las posturas sexuales favoritas de las mujeres? —Sí. Sexo de muro —dijo él. Después añadió rápidamente—: Pero no se lo cuentes a todo el mundo.

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—Eres un diablo. Él le pasó un brazo sobre los hombros y la besó en la coronilla mientras caminaban de vuelta a su recámara. —Esa es otra de mis mejores virtudes. —Tienes muchas de esas virtudes, ¿verdad? —Cientos. Ella se echó a reír y después preguntó: —¿Vagn y tú vendréis a Evergreen conmigo, para dirigir mis tropas… asumiendo que obtenga la mejor respuesta por parte del Witan? —No. Vagn ya está bastante ocupado. Ella arqueó las cejas hacia él. —Un bebé. —¿De verdad? ¡Es maravilloso! Quiero decir, supongo que es maravilloso — Entonces su rostro se ensombreció—. Tu hermano y tú nunca os habéis separado… excepto en la muerte. ¿Te marcharás con él? Él negó con la cabeza. —¿Entonces vendrás a Evergreen conmigo, para ser mi senescal? —Lo siento, pero deseo más de la vida que eso. La “muerte” de Vagn me enseñó mucho sobre lo que es importante en la vida. No seré tu soldado de alquiler, Esme — Toste estuvo a punto de añadir, pero seré tu esposo. Antes de que pudiese pronunciar esas palabras, el rostro de Esme se inundó del rubor de la furia y le empujó apartándole de ella. —¡Una vez grosero, siempre un grosero! —proclamó mientras se marchaba de estampida. Él pensó en ir tras ella y hacerle una declaración formal de sus intenciones. Pero deseaba que todo estuviese bien antes de pedirle que se casara con él. Un día más… dos como mucho… y lograría que todo fuese correcto. Y después de que ella aceptase su proposición, planeaba sugerirle una clase diferente de sexo… el favorito de muchas mujeres, ja ja ja. Se llamaba sexo de miembro en boca. Luces fuera a las diez, velas fuera a las once… Vagn fue a la diminuta recámara de Helga llevando velas. Su cuarto estaba junto a los retretes… no era la ubicación más deseable, pero él sospechaba que ella lo agradecía, con su constantemente revuelto estómago y su frecuente necesidad de aliviarse. —¿Qué haces aquí, molesto zoquete? —fueron sus primeras palabras de bienvenida. Las segundas fueron—: Será mejor que esas velas no sean para lo que creo que pretendes. —Tsk, tsk, Helga, mantén tu mente lejos del muladar. Supe que estabas en un cuarto pequeño y que agradecerías un poco de luz mientras hablamos. Ella estaba acostada bajo una piel, desnuda esperaba él, pero no dormida, aunque el cuarto estaba oscuro. Su largo cabello rubio recogido en una sola trenza colgaba por encima de su hombro. —No agradezco la luz. Una lástima. Él ya había encendido cuatro de las preciosas velas de cera de abeja de Eadyth y las había colocado por el cuarto, el cual era tan pequeño que apenas había sitio para poder girarse.

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Él la sonrió alegremente. Ella le sacó la lengua. Él se tomó eso como una buena señal. Se apoyó sobre una rodilla junto a la cama y tomó la mano de ella entre las suyas. —Helga, ¿te casarás conmigo? —¿Tienes un foso entre las orejas, Vagn? ¡No, no, no! ¿Cuántas veces tengo que decirlo? —Ella intentó liberar su mano mientras con la otra aferraba la piel del lecho. Ésta se había deslizado por sus senos. Ciertamente estaba desnuda. Gracias, dioses. —Hasta que la respuesta sea sí. —Ahora tienes a tu hermano, Vagn. No me necesitas. —Bueno, sí, sí te necesito —dijo él, mirando directamente a su pecho. —No esa clase de necesidad, libertino. —Dices libertino de la manera más afectuosa, Helga. ¿Lo sabías? —¡Aaarrgh! —Hace frío en este cuarto sin una chimenea, Helga. Sería mejor que me meta bajo la piel contigo… para mantenerte caliente. —No te atrevas. Pero ya se atrevía. Se quitó las botas y la empujó contra el muro con la cadera. El lecho apenas era lo bastante grande para una persona, no digamos para dos. ¡Bien! Entonces se giró sobre un costado para mirarla. Apoyó una mano sobre el vientre desnudo de ella y preguntó: —¿Ya se ha movido el bebé? Ella le golpeó la mano para apartarla. —Ya te lo dije, los bebés no se mueven tan pronto. —Vamos a hacer el amor —Hay veces en que la franqueza es la mejor política. —Vamos a no. Y hay veces en que no. —¿Están tus pezones más sensibles ahora, dulzura? Oí que las mujeres preñadas tenían los pechos extremadamente sensibles. Antes de tener ocasión de apartarle o de darle un tortazo, él apoyó una fría mano sobre su cálido seno y acarició el pezón. Ella gimió. Él podría adivinar que ella no deseaba gemir, pero su breve contacto había sido más placentero de lo que podía resistir. Como cualquier buen soldado que sabía tomar ventaja cuando conseguía un avance, él echó la piel hacia abajo y posó la boca sobre uno de sus senos mientras al mismo tiempo acariciaba el otro. Húmedo y caliente, él la lamió y la acarició hasta que las únicas palabras que salieron de su boca fueron, «Oh, Vagn». Y de alguna forma —más gracias a los dioses— sus manos se encontraron sobre la cabeza de él para mantenerle sujeto en el sitio. Entonces él bajó más la cabeza. Había algo que deseaba hacer desde hacía días. Colocó la boca sobre el vientre de ella y susurró: —Hola, bebé. Aquí estoy. Tu padre. ¿Eres un chico guapo como tu padre? ¿O una niña preciosa como tu madre? No puedo esperar para verte. Estaré aquí cuando llegues, eso lo prometo, chiquitín. Cuando entonces se movió hacia arriba, vientre contra vientre, pecho contra senos, notó que ella estaba sollozando en silencio. —¿Qué? —preguntó, enjugando parte de la humedad con un pulgar.

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—Consigues rendir a una dama, Vagn. Lo juro, podrías esquilar a una oveja sólo con tu encanto. Él se tomó eso como una señal para hacer algo más encantador. Se desabrochó los calzones y después le separó los muslos con el suyo, apoyándose sobre la unión de las caderas de ella. Sería un estúpido arriesgándose a salir del lecho para quitarse la ropa, dándole a ella la oportunidad de tener segundos pensamientos. Sin aviso previo, se deslizó dentro de ella y permaneció quieto por un momento. —Creo que he sentido moverse al bebé —murmuró con asombro. —¡Idiota! —dijo ella—. Era yo. —Mucho mejor. Entonces le hizo el amor de forma lenta y llena de adoración. No intercambiaron palabras. No parecían necesarias. Él le mostró con su cuerpo cuánto la había añorado. Cuando ambos llegaron al éxtasis, le preguntó de nuevo: —Helga, ¿te casarás conmigo? Y ella repitió esa infernal pregunta suya: —¿Por qué? Él supuso que debía existir alguna respuesta mágica que abriría el cerrojo de la puerta de su consentimiento, pero por su vida, no imaginaba cual podía ser. —Sería un buen esposo para ti y un buen padre para nuestro hijo. Me encargaría de las propiedades de tu padre cuando él ya no esté, si eso es lo que tú deseas. No me tomaría ninguna autoridad sobre ti si no deseas que lo haga. Te ayudaría con tu negocio —Él la miró con expectación. —¿Y? —Podríamos tener una buena vida juntos. Compañeros, eso es lo que seríamos. Marido y mujer, pero compañeros. —No —dijo ella con un profundo suspiro de decepción—. No me casaré contigo.

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Capítulo 15 Una Ann Landers1 medieval… A la mañana siguiente, Alinor se encontró a Toste y a Vagn en los establos, sentados en un pesebre vacío, tragando hidromiel. No podía culparles por intentar escapar del atestado torreón. Continuaban llegando más invitados, y el caos de las charlas y las carcajadas era abrumador. —¿A qué se deben esas caras largas? —preguntó, dejándose caer sobre la paja limpia junto a ellos. Vagn le ofreció la jarra y ella bebió un largo trago, pasándose después el dorso de la mano sobre la boca. —Ninguno de nosotros está teniendo mucha suerte con las mujeres —reveló Vagn. —Difícil de creer, ¿verdad? —añadió Toste. Sí, era difícil creer que esos dos expertos mujeriegos se hubiesen encontrado las hormas de sus zapatos. —Helga no se casará conmigo, ni siquiera aunque lleve mi bebé —dijo Vagn. —Esme me ha perdonado por el asunto del cautiverio. A decir verdad, creo que le gustaba, aunque ella no lo admitiría… todavía. Pero sólo me quiere para ser su senescal en Evergreen. Alinor observó a los dos hermanos, tan idénticos en apariencia, tan arrebatadoramente atractivos. —¿La amas? —preguntó, mirando directamente a cada uno por turno. Ambos enrojecieron ante su franca pregunta. —Bueno, sí, supongo que sí —dijo Toste finalmente. —Por supuesto que sí —dijo Vagn con más firmeza. —¿Se lo has dicho a ella? —De nuevo miró a cada uno por separado. —No con palabras —dijo Toste. —Idiota cabezudo. ¿Y cómo? ¿Con señales de los cielos? —No hace falta ser sarcástica —espetó Toste. —Debo haberle dicho a Helga que la amo —Vagn se frotaba la barbilla pensativo—. Quiero decir, creo que lo hice. ¿No lo hice? Seguramente, aunque no lo hice, ella lo sabe —Levantó la mirada y le preguntó a Alinor—: ¿No es así? —Las palabras no deberían ser necesarias —sostuvo Toste. —Créeme, las palabras son necesarias. —No puedo creer que no lo haya dicho. Así lo siento. ¿Por qué Helga no lo siente? —Vagn, tres palabras. Yo… te… amo. Eso es lo que ella necesita escuchar. Alinor se levantó para regresar al torreón, con la misión cumplida… o eso esperaba. Una nunca sabía con esos vikingos cabezotas.

Ann Landers tenía una conocida columna en un periódico estadounidense, donde aconsejaba a millones de personas sobre todo en cuestiones amorosas.

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—Y otra cosa, Bolthor está en la gran sala entreteniendo a todos con una saga titulada «Sexo de Perro y Velas y Vikingos». Toste y Vagn saltaron sobre sus pies y se precipitaron por delante de ella hacia el castillo, ambos murmurando algo sobre añadir sopa de skald al menú navideño. Alinor unió las manos y sonrió con satisfacción. El trabajo de una mujer entrometida nunca terminaba. Cuando un hombre ama a una mujer… Vagn no perdió el tiempo. Entró en la gran sala, la cual estaba a rebosar con personas aunque todavía no era mediodía. Al principio, se sintió desorientado a causa de la penumbra tras la brillante luz del sol del exterior y por la cantidad de hidromiel que se había bebido con el estómago vacío. Pero entonces reconoció a Helga sentada a una de las mesas de arriba, junto a su padre y algunos de los soldados de Briarstead, incluido Finn Finehair. ¿Es que ese gallito está por todas partes? Lentamente se movió a través del pasillo creado por las mesas de caballete. Supo el momento exacto en que le vio. Ella sonrió sin pensar y después borró inmediatamente la alegría de su rostro no deseando procurarle ningún aliento, sin duda. Cuando llegó a la mesa, sin aliento —fuese por la excitación, el miedo o demasiada hidromiel, no lo sabía—, le dijo directamente: —Levántate, Helga. —¿Qué? —chilló ella. Adoraba cuando ella chillaba. Significaba que había hecho algo particularmente escandaloso. Todos los presentes le miraban fijamente. Probablemente tenía un aspecto salvaje… o algo parecido. Tal vez tenía paja saliéndole de las orejas. Vio a Toste en el extremo más alejado de la sala haciéndole la señal de la victoria que solamente ellos conocían. Y en su cabeza, su hermano le dijo: Puedes hacerlo, Vagn. Conquístala. Sin más, empujó un paquete envuelto en tela frente a ella. —Esto es para ti —A veces Vagn olvidaba ser sutil. Helga miró el paquete y después lo desenvolvió lentamente. Dentro estaba la tela de seda con el bordado en forma de corazón que le había comprado a ella. Él había dispuesto que lo convirtieran en un elegante vestido… él esperaba que fuese un vestido nupcial. Pudo notar que Helga estaba conmovida. Ella pasó las yemas de los dedos sobre él, y sus ojos se nublaron. Pero entonces se puso en pie y dijo: —¿Has perdido la cabeza, Vagn? —Sí, lo he hecho. Por ti. —Me estás avergonzando. Aún no has visto nada. Se humedeció los labios y tomó las manos de ella entre las suyas. —Helga, te amo. Las personas a su alrededor sonrieron. Helga, por otro lado, bajó la cabeza y murmuró: —No me hagas esto, Vagn. No puedo soportar esta clase de bromas.

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—Te amo. ¿Por qué es eso una broma? —No me amas. —Sí te amo. —Sólo dices eso porque quieres que te acepte como esposo para que puedas ser un padre legítimo para tu hijo —Él adivinaba que su larga réplica le había resultado muy dolorosa de decir frente a todas esas personas. Se lo habría evitado si hubiese pensado que tenía tiempo. Pero no lo tenía. —Te amo, te amo, te amo. —Si eso es cierto, ¿por qué nunca lo dijiste antes? —Ella le miró directamente a los ojos. Y que los dioses le ayudaran, él vio esperanza en ellos. Debía tener mucho cuidado ahora. —Una mujer sabia… mejor dicho, una mujer entrometida… me hizo saber que las mujeres necesitan escuchar esas palabras. A decir verdad, debo haber olvidado ese hecho. Bueno, en realidad nunca había amado a una mujer antes, así que la cuestión ni siquiera se había presentado. ¿Nunca te dije las palabras? Creí que lo había hecho, pero entonces me pregunté si solamente te lo había demostrado en miles de formas pero nunca… —Él dejó que las palabras se desvanecieran cuando se dio cuenta de que estaba divagando. —Oh, Vagn —Había lágrimas en los ojos de ella, pero en realidad había lágrimas en sus ojos todo el tiempo últimamente debido al embarazo. —No pretendía hacerte llorar. —¿Me amas? —Te amo. —¿Te casarás conmigo? —le preguntó ella entonces. —Creí que nunca lo preguntarías, corazón —Con un alarido de deleite, la levantó en brazos y salió con ella de la gran sala, entre los vítores de la multitud, especialmente de su hermano, quien vitoreó más que nadie. Entonces Vagn notó algo extraño. Había lágrimas en sus propios ojos. Debe ser el embarazo, decidió con un encogimiento de hombros. Defendiendo su caso… está bien, directamente suplicando… Toste no tuvo tanta suerte al hablar con Esme. Se encontró más tarde con ella en el salón de reuniones anexo a la gran sala, pero al menos otras dos docenas de personas se encontraban también allí. Al contrario que su hermano, él era reacio a desnudar su alma en público. Además, Esme enviaba puñales con la mirada en su dirección. Aunque también silbaba en voz baja, tan nerviosa estaba por los actos que estaban a punto de tener lugar. Desde luego no ayudaba el hecho de que su padre y sus dos hermanos estuvieran sentados en la primera fila, habiéndose presentado sin ser invitados una hora antes. Se estaba celebrando una reunión no programada del Witan en beneficio de la petición de Esme de recuperar Evergreen. No era una reunión oficial, estando solamente siete miembros presentes, incluido el arzobispo Dunstan —¡y qué clérigo tan imponente era!— junto con cinco ancianos.

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El Witan ya había escuchado las pruebas de Toste, el relato de Esme de los pecados cometidos en el pasado contra ella por su familia y el falso testimonio de su padre de «sólo deseo lo mejor para mi hija». Dunstan, había que reconocérselo, llevaba un procedimiento estricto, sin dar crédito a ninguno de ellos por encima del otro, y menos que nada al recuento de Blackthorne de todos los fondos reunidos durante quince años de peajes del agua. Resultaba que la Corona no tenía objeción a este tipo de prácticas, pero deseaba su parte de los impuestos. En otras palabras, Blackthorne no sólo había estafado a su hija, sino también al rey. ¡No era una maniobra política inteligente! Finalmente Dunstan se puso en pie y dijo: —Lady Esme, opino que tenéis justo derecho sobre Evergreen. Y me siento impresionado por vuestros quince años pasados en un convento y por la carta de recomendación que he recibido de la madre Wilfreda referente a vuestra conducta allí —Todos sabían que Dunstan consideraba a las mujeres como instrumentos del demonio y su actitud era evidente en su tono condescendiente—. De todos modos, no estoy convencido de que una mujer… incluso una mujer con vuestras capacidades… pueda dirigir una propiedad por sí sola. Necesitáis la tutela de vuestro padre hasta el momento en que os caséis. —¡No! —dejó escapar Esme. Sabía, al igual que todos, lo que eso significaría. O la obligaría a contraer matrimonio con un esposo marioneta de la elección de su padre, o la mataría. Ni una ni otra situación eran opciones aceptables. Las ventanas de la nariz de Dunstan se ensancharon de cólera porque una simple mujer cuestionara su decisión. —Vuestra Gracia —dijo Toste, levantándose—. Creo que yo tengo una solución —Miró a Esme suplicante. Esta no era la manera que habría elegido para sacar a relucir el asunto. —Ivarsson —reconoció el arzobispo a regañadientes. Toste sabía que el sacerdote consideraba ya tomada la decisión y no apreciaba una interferencia en el último minuto. Pero no podía negarse a escuchar. Demasiados ojos estaban observando… algunos de ellos políticamente poderosos. El arzobispo le hizo una seña para que continuase. La mueca del labio superior de Dunstan parecía indicar que incluía a los vikingos dentro de la misma clase inferior que las mujeres. —Yo tomaría a Esme como mi esposa. La protegería a ella y a Evergreen. Aunque vikingo por sangre, juraría lealtad a vuestra señoría sajona, si eso ayudara a Esme en su petición. La conmoción inundó el cuarto, especialmente por parte de Blackthorne y sus hijos. —¡No! —¡Esto es escandaloso! —Es un maldito escandinavo. No podéis confiar en ninguno de ellos. Esas afirmaciones no le sentaron bien a Dunstan, ni a ninguno de los nobles vikingos presentes, incluidos Tykir, Eirik, Gorm y otros. —¿Y qué opináis vos, Esme? —inquirió Dunstan, como si le importase—. ¿Aceptaríais a Toste Ivarsson como vuestro esposo? Antes de que ella tuviese ocasión de responder, Toste intervino: —Vuestra Gracia, Ancianos, ¿podría hablar un momento a solas con Esme?

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—Habla rápido, hermano —le dijo Vagn a su lado—. Y recuerda el consejo de Alinor. Toste no esperó la aprobación del Witan sino que se precipitó hacia Esme, quien parecía atónita, aferró su mano y la sacó al corredor. —Te amo, Esme —le dijo directamente. Nadie podría acusarle de ser un completo idiota. Adivinó que su declaración no era lo que ella había esperado. —No necesitas decir eso, Toste. Aprecio tu oferta de matrimonio, pero no tienes que sacrificar tu libertad por mí. Ya has hecho suficiente. —Aún no lo suficiente. Debería habértelo dicho antes… creí que lo sabías, o al menos que lo sospechabas. ¿Lo sospechabas? —¿Sospechar qué? —Que te amo. —Deja de decir eso. —¿Por qué? —Porque no es verdad. —Sí lo es. —¿Cuándo hiciste este asombroso descubrimiento? —Justo antes de dejar la cabaña del leñador para ir a Evergreen. Ella le dio un puñetazo en el estómago, el cual apenas dolió, pero igualmente él hizo una mueca de dolor. —¿Y eso a qué vino? —Por no decírmelo. —¿Sobre ir a Evergreen? Ya me disculpé por eso. —Sobre que me amas. Eres un zoquete. —Sí, lo soy. ¿Eso significa que me crees? —No lo sé. Dilo otra vez. —Te amo. Ella sonrió. —¿Por casualidad tú me amas a mí, Esme? —Tal vez —Ella todavía sonreía. —¿Te casarás conmigo? —Por supuesto. Eso nunca estuvo en duda. A algunas mujeres le gustaba torturar a los hombres. Él la besó profundamente y después susurró en su oído: —¿Alguna vez te he hablado de la postura sexual favorita de las mujeres prometidas? Ella rió y dijo: —¿Sólo eres tú o todos los vikingos son tan irresistibles? —Todos somos irresistibles —contestó él. Y esa era la verdad.

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Historia de dos vikingos

Sandra Hill

Epílogo Rockabye… Vikingos… Ya había llegado el verano a Briarstead y el primer hijo de Vagn Ivarsson había nacido dos horas atrás. Maeva se había tomado un día y medio terrorífico para venir al mundo. Terrorífico para Vagn y Gorm. La comadrona y Helga se lo habían tomado todo con mucha calma. Finalmente Helga se había dormido, gracias a una poción. Gorm había bajado a la gran sala para celebrarlo emborrachándose. Y Toste y Vagn tenían planeado unirse a él pronto. —Odio decirte esto, Vagn —le dijo su hermano, mirando por encima de su hombro al bebé de cabeza pelada y carita arrugada que Vagn sostenía entre los brazos—, pero tu bebé es un poco… fea. —¡No lo es! —declaró Vagn rotundamente—. Maeva es hermosa —Y lo era. Para él. Notó la sonrisa de Toste y supo que estaba bromeando, como siempre. Toste y Esme habían llegado desde Evergreen una semana antes para estar presentes en el nacimiento. Esme se encontraba en esos momentos en las cocinas preparando un caldo fortificante con tuétano de buey para darle a Helga en cuanto despertase. Toste y Vagn se habían casado con sus respectivas damas en Ravenshire en una ceremonia doble celebrada por el arzobispo Dunstan. Todos estuvieron de acuerdo en que era la mejor celebración de Navidad a la que habían asistido. Más tarde, celebraron salvajes ceremonias vikingos en sus propias propiedades. —Nos han concedido un regalo —dijo Vagn soñador. —¿Te refieres a ti, a Helga y al bebé? Él negó con la cabeza. —No. Tú y yo. Nos encontramos con el Cuervo de la Muerte y escapamos a sus garras. Realmente fue un milagro, sobrevivir a la batalla y reencontrarnos después. Un milagro. Toste asintió. Entonces Vagn soltó una carcajada, bajando la mirada hacia la preciosa chiquitina que dormía pacíficamente, con su diminuto pulgar metido en la boca. —Finalmente he sido el primero en hacer algo. Desde el principio, tú saliste antes del vientre y siempre has ido un paso por delante de mí desde entonces. Pero yo… yo he tenido el primer hijo. —Así es, Vagn —concedió Toste—, pero por supuesto te superaré una vez más. Esme está encinta, y —hizo una pausa dramática—, la comadrona predice gemelos. ¡Superado! ¡Otra vez! Bueno, no realmente. —¡Enhorabuena! ¡Otro milagro!

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Historia de dos vikingos

Sandra Hill

Ambos hermanos estallaron en carcajadas, apreciando el milagro que era la vida de un vikingo… su vida. Fue totalmente oportuno que Bolthor entrase en el cuarto en ese momento y dijese: —Creo que esta ocasión se merece una saga especial. —Puedes estar seguro —estuvieron de acuerdo ambos hermanos, dando la bienvenida por una vez a un poema elogioso por parte del peor skald del mundo. —Un buen título sería «Historia de Dos Vikingos». Perdidos estaban en el mar de la vida, dos hermanos a muchos conflictos enfrentados. Gemelos eran, unidos desde la cuna, en todo siempre encontraron alegría, hasta un día en que el Cuervo les llamó, y ese es el objeto de este poema. Porque la muerte encontró su igual, cuando a estos gemelos intentó arrebatar. Al final, de rodillas cayeron, por dos mujeres, si así lo queréis. ¿Cuál es la moraleja de este cantar? El amor conquista todo al final.

FIN

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Historia de dos vikingos

Sandra Hill

INDICE Prólogo .....................................................................................................................................- 4 Capítulo 1 ................................................................................................................................- 6 Capítulo 2 ..............................................................................................................................- 19 Capítulo 3 ..............................................................................................................................- 33 Capítulo 4 ..............................................................................................................................- 49 Capítulo 5 ..............................................................................................................................- 62 Capítulo 6 ..............................................................................................................................- 76 Capítulo 7 ..............................................................................................................................- 88 Capítulo 8 ............................................................................................................................- 104 Capítulo 9 ............................................................................................................................- 116 Capítulo 10 ..........................................................................................................................- 131 Capítulo 11 ..........................................................................................................................- 145 Capítulo 12 ..........................................................................................................................- 161 Capítulo 13 ..........................................................................................................................- 173 Capítulo 14 ..........................................................................................................................- 193 Capítulo 15 ..........................................................................................................................- 206 Epílogo .................................................................................................................................- 211 -

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Sandra Hill - Serie Vikingos I 07 Historia De Dos Vikingos

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